Simón Bolívar and José Martí: analogy in a thought for the American Union
Recibido: 19 de agosto de 2019 Aprobado: 24 de septiembre de 2918
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Al tiempo que se generalizan las invocaciones, prevenciones y defensas a las diversas manifesta- ciones de lucha por la independencia e integración de América Latina, en medio de un contexto en el que cada día toman cuerpo nuevas y encubiertas extensiones de la crisis internacional, la heroica
proyección de unidad latinoamericana se yergue poderosamente en nuestros pueblos, a través de diferentes propuestas de alianza en el área.
Bienvenida esta idea, sin embargo, como bien se conoce, el concepto de integración, entendida como un proceso amplio, intenso, complicado, múltiple y profundo, entre dos o más naciones, es muy com- plejo y, aunque implica la vinculación o interpreta-
ción multidimensional: social, política, económica, cultural, científica, diplomática y protagónica de diversos agentes de las sociedades involucradas, su referendo de base ha sido económico, puesto que solo luego del intento del vigente Tratado de Roma, destinado a “establecer los fundamentos de una unión sin fisuras más estrecha entre los países europeos”, y quedó “claramente afirmado el objetivo político de integración progresiva entre los diversos países miembros, no ha habido en la práctica nin- guna otro referencia concreta y definida integración política, de ahí que hablar de este tema en nues- tra zona constituya la alusión a un fenómeno muy embarazoso en nuestra América toda.
No obstante, sucede que focalizándolo particu- larmente en el Caribe y en Latinoamérica, adquiere una especificidad que sí alcanza una significación sui generis, aunque no lo aleja de las problemáticas esenciales que rodean al continente y al mundo, ni tampoco del imperativo en su momento de la unión regional y la consolidación de la emancipación de la corona española y la forma de lograrla, según cri- terio estrenado por Simón Bolívar a inicios del siglo xix, cuando expresó:
“(…) yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria (…). Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración (…) más esta unión no nos vendrá por pródigos divinos sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos” (Bolívar, 2010).
En rigor, transitar por la senda del quehacer conjunto de José Martí y Simón Bolívar, entre otros destacados próceres del área, pone de relieve el engarce de saberes, ideologías y obras de dos paradigmas en la comunicación de lo político, de su propósito integrador a la manera de un eje político desconocedor de la esencia económica de donde se ha de derivar, así como de la lucha por el orde- namiento de la embestida social, sufrida directa e indirectamente por la intervención e intento de dominación imperial de Estados Unidos en América Latina y el Caribe.
Mas, aunque el proceso de integración política en esta región exhibe un origen remoto y revelaciones milenarias, al igual que la idea de unidad, cuyas raí-
ces y huellas profundas también tienen su impronta en la dinámica de una historia sufrida, de llanto, de dolores compartidos, complicada y discontinua, se revitaliza en la actualidad con la necesidad de sal- var la ausencia de aspectos medulares que de una forma u otra han incidido en el logro de una verda- dera integración en la región.
Por consiguiente, un plan integral para el desarro- llo de América Latina y el Caribe ha de tener presente el progreso, paso a paso, de la integración legítima, llámese ALBA o como propuso el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías, en el discurso de Clausura de la II Cumbre de Presidentes y Jefes de Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe el 17 de abril de 1999, cele- brada en República Dominicana, cuando proclamó la idea de marchar “(…) hacia una Confederación de Estados Latinoamericanos y Caribeños” (Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela, 2000).1
Por lo pronto, para que las naciones latinoa- mericanas y caribeñas alcancen estabilidad como Estados independientes, precisa que se produzca la adecuada estructura de interdependencia eco- nómicas entre los países de Norte y del Sur, de forma tal que se disminuya la dependencia externa de los países del Norte y, en consecuencia, nues- tras naciones estén al servicio de las necesidades colectivas de “dentro” y no al servicio de rendimien- tos calculados por y para los de “afuera”.
Se trata, pues, de la proyección de una tentativa novedosa, en términos de cooperación, concerta- ción, colaboración, convenios, gestión diplomática y solidaria, consideración a las “economías emer- gentes”, fundamentalmente del Caribe, que tenga en cuenta, además, la recepción de nuevos modelos de interrelación política y económica, la aplicación de los modos de producción y reproducción de bie- nes materiales y espirituales, una mayor participa- ción y distribución de las riquezas y propiedades para los subdesarrollados, equidad y justicia social, aceptación de las diferencias ideológicas, étnicas, genéricas y culturales de todo tipo. De modo que los países en desarrollado logren ocupar en el complejo contexto mundial actual, una posición que vaya más allá de suministradores de productos básicos y se logre una estructura de producción y gestión polí- tica de acuerdo con las necesidades de la población mayoritaria de la sociedad.
1 Véase: Naím Soto, N. N. (2004). Alternativa Bolivariana para las Américas: una propuesta histórico política al ALCA.
Con todo, la revisión de distintas fuentes con- sultadas da cuenta de los distintos discernimientos que se han manifestado en torno a las teorías de la unión latinoamericana y caribeña, así como de la polémica sobre todo del espacio y tiempo históri- cos de convergencias y confrontaciones, en los que también cristaliza el asentamiento de una espiritua- lidad de resistencia y combate en franco concierto con la solidaridad, la asunción del conflicto del otro y la valoración de experiencias acumuladas que, aunque muchas veces trilladas por el caudillismo, el fraccionamiento, el regionalismo, la deslealtad, entre otros males, han de servir de soporte al estudio de la realidad americana con parámetros continentales propios, originales y críticos, capaces de establecer el vínculo necesario entre lo autóctono y lo genuino de nuestras naciones con los móviles que genera- ron determinados movimientos populares y hechos sociales de gran trascendencia en la zona.
Conforme con esta creencia, bien vale la pena repensar una y otra vez sobre el principio y la com- petencia de la unión para alcanzar la verdadera descolonización y no la proclamada emancipación de Latinoamérica, donde ya debe suponer la inclu- sión del Caribe, pese a que aun en este siglo xxi se sigue hablando del Caribe y América Latina como dos zonas geopolíticamente separadas y, al pare- cer, diferentes. Al punto que la nueva visión de la alianza constituye un imperativo para poder garanti- zar, mediante ella, la protección y amparo de Nues- tra América y enfrentar el cada vez más ascendente interés norteamericano de instalarse y posesionarse de nuestros pueblos.
Sin embargo, esta vuelta a un pasado-presente supone ir a la fuente de una tradición y un pensa- miento político revolucionario e independentista, cuya lógica se deriva de una concepción ético-hu- manista del mundo que no solo se articula con una época específica, sino que alcanza, se proyecta y trasciende socialmente en diacronía, pues en pala- bras de Vitier:
“(…) nuestro pasado es una futuridad. Todos los hombres que nos precedieron como próceres o pensadores tenían un pensamiento de futuro. Nuestro pasado es el pasado de una futuridad. Somos la futuridad de ese pasado” (Vitier,1998).
Y luego con su acostumbrada genialidad expresa una idea que sin dudas realza la evocación a los héroes a los que dedicamos esta disertación, cuando precisa que:
“(…) no puede negarse que existen hombres superiores, lo son en tanto voceros, en tanto Apóstoles; voceros de una verdad que ellos no han inventado, que ellos no han creado, de la que ellos participan y con mayores luces que los demás predican y convencen. Si no se convence no se vence. Ese es el papel de los hombres superiores” (Vitier,1998).
En virtud de ello, no hay ocasión mejor para aco- ger con beneplácito esta última referencia de nues- tro pasado-presente-futuro americano y concentrar la atención en la doctrina de dos sujetos históricos de proyección continental y hasta universal: Simón Bolívar y José Martí, cuyas tesis esenciales patro- cinaron e intercedieron por la filosofía de la unidad como vía insuperable de liberación para los pueblos caribeños y latinoamericanos, dan fe de la com- prensión y alcance de la naturaleza analógica de su doctrina por la unión americana y, gracias a ella, se deduce la intención conciliadora de una nueva apo- logía entre sus pensamientos y acciones por y para la Patria Grande, los cuales parecen haber sido concebidos y expresados para que se insertaran y perduraran en las conciencias de todos sus compa- triotas en todos los tiempos.
Así, la complicidad de sus múltiples prédicas sirve para definir, por un lado, la génesis de la idea de la independencia en la praxis social y, por otro, explicar las distintas alusiones y tentativas a favor del fomento de la integración como un consenti- miento patrimonial que simboliza un ciclo complejo, profundo, multifacético y de fuertes compromisos y estrategias, desde todas las dimensiones posibles.
En tal sentido, muchos autores coinciden con la percepción de que la ideología de Simón Bolívar constituye uno de los factores determinantes para la conformación de una doctrina integracionista latinoamericana, desde el inicio de la etapa posin- dependentista. Mas, realmente su pensamiento integracionista se fue anticipando primero a través de muchas conversaciones y documentos diversos, en los que poco a poco se fue definiendo su ver- dadero ideario latinoamericanista, declarado fun- damentalmente en la “Carta de Jamaica”, donde el Libertador en 1824, exterioriza sus inquietudes y preocupaciones en torno a su idea de la instaura- ción, en primer lugar, de una República que pudiese controlar y dirigir los destinos de las naciones de Sudamérica y, al mismo tiempo, cegara las preten- siones imperialistas que mantenían al territorio en
un estado de desolación y abandono. En este orden, suyas son las siguientes afirmaciones, a las cuales acudimos y reproducimos en toda su extensión, debido a su importancia y el significado con que en este caso se interpreta la noción “integración”, cuyo significado sea quizás mucho más extensivo que el que comúnmente se le atribuye, a saber:
“Yo tomo esta esperanza por una predicción, si la justicia decide las contiendas de los hombres. El suceso coronará nuestros esfuerzos; porque el destino de América se ha fijado irrevocable- mente; el lazo que la unía a España está cor- tado; la opinión era toda su fuerza; por ella se estrechaban mutuamente las partes de aquella inmensa monarquía; lo que antes las enlazaba ya las divide; más grande es el odio que nos ha inspirado la Península que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes, que reconciliar los espíritus de ambos países. El hábito a la obediencia; un comercio de intereses, de luces, de religión; una recíproca benevolen- cia; una tierna solicitud por la cuna y la gloria de nuestros padres; en fin, todo lo que formaba nuestra esperanza nos venía de España. De aquí nacía un principio de adhesión que parecía eterno; no obstante que la inconducta de nues- tros dominadores relajaba esta simpatía; o, por mejor decir, este apego forzado por el imperio de la dominación. Al presente sucede lo contrario; la muerte, el deshonor, cuanto es nocivo, nos ame- naza y tememos: todo lo sufrimos de esa desna- turalizada madrastra. El velo se ha rasgado, ya hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas: se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos. Por lo tanto, América combate con despecho; y rara vez la desesperación no ha arrastrado tras sí la victoria” (Bolívar, 2015: 66).
En otro momento de este famoso documento, también refleja con claridad la trágica dicotomía entre su deseo y el diagnóstico que el mismo liber- tador hacía de las opciones de este proyecto de con- federación, así como sus ideas sobre la instauración de una República, sus características y condiciona- mientos en América, al igual que los beneficios que esta podría proporcionar a los pueblos americanos y los presagios sobre los temores y las barreras que pudieran limitar su buen funcionamiento, al respecto señala:
“Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vín- culo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas cos- tumbres y una religión debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los dife- rentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres dese- mejantes dividen a la América. ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la gue- rra, con las naciones de las otras tres partes del mundo” (Bolívar, 2015: 68).
Semejante e incitante proceder se posesiona de este mismo autor, cuando ocho años más tarde reconoce el paradigma de la unión en el Congreso Anfictiónico de Panamá, al anunciar: “(…) vamos a convocarnos a una Liga, a una unión de naciones (…) a una unión moral de las repúblicas congrega- das” (Bolívar, 1824: 68) y, en esta misma dirección, si hacemos un análisis de discurso en nuestros días, puede advertirse su filiación a la unidad latinoame- ricana y caribeña y, además, el reconocimiento y actuación consciente de los problemas de la integri- dad de la América, cuando declara en Lima en 1847, que las “(…) repúblicas, ligadas por el vínculo de origen, el idioma, las costumbres –por su posición geográfica, por la causa común que han defendido, por la analogía de sus instituciones y, sobre todo, por sus comunes necesidades y recíprocos intere- ses, no pueden considerarse sino como parte de una misma nación” (Bolívar, 1824: 163).
En este mismo principio basa también otros razo- namientos, con el propósito de lograr este fin pri- mero en el Cono Sur de América y luego en Centro América y el Caribe, una vez que los países que conformaban estas áreas fueran logrando el ocaso de la autoridad imperial de España y compren- diendo, a la vez, el interés de otra potencia naciente mucho más cercana, lo que sin pretenderlo contri- buye con la irradiación y resonancia del sentimiento de unificación, asociado al rechazo del histórico conquistador que –aunque en fase de decadencia–, era aún una amenaza. De ahí el entramado que anuda y hermana una misma aspiración en Bolívar
y Martí, que aunque ajustada a las culturas, identi- dades y voluntades de cada pueblo podría ser una alternativa social más próspera para el ser caribeño y latinoamericano.
Efectivamente, a la luz de este mismo camino sobresale otra de las figuras cimeras dentro de la pluralidad de voces que se escuchan en la época, a favor de este mismo ideal: José Martí, quien no solo refrenda la idea acerca de la unión de las Antillas, sino también clama por el deseo de independen- cia e integración de América Latina amparado por Bolívar y, aunque respalda los pronunciamientos en igualdad con las posturas asumidas por otros antilla- nistas Betances y Hostos, el Apóstol le incorpora un significado ético, social, político y cultural adicional, que resume en una estrategia continental con vistas a lograr la más auténtica, autóctona, democrática popular e antiimperialista, concepción formulada de una manera distintiva en lo concerniente al aspecto formal, pero consonante en su esencia, pues se trata del desplazamiento del hispanoamericanismo al americanismo (en el sentido amplio que él con- cibe: Nuestra América) y, de aquí, al antillanismo.
En lo concerniente a este punto, Gaztambide insiste en que el imaginario martiano era internacio- nalista y, añade también que su pensamiento estuvo atravesado al principio por la misma ambigüedad, en cuanto a la línea divisoria de las demarcaciones de América, Hispanoamérica, el hemisferio, el con- tinente, las Antillas y América Latina (Gaztambide, 2008: 56); proceder que en consideración de Rodrí- guez se movió conscientemente, a partir de lo que expresa en un artículo publicado por Martí el 22 de abril de 1877 en El Progreso, donde habla de la civi- lización original y autóctona de los pueblos indíge- nas, de la práctica inhumana y devastadora de la civilización europea contra la americana, la creación de un pueblo nuevo, del mestizaje como rasgo cultu- ral que identifica a un nuevo pueblo americano que retoma y revive los elementos ancestrales (Rodrí- guez, 2002: 17).
En efecto, la tesis sobre la asociación de las Anti- llas –que para el Maestro la conformaban la llama- das Antillas Mayores–, no puede entenderse como un convite con mayor relevancia que los anteriores; sino que pese a que en opinión de algunos autores, la génesis de su meditación al respecto no parece sistémica, su doctrina constituye un hecho trascen- dental, porque el amplio conocimiento adquirido sobre la realidad americana dan cuerpo a su aser- ción de que:
“[era] necesario ir acercando lo que [había] de acabar por estar juntos, ya que urgía impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se [extendieran] por las Antillas los Estados Unidos y [cargaran], con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América” (Martí, 1975c: 167).
En rigor estas palabras descubren el vínculo, por un lado, entre la necesidad del concierto antillano como medio de defensa de nuestros territorios, es decir, como forma de enfrentar el porvenir de las islas y asegurar su independencia y, por otro lado, con su concepto de equilibrio, por ser en su parecer una estrategia segura y competente que, atendiendo al lugar que ocupaban las Antillas, no solo serviría para dar solución a los problemas más urgentes sino también, para lograr la pretendida unidad.
Sin duda, el punto de vista en lo referente al equi- librio martiano no solo se avino a la ubicación de las Antillas en la zona, sino que adquirió una dimensión mayor al momento que llegó a pensar en la viabili- dad de lograr un acercamiento entre Cuba y Europa, a creer que si Puerto Rico y Cuba lograban final- mente su independencia tendrían la posibilidad de formar una liga, junto con Santo Domingo y algunos países de América Latina y Europa, el Caribe podría llegar a ser el fiel de la balanza entre los dos hemis- ferios o el crucero del mundo, y hasta en un posible enlace entre aquella y América Latina, lo que impli- caría la tentativa y disfrute de una tercera fuerza equilibradora del mundo. En relación con este con- cepto, puntualiza Martí:
“La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de las islas donde se ha de cruzar, en el plazo de pocos años el comercio de los con- tinentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y el equilibrio aún vaci- lante del mundo” (Martí, 1975b: 54).
Por consiguiente, desvelar la filosofía de la per- cepción adelantada de Martí en relación con el equi- librio, constituye uno de los conceptos cardinales del pensamiento político martiano, al mismo tiempo que sustento de su estrategia continental de libera- ción nacional. Visto en todos sus sentidos, demues- tra la madurez política alcanzada por el Apóstol. En principio, la fuerza moderadora que él proponía se asentaba en el criterio de que el logro de la indepen- dencia de las Antillas garantizaría la independencia
Latinoamericana; salvaría las mejores tradiciones democráticas en los propios Estados Unidos y, al mismo tiempo, contribuiría así con el equilibrio del mundo, para evitar el choque de intereses en Amé- rica entre las potencias europeas y Estados Unidos (Arias, 2011: 27), aunque vale aclarar que en esta última meditación se constata una digresión que no guarda relación con el área en discusión.
De hecho, el ideal antillanista martiano, más bien americanista y hasta universal, como forma de garantizarles a estas islas el logro de sus aspiracio- nes independentistas y método de defensa de nues- tros territorios y como invocación de la necesidad de equilibrio que se infiere de sus planteamientos, que- daron reiteradamente expuestos, tanto a través de fragmentos de sus cartas enviadas a Serafín Bello desde New York en noviembre de 1889, en la que insinúa las pretensiones de Estados Unidos sobre Cuba y las Antillas; de ahí que había llegado: “la hora de sacar a plaza su agresión latente de quien se revela su empeño sobre las islas del Pacífico y sobre las Antillas, sobre nosotros” (Martí, 1975a:
255) e, igualmente, en la que le dirigió a su amigo Federico Henríquez y Carvajal,2 en la que se veri- fica su legado antillanista al insistir en la apremio de una forma de gobernarse, el favorecimiento del desarrollo, la promoción de la educación, el cuidado y defensa de los intereses de las personas más pobres y oprimidas, en cada uno de los pueblos de América que habían alcanzado su independencia. Testimonio de ellos son sus emotivas palabras:
“(…) yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir, callado. Para mí, ya es hora. Pero aún puedo servir a este último corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo. Vea lo que hacemos, usted con sus caras juve- niles, y yo, a rastros con mi corazón. “de Santo Domingo ¿Por qué le he de hablar? ¿Es eso cosa distinta de Cuba?” (Martí, 1975b: 55).
Si tan importante resulta, en este sentido, su reconocimiento y adhesión al proyecto antillano su sentenciosa advertencia en estas dos referencias
2 Se trata del letrado, poeta, orador, periodista, educador, y abogado y figura civil dominicana de gran prestigio, por la fuerza de su pluma y de su palabra.
anteriores que, aunque llevado a la actualidad no alcanza lo deseado ni se corresponde con lo que realmente ha pasado, también lo testimonia otro de sus documentos en el que da fe de su punto de vista al respecto. En este caso se trata del artículo titulado “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano: el alma de la revolución y el deber de Cuba en Amé- rica”, escrito en conmemoración de tercer aniversa- rio de la fundación de esta institución política, y en el que con lapidaria claridad vuelve a alertar sobre el tema del peligro que representan los Estados Uni- dos sobre las Antillas. De esta suerte, expone:
“(…) En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder,
–mero fortín de la Roma americana–; y si libres
–y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora–serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio –por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles– hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo” (Martí, 1975b: 142).
Al decir de Ramón de Armas: “En general, la modalidad de articulación, proyectada por Martí hasta al esbozar el programa del Partido Revolu- cionario Cubano contó con todas las fuerzas de la unidad antillana como única senda para materiali- zar las aspiraciones independentistas” (de Armas, 1993:123) y la distingue este autor como la vanguar- dia antillana de la segunda mitad del siglo xix y la estrategia revolucionaria continental de José Martí, quien va dando a conocer esta doctrina desde el propio Manifiesto de Montecristi y, posteriormente, a la luz de las experiencias vividas en los distintos países que visitó y de la estancia en Estados Uni- dos se acrecientan sus conocimientos sobre la reali- dad americana, se radicaliza su pensamiento, hace públicas verdades y pronósticos sobre advenimien- tos en germen como el siguiente:
“Hay provecho, como hay peligro, en la intimidad inevitable de las dos secciones del Continente Americano. La intimidad se anuncia tan cercana,
y acaso por algunos puntos tan arrolladores, que a penas [sic] hay tiempo necesario para ponerse en pie, ver y decir (…)” (Martí, 1975d: 268).
En consonancia con esta última profecía, dice en otro de sus discursos:
“Todo nuestro anhelo está en oponer alma a alma y mano a mano los pueblos de nuestra América Latina. Vemos colosales peligros; vemos manera fácil y brillante de evadirlos (…) Pensar es prever. Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto. Si no (…) se estará sin defensa apropiada para los colosales peligros” (Martí, 1894: 258).
Estas revelaciones distinguen y elevan la figura del Maestro en dos sentidos: en primer lugar, por- que dan cuenta una vez más de que la conciencia de alianza del mundo antillano fue planteada como forma de garantizarles a estos pueblos el logro de sus aspiraciones independentistas (aunque no siem- pre la idea de confederación antillana estuvo vincu- lada con el objetivo independentista) ni vista como un apremio en un espacio más abarcador: el anti- llano y el latinoamericano, como método de defensa de nuestros territorios contra los nuevos imperialis- tas estadounidenses; y en segundo lugar, porque por la manera en que está expresado su contenido puede inferirse que ya en estos momentos reconoce a Nuestra América con la extensión que da nombre a su ensayo extraordinario y proverbial.
De este modo, pese a la dificultad que conlleva ordenar tan vasto horizonte, a la vista de las múlti- ples interpretaciones historiográficas sobre el modo en que el debate teórico ha pretendido conceptuali- zar tanto las particularidades y los nexos entre dos ideas sustanciales en el conjunto de su producción intelectual: la independencia en América Latina y la región del Caribe y la de la necesidad de unión, por una parte, y la defensa de la raza negra y abo- lición de la esclavitud, por otra, fundamentalmente durante la segunda mitad del siglo xix, se puede reconocer una alineación paulatina de un ideario de integración latinoamericana que continúa Martí y, al mismo tiempo, la identificación en la zona de otros eventos, avalados por una tradición política revolu- cionaria que gradualmente se fue materializando y enraizando en intentos por avivar el desarrollo de la integración, mediante la recomendación de ensayos concretos que actuaron también como anteceden- tes en América y, especialmente, en el Caribe.
Al margen de las innumerables concepciones ideólogas que se han desarrollado desde una mirada eurocentrista hacia este llamado “Nuevo Mundo”
–imaginando y legitimando la imagen de una Amé- rica dependiente y hasta colonizada–, se ha conve- nido con la reserva de un análisis de dos modelos teóricos del pensamiento en América Latina: José Martí y Simón Bolívar, por ser faros y ejemplos de los que más se han comprometido con el reen- cuentro con la memoria histórica y se evocan en un momento histórico crucial para la total y definitiva salvación de Nuestra América.
Bolívar y Martí desde perspectivas diferentes, patrocinaron e intercedieron por la filosofía de la uni- dad como única vía de salvación para Latinoamé- rica y, a pesar que ella no evoluciona en dirección lineal, sino mediada por múltiples tendencias y posi- ciones ideológicas de diversos matices, convergen en cuanto a la convicción de que hacía falta una organización legítima, con entidad propia y con nue- vos sujetos históricos al frente, aptos y dispuestos a garantizar los propósitos que animaban su creación. Como fiel memoria a los esfuerzos concretos por hacer de la suerte de unos la de todos, ambos ideólogos ponen en evidencia múltiples sentencias que armonizan a fondo con su manera de pensar y actuar; de ahí la celebridad como paradigmas por su pretensión, su legado político e histórico, su concepción ética-humanista y estrategias de lucha en ascenso que sellan una herencia social rebelde, patriótica e independentista, imperecedera hasta
nuestros días.
En realidad, al ahondar en el pensamiento de ambos próceres se comprueba con meridiana con- vicción que sus concepciones acerca de la unión de Latinoamérica y el caribe no solo se fueron ajus- tando a partir de la percepción de los dilemas de su tiempo, sino que van más allá en tanto enlazan la historia cubana, antillana y americana del siglo xix con la del xx, a partir de la simetría que se patentiza en sus formas de pensar y actuar, lo que se pone de manifiesto a través de la conjunción de meditaciones y atenciones de largo alcance sobre las sentencias de unidad, libertad, justicia e igualdad, pues como afirma Bolívar “la justicia social y la democracia son los grandes activadores de la paz y la libertad”; el mérito a la entrega por haber sido protagonistas de la lucha por la liberación de muchos territorios ame- ricanos de la dominación española, la apelación a la
democratización de todas las estructuras de poder del Estado, el estímulo a la participación popular en todos los terrenos, la concepción de la gobernabi- lidad en la participación del pueblo organizado, el respeto a las diferencias de todo tipo, entre otros.
En este sentido, lo más importante que se debe subrayar es la consideración general de la presen- cia de postulados trascendentales que dan crédito a un desarrollo del pensamiento social teórico latinoa- mericano en dos personalidades que tienen en sí el decoro de muchos hombres, cuyo análisis, com- prensión, explicación y elaboración de propuestas de transformación histórica para América Latina, convergen en un maridaje perfecto. Constituyen, pues, sus ejemplos y sus lecciones, muchos retos hacia el futuro americano, porque como sucede siempre, la experiencia terminará forzando los cam- bios necesarios en el mundo de la teoría.
Asumamos, entonces, de manera profunda y valiente sus ideales y sus enseñanzas como retos en el futuro no solo americano sino de todos los pueblos del mundo y el deber de afrontar con una nueva mirada el pensamiento de Simón Bolívar y de José Martí, para que no se pierda el proyecto de uni- dad en nuestro tiempo, sino que nos siga inspirando para construir Nuestra América toda y desterrar las “inconclusividades” que aún hoy permanecen como recurrencias, en un escenario tan convulso y cada día más y más estremecido, en el que los pue- blos del Sur están obligados a ser grandes y hacer mucho todavía.
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