EL MUNDO EN QUE VIVIMOS
The Amazon on fire in the light of Political Economy
Miembro de Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba. Doctor en Ciencias Económicas. Profesor Titular de Economía Política, Historia del Pensamiento Económico y Teoría Económica, Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García. Presidente de la Sociedad Científica de Pensamiento Económico de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba, e-mail: emolina@isri.minrex.gob.cu
Recibido: 16 de septiembre de 2019 Aprobado: 24 de septiembre de 2019
Algo semejante ocurre en la Amazonía. Y es por eso que los intereses del capital están reñidos con la conservación del oxígeno en el planeta. Para Bolsonaro no resulta racional la existencia de un inmenso territorio que no aporta, ni renta del suelo, ni enormes ganancias a la agroindustria contemporánea. Bolsonaro invoca la soberanía del capital para quemar esos bosques y convertir esas tierras en fuerza económica.
Something similar happens in the Amazon. And that is why the interests of ca- pital are at odds with the conservation of oxygen on the planet. For Bolsonaro, the existence of an immense territory that does not contribute with land rent, or huge profits to contemporary agribusiness is not rational. Bolsonaro invokes the sovereignty of capital to burn those forests and convert those lands into an economic power.
Cuando el mundo todavía sufre los estragos de los incendios en la Amazonía, ante la indolencia de los poderosos que pudieran haber evitado o debie- ran ayudar a resarcir los daños, Cuba perfecciona y diversifica su cobertura boscosa en aras de garan- tizar la prevalencia del patrimonio forestal cubano.
Pero no siempre fue así. Nuestros primeros histo- riadores nos hablan de cómo, a la llegada de Cristó- bal Colón se podía caminar toda la Isla a la sombra de sus bosques.
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El problema del carácter destructivo del capital sobre la naturaleza se ha hecho tan evidente durante el siglo xx e inicios del xxi, que puede resultar lógico que los menos informados crean que el problema
existe en términos históricos relativamente recien- tes. Con distintos enfoques y aristas, muchas de las ideas que surgieron desde el siglo xix nos han aler- tado sobre alcanzar aquel desarrollo que permita satisfacer las necesidades del presente sin compro- meter la habilidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades.
Varios han sido los autores, algunos de ellos cubanos, que abordaron el tema del daño provo- cado a la naturaleza por el hombre.
En su artículo “Montes o bosques de la isla de Cuba”, publicado en El Mensajero Semanal, el 25 de agosto de 1828, plantea Saco un análisis de la problemática económica-ecológica que se adelanta a sus tiempos. Ante todo, reconoce a un autor, el Dr. José Ricardo O’Farril, quien 32 años antes había alertado sobre el problema en su Memoria presen- tada a la Sociedad Patriótica de La Habana. ¿Por qué es perjudicial la destrucción de los bosques?
Porque disminuye el combustible necesario para los ingenios.
Deteriora el clima, disminuyendo las aguas; de aquí nacen las sequías.
Saco recomienda que la explotación de los bos- ques se realice teniendo en cuenta su conservación y que se trabaje en la dirección de formar nuevos bosques. Alerta que si no se le hace caso a sus recomendaciones al cabo de los años Cuba tendrá que traer maderas de otras naciones para resolver sus necesidades al respecto, con el consiguiente daño económico.
Ramón de La Sagra se manifiesta contra la polí- tica de destrucción de bosques asociada al desarro- llo de la industria azucarera. El derecho a deforestar la isla fue una de las grandes victorias de los hacen- dados azucareros. Los bosques fueron arrasados y como dijera de La Sagra: “en ningún momento dis- cutieron la utilización racional de los recursos fores- tales; sino a quien correspondía el derecho de talar y destruir” (La Sagra, 1963: 67). De La Sagra pidió establecer reservas forestales intocables como una salvaguarda de la Isla para las generaciones futu- ras. Y como sabía que esto iba contra el concepto burgués de propiedad, hace una crítica socialista a lo que llama “Vicios de la teoría económica de la libertad mal entendida”, exigiendo la subordinación de esa libertad a la utilidad pública (de La Sagra, 1963: 67). Y añade:
“El periodo actual de madurez de la humanidad, enriquecida con las conquistas de la ciencia, e iluminada en sus empresas por el sentimiento moral, corresponde la grande y trascendental empresa de explotar la superficie del planeta que habita, del modo más útil y conveniente, no sólo para la generación presente, sino también para las generaciones venideras, lo cual no se con- seguirá jamás si no se subordinan los intereses individuales, efímeros y transitorios, a los gene- rales y eternos de la humanidad entera” (de La Sagra, 1963: 64).
Carlos Marx reconoció el aporte científico que hizo Adam Smith en relación con la renta del suelo capitalista. Smith apreció cómo los productos que una vez proporcionan renta, otras veces no lo hacen. El bosque, por ejemplo, en un país densa- mente poblado y edificado como lo era Inglaterra, proporcionaba renta, pero se estaba pudriendo vivo en muchas zonas de América del Norte. Y en efecto, la tierra unas veces se convierte en fuerza econó- mica y otras no.
Algo semejante ocurre en la Amazonía. Y es por eso que los intereses del capital están reñidos con la conservación del oxígeno en el planeta. Jair Bolso- naro, presidente del Brasil, es un legítimo represen- tante de los intereses del gran capital: no le interesa para nada subordinar los intereses individuales, efí- meros y transitorios, a los generales y eternos de la humanidad. La Amazonía no está densamente poblada urbanísticamente, la habitan descendientes aborígenes, que protegen la “madre tierra”.
¿Qué renta paga el resto del mundo por el oxí- geno que produce la Amazonía para todo el pla- neta, para todos los seres vivos de la tierra? Bajo una sociedad capitalista mundial esto no resulta racional: la existencia de un inmenso territorio que no aporta ni renta del suelo, ni enormes ganancias a la agroindustria capitalista. Bolsonaro invoca la soberanía del capital para quemar esos bosques y convertir esas tierras en fuerza económica.
¡Nadie paga por el oxígeno que produce la Ama- zonía brasileña!
Uno de los méritos considerables de Adam Smith consiste en que ponía el nivel de la renta de las mercancías de segundo orden en dependencia del nivel de la renta proporcionada por el capital inver- tido en la producción de los productos alimenticios principales.
Molina Molina La Amazonía en llamas a la luz de la Economía Política
Una vez liberadas de bosques las tierras de la Amazonía, se podrán sembrar de soya, dedicar a la ganadería, a la agroindustria, a la minería, al servi- cio del capital transnacional.
No creo que Bolsonaro haya estudiado la obra de Adam Smith o de Milton Friedman. Y, sin embargo, puede ser considerado uno de los fieles seguidores ideológicos de este último.
Llama la atención como Naomi Klein destaca la alegría de Milton Friedman, máximo representante de la Escuela de Chicago, al conocer este el desas- tre del ciclón Katrina y la oportunidad que se abrió para privatizar la educación en Nueva Orleans como buen ejemplo para todo Estados Unidos:
Milton Friedman fue uno de los que vio oportuni- dades en las aguas que inundaban Nueva Orleans. Gran gurú del movimiento en favor del capitalismo neoliberal, fue el responsable de crear la hoja de ruta de la economía global, contemporánea e hiper- móvil en la que hoy vivimos. A sus noventa y tres años, y a pesar de su delicado estado de salud, el “tío Miltie”, como le llamaban sus seguidores, tuvo fuerzas para escribir un artículo de opinión en The Wall Street Journal tres meses después de que los diques se rompieran: “La mayor parte de las escue- las de Nueva Orleans están en ruinas –observó Friedman–, al igual que los hogares de los alumnos que asistían a clase. Los niños se ven obligados a
ir a escuelas de otras zonas, y esto es una tragedia. También es una oportunidad para emprender una reforma radical del sistema educativo” (Klein, 2008).
Jair Bolsonaro no fue sorprendido por la oportu- nidad de la Amazonía en llamas. Su actitud antes y después de estos acontecimientos ha sido cómplice del hecho. Discípulo vulgar de Maquiavelo, Bolsonaro tiene como divisa: “Si el hecho me acusa, que el resul- tado me excuse”. Y desde el poder pone a su servicio personal y del capital transnacional las tierras arrasa- das de la Amazonía. Pero él no es el único responsa- ble: él es una pieza del sistema global del capital.
Karl Marx fue un personaje importante en las ciencias sociales del siglo xix. Se le ha denominado el último economista clásico. Aportó gran parte de las premisas epistemológicas del mundo intelectual europeo de ese entonces.
Cuando Engels dijo que el pensamiento marxista tenía sus raíces en Hegel, Saint Simon y los eco- nomistas ingleses clásicos, estaba confesando ser parte de ellos. Y no obstante Marx afirmó participar en una “crítica de la economía política”, afirmación que hace con base muy seria.
Nadie como Marx supo desentrañar los proble- mas científicos planteados por los autores “clásicos” y “vulgares”, según la propia denominación o clasifi- cación que hiciera el propio Marx. Si Marx se hubiera limitado a estudiar la historia económica y política
de las sociedades precapitalistas y la capitalista, no hubiera podido aprovechar la inteligencia de tantos economistas que lo precedieron unos (los clásicos) para identificar las leyes económicas objetivas aso- ciadas a cada sistema social y otros (los vulgares) para reflejar los fenómenos superficiales del devenir de esos sistemas sociales: todos ellos sirvieron de campo de investigación al primer científico social que develó la materialidad del comportamiento social, pues hasta ese momento solo se reconocía la materialidad de los fenómenos naturales.
Al mismo tiempo, Marx no perdió de vista la his- toria económica a escala global y geográfica hasta donde pudo hacerlo, porque solo así podía contar con un criterio de comprobación científica de su que- hacer científico. No olvidemos que Marx no restringió su concepción a las cinco formaciones económi- co-sociales que los manuales marxistas posteriores presentaron en forma lineal progresiva: él nos habló del modo asiático y de la sociedad antigua.
Llama la atención que Federico Engels al refe- rirse a cómo solo con el socialismo surgiría la capa- cidad real para proteger la naturaleza, toma de ejemplo a Cuba. Así lo expresó en forma muy clara: “La ciencia social de la burguesía, la Economía Política Clásica, solo se ocupa preferentemente de aquellas consecuencias sociales inmediatas de los actos realizados por los hombres en la producción y el cambio (…) Cuando en Cuba los plantadores españoles quemaban los bosques en las laderas de las montañas para obtener con la ceniza un abono que solo les alcanzaba para fertilizar una genera- ción de cafetos de alto rendimiento, ¡poco les impor- taba que las lluvias torrenciales barriesen la capa
vegetal del suelo, privada de la protección de los árboles, y no dejasen tras sí más que rocas desnu- das! (Engels, 1978: 38).
A ninguna otra sociedad que la capitalista atribuyó Marx un carácter tan catastrófico, capaz de destruir a las dos fuentes funda- mentales de toda riqueza: al hombre y a la naturaleza.
Solo el socialismo, incluso, a escala nacio- nal, cuando está “bien diseñado”, es capaz de dirigir sus actos productivos con visión pros- pectiva a largo plazo, con responsabilidad por las generaciones futuras y protegiendo la madre tierra con ciencia y conciencia.
Pero cada día nos acercamos a pasos agi- gantados al llamado de Rosa Luxemburgo: “O Socialismo o barbarie”.
Engels, F. (1978). El Papel del Trabajo en la transformación del mono en hombre. En: Marx, C. y Engels, F. Obras Escogidas. Tomo III. Moscú: Editorial Progreso.
Klein, N. (2008). La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Argentina: Editorial Paidós.
de La Sagra, R. (1963). Cuba 1860. Selección de artículos so- bre la agricultura cubana. La Habana: Comisión Nacional de la Unesco.
Saco, J. A. (1999). Montes o bosques de la isla de Cuba. Colec- ción de papeles científicos, históricos y políticos y de otras causas sobre la isla de Cuba. Tomo I. La Habana: Editora Nacional de Cuba, pp. 9-11.