Desarrollo alternativo y renovación de las sociedades campesinas del Sur Global en el siglo XXI

Alternative development and renewal of peasant societies in the Global South in the 21st century

Dr. C. Rémy HERRERA*

Profesor Titular, Investigador del CNRS (Centro Nacional de Investigación Cientifica)-Centro de Economía de la Sorbona, París, Francia. remy.herrera@univ-paris1.fr 0000-0003-4444-6736

Dra. C. LAU Kin Chi

Profesora asociada del Departamento de Estudios Culturales de la Universidad Lingnan, Hong Kong, República Popular de China. laukc@ln.edu.hk 0000-0002-6065-7341

*Autor para la correspondencia: remy.herrera@univ-paris1.fr

Cómo citar (APA, séptima edición): HERRERA, R., & Kin Chi, L. (2025). Desarrollo alternativo y renovación de las sociedades campesinas del Sur Global en el siglo XXI. Política internacional, VII (Nro. 4), 347-365. https://doi.org/10.5281/zenodo.17306285

https://doi.org/10.5281/zenodo.17306285

 

recibido: 15 de junio de 2025

aprobado: 19 de agosto de 2025

publicado: 20 de octubre de 2025

 

RESUMEN Este artículo presenta los principales avances producidos por los colaboradores de un trabajo colectivo en el que los dos autores de estas líneas coordinaron y se dedicaron a las luchas de los campesinos en el mundo por el acceso a la tierra y la soberanía alimentaria. A partir de un marco teórico e histórico común de análisis, los argumentos se organizan por continente o gran país del Sur Global: América Latina, África, China, India y Oceanía. También se examina la situación en Europa. Se discuten los ejes de un programa unificador de estos campesinos, al mismo tiempo que sus articulaciones con las luchas de otros trabajadores, pero también con aquellas por la protección del medio ambiente.

Palabras claves: Agricultura, políticas agrícolas, campesinato, terra, soberania alimentaria, medio ambiente

 

 

ABSTRACT This article presents the main advances produced by the contributors to a collective work that the two authors of these lines coordinated and dedicated to the struggles of peasants in the world for access to land and food sovereignty. From a common theoretical and historical framework of analysis, the arguments are organized by continent or large country of the Global South: Latin America, Africa, China, India, and Oceania. The situation in Europe is also examined. The axes of a unifying program for these peasants are discussed, at the same time as their articulations with the struggles of other workers, but also with those for the protection of the environment.

Keywords: Agriculture, agricultural policies, peasantry, land, food sovereignty, environment

 

 

INTRODUCIÓN

Las recurrentes crisis alimentarias, con consecuencias catastróficas para los pueblos de muchos países del Sur Global, especialmente en África, así como las rebeliones populares que de ellas resultan o tienen su origen en la lucha contra los desastres ambientales, constituyen dos de las múltiples dimensiones de la crisis actual del sistema capitalista mundial. Entre otros aspectos preocupantes, en particular los de carácter socioeconómico, político, ideológico, energético o climático, las dimensiones alimentaria y agrícola de esta crisis sistémica revelan el fracaso total y las disfunciones muy profundas que afectan al “modelo” agrícola impuesto a escala mundial por el capital financiero y las corporaciones multinacionales del sector agroalimentario desde el inicio de la llamada era neoliberal a finales de los años 1970, así como la aplicación de programas de ajuste estructural en el Sur Global y de políticas de austeridad en el Norte. Desde hace más de cuatro décadas y media, los campesinados del mundo entero sufren una intensificación de los ataques del capital a sus tierras, recursos naturales y medios de producción. Pero estos ataques también erosionan la soberanía nacional y el papel del Estado, destruyen individuos, familias y comunidades, devastan el medio ambiente y amenazan las vidas de grandes cantidades de seres humanos en el planeta.

Las disfunciones que caracterizan los sectores agrícolas pueden entenderse aquí identificando una serie de paradojas asombrosas. De hecho, hoy en día casi tres mil millones de personas en el planeta aún padecen hambre (un tercio) o desnutrición (dos tercios), mientras que la producción agrícola supera con creces las necesidades alimentarias, con una sobreproducción real de al menos el 150%. Además, una gran mayoría de estas personas son campesinos o viven en zonas rurales: tres cuartas partes de las personas que padecen desnutrición viven en el campo. Al mismo tiempo, la expansión de las áreas cultivadas en el mundo va acompañada de una disminución significativa de las poblaciones campesinas en comparación con las que viven en las ciudades, las cuales absorben un éxodo rural masivo y persistente, principalmente en los barrios marginales superpoblados y miserables de las megaciudades. Y lo que es más, una proporción cada vez mayor de tierras es cultivada por corporaciones transnacionales, que no orientan su producción agrícola al consumo de alimentos, sino a oportunidades en los sectores energético o industrial (por ejemplo, agrocombustibles). En la mayoría de los países del Sur Global excluidos de los beneficios de la globalización capitalista, en particular en el África subsahariana y el Sudeste Asiático, un dinamismo relativo de las exportaciones de bienes agrícolas provenientes de cultivos de renta comerciales coexiste con crecientes importaciones de productos básicos para satisfacer las necesidades alimentarias. Está claro que, en estas condiciones, es urgente cambiar las cosas.

Este artículo intenta comprender cómo estos problemas globales críticos se manifiestan en el Sur Global y el Norte. Si bien existen características comunes en la forma en que el capital globalizado busca ganancias, las realidades en la práctica difieren. Por eso es muy importante que las luchas en distintas partes del mundo –que se ven afectadas de manera diferente, pero también comparten algunas similitudes– adquieran una comprensión concertada de los problemas y favorezcan estrategias que tengan en cuenta esas diferencias y compartan visiones comunes para el futuro.

DESARROLLO

Marco teórico e histórico

Para empezar, es necesario un marco teórico e histórico. Samir Amin propuso una serie de elementos de análisis para responder a las grandes preguntas relativas al tipo de agricultura adecuada (capitalista, socialista o campesina) con el objetivo de alcanzar la soberanía alimentaria, pero también a las producciones agrícolas a las que se debe dar prioridad para lograr un modelo de desarrollo capaz de conciliar la mejora del suministro de alimentos y la preservación del medio ambiente, así como la reflexión que debe realizarse sobre la resolución de la cuestión agraria.

Analizó la evolución de la agricultura familiar y sus diferencias entre el Norte y el Sur Global. En el Norte (América del Norte, Europa Occidental) predomina una agricultura familiar moderna y altamente productiva, que satisface la demanda de productos alimenticios de estos países y genera excedentes exportables. Sin embargo, aunque integrada en el capitalismo, este tipo de agricultura no comparte una de las características de este sistema: su organización del trabajo requiere generalmente una mano de obra escasa y versátil. En la lógica capitalista, una parte significativa de los ingresos generados por los agricultores –incluidos los propietarios de tierras– es controlada y extraída por fracciones dominantes del gran capital, lo que implica que su remuneración no corresponde con su productividad. De este modo, la agricultura familiar puede asimilarse a la condición de un artesano subcontratista que trabaja en un sistema de tipo “putting-out”1 y se encuentra atrapada entre la gran distribución (los supermercados), el agrobusiness o el agronegocio (las industrias de transformación de productos de la agricultura) y las finanzas (los establecimientos bancarios dominados por oligopolios financieros).

En el Sur Global, donde las familias campesinas todavía hoy representan casi la mitad de la humanidad, los tipos de sistemas agrícolas varían, con importantes brechas de productividad entre ellos (desde microparcelas hasta inmensas propiedades hipermecanizadas; con puestas en explotación agrícola destinadas al autoconsumo o, por el contrario, a la exportación de cultivos comerciales, etc.). Sin embargo, tomadas en su conjunto, estas agriculturas del Sur –a menudo campesinas– padecen un diferencial de productividad (importante y creciente) en comparación con el Norte. La mayoría de las agriculturas familiares en el Sur Global siguen estando mal equipadas, no son competitivas y están orientadas a la producción de alimentos de subsistencia, lo que explica tanto la pobreza de las zonas rurales como su ineficiencia a la hora de abastecer de alimentos a las ciudades. Al mismo tiempo, sin embargo, la agricultura campesina en el Sur Global está en gran medida integrada al capitalismo que domina a nivel tanto local como global, lo que conduce consecuentemente a un desvío en gran escala de sus ganancias por parte de los segmentos superiores del capital.

La pregunta clave aquí es si la agricultura del Sur puede ser modernizada por el capitalismo. Amin responde negativamente y critica la noción de “seguridad alimentaria”, según la cual el Sur Global debería aceptar una especialización en cultivos de renta comercial destinados a la exportación para cubrir los déficits alimentarios. Esto conduce al desastre, como lo demostró, por ejemplo, la crisis que estalló en 2007-2008. Lo que se necesita es la soberanía alimentaria, y una de las condiciones sine qua non de esta última es el acceso a la tierra para todos los campesinos del mundo. Esta es la brújula que debería guiar la mayoría de las luchas que se libran hoy en las zonas rurales del planeta.

Amin distingue entre los diferentes tipos de regímenes de tenencia de la tierra existentes en el Sur Global, en función del estatus de propiedad de esta que allí se aplica. El primer régimen es el basado en la propiedad privada. Desde el proceso de “enclosures” o cercamientos en los inicios del sistema capitalista en Europa Occidental, se considera la forma “moderna” de propiedad de la tierra por la retórica y la lógica operativa de la ideología “liberal”, que hace de la tierra una “mercancía” intercambiable a precios de mercado. Oponiéndose a esta idea2, Amin afirma que no es sostenible inspirarse en la construcción de reglas de la modernidad del Norte para impulsar avances beneficiosos para los pueblos del Sur global. Al pretender transformar la tierra en propiedad privada, la actual reactivación del proceso de “enclosures” implica por tanto una desposesión de los campesinos, tal como en la época de la colonización3. Sin embargo, son concebibles otras formas de regulación del derecho de uso de la tierra que podrían producir resultados similares en términos de producción, pero evitarían las destrucciones causadas por el capitalismo.

La tenencia de la tierra no basada en la propiedad privada es el segundo sistema, que puede adoptar formas heterogéneas y donde el acceso a la tierra está regulado por reglas que surgen de instituciones en las que participan los individuos, las comunidades y el Estado. Entre estos dispositivos se encuentran las reglas “consuetudinarias” que tradicionalmente garantizan de facto el acceso a la tierra a todas las familias –lo que de ninguna manera significa igualdad de derechos. Estos derechos de uso de las comunidades están limitados por el Estado y hoy solo existen en formas degradadas, porque son continuamente atacados por la expansión del sistema capitalista. Las potencias coloniales europeas con frecuencia permitieron que persistieran las prácticas consuetudinarias para establecer su dominación4. El mismo fenómeno está ocurriendo nuevamente en el momento actual bajo la presión imperialista5. Las revoluciones populares que se han logrado con éxito en el Sur Global a veces han logrado desafiar este legado. China6 y Vietnam7, o Cuba8 en América Latina, representan ejemplos únicos del éxito de un sistema de tenencia de la tierra basado en los derechos de todos los campesinos. Estos derechos se ejercen dentro del pueblo en ambos países asiáticos. Pero en los tres casos, esta configuración, resultante de revoluciones socialistas, corresponde a una igualdad tanto en el acceso a como en el uso de la tierra. El Estado es el único propietario y se realiza una distribución igualitaria de las tierras entre las familias campesinas usufructuarias. Amin examina así la evolución de este sistema basado en la supresión de la propiedad privada hasta nuestros días, así como su capacidad para resistir las erosiones que sufre o corre el riesgo de sufrir.

En otros lugares, las reformas agrarias que pusieron en práctica varios bloques hegemónicos no revolucionarios generalmente desposeyeron a los grandes terratenientes solo en beneficio de los campesinos medios (o incluso bastante ricos), ignorando los intereses de los más pobres. Ahora son imprescindibles nuevas oleadas de reformas agrarias para satisfacer las demandas legítimas de los campesinos pobres y sin tierra, incluso en la India y el Sudeste Asiático, Kenia y Sudáfrica, todos los países árabes y casi toda América Latina, empezando por Brasil. Esto es cierto incluso para muchas otras regiones del Sur Global donde los derechos de propiedad privada capitalistas aún no han penetrado profundamente (o formalmente), como en el África intertropical.

Esto podría lograrse ampliando la definición de la propiedad pública para incluir la tierra, así como democratizando el Estado y reduciendo la desigualdad. Sin embargo, el éxito de estas reformas agrarias sigue siendo incierto, ya que dichas redistribuciones mantienen sistemas de tenencia de la tierra guiados por el principio de propiedad e incluso refuerzan la adhesión a la propiedad privada. En el discurso dominante, al servicio de los intereses del capital y su modelo agroindustrial, una “reforma moderna” del sistema de gestión del suelo consiste en una privatización, lo cual es exactamente lo opuesto a lo que realmente requieren los desafíos de la construcción de proyectos agrícolas democráticos y alternativos basados tanto en economías familiares campesinas prósperas, como en la profundización del progreso social y el respeto a la naturaleza. Por lo tanto, el único obstáculo a la rápida tendencia hacia la mercantilización y apropiación privada de la propiedad de la tierra es la resistencia y la organización de sus víctimas, es decir: los campesinados9 –incluidas las mujeres agricultoras10.

América Latina

Miembro del colectivo de coordinación del Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST, o Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra), João Pedro Stedile ha estudiado las formas y tendencias de la penetración del gran capital en el sector agrícola en el continente latinoamericano, especialmente en Brasil, así como los desafíos que se plantean actualmente a los movimientos campesinos y a sus programas, en particular a la Vía Campesina. Comienza analizando los mecanismos a través de los cuales el capital acumulado fuera de la agricultura ha tomado el control de este sector y se ha concentrado a escala global en la fase actual del capitalismo financiarizado11.

Explica cómo, debido a la crisis actual, las corporaciones transnacionales del Norte han huido a los países periféricos para hacer prosperar su capital volátil invirtiendo en activos fijos, como tierras, minerales, materias primas, agua, bosques y territorios de biodiversidad o agricultura tropical, y apoderándose de fuentes de energía renovables, en particular para la producción de agrocombustibles. Esto ha generado operaciones especulativas en los mercados de futuros y un aumento de los precios de los productos agrícolas negociados en las bolsas mundiales, sin la más mínima correlación con los costos de producción y el valor real del tiempo de trabajo socialmente necesario.

Stedile analiza luego las consecuencias de la aplicación de la propiedad privada de los recursos naturales por parte de corporaciones transnacionales sobre la vida y la organización de las familias campesinas, cuando, paralelamente, los pueblos y los Estados pierden su soberanía sobre la alimentación y los procesos de producción. El “modelo” totalmente destructivo que el capital impone a la agricultura, en este caso el del agrobusiness, es decir el de la “agricultura sin los pueblos”, tiende a provocar contradicciones extremadamente profundas y, francamente, insuperables.

Para apoyar su argumento, Stedile defiende cuáles podrían ser los principales componentes de un programa campesino que promueva un control por parte de los propios trabajadores, agriculturas anticapitalistas, la soberanía alimentaria y la protección del medio ambiente en el Sur Global. Los ejes de esta plataforma alternativa serían: priorizar las políticas de soberanía alimentaria y de alimentación saludable; evitar la concentración de la propiedad privada de la tierra y de los recursos naturales; diversificar la producción agrícola; aumentar la productividad del trabajo y de la tierra mediante el uso de maquinaria e insumos respetuosos con el medio ambiente; reestructurar las industrias agrícolas en pequeñas y medianas empresas, gestionadas por trabajadores y campesinos; controlar la producción de alimentos por parte de las fuerzas sociales nacionales y prohibir que el capital extranjero posea tierras en territorio nacional; detener la deforestación; preservar y difundir semillas autóctonas mejoradas y prevenir la propagación de semillas genéticamente modificadas; garantizar el acceso al agua como un derecho a un bien común para todos los ciudadanos y desarrollar infraestructura para las comunidades rurales; implementar una soberanía energética y revisar los actuales esquemas de transporte bajo control popular; garantizar los derechos de las comunidades indígenas; promover políticas públicas con vocación social para la agricultura; universalizar la protección social para toda la población; generalizar los programas educativos en las zonas rurales y fortalecer los conocimientos y habilidades culturales a nivel local; poner fin a los acuerdos internacionales de libre comercio cuyos efectos son nocivos para los pueblos; fomentar las relaciones sociales basadas en valores humanos probados durante milenios, como la solidaridad y la igualdad –es decir, los valores mismos del socialismo.

Stedile presenta una serie de desafíos organizativos y políticos que los movimientos campesinos enfrentan hoy, a nivel tanto local como mundial, para lidiar con el actual equilibrio de poder que claramente los perjudica, con el capital globalizado cada vez más a la ofensiva para controlar la producción agrícola así como los recursos de la naturaleza. Este análisis es el resultado de las realidades vividas en América Latina así como de la resistencia de estos movimientos campesinos a la destrucción que les impone el capitalismo. Finalmente, propone enfrentar los intereses del capital transnacional y sus mecanismos de control de diferentes maneras, entre ellas: construyendo un modelo de desarrollo alternativo y popular de la producción agrícola que sea gestionado por campesinos y trabajadores; transformando la lucha por la tierra en una reivindicación de territorio; desarrollando una matriz tecnológica basada en la agroecología, escuelas gratuitas en el campo, programas de capacitación a todos los niveles y medios alternativos de comunicación masiva; y creando oportunidades para luchas sociales de masas y construyendo contra los enemigos de clase alianzas que reúnan a todos los sectores que viven en zonas rurales así como a los trabajadores urbanos, a nivel nacional e internacional.

África

Sam Moyo, quien fue profesor de la Universidad de Zimbabwe, director del African Institute for Agrarian Studies (Instituto Africano de Estudios Agrarios) y presidente del Council for the Development of Social Science Research in Africa (CODESRIA, Consejo para el Desarrollo de la Investigación en Ciencias Sociales en África), estudió los campesinatos que sufrieron los ataques del sistema capitalista en los períodos colonial, post-independencia y neoliberal, centrándose más específicamente en el sur de África. Luego examinó las perspectivas de reconstrucción de estas comunidades campesinas, basandose en la reafirmación de la inalienabilidad de los derechos sobre la tierra y la soberanía alimentaria colectiva. Su punto de partida es la situación desesperada de la mayoría de los pequeños campesinos africanos, inmersos en una crisis de reproducción social, sumidos en la inseguridad alimentaria y enfrentados a insuficientes ingresos provenientes de sus actividades agrícolas, así como a estrategias de supervivencia a adoptar en respuesta a la retirada del Estado. Aunque las agriculturas africanas presentan una gran diversidad, su persistente y generalizado fracaso en aumentar la productividad y la oferta, pero también en resolver las cuestiones agrarias de mejora de la reproducción social de la mayoría de los campesinos –concebidos como elementos de democratización y desarrollo nacional– es obvio y claramente dramático.

Siglos de alienación sistemática de la tierra y explotación del trabajo de estos campesinatos, a través de una integración desigual al sistema mundial capitalista durante los periodos de colonización y post-independencia, han tenido como resultado el subdesarrollo de los sistemas agrarios. Los programas de ajuste estructural (PAE) han acentuado los fenómenos de extraversión, extracción de plusvalía, concentración de tierras, importaciones de productos alimenticios y dependencia de la ayuda. Más recientemente, un renovado asalto por parte de actores extranjeros que se apropian de tierras ha desposeído al campesinado de sus tierras y recursos naturales, intensificando aún más la explotación del trabajo campesino. Tales procesos de acumulación minan no solo el valor social de la producción realizada por el campesinado basada en el trabajo familiar independiente y el autoconsumo, sino también la capacidad de este campesinado de adoptar nuevas tecnologías o cultivos con objeto de desarrollar una producción de bajo consumo energético para la reproducción social. Estas evoluciones, que son impulsadas por el capital financiero y el agronegocio y operan a expensas de los campesinos marginalizados, exacerban los conflictos locales y empeoran la polarización de la acumulación agraria12.

Moyo presenta una visión general de la historia a largo plazo de la destrucción de los sistemas de producción de alimentos africanos analizando la trayectoria de la acumulación primitiva y la desarticulación de estas sociedades agrarias. Se describen las diferentes fases, formas y tendencias de la alienación de tierras, desposesión e incorporación de los campesinados, desde el colonialismo hasta el neoliberalismo y su acumulación primitiva re-institucionalizada, pasando por la etapa del desarrollismo post-independencia. Analiza la crisis actual vinculada al acaparamiento de tierras y la existencia de “agricultores contratados” (contracted farmers). Luego explica el subdesarrollo de las fuerzas productivas agrarias, ilustrando el punto con ejemplos de países de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (Southern African Development Community, ou SADC), pobremente integrada, y los cambios cualitativos que han ocurrido en la extracción del excedente agrario y su externalización a través de los regímenes comerciales desiguales del mundo o de regiones de este último durante el periodo neoliberal. Aquí se analizan las crisis mundiales de los precios de los alimentos y de la agricultura, particularmente en la región de la SADC, así como la hegemonía del capital sudafricano. Moyo evalúa las consecuencias sociales de tales procesos en el colapso del consumo de alimentos básicos y el aumento de la pobreza que acompaña a la desnutrición –excepto en unos pocos enclaves “seguros”– y en las estrategias “alternativas” más recientes perseguidas en el contexto del neoliberalismo y su impulso a la universalización de la mercantilización de la tierra.

La verdadera alternativa es aquella que apoya las prioridades dadas a la soberanía alimentaria y al uso sustentable de los recursos naturales por parte de pequeños productores autónomos, asociadas a una democracia inclusiva firmemente asentada en el progreso social. Esto requiere una serie de decisiones de políticas públicas orientadas a reestructurar estos sistemas alimentarios, incluyendo la elección de los productos básicos que se deben producir para satisfacer las necesidades sociales, una redistribución de los medios de producción de los sectores alimentarios (tierras, insumos, agua), inversiones sustanciales en infraestructura y el desarrollo de los recursos humanos de los campesinados. Esta tarea también incluirá integraciones regionales. Es necesaria una reorientación de las políticas agrícolas en la región del SADC hacia estrategias más colectivas de defensa de la soberanía alimentaria y los derechos sobre la tierra a fin de revertir el actual enfoque de libre comercio y de mercado para esta regionalización.

China

Erebus Wong, profesor de la Universidad Lingnan de Hong Kong, y Tsui Sit, profesora de la Southwest University (Universidad del Suroeste) de Chongqing en China, coordinadora de la Global University for Sustainability (Universidad Global para la Sostenibilidad) y miembro de la Asian Regional Exchanges for New Alternatives (ARENA, Intercambios regionales asiáticos para nuevas alternativas), han intentado, en línea con las tesis del profesor Wen Tiejun13, repensar la problematica de la China rural en el desarrollo del país para abogar a favor de una regeneración rural como alternativa a una “modernización” demasiado destructiva. Esta última se reduce a menudo a la industrialización y el fortalecimiento del Estado, que se llevaron a cabo a lo largo de varias fases desde mediados del siglo XIX hasta el periodo revolucionario. Parece pertinente reconsiderar el legado intelectual del movimiento de “reconstrucción rural” –muy activo en las décadas de 1920 y 1930, pero insuficientemente estudiado hoy, según los colaboradores– en la China postdesarrollista, donde el sector rural ha sido históricamente explotado.

Para comprender la situación actual del campesinado chino, que constituye la mayoría de su población, es necesario examinar los mecanismos involucrados más allá de la dicotomía colectivización-liberalización. La tierra es una cuestión clave para China, que debe alimentar a un pueblo que representa el 19% de la población mundial y que posee apenas el 8% de las tierras cultivables del planeta. De hecho, aunque su producción agrícola es importante, solo el 13% de la superficie total de su territorio puede ser cultivada. La explicación radica en el hecho de que la tierra es poseída por el Estado, gestionada colectivamente por las comunidades aldeanas y distribuida entre los hogares campesinos, que la utilizan principalmente para la producción de alimentos con el fin de mantener su autosuficiencia. Wong y Sit ofrecen una descripción histórica de la modernización de China para analizar la esencia de su trayectoria durante los últimos 60 años. Después de 1949, el nuevo régimen experimentó un periodo de industrialización al estilo soviético, estableciéndose un sistema dual asimétrico que era desfavorable para el campesinado. Sin embargo, a pesar de la estrategia de industrialización, el campesinado se benefició de reformas agrarias radicales.

Hoy en día, muchos campesinos sufren explotación e injusticia, pero aún quedan algunas prácticas socialistas residuales, especialmente el legado de las reformas agrarias. A mediados de la década de 1980, la promoción de un crecimiento orientado a las exportaciones generó flujos de trabajadores migrantes de las zonas rurales a las ciudades –principalmente mano de obra excedente de hogares rurales que poseían pequeñas parcelas de tierra, sin expropiación de tierras. El sector rural ha soportado el costo de la reproducción social del trabajo y ha servido como amortiguador para absorber los riesgos sociales en las zonas urbanas causados por las actuales “reformas” procapitalistas. También ha demostrado su capacidad estabilizadora al regular el mercado laboral y reabsorber a los trabajadores migrantes desempleados en las ciudades durante las crisis cíclicas14.

Sin embargo, los intelectuales del corriente dominante apoyan la ideología neoliberal para abogar por la mercantilización de la tierra. Bajo la presión de los proyectos de construcción emprendidos por gobiernos locales con presupuestos limitados y especuladores inmobiliarios, la expropiación de tierras se aceleró en la década de 1990. Entre 40 y 50 millones de campesinos perdieron sus tierras; sin tierra aparecieron en la década de 2000, especialmente después de la ley de 2003 que modificó la legislación sobre tierras cultivables colectivas y excluyó a una nueva generación de las asignaciones de tierras a través de la redistribución. Wong y Sit explican los peligros asociados a tales evoluciones, que socavan los mecanismos de gestión de riesgos a través de su internalización en la comunidad rural, en un momento en que 200 millones de campesinos trabajadores migrantes viven en ciudades y son efectivamente parte de la clase obrera. Por lo tanto, inspirados por el trabajo de Wen Tiejun sobre los problemas agrarios y rurales de China15, defienden la propiedad colectiva de la tierra en las zonas rurales como el legado más preciado de la revolución de 1949.

El despegue de China se basa en gran medida en la explotación de su sector rural. Hoy en día, el modelo orientado a la exportación se ha convertido en un camino de dependencia y los desequilibrios internos son tan profundos que China debe hacer grandes esfuerzos para cambiar su trayectoria de desarrollo con el fin de invertir en la sociedad rural, garantizar el progreso social y proteger el medio ambiente. Soluciones para un camino alternativo podrían ser reactivar y revalorizar el estatus del campesinado, redescubrir los pensamientos pioneros de los movimientos de reconstrucción rural y apoyar los experimentos de regeneración rural que se están desarrollando actualmente en el país, como ideas renovadas y poderosas, tanto populares como ecológicas, para superar los aspectos destructivos del capitalismo globalizado contemporáneo.

India

Utsa Patnaik, profesora del Centre for Economic Studies and Planning (Centro de Estudios Económicos y Planificación) de la Universidad Jawaharlal Nehru de Nueva Delhi, describió el contexto político-económico de las luchas campesinas por la seguridad de los medios de vida y la tierra en la India. Comienza recordando que el campesinado y los trabajadores rurales del Sur Global están hoy sujetos a presiones sin precedentes en la historia debido a los ataques del capital, en particular a los medios de asegurar su subsistencia, y entre ellos la tierra, para controlar su uso para satisfacer sus propios objetivos y desviar terrenos agrícolas hacia fines no agrícolas. Tal movimiento se parece al de acumulación primitiva en Europa occidental entre los siglos XVI y XIX, pero hoy el campesinado del Sur no tiene adonde emigrar excepto a los barrios de chabolas de las megaciudades. Los campesinos están pasando ahora de la resistencia pasiva a la contestación activa de la dominación del capital globalizado, lo que así los transforma de objetos en sujetos de la historia.

Ella examina la angustia y la miseria agrarias, los suicidios y el desempleo en la India y sostiene que la desigualdad ha aumentado drásticamente desde los años 1990 bajo el efecto de las políticas neoliberales y que las condiciones de vida de las masas de trabajadores pobres son ahora en general peores –excepto donde se han realizado intervenciones positivas para asegurar y estabilizar los medios de subsistencia. En la India rural, esta situación es el resultado de los intentos de empresas nacionales o extranjeras, apoyadas por el Estado nacional, de tomar el control de las tierras y los recursos campesinos. Al mismo tiempo, el desempleo se debe en parte a la incapacidad de traducir un crecimiento económico más sostenido en creación de empleo sin una redistribución del ingreso, mientras que el poder adquisitivo se ha visto erosionado por la inflación en los precios de los bienes de primera necesidad para la gente del pueblo, olvidados por la estrategia de sumisión al capital financiero aplicada por las clases dominantes.

La autora señala que la principal tendencia observada en la economía india –en la cual dos tercios de la fuerza laboral trabaja en la agricultura– es que la participación relativa de la agricultura, la silvicultura y la pesca en el producto interno bruto (PIB) ha disminuido, en particular en el caso de cultivos como los cereales alimentarios, mientras que la de la industria se ha estancado, pero la de los servicios ha aumentado. En un contexto de apertura comercial, contracción presupuestaria, desmantelamiento del sistema de estabilización de precios y adquisición de tierras para zonas económicas especiales, el Estado ha lanzado un ataque contra los pequeños agricultores, en nombre del “desarrollo”, pero en realidad en beneficio de una pequeña minoría de especuladores inmobiliarios, provocando así una crisis agraria que se intensifica y desemboca en una lucha por la tierra.

Como resultado, muchos pequeños productores se han visto expuestos a fuertes fluctuaciones de precios, obligados a endeudarse con usureros, prestamistas o bancos, desposeídos de sus tierras debido a deudas impagas o llevados al suicidio. Con la implementación de la agenda neoliberal, la concentración de la propiedad de la tierra se aceleró en toda la India y se extendió la inseguridad en las condiciones de vida. La agricultura se ha vuelto así inviable. Patnaik analiza la resistencia actual de los agricultores a la adquisición de tierras o al cambio de uso de los suelos y subsuelos, particularmente bajo la presión de las actividades extractivas. Describe la represión que sufrieron estas rebeliones campesinas, pero también las victorias obtenidas cuando los gobiernos de los Estados de la Unión tuvieron que retirar sus proyectos o conceder compensaciones.

Patnaik también recuerda las características económicas de la tierra, que no es producida por el trabajo humano, y las implicaciones que esto tiene en su fijación de precios, que es diferente de la de las materias primas agrícolas, ya que los precios están anclados en las cantidades de trabajo utilizadas para producirlas. Por tanto, basado en la capitalización bursátil de las rentas generadas, el precio del terreno, tal como se determina en un sistema capitalista, puede variar considerablemente, en particular en función del uso de dicho terreno y del rendimiento esperado. Aquí está la raíz del descontento de los campesinos, obligados (y engañados) por los gobiernos de los Estados a vender sus tierras a precios bajos, es decir, con compensaciones muy inferiores a los beneficios que obtienen los inversores privados o especuladores, que fragmentan las parcelas con ánimo de lucro. Una de las consecuencias negativas, entre otras, es que la superficie total puesta en cultivo se estanca y el crecimiento de la producción se desacelera, lo que lleva a una inflación en los precios de los alimentos y a una contracción de la demanda. Finalmente, la autora afirma que pensar –como los dirigentes de las empresas transnacionales indias que actúan en connivencia con el Estado– que los campesinos pueden ser tratados como tontos es un error, porque estos ahora son conscientes de sus derechos y logran resistir vigorosamente su explotación16.

Oceanía

Rémy Herrera y Poeura Tetoe (quien se formó como antropólogo y economista en la École des hautes études en sciences sociales [Escuela de altos estudios en ciencias sociales] y en la Universidad París 1 Panthéon-Sorbonne, y ahora es profesora en el Ministerio de Educación de la Polinesia Francesa), estudiaron Oceanía, y más específicamente Papúa Nueva Guinea. Intentan dilucidar la “paradoja Papua Niugini”, o sea, la sorprendente coexistencia de un sistema de propiedad de la tierra supuestamente “arcaico” (es decir, no basado en la propiedad privada) –como en la mayoría de los países de Oceanía– y la vivacidad de la resistencia campesina al capitalismo neoliberal, en particular a la penetración de la inversión directa extranjera en minas, hidrocarburos y recursos naturales, incluidos el agua y los bosques. El acceso a la tierra es un verdadero desafio en este país donde una gran mayoría de la población aún practica cultivos alimentarios de subsistencia para su propio consumo, donde las reglas consuetudinarias persisten en más del 90% de los suelos del territorio y donde el uso de la tierra es fuente de agudos conflictos entre las corporaciones transnacionales, el Estado y la sociedad.

Se examina más específicamente el apego de este pueblo de Papúa Nueva Guinea a la tierra. La colonización europea integró a los pueblos indígenas al capitalismo globalizado, transformando a la mayoría de ellos en pequeños agricultores y haciéndolos dependientes de las compañías plantadoras coloniales. A pesar de esta tendencia, una característica actual de esta sociedad campesina es la persistencia de instituciones tradicionales de defensa de la propiedad colectiva de la tierra. Se analiza así este vínculo extremadamente fuerte con la tierra, las prácticas consuetudinarias en materia de la misma y las formas de propiedad colectiva de los suelos, en un contexto en el que la tierra sigue siendo objeto de la codicia de intereses privados y donde existe una presión continua para registrarla y privatizarla. La posición del Estado sigue siendo ambivalente, frente al empuje de los inversionistas extranjeros y de los donantes internacionales, hasta el punto de que la persistencia de la dominación de las formas tradicionales de organización social colectiva en la estructura inusual del régimen agrario no ha impedido el aumento de las exportaciones de minerales, hidrocarburos o incluso de productos de cultivos de renta comercial destinados al agrobusiness. El papel protector del Estado sobre el uso de tierras consuetudinarias solo ha demostrado ser eficaz cuando no había intereses privados en juego y donde no se han descubierto recursos naturales. En otros lugares, el Estado ha confiscado tierras para vender la explotación de todos sus recursos. El acceso a los recursos naturales y su explotación por parte de corporaciones transnacionales extranjeras se ha logrado con el apoyo del Estado de Papúa Nueva Guinea, que articula este proceso de apropiación de tierras con las estructuras ancestrales previas de propiedad colectiva de suelos y subsuelos, sin haber introducido (o más bien logrado introducir) mercados de tierras “libres”.

Aunque la lógica capitalista de la “ideología de la propiedad terrateniente” ganó terreno y muchos campesinos se mostraron receptivos a la compensación monetaria, las estructuras sociales, en lugar de derrumbarse, fueron capaces de adaptarse a ella. De hecho, las autoridades de Papúa Nueva Guinea, a pesar de la fuerte presión que ejercen en favor de la individualización de la propiedad de la tierra, aún no han conseguido poner en tela de juicio la propiedad colectiva consuetudinaria de esta. La razón fundamental de este estado de cosas hay que buscarla en la resistencia popular de esta sociedad campesina contra la privatización de la tierra, la imposición de un registro catastral moderno y su gestión mediante leyes capitalistas.

Herrera y Tetoe también rastrean la historia del registro de tierras consuetudinarias y el establecimiento de sistemas catastrales capitalistas, desde la era del dominio colonial australiano hasta los componentes dichos de “reforma agraria” de los PAE del FMI, impuestos conjuntamente por donantes extranjeros y el Estado de Papúa Nueva Guinea. Los autores afirman la legitimidad de las movilizaciones populares que reúnen a amplios sectores de la sociedad (a veces incluidos soldados) contra la privatización de las tierras consuetudinarias, consideradas patrimonio común, y de sus reivindicaciones de progreso social en uno de los países con los indicadores sociales más bajos del mundo.

Lo que se defiende es la legitimidad del principio de propiedad colectiva de la tierra y el libre acceso a la misma para las comunidades campesinas; lo que se demuestra es la posibilidad de otras reglas de uso del suelo y el subsuelo; lo que se recomienda es mantener la existencia de una agricultura campesina no capitalista; lo que se requiere es respeto por la naturaleza y la vida. Muchas limitaciones obstaculizan las luchas de un pueblo que aspira a controlar su destino colectivo. El gobierno tiene poco margen de maniobra. Sin embargo, es realmente necesario encontrar una alternativa práctica al neoliberalismo, pero también las condiciones para que surja una alianza de clases en torno al campesinado para considerar los contornos de una estrategia de desarrollo moderna que beneficie a toda la población.

Frente al dominio del capital financiero

Todos los colaboradores del trabajo colectivo que los autores de este artículo han coordinado, independientemente del continente o país que estudien, subrayan el fracaso general del capitalismo para resolver las cuestiones agrarias y agrícolas. El deterioro de la situación de las agriculturas campesinas observado tras la agudización de la dimensión alimentaria de la actual crisis sistémica del capitalismo confirma una vez más la incapacidad estructural de dicho sistema para aportar soluciones reales a las contradicciones internas que ha generado desde sus orígenes, no solo a nivel local, nacional y regional, sino también a nivel mundial.

Bajo la dominación del capital, incluso en los países más ricos del Norte, donde la productividad es muy elevada gracias al progreso tecnológico y donde el abastecimiento alimentario está asegurado para una gran mayoría de la población, los problemas que afrontan la mayoría de las agriculturas familiares para conservar sus pequeñas fincas, mantener sus actividades productivas o incluso trabajar en condiciones relativamente satisfactorias, pero también las dificultades que encuentran los consumidores para controlar tanto la variedad como la calidad de sus alimentos, sin olvidar, por supuesto, los gigantescos desafíos que se plantean a todos los ciudadanos para preservar los recursos naturales y proteger el medio ambiente, superan hoy los límites de lo soportable.

El equipo de coordinación europea de La Vía Campesina (movimiento altermundista de solidaridad internacional que reúne organizaciones de pequeños agricultores, trabajadores agrícolas y comunidades indígenas) examinó las dificultades de la agricultura en Europa, diversa en su producción y estructuras, así como las luchas de los campesinos de este continente. La mayoría de estos agricultores obtienen ingresos inferiores al salario mínimo de otras categorías profesionales y viven bajo la presión de repetidas crisis sectoriales debido a las políticas neoliberales y al riesgo de desaparición de sus pequeñas o medianas granjas. Mientras que el trabajo agrícola está poco reconocido y el medio ambiente está amenazado de forma dramáticamente preocupante y urgente, los subsidios destinados a compensar precios a menudo inferiores a los costos de producción benefician principalmente a una minoría de grandes productores agroindustriales e imponen dumping a los países del Sur Global. En este contexto, la confrontación no debe organizarse entre el Norte y el Sur Global, sino entre dos visiones de la agricultura: la de la liberalización agrícola versus la de la soberanía alimentaria. Necesitamos demostrar que una Europa sin agricultores no sería garantía de desarrollo. Las cosas solo cambiarán si los agricultores y los ciudadanos europeos actúan juntos, y si lo hacen en solidaridad con los movimientos campesinos del Sur Global, con el objetivo de liberar a sus respectivas sociedades de la sumisión a las corporaciones transnacionales del agronegocio y las altas finanzas que las controlan.

La coordinación europea de La Vía Campesina expone los problemas comunes que encuentran, a pesar de su diversidad, los campesinos frente a la industrialización y la globalización capitalista: productivismo, desaparición de las pequeñas explotaciones, asalto del agrobusiness contra la agricultura campesina, sobreendeudamiento, deslocalización de la producción agrícola, monocultivos, difusión de organismos genéticamente modificados (OGM), polución y contaminación, destrucción de los ecosistemas y de la biodiversidad, etc. Frente a la inercia o la complacencia de organizaciones profesionales que en realidad defienden los intereses de las potencias económicas dominantes, los agricultores europeos han comenzado a endurecer su resistencia. La Vía Campesina analiza la evolución de estas luchas, que culminan en el surgimiento de un movimiento campesino europeo, conectado a la sociedad civil y a los movimientos internacionales, para proponer alternativas, luchas que van desde lo local a lo global: contra la concentración de tierras por parte del agronegocio, la introducción de OGM, la apropiación de semillas por parte de las empresas industriales de semillas, o incluso las políticas neoliberales y las reglas promovidas por la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Los colaboradores europeos de La Vía Campesina analizan las alternativas que abre la crisis global del sistema dominante. Según ellos, las tareas de los agricultores europeos deberían ser: hacer de la soberanía alimentaria, concebida como un derecho y un deber, el marco de las políticas agrícolas; construir una amplia alianza de ciudadanos, productores y consumidores, para lograr este objetivo; promover el advenimiento de un nuevo modelo agrícola que genere empleo, respete el medio ambiente y proporcione una alimentación sana a la población; trabajar hacia una gobernanza alimentaria mundial; y participar activamente en las movilizaciones internacionales en defensa de la naturaleza, el clima y la biodiversidad amenazados por los acuerdos de libre comercio de la OMC. A nivel de base, las iniciativas populares encaminadas a “relocalizar” la producción de alimentos se multiplican hoy en el continente europeo.

El equipo de La Vía Campesina concluye que otra política agrícola y alimentaria europea común es posible, pero que esto requiere varios cambios profundos en las prioridades. Estas últimas deben esforzarse por mantener y desarrollar una agricultura campesina sostenible y social, que permita alimentar a las poblaciones, preservar la salud, proteger la naturaleza y conservar vivos los paisajes rurales, pero también garantizar a los campesinos condiciones de vida dignas gracias a ingresos estables y satisfactorios, así como al reconocimiento y atractivo de su profesión; o bien “relocalizar”, es decir reubicar el consumo de alimentos allí donde sea posible y asignar las ayudas públicas de forma prioritaria a la producción que sea realmente beneficiosa en términos de creación de empleo y revitalización del medio ambiente.

En los países del Sur Global, donde los niveles promedio de productividad y de mecanización de la agricultura suelen ser más bajos, las dificultades son preocupantes. Hoy en día, casi la mitad de los países del Sur han perdido la capacidad de producir y suministrar lo que su población demanda y necesita para alimentarse. A principios de la década de 1960, en el momento de las independencias, África en su conjunto era autosuficiente en su suministro de alimentos; en la actualidad, se ha convertido en un importador neto de productos alimenticios. Alrededor de tres mil millones de personas desnutridas –en su mayoría campesinos pobres y/o sin tierra– padecen hoy hambre, mientras que masas de familias rurales que han perdido sus parcelas ya no tienen acceso a la tierra ni a los medios para producir alimentos. En la mayoría de las sociedades periféricas, la depauperación se está extendiendo y las condiciones de vida en las zonas rurales –así como en los gigantescos barrios de chabolas de las megaciudades abrumadas por el flujo del éxodo rural– son dramáticas, es decir, sencillamente inhumanas e inaceptables.

El enemigo común de los pueblos –dondequiera que vivan (o sobrevivan), trabajen y resistan, en el Sur global como en el Norte– es claramente identificable: es el capital financiero, que empuja a estos pueblos a endeudarse aún más y les impone una sobreexplotación. A pesar de las múltiples, multidimensionales y complejas contradicciones del sistema mundial, es precisamente las altas finanzas, cuyas graves disfunciones son sin embargo evidentes, las que han lanzado una conquista moderna, caracterizada por repetidos asaltos a los bienes públicos y al patrimonio común de la humanidad, a través de una mercantilización de la vida, incluidos la tierra y el medio ambiente, y por un ataque dirigido contra los medios de subsistencia, así como por una sobreexplotación del trabajo –es decir, de los campesinos y de los trabajadores en su conjunto.

A medida que el capitalismo financiarizado se vuelve cada vez más bárbaro y destructivo que nunca, un problema estructural para la supervivencia de este sistema en decadencia es la presión a la baja sobre las tasas de ganancia. La financiarización como respuesta solo crea una economía basada en la deuda y todo lo que las fracciones más influyentes de las clases dominantes tendrán para ofrecer, hasta el agonizante fin de su modelo, será una agravación de la explotación del trabajo y una destrucción de la vida. Los campesinos del Sur Global seguirán siendo desposeídos de sus tierras y sus medios de subsistencia. Pero las contradicciones del sistema mundial capitalista son ahora tan profundas e insolubles que el sistema completo está al borde del colapso. Para poder reiniciar un ciclo de expansión en el centro del sistema mundial, la crisis estructural actual tendría que destruir enormes cantidades de capital ficticio y lograr transferir los costos hacia el Sur Global –o sea, la mayoría de la población del planeta– así como al medio ambiente.

La situación actual no parece el comienzo de una salida a la crisis, sino más bien el principio de un proceso a largo plazo de implosión y colapso de la fase contemporánea del capitalismo financiarizado. Para que la humanidad pueda salir con éxito de este impasse, nuestra única esperanza es un cambio radical. Esto nos obliga a reconsiderar alternativas de transformación social que deben ir más allá del capitalismo.

Las dificultades se complican considerablemente por la elección hecha por los Estados del Sur Global dicho “emergente”, en particular por la mayoría de los países BRICS, en favor de (una de las muchas variantes del) capitalismo. Más allá de su éxito en términos de altas tasas de crecimiento del producto interno bruto, y a pesar de sus contenidos e implicaciones diferentes, estas estrategias de desarrollo procapitalistas son ilusorias e insostenibles.

La convergencia de las luchas campesinas hoy

Así, para la gran mayoría de los pueblos del Sur Global como del Norte, la lucha contra el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo es al mismo tiempo la lucha contra los procesos de globalización de las relaciones capitalistas llevados a cabo bajo la égida del capital financiero, es decir contra el capitalismo mismo. Las reivindicaciones programáticas populares incluyen, en particular: la retirada de la agricultura de la OMC, la prohibición de los agrocombustibles, el rechazo del control de las tecnologías, de los precios y de los mercados por parte de las corporaciones transnacionales del agrobusiness... Las reivindicaciones dirigidas al Estado para la defensa de la soberanía alimentaria nacional son a la vez legítimas e indispensables. Hay que reconocer, sin embargo, que en la era de la hegemonía del capital financiero, el papel del Estado se ve a menudo comprometido. El capital globalizado ha vinculado bloques de intereses a nivel local, nacional e internacional. Por lo tanto, ejercer presión colectiva para la implementación de políticas críticas contra la agresión y manipulación del agronegocio transnacional es un paso estratégico necesario para la movilización. Dado que la razón de ser de un Estado sería proteger a la sociedad, tanto los pueblos como los movimientos sociales deben saber activar todas las potencialidades para reducir su dependencia del capital, de la deuda y del mercado. Todo esto es aún más necesario para las fuerzas que apoyan la agricultura campesina y familiar. El principio rector es el control y la gestión comunitaria de la tierra y el agua como bienes comunes, que no deben privatizarse ni convertirse en mercancías. La reforma agraria destinada a redistribuir la tierra entre quienes la cultivan es una prioridad en la mayoría de los países del sur y sudeste de Asia, África y América Latina. La lucha no es solo por la “tierra”, sino también por el “territorio”, lo que implica una reorganización cultural, social y económica dentro de las relaciones comunitarias para producir y vivir de manera cooperativa o colectiva. Esto requiere que los bienes comunes no sean objetos de apropiación o control que siempre operan dentro de la lógica capitalista, sino puntos focales que sustenten diferentes relaciones de los miembros de la comunidad entre sí y con la naturaleza.

La soberanía alimentaria sigue estando en el centro de las luchas. Para lograrlo es necesario implementar un modo de producción distinto al capitalismo. Incluso desafía las fronteras nacionales, ya que la producción, distribución y consumo sostenibles de alimentos se basan en biorregiones y sistemas de cuencas hidrográficas, en lugar de en las fronteras políticas de los Estados-naciones modernos. También se pone en cuestión el modo de consumo y circulación, con sus efectos destructivos sobre la naturaleza y los sistemas de valores de las comunidades que han adquirido a lo largo de los siglos la sabiduría para vivir de manera sostenible. Una idea importante aquí es la práctica de compartir más allá de las medidas monetarias que reducen las relaciones sociales a cálculos de ganancias y pérdidas, costos y beneficios. Las luchas y reivindicaciones de los pueblos muestran que, en los intercambios entre sí, es necesario considerar modalidades distintas a las de las relaciones capitalistas. También demuestran la importancia de la dimensión ecológica al reconocer que la actual crisis capitalista es simultánea y fundamentalmente una crisis ecológica muy profunda causada por industrias extractivas que agotan los recursos de la Tierra y contaminan el agua, la tierra y el aire, por industrializaciones que contribuyen al cambio climático y al calentamiento global, y por sistemas hipercapitalísticos de producción y suministro de alimentos que siguen dependiendo del petróleo.

En consecuencia, se deben desarrollar estrategias eficaces para reducir el dominio actual del capitalismo financiarizado, que van desde el establecimiento del control del Estado sobre los mercados financieros hasta la protección de los alimentos y los medios de subsistencia frente a la especulación con los precios y la manipulación de los mercados. Para los movimientos sociales, la tarea principal es actuar en defensa de la soberanía alimentaria a nivel nacional y local. Sobre el terreno, la autoorganización de las fuerzas progresistas con vistas a establecer tanto la soberanía alimentaria como la seguridad ambiental como prioridades, contrarrestando las ambiciones depredadoras del capital financiero, requiere acciones directas innovadoras en sus dimensiones teóricas y prácticas, intelectuales y emocionales, para sortear los peligros del capitalismo. Por lo tanto, no podemos sino alegrarnos de ver la multiplicación y profundización en el seno de los movimientos sociales de los debates sobre la defensa de los bienes comunes, la reruralización, la reconstrucción de comunidades poniendo en práctica, en el campo pero también en las ciudades, principios diferentes a los del sistema capitalista –y en particular los valores de la reciprocidad y de la solidaridad.

La única manera de superar la crisis catastrófica en la que se encuentra la humanidad es repensar completamente los modos de producción y consumo de las sociedades humanas. Sin soberanía alimentaria, es decir sin autogestión comunitaria autónoma de la producción, distribución y consumo de alimentos, no se podrá lograr una economía sostenible y diversificada ni ninguna autonomía política en este ámbito. Sin revertir la lógica de maximización de la ganancia y de concentración de la propiedad privada, en particular la de la tierra y los principales medios de producción estratégicos, ninguna política o medida del Estado será coherente y, menos aún, eficaz. Sin cuestionar radicalmente la hiperconcentración de poder que actualmente ostentan las altas finanzas, no será posible una democracia auténtica, es decir, asociada a la vez al progreso social profundo y a la máxima participación de los pueblos en todos los procesos de toma de decisiones relativas a su futuro colectivo.

Una de las cuestiones claves que se nos plantea es la de la subjetividad y la puesta en acción, es decir, la cuestión de la producción de subjetividades por parte de los pueblos ellos mismos en sus propias luchas, más allá de las contradicciones que las atraviesan. ¿Cómo podemos entonces considerar las clases y las masas para esta transformación social radical –o para esta revolución?

¿Qué papel pueden desempeñar los agricultores familiares, los pequeños agricultores y los trabajadores agrícolas? Es bien sabido que muchos movimientos progresistas y pensadores de izquierda han tenido históricamente serias dificultades ideológicas para comprender al campesinado y los problemas políticos a la hora de construir alianzas de clase con él. Ayer como hoy, las agriculturas campesinas y familiares son a veces percibidas y etiquetadas como poco productivas, ineficientes, atrasadas y, en última instancia, condenadas a desaparecer en el propio movimiento del “desarrollo”. Con demasiada frecuencia se concibe la “modernización” como (y se reduce a) la industrialización, o más recientemente, a la extensión de los servicios, es decir, como antagónica al mantenimiento de agriculturas familiares pequeñas o medianas orientadas a la autosuficiencia y a la demanda local.

Por lo tanto, y lamentablemente, se olvida el carácter anticapitalista de las agriculturas familiares y, por lo tanto, también se subestima su potencial de transformación estructural de las sociedades y economías en las que vivimos. En los movimientos sociales o en las organizaciones obreras, muchos teóricos o activistas de izquierda todavía consideran a los campesinos como "residuos" de tiempos pasados, defendiendo intereses corporativistas o sectoriales, y no como luchadores por objetivos comunes convergentes con los de los demás trabajadores y ciudadanos. Para que esto cambie es necesario adoptar un enfoque radicalmente crítico de la modernización, donde la urbanización y la industrialización han sido presentadas como sinónimos de progreso y desarrollo, donde la violencia colonial e imperialista ha sido ocultada o minimizada (o incluso justificada), y donde se han introducido racismos para encubrir masacres y ocultar saqueos. Al mismo tiempo, a través de una explotación antropocéntrica de la naturaleza, lo que antes constituía bienes comunes es confiscado a los usuarios, especialmente a los productores de alimentos en zonas rurales o comunidades indígenas.

En este ataque depredador a los bienes comunes, la producción, en lugar de reproducir y mejorar la vida de las poblaciones, se pone en marcha para la acumulación de capital –es decir, dinero que busca comandar la fuerza de trabajo y tratar de tomar el control de todos los aspectos de la vida social a través de mecanismos de privatización. Así, los procesos de globalización de las relaciones capitalistas pueden verse en cierto modo como la propagación de células cancerosas que atraviesan toda la vida social. La explotación se realiza a través de la subsunción de todas las formas de trabajo en la máquina de valorización que produce valores a través de la dominación de fantasías y deseos con una oferta desbordante de prendas monetarias, símbolos de riqueza que son de hecho las herramientas de la explotación de la vida.

La lucha por recuperar los bienes comunes consiste entonces en afirmar el derecho a la vida autónoma y a la autogestión de la mayoría de los individuos y pueblos del espectro mundial. Frente a la difícil tarea de compensar los daños casi irreversibles causados a la existencia misma de la Tierra como hábitat para los humanos y otras especies vivas por el calentamiento global y el cambio climático y los desastres llamados “antropogénicos” (como catástrofes nucleares17), los agricultores, junto a los trabajadores del mundo obrero y de los más diversos movimientos sociales, son precisamente los protagonistas y actores del cambio. Se trata de encontrar las condiciones para una convergencia de luchas en todos los frentes de clase, construir apoyos mutuos e interdependientes, así como aprender unos de otros para fortalecer nuestras capacidades vitales de autonomía y autogestión.

El acceso a la tierra y a otros recursos naturales esenciales para la reproducción de la vida, como los bienes comunes, constituye un derecho legítimo para todos los campesinos, pero también para los trabajadores y los ciudadanos comunes. Por tanto, si la soberanía alimentaria debe salvaguardar diversos modos de autogestión colectiva autónoma, es necesario aceptar la continuidad de las agriculturas familiares durante todo el futuro previsible del siglo XXI. Para esperar resolver las cuestiones agrarias y agrícolas, será obligatorio liberarse de las lógicas destructivas que caracterizan al capitalismo contemporáneo, colocado bajo el mando de las altas finanzas. Si queremos modificar las reglas de dominación imperialista actualmente vigentes en el comercio internacional, nosotros, campesinos, trabajadores y pueblos del Norte y del Sur, debemos unirnos y enfrentar juntos a nuestro enemigo común –el capital financiero, asistido por sus aliados locales– para reabrir perspectivas viables, reconstruir estrategias alternativas y participar en el largo y arduo camino de las transiciones socialistas.

Este artículo está dedicado a los problemas que enfrentan las agriculturas familiares en el Sur (y el Norte) en la actual era neoliberal, y al resurgimiento de las luchas campesinas por su emancipación social y sus legítimos derechos de acceso a la tierra y a los alimentos. Tales luchas conciernen obviamente a todas las categorías de trabajadores y al pueblo en su conjunto, porque lo que está en juego es el desafío de alcanzar la soberanía alimentaria y construir nuestras sociedades, a nivel local, nacional y mundial, sobre los principios de la justicia social, la igualdad y la democracia real.

CONCLUSIONES

El acceso a la tierra y a otros recursos naturales esenciales para la reproducción de la vida, como los bienes comunes, constituye un derecho legítimo para todos los campesinos, pero también para los trabajadores y los ciudadanos comunes. Por tanto, si la soberanía alimentaria debe salvaguardar diversos modos de autogestión colectiva autónoma, es necesario aceptar la continuidad de las agriculturas familiares durante todo el futuro previsible del siglo XXI. Para esperar resolver las cuestiones agrarias y agrícolas, será obligatorio liberarse de las lógicas destructivas que caracterizan al capitalismo contemporáneo, colocado bajo el mando de las altas finanzas. Si queremos modificar las reglas de dominación imperialista actualmente vigentes en el comercio internacional, nosotros, campesinos, trabajadores y pueblos del Norte y del Sur, debemos unirnos y enfrentar juntos a nuestro enemigo común –el capital financiero, asistido por sus aliados locales– para reabrir perspectivas viables, reconstruir estrategias alternativas y participar en el largo y arduo camino de las transiciones socialistas.

Este artículo está dedicado a los problemas que enfrentan las agriculturas familiares en el Sur (y el Norte) en la actual era neoliberal, y al resurgimiento de las luchas campesinas por su emancipación social y sus legítimos derechos de acceso a la tierra y a los alimentos. Tales luchas conciernen obviamente a todas las categorías de trabajadores y al pueblo en su conjunto, porque lo que está en juego es el desafío de alcanzar la soberanía alimentaria y construir nuestras sociedades, a nivel local, nacional y mundial, sobre los principios de la justicia social, la igualdad y la democracia real.

notas

1 Una transición entre las antiguas formas de producción desde casa y las, modernas, de trabajo en fábricas, el putting-out consistía en un sistema en el que el mercader proporcionaba a artesanos subcontratados – o sea campesinos que poco a poco se convertían en obreros –materias primas y herramientas para que estos pudieran producir los productos pedidos.

2 Leer: Marx (1881, 1973 y 1976).

3 Herrera (2024).

4 Herrera (2023).

5 Lenin (1965). Véase, en particular: “Proletariat and Peasantry” (proletariado y campesinado) y “The ‘Peasant Reform’ and the Proletarian-Peasant Revolution” (la ‘reforma campesina’ y la revolución proletaria-campesina), disponibles en Marxist Internet Archives: www.marxists.org/archive/lenin/works/.

6 Herrera y Long (2021 y 2024).

7 Tran (2021).

8 Herrera (2025).

9 Amin (2005).

10 Sit y Lau (2020).

11 Stedile (2007).

12 Moyo y Yeros (2005).

13 Véase: Wen (2009).

14 Véase aquí: Wen (2001).

15 Recientemente: Wen (2021).

16 Patnaik (2011).

17 Leer aquí: Lau y He (2019), Sit y Lau (2024).

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CONFLICTO DE INTERESES

Los autores declaran que no existen conflictos de intereses relacionado con el artículo.

AGRADECIMIENTOS

A la casa editorial Pluto Press de Londres por permitirles utilizar elementos de nuestro trabajo colectivo titulado The Struggle for Food Sovereignty - Alternative Development and the Renewal of Peasant Societies Today (La lucha por la soberanía alimentaria - Desarrollo alternativo y renovación de las sociedades campesinas en la actualidad, un libro publicado en 2015, luego reeditado y distribuido en acceso digital abierto a partir de 2020), así como a I. Ness y Z. Cope, quienes incluyeron una presentación del mismo en The Palgrave Encyclopedia of Imperialism and Anti-Imperialism que coordinaron en Springer en 2020. Gracias también a las compañeras y los compañeros de La Vía Campesina y del CETIM por utilizar nuestro libro en su lucha por un mundo mejor y las demandas que han llevado al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

CONTRIBUCIÓN DE AUTORÍA:

Rémy HERRERA: Conceptualización, Curación de datos, Análisis formal, Investigación, Metodología, Administración del proyecto, Visualización, Redacción – borrador original, Redacción – revisión y edición.

LAU Kin Chi: Conceptualización, Curación de datos, Análisis formal, Investigación, Metodología, Administración del proyecto, Visualización, Redacción – borrador original, Redacción – revisión y edición.

FINANCIACIÓN

No existe financiamiento externo a los autores ni otros compromisos.

PREPRINT

No publicado.

DERECHOS DE AUTOR

Los derechos de autor son mantenidos por los autores, quienes otorgan a la Revista Política Internacional los derechos exclusivos de primera publicación. Los autores podrán establecer acuerdos adicionales para la distribución no exclusiva de la versión del trabajo publicado en esta revista (por ejemplo, publicación en un repositorio institucional, en un sitio web personal, publicación de una traducción o como capítulo de un libro), con el reconocimiento de haber sido publicada primero en esta revista. En cuanto a los derechos de autor, la revista no cobra ningún tipo de cargo por el envío, el procesamiento o la publicación de los artículos.