Las matrices culturales cubanas: un modo de hacer la Diplomacia Cultural

The Cuban cultural matrices: a way of doing Cultural Diplomacy

Dr. C. Aixa Cristina Kindelán Larrea

Doctora en Ciencias Filológicas. Profesora Titular y Consultante del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, La Habana, Cuba. isri-ingreso01@isri.minrex.gob.cu, 0000-0003-2796-3694

Cómo citar (APA, séptima edición): Kindelán Larrea, A. C. (2025). Las matrices culturales cubanas: un modo de hacer la Diplomacia Cultural. Política internacional, VII (Nro. 4), 172-182. https://doi.org/10.5281/zenodo.17305872

https://doi.org/10.5281/zenodo.17305872

 

Recibido: 10 de junio de 2025

Aprobado: 19 de agosto de 2025

publicado: 20 de octubre de 2025

 

RESUMEN “Uno de los consensos que existen hoy sobre los estudios de la cultura es que no hay consensos” (García Canclini: 2005, p. 57). En apego a esta creencia, revive el interés de volver a meditar sobre la reafirmación y defensa de la cultura, así como su proyección y valores legítimos de la nación que la nutre a través de las matrices culturales, consideradas por un lado, como expresión o hilo conductor del grado de desarrollo alcanzado en las relaciones con otras categorías complejas, con las cuales se emparienta y -aunque unas veces se complementan y otras se entrecruzan- son perceptibles en la historia de Cuba y en sus relaciones internacionales; mientras que, por el otro, sirven como fundamento o herramienta de su política exterior, en general, y de la práctica en la diplomacia cultural cubana, en particular.

Palabras clave: consensos, valores legítimos, nación, matrices culturales, relaciones internacionales, diplomacia cultural.

 

 

ABSTRACT "One of the consensuses that exist today on cultural studies is that there is no consensus" (García Canclini: 2005, p.). In accordance with this belief, the interest in meditating again on the reaffirmation and defence of culture, as well as its projection and legitimate values of the nation that nourishes it through cultural matrices, considered on the one hand, as an expression or common thread of the degree of development achieved in relations with other complex categories, revives the interest in reviving. with which it is related and – although sometimes they complement each other and sometimes intersect – they are perceptible in the history of Cuba and in its international relations; while, on the other, they serve as a foundation or tool for its foreign policy, in general, and for the practice of Cuban cultural diplomacy, in particular.

Keywords: consensuses, legitimate values, nation, cultural matrices, international relations, cultural diplomacy.

 

 

INTRODUCCIÓN

Sistematizar saberes en torno a la cultura resulta complicado, pues se trata de un vocablo que ha sido explicado de diferentes formas desde la antigüedad: unas veces retenido en marcos estrictos para referirse exclusivamente al arte y literatura; otras veces pensado con un enfoque funcional, integrador y sistémico, y concebido como ser esencialmente humano, con amplia competencia tanto en su alcance y propósito social como en su impacto en el desarrollo de relaciones internas y externas.

Sin embargo, pese a que los debates a favor de una u otra línea de pensamiento aún se mantienen; en realidad, se comprueba en los últimos tiempos una atenuación del carácter polisémico del término, al tiempo que se privilegia de alguna manera, la acepción que revela una progresiva aceptación del concepto que cada día se ha ido convirtiendo en consenso, al punto que “engloba modos de vida, ceremonias, arte, invenciones, tecnología, sistemas de valores, derechos fundamentales del ser humano, tradiciones y creencias” (Almazán y Serra, 2006, 4).

Gracias a esta visión, se colige la analogía que existe entre la cultura y la diplomacia en cuanto a la extensión de sus interpretaciones, así como sus vínculos con nociones emparentadas de mucho alcance, en tanto la primera permite visualizar su papel como factor o agente propulsor de los valores legítimos de la nación y las identidades, la segunda es la encargada de revelar su dimensión paradigmática en la política exterior, lo que no deja de ser un desafío como práctica social compleja y heterogénea, por los diversos modos de organización en que puede manifestarse, los distintos niveles en que se estructura , y las diferentes modalidades en que se concretar.

El punto de partida para la reflexión sobre el cruce de categorías no responde a la previsión o balance de la importancia de una por encima de la otra; sino más bien, a nuestro juicio, a su carácter “extensionista” o naturaleza contenida, a partir de la conceptualización y entendimiento de los términos cultura, diplomacia, a los que se les añade ahora el de matrices culturales, es decir, dicho en otras palabras, a la necesidad de enaltecer el adeudo de la cultura en la diplomacia, a través de las matrices culturales, entre otras posibles opciones.

En este sentido, cobra fuerza el compromiso de desplegar la cultura y sus valores legítimos como paradigmas, instrumentos y factor significativo en el diseño estratégico de la política exterior cubana y, además, insistir en la urgencia de tener presente la articulación entre cultura, diplomacia y matrices culturales, por ser mecanismos que pueden engrandecer la presencia y promoción de la imagen de nuestra nación en el exterior, facilitar el mayor acercamiento entre los pueblos y consolidar las relaciones entre ellos, incrementar las vías y alternativas comunicacionales y reforzar la permanencia y crecimiento de dispositivos, a favor del crecimiento de la concertación, cooperación e integración, en momentos en los que proliferan crisis sistémicas, abundantes conflictos y peligros inminentes en el mundo.

Así, el hecho de que tengamos que movernos en campos diversos, cuyas fuentes teóricas han sido particularmente absorbidas por enfoques también diferentes y, en ocasiones, asociados o mezclados, obliga a tener presentes los nexos que tienen unas nociones con otras, al igual que algunos semas comunes que impiden o dificultan la comprensión de su significado específico, según la situación o contexto determinado en que se emiten.

En consecuencia, se define su tratamiento teniendo en cuenta las diferentes miradas en las que se asienta el pensamiento, ideología y tendencia de los especialistas de varias disciplinas, lo que, sin duda, constituye el reto que ha de afrontar todo experto que decida emprender cualquier tipo de labor investigativa sobre este tema.

DESARROLLO

Pensar la cultura desde una perspectiva que permita aprehenderla o ponderarla como un todo, en tanto represente lo que el ser humano es capaz de cultivar o producir en comunión con sus iguales, significa admitir que tiene rasgos particulares, aunque suelen distinguirse algunos que pueden considerarse universales o comunes en cualquier repertorio o hatajo de culturas, a saber: la facultad de poder ser aprendida, a partir de diferentes fuentes y modelos de aprendizaje; la posibilidad de comprenderse de distintas maneras -bien individual o empírica, bien social o culturalmente- a través de transferencia generacional de símbolos y valores; la peculiaridad de ser adaptativa a disímiles medios o contextos de existencia y resistencia; la propiedad de armonizar con las normas, principios u ordenanzas que la hacen funcionar con la participación de todos los miembros de la sociedad; y también, la cualidad de ser un patrimonio orgánico y receptor de todo lo que define a los pueblos.

A propósito, en el caso de Cuba, existen evidencias de la coincidencia de pensamientos de varios autores que se afilian y amparan esta mirada. Así lo demuestran entre muchos otros, dos ejemplos reveladores: Roberto Fernández Retamar (2007), quien sintetiza la idea de que “la cultura es el rostro coherente, unitario, de una sociedad [y su carácter concreto está] vinculado a su condición humana]”; mientras que Alejo Carpentier (1982), por su parte, muestra con locuaz insistencia en muchas de sus obras, su interés por la búsqueda de lo auténtico, genuino, real y propio de la cultura latinoamericana y caribeña, en tanto para él es

una cultura de la humanidad cuya grandeza se manifiesta en su infinita variedad, en la coexistencia renovadora y enriquecedora de numerosas culturas independientes; una historia en la que siempre debe haber lugar para el mito y la maravilla, para todo lo que nos ayude a dar sentido al presente y abrirnos paso hacia el futuro, hacia lo desconocido.

Este punto resultó transcendental para darle continuidad a una idea que emergió, en verdad, de un proyecto de investigación primario, titulado “Historia y actualidad de la diplomacia cubana: miradas desde la interdisciplinariedad”. Una de ellas se centraba, precisamente, en la propensión de estudiar el papel de la cultura y su resonancia en la diplomacia, a la cual le dedicamos espacio en el trabajo “Eco y resonancia de la cultura en la diplomacia cubana”1, y, desde de esta dimensión tan amplia y abarcadora, se premeditó luego el encuadre de una segunda disertación que obligara a detenerse en una serie de consideraciones ontológicas y fundamentar la amalgama de saberes hilvanados, en función de dar explicación a la temática en discusión en este artículo: las matrices culturales cubanas en el ejercicio diplomático, el cual servirá de entrada y presentación de una tercera comunicación, dedicada al reconocimiento de las manifestaciones puntuales que se expresan a través de la práctica diplomática cubana en la actualidad.

No obstante, en el entendimiento de que la cultura deja ver su naturaleza humanista y se alza como la voz testimonial del pasado, presente y futuro de una realidad en todas sus expresiones, conforme con el escenario histórico particular de cada país, se hace necesario hacer una parada obligatoria, en función de reiterar algunas enunciaciones que no por repetidas resultan comprendidas, aceptadas o ajenas en estos momentos al tópico sobre el cual se intenta reflexionar en este escrito, lo que obliga entonces a dirigir la mirada hacia explicaciones ya atendidas sobre los términos cultura, diplomacia y matrices culturales, así como de sus conceptos y demarcaciones en discusión.

En efecto, la revisión crítica en diferentes fuentes bibliográficas ha dejado ver de manera consensuada que la cultura ha admitido históricamente conceptualizaciones discordantes en cuanto a los límites de los ejes que la contienen, sostienen o definen: unos la confinan a manifestaciones artísticas y literarias; mientras que otros la disciernen como todo aquello que históricamente el hombre ha generado a través de su vida.

En atención a esta referencia, Gilberto Jiménez (2005, 29-30.) concluye que “durante más de dos siglos, el concepto en cuestión atravesó tres fases: la concreta (forma de vida), la abstracta, (sistema de valores) y la simbólica (conjunto de signos y significados).

Sin embargo, estas tres maneras de pensar la cultura se encadenan indudablemente y dan lugar a otras definiciones -aceptadas por la visión antropológica y otras doctrinas- mucho más amplias, abarcadoras y, sobre todo, concordantes con un enfoque más conveniente a nuestro interés, ya que, sin habérsele restado importancia a la compostura teórica, prevaleció la intención practica y didáctica en sus declaraciones.

En esta dirección, sobresalen -por ejemplo- dos definiciones cercanas a nuestro entorno.

La primera pertenece a una organización, en este caso: la UNESCO (1982), quien considera la cultura como:

(…) conjunto de rasgos distintos, espirituales, intelectuales y efectivos que caracterizan a una sociedad o grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.

Por su parte, la segunda concierne a un profundo y multifacético intelectual y gestor cultural: Raúl Roa García (s.f.), cuyo acuerdo indica que la cultura abarca (…) todo cuanto el hombre ha creado con su propia actividad consciente. La cultura es la obra del hombre y su raíz, el trabajo. (…) Uno de los hechos más trascendentales de nuestra época es la gran revolución científica y técnica que se está produciendo ante nuestros ojos. Quien no avizore siquiera este espectáculo alucinante de la informática, la cibernética, los rayos láser y la cosmonáutica, ni vaga idea tiene del mundo en que vive, teatro de magras transformaciones científicas y técnicas que inciden fundamentalmente en el desarrollo económico, político, social y cultural de los pueblos.

Evidentemente, una y otra vez aflora el mismo dilema ya referido, respecto del basamento tradicional utilizado a la hora de fijar el significado de cultura. Sin embargo, anclados fundamentalmente en la línea de los antropólogos, quienes aprecian la cultura como un todo complejo, en el que se amplía su diapasón al incluir –además de los reseñados- otros componentes como conocimientos, derecho, moral y cualquier tradición o hábito adquiridos por el hombre en una sociedad, se comprenderán en el caso de Cuba “los atributos que se le han asignado, gracias a su facultad como indicadora del universo aprendido, heredado, transmisor, referencial, compartido, simbólico, transgeneracional, normativo, ajustado, versátil y conductual” (Kindelán, 2014, p. 35).

Con estas propiedades conviene a nuestro propósito, entonces, destacar que la cultura va de mano con la historia y, en palabras de García González (2914), “(…) se asume como eje central su definición, a través del proceso de formación de la nacionalidad y de la nación cubana que la sostiene en término de contradicciones, especificidades conflictos, valores y problemáticas”.

En esa lógica, se puede reconocer también el papel de la cultura como trasmisor de todo lo que nos identifica como pueblo y, a su vez, de un agente o instrumento que (…) tiene relevancia en todas las facetas del quehacer humano y además una interrelación más allá de las condiciones tempo-espaciales (Álvarez Álvarez y García Yero, 2008, 12).

De tal suerte, esta última insinuación da la razón a la diversidad de criterios que existen en disputa actualmente, acerca de la trascendencia de la cultura en el terreno internacional y de su misión como unidad básica de las relaciones entre las naciones.

En este sentido, vale la pena no perder de vista que la interrelación cultural tiene larga vida, por lo que no es una manifestación típica de nuestra época, aunque sí ha sido durante el siglo XX y los años vividos del siglo XXI, cuando ha adquirido una especial relevancia internacionalmente, en tanto ha sido atendida y razonada en general, por varias disciplinas de las Ciencias Sociales, la Ciencia Política, la Ciencia de la información y Comunicación2 y, en particular, por la Historia de las Relaciones Internacionales, cuyo foco se ha centrado en la conexión entre la acción cultural y la política exterior, así como entre otros dos conceptos también en discusión: diplomacia cultural, en genera, y matrices culturales, en particular.

Queda claro, pues, la metamorfosis que ha sufrido el concepto “cultura”, a partir de su tratamiento por diferentes ciencias, aunque paradójicamente, algunas veces la práctica sobrepasa la teoría, pues no obstante la evidente evolución que ha experimentado su sentido, hoy día todavía se constata en algunos casos como en la diplomacia cultural que, cuando se habla de cultura, se alude a la acepción o sentido que se refiere solamente a las manifestaciones culturales, con lo que se confirma lo complicado y complejo que resulta el acercamiento a este tema.

Con todo, de la misma manera que especialistas en las relaciones internacionales (historiadores, sociólogos, politólogos, juristas, comunicadores, analistas, entre otros) meditan y debaten constantemente en torno a los más complejos temas sobre la innegable transformación del sistema mundial, también implican el estudio priorizado del comportamiento de la cultura en las relaciones internacionales, fundamentalmente, por la complejidad y transversalidad de la noción, su naturaleza y su acción sobre la política exterior que cambia en la medida que se ensancha y va creciendo el interés por demostrar un mayor efecto de ella como factor de las relaciones internacionales.

 

La diplomacia, por su parte, cuyo origen etimológico se remonta igualmente al latín; pero en su tránsito por el francés y el inglés, amplió su percepción hacia otras actividades que guardaban relación con el manejo de documentos oficiales entre soberanos, tampoco se libra del estigma figurativo, puesto que tras este término se oculta una diversidad de formas y técnicas de relaciones internacionales entre los pueblos que, igualmente, han experimentado cambios esenciales en su razonamiento a lo largo de los siglos (Kindelán Larrea, Op. Cit.).

De modo que, se observa que la voz diplomacia también sufre diferentes razonamientos; pero en función de convenir con la aspiración de situar en paralelo ambas categorías, se comprueba en la práctica, una mayor simetría en los fondos que sirven de soportes a los entendidos en la materia, para construir sus declaraciones acerca de la cultura; al mismo tiempo que se demuestra la presencia de una cierta paradoja en relación con la diplomacia, pues se advierte por un lado, la pluralidad de significados que encierra su demarcación en dependencia de quien la conceptualice y, por el otro, el estricto sentido que adopta para los fines propios de las relaciones internacionales.

A propósito de la actitud que ha generado el trasfondo doctrinario, desde el cual se ha tratado de encauzar semánticamente las nociones de cultura y diplomacia, emergen las matrices culturales como una alianza conceptual, a través de la cual se registran en un mismo asiento científico, los presupuestos integradores que definen sus marcas y fines particulares y derivan una estrategia política encaminada a visibilizar y facilitar la transferencia de los acervos y logros culturales de un determinado país en el extranjero, por lo que se erige en un referente importante de diversas visiones y creencias acopladas y de las variadas maneras de las que ha podido valerse durante muchos años, en tanto su cumplimiento no solo se confina a sujetos que realizan su labor como funcionarios per se; sino que también ella se hace efectiva con la participación de otras personas que cumplen otras misiones trabajos fuera del país.

En consecuencia, bien por unos actores o bien por otros, este ejercicio diplomático se llega a convertir en verdaderos protagonistas, mediante los cuales se transmiten directa o indirectamente las matrices culturales, las cuales no solo enseñan la cultura de una población determinada; sino que además santifican o acreditan la imagen de cada país, al punto que se ha de comprender que al menos en la diplomacia cubana, solo puede ser efectivo su propósito, si se reserva el espacio merecido para, en primer lugar, adentrarse en lo “doméstico”, en el conocimiento exhaustivo de la “cubanía” acoplada a nuestra historia y en los valores culturales de todo tipo, destinados al logro de la unidad y coherencia social interna y, en segundo, transferir y admitir lo que identifica y define a los pueblos en momentos en los que se presta servicios diplomáticos, por un tiempo delimitado.

Precisamente, en línea con esta práctica o encuentro dialógico funcional, inmune y legítimo, conquista su espacio la Diplomacia Cultural como una disciplina joven que aún está siendo sometida a constantes percepciones o enjuiciamientos.

No obstante, una inferencia de la lectura de algunos autores revela que la diplomacia cultural surge de la necesidad de, por una parte, visualizar con total claridad la premeditación de la cultura y sus valores legítimos como paradigma, herramienta y factor significativo en el diseño estratégico la política exterior y, por otra, insistir en el apremio de concebir la articulación entre cultura, diplomacia y matrices culturales, por ser mecanismos que pueden enaltecer la presencia y promoción de la imagen de un país en otros, fortalecer las relaciones bilaterales o multilaterales, facilitar el mayor acercamiento entre los pueblos y consolidar diferentes instancias y oportunidades de compartimentación, intercambios de acciones posibles para la concertación, cooperación e integración, en un universo complejo y de grandes incertidumbres, fundamentalmente para los países tercermundistas.

Esta situación, por consiguiente, obliga a la utilización de vías diversas para ejercer la diplomacia cultural y, en tal sentido, tiende a ser múltiple, aunque el alcance de la aplicación de distintos métodos o iniciativas no tiene un comportamiento análogo en todos los países, ni tampoco existe siempre el mismo nivel de esfuerzo y voluntad política en algunos gobiernos para contribuir con logros en su funcionamiento. Pese a ello, se puede constatar que la influencia de los cambios que se están produciendo en el mundo y la incorporación de nuevos actores además de los funcionarios tradicionales para llevarla a cabo -tal como se había dicho- dota a la diplomacia cultural de una calificación positiva, en cuanto a su actuación y la redefinición de la que ha estado siendo objeto desde las últimas décadas.

Sin duda, el hecho de que la cultura haya estado sumando nuevas formas de relacionarse, nuevos medios de comunicación y tecnologías como soportes para su ejecución, nuevas extensiones, esferas o maneras de proyectarse o expresarse la cultura, así como nuevos actores, entre otras acciones y/o novedades, permitirá el fortalecimiento y capacidad de actuación de la diplomacia cultural; al tiempo que aumentarán también los retos y desafíos para cumplir con sus expectativas como herramienta de las relaciones internacionales y garante del diálogo, de una promoción cultural recíproca, con adhesión a la tolerancia, el respeto, la paz y el mejor conocimiento y entendimiento mutuo.

En efecto, conforme con la lógica expositiva, se ha reservado las siguientes últimas líneas a uno de los puntos especialmente importante y articulado con todo lo descrito anteriormente, es decir, a las matrices culturales, cuya definición resulta también imprecisa y controvertida; razón por la cual muchas veces es necesario establecer equivalencias con otras categorías como: mediaciones, atributos, patrones culturales y prácticas de identidad, entre otras, en favor de una mayor comprensión de su sentido. Así, por ejemplo, autores como Berger y Luckman (1995) las consideran como un conjunto de prácticas (entre las cuales están las cognoscitivas; pero también las estéticas, económicas, semióticas y políticas). Para ellos. todas las matrices son fenómenos de la misma índole que pueden tener orillas borrosas, fronterizas o influencias unas con otras, sin perder por ello la especificidad de su cuerpo matricial.

Además, Berger y Luckman relacionan las matrices culturales con “un universo simbólico” y las definen como “forma unitaria, casi monolítica, aunque reconocen la pluralidad de universos en una sociedad contemporánea” (ibid) e incorporan en su interior segmentos de otras matrices y otras etapas previas de la misma matriz, sean vivas o muertas. A su juicio, “las matrices requieren de procedimientos y mantenimientos; no existen sin la intervención de los sujetos y, para habitarlas es necesario construirlas, desarrollarlas, reproducirlas y también protegerlas”. (Ibid).

Mientras, Borroto (2008), en su libro Cultura Occidental y Nuevo Mundo, cuando habla de las matrices culturales, se refiere a un “proceso de construcción de la identidad” y subraya que se da a través de escuelas, libros, museos, y se vinculan con las gestas por la independencia o con el enfrentamiento a invasores externos, por lo que están presentes en la conformación de los Estados nacionales latinoamericanos y caribeños.

En otra línea de pensamiento sobre la dicotomía cultura y matrices culturales, también, importa reseñar la apreciación de Jesús Martín Barbero, (2008, 6), quien suscribe que:

“La cultura no es algo abstracto: es material y cotidiana. Se incorpora, se lleva en el cuerpo; es, ante todo, un dispositivo de autorreconocimiento: sirve para verse y dejarse ver” y, al referirse al concepto de matriz cultural, condensa en su obra una aproximación tangencial, metafórica y muy personal a un campo: el de lo cultural, marcado tanto por las deificaciones como por el desdibujamiento de los límites convencionales

A la luz de estas señales, se descubre la trascendencia del discernimiento de las matrices culturales que se expresan a través de la historia de nuestro país, primero, y de las relaciones internacionales, después, en tanto constituyen un aporte a los estudios sociológicos, ideológicos, políticos, antropológicos, comunicacionales e históricos y una asistencia a la defensa de la identidad nacional y cultural de nuestra Patria. Importan, por consiguiente, por ser de enorme utilidad para seguir profundizando en las características de la cubanía, especialmente en su posible distinción de lo cubano en el vínculo con la realidad social que la genera, la evalúa y también la simboliza en una diplomacia cubana “actualmente ampliada, generalizada” y sustentada en una identidad nacional, cuya génesis es anterior a la Independencia.

CONCLUSIONES

En fin, se coteja constantemente el carácter polisémico de las tres categorías probatorias de una relación muy estrecha con otras distinciones cercanas, cuyos sentidos todavía continúan siendo retocados y, pese a que sus ámbitos de estudios se entrecruzan, permiten a diversas ciencias o disciplinas recurrir a ellas, con el fin de explicar también que, aunque cada una tiene muy bien determinado su campo de acción, cualquier enfoque que se siga para su análisis, deja ver que constituyen un conjunto de unidades interconectadas, cuyas conductas son decisivas y condicionantes en el curso axiomático, activo y eficaz de las relaciones internacionales.

El crédito que merecen, por tanto, estas creencias requiere -por un lado- un mayor acercamiento a la evaluación y definición de las vías mediante las cuales actores de la diplomacia tienen la obligación de “hacer” y, luego “transferir” los legados nacionales, la imagen, presencia y liderazgo de nuestro país en la esfera internacional y, en este sentido, se distingue el estudio de las matrices culturales en su relación con el ejercicio diplomático, por considerarlas como la senda más expedita para dar respuesta a cuestiones medulares sobre el entrecruzamiento de tres categorías que se construyen en comunión con la identidad nacional y están destinadas a su difusión en el enclave de la cultura, a modo de herramienta en las prácticas diplomáticas contemporáneas.

Justamente, la existencia de tres descriptores básicos en los que convergen una disparidad de discernimientos sobre ellos, hace difícil el análisis de la separación de los saberes o modos de pensar la cultura y las relaciones internacionales, teniendo en cuenta diferentes teorías o saberes y el fuerte emborronamiento o confusión que limitan o dificultan la posibilidad de dar respuestas a varias interrogantes que pueden generarse, a saber:

• ¿Cuáles son las matrices culturales más fuertes en Cuba que prevalecen en las prácticas diplomáticas en esta nación caribeña?

• ¿Qué acciones estratégicas proyectan los ministerios de Cultura, de Educación y de Relaciones Exteriores, con el fin de revelar las principales matrices culturales en las misiones cubanas en el exterior?

• ¿Qué universos conforman las principales matrices culturales cubanas que se tienen en cuenta en las prácticas diplomáticas?

• ¿Qué papel desempeñan en la población cubanas en el exterior la práctica de las matrices culturales en las misiones en el exterior?

• ¿Qué impacto tiene el empleo de las matrices culturales autóctonas en la práctica diplomática cubana?

Al margen de esta realidad, en la que convergen la cultura, las matrices culturales y la diplomacia, que no encuentra aún camino seguro para su tratamiento y, en ocasiones, cautivan o atraen por influencia, enfoques y temas hasta contradictorios a la hora de valorar la imbricación en sus análisis, valoramos la significación de emprender con emergencia la investigación de la última entidad que cierra el triángulo referencial que sirve de base a este comentario, al tiempo que aligera el camino para la redacción a continuación de uno nuevo, mediante el cual quede resuelto el dilema sobre cuáles son las matrices culturales específicas y/o representativas cubanas que, en la práctica, constituyen el foco de ese modo de hacer la diplomacia cultural de la que hablamos. Sin duda, no escapa a las mutaciones en su explicación cíclica y gradual, así como en su aplicación legítima, a través de un trabajo concertado, complementario y coordinado entre todos los países y el respaldo de un clima de entendimiento, de paz, y de construcción y desarrollo de consensos y cooperación.

Sin embargo, dado que toda política exterior ha de ser reflejo de su política doméstica, es necesario velar por el cumplimiento de los principios que garantizan una práctica cultural que en sus más amplias dimensiones responda a las matrices ideológicas que le dieron origen y, al mismo tiempo, la sustenten como patrimonio particular y universal.

En consecuencia, uno se resiste a percibir que no siempre el camino que se ha escogido para llevarla a cabo ha sido el más atinado; de ahí la emergencia de profundizar en la manera en que los gerentes, actores y promotores, en general, coronen y dignifican la cultura y la forma en que los hacedores de la diplomacia de los distintos Estados, en particular, muestran al mundo la legítima marca o imagen del país, y reevaluar la conducta que la misión de la cultura en la diplomacia puede resultar verdaderamente efectiva y responsable de su cometido.

notas

1 Se trata de un artículo publicado en la Revista Política Internacional, no. XXI, enero-junio del 2014. Cuba. ISRI. Minrex.

2 Reconocer otro elemento no menos importante que también ha contribuido con el auge alcanzado por la cultura como factor determinante en las relaciones entre los pueblos, ha sido el desarrollo de la Ciencia de la Información y de la Comunicación, puesto que ha permitido indudablemente la consecución y ganancia de la mayor rapidez de las prácticas culturales, como nueva herramienta en las relaciones bilaterales y multilaterales

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CONFLICTO DE INTERESES

La autora declara que no existen conflictos de intereses relacionado con el artículo.

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