sión de guerra de Corea, que promovió una mayor integración de América Latina a la política guerre-rista de Washington. Las resoluciones de la Cuarta Reunión de Consulta, auspiciada por Estados Uni-dos con el pretexto de la agresión comunista a Co-rea del Sur, fortalecieron la orientación reaccionaria del sistema regional y el dominio norteamericano sobre el mismo, al propio tiempo que revelaron el verdadero alcance del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), al extenderse el princi-pio de solidaridad continental a un conflicto que se desarrollaba fuera del hemisferio.
En el plano regional, una tarea básica asignada por Estados Unidos a la OEA en este periodo fue la de movilizar el mecanismo del Sistema Interamericano para enfrentar el movimiento revolucionario y des-truir los procesos democráticos surgidos al calor de la guerra. Pretextando la lucha contra el comunis-
mo y la defensa de la democracia representativa, Washington estimuló una feroz persecución contra el movimiento progresista del continente, conspiró contra los gobiernos democráticos y apoyó férreas dictaduras como las de Batista, Trujillo, Somoza y Stroessner, entre otras.
El papel desempeñado por la OEA en este sentido se puso claramente de manifiesto en la X Confe-rencia Interamericana de 1954, donde fue aproba-da una titulada “Declaración de solidaridad para la preservación de la integridad política de los Estados Americanos contra la intervención del Comunismo Internacional”, que sería utilizada enseguida por el gobierno norteamericano para justificar el derroca-miento del régimen nacionalista guatemalteco de Jacobo Árbenz.
El triunfo de la Revolución Cubana, el primero de enero de 1959, abrió una nueva etapa en la historia de las relaciones interamericanas y, por consiguien-te, en la evolución del Panamericanismo, que enton-ces fue utilizado como nunca antes para enfrentar y tratar de destruir un proceso revolucionario que demostraba en la práctica un profundo carácter po-pular y una firme voluntad transformadora, y que devino en ejemplo y alternativa para los pueblos latinoamericanos. En una lucha frontal que se ini-ció a mediados de 1959, en la reunión de cancilleres de Santiago de Chile, y culminó en lo fundamental en la Conferencia de Washington, en julio de 1964, Estados Unidos logró incorporar a la mayoría de los gobiernos del continente a su conjura contrarrevo-lucionaria, estableciéndose así el aislamiento tem-poral de Cuba, que solo México se negó a acatar, en digna actitud saludada por los pueblos de la región.
Las medidas anticubanas acordadas en la OEA, vio-latorias todas de importantes postulados del dere-cho internacional recogidos en las cartas de la ONU y de la propia OEA, además de aumentar el despres-tigio y agravar la crisis del sistema regional, senta-ron un precedente negativo para nuestros países, como lo vinieron a confirmar muy pronto los acon-tecimientos dominicanos de 1965, que revelaron
▮ Fig,1. La desprestigiada Organización de Estados Ame-ricanos (OEA).