Geopolítica del regionalismo en América Latina: Crisis global y nuevos modelos de orden

Geopolitics of Regionalism in Latin America: Global Crisis and New Models of Order

 

Cómo citar (APA, séptima edición): Cilio Mejía, J. S. (2025). Geopolítica del regionalismo en América Latina: Crisis global y nuevos modelos de orden. Política Internacional, VII (Nro. 2), 328-344. https://doi.org/10.5281/zenodo.15103962

https://doi.org/10.5281/zenodo.15103962

Lic. Jordano Sebastián Cilio Mejía

Licenciado en Sociología. Maestrando en Relaciones Internacionales con mención en Economía Política Regional y Global. Asistente de investigación. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Quito, Ecuador.

jsciliofl@flacso.edu.ec 0000-0002-2810-3605

 

Recibido: 17 de noviembre de 2024

Aprobado: 19 de febrero de 2025

publicado: 7 de abril de 2025

 

RESUMEN Actualmente, el orden global atraviesa una crisis orgánica que ha llevado a América Latina hacia una reconfiguración geopolítica. Este artículo examina cómo los factores estructurales globales y los cambios en los modelos de orden han fragmentado el regionalismo, atomizando la región y poniendo en cuestión su posición en el sistema internacional. Ante estas tensiones, los Estados latinoamericanos han adoptado modelos políticos que trascienden la vieja dicotomía izquierda-derecha y plantean diferentes visiones sobre el orden global. A través de un enfoque geopolítico y estructural, la investigación analiza los proyectos políticos de la región y cómo estos factores han afectado la capacidad de América Latina para unificarse. Los resultados indican que la crisis y las presiones globales han intensificado la fragmentación y la heterogeneidad en los enfoques de integración, debilitando la capacidad regional para actuar cohesionadamente y limitando una visión unificada del curso del orden global.

Palabras Clave: Geopolítica; Crisis Global; Regionalismo; Fragmentación; América Latina.

 

 

ABSTRACT Currently, the global order is experiencing an organic crisis that has driven Latin America and South America toward a geopolitical reconfiguration. This article examines how structural global factors and shifts in models of order have fragmented regionalism, atomizing the region and questioning its position within the international system. In response to these tensions, Latin American states have adopted political models that transcend the old left-right dichotomy and propose different visions for the global order. Through a geopolitical and structural approach, this research analyzes the region’s political projects and how these factors have affected Latin America and South America’s ability to unify. The findings indicate that the global crisis and external pressures have intensified fragmentation and heterogeneity in integration approaches, weakening the region's ability to act cohesively and limiting a unified vision regarding the direction of the global order.

Keywords: Geopolitics; Global Crisis; Regionalism; Fragmentation; Latin America

 

 

INTRODUCCIÓN

Durante la primera década del siglo XXI, el sistema internacional ha entrado en una crisis orgánica que ha cuestionado los fundamentos del orden global posguerra fría, caracterizado por el consenso de los principios liberales y globalistas (Sanahuja, 2024). La crisis orgánica, entendida como una versión más amplia del concepto de crisis gramsciano, denota un proceso en el que las instituciones y estructuras vigentes muestran signos de agotamiento, dejando de ser funcionales, y afectando al sistema económico, político y cultural de la sociedad. Como señala Gramsci, “la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados” (1981, 37). En este marco, Sanahuja (2022) argumenta que el orden internacional liberal enfrenta actualmente esta crisis orgánica, manifestándose en fenómenos como la desglobalización, el ascenso de fuerzas iliberales y populistas, y el agotamiento del multilateralismo, lo que evidencia tanto el deterioro del sistema neoliberal como la incapacidad de las potencias tradicionales y emergentes para construir un nuevo orden global.

Esta crisis orgánica ha impulsado una reconfiguración geopolítica en América Latina, donde las estructuras políticas y económicas enfrentan tensiones constantes, adaptándose o resistiéndose a las fuerzas globales, tanto de las que no acaban de morir, como de las que no acaban de nacer. En este contexto, América Latina, y especialmente Sudamérica, se han convertido en escenarios de disputa, reflejando la lucha por redefinirse en el sistema internacional, e inmersas en transformaciones geopolíticas. Aunque bajo los gobiernos de la ola progresista, la región pareció orientarse hacia una ‘geopolítica de la integración’, desde mediados de la segunda década del siglo XXI ha experimentado una fragmentación, con posturas divergentes sobre el orden global que plantean la necesidad de redefinir el papel de Latinoamérica en este contexto. De este modo, las preguntas sobre la que se desarrolla este artículo son: ¿cómo los factores estructurales globales y los cambios en el liderazgo en América Latina han provocado la transformación geopolítica y fragmentación del regionalismo en el área? y ¿qué desafíos geopolíticos plantea esta fragmentación para la autonomía y el posicionamiento de América Latina y en especial Sudamérica en el sistema internacional actual?

Con base en esta problemática, el objetivo de este artículo es analizar cómo los factores estructurales globales, y los cambios en el liderazgo, han afectado al regionalismo latinoamericano y reconfigurado la región en un sistema internacional en crisis. El análisis se centra en tres aspectos principales: la influencia de estos factores en la cohesión regional y el papel de los proyectos de integración; los desafíos geopolíticos que enfrenta América Latina y en especial Sudamérica ante la fragmentación y pérdida de cohesión; y, finalmente, cómo esta nueva configuración plantea interrogantes sobre la autonomía y el posicionamiento estratégico de la región en el escenario global. La tesis central sostiene que estos factores han fragmentado el regionalismo y alterado la dinámica geopolítica de América Latina, limitando su capacidad de consolidarse como un bloque sólido en el sistema internacional. Para abordar estas cuestiones, el artículo se organiza en cinco secciones: primero, la presente introducción; segundo, se exploran las consideraciones geopolíticas del regionalismo; tercero, se examina la geopolítica del regionalismo de la ola progresista; cuarto, se aborda la reconfiguración geopolítica de la región, influenciada por la crisis de la globalización y el proceso de atomización reflejado en distintos proyectos políticos; y, por último, las conclusiones.

DESARROLLO

1. Implicaciones geopolíticas de la región y regionalismo

Cohen (2015) define la geopolítica como la interacción entre contextos geográficos y procesos políticos, subrayando la interconexión entre el poder político y la dimensión espacial. Históricamente, la geopolítica centró su mirada en el Estado como el eje de poder y actor central en las relaciones internacionales, lo que lo convertía en la unidad de análisis principal (Betancur-Díaz, 2020). Aunque esta perspectiva clásica puede parecer simplificadora, ofrece una ventaja al considerar las leyes de crecimiento de los Estados de Ratzel, que expanden el análisis geopolítico. Según Ratzel (2011), el Estado es una entidad orgánica cuyo desarrollo tiende a expandir sus horizontes geográficos. Así, el regionalismo puede entenderse como una forma contemporánea de expansión y construcción de los Estados, donde despliegan sus procesos políticos en una región específica (Farrell, 2005).

Partiendo de esta base, la región se entiende convencionalmente como la unión de un número limitado de Estados por relación geográfica o interdependencia (Hettne & Söderbaum, 2002). Sin embargo, las regiones no deben considerarse meras agregaciones de Estados o unidades territoriales estáticas, sino como construcciones sociales, resultado de transformaciones socioespaciales influenciadas por relaciones de poder internacional (Paasi et al., 2018). Así, la construcción de región responde a imperativos políticos y no es neutral. Las regiones no solo constituyen espacios geopolíticos; se desarrollan en procesos dinámicos de integración que conducen a la regionalización y, cuando adquieren una dimensión ideológica, al regionalismo orientado a construir un orden regional determinado (Rivarola, 2021a).

Considerar la dimensión regional y sus implicaciones geopolíticas es crucial, ya que, si nuestra unidad de análisis es siempre el país [Estado] y no tomamos en cuenta efectos y dinámicas regionales, pasaremos por alto esos efectos y, en consecuencia, no podremos entender el proceso causal” (Mainwaring & Pérez-Liñán, 2009, 525 [lo del corchete es mío]). Esto aplica también a los regionalismos, esenciales para comprender el cambio y la evolución tanto del sistema mundial como de los Estados. Un análisis geopolítico es, por tanto, fructífero, ya que permite explicar procesos de integración y fragmentación (Rivarola, 2021b). Como menciona Girault (2020), la integración y la fragmentación regional dependen de circunstancias históricas e idearios políticos, sin una transición mecánica en una dirección u otra.

Dado que las regiones se ubican en zonas geográficas específicas y resultan de procesos políticos y sociales propios de cada contexto, es fundamental identificar las particularidades de la región y del regionalismo sobre las que se estudia (Hettne & Söderbaum, 2002). Esto es clave para entender que los regionalismos no siguen un único modelo de análisis. Desde esta perspectiva, el enfoque liberal institucionalista europeo resulta inadecuado para captar las especificidades latinoamericanas, ya que el regionalismo no es una invención europea, sino latinoamericana. Pues Rivarola (2021a, 2021b) señala que cuestiones de poder y espacio han sido parte de las políticas latinoamericanas desde la colonia.

Por lo tanto, la trayectoria latinoamericana no puede entenderse bajo las categorías de regionalismo abierto y cerrado del modelo europeo; en su lugar, responde a dinámicas de contestación, adaptación y pragmatismo propias de la Realpolitik (Tussie, 2009; Vivares et al., 2014). A diferencia de otros proyectos regionalistas, en América Latina estos se configuran bajo la influencia hegemónica de Estados Unidos, generando dos orientaciones: una que se alinea con su esfera de influencia y otra que busca autonomía frente a esa hegemonía. Este segundo enfoque ha sido viable solo cuando Estados Unidos se ha enfocado en asuntos fuera de la región (Vivares, 2013).

Rivarola (2013) señala que la comprensión geopolítica implica tomar conciencia del espacio ocupado por un Estado y su relación con el mundo. Esto nos lleva a dos reflexiones clave. Primero, la noción de lebensraum (espacio vital) que resalta cómo las estrategias políticas y económicas reflejan tensiones por el control del espacio y los recursos estratégicos (Abrahamsson, 2013). Cuando el regionalismo se entiende como una expansión contemporánea de los Estados, resulta esencial reconocer estas estrategias. Segundo, el regionalismo debe considerarse en relación con los factores estructurales del sistema internacional, ya que su viabilidad depende de criterios y condiciones específicos que afectan a cada Estado o región. Así, el regionalismo latinoamericano se ha construido en un contexto geográfico y político propio, que requiere un análisis cuidadoso.

2. Configuración geopolítica de la ola progresista

Habiendo establecido que la región y el regionalismo latinoamericano no pueden comprenderse bajo modelos externos o descontextualizados, resulta esencial analizar cómo estas dinámicas se materializaron durante la ola progresista del siglo XXI. Esto exige, en primer lugar, considerar los factores estructurales globales que incidieron en la configuración de la región latinoamericana. Solo tras identificar estos elementos podremos explorar las características geopolíticas de este regionalismo particular y su impacto en la proyección política y económica de la región, elementos que contribuyeron a la reconfiguración de sus estructuras actuales.

Como sostienen Agnew y Corbridge (1995), el orden geopolítico posguerra fría significó la transición de un mundo bipolar hacia un sistema marcado por la globalización económica [Figura 1]. En este escenario Posguerra Fría, Huntington (2001) argumenta que la política global se organiza, de forma simplificada, en torno a factores culturales que influyen en la interacción entre Estados, permitiéndonos ordenar la realidad y hacer generalizaciones sobre ella. De este modo, la geopolítica se redefine según estas líneas culturales. Así, el mapa en la Figura 2 muestra cómo la región-civilización latinoamericana se construye bajo factores culturales que son posibles tras el fin de la Guerra Fría.

Figura 1. La hegemonía en el orden geopolítico posterior a la Guerra Fría

Figura 2. Las civilizaciones de Huntington

Considerar la región latinoamericana desde la perspectiva de Huntington plantea el problema de ignorar la globalización como una fuerza estructural que extiende conexiones transplanetarias y supraterritoriales, reduciendo barreras físicas y culturales (Scholte, 2007). No obstante, Agnew (2015) sostiene que la cultura se adapta a influencias externas, un enfoque clave al considerar, como señala Sanahuja (2019), que la globalización entró en crisis en 2008, iniciando un proceso de repolitización y contestación que desafía el orden internacional liberal. Esta crisis también desplazó el centro de gravedad de la economía mundial hacia Asia Oriental, especialmente China (Caetano & Pose, 2020).

Los factores estructurales globales transformaron la estructura socioespacial latinoamericana. Según Nolte y Hoffmann (2007), la ‘nueva América Latina’ atravesó cambios en alianzas, redes estratégicas y estructuras de cooperación, que reflejó cambios en los recursos económicos y de poder, así como nuevas visiones sobre política económica y exterior. Sin embargo, fue en América del Sur donde estos factores incentivaron la acción colectiva, hasta convertirla en una región geopolítica independiente, aunque con limitaciones (Cohen, 2015). Este proceso, marcado por una geopolítica de la integración, buscó fortalecer la cooperación regional en respuesta a los cambios en el orden global y las necesidades de desarrollo de los Estados (Nolte & Wehner, 2016). Esta reconfiguración refleja una tensión por el control del espacio y recursos sudamericanos, implicando que los regionalismos suponen ‘nuevas’ formas de interacción y de reordenar su entorno cercano.

Al considerar el regionalismo como una forma contemporánea de expansión estatal, es inevitable centrarse en Brasil, que, según Rivarola (2011), actuó como Estado central en la profundización de la integración sudamericana. Como indican Spektor (2010), y Nolte y Wehner (2016), Brasil delimitó su esfera de influencia mediante su política exterior, anclando su poder a una red de vínculos formales y patrocinio de instituciones regionales, destacándose el liderazgo de Lula da Silva al impulsar la UNASUR en 2008. En particular, su liderazgo quedó reflejado durante la cumbre extraordinaria de Brasilia ese mismo año, donde, además de aprobarse el Tratado Constitutivo de UNASUR, Brasil presentó su propuesta para la formación del Consejo Sudamericano de Defensa (Visca, 2008).

De modo similar, en Venezuela, Chávez utilizó los ingresos petroleros para construir redes autóctonas de poder, como el ALBA-TCP en 2004, desafiando la integración promovida por Estados Unidos a través del ALCA (Legler, 2013; Nolte & Wehner, 2016). Este desafío se materializó en dos momentos clave: primero, durante la III Cumbre de las Américas, en abril de 2001, donde Chávez se opuso públicamente a la propuesta del ALCA; y luego, en diciembre del mismo año, durante la III Cumbre de Jefes de Estado de la Asociación de Estados del Caribe, cuando planteó por primera vez la idea del ALBA (ALBA-TCP, 2024).

En este contexto, Nolte (2022a) sostiene que la competencia entre Brasil y Venezuela respondía a proyectos específicos: Brasil buscaba una nueva integración económica y comercial, mientras que Venezuela abogaba por una estrategia antihegemónica. Aunque divergentes, ambos enfoques impulsaron el regionalismo durante la primera década del siglo XXI, mismo que coincidió con el auge de la primera ola progresista en el propio siglo.

El proyecto geopolítico de Brasil, que tomó forma en UNASUR, se enmarca en el ‘regionalismo postliberal’, que, según Sanahuja (2011), se caracteriza por el retorno de la política a las relaciones exteriores y desarrollo, priorizando la reducción de desigualdades, aumento de justicia social, cooperación e integración social y política, sin centrarse exclusivamente en la liberalización económica, pero sin desafiarla por completo. Así, UNASUR, como proyecto geopolítico de Brasil, buscó consolidar la redefinición del espacio sudamericano y promover la autonomía frente a las potencias globales mediante una ‘geopolítica de la integración’ que buscó la cooperación en áreas de energía, defensa, infraestructura, salud, educación y finanzas, estructuradas en sus Consejos, lo que significaba la expansión de su ‘espacio vital’ y una proyección de soberanía más efectiva (Racovschik, 2010; Rivarola, 2011). De este modo, UNASUR fue una propuesta de valoración del espacio geográfico sudamericano en distintas áreas temáticas para consolidar el dominio de la región.

Específicamente para Brasil, UNASUR fue una plataforma para desplegar su influencia política en Sudamérica, configurando una forma de expansión y construcción estatal en la región. Como señala Santander (2009), UNASUR permitió a Brasil reorganizar el espacio sudamericano y consolidar su liderazgo en áreas estratégicas, como el Consejo de Defensa Sudamericano (CDS), que fortaleció la autonomía regional en la gestión de conflictos sin intervención externa, proyectando a Brasil como garante en la estabilidad regional y consolidando su influencia geopolítica en el sistema internacional. Un ejemplo de este liderazgo se evidenció en 2008, cuando el Ministro de Defensa, Nelson Jobim, lideró visitas diplomáticas a varios países de la región con el objetivo de promover el intercambio de personal militar y organizar ejercicios conjuntos. Estas iniciativas contribuyeron a que la identidad del CDS reflejara la visión regional asumida por Brasil: cooperación hacia el interior de la región y disuasión frente a actores externos.

Según Spektor (2010), el liderazgo asumido por Brasil fue lo que le permitió actuar como interlocutor en representación de Sudamérica, consolidándose como potencia al interior de la región y como representante de la misma en el ámbito global. Rivarola (2017) argumenta que las potencias utilizan la integración regional para controlar el territorio y expandirse, en lugar de optar por ocupación directa, como es el caso de Brasil con UNASUR, proyectándose como una potencia global emergente, en un escenario de crisis del orden global. Como ejemplo de esto último, Sanahuja (2012) menciona que UNASUR le permitió a Brasil conciliar los intereses económicos de su sector privado al mejorar su acceso a mercados y puertos del Pacífico, donde se vieron favorecidos la agroindustria y los agroexportadores, así como empresas de alta tecnología como Embraer.

Por otro lado, aunque Venezuela también buscó liderazgo en UNASUR, bajo un ideal que responde a la herencia del pensamiento bolivariano, su estrategia fue más confrontativa con Estados Unidos, algo que Brasil evitó para no limitar su proyección (Spektor, 2010). Así, el proyecto geopolítico de Venezuela se concretó en el ALBA, un modelo de regionalismo ‘posthegemónico’. Según Lockhart (2013), a diferencia del regionalismo posliberal, de enfoque pragmático, el posthegemónico es una respuesta crítica a la hegemonía impuesta por las grandes potencias. En este sentido, Riggirozzi y Tussie (2012) sostienen que lo posthegemónico se caracteriza por prácticas híbridas que desplazan parcialmente la gobernanza neoliberal liderada por Estados Unidos, funcionando como alternativa al regionalismo abierto.

En este contexto, el ALBA surgió como una respuesta directa al ALCA, que proponía un área de libre comercio liderada por Estados Unidos. Altmann (2008) describe al ALBA como una alternativa al libre mercado, que rechaza la liberalización económica sin control estatal y busca armonizar Estado y mercado. Linares y Guerrero (2008) expresan que la propuesta del ALBA está influenciada por el pensamiento de Bolívar y Miranda, vinculada a la ‘geopolítica de los débiles’, que como lo define Rivarola (2013), promueve la unidad como defensa ante grandes potencias. Así, geopolíticamente, el ALBA aspiró a una unidad latinoamericana antimperialista, bajo el ‘Socialismo del Siglo XXI’, con la intención de debilitar la influencia regional y global de Estados Unidos, que incluyó alianzas con Irán, Rusia y China (Ríos, 2011; Serbin, 2007). A saber, Irán y Siria mantienen el estatus de miembros observadores en el ALBA, a esto se añade, como señalan Caro y Rodríguez (2009) que los miembros fundadores del ALBA han defendido a Irán al interior de la ONU por el programa de enriquecimiento de uranio, donde se evidencia la postura antiestadounidense.

Al igual que UNASUR, el ALBA promovió una geopolítica de integración mediante cooperación en energía, infraestructura, salud, entre otros, a través de consejos ministeriales, permitiendo a los Estados la ‘expansión de su espacio vital’ y proyectar una soberanía que contrarrestara la influencia de Estados Unidos (Linares & Guerrero, 2008; Rivarola, 2011). Esto se evidencia en la cartera de financiamientos impulsados por el Banco del ALBA, donde los sectores económico de transporte e infraestructura, y educación, son los que cuentan con mayor inversión con un 24% y 17%, respectivamente (Banco del ALBA, 2024). De igual forma, en un intento de contrarrestar la influencia estadounidense, en 2009 se aprobó la creación del Sistema Unitario de Compensación Regional (SUCRE), para reemplazar al dólar en las transacciones comerciales de los países miembros, misma que es emitida por el Banco del ALBA.

Para Venezuela, el ALBA fue una plataforma para desplegar un proyecto político en Latinoamérica que impulsara un modelo de ‘desarrollo desde adentro’, resaltando lo local (Linares, 2007). Este enfoque, vinculado a la ‘autarquía’ de la escuela geopolítica alemana, busca desarrollar industrias básicas bajo el poder estatal (Pinochet, 1974). Aunque el ALBA se formalizó en 2004, sus bases estaban, entre otros aspectos, en el “Plan Nacional de Desarrollo 2001-2007”, donde el gobierno de Chávez promovía el desarrollo endógeno a nivel regional (Altmann, 2008). Para lograr ese desarrollo, Venezuela, a través de Petrocaribe, proporciona petróleo subsidiado a los países miembros del ALBA a cambio de la obtención de bienes y servicios (Jácome, 2011).

Figura 3. Estados miembros del ALBA (A) y UNASUR (B)

De esta manera, el gobierno de Chávez hizo del ALBA su núcleo, distanciándose de Brasil y generando una competencia por el liderazgo regional (Nolte, 2022a; Serbin, 2007). Aunque Brasil lideró los esfuerzos de regionalismo gracias a su agenda pragmática, Venezuela actuó como ‘pivote geopolítico’, cuyo rol estratégico y poder derivó de su localización y recursos valiosos para los ‘jugadores geoestratégicos’ Estados Unidos y China (Mijares, 2018; Santander, 2009). Según los datos del Observatorio de Complejidad Económica (2023), China se convirtió en el segundo destino de las exportaciones venezolanas en 2017, alcanzando el primer lugar en 2019. Por su parte, Estados Unidos fue el principal destino de las exportaciones de Venezuela hasta 2018. En ambos casos, el petróleo fue el principal producto de exportación hasta 2019.

Aunque las etiquetas ‘postliberal’ y ‘posthegemónico’ se han empleado ampliamente para describir el regionalismo de la primera ola progresista del siglo XXI, cabe cuestionar su capacidad para capturar la complejidad de estos proyectos. Benz y Narea (2018) argumentan que existe un ‘malentendido latinoamericano’ porque América Latina no es una entidad política integrada, sino más bien una región heterogénea. Malamud (2016) refuerza esta idea, señalando que no existe una organización regional que abarque a todos los países, mientras que Sanahuja (2016) indica que los proyectos de integración han descansado en metas ambiciosas pero irreales, que terminaron erosionando la credibilidad de sus miembros. Aunque el ALBA, como regionalismo latinoamericano, no incluyó a todos los países de la región, UNASUR, como regionalismo sudamericano, sí llegó a incorporar a todos los Estados de Sudamérica en un periodo (Figura 3).

Sin embargo, es la categoría ‘posthegemónico’ del ALBA la que resulta más cuestionable, ya que, como sostiene Ullán (2011), aunque discursivamente se opone a la hegemonía estadounidense, en la práctica nunca pudo aislarse completamente de Estados Unidos, ni a la globalización, como evidencian los vínculos comerciales de Venezuela con Estados Unidos. Para dar cuenta de ello, según los datos del Observatorio de Complejidad Económica (2023), y considerando como punto de partida la creación del ALBA en 2004, Estados Unidos fue el principal destino de las exportaciones venezolanas hasta 2018, aunque a partir de 2012 las ventas externas comenzaron a disminuir significativamente alcanzando su punto más bajo en 2020 con apenas 174 millones de dólares. Mientras que, en el caso de las importaciones, Estados Unidos se mantuvo como el principal país de origen hasta 2018 y desde 2019 ocupa el segundo lugar superado únicamente por China.

3. Reconfiguración y fragmentación geopolítica regional en un mundo en ebullición

Coincidimos con Caetano y Pose (2020) en que el declive de los regionalismos latinoamericanos no responde a una única causa, sino que debe analizarse considerando factores globales, regionales y domésticos. Como señalan Nolte y Mijares (2018), las mismas condiciones que propiciaron el surgimiento del regionalismo latinoamericano también fueron el germen de su crisis. Así, cuando el poder en el sistema internacional se desconcentra, aumenta tanto la autonomía regional como la nacional (Nolte, 2019). Esta autonomía nacional, al fortalecer el ejercicio de soberanía, limita los procesos de integración que requieren alguna renuncia a dicha soberanía, lo cual contribuyó a la crisis del regionalismo postliberal y posthegemónico.

Como afirman Mijares y Nolte (2018), el modelo intergubernamental e interpresidencialista del regionalismo, con un diseño institucional laxo, facilitó la integración en tiempos de afinidad ideológica, pero limita su capacidad para gestionar crisis en contextos de polarización caracterizada por divergencias entre orientaciones políticas, como progresismo vs. Neoliberalismo; o por desacuerdos en torno a valores ideológicos fundamentales como la democracia y los derechos humanos. En el caso de UNASUR, este modelo institucional quedó plasmado en el artículo 12 de su ‘Tratado Constitutivo’ que establece que las normativas deberán ser adoptadas por consenso (UNASUR, 2008). Si bien la votación por consenso buscaba inicialmente fomentar el diálogo entre los miembros y fortalecer la cohesión del bloque, en la práctica derivó en un sistema de ‘consenso absoluto’ que obstaculiza la toma de decisiones, y favorece la paralización. Un ejemplo de ello ocurrió en 2017, cuando la falta de acuerdo entre los miembros impidió la designación de un nuevo Secretario General tras la salida de Ernesto Samper, lo que dejó a la organización en un estado de acefalia.

A diferencia de UNASUR, el ALBA adoptó un modelo más flexible y pragmático que priorizó la cooperación bilateral y multilateral. Esto permitió que las decisiones en el bloque se tomaran sin depender de procedimientos rígidos o unanimidades formales. No obstante, aunque este diseño institucional más flexible del ALBA facilitó una mayor agilidad en los procesos de toma de decisiones, también generó insatisfacción entre algunos miembros, debido a la centralización del liderazgo político y económico en Venezuela, que controlaba la mayor parte de los recursos financieros del bloque a través de programas como Petrocaribe. Por ejemplo, como sostiene Jácome (2011), países como Nicaragua y Bolivia han expresado tensiones respecto a la dependencia excesiva de los recursos venezolanos y a la falta de mecanismos equitativos para la distribución de beneficios. Así, aunque la flexibilidad institucional ofrece ventajas en el corto plazo, también limitaba su capacidad para evolucionar hacia una integración regional menos centralizada.

De este modo, hay que reconocer que la baja institucionalización en organizaciones postliberales y posthegemónicas propició el surgimiento de otras instituciones. Nolte (2022b) denomina este fenómeno ‘creación de regímenes competitivos’, en referencia a la tendencia de crear nuevas instituciones cuando los actores están insatisfechos. Así, al paralizarse, o cuestionarse, el regionalismo postliberal y posthegemónico, sus miembros o exmiembros crearon nuevas organizaciones o reactivaron otras existentes (Caetano & Pose, 2020; Nolte, 2019, 2022b). Así en 2019 se creó el Foro para el Progreso de América del Sur (PROSUR), como una respuesta a la fragmentación que experimento UNASUR, impulsada por gobiernos de derecha que buscaban un bloque más pragmático y alineado a sus orientaciones ideológicas y valores políticos (Mercado, 2019). Paralelamente, como sostienen Caetano y Pose (2020), la Alianza del Pacífico es el ejemplo de las organizaciones reactivadas, pues para responder a los intereses de quienes apostaron por un regionalismo abierto, centrado en la integración económica y comercial, reforzó acuerdos que eliminaban aranceles y estableció vínculos con socios externos de Europa y Asía.

En este contexto, el componente ideológico también otorga capacidad para explicar la ‘creación de regímenes competitivos’ al coincidir con el fin del ciclo progresista que comenzó con la elección de Macri en Argentina en 2015, como señala Sanahuja (2019). Como ejemplo de ello, en 2017 se crea el Grupo de Lima, integrado en gran medida por gobiernos de derecha como Argentina, Colombia, México, Paraguay y Perú, que buscaron coordinar una postura común frente a la crisis política en Venezuela, mientras se distanciaban de UNASUR (Mercado, 2019). Junto a este hecho, entre 2018 y 2020, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú abandonaron UNASUR, dejando la organización prácticamente inoperativa (Caetano & Pose, 2020). De igual manera, en 2018 Ecuador anunció formalmente su retiro del ALBA, bajo la presidencia de Lenín Moreno, cuestión que como señalan Quiliconi y Rivera Rhon (2019), fue el resultado del cambio de rumbo en la agenda de política exterior de Ecuador hacia una agenda neoliberal. Estas dinámicas reflejan cómo las crecientes divisiones ideológicas en la región, exacerbadas tras el fin del ciclo progresista, no solo fomentaron la fragmentación de proyectos de integración como UNASUR y el ALBA, sino que también impulsaron la creación de nuevas iniciativas.

Aunque el giro ideológico es relevante, no es suficiente para explicar la crisis del regionalismo de la ola progresista. Pues, como señala Álvarez (2020), en el auge de este regionalismo, coexistían dos modelos de inserción internacional: los postliberales (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay y Venezuela) y los pro-apertura comercial (Chile, Colombia y Perú). Esto cuestiona la ideología como única causa, ya que también influyó la capacidad y voluntad de los liderazgos regionales para promover la integración. En este sentido, la destitución de Dilma Rousseff marcó el declive del interés brasileño por UNASUR, mientras que la muerte de Chávez, junto a la caída del precio del petróleo limitaron el liderazgo venezolano en ALBA y UNASUR (Caetano & Pose, 2020; Nolte & Mijares, 2018).

Aunque la destitución de Rousseff en 2016 colocó a Temer en la presidencia de Brasil, el verdadero punto de inflexión para UNASUR ocurrió con la llegada de Jair Bolsonaro en 2019. Bolsonaro no solo retiró a Brasil del bloque, sino que también lo criticó públicamente, acusándolo de estar politizado y dominado por sectores de izquierda, lo que incentivó a otros presidentes de la región, como Duque en Colombia y Piñera en Chile, a tomar posturas similares y abandonar la organización (Caetano & Pose, 2020; Saraiva, 2022). En el caso del ALBA, la muerte de Chávez en 2013 marcó un punto de inflexión significativo. Su sucesión por Nicolás Maduro coincidió con una caída drástica en los precios del petróleo, sin esos recursos, Venezuela disminuyó el perfil de liderazgo en el ALBA, lo que influyó en la reducción de su influencia a nivel regional (Nolte & Mijares, 2018).

Aunque es complejo definir un factor preponderante, una lectura desde los factores globales permite captar mejor los aspectos geopolíticos que reflejan el panorama regional actual. Como explica Sanahuja (2024), tras el fin de la Guerra Fría, Occidente intentó instaurar un orden internacional basado en la democracia, la globalización y la economía de mercado. Sin embargo, la crisis de 2008 marcó el inicio de una ‘crisis de globalización’ que ha generado inestabilidad sistémica y múltiples crisis, revelando el agotamiento de los modelos tradicionales de gobernanza. En este marco, Sanahuja (2019) señala que la crisis de este modelo ha dado lugar a un cuadro de doble entrada que matiza la política internacional actual, entre pro y antiglobalización y las divisiones izquierda-derecha, sintetizados en: a) Davos-globalistas de derecha; b) Porto Alegre-globalistas de izquierda; c) Soberanistas-desglobalizadores de izquierda; y d) ‘Nuevos Patriotas’-desglobalizadores de derecha. Cada uno de estos modelos refleja distintas perspectivas sobre el orden internacional y el curso que deben seguir los Estados, que va más allá de la ‘vieja’ dicotomía izquierda-derecha.

Esta etapa histórica de ‘crisis de globalización’, como crisis orgánica, marca una fase de ‘interregno’ en la que el viejo orden no acaba de morir, mientras el nuevo no logra consolidarse; en el marco del sistema previo emergen actores que aprovechando el descontento desafían normas e instituciones establecidas (Sanahuja, 2024). En términos geopolíticos esto da lugar a una ‘geopolítica del interregno’, donde la interacción entre los contextos y perspectivas geográficas interaccionan con estos nuevos actores. Al no existir una única forma de orden global, las regiones pasan por un proceso de atomización, que como mencionan Comini y Frenkel (2018), se define como la fragmentación de las estrategias de integración y la priorización de enfoques individualistas que debilita la cohesión entre los Estados, lo que genera una incapacidad de actuar coordinadamente. Así, siguiendo lo mencionado en el primer apartado, la región es resultado de la transformación socioespacial atravesada por las relaciones de poder internacional.

Bajo este aspecto, el efecto geopolítico de la atomización de la región, hace que el regionalismo responda a los procesos de contestación de los propios Estados que las integrarán para la construcción de un orden regional que estará determinado según los modelos de doble entrada que ya se mencionaron (Figura 4). Esto a su vez hace que los Estados, como una forma propia de contestación al ‘interregno’, hagan una apuesta por lo que Quiliconi y Salgado Espinoza (2017) llaman ‘regionalismo a la carta’, donde los Estados seleccionan las organizaciones e iniciativas que más se alinean con sus intereses particulares, abandonando o limitando su compromiso con aquellas que no les resultan útiles. Esto, por supuesto, genera poca cohesión en las iniciativas regionales y proyectos poco duraderos.

De este modo, el efecto geopolítico producido es la atomización de la región, lo que refleja el ‘malentendido latinoamericano’ planteado por Benz y Narea (2018) y Malamud (2016), pues la región al volverse un ente heterogéneo no se puede concebir como una entidad política integrada. De igual forma, como sostienen Comini y Frenkel (2018), la atomización de la región potencia las vulnerabilidades de los países que la conforman, limitando su margen de acción frente a las potencias tradicionales y emergentes. Además, dada la falta de cohesión las potencias tienen mayores facilidades de intervención, que dada su necesidad de ampliar su ‘espacio vital’, despliegan estrategias políticas y económicas para controlar el espacio y los recursos estratégicos de la región, aumentando su influencia en la política y economía interna de los países latinoamericanos.

A razón de lo anterior, por parte de China, esto se observa en los vínculos económicos que ha establecido con América Latina, consolidándose como el principal socio comercial de los países sudamericanos. Según Herrera Santana (2019), el proyecto ‘One Belt, One Road’ ha intensificado las relaciones comerciales entre China y la región, permitiendo la importación de recursos estratégicos como cobre, petróleo, hierro y soja, que en conjunto representan más del 60 % del total de exportaciones latinoamericanas hacia el país asiático. Este patrón no solo refuerza la dependencia económica de los países sudamericanos hacia China, sino que también evidencia cómo el gigante asiático utiliza su posición dominante para garantizar el acceso a recursos estratégicos, aprovechando la fragmentación regional para consolidar su influencia económica y política.

Por el contrario, la estrategia de influencia de Estados Unidos en la región se ha enfocado en la seguridad y la asistencia militar, principalmente a través del SouthCom. Según Lajtman et al. (2024), entre 2010 y 2022, Estados Unidos destinó más de $12 283 millones a planes de asistencia en seguridad en América Latina, consolidando su presencia en las agendas de seguridad de la región, con Colombia y México como los principales destinos de estas inversiones. Esta estrategia ha permitido a Estados Unidos ejercer una creciente injerencia en las políticas nacionales relacionadas con la defensa y la seguridad, garantizando un espacio de dominio geopolítico en el continente. En este sentido, el efecto geopolítico de la atomización de América Latina y en especial Sudamérica ha facilitado que tanto Estados Unidos como China amplíen su influencia política y económica en la región, promoviendo, en ambos casos, la expansión de su ‘espacio vital’ en la búsqueda de consolidar un orden global favorable a razón de sus intereses.

Figura 4. Atomización región sudamericana 2015, 2018, 2021 y 2024.

CONCLUSIONES

En esta investigación se realizó un análisis exhaustivo sobre cómo los factores estructurales globales han influido en la transformación y fragmentación del regionalismo en América Latina y en especial Sudamérica, abordando las dinámicas geopolíticas que han moldeado la región desde la primera década del siglo XXI hasta la actualidad. En particular, la ‘crisis orgánica’ del sistema internacional, también llamada ‘crisis de la globalización’, ha planteado las preguntas hacia dónde va el orden del sistema internacional, y cómo este se debe configurar, lo que ha planteado desafíos que han puesto en tensión las estructuras políticas y económicas en la región, y por lo tanto en los regionalismos.

Aunque durante la primera década del siglo XXI, surgieron proyectos como UNASUR y ALBA, los cuales reflejaban una corriente postliberal y posthegemónica en Latinoamérica, estos proyectos simbolizaban una apuesta por redefinir el espacio geopolítico sudamericano bajo la influencia de los liderazgos regionales de Brasil, con su enfoque postliberal, y Venezuela, bajo una línea posthegemónica, aunque esta última puesta a discusión. No obstante, el alcance de estos proyectos fue limitado por la falta de mecanismos efectivos de institucionalización y coordinación, lo que, con el tiempo, y con la caída de estos liderazgos, debilitó su capacidad de consolidarse en el sistema internacional.

Con el paso de los años, la fragmentación del regionalismo sudamericano se ha vuelto evidente, reflejando dinámicas globales que reconfiguran los intereses nacionales y cuestionan el espacio sudamericano como constructo geopolítico influido por la política internacional. Este artículo sostiene que dicha fragmentación no puede reducirse a una dicotomía izquierda-derecha, pues la atomización de los espacios latinoamericano y sudamericano responde a presiones globales que desdibujan el modelo ideológico tradicional. Así, América Latina y en especial Sudamérica han transitado hacia un escenario donde la atomización refleja una contestación política a la ‘crisis orgánica’ del orden global, en la que cada Estado, en este ‘interregno’, busca definir su rol en el sistema internacional actual y futuro. Finalmente, proponemos que es esencial estudiar las estrategias políticas y económicas internas de la región en el marco de los factores estructurales internacionales, considerando cómo, en un orden en disputa, los Estados latinoamericanos pueden promover un modelo de integración que responda a sus propias necesidades de desarrollo. Esto incluye fomentar una cohesión regional que permita a la región desempeñar un rol estratégico en el sistema internacional, configurando un modelo de orden global que refleje los intereses y valores propios de una región, hasta ahora fragmentada.

 

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CONFLICTO DE INTERESES

El autor declara que no existen conflictos de intereses relacionado con el artículo.

AGRADECIMIENTOS

A FLACSO, sede Ecuador, y al Departamento de Estudios Internacionales y Comunicación por el apoyo brindado durante esta investigación. Asimismo, expreso mi gratitud a mis colegas de las maestrías en Relaciones Internacionales, cuyo acompañamiento y enriquecedor intercambio académico hicieron posible la culminación de este trabajo.

FINANCIACIÓN

No aplica.

PREPRINT

No publicado.

DERECHOS DE AUTOR

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