pués, con la necesidad de preservar al hemisferio de la nociva influencia del “comunismo internacional”.

De tal manera, en un proceso que tuvo su punto de partida en las conferencias de Buenos Aires (1936) y Lima (1938), se prolongó durante la guerra, en las reuniones de consulta de Panamá (1939), La Habana (1940) y Río de Janeiro (1942), y culminó entre 1945 y 1948, en las conferencias de Chapultepec, Río de Janeiro y Bogotá, el viejo Sistema Interamericano se transformó definitivamente en una organización político-militar, encabezada por Estados Unidos y al servicio de sus intereses.

En su nueva versión, el Sistema Interamericano quedó integrado por un numeroso grupo de orga-nismos e instituciones de carácter militar, político, económico y social, vinculados en mayor o menor medida a la Organización de Estados Americanos (OEA), que constituye el eslabón clave de dicho sis-tema. La relación quedó establecida por medio de la Carta de dicha Organizacion, aprobada en la Con-ferencia de Bogotá (1948). Como sede de la OEA y de casi todas las instituciones del complejo sistema regional fue designada la capital de Estados Uni-dos, país que aporta la mayor contribución financie-ra para el sostenimiento de las mismas. Además, al gobierno norteamericano se le concedió de forma permanente la Secretaría Adjunta (ejecutiva) de la OEA y la presidencia de otras importantes organi-zaciones.

Pretendiendo recoger una vieja aspiración latinoa-mericana, la Carta de la OEA suscribió importan-tes principios de la vida internacional, como son la igualdad soberana de todos los estados, la auto-determinación de los pueblos, la no intervención y otros. Pero la efectividad de estos postulados que-dó prácticamente anulada al reconocerse a la llama-

da democracia representativa como única forma de gobierno posible para el continente. Lo mismo pue-de decirse en cuanto a la Resolución XXXII “Sobre la defensa de la democracia”, aprobada también en Bogotá, que declaró al socialismo incompatible con los postulados del Sistema Interamericano y asig-

nó a la nueva agrupación la tarea de combatirlo, impregnándola del espíritu de la “guerra fría” y el anticomunismo.

Estas circunstancias motivaron la posterior inca-pacidad del sistema para encarnar los problemas de la región desde una posición independiente y promover una política de verdadera cooperación y justicia internacional, revelándose siempre como un mecanismo parcializado, ajeno a los intereses de los pueblos latinoamericanos y de espaldas al progreso histórico.

La reestructuración del sistema regional se ajustó, en lo fundamental, al esquema trazado por Estados Unidos. Desunida y mucho más dependiente del Norte que antes de la guerra, Latinoamérica cedió, sin muchos reparos, a las pretensiones de su veci-no, esperando con ello obtener mejores términos de colaboración. Como ha señalado el mexicano Alonso Aguilar Monteverde, América Latina ofreció solidaridad política a cambio de promesas de ayuda económica.

Los años 50 representaron otro importante mo-mento en la vida del Panamericanismo. En aquel periodo de la llamada “guerra fría clásica”, Estados Unidos utilizó ampliamente las instituciones pana-mericanas y logró con su ayuda unificar la política de América Latina en función de su estrategia glo-bal, no obstante la existencia de algunas discrepan-cias y choques de intereses. Muestras elocuentes de lo anterior fueron la actitud asumida por el bloque latinoamericano en la ONU, donde por lo general integraba la mayoría mecánica de Estados Unidos en la Asamblea General, así como el papel desem-peñado por las instituciones panamericanas en oca-

3

Ver la Carta de la OEA, aprobada en la Conferencia de Bo-gotá (1948), particularmente los artículos 13, 15, 16 y 17.

4

Aguilar Monteverde, Alonso. El Panamericanismo; de la Doctrina Monroe a la Doctrina Johnson. México, D.F., Cuadernos Americanos, 1965, p.122.