Donald Trump y Medio Oriente: ¿ruptura o continuidad?
Donald Trump and Middle East: ¿ rupture or continuity?
Dr. C. María Elena Álvarez Acosta
Doctora en Ciencias Históricas. Profesora Titular del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, e-mail: alvarezme@ isri.minrex.gob.cu
Recibido: 15 de mayo de 2019 Aprobado: 20 de junio de 2019
RESUMEN Este artículo aborda las principales acciones de la administración Trump hacia Medio Oriente y hasta qué punto ha cumplido sus promesas de campaña. En ese ámbito, primero, compara las políticas y prácticas de Trump con la de presidentes anteriores, al tiempo que se detiene en el sistema de alianzas en el área. El objetivo básico de esta presentación es analizar la política estadounidense hacia esa área geopolítica y las implicaciones que ha tenido la misma a nivel regional.
Palabras claves conflicto israelo-palestino, política exterior, terrorismo, alianzas, conflictos.
ABSTRACT This article addresses the main actions of the Trump administration towards the Middle East and to which extent it has fulfilled its campaign promises. In this area, first, it compares Trump’s policies and practices with regard to those of previous pre- sidents, while analyzing the alliance system in the area. The basic objective of this presentation is to explain the US policy towards the Middle East and the implications it has had in the region.
Keywords Israeli-Palestinian conflict, foreign policy, terrorism, alliances, conflicts.
Las dinámicas del actual período de transición del sistema internacional se evidencian de formas diferentes, una de las más destacadas es la pugna de tres poderes protagónicos: Estados Unidos, Rusia y China. La agresividad y la forma “histérica” de hacer del presidente norteamericano Donald Trump, enfrenta lo que algunos consideran es una pérdida de terreno de Estados Unidos a nivel mun- dial, pero en este caso, en Medio Oriente:
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“La retirada de las fuerzas militares de Estados Unidos presentes en Siria y Afganistán y la dimi- sión del Secretario de Defensa James Mattis son manifestaciones del cambio radical del orden mundial. Estados Unidos ha perdido el primer lugar mundial en el plano económico y también en el plano político. Ahora Estados Unidos se
niega a luchar solo por los intereses de la finanza transnacional. Las alianzas que Estados Unidos encabezaba comenzarán a desmoronarse, sin que sus aliados reconozcan por eso el ascenso de Rusia y China” (Meyssan, 2018).
En ese ámbito, habría que agregar que, más allá de la pérdida de influencia y del efectismo de la política del gobierno “Trump” hacia Medio Oriente, existen líneas estructurales que observan un con- tinuismo de la proyección estadounidense hacia el área.
La relación entre Barack Obama y Benjamin Netanyahu se caracterizó por los desacuerdos, los desplantes y el desprecio mutuo, pero cuando se escriba la historia, el primero pasará a los anales
como el más generoso de los presidentes de Esta- dos Unidos con Israel. Ambos países llegaron a un acuerdo para aumentar la ayuda militar que Was- hington concede a su principal aliado en Oriente Próximo. Durante la próxima década Israel recibirá 3 800 millones de dólares anuales, un incremento sustancial respecto de los 3 100 millones de dólares que recibía hasta ahora. Ese monto no tiene prece- dentes en la historia, como ha reconocido el Depar- tamento de Estado, y le permitirá al Ejército israelí mantener su ventaja incontestable sobre los vecinos de la región.
“Lo que demuestra que Israel sigue siendo sagrado para Estados Unidos, por más que Netanyahu tratara de sabotear el acuerdo nuclear con Irán o que la Casa Blanca nunca haya reco- nocido formalmente la ocupación de los territo- rios palestinos, reniegue de la expansión de los asentamientos o condene ocasionalmente sus reiterados abusos de los derechos humanos” (Mir de Francia, 2016).
Fue precisamente el presidente Donald Trump quien se reunió con el primer ministro de Israel, Ben- jamin Netanyahu, durante la 73 Asamblea General de la ONU el 26 de septiembre de 2018, para ini- ciar la entrega del paquete de ayuda militar a Israel de más de 38 000 millones de dólares, como parte del Memorando de Entendimiento alcanzado entre ambos países en 2016 y que será implementado en un plazo de 10 años.1
Donald Trump efectuó a tiempo, el primer paso del acuerdo entre Obama y Netanyahu, pero ade- más, ha cumplido lo prometido en su campaña pre- sidencial hacia esta área.
En dicha campaña, planteó tres ejes básicos con relación a Medio Oriente: la alianza con Israel, la lucha contra el terrorismo y la retirada de las tropas de Siria y Afganistán. El primer aspecto se ha afir- mado en la consolidación de la alianza estratégica y el apoyo irrestricto y sin límites a las acciones de la extrema derecha israelí, manifestadas en:
1 Para profundizar en el tema consultar: Voz de América (2018). EE.UU. entrega ayuda militar a Israel de más de
38.000 millones de dólares. Disponible en: https://www.
El aval al aumento de los asentamientos (colo- nización) y la “limpieza étnica” en Cisjordania. Durante el gobierno de Trump se ha multiplicado por cuatro la construcción de casas de colonos israelíes. El gobierno de Netanyahu tiene planes para construir 10 500 casas y se ha adjudicado la construcción de 5 700 (Sanz, 2018)
El traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén. En mayo de 2017 el presidente de Estados Unidos reiteró que la embajada de su país se trasladaría a Jerusalén. Un año después Trump cumplió la promesa que había hecho en la campaña electoral en un acto de AIPAC (Begley, 2016), la principal asociación del lobby pro israelí en Estados Unidos, para corresponder al apoyo que recibió de organizaciones protestantes evan- gélicas y judías.2 Trump considera un logro el traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén, lo que obvia la consecuente legitima- ción de la postura israelí de asumir esa ciudad como su capital.
La aceptación y el apoyo a Tel Aviv frente a las continuas masacres en Gaza.
El retiro del financiamiento a los refugiados pales- tinos y la postura de que es necesario revisar esa categoría. Ha manifestado su desacuerdo en lo que se enseña en las escuelas palestinas al adu- cir que son enfoques anti-israelíes y anti esta- dounidenses.
La solución del conflicto israelo-palestino, a Trump le gusta la de los “dos Estados”. No obs- tante, pone a Israel en primer plano, la Autoridad Nacional Palestina tendrá que aceptar lo que le “provean”. En la práctica no tiene en cuenta los antecedentes del proceso de las conversaciones. Sin embargo, la propuesta de lo que se ha cali- ficado como “plan del siglo” no tiene nada nove- doso: se basa en promesas anteriores que no fructificaron.
En la alocución del segundo discurso del “Estado de la Unión”, en febrero de 2019, Trump expuso los logros de su política hacia el área:
voanoticias.com/a/eeuu-inicia-entrega-millonario-financia-
miento-ayuda-militar-israel-/4596116.html y Voz de Améri- ca (2018). EEUU comienza entrega de la ayuda militar “ré- cord” a Israel. Disponible en: https://www.voanoticias.com/a/ eeuu-inicia-entrega-millonario-financiamiento-ayuda-mili- tar-israel-/4596116.html
2 Entre los donantes individuales que concedieron fondos a su campaña, pocos fueron tan importantes como el magna- te de los casinos, Sheldon Adelson, que aportó 35 millones de dólares a la candidatura de Trump y otros grupos que la apoyaron (Sáenz de Ugarte, 2017).
En cuanto a Israel “mi Administración reconoció a la verdadera capital de Israel y con orgullo abrió la Embajada de los Estados Unidos en Jerusa- lén”. Es todo para Israel, nada para los palestinos.
Respecto a Irán repasó lo que considera fue- ron logros de su administración al retirarse del acuerdo nuclear de Plan de Acción Integral Con- junto (PAIC) de 2015 y el restablecimiento de duras sanciones a Teherán. También atacó el comportamiento actual del país persa hacia Esta- dos Unidos y hacia los judíos. Sobre el régimen Iraní señaló que: “Para garantizar que esta dicta- dura corrupta nunca adquiera armas nucleares, retiré a Estados Unidos del desastroso acuerdo nuclear de Irán. Y el otoño pasado aplicamos las sanciones más duras jamás impuestas a un país”. Trump también calificó a Irán como “el principal patrocinador estatal del terrorismo”.
Esta acción evidenció el cambio de esta admi- nistración con respecto a su predecesor en un ámbito medular para mantener dinámicas que pudieran lograr cierta estabilidad en Medio Oriente. En este caso retomó las políticas aplica- das por los predecesores de Obama.
En otro sentido, ha generado contradicciones con sus aliados europeos, así como ha aumen- tado las que ya tenía con sus oponentes: Rusia y China. Esto ha contribuido al fortalecimiento de las relaciones entre estos dos últimos y ha demostrado los resquicios entre los países euro- peos garantes del acuerdo y su principal aliado: Estados Unidos.
Cuando hizo el balance de casi 19 años de “lucha en el Medio Oriente”, dijo: “Casi 7 000 sol- dados heroicos perdieron la vida en Afganistán e Iraq. Más de 52 000 soldados se hirieron grave- mente y gastamos más de 7 billones de dólares en el Oriente Medio” (Allende, 2019). Dos años antes, cuando oficializó su candidatura presiden- cial expresó: “Iraq es un caos […], Irán está en la senda de las armas nucleares. Siria está envuelta en una guerra civil y en una crisis de refugiados que amenaza a Occidente. Después de 15 años de guerras en Medio Oriente, después de miles de millones de dólares gastados y miles de vidas perdidas, la situación es peor que nunca”(Healy y Martin, 2016).
El magnate estadounidense descalificaba la actuación de Estados Unidos hacia esa área. Pare- cía que su proyección variaría, sería más objetiva.
Trump fue elegido presidente con la promesa de replegar al máximo las tropas estadounidenses en el exterior. Dos años después solo había anunciado el retiro de Siria y Afganistán.
Precisamente sobre Siria planteó: “Cuando asumí el cargo, el Estado Islámico controlaba más de 20 000 millas cuadradas (unos 52 000 kilóme- tros cuadrados) en Iraq y Siria. Hoy hemos liberado prácticamente todo ese territorio de las garras de estos asesinos sedientos de sangre”. El presidente estadounidense obviaba un pequeño detalle, las acciones esenciales contra el Estado Islámico fue- ron llevadas a cabo, fundamentalmente, por los ejér- citos de los países de Siria e Iraq, donde se incluye la resistencia de los kurdos, así como Hezbollah, Irán y Rusia.
Con gran rimbombancia y demostrando una falta de memoria histórica de su propio país esta- bleció que: “las grandes naciones no pelean gue- rras interminables” […] es hora de darles a los valientes guerreros de Estados Unidos en Siria una cálida bienvenida a casa” (Allende, 2019). “El 19 de diciembre de 2018, recurrió a Twitter para dar por derrotada a la facción del Estado Islámico que opera en Siria y asegurar que el ejército estadounidense abandonaría la zona” (BBC, 2019). También planteó el retiro parcial de Estados Unidos de Afganistán, o sea 7 000 militares, la mitad de los 14 000 que tiene desplegados en ese país.3 Todavía permanece en ambos territorios. Es más, poco después planteó que no había dicho cuándo se retiraría.
Muchas han sido las reacciones y especulacio- nes hacia acciones ejecutadas por Donald Trump en el Medio Oriente, sobre todo lo relacionado con el traslado de la embajada de Estados Unidos a Jeru- salén y el retiro de Washington del pacto nuclear con Irán. Sin embargo, hay que repasar la política estadounidense hacia el área para comprender las diferentes formas y modalidades asumidas. No obs- tante, los ejes básicos, en mayor o menor medida,
3 Según la mayoría de los medios en Estados Unidos, Trump tomó la decisión pese a las fuertes objeciones de sus princi- pales asesores de seguridad nacional y sin siquiera consul- tar con sus principales aliados en el exterior o simpatizantes en el Congreso. Quizá la más contundente de todas fue la del secretario de Defensa, James Mattis, quien presentó su renuncia irrevocable en señal de protesta (Gómez Maseri, 2018).
con determinadas modificaciones y adiciones, se han mantenido, adecuados a contextos mundiales y regionales.
El hilo conductor de esta política hasta nuestros días ha sido mantener la hegemonía en la región, que incluye, por una parte, el compromiso estra- tégico de apoyo a Israel y, por la otra, articular de forma congruente y efectiva un vínculo –alianza– con los regímenes árabes del área, sobre todo las monarquías del Golfo, siempre y cuando se esta- blezcan garantías máximas para Tel Aviv.
En ese ámbito, dos aspectos han sido deter- minantes: primero, el accionar del lobby proisraelí estadounidense y, segundo, la presentación a la opinión pública de ese país de los acontecimien- tos en Medio Oriente –con una dramatización exa- gerada– vinculados estrechamente a la seguridad nacional del país.
La reestructuración de las relaciones político mili- tares y su elevación al plano de alianza estratégica se inició con la administración Kennedy. Desde ese momento y hasta hoy, el objetivo básico de la Casa Blanca ha sido fortalecer a Israel en los planos polí- tico, económico y militar. No solo en función de que se convierta en una fuerza militar de primer orden, sino que esté siempre por encima de las capacida- des de todos los países de la región. El equipamiento militar israelí debe ser muy superior –cualitativa y cuantitativamente– a los de sus vecinos árabes.
Otro elemento a destacar ha sido la postura hacia los palestinos. El Plan Roger, de 1969, fue el primero de su tipo que contemplaba la posibilidad de iniciar negociaciones con los palestinos. Esta- blecía, en esencia, tres cuestiones básicas que prácticamente se han mantenido invariables hacia la cuestión israelo-palestina: retorno a las fronteras de 1967, máximas garantías a Israel y liquidar las aspiraciones palestinas.
En la década de los años setenta Henry Kissin- ger estructuró una ofensiva de paz para la región. Sus bases mantuvieron los precedentes: elevación
El ascenso de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos se tradujo en una política más agresiva hacia Medio Oriente, reforzó la alianza con Israel y la reacción árabe e incluyó un aspecto novedoso: incrementar la presencia militar estadou- nidense en el área. Paralelamente, no reconocía a la Organización para la Liberación de Palestina y se repetía la concepción de no conversar con ella, en tanto rechazará reconocer la existencia del Estado de Israel. En ese aspecto, mantenía la línea de Carter.
Dos aspectos adicionales deben agregarse desde la década de los años setenta. Por una parte, los asentamientos al interior de Israel se extendie- ron y cobraron fuerza, se incluían las áreas urbanas. En 1980, Israel proclamó la anexión de Jerusalén y, posteriormente, se anexaba el Golán sirio, por la otra, ya en estos años se hablaba en Estados Uni- dos de intervención militar para proteger el petróleo, base de la llamada estrategia general de defensa.
En la práctica, en la proyección estadounidense dos elementos han sido determinantes: primero, máximas garantías para Israel y eliminar la causa palestina; segundo, lograr una alianza con los pode- res árabes. A esto se agregó un enemigo a derrotar después de 1979, con el triunfo de la Revolución Islámica de Irán.
En la década de los años noventa, las admi- nistraciones estadounidenses focalizaron, en su política hacia Israel, la necesidad de “resolver” el conflicto israelo-palestino. Paralelamente, en esos mismos años, después de la desintegración de la URSS, que dio al traste con el sistema socialista en Europa, la política de Estados Unidos, como poder indiscutible del momento, recurrió cada vez más a la fórmula militar: el Nuevo Orden Mundial procla- mado por Bush padre, que se manifestó, entre otros aspectos, en la guerra contra Iraq en 1991. Poste- riormente, lo que los propios estadounidenses cali- ficaron como Gran Medio Oriente Ampliado4 ha sido centro de esa política agresiva, la que se reafirmó
ilimitada del poderío militar israelí, financiamiento
económico y garantías estratégicas a su existencia. Paralelamente, acercamiento a los países árabes (petroleros) como Arabia Saudita. Se excluyó cual- quier arreglo con los palestinos. Entre 1976 y 1980 el grupo Carter-Mondale-Brzezinsky, en tanto cali- ficó a la Organización para la Liberación de Pales- tina de terrorista, recalcaba que un Estado palestino no debía ser reconocido hasta que los mismos afir- maran el derecho de Israel a existir en paz.
4 No sabiendo demasiado cómo remodelar el Medio Oriente, Washington, luego de algunas vacilaciones, ha optado por la invención del “Gran Medio Oriente”. Ese nuevo concepto geográfico (geopolítico) designa a los Estados que van des- de los pozos de petróleo del Sahara Occidental a los oleo- ductos de Paquistán, excepto los países del “Eje del Mal” e Israel que ya está democratizado. Esa zona está condenada a los beneficios de la democracia de mercado gracias a la intervención de grupos de la sociedad civil seleccionados por Madeleine Albright y subsidiados por el Departamento de Estado (Meyssan, 2009).
después del 11 de septiembre de 2001, primero con la agresión a Afganistán (2001) con el pretexto de apresar a Bin Laden y, segundo, la agresión a Iraq (2003) bajo la excusa de que Saddan Hussein tenía armas químicas.
Estados Unidos arreció su implantación militar en la zona. En la práctica, en medio del “choque de civilizaciones” Estados Unidos mantuvo –y fortale- ció– su alianza con Israel, así como con algunas monarquías de la región, donde sobresale Arabia Saudita. Paralelamente, desataba una ofensiva diplomática y establecía rígidas sanciones contra Irán5 y aumentaba el número de bases y la presen- cia militar en general. Sin embargo, no todos eran éxitos para Estados Unidos, durante el mandato de Bush hijo –situación heredada por Obama–, se manifestó:
El empantanamiento político militar en Iraq.
El debilitamiento de la función mediadora de Estados Unidos, que no recibía todo el apoyo deseado –y necesario– para sancionar –y aislar– a Irán. En la práctica, las maniobras para deses- tabilizar a Irán y a Siria no tenían los resultados esperados.
La imposibilidad de llegar a un arreglo entre Israel y los palestinos.
Obama no lograba solucionar esa herencia. En ese contexto se inició la denominada primavera árabe. Las revueltas árabes resultaron ser un desa- fío, pero también podían brindar oportunidades. El reto mayor fue aprovechar el momento para tratar de reconfigurar, entendido como no solo el mante- nimiento, sino el reforzamiento de su presencia y dominación de la región.
Barack Obama anunció, el 31 de agosto de 2010, que cumpliría lo prometido en campaña, “acaben las operaciones de combate de tropas estadouni- denses en Iraq”. Así ponía fin a la presencia militar que había durado más de siete años. “Aun así, hasta finales de 2011, quedarían sobre el terreno 50 000 soldados estadounidenses para labores de supervi-
5 A esto ello se añade el conflicto entre Washington y Teherán por el programa nuclear de este país. Aunque el gobierno persa siempre ha planteado que ese programa es pacífico, el accionar estadounidense se tradujo en sanciones que, además, fueron acompañadas por sanciones europeas y de Naciones Unidas.
sión y de entrenamiento de las fuerzas de seguridad iraquíes”.6
El Presidente en su discurso ante el Congreso de Veteranos de Guerra en Atlanta dijo que las fuer- zas estadounidenses “han soportado la carga de la guerra” e hizo referencia a “los terroristas que tratan de hacer descarrilar el progreso de Iraq” (Alandete, 2010).
Obama no mencionó que la guerra la inició Esta- dos Unidos y dejó atrás un país destruido y dividido, una democracia impuesta, un estado permanente de violencia e ingobernabilidad, una infraestruc- tura arruinada, por demás, con una fuerza mili- tar considerable en efectivos militares y bases estadounidenses.
Esa promesa se cumplió a medias, no solo por las diversas formas de permanencia, sino porque en el 2014 las fuerzas militares estadouniden- ses regresaron, para “luchar” contra el terrorismo. En ese año, la ofensiva terrorista del denominado Estado Islámico justificó una mayor presencia mili- tar estadounidense en Iraq, así como la conforma- ción de una coalición liderada por Washington en Siria. Esta última sin consentimiento del gobierno de Damasco.
En cuanto a Afganistán, no se podían ir, se sus- tituyó por: “No podemos olvidar que fue en Afga- nistán donde Al Qaeda planificó y se entrenó para el asesinato de 3 000 personas inocentes el 11 de septiembre. Es en Afganistán y en las zonas tribales de Pakistán donde los terroristas han lanzado otros ataques contra nosotros y contra nuestros aliados”. Posteriormente aprobó el envío de 30 000 militares adicionales a Afganistán (Alandate, 2010).
Estados Unidos y sus socios de la OTAN dieron por finalizada su “misión de combate” en Afganistán, la guerra más larga de la historia estadounidense, en diciembre de 2014, con un plan de retirada pro- gresiva que se iba a completar al fin del mandato de Obama. Sin embargo, la Casa Blanca volvió a modificar al alza las previsiones de tropas en Afga- nistán, mientras que los aliados de la OTAN se han comprometido a destinar fondos a las misiones de seguridad en el país hasta 2020 (EFE, 2016).
6 Robert Gates anunció el 1 de marzo de 2009, que en Iraq se mantendría “una fuerza de transición que tendría una mi- sión diferente y sería caracterizada de otra manera. Serían llamadas brigadas de asesoría y asistencia” y recalcaba que “no serán brigadas de combate”. Paralelamente se incre- mentará la presencia, en miles, de los llamados contratista, en definitiva mercenarios.
El “cambio de régimen” instrumentado por Esta- dos Unidos y sus aliados en el contexto de la deno- minada Primavera Árabe tuvo éxito cuando Gadaffi fue asesinado y se establecía una situación de caos en Libia. Sin embargo, esta fórmula no fructificó en Irán, mientras en Siria se iniciaba una guerra, que ha durado ocho años, además ha mostrado la uni- dad –y fortaleza– del gobierno sirio, de Hezbollah y de Irán.
La administración de Obama anunció que iba a conversaciones con el país persa. Estos plantea- mientos coincidían con la programación de la rea- nudación de las conversaciones israelí palestinas y la “retirada” de las tropas de Iraq. Debe tenerse en cuenta que Estados Unidos había utilizado todos los mecanismos e instrumentos a su alcance para presionar e intimidar a Irán, desde los procedimien- tos mediáticos, hasta la negociación, pasando por la presión militar.7
Obama llegó a un arreglo negociado con Irán; mientras, Israel testimoniaba su desacuerdo y alar- maba sobre la necesidad de atacar a Irán. Obama, con la firma del acuerdo con Irán expresó un cam- bio, una ruptura con las políticas anteriores de Esta- dos Unidos hacia Teherán, sobre todo de Bush hijo, quien incluyó a Irán en la lista de los países patroci- nadores del terrorismo e impuso fuertes sanciones contra el país persa.
Asimismo, Obama trató de avanzar en las nego- ciaciones entre los palestinos e Israel. Sin embargo, no planteó que cambiaría la esencia de lo esta- blecido hasta el momento, sino que continuaría la estrategia seguida, aunque hizo hincapié en el con- gelamiento de la construcción de los asentamientos. Como recordaba en su discurso en El Cairo: “Los estrechos vínculos de Estados Unidos con Israel son muy conocidos. Este vínculo es inquebranta- ble.” “Por otro lado, también es innegable que el pue- blo palestino –musulmanes y cristianos– ha sufrido en la lucha por una patria. Durante más de sesenta años, han padecido el dolor del desplazamiento”. En estas frases está la continuidad estratégica: el vín- culo con Israel es inquebrantable y el pueblo pales- tino “también ha sufrido” (Obama, 2009).
Parecen contradictorias las últimas decisiones
tomadas por el Presidente demócrata: por una
7 Algunas fuentes han revelado que desde enero de 2006 existía un plan para atacar a Irán elaborado por las fuerzas conjuntas de Gran Bretaña, Estados Unidos e Israel. Este plan se pondría en práctica cuando se agotase la “opción diplomática”.
parte, el memorándum que otorga a Israel la mayor ayuda militar concedida por un presidente a Israel y, por la otra, la abstención de Estados Unidos ante la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que condenaba los asentamientos israelíes en territorios palestinos.
La abstención, que permitió la adopción del texto, refleja el pulso por el control de la política exterior entre el presidente saliente, el demócrata Barack Obama, y su sucesor, el republicano Donald Trump. Este último coordinado con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, presionó sin éxito, para impe- dir que la resolución de sometiese a votación y para que, si esto ocurría, Estados Unidos la vetase.
La administración Trump apostó por el fortaleci- miento de su aliado histórico: Israel y la estigmatiza- ción de Irán. La alianza incondicional con el primero, que puede caracterizarse como una semejanza respecto a sus predecesores, expreso una ruptura sin precedentes al trasladar la embajada de Esta- dos Unidos a Jerusalén. No obstante, esa decisión refleja una vuelta atrás que, en primera instancia, legitima dicha acción.
Según Charles Enderlin desde el 24 de octubre de 1995 el Congreso estadounidense aprobó por amplia mayoría un texto en el que se decidía el tras- lado de la Embajada de Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, a más tardar el 31 de mayo de 1999 (Enderlin, 2018). Aunque este traslado figuraba entre sus promesas electorales durante la campaña de 1992, el presidente William Clinton se negó a firmar la Jerusalem Embassy Act, a pesar de que debía entrar en vigor el 8 de noviembre de 1995. Sus sucesores George W. Bush y Barack Obama hicieron lo mismo, considerando también que Esta- dos Unidos debía esperar la resolución del conflicto palestino-israelí y atenerse al consenso internacio- nal sobre el Estatuto de Jerusalén.
No obstante, el presidente Bill Clinton en una entrevista del 2000, meses antes del final de su segundo mandato expresó:
“Siempre he querido trasladar nuestra embajada a Jerusalén occidental […]. No lo he hecho por- que no quería hacer nada que socavara nuestra capacidad de ayudar a negociar una paz segura, justa y duradera para los israelíes y para los palestinos” (Ahren, 2016).
Trump trasladó la embajada de Estados Unidos a Jerusalén en base al acuerdo mencionado, lo que sus antecesores no habían hecho. El reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel contra- dice todos los compromisos y acuerdos de la ONU entre 1948 y 1973, en particular la Resolución 242 para superar los efectos de la guerra de junio de 1967, los que aprobó y respaldó el gobierno de Esta- dos Unidos y, además, evidencia que no tiene inte- rés en mantener “las apariencias” para solucionar el conflicto israelo-palestino.
También desmontó el acuerdo con Irán, desa- tando una histérica propaganda y acciones contra el país persa, que se asemeja mucho a la etapa de Bush hijo.
Cuando Donald Trump llegó a la presidencia, a la herencia de Obama se añadieron ciertos cambios: la guerra en Siria, una marcada presencia político mili- tar de Rusia en el área, a través de la ayuda ofrecida al gobierno de Bashar al Asad frente a la lucha con- tra el terrorismo y la de la República Popular China, sobre todo desde el punto de vista económico.
En ese espacio geopolítico comenzaron ajustes y nuevos paradigmas en los sistemas de alianzas, fundamentalmente los liderados por Estados Uni- dos y Rusia.
Cuando Donald Trump cumplió la promesa de su campaña presidencial de trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén en mayo de 2018, las protestas a nivel internacional no tuvieron el tono ni la fuerza ni la cuantía que se hubiesen esperado. A fines de marzo del 2019, o sea, a menos de un año de haber movido la embajada a Jerusalén, de nuevo se expuso el apoyo total del presidente estadouni- dense a su par Netanyahu, al ser el primer líder de su país –y del planeta– en reconocer la soberanía de Israel sobre las Alturas del Golán, territorio sirio que Tel Aviv ocupa desde la guerra de 1967 (Gómez Maseri, 2019).
En ese contexto, parece, por lo menos aparen- temente, que Trump sacrificaba sus relaciones con otros países de la región, sobre todo árabes, o simplemente logró el objetivo que se propuso Was- hington desde la segunda mitad del siglo pasado: mantener su alianza incondicional con Tel Aviv y excelentes relaciones con los países árabes o, por lo menos, con los que considera más poderosos y afines, por demás, productores de petróleo y enemi- gos de Irán.
Estados Unidos, por una parte, legitima a Israel como país y a Netanyahu como Primer Ministro y, por la otra, amenaza los poderes contestatarios a él en la región. “Esta decisión va en contra de la alianza Irán, Siria y Hezbollah. En lugar de despejar el camino, lo más probable […] es que se agrave el conflicto” (Gómez Maseri, 2019).
A partir del 2011 y hasta la actualidad se ha reconfigurado y recompuesto el sistema de alianzas en el área mesoriental. Las revueltas árabes: por una parte, reafirmaron la alianza de Estados Unidos con sus socios árabes, fundamentalmente los de las monarquías del Golfo y, por la otra, el surgimiento de acercamientos como la protagonizada por Rusia, Irán y Turquía. Dentro de los factores que en primera instancia determinaron la reafirmación de viejas alianzas y los pasos hacia nuevas se encuentran:
La respuesta a las revueltas en Bahrein y, pos- teriormente, la intervención en Yemen. El actor principal fue Arabia Saudita. Además, la solicitud de “entrada” en Libia, que eliminó el gobierno de Gadafi, tuvo su primer paso en la Liga Árabe, donde los países del Golfo fueron protagónicos, así como en la expulsión del gobierno de Bashar al Asad de esta organización y el apoyo a los gru- pos contrarios a Damasco.
La ofensiva terrorista en Iraq y Siria en el 2014, que hizo coincidir los intereses de Rusia, Irán y Turquía.
La conformación de la coalición dirigida por Esta- dos Unidos, en el caso del territorio sirio, sin aprobación del gobierno de Damasco.
La entrada de Rusia, en la lucha contra el terro- rismo en Siria, a solicitud del gobierno de Bashar al Asad, en septiembre de 2015, un año después de creada la coalición dirigida por Washington. Moscú era heredero de la alianza entre la URSS y Siria, asimismo tenía en ese país la única base militar en el Mediterráneo y la lucha contra el terrorismo estaba dentro de los principales pun- tos en su agenda.
La resistencia del Ejército sirio, con el apoyo de Hezbollah e Irán, en la lucha contra el denomi- nado Estado Islámico.
El “cambio de postura” de Ankara, que se ha con- cretado en un acercamiento a Rusia e Irán. En esta variación deben tenerse en cuenta varios aspectos: aunque Estados Unidos y Turquía han sido socios por más de 70 años, las relaciones entre ambos países se encuentran en uno de sus puntos más bajos, por lo menos de momento.
Las relaciones entre Turquía y Estados Uni- dos no habían tenido gran impacto en el aconte- cer mesoriental, no es hasta los años 90s del siglo pasado, cuando el primero, comenzó a proyectar una agenda activa hacia su histórica área natural. Asimismo, en Medio Oriente, Estados Unidos había establecido un sistema de alianzas, cuyo primer país era Israel y había sustituido al Sha de Irán, por otros aliados. Eso no implicó que el acontecer mesoorien- tal excluyera la alianza Washington-Ankara, sobre todo porque Turquía es miembro de la OTAN y Esta- dos Unidos tiene bases militares es ese país, entre otros aspectos esenciales.
Desde el año 2016 hasta la actualidad el dete- rioro de las relaciones bilaterales ha sido evidente. El gobierno de Ankara, después del intento de golpe de Estado de julio del 2016 acusó al clérigo turco Fethullahv Gülen, quien vive en Estados Unidos y al pastor Brunson, de nacionalidad estadounidense, quien fue detenido y juzgado con el alegato, de haber apoyado una organización terrorista en la que también participaba presuntamente Gülen, o sea, se consideraba que ambos estaban involucrados en el suceso, de ahí que Ankara solicitara la extradición de Gulen y, Washington la liberación de Brunson, que ya se encuentra en Estados Unidos.
Paralelamente, Estados Unidos ha desarrollado una política de acercamiento a los kurdos. Estos últi- mos son considerados como un problema de segu- ridad nacional para Ankara, por lo que no puede permitir que eventualmente se conforme un Estado kurdo, ni en Iraq, ni en Siria, ni que se concedan grados de autonomías expresas, que puedan influir al interior de su país. Con el avance del autodeno- minado Estado Islámico en Siria, Estados Unidos estableció relaciones con varios grupos kurdos que enfrentaron a esta organización.8 En su afán de debilitar o derrotar el gobierno de Bashar al Asad, incluso con el objetivo de balcanizar el territorio sirio, Washington y sus aliados obviaron que Turquía con- sidera a las Unidades de Protección Popular (YPG), como una extensión del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) al que clasifican como terroris- tas. Lo cierto es que Turquía, con millones de kur-
8 Washington se convirtió en proveedor de armas para las llamadas Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en kurdo), milicias establecidas en el Kurdistán sirio que enfrentaron exitosamente al Estado Islámico.
dos en su territorio, no puede permitir “un ejemplo a seguir por los mismos”.
También la reimposición por parte de Trump de sanciones contra Teherán y la amenaza de castigar a quienes hagan negocios con la República Islámica choca con los intereses de Ankara. Turquía suple con importaciones de gas y petróleo gran parte de sus necesidades energéticas y para ello depende en gran medida de Irán. Pese a que durante el primer trimestre de 2018 Turquía redujo las importaciones de crudo iraní en un 20 %, Teherán sigue siendo su principal proveedor y los expertos consideran invia- ble un corte absoluto de ese suministro. Además, Turquía e Irán tienen en común que, para ambos, la problemática kurda es sumamente sensible.
El gobierno de Trump ha llegado a imponer san- ciones a dos ministros turcos y duplicar los arance- les al acero y aluminio de Turquía, lo que aceleró la caída de la lira turca. Recep Tayyip Erdogan, señaló que: “Washington debe abandonar la noción equivo- cada de que nuestra relación puede ser asimétrica y aceptar el hecho de que Turquía tiene alternati- vas”. Posteriormente, expresó: “En una parte actúas como un socio estratégico, pero en la otra disparas balas al pie de tu socio. Estamos juntos en la OTAN y luego buscas apuñalar por la espalda a tu socio estratégico” (Bermúdez, 2018).
En ese contexto, a pesar de las fuertes tensio- nes que se desencadenaron entre Rusia y Turquía con el derribo de un cazabombardero del primero por parte del segundo en noviembre de 2015, las relaciones lograron restablecerse. El gobierno de Erdogan decidió adquirir de Rusia el sistema antimi- siles S-400, así como participar plenamente en las iniciativas diplomáticas de Moscú en el proceso de paz en Siria: las conversaciones de Astana.
Como consecuencia, las tendencias hacia las reconfiguraciones de las alianzas comenzaban a manifestar cambios, introducidos sobre todo por el accionar de Estados Unidos en contra de algunos de sus aliados tradicionales como Turquía y la polí- tica de acercamiento de Rusia, precisamente hacia esos aliados de Estados Unidos y otros actores que desde el siglo xx habían tenido relaciones con la URSS, a ello se sumó el acercamiento con Irán.
Los países del Medio Oriente que históricamente han tenido un protagonismo relevante son Irán y Arabia Saudita. Fuertes diferencias históricas como
potencias medias: una persa, de mayoría chiita, con una revolución de base islámica, con un carác- ter antimperialista y antisionista; la otra, árabe, de mayoría sunna, con una monarquía de base waha- bbista, aliada histórica de Estados Unidos, con un papel preponderante en el Consejo de Cooperación del Golfo. Entre ambos se magnifican las diferen- cias históricas y religiosas, si bien estas existen, sus discrepancias esenciales tienen como base sus pro- yecciones como potencias, cuyos aliados regiona- les e internacionales difieren.
Uno de los pilares de la política estadounidense en Oriente Medio es su alianza con Arabia Saudí, Egipto, Israel y Turquía. Hasta 1979 también Irán clasificaba como aliado, después de ese año, ha sido el enemigo a derrotar; pero el principal socio de Estados Unidos en el área ha sido Israel, el que ha tenido un conflicto permanente con los palestinos y los árabes, a quienes se sumó Irán, después de la Revolución Islámica de 1979.
En ese contexto, durante la guerra fría, la URSS estableció relaciones que pudieran calificarse de fuertes con el Egipto de Nasser, la Siria del BASS y los palestinos, esencialmente con la Organización para la Liberación de Palestina, pero nunca esos vínculos tuvieron la fortaleza del sistema de Estados Unidos con sus aliados.
El sistema de alianzas del espacio geopolítico mesooriental había favorecido a Washington. Esa tendencia se fortaleció después de 1991. Desde ese momento y hasta el 2011 continuó con su labor his- tórica de lograr la alianza entre Israel y los países árabes, en ese empeño siempre ha estado en el medio el problema palestino: a través de las con- versaciones, cuya base fue el Acuerdo de Oslo de 1991, parecía se avanzaba a la solución. En la prác- tica siguió siendo todo para Israel y poco o nada para los palestinos.
En noviembre de 2018 el presidente de los Esta- dos Unidos, Donald Trump, planteó que:
“Israel estaría en un gran problema sin Arabia Saudita, […] Si miras a Israel, Israel estaría en un gran problema sin Arabia Saudita […] Entonces,
¿qué significa eso, Israel se va a ir? ¿Quieres que Israel se vaya? Tenemos un aliado muy fuerte en Arabia Saudita […] Los Estados Unidos tienen la intención de seguir siendo un socio firme de Arabia Saudita para garantizar los intereses de nuestro país, Israel y todos los demás socios en la región” (Noticias de Israel, 2018).
Trump ha demostrado su predilección por Arabia Saudita en varios momentos, pero sobresalen que fue el país seleccionado para la primera visita al extran- jero que hizo como presidente de Estados Unidos; el acuerdo multimillonario para comprar armas firmado por Riad con Washington y el apoyo incondicional de este último al primero en la guerra contra Yemen.
Según Rosa Meneses Israel y Arabia Saudí nunca han estado tan cerca. La convergencia polí- tica de ambos países en su presión para que se ejerzan acciones duras contra la influencia creciente de Irán en la región les ha convertido en aliados. Y la decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de retirarse del acuerdo nuclear con Irán es uno de sus mayores triunfos políticos juntos (Mene- ses, 2018). Todo ello, sin ni siquiera establecer con- versaciones directas.
Fuentes cercanas a Netanyahu señalan que los analistas tan solo han visto la punta del iceberg, indicando la profundidad de las relaciones bilatera- les entre Tel Aviv y Riad. Este último no niega las confirmaciones de Israel de su relación normalizada con Arabia Saudí. La relación con Israel no expresa una estrategia saudí bien definida con objetivos cla- ros, sino más bien una falta de opciones en política exterior. Los puntos coincidentes de Israel y Ara- bia Saudita podrían resumirse en que ambos son estrechos aliados de Estados Unidos y los dos paí- ses han encontrado un enemigo común en Irán, al tiempo que rechazan cualquier tipo de acuerdo con este último y lo acusan de ser un peligro para la estabilidad regional (Al-Brari, 2018).
Las acciones de Rusia en el espacio mesoriental se han concretado en el protagonismo político diplo- mático y militar que ha desarrollado en Siria desde septiembre de 2015. Eso ha posibilitado que se forta- lezca la alianza entre Irán, Siria y Hezbollah; a pesar de altas y bajas ha logrado un acercamiento signifi- cativo con Turquía que, a su vez, se ha concretado en acciones conjuntas entre este último, Irán y Rusia. Hasta el momento Ankara está en su punto más bajo en las relaciones con Estados Unidos, pero trata de lograr un mayor entendimiento, al tiempo que mantiene su inclinación hacia las relaciones con Rusia. No obstante, no pueden obviarse las diver- gencias del gobierno de Erdogan con su par Bashar al Asad. La triada Moscú, Turquía e Irán, constituye una alianza coyuntural, pero las relaciones entre
Moscú y Damasco son estratégicas y deben ser duraderas. Por tanto, deben extenderse a Irán, pues los vínculos entre Damasco y Teherán son vitales.
La política de Trump no ha podido frenar los vín- culos entre estos tres países, ni la presencia rusa en Siria, incluido sus dos bases militares, la de Tartus y la de Jmeimim, ambas en Latakia.9
Cuando Trump rompió el acuerdo con Irán y reafirmó sus vínculos con Israel y Arabia Saudita mostró que estaba dispuesto a toda costa a forta- lecer el papel de sus aliados tradicionales, contra su enemigo: Irán. Si eventualmente lograra recupe- rar espacio en sus relaciones con Turquía, podría debilitar a sus oponentes. Aunque Trump dijo se reti- raba de Siria, eso no ha ocurrido, más bien ha dicho que se queda. La alianza Irán-Siria y Hezbollah ha demostrado su fortaleza, pero no debe obviarse el costo material y humano que esto ha significado.
Si bien los aliados de Washington desarrollan acciones militares independientes, cuentan con el apoyo total de este. Ejemplo elocuente, el veto de Donald Trump el 7 de mayo de 2019 a una resolu- ción aprobada por el Congreso para que Estados Unidos retirara el apoyo militar que brinda a Arabia Saudí en la guerra contra Yemen” (Kamm, 2019).
La presencia rusa ha restado protagonismo a Estados Unidos, al tiempo que la derrota del terro- rismo y la permanencia de Bashar al Asad en Siria, lo confirman. Trump no ha contrarrestado el espacio ganado por Moscú, pero ha afianzado las triangu- laciones con sus socios tradicionales, mantiene su presencia en Siria e Iraq, al tiempo que ejecuta accio- nes que amenazan a los aliados de Moscú, sobre todo a Teherán. En ese ámbito, tratará de provocar a Irán para que cometa un “error” que lo desacredite ante los poderes que lo apoyen o justifique cualquier otro tipo de acción contra la milenaria Persia.
9 Según el exjefe del servicio secreto israelí Nativ Yakov Kedmi: “ Las instalaciones militares que Rusia mantiene en Siria sirven más de contrapeso a las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN en el Mediterráneo, pero no tienen el objetivo de realizar operaciones militares […] Está claro que estas instalaciones serán reconstruidas, se convertirán en las ba- ses estratégicas para la Fuerza Aeroespacial y la Armada de Rusia para hacer frente a las bases de la Sexta Flota de Estados Unidos y la OTAN que amenazan a Rusia des- de el sur, se recuperará la escuadra mediterránea, es decir la presencia constante de las fuerzas navales rusas en el Mediterráneo, y la base aérea Hmeymim protegerá desde aire a los buques, proporcionará reconocimiento, más todo los relacionado con la posibilidad de atacar desde el aire. […]. La presencia militar rusa, tiene como objetivo “cumplir tareas globales no relacionadas con Siria” (Sputnik, 2017).
La implementación de la política exterior del mag- nate estadounidense ha estado acompañada por la agresividad en el discurso hacia determinados países, la defensa a ultranza de su aliado más importante, Israel; la ruptura de acuerdos previos y el irrespeto hacia el sistema multilateral y el hacer a mi manera.
La política de Trump hacia la región ha reafir- mado la postura tradicional del país norteameri- cano, en un nuevo contexto. Parecería que hay una ruptura con respecto a las acciones de los Presiden- tes anteriores, pero los objetivos explícitos están en línea con el hilo conductor de la política de Washin- gton hacia la región: mantener la hegemonía, para ello ha fortalecido, tanto la alianza estratégica con Israel, como los vínculos con las monarquías del golfo, sobre todo con Arabia Saudita. Paralelamente ha liquidado las aspiraciones de la causa palestina y ha satanizado de nuevo a Irán.
Las acciones acometidas por la administración Trump confirman que su objetivo es reforzar el con- trol sobre esa área geopolítica. No obstante, será difícil para la Casa Blanca obtener todo lo que se propone y recuperar los espacios que ha perdido en los últimos años y no involucrarse directamente en una nueva intervención militar en la región.
El espacio geopolítico mesoriental se perfila como un área inestable en el corto plazo, donde las alianzas coyunturales pueden modificarse de forma abrupta y donde podrá ocurrir lo inesperado. Lo que sí parece casi seguro, teniendo en cuenta las accio- nes de los poderes, los sistemas de alianza, los espacios perdidos y recuperados, es que los gran- des perdedores han sido los palestinos y los pue- blos que enfrentan las agresiones, los bombardeos y las acciones terroristas.
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