Donald Trump y Medio Oriente: ¿ruptura o continuidad?

Donald Trump and Middle East: ¿ rupture or continuity?


Dr. C. María Elena Álvarez Acosta

Doctora en Ciencias Históricas. Profesora Titular del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, e-mail: alvarezme@ isri.minrex.gob.cu



Recibido: 15 de mayo de 2019 Aprobado: 20 de junio de 2019



RESUMEN Este artículo aborda las principales acciones de la administración Trump hacia Medio Oriente y hasta qué punto ha cumplido sus promesas de campaña. En ese ámbito, primero, compara las políticas y prácticas de Trump con la de presidentes anteriores, al tiempo que se detiene en el sistema de alianzas en el área. El objetivo básico de esta presentación es analizar la política estadounidense hacia esa área geopolítica y las implicaciones que ha tenido la misma a nivel regional.

Palabras claves conflicto israelo-palestino, política exterior, terrorismo, alianzas, conflictos.



ABSTRACT This article addresses the main actions of the Trump administration towards the Middle East and to which extent it has fulfilled its campaign promises. In this area, first, it compares Trump’s policies and practices with regard to those of previous pre- sidents, while analyzing the alliance system in the area. The basic objective of this presentation is to explain the US policy towards the Middle East and the implications it has had in the region.

Keywords Israeli-Palestinian conflict, foreign policy, terrorism, alliances, conflicts.




INTRODUCCIÓN

Las dinámicas del actual período de transición del sistema internacional se evidencian de formas diferentes, una de las más destacadas es la pugna de tres poderes protagónicos: Estados Unidos, Rusia y China. La agresividad y la forma “histérica” de hacer del presidente norteamericano Donald Trump, enfrenta lo que algunos consideran es una pérdida de terreno de Estados Unidos a nivel mun- dial, pero en este caso, en Medio Oriente:


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“La retirada de las fuerzas militares de Estados Unidos presentes en Siria y Afganistán y la dimi- sión del Secretario de Defensa James Mattis son manifestaciones del cambio radical del orden mundial. Estados Unidos ha perdido el primer lugar mundial en el plano económico y también en el plano político. Ahora Estados Unidos se

niega a luchar solo por los intereses de la finanza transnacional. Las alianzas que Estados Unidos encabezaba comenzarán a desmoronarse, sin que sus aliados reconozcan por eso el ascenso de Rusia y China” (Meyssan, 2018).

En ese ámbito, habría que agregar que, más allá de la pérdida de influencia y del efectismo de la política del gobierno “Trump” hacia Medio Oriente, existen líneas estructurales que observan un con- tinuismo de la proyección estadounidense hacia el área.


DESARROLLO

La relación entre Barack Obama y Benjamin Netanyahu se caracterizó por los desacuerdos, los desplantes y el desprecio mutuo, pero cuando se escriba la historia, el primero pasará a los anales


como el más generoso de los presidentes de Esta- dos Unidos con Israel. Ambos países llegaron a un acuerdo para aumentar la ayuda militar que Was- hington concede a su principal aliado en Oriente Próximo. Durante la próxima década Israel recibirá 3 800 millones de dólares anuales, un incremento sustancial respecto de los 3 100 millones de dólares que recibía hasta ahora. Ese monto no tiene prece- dentes en la historia, como ha reconocido el Depar- tamento de Estado, y le permitirá al Ejército israelí mantener su ventaja incontestable sobre los vecinos de la región.

“Lo que demuestra que Israel sigue siendo sagrado para Estados Unidos, por más que Netanyahu tratara de sabotear el acuerdo nuclear con Irán o que la Casa Blanca nunca haya reco- nocido formalmente la ocupación de los territo- rios palestinos, reniegue de la expansión de los asentamientos o condene ocasionalmente sus reiterados abusos de los derechos humanos” (Mir de Francia, 2016).

Fue precisamente el presidente Donald Trump quien se reunió con el primer ministro de Israel, Ben- jamin Netanyahu, durante la 73 Asamblea General de la ONU el 26 de septiembre de 2018, para ini- ciar la entrega del paquete de ayuda militar a Israel de más de 38 000 millones de dólares, como parte del Memorando de Entendimiento alcanzado entre ambos países en 2016 y que será implementado en un plazo de 10 años.1

Donald Trump efectuó a tiempo, el primer paso del acuerdo entre Obama y Netanyahu, pero ade- más, ha cumplido lo prometido en su campaña pre- sidencial hacia esta área.

En dicha campaña, planteó tres ejes básicos con relación a Medio Oriente: la alianza con Israel, la lucha contra el terrorismo y la retirada de las tropas de Siria y Afganistán. El primer aspecto se ha afir- mado en la consolidación de la alianza estratégica y el apoyo irrestricto y sin límites a las acciones de la extrema derecha israelí, manifestadas en:




1 Para profundizar en el tema consultar: Voz de América (2018). EE.UU. entrega ayuda militar a Israel de más de

38.000 millones de dólares. Disponible en: https://www.


El segundo discurso del “Estado de la Unión” y los compromisos cumplidos

En la alocución del segundo discurso del “Estado de la Unión”, en febrero de 2019, Trump expuso los logros de su política hacia el área:

voanoticias.com/a/eeuu-inicia-entrega-millonario-financia-

miento-ayuda-militar-israel-/4596116.html y Voz de Améri- ca (2018). EEUU comienza entrega de la ayuda militar “ré- cord” a Israel. Disponible en: https://www.voanoticias.com/a/ eeuu-inicia-entrega-millonario-financiamiento-ayuda-mili- tar-israel-/4596116.html

2 Entre los donantes individuales que concedieron fondos a su campaña, pocos fueron tan importantes como el magna- te de los casinos, Sheldon Adelson, que aportó 35 millones de dólares a la candidatura de Trump y otros grupos que la apoyaron (Sáenz de Ugarte, 2017).

Relaciones turco-estadounidenses:

camino al alejamiento

Las relaciones entre Turquía y Estados Uni- dos no habían tenido gran impacto en el aconte- cer mesoriental, no es hasta los años 90s del siglo pasado, cuando el primero, comenzó a proyectar una agenda activa hacia su histórica área natural. Asimismo, en Medio Oriente, Estados Unidos había establecido un sistema de alianzas, cuyo primer país era Israel y había sustituido al Sha de Irán, por otros aliados. Eso no implicó que el acontecer mesoorien- tal excluyera la alianza Washington-Ankara, sobre todo porque Turquía es miembro de la OTAN y Esta- dos Unidos tiene bases militares es ese país, entre otros aspectos esenciales.

Desde el año 2016 hasta la actualidad el dete- rioro de las relaciones bilaterales ha sido evidente. El gobierno de Ankara, después del intento de golpe de Estado de julio del 2016 acusó al clérigo turco Fethullahv Gülen, quien vive en Estados Unidos y al pastor Brunson, de nacionalidad estadounidense, quien fue detenido y juzgado con el alegato, de haber apoyado una organización terrorista en la que también participaba presuntamente Gülen, o sea, se consideraba que ambos estaban involucrados en el suceso, de ahí que Ankara solicitara la extradición de Gulen y, Washington la liberación de Brunson, que ya se encuentra en Estados Unidos.

Paralelamente, Estados Unidos ha desarrollado una política de acercamiento a los kurdos. Estos últi- mos son considerados como un problema de segu- ridad nacional para Ankara, por lo que no puede permitir que eventualmente se conforme un Estado kurdo, ni en Iraq, ni en Siria, ni que se concedan grados de autonomías expresas, que puedan influir al interior de su país. Con el avance del autodeno- minado Estado Islámico en Siria, Estados Unidos estableció relaciones con varios grupos kurdos que enfrentaron a esta organización.8 En su afán de debilitar o derrotar el gobierno de Bashar al Asad, incluso con el objetivo de balcanizar el territorio sirio, Washington y sus aliados obviaron que Turquía con- sidera a las Unidades de Protección Popular (YPG), como una extensión del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) al que clasifican como terroris- tas. Lo cierto es que Turquía, con millones de kur-



8 Washington se convirtió en proveedor de armas para las llamadas Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en kurdo), milicias establecidas en el Kurdistán sirio que enfrentaron exitosamente al Estado Islámico.

dos en su territorio, no puede permitir “un ejemplo a seguir por los mismos”.

También la reimposición por parte de Trump de sanciones contra Teherán y la amenaza de castigar a quienes hagan negocios con la República Islámica choca con los intereses de Ankara. Turquía suple con importaciones de gas y petróleo gran parte de sus necesidades energéticas y para ello depende en gran medida de Irán. Pese a que durante el primer trimestre de 2018 Turquía redujo las importaciones de crudo iraní en un 20 %, Teherán sigue siendo su principal proveedor y los expertos consideran invia- ble un corte absoluto de ese suministro. Además, Turquía e Irán tienen en común que, para ambos, la problemática kurda es sumamente sensible.

El gobierno de Trump ha llegado a imponer san- ciones a dos ministros turcos y duplicar los arance- les al acero y aluminio de Turquía, lo que aceleró la caída de la lira turca. Recep Tayyip Erdogan, señaló que: “Washington debe abandonar la noción equivo- cada de que nuestra relación puede ser asimétrica y aceptar el hecho de que Turquía tiene alternati- vas”. Posteriormente, expresó: “En una parte actúas como un socio estratégico, pero en la otra disparas balas al pie de tu socio. Estamos juntos en la OTAN y luego buscas apuñalar por la espalda a tu socio estratégico” (Bermúdez, 2018).

En ese contexto, a pesar de las fuertes tensio- nes que se desencadenaron entre Rusia y Turquía con el derribo de un cazabombardero del primero por parte del segundo en noviembre de 2015, las relaciones lograron restablecerse. El gobierno de Erdogan decidió adquirir de Rusia el sistema antimi- siles S-400, así como participar plenamente en las iniciativas diplomáticas de Moscú en el proceso de paz en Siria: las conversaciones de Astana.

Como consecuencia, las tendencias hacia las reconfiguraciones de las alianzas comenzaban a manifestar cambios, introducidos sobre todo por el accionar de Estados Unidos en contra de algunos de sus aliados tradicionales como Turquía y la polí- tica de acercamiento de Rusia, precisamente hacia esos aliados de Estados Unidos y otros actores que desde el siglo xx habían tenido relaciones con la URSS, a ello se sumó el acercamiento con Irán.


Caminos, espacios, contradicciones y alianzas

Los países del Medio Oriente que históricamente han tenido un protagonismo relevante son Irán y Arabia Saudita. Fuertes diferencias históricas como

potencias medias: una persa, de mayoría chiita, con una revolución de base islámica, con un carác- ter antimperialista y antisionista; la otra, árabe, de mayoría sunna, con una monarquía de base waha- bbista, aliada histórica de Estados Unidos, con un papel preponderante en el Consejo de Cooperación del Golfo. Entre ambos se magnifican las diferen- cias históricas y religiosas, si bien estas existen, sus discrepancias esenciales tienen como base sus pro- yecciones como potencias, cuyos aliados regiona- les e internacionales difieren.

Uno de los pilares de la política estadounidense en Oriente Medio es su alianza con Arabia Saudí, Egipto, Israel y Turquía. Hasta 1979 también Irán clasificaba como aliado, después de ese año, ha sido el enemigo a derrotar; pero el principal socio de Estados Unidos en el área ha sido Israel, el que ha tenido un conflicto permanente con los palestinos y los árabes, a quienes se sumó Irán, después de la Revolución Islámica de 1979.

En ese contexto, durante la guerra fría, la URSS estableció relaciones que pudieran calificarse de fuertes con el Egipto de Nasser, la Siria del BASS y los palestinos, esencialmente con la Organización para la Liberación de Palestina, pero nunca esos vínculos tuvieron la fortaleza del sistema de Estados Unidos con sus aliados.

El sistema de alianzas del espacio geopolítico mesooriental había favorecido a Washington. Esa tendencia se fortaleció después de 1991. Desde ese momento y hasta el 2011 continuó con su labor his- tórica de lograr la alianza entre Israel y los países árabes, en ese empeño siempre ha estado en el medio el problema palestino: a través de las con- versaciones, cuya base fue el Acuerdo de Oslo de 1991, parecía se avanzaba a la solución. En la prác- tica siguió siendo todo para Israel y poco o nada para los palestinos.

En noviembre de 2018 el presidente de los Esta- dos Unidos, Donald Trump, planteó que:

“Israel estaría en un gran problema sin Arabia Saudita, […] Si miras a Israel, Israel estaría en un gran problema sin Arabia Saudita […] Entonces,

¿qué significa eso, Israel se va a ir? ¿Quieres que Israel se vaya? Tenemos un aliado muy fuerte en Arabia Saudita […] Los Estados Unidos tienen la intención de seguir siendo un socio firme de Arabia Saudita para garantizar los intereses de nuestro país, Israel y todos los demás socios en la región” (Noticias de Israel, 2018).

Trump ha demostrado su predilección por Arabia Saudita en varios momentos, pero sobresalen que fue el país seleccionado para la primera visita al extran- jero que hizo como presidente de Estados Unidos; el acuerdo multimillonario para comprar armas firmado por Riad con Washington y el apoyo incondicional de este último al primero en la guerra contra Yemen.

Según Rosa Meneses Israel y Arabia Saudí nunca han estado tan cerca. La convergencia polí- tica de ambos países en su presión para que se ejerzan acciones duras contra la influencia creciente de Irán en la región les ha convertido en aliados. Y la decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de retirarse del acuerdo nuclear con Irán es uno de sus mayores triunfos políticos juntos (Mene- ses, 2018). Todo ello, sin ni siquiera establecer con- versaciones directas.

Fuentes cercanas a Netanyahu señalan que los analistas tan solo han visto la punta del iceberg, indicando la profundidad de las relaciones bilatera- les entre Tel Aviv y Riad. Este último no niega las confirmaciones de Israel de su relación normalizada con Arabia Saudí. La relación con Israel no expresa una estrategia saudí bien definida con objetivos cla- ros, sino más bien una falta de opciones en política exterior. Los puntos coincidentes de Israel y Ara- bia Saudita podrían resumirse en que ambos son estrechos aliados de Estados Unidos y los dos paí- ses han encontrado un enemigo común en Irán, al tiempo que rechazan cualquier tipo de acuerdo con este último y lo acusan de ser un peligro para la estabilidad regional (Al-Brari, 2018).


Reconfiguraciones y peligros latentes

Las acciones de Rusia en el espacio mesoriental se han concretado en el protagonismo político diplo- mático y militar que ha desarrollado en Siria desde septiembre de 2015. Eso ha posibilitado que se forta- lezca la alianza entre Irán, Siria y Hezbollah; a pesar de altas y bajas ha logrado un acercamiento signifi- cativo con Turquía que, a su vez, se ha concretado en acciones conjuntas entre este último, Irán y Rusia. Hasta el momento Ankara está en su punto más bajo en las relaciones con Estados Unidos, pero trata de lograr un mayor entendimiento, al tiempo que mantiene su inclinación hacia las relaciones con Rusia. No obstante, no pueden obviarse las diver- gencias del gobierno de Erdogan con su par Bashar al Asad. La triada Moscú, Turquía e Irán, constituye una alianza coyuntural, pero las relaciones entre

Moscú y Damasco son estratégicas y deben ser duraderas. Por tanto, deben extenderse a Irán, pues los vínculos entre Damasco y Teherán son vitales.

La política de Trump no ha podido frenar los vín- culos entre estos tres países, ni la presencia rusa en Siria, incluido sus dos bases militares, la de Tartus y la de Jmeimim, ambas en Latakia.9

Cuando Trump rompió el acuerdo con Irán y reafirmó sus vínculos con Israel y Arabia Saudita mostró que estaba dispuesto a toda costa a forta- lecer el papel de sus aliados tradicionales, contra su enemigo: Irán. Si eventualmente lograra recupe- rar espacio en sus relaciones con Turquía, podría debilitar a sus oponentes. Aunque Trump dijo se reti- raba de Siria, eso no ha ocurrido, más bien ha dicho que se queda. La alianza Irán-Siria y Hezbollah ha demostrado su fortaleza, pero no debe obviarse el costo material y humano que esto ha significado.

Si bien los aliados de Washington desarrollan acciones militares independientes, cuentan con el apoyo total de este. Ejemplo elocuente, el veto de Donald Trump el 7 de mayo de 2019 a una resolu- ción aprobada por el Congreso para que Estados Unidos retirara el apoyo militar que brinda a Arabia Saudí en la guerra contra Yemen” (Kamm, 2019).

La presencia rusa ha restado protagonismo a Estados Unidos, al tiempo que la derrota del terro- rismo y la permanencia de Bashar al Asad en Siria, lo confirman. Trump no ha contrarrestado el espacio ganado por Moscú, pero ha afianzado las triangu- laciones con sus socios tradicionales, mantiene su presencia en Siria e Iraq, al tiempo que ejecuta accio- nes que amenazan a los aliados de Moscú, sobre todo a Teherán. En ese ámbito, tratará de provocar a Irán para que cometa un “error” que lo desacredite ante los poderes que lo apoyen o justifique cualquier otro tipo de acción contra la milenaria Persia.



9 Según el exjefe del servicio secreto israelí Nativ Yakov Kedmi: “ Las instalaciones militares que Rusia mantiene en Siria sirven más de contrapeso a las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN en el Mediterráneo, pero no tienen el objetivo de realizar operaciones militares […] Está claro que estas instalaciones serán reconstruidas, se convertirán en las ba- ses estratégicas para la Fuerza Aeroespacial y la Armada de Rusia para hacer frente a las bases de la Sexta Flota de Estados Unidos y la OTAN que amenazan a Rusia des- de el sur, se recuperará la escuadra mediterránea, es decir la presencia constante de las fuerzas navales rusas en el Mediterráneo, y la base aérea Hmeymim protegerá desde aire a los buques, proporcionará reconocimiento, más todo los relacionado con la posibilidad de atacar desde el aire. […]. La presencia militar rusa, tiene como objetivo “cumplir tareas globales no relacionadas con Siria” (Sputnik, 2017).

CONCLUSIONES

La implementación de la política exterior del mag- nate estadounidense ha estado acompañada por la agresividad en el discurso hacia determinados países, la defensa a ultranza de su aliado más importante, Israel; la ruptura de acuerdos previos y el irrespeto hacia el sistema multilateral y el hacer a mi manera.

La política de Trump hacia la región ha reafir- mado la postura tradicional del país norteameri- cano, en un nuevo contexto. Parecería que hay una ruptura con respecto a las acciones de los Presiden- tes anteriores, pero los objetivos explícitos están en línea con el hilo conductor de la política de Washin- gton hacia la región: mantener la hegemonía, para ello ha fortalecido, tanto la alianza estratégica con Israel, como los vínculos con las monarquías del golfo, sobre todo con Arabia Saudita. Paralelamente ha liquidado las aspiraciones de la causa palestina y ha satanizado de nuevo a Irán.

Las acciones acometidas por la administración Trump confirman que su objetivo es reforzar el con- trol sobre esa área geopolítica. No obstante, será difícil para la Casa Blanca obtener todo lo que se propone y recuperar los espacios que ha perdido en los últimos años y no involucrarse directamente en una nueva intervención militar en la región.

El espacio geopolítico mesoriental se perfila como un área inestable en el corto plazo, donde las alianzas coyunturales pueden modificarse de forma abrupta y donde podrá ocurrir lo inesperado. Lo que sí parece casi seguro, teniendo en cuenta las accio- nes de los poderes, los sistemas de alianza, los espacios perdidos y recuperados, es que los gran- des perdedores han sido los palestinos y los pue- blos que enfrentan las agresiones, los bombardeos y las acciones terroristas.


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