independencia”. Durante las primeras décadas de la existencia del Panamericanismo, hasta mediados de los años 30 aproximadamente, al mismo tiem-po que se esforzaban por consolidar organizativa e ideológicamente al movimiento, Estados Unidos logró subordinarlo a los fines regionales y globales de su política. Como previera el Héroe Nacional cu-bano, muy pronto la Unión Panamericana, con sede en Washington y regenteada por Estados Unidos, se convirtió en un verdadero ministerio de colonias yanquis, según la acertada expresión de Manuel
Ugarte, destacado intelectual y político argentino.
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El poderoso vecino del Norte utilizaba entonces el Panamericanismo como un instrumento para con-trarrestar la influencia de sus competidores euro-peos, sobre todo Inglaterra, en el continente, como medio ideológico para justificar sus reiteradas inter-venciones en la política latinoamericana y también, aunque en menor medida de lo que lo haría des-pués, para luchar contra las fuerzas revolucionarias y progresistas de la región.
Durante aquel período, un grupo de países lati-noamericanos trataba de conseguir que en las conferencias panamericanas fueran afirmados los principios democráticos básicos de las relaciones internacionales, oponiéndose a la práctica interven-cionista de Estados Unidos y a su interpretación de la Doctrina Monroe. Pero como justamente señalan varios estudiosos del tema, esta tendencia, aunque permanente, no fue un factor predominante en la evolución del Panamericanismo.
Lo anterior se explica no solo por la gran superio-ridad económica y militar de Estados Unidos sobre sus vecinos del sur, sino también por la falta de uni-dad entre los países latinoamericanos, que a menu-do les impedía formar un frente único para defen-der sus intereses nacionales, así como por el hecho de que los gobiernos de América Latina en buena medida actuaban bajo la influencia de los grupos oligárquicos de la burguesía y de los terratenientes, vinculados estrechamente con los monopolios nor-teamericanos.
Esta situación caracterizó la evolución del Paname-ricanismo hasta la llegada de Franklin Delano Roo-sevelt a la Casa Blanca. Con Roosevelt no cambió la esencia imperialista de la política norteamericana hacia el subcontinente, pero se modificaron sustan-cialmente los métodos y medios de su realización. Las frecuentes intervenciones y las brutales presio-nes de Washington fueron sustituidas entonces por formas más sutiles y encubiertas de dominación, que en muchos sentidos anticipaban ya al neoco-lonialismo contemporáneo. Los objetivos de pre-dominio norteamericano debían lograrse ahora no mediante la imposición abierta y descarada, sino a través de aparentes acuerdos de colaboración, di-rigidos supuestamente a cimentar una verdadera y efectiva solidaridad continental. Con este propósito, la “buena vecindad” le asignó un importante papel al movimiento panamericano, llamado a transfor-marse en un mecanismo mucho más ágil, eficiente y manejable por Estados Unidos.
No resulta casual entonces que, hacia mediados de los años 30, en vísperas de la Segunda Guerra
Mundial, la diplomacia de Washington pusiera rum-bo a la conversión del Sistema Interamericano en una especie de pacto o alianza político-militar. Esto dio inicio a una nueva etapa en el desarrollo del Panamericanismo, la cual estuvo caracterizada fun-damentalmente por los esfuerzos norteamericanos con vistas a crear la base jurídica para la formación del referido bloque. Estados Unidos justificó su po-lítica, primero, con la lucha contra las potencias del Eje y la defensa colectiva del Nuevo Mundo, y des-
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Martí, José. Obras completas. La Habana, Editorial Na-cional de Cuba, 1963-1973, t. 6, p. 46. Martí conoció el contenido de los debates y los momentos más impor-tantes de la Primera Conferencia Internacional Ame-ricana por medio de su amigo Gonzalo de Quesada y Aróstegui, quien se desempeñaba como secretario del delegado argentino, doctor Roque Sáenz Peña.
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Ugarte, Manuel. El destino de un continente. New York, 1925, p. 140