La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos en el
proceso de reconfiguración del sistema de relaciones
internacionales (2017-2022)
The National Security Strategic of the United States in the process of
reconfiguring the system of international relations (2017-2022)
M. Sc. Diurdis Lobaina Frómeta
Máster en Relaciones Internacionales. Doctoranda en Relaciones Internacionales. Especialista del Ministerio de Relaciones Exteriores. La Habana, Cuba. diurdiskarla@gmail.com 0009-0003-5058-5465
Cómo citar (APA, séptima edición): Lobaina Frómeta, D. (2025). La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos en el proceso de reconfiguración del sistema de relaciones internacionales (2017-2022). Política Internacional, VII (Nro. 2), 33-46. https://doi.org/10.5281/zenodo.15103732
https://doi.org/10.5281/zenodo.15103732
Recibido: 20 de diciembre de 2024
Aprobado: 12 de febrero de 2025
publicado: 7 de abril de 2025
RESUMEN El propósito de esta artículo es distinguir elementos de continuidad y cambios de la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos y, su incidencia en el proceso de reconfiguración del sistema de relaciones internacionales en el periodo 2017-2022. Durante el análisis se explica acerca de la erosión del sistema económico y político de Estados Unidos y, se relacionan las expresiones de declinación relativa de poder frente al ascenso de potencias emergentes que se consideran amenazan los intereses nacionales de Estados Unidos. Al mismo tiempo, en la investigación se reconoce que, en correspondencia con los objetivos permanentes de dominación del imperialismo y las percepciones de los estrategas estadounidenses, los gobernantes Donald Trump y Joseph Biden, reorientan sus estrategias de seguridad nacional con el fin de modificar el balance internacional de poder, de conservar su supremacía mundial -apoyados en el Destino Manifiesto, la política expansionista y de injerencia imperialista, y de frenar el ascenso de Rusia y China, al constituir un obstáculo para ejercer su dominación o su hegemonía.
Palabras clave: Geopolítica, política exterior, potencias emergentes, declinación relativa de poder, sanciones coercitivas unilaterales, hegemonía.
ABSTRACT The purpose of this article is to distinguish elements of continuity and changes in the National Security Strategy of the United States and, its incidence in the process of reconfiguration of the system of international relations in the period 2017-2022. During the analysis, it is explained about the erosion of the U.S. economic and political system and, the expressions of relative decline of power in the face of the rise of emerging powers that are considered to threaten U.S. national interests are related. At the same time, the research recognizes that, in correspondence with the permanent objectives of imperialist domination and the perceptions of U.S. strategists, the rulers Donald Trump and Joseph Biden, reorient their national security strategies in order to modify the international balance of power, to preserve their world supremacy - supported by Manifest Destiny, the expansionist policy and imperialist interference, and to stop the rise of Russia and China, as they constitute an obstacle to exercise their domination or hegemony.
Keywords: Geopolitics, foreign policy, emerging powers, relative decline of power, unilateral coercive sanctions, hegemony.
INTRODUCCIÓN
La constante injerencia e intervencionismo de Estados Unidos de América -en lo adelante Estados Unidos-, manifestada a través de las guerras, sanciones económicas y todo tipo de acciones subversivas y desestabilizadoras a nivel global, es un factor condicionante de los escenarios creados por ese país, con el propósito de cumplimentar objetivos geopolíticos de sus estrategias de seguridad nacional.
En la actualidad se está frente a un contexto internacional complejo, antecedido de múltiples crisis y conflictos, marcado por la pugna hegemónica entre las grandes potencias, con repercusión para el sistema de relaciones internacionales, donde el uso de las sanciones económicas coercitivas unilaterales como parte de los enfoques geoeconómicos, ganan importancia en el listado de medios que constituyen muestras de injerencia e intervención del imperialismo estadounidense.
En tal sentido, se conjetura que tanto la utilización de medios económicos como los militares, diplomáticos, políticos, propagandísticos para la coerción política, forman parte de la aplicación de la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos, con el fin de modificar el balance internacional de poder, frenar su declinación relativa como actor vital en el sistema de relaciones internacionales ante el fortalecimiento de países emergentes considerados revisionistas y conservar su supremacía mundial.
Asimismo, la agudización de las tensiones y disputas geoestratégicas desde posiciones de fuerzas concebidas en los documentos oficiales del gobierno estadounidense en el periodo 2017-2022, advierten hoy que se está ante grandes cambios en la correlación de fuerzas, y el sistema de relaciones internacionales transita por un proceso de reconfiguración que dará lugar a uno distinto al actual con tendencia al multipolarismo, impulsado por la crisis del orden mundial liberal de posguerra y la declinación relativa de la hegemonía de Estados Unidos, ante el ascenso de otros países en materia económica, militar, comunicacional y tecnológica, así como, la reconfiguración de alianzas de potencia en pleno desarrollo.
Precisamente, el estudio parte de la premisa de que la exacerbación de los conflictos militares, económicos y políticos, y la confrontación estratégica por la pugna hegemónica aceleran el proceso de reconfiguración del sistema de relaciones internacionales, el cual comenzó a hacerse más evidente en lo que va del siglo XXI y más recientemente con la respuesta de la Federación de Rusia -en lo adelante Rusia-, a las provocaciones de Estados Unidos, la Organización del Tratado del Atlántico Norte -en lo adelante OTAN-, y sus aliados, por su expansión militar hacia las fronteras rusas, que dieron inicio a la Operación Especial en Ucrania en febrero del 2022 con antecedentes en 2014, y con la recién respuesta de la República Popular China -en lo adelante China-, ante la guerra comercial u otras acciones agresivas en el terreno económico y las violaciones al reconocimiento de la política de una sola China por Estados Unidos.
En tal sentido, se presume que, en correspondencia con los objetivos permanentes de dominación y explotación del imperialismo y las percepciones de los estrategas estadounidenses en el momento actual, esos gobernantes persiguen las mismas ambiciones que responden a sus intereses desde los padres fundadores. Las reorientaciones de sus estrategias apoyados en doctrinas y políticas, entre la que destacan el excepcionalismo, la Doctrina Monroe, el Destino Manifiesto, la política expansionista y de injerencia imperialista enfilada contra las potencias emergentes que consideran retos a su hegemonía mundial, justifican la defensa de su nación y garantía de la seguridad para promover la democracia, estimular su economía, imponer su sistema y dominación, así como el mantenimiento del equilibrio de poder que le permita seguir como hegemón.
Conforme con lo anterior, la investigación se basa en la teoría del realismo político, de la estabilidad hegemónica -que se sustenta en las enseñanzas del neorrealismo estructural y su influencia en la actualidad de las tendencias neoconservadoras en la política exterior estadounidense. Sin duda, el orden económico y la estabilidad del sistema de relaciones internacionales se asegura “mediante la supremacía o dominación de un Estado que establezca, dicte o imponga determinadas reglas de conducta e interacción entre los principales actores del sistema” (Rodríguez, 2021: 109-110). Además, mientras la geoeconomía de matriz neoconservadora intenta redefinir el balance de fuerzas -con “énfasis en los instrumentos económicos de poder” (Fernández, 2021)-, los espacios geográficos de dominación en disputa en las diferentes esferas de influencia conforman el proceso de reconfiguración del sistema de relaciones internacionales, de ahí que las confrontaciones sean prácticas recurrentes que responden a propósitos nacionales de dominación a través del uso de todos los “instrumentos de poder”, “duros y blandos” (Nye, 2010: 2-12; 2016:1)1 y que por ende, hoy resulte inapelable la pugna hegemónica entre los países cardinales de ese sistema.
Asimismo, el estudio aspira a distinguir elementos de continuidad y cambios de la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos en el proceso de reconfiguración del sistema de relaciones internacionales en el periodo 2017-2022, lo que pudiera contribuir a la integración de los conocimientos para la comprensión de la contienda hegemónica entre los actores determinantes del sistema de relaciones internacionales, contexto relevante en la toma de decisiones de la política exterior cubana a mediano y largo plazo, teniendo en cuenta, además que, aunque por distintas razones, Estados Unidos, Rusia y China constituyen prioridades en la agenda diplomática, política y económica de Cuba.
Como parte del análisis se entiende que, si bien Estados Unidos -a pesar de la pérdida de cuotas de hegemonía y liderazgo-, es la mayor potencia económica, política y militar a nivel mundial, basa su seguridad nacional en la defensa de sus intereses económicos y políticos de carácter imperialista; de ahí que sus estrategias de seguridad trascienden visiblemente sus fronteras con implicaciones directas a nivel internacional.
Desarrollo
En enero de 2017, Donald Trump se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos sin experiencia política. Su triunfo fue una muestra de las grietas que presentaba la sociedad estadounidense. El multimillonario declarado adversario del establishment político, que representaba el consenso de la clase dominante estadounidense desde por lo menos 1981 hasta ese momento, había llegado al gobierno con el auspicio de una coalición de fuerzas integrada por supremacistas blancos, racistas, conservadores reaccionarios y de tendencia nacionalista, descontentos con las élites políticas y económicas. Para ello, el gobernante había cifrado su candidatura en las expresiones “Make America Great Again” y “America First”.
Si bien Donald Trump, antes de asumir la presidencia, prometió fortalecer el poder de Estados Unidos en el mundo, sus acciones socavaron las bases y afectaron la imagen de ese país mucho más de lo que estaba.
En ese sentido, hay que considerar que su predecesor, Barack Obama (2009-2017), al advertir el cambio que el mundo experimentaba, replanteó su política exterior respecto a versiones anteriores desde posiciones de fuerza. Su nueva reconducción estratégica integró los asuntos de seguridad interior con los de seguridad internacional, apoyada en el uso del “Poder Inteligente” (Combinación correcta entre el poder duro -como continuidad de las estrategias anteriores- y el poder blando o “poder suave de persuasión y atracción” (Armitage., Nye, 2007, 6)), por mediación de la cual intentó fusionar todos los instrumentos del poderío nacional, fortalecer las alianzas y la acrecentada tendencia a su popularidad y carisma. Sin duda, Obama, en un país sumido en una profunda crisis económica y financiera con desenlaces negativos a todo nivel, intentó desde la redefinición política, asegurar la continuidad de liderazgo y hegemonía a nivel internacional y mejorar la imagen de la nación.
Sin embargo, desde la misma toma de poder Trump, el outsider político, emitió un discurso2 que no se correspondió con el proyecto de revitalización militar y de defensa antimisil suscrito en su informe, convertido en el elemento clave de su proyección mundial de extremo unilateralismo hegemonista, como solución, según su visión estratégica, a la amenaza a la que se enfrentaba Estados Unidos en un mundo extraordinariamente peligroso donde los grupos terroristas islamistas florecían y las potencias rivales socaban su seguridad nacional. Para combatirlos y limitar su influencia, la propuesta de Trump se sustentaba en el empleo de la fuerza en sus distintas expresiones y medios como eje central de su política que en su opinión conservaría la paz.
Además, durante el periodo presidencial de Trump, Estados Unidos era el país más endeudado del mundo cuya fragilidad económica condujo a que experimentara un sobredimensionamiento imperial para mantener el primer lugar de la lista de países que más gastaba con el fin de conservar su poderío a partir de una creciente y astronómica deuda externa. Tal curso se agudizó con la llegada de la COVID-19 y con la nueva crisis en el 2020. Indudablemente, el impacto de la pandemia, puso de manifiesto las debilidades de los sistemas de salud y bienestar a nivel mundial, así como provocó una verdadera conmoción en la totalidad de la sociedad global y sus instituciones, lo que afectó gravemente las condiciones económicas. En ese contexto, la nueva crisis se encargó de desenmascarar el agonizante y ya insostenible sistema capitalista y debilitó la influencia del neoliberalismo, que favoreció y acompañó el fenómeno de la globalización.
Aunque las políticas neoliberales habían devastado componentes del llamado Estado de Bienestar, como el sistema de salud, su debilitado esquema combinado con la negativa del mandatario Donald Trump a aceptar esa situación pandémica, dio lugar, a que saliera a la luz pública lo peor del sistema capitalista y, que la función de Estados Unidos como líder mundial volviera a ser cuestionada.
Al unísono, las medidas restrictivas y de confinamiento internacional, desencadenaron una aguda crisis económica que detuvo la expansión económica estadounidense, recrudeció la crisis multidimensional, develó la decadencia del sistema político, económico y social e indicó que Estados Unidos había quedado sumergido en una profunda recesión económica, y la peor contracción desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Ante esa realidad, la defensa del “America First” condujo a “America alone”, pues desde esa posición unilateral se representó el aislacionismo extremo, si bien se esperaba una necesaria coordinación entre los líderes mundiales para enfrentar la pandemia y las crisis. Tales argumentos definieron que, al finalizar su gobierno, Trump entregó a su sucesor un nivel de desregulación altísimo de la economía estadounidense. La mayor incidencia de la crisis económica estuvo dada por la fuerte caída del consumo privado, el cual fue responsable de las tres cuartas partes de la contracción, a pesar de las transferencias masivas del gobierno federal.
Sin embargo, Trump entendió que todo era insuficiente y dirigió esfuerzos también a la perspectiva geoeconómica, la cual alcanzó su más alta expresión durante su periodo de mandato. Al respecto, expresa la propia estrategia de seguridad nacional que, “los retos económicos internos exigen que se entienda la prosperidad económica como la base de seguridad nacional” (NSA, 2017, 14), de forma que la aplicación de esa política nacionalista condujo a cierto distanciamiento del neoliberalismo en el aspecto comercial, o el incremento del neoproteccionismo, a la ruptura y renegociación de acuerdos de libre comercio y a la utilización intensa de instrumentos económicos de poder de manera deliberada y unilateral para el logro de objetivos de política exterior, incluyendo a potencias emergentes consideradas hostiles a sus intereses de seguridad nacional.
Como parte de los esfuerzos de Estados Unidos para combatir a sus enemigos, Trump firmó una legislación para imponer nuevas sanciones a Rusia, pero contradictoriamente criticó al Congreso por ello, expresó dudas sobre la constitucionalidad de esas medidas y afirmó que ese proceder limitaba su facultad para negociar sobre las mismas.
Por otro lado, ante los desequilibrios económicos internos, el gobernante entabló una guerra económica-comercial contra China, bajo la excusa de falta de reciprocidad de sus socios y con argumentos de prácticas desleales de comercio. Respondieron a la ofensiva la imposición de aranceles (200 mercancías que concentraban alrededor del 50% de su comercio con China) y el fortalecimiento de sus sistemas de vigilancias (por el potencial incremento de importaciones con contenido tecnológico) (U.S. Congressional Research Service, 2020). Tales acciones, se acompañaron del discurso antilibre comercio y con ello, se exacerbó el nacionalismo, expresión de que los recursos económicos no eran ya suficientes como para seguir presentándose como “líder de libertad y desempeñar una función hegemónica en el espacio multilateral” (Cabañas, 2022).
En efecto, el propósito de ese proteccionismo bajo el mandato de Trump era remediar la pérdida de su productividad económica y aumentar el crecimiento económico, reducir el déficit fiscal y comercial, aminorar el incremento de deuda, la caída de las bolsas de valores, la pérdida de su productividad total factorial, crear empleos sobre todo en el deprimido sector manufacturero, suscitar la reciprocidad comercial con los socios, fortalecer la base de la industria estadounidense, así como vigorizar las ventajas para defender y expandir las exportaciones de la industria agrícola y de servicios.
El compendio de determinaciones erróneas en temas económicos y de política interior y exterior, durante el gobierno de Donald Trump, para supuestamente alcanzar ventajas y conservar la supremacía mundial, tuvo un carácter destructivo del orden internacional establecido y condujo a las crecientes disparidades socioeconómicas, mayor fragmentación interna, deterioro de la confianza en el gobierno, exacerbación del racismo, perdida de liderazgo, aislamiento internacional, y declinación relativa de poder de Estados Unidos en el balance internacional de fuerzas. Asimismo, el impacto de la política económica comercial proteccionista, resultó ser contradictoria a la competitividad requerida para estimular la economía y en cambio exacerbó las tensiones comerciales con otros países. Se aprecia así un estrecho vínculo entre la agudización de los problemas económicos y políticos internos, las agresivas acciones unilaterales de fuerza, y las crecientes debilidades del liderazgo mundial de Estados Unidos.
La estrategia de seguridad nacional diseñada por Donald Trump fue una muestra evidente de los esfuerzos de ese gobierno por recuperar el terreno perdido, preservar su hegemonía y liderazgo en el sistema de relaciones internacionales, a pesar de la erosión de su sistema político y económico. En ese sentido, la política aplicada por Trump contra Rusia y China dejan apreciar un nuevo tipo de guerra fría en condiciones históricas muy distintas, donde la guerra económica como parte de los objetivos geoestratégicos estadounidenses complementa en la actualidad la fuerza militar y es hasta más factible y conveniente de aplicar; de ahí que sea un instrumento privilegiado en el siglo XXI, teniendo en cuenta que las intervenciones militares son mucho más costosas en términos humanos y materiales y entrañan mayores riesgos. Es más, su alianza con otros instrumentos de poder ocupa un lugar destacado en las relaciones internacionales y estimula la injerencia en asuntos internos de otros países, la subversión y la segmentación de los procesos globalizadores. En ese sentido, el empleo de instrumentos económicos de poder para fines geopolíticos afecta el marco general de las relaciones económicas y políticas internacionales.
Llegado el 2020, la elección presidencial en Estados Unidos se desarrolló en medio de una crisis de alcance global, en la que se integraron las vulnerabilidades del sistema con los múltiples corolarios negativos de la pandemia de la COVID-19, entre ellos: la contracción económica, la reducción de la fuerza de trabajo, el desempleo y la disminución de la demanda de productos básicos. El proceso de elección presidencial culminó con la victoria del demócrata Joseph Robinette Biden Jr., un político de experiencia con tendencia al conservadurismo, que asumió sus funciones en enero del 2021. Si bien la llegada de Biden a la Casa Blanca estuvo acompañada de muchas expectativas a nivel nacional, regional e internacional, el nuevo presidente asumió funciones en un contexto en que el país atravesaba por el mayor desorden interno de los últimos cinco años. Biden se enfrentó a un país con contradicciones y profunda división política e ideológica, donde la violencia política se convirtió en una grave amenaza, la transición pacífica del poder político fue abiertamente obstaculizada por su predecesor y los problemas preteridos del sistema de salud pusieron de manifiesto la erosión del sistema económico y político de Estados Unidos.
El asalto al Capitolio en Washington D.C. el 6 de enero del 2021 -mientras se desarrollaban sesiones de trabajos para contar el voto electoral y validar la victoria de Biden- constituyó el ejemplo más evidente de las fracturas presentes dentro del sistema político en Estados Unidos. Ese hecho singular e histórico, fue la respuesta a la constante incitación a la violencia por el mandatario precedente Donald Trump, dado el supuesto fraude electoral y sirvió de estímulo para que en otros estados y ciudades se experimentaran protestas y disturbios, a saber: California, Georgia, Kansas, Minnesota, Ohio y Oklahoma, entre otros.
Esa situación de descontrol y violencia fue condenada por demócratas y republicanos, al ser contrarias a la presunción de libertad y democracia de Estados Unidos y demostró cómo la figura de Trump fue capaz de mover hipócritamente las fuerzas en direcciones aparentemente contrarias, con solo diferencias de horas, para llamar a una calma, cuando en esencia, había instigado a socavar la transición pacífica y legal del gobierno de Biden. Ello marcó una etapa que reflejó la profunda crisis política en la que estaba sumergida el imperialismo estadounidense y afectó la gobernabilidad y legitimidad del sistema democrático.
Precisamente, uno de los aspectos que marca la diferencia en la estrategia presentada por el actual presidente respecto de las anteriores es que Biden destaca la amenaza al sistema democrático estadounidense, por sus propias debilidades, y el peligro que representa el terrorismo doméstico.
En ese contexto, en marzo del 2021, Biden anunció su guía estratégica provisional (NSA, 2021) en conformidad con la continuidad de la política exterior de Estados Unidos y la política aplicada por el mandatario que lo precedió. Sin embargo, no fue hasta inicios de octubre del 2022 que notificó oficialmente su estrategia de seguridad nacional y de igual forma, dio a conocer la estrategia de defensa nacional, la revisión de la postura nacional y de la defensa antimisiles, que habían sido pospuestas por el Pentágono en la espera de la estrategia de seguridad.
Con elementos muy coincidentes en la guía y en la estrategia de seguridad, Biden realizó un análisis acerca de la situación interna que había compulsado a la disminución del liderazgo y reiteró que Estados Unidos y su sistema democrático, a partir de una revitalización de fuerzas, podría hacer frente a ese escenario y a la dinámica global que iba desde la pandemia, crisis climáticas, proliferación nuclear y la cuarta revolución industrial. De esa forma, Biden intentó hacer creíble que la democracia en versión estadounidense era la solución a sus problemas internos y a los mundiales.
En esa línea, Biden señaló que en el punto de “inflexión mundial” por el cual se atravesaba, sería aprovechado por Estados Unidos para promover intereses vitales en un orden internacional libre, abierto, seguro y próspero, con paz y dignidad, y para ello la democracia era clave (NSA, 2021; NSA, 2022). También, añadió que las acciones que llevaría a cabo su gobierno compulsarían a superar a sus competidores geopolíticos en la competitividad estratégica establecida entre las grandes potencias en virtud de la posición en el proceso de reconfiguración del sistema de relaciones internacionales.
Por otra parte, Biden en su estrategia plasmó que los desafíos mundiales exigían de una mayor cooperación. En tal sentido, entendió que Estados Unidos debería invertir en la influencia y herramientas de poder que mejorarían y fortalecerían los cimientos económicos con un enfoque hacia las familias. Al mismo tiempo, consideró que, sin minimizar la obligación de modernizar el poderío militar, convendría priorizar recursos para liderar con diplomacia como herramienta que defiende lo que entienden por valores y promueve intereses nacionales para restaurar el liderazgo mundial.
De igual forma, la estrategia recogió la importancia para Estados Unidos de recuperar su rol en la OTAN, en Europa, el Indo-Pacífico y en otras instituciones internacionales; participar en temas que se corresponden con el restablecimiento y reforzamiento de compromisos con las Naciones Unidas y organismos internacionales; cooperar y ampliar las relaciones con aliados estratégicos y tradicionales, con nuevos países y asociaciones como el Quadrilateral Security Dialogue (Quad por sus siglas en inglés) -foro de cooperación multilateral y multidimensional en temas de seguridad de Estados Unidos, India, Japón y Australia-, o la asociación de seguridad trilateral con Australia y el Reino Unido (AUKUS por sus siglas en inglés ). Con esta política, Biden se distanció de la práctica en extremo unilateral de la administración anterior, que afectó la influencia estadounidense en organismos e instituciones multilaterales, alianzas y acuerdos clave para el liderazgo de Estados Unidos en el sistema de relaciones económicas y políticas internacionales. Se entiende que todo ello amplificaría el poder y la posibilidad de frustrar lo que consideraban amenazas a su seguridad nacional, cuando en verdad la amenaza lo constituía el expansionismo y la política de fuerza llevada a cabo por el propio imperialismo estadounidense.
Sin duda, la estrategia de Biden, pretendía establecer nuevas reglas, e imponerlas al resto del mundo para compensar, contrarrestar sus debilidades económicas e inclinación hacia la falta de competitividad y las expresiones del sobredimensionamiento imperial, que afectan los intereses y propósitos de Estados Unidos, de garantizar su liderazgo, estabilidad y posición hegemónica en el sistema de relaciones internacionales.
En ese mismo propósito, Biden intentó frente al debilitamiento económico productivo interno, redireccionar su liderazgo global en conjunto con sus aliados y concertar mecanismos de cooperación para enfrentar en bloque sus disputas con los países que denominó autoritarios, autócratas y revisionistas: Rusia y China. De hecho, ambicionó desde un enfoque geoeconómico y a través de los instrumentos económicos, lograr el debilitamiento de esos adversarios políticos para someterlos y subordinarlos a las decisiones políticas imperialistas.
En consonancia, los enfrentamientos geoeconómicos entre esos tres actores del sistema de relaciones internacionales, y su lucha por mantener y/o lograr la supremacía mundial, es mucho más notoria que en cualquier otro momento, incluso del periodo de la llamada Guerra Fría y podría indicar la posibilidad de un conflicto armado entre potencias que involucraría a nuevos países con consecuencias para la humanidad (Rodríguez García, 2022), mucho más graves que las experiencias bélicas anteriores. De hecho, la intensidad de los conflictos actuales y el hecho de que exista enorme incertidumbre sobre su curso ulterior, no nos permite descartar los riesgos de un escenario que podría derivar en una Tercera Conflagración Mundial –que para algunos ya está en curso–, impulsado por el intento de Estados Unidos de dividir el mundo en bloques enfrentados, o de un posible desastre nuclear en Europa. Se conjetura, además que, el despliegue de fuerzas estadounidenses en esa región y la continua aprobación de ayuda bélica a Ucrania –en especial la entrega de armamento cada vez más avanzado–, así como el entrenamiento a sus tropas, son acciones consistentes con su estrategia de seguridad nacional, que aumentan el riesgo de la referida guerra mundial más allá del territorio ucraniano.
Por otra parte, la estrategia de seguridad nacional de Biden indicó que el perfeccionamiento de las ventajas competitivas y las inversiones nacionales de gran alcance son la salida y formas de resiliencia para superar a sus rivales y enfrentar desafíos compartidos, máxime en un mundo interconectado donde, según su visión, no existe una línea divisora entre la política exterior y la política nacional, y se impone la obligación de un papel estadounidense fuerte y decidido ante el convencimiento de que Rusia y China se enfocan en socavar la democracia y exportar sus modelos de gobierno marcado por la represión interna y la coerción exterior. En efecto, se entiende que al nuevo gobierno de Biden y sus estrategas le preocupaba tanto como a Trump en su momento, el deterioro de las relaciones con esos países y las fricciones económicas-comerciales, en particular con China, al reconocer que ese país es el competidor estratégico con capacidades reales para reformar el sistema internacional e incrementar el poder económico, diplomático, militar y tecnológico, así como representa el desafío geopolítico más importante con su comportamiento asertivo a nivel mundial.
La orientación estratégica de seguridad nacional provisional y la estrategia de seguridad nacional de la presidencia de Biden, exponen los retos más notables del imperialismo estadounidense que, si bien intentan ocultar sus verdaderas intenciones de expandirse y mantener su liderazgo en el nuevo orden mundial, por defecto amenazan la paz y seguridad internacionales.
Tales informes, simbolizan la continuidad del enfoque geoestratégico agresivo, de sanciones económicas y prepotencia hegemónica en un contexto más desafiante marcado por los rebrotes de la pandemia de la COVID-19, la competencia geoestratégica, el incremento de los gastos militares, la amenaza económica y militar y el riesgo a la estabilidad regional y mundial, ante el grave conflicto bélico en Europa y la multidimensional crisis mundial.
De hecho, la estrategia concibe afilar, modernizar y adaptar las herramientas del arte de gobernar para hacer frente a los desafíos actuales, garantizar la seguridad nacional y mantener el liderazgo global. Sin embargo, está claro que esa continuidad de la estrategia política puede ajustarse, partiendo de la premisa de que la conformación de políticas es el resultado de múltiples condiciones y factores de política interna y externa de Estados Unidos, comportamiento e interacciones complejas entre los diferentes actores y fuerzas involucradas en correspondencia con sus intereses de clase, la información y conocimiento que manejan, la posición que ocupan en torno al gobierno o dentro del sistema de gobierno y el capital con los que cuentan para la toma de decisiones.
Sin lugar a duda, la erosión del sistema político-económico ha exacerbado los problemas internos del imperialismo estadounidense y el comportamiento beligerante ha conducido a la pérdida de cuotas de hegemonía. En ese orden, Rusia y China, han sido identificados como practicantes de una política exterior revisionista que desafía la paz y la estabilidad internacionales en un mundo, de acuerdo con su visión, ávido del liderazgo estadounidense.
Cierto que Rusia y China se han constituido como principal competencia desplazando la visibilidad y credibilidad de Estados Unidos en el sistema de relaciones internacionales (Colina, 2023), lo que marca la expresión más genuina del declive relativo de poder a nivel mundial por el que atraviesa Estados Unidos, si bien es válido aclarar que las dificultades y complejas contradicciones yacen también en otras esferas, a saber: militar, social, ideológico, cultural, simbólico, ecológico y estratégico (Hernández, 2022, 21), resultado de múltiples factores a lo interno y a lo externo que cuestionan la condición de poder hegemónico.
Se relacionan entre esos factores las crisis sistémicas-estructurales- multisectoriales que responden a la propia evolución del imperialismo en sus distintas etapas; el incremento de las contradicciones por predominio de la globalización y políticas económicas neoliberales aunque no se puede eludir el impacto antiglobalizador y proteccionista durante 2017-2022); el enorme gasto en defensa, seguridad nacional y tecnología militar de avanzada (principalmente después de 11-S); las fracasadas intervenciones y las luchas antiterroristas (Irak y Afganistán) que han agravado el endeudamiento, el déficit fiscal y comercial, y a partir de mediados de 2021 la inflación. A ello se suma, el caos político y la inestabilidad social debido al supremacismo blanco, el racismo, las divisiones sociales y políticas (todas exacerbadas con el mandato de Trump), así como otras consecuencias que han compulsado al deterioro del orden interno que quedó establecido en 1789.
En ese sentido, de acuerdo con las estrategias, el continuo aumento de poder, dominio y liderazgo económico, político y militar a nivel global de esos países, desafían el poder, influencia e intereses nacionales y erosionan la seguridad y prosperidad de Estados Unidos, mientras impulsan un crecimiento económico menos libre y justo para el beneficio de sus ejércitos y control de la información que conduciría a reprimir y expandir sus sociedades, así como desarrollan armas y tecnologías de avanzadas que pudieran amenazar de manera crítica la infraestructura y arquitectura de mando y control de Estados Unidos (NSS, 2017). Se entiende que desde la visión de los estrategas estadounidenses, las políticas, el proyecto y el plan de influencia multilateral que presentan Rusia y China para instaurar un nuevo orden económico y político multipolar alternativo, no responde a los intereses de Estados Unidos, sin embargo al estar ambos países cada vez más alineados (NSS, 2022), la respuesta de Estados Unidos se enfoca en contener su influencia y con ello, lograr la inmutabilidad del balance de poder y permanencia del status quo estadounidense.
De la misma manera, en la pugna de Estados Unidos contra Rusia y China, el instrumento estratégico define que los desafíos internos que enfrentan esos países rivales son más profundos y crecientes al estar asociados a patologías inherentes a las autocracias y, por lo tanto, son más difíciles de solucionarse (NSA, 2022). Pareciera así, que Estados Unidos no es consciente en su totalidad de que la combinación de los factores en erosión -de tipo económico y político- debilitan su posición hegemónica y liderazgo en el sistema de relaciones internacionales, y limita sus potencialidades para imponer el orden mundial que ambiciona, o quizás confía en que los desafíos que tiene por delante pueden ser revertidos y superados mediante una estrategia que debilita o frena el avance de las potencias emergentes y, al mismo tiempo, crea nuevas oportunidades para su fortalecimiento interno.
En rigor, la presión que ejerce Estados Unidos y sus aliados, que magnifican el poder estadounidense contra Rusia, responde a la prioridad por extender sus dominios geoeconómicos, penetrar, debilitar y estancar las bases económicas que estimulan el crecimiento económico y militar ruso; desmoralizar la concepción del ideal nacional seguido por Rusia y su líder, con el fin de que responda a los intereses de Estados Unidos; neutralizar la creación en el viejo continente de un polo de poder militar que pudiera hacerle la competencia a largo plazo y contener por medio del derrocamiento militar su ascenso en el sistema de relaciones internacionales como uno de los actores básicos.
Ese enfoque geoeconómico cumplimenta propósitos geopolíticos en el contexto de la globalización económica (Olier, 2012) y, en el proceso de interdependencia se convierte en una poderosísima arma del poder inteligente destinada a utilizar el mercado para lograr intereses nacionales y debilitar la economía de otro Estado. Conforme con lo expresado, Estados Unidos para enfrentar como parte del juego competitivo el desafío, proteger intereses y promover valores, propone las sanciones económicas, en tanto constituyen una forma de coerción económica y son cada vez más usadas en el entorno global, sobre todo en la posguerra fría.
Si bien hoy el conflicto militar Rusia-Ucrania es el centro del debate internacional, todos los documentos procedentes de Estados Unidos enfatizan que China ocupa el lugar privilegiado como desafío a la seguridad nacional del imperialismo. De hecho, en la Cumbre de la OTAN más reciente, no solo se reforzaron las prioridades geoestratégicas de Estados Unidos, sino que se dejó claro que el conflicto es entre Estados Unidos y China.
En esa línea, Estados Unidos ha identificado el alcance y seriedad con que la República Popular China presenta su agenda de cooperación multilateral, la cual le ha permitido convertirse en un socio comercial importante para todos los países a nivel regional y mundial, y en el único contrincante potencialmente capaz de combinar sus poderes reales para plantear un desafío sostenido a un sistema internacional estable y abierto. Además, dicha estrategia entiende que los esfuerzos de China -denominado poder autoritario con una política exterior revisionista en la competencia activa a nivel político, económico y militar contra Estados Unidos para modificar los balances regionales a su merced-, están destinados a controlar las fortalezas de Estados Unidos, evitar la defensa de sus intereses y los de sus aliados a nivel mundial, así como modificar a su favor el orden internacional (NSS, 2017; NSS, 2021; NSS, 2022). Tal percepción sirve de argumento a Estados Unidos para emplear contra el país asiático, la combinación de instrumentos de poder que le permitan asegurar su supremacía mundial. Se considera que Estados Unidos y sus estrategas están en desacuerdo con la presencia China como competidor estratégico. De cierta manera, en entrelíneas, Estados Unidos deja apreciar en su estrategia de seguridad nacional que China desafía la decisión divina -expuesta en el Destino Manifiesto- y la doctrina del excepcionalismo, donde ambas disciplinas le dan el derecho único a Estados Unidos a expandirse y perpetuar su supremacía en el proceso de reconfiguración del sistema de relaciones internacionales.
También, de acuerdo con la estrategia estadounidense, China intenta reemplazar a Estados Unidos en la región Indo-Pacífico para expandir los alcances de su modelo económico, reconfigurar la región a su favor y encabezar el balance de fuerzas internacional. Para lograr tal propósito el documento plantea que China emplea su capacidad tecnológica y creciente influencia sobre instituciones internacionales con el fin de privilegiar sus intereses y valores, así como utiliza con frecuencia su poder económico para coaccionar a los países, beneficiado por la apertura de la economía internacional, el acceso limitado a sus mercados, la creciente dependencia del mundo hacia China, e independencia de ese país a nivel global.
Sin dudas, a Estados Unidos le preocupa el sostenible crecimiento chino y no ignora en su análisis que el producto interno bruto de China desde el 2009 hasta el 2021, creció con variaciones por encima del 7%, superado en el 2021 con un 8,1%. Tal comportamiento asertivo de China, se ha convertido en una prioridad para los dos últimos gobiernos estadounidenses y sus aliados. En efecto, se intenta contener al país asiático, al tiempo que se amenaza con hacerle rendir cuentas para asegurarse de que será Estados Unidos y no China el que establecerá la agenda internacional en función de sus intereses nacionales.
Paralelamente, el gobierno estadounidense ambiciona neutralizar la influencia progresiva de China en la economía mundial, al registrar altos niveles de dependencia y el mayor déficit comercial con ese país. De hecho, el informe estratégico no solo acusa al país asiático de robar o adquirir ilícitamente la propiedad intelectual de Estados Unidos ganada, de acuerdo con su enfoque, con tanto esfuerzo e información patentada para compensar por sus propias debilidades sistémicas, sino que denuncia que la modernización militar y la expansión económica de China se debe al acceso a la innovación de Estados Unidos. Con esa imputación, Estados Unidos intenta convencer de que las proyecciones chinas mencionadas responden al hurto y no a la potencialidad que presenta China.
No cabe dudas de que, la pugna hegemónica entre Estados Unidos y China alcanza cada día niveles superiores y conduce a pensar que la guerra comercial es solo una fase inicial de un conflicto de mayor duración, donde no se descarta la utilización del instrumento militar, más allá de que la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos intenta hacer creer que persigue una mayor estabilidad, gracias a las medidas que reducen el riesgo de una escalada militar china no intencionada. Resulta evidente, que a Estados Unidos le preocupa no solo el desarrollo económico-militar de China, cuya proyección indica que en el 2030 será la primera economía mundial (NIC, 2012), sino el progreso tecnológico de China en correspondencia con la planteada estrategia Made in China 2025. Es por eso y no por buena voluntad que Estados Unidos pretende mejorar sus relaciones con China, alinear sus intereses, y trabajar de conjunto en temas comunes que incluyen el clima, la lucha contra las drogas ilícitas e ilegales, los narcóticos, las crisis alimentarias y otras cuestiones macroeconómicas.
En resumen, se considera que las estrategias de seguridad nacional de Estados Unidos, ante las expresiones de declinación relativa de poder de ese país, tratan de frenar el ascenso de Rusia y China, convertidas en obstáculos a sus reverdecidas pretensiones de ejercer su dominación o su hegemonía (Suárez Salazar, 2003).
Los vínculos de cara al futuro son estimados por Estados Unidos y sus aliados como un peligro, al generar un nuevo polo de poder alrededor de China, y en el entendido de que China es el socio comercial más importante de Rusia, y si bien su influencia a nivel mundial la obliga, en principios, a no parcializarse ideológicamente con la federación rusa y no involucrarse de forma directa e inmediata en el conflicto militar, se entiende que de producirse mayores complicaciones, lo lógico será el comprometimiento a la unidad con Rusia al igual que la India e Irán, que independientemente de que están enfocados en su propio desarrollo económico, social y militar, de unirse se convertirían en bloques de contención, cuyos intereses se contrapondrán a los propósitos del imperio estadounidense y provocarán el nacimiento de un nuevo orden mundial frente a un enemigo común.
De todas maneras, si bien Rusia muestra signos de superioridad militar en el conflicto actual, no se puede subestimar el cerco de sus poderosos enemigos y el desarrollo real que presenta Estados Unidos y su brazo armado: la OTAN. Solo por ese hecho habría que considerar que un posible debilitamiento de Rusia afectaría un polo de poder que defiende el respeto al derecho internacional y el multilateralismo y además, resulta un equilibro a la política agresiva de Estados Unidos y a la organización transatlántica. Igualmente, de lograrse el debilitamiento de Rusia, se estaría frente a una nueva reconfiguración del balance de poder.
En cualquier caso, la tensión geopolítica ha conducido al aumento exponencial de la carrera armamentista, la conflictividad y hostilidad en las relaciones entre Rusia, Estados Unidos y sus aliados. La crisis político-militar existente amenaza seriamente la paz regional y mundial y de acuerdo con algunos especialistas podría derivar en el desarrollo de una nueva Guerra Fría (Fernández, 2021). De hecho, en declaraciones recientes (noviembre del 2024) el presidente ruso Vladimir Putin ha acusado a Estados Unidos de destruir el sistema de relaciones internacionales al aferrarse a su hegemonía, impulsando al mundo a un conflicto global. Al respecto, advirtió acerca de su derecho a utilizar misiles balísticos contra instalaciones militares de países que sus armas han sido utilizadas contra instalaciones rusas.
De manera similar, también puede pensarse que el aumento de las tensiones en los vínculos entre China y Estados Unidos, pretenden debilitar a China como aliado de Rusia, en el entendido de que, desde la perspectiva de los estrategas estadunidenses, China intenta liderar el nuevo orden internacional. De hecho, los rediseños de esas estrategias, publicados en cada etapa por el mandatario electo de Estados Unidos, han constituido una evidente amenaza para la paz y la seguridad internacionales, en particular para aquellos que son considerados por ellos como retos a su hegemonía, seguridad nacional y los intereses nacionales estadounidenses. En efecto, la declaración de guerras y sanciones, gracias a la utilización de instrumentos de poder de toda índole para la coerción de los países objetos de la política estadounidense, forma parte de la aplicación de la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos y responde a fines geopolíticos, con la intención de recuperar su sistema económico y político y frenar su declinación relativa para conservar su primacía en el sistema de relaciones internacionales.
CONCLUSIONES
Se considera que las estrategias de seguridad nacional son las respuestas a las expresiones de declinación relativa de poder de Estados Unidos respecto al ascenso de otras potencias y a las pretensiones imperialistas de expandirse y mantener su supremacía en el proceso de reconfiguración del sistema de relaciones internacionales. Ello es reflejo de sus viejas doctrinas al priorizar el empleo de instrumentos de poder como eje central de su proyección realista a nivel internacional en su intento por conservar su hegemonía y por retrotraer el ascenso de las potencias emergentes que lo desafían.
Al margen de que los informes estratégicos de las presidencias objeto de estudio se refieren a la guerra como el instrumento geopolítico principal de política exterior, la guerra económica persigue los mismos objetivos que la contienda bélica, pero encuentra condiciones propicias para su desarrollo y efectividad en el mundo interconectado actual. Por lo tanto, el enfoque geoeconómico y la coerción política como parte de los objetivos geoestratégicos estadounidenses se integran a la fuerza militar para, por una parte, contener el desarrollo socioeconómico de esos países considerados una amenaza a su seguridad y por la otra, hacer frente a la decadencia de su sistema político-económico.
Se considera que, las presunciones imperiales desde la visión de sus estrategas se ven afectadas, por las alianzas estratégicas desarrolladas entre Rusia y China, en tanto pudieran conducir a la conformación de un bloque geopolítico que no solo sirva de contención para impedir la concreción -a mediano y a largo plazo- de los planes estratégicos imperialistas, sino que pudiera dar lugar a un nuevo sistema monetario y financiero mundial que garantice el control económico internacional de relaciones políticas y económicas internacionales y posibilite la consolidación del multilateralismo con absoluto respeto de la soberanía e independencia de los Estados. En resumen, el estudio no está completo, sino que sirve de complemento a otros y pudiera enriquecer investigaciones futuras.
notas
1 El uso de todos los instrumentos de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos es lo que se conoce como la combinación de los instrumentos de poder político para ejercer coerción y/o persuasión, donde el primero identifica al instrumento económico y militar, mientras que el segundo se refiere a aquellos con origen diplomáticos, ideológicos, culturales e informacionales.
2 Véase de The White House Youtube channel, “President Trump Deliver Remarks Regarding the Administration’s National Security Strategy, disponible en la web: https://www.youtube.com/watch?v=uj4zJiWX70o.
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CONFLICTO DE INTERESES
La autora declara que no existen conflictos de intereses relacionado con el artículo.
AGRADECIMIENTOS
A mi tutor de maestría, el Dr. C. Luis René Fernández Tabio y la consultante Dra. C. Aixa Cristina Kindelan Larrea.
FINANCIACIÓN
No aplica.
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