Olympic sport and U.S. hegemony: an analysis from the Cold War to the New World Order

Deporte olímpico y hegemonía estadounidense: un análisis desde la Guerra Fría hasta el Nuevo Orden Mundial

M. Sc. Josué Efraín Herrera Orea

Maestro en Relaciones Internacionales. Estudiante del Doctorado en Ciencias Sociales en la UAM-X y docente de asignatura en la Universidad Rosario Castellanos. Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, Universidad Rosario Castellanos. Ciudad de México, México. 2231802692@alumnos.xoc.uam.mx 0009-0007-5681-9188

 

Cómo citar (APA, séptima edición): Herrera Orea, J. E. (2025). Deporte olímpico y hegemonía estadounidense: un análisis desde la Guerra Fría hasta el Nuevo Orden Mundial. Política internacional, VII (Nro. 1), 299-313. https://doi.org/10.5281/zenodo.14474553

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.14474553

 

Recibido: 1 de noviembre de 2024

Aprobado: 10 de diciembre de 2024

publicado: 7 de enero de 2025

 

RESUMEN El ensayo que se presenta muestra las relaciones e implicaciones del deporte, principalmente olímpico, con la instauración, el mantenimiento y la expansión de la hegemonía estadounidense. Se repasan parte de las funciones del deporte en las relaciones internacionales, siempre con la mira puesta en el papel desempeñado por Estados Unidos, a partir de una perspectiva histórica y crítica. Para ello, el texto se enfoca en los periodos más significativos para la sociedad internacional, es decir, aquellos que han moldeado el sistema, siendo estos la Guerra Fría y, posteriormente, el Nuevo Orden Mundial caracterizado por el neoliberalismo y la globalización. Se concluye señalando que, si bien se ha construido un modelo de negocio homogeneizador con tendencias a mercantilizar la vida urbana, no es posible eliminar las posibilidades de transgresión inherentes a las tensiones propias de la hegemonía.

Palabras clave: Hegemonía, Juegos Olímpicos, contención, globalización, Guerra Fría, neoliberalismo.

 

ABSTRACT The essay presented here shows the relations and implications of sport, mainly Olympic sport, with the establishment, maintenance and expansion of US hegemony. It reviews part of the functions of sport in international relations, always with a view to the role played by the United States, from a historical and critical perspective. To this end, the text focuses on the most significant periods for international society, i.e., those that have shaped the system, namely the Cold War and, subsequently, the New World Order characterized by neoliberalism and globalization. It concludes by pointing out that, although a homogenizing business model has been constructed with tendencies to commodify urban life, it is not possible to eliminate the possibilities of transgression inherent to the tensions inherent to hegemony.

Keywords: Hegemony, Olympic Games, containment, globalization, Cold War, neoliberalism.

 

 

INTRODUCCIÓN

El deporte es un fenómeno al que difícilmente las sociedades del mundo puedan ser ajenas. Sage (1979) señalaba hace cuatro décadas que el siglo XX podría ser llamado legítimamente como el siglo del deporte dada su omnipresencia en la sociedad contemporánea. En consonancia, Pablo Alabarces argumenta respecto a la pertinencia del deporte como objeto de estudio que:

‘Hoy, el deporte invade todos los reductos de la cotidianeidad, transformándose en uno de los principales productores de identidades, constituyendo el mayor ritual secular de masas, produciendo la mayor facturación de la industria cultural. En ese panorama expansivo, de deportivización de nuestras sociedades, las ciencias sociales deben interrogar al fenómeno, tanto con vistas a producir saberes novedosos sobre un objeto cambiante y multiforme, como para colaborar en la gestación de políticas públicas específicas’ (Alabarces, 1998, 1).

Tomando en consideración lo anterior, el texto que se presenta tiene la intención de analizar la manera en cómo el deporte ha servido a la instauración, exposición y al mantenimiento de la hegemonía estadounidense durante el siglo XX y los inicios del XXI. En particular, se pretende analizar el contexto del deporte a partir del fin de la Guerra Fría, las implicaciones del neoliberalismo y la globalización en el mundo del deporte, así como el papel que desempeñan las organizaciones deportivas internacionales para la extensión de la hegemonía. Se pone énfasis en el deporte olímpico, sin embargo, la argumentación que se brinda puede extenderse a otras competencias, tales como la Copa Mundial de fútbol.

Para efectos de este artículo se retoma la explicación que Adolfo Gilly (2016) da sobre la hegemonía como concepto de origen gramsciano. Gilly apunta que se trata de la unión de las élites gobernantes y las clases subalternas en una relación que ambos consienten es legítima a través del derecho, la religión, la historia y las creencias. Así, este tipo de mando aceptado es lo que Antonio Gramsci define como hegemonía:

Una relación en flujo constante, dentro de cuyos marcos se presentan y se reproducen luchas y conflictos permanentes entre los gobernantes y los subalternos, así como disputas y conflictos en el seno de los gobernantes, por un lado, y en el interior de los subalternos por el otro (Gilly, 2016, 83).

DESARROLLO

Breve repaso del deporte en la política internacional

Los grandes eventos deportivos se han mantenido constantemente como activos de la política internacional por lo menos desde la primera mitad del siglo XX. Ejemplos sobran: Berlín en 1936, Argentina en 1978 o los boicots olímpicos de 1980 y 1984. En todos estos grandes eventos es posible identificar manifestaciones del contexto de la época. Los años recientes, particularmente desde la emergencia sanitaria del COVID-19, no han sido la excepción. Las distintas implicaciones de la globalización y los cambios en la agenda internacional no han sido ajenas al deporte internacional, a tal grado que cada edición reciente de los Juegos Olímpicos o de la Copa Mundial de fútbol se ha situado como un centro de atención de las problemáticas internacionales o globales.

El deporte como todos los asuntos sociales es un producto histórico que, con el curso del tiempo, va acumulando una serie de características particulares. Al respecto, en este tema en particular la categoría que se ha construido es la de deporte moderno. Tal como se sugiere, los orígenes políticos de este tipo de deporte se encuentran en el desarrollo histórico de la Europa moderna y, por ende, se le puede localizar en el periodo posterior a la Revolución Francesa (Kanin, 2018). No obstante, la masificación del deporte y la fundación de las organizaciones deportivas internacionales que interesan a este trabajo surgieron en la frontera entre los siglos XIX y XX.

Específicamente, el deporte moderno surge del tránsito que se dio en Inglaterra a finales del siglo XVIII e inicios del XIX en el que las actividades lúdicas tradicionales que eran parte de la vida rural pasaron a unas que contenían una serie de características determinantes, de ellas sobresale la medición (Guttmann, 2004). Esta nueva manera de entender el deporte puede ser definido por siete características formales-estructurales. A saber: secularismo, igualitarismo (admisión a la competencia en función de criterios atléticos), especialización, burocratización, racionalización, cuantificación y un deseo por superar las marcas o récords (Guttmann, 1978).

De manera similar, el fundador del movimiento olímpico moderno, Pierre de Coubertin, precisaba que el deporte es la práctica voluntaria, habitual e intensa del ejercicio muscular que aspira al progreso y que se extiende hasta el riesgo. Asimismo, entre las características que admiraba en los deportistas se encuentra la búsqueda de la perfección y el desprecio por el peligro potencial (Coubertin, 2000).

Dicho lo anterior, se encuentra que las características generales de la modernidad atravesaron y definieron el deporte, siendo fundamentales para la explicación del deporte organizado en eventos de gran magnitud la burocratización, la cual tiene una traducción en cuanto a la fundación de instituciones especializadas y dedicadas a la regulación del deporte; la racionalización, relacionada con la construcción de espacios específicos para la práctica deportiva y con la implementación de reglas constantemente revisadas; y con la idea de progreso, particularmente relacionada con la implementación de récords.

Más allá de sus características específicas, el deporte moderno, al ser un fenómeno que ha traspasado fronteras y continentes, se ha insertado en la dinámica internacional. Aunque en ocasiones el deporte sea visto como un asunto menor o situado escalones debajo de las actividades económicas o políticas, su importancia en estas es notoria. Desde la arista de la identidad y la representación, las competencias a nivel olímpico y en otros grandes torneos se han construido de tal suerte que los deportistas se identifican con sus respectivos colores y símbolos nacionales.

Esta función del deporte como foro de exposición y representación contrasta con el hecho de que el deporte moderno ha sido históricamente organizado por entes de índole privada, tales como el Comité Olímpico Internacional (COI) y la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA). Y aunque los gobiernos han tenido cierta influencia en la toma de decisiones, estos no prescriben lo que sucede en el deporte en materia de reglamentos, equipamientos, estándares técnicos, ni mucho menos los resultados de las competencias. No obstante, el deporte puede ser considerado como un activo de la política exterior e internacional de los Estados que participen en él.

Uno de los discursos más recurrentes cuando se habla de deporte internacional es el que profesa que práctica deportiva es una oportunidad para estrechar los vínculos de amistad y sostener los esfuerzos de cooperación. Ejemplos de lo anterior son los esfuerzos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) al respecto, tales como el establecimiento del Día Internacional del Deporte para el Desarrollo y la Paz y la aprobación de la Resolución 48/11 de la Asamblea General sobre el restablecimiento de la tregua olímpica. Sin embargo, al ser el deporte moderno competitivo por antonomasia, implica la manifestación y confrontación de las habilidades atléticas de los deportistas que se encuentran ataviados con los colores de su país de origen. Es por ello por lo que el deporte presta una plataforma más para que las tensiones entre Estados se expresen.

La representación estatal en el deporte de la que se ha hecho mención puede mostrarse claramente en el movimiento olímpico. El COI desde su fundación ha proyectado el ambiente político propio de la época. Cuando Pierre de Coubertin fundó el comité en 1894, el sistema internacional se encontraba bajo el equilibrio de poder surgido tras el final de las Guerras Napoleónicas y las grandes potencias europeas que lo conformaban se hallaron ampliamente representadas. Esta mecánica permaneció en los cambios posteriores en el sistema internacional, tanto en el periodo entreguerras como el siguiente, caracterizado por la Guerra Fría y la construcción de las grandes instituciones intergubernamentales. Así, el sistema olímpico tiene una relación directa con el statu quo. Dicha relación se hace visible con la adopción que el COI, la FIFA y la mayor parte de las organizaciones deportivas internacionales hacen de las denominaciones territoriales y jurisdiccionales de los Estados. En este sentido, el reconocimiento de una delegación olímpica o una selección es implícitamente el reconocimiento de una soberanía (Kanin, 2018).

Pulleriro Méndez (2018) señala que, en el caso del COI, ha cambiado la manera en cómo se ha tratado el tema de la representación estatal. Al respecto, hasta mediados de la década de 1990 la decisión del COI al reconocer algún Comité Olímpico Nacional era completamente discrecional. Un caso que muestra dicha situación y que además pone en evidencia el atractivo del deporte en el ámbito político es la gestión que la Junta Ejecutiva del COI realizó respecto a la representación china en el movimiento olímpico. En octubre de 1979 dicho órgano ratificó la posición del Comité Olímpico Chino, asociado a la República Popular China (RPC), como representante del movimiento olímpico en dicho país, así como su bandera e himno como sus símbolos representativos en competencias, con lo cual se daba por terminada la polémica sobre el comité taiwanés como representante de China (Ren, 2010).

En 1996 se modificó el mecanismo de representación cuando en la Carta Olímpica se incluyó el artículo que dispone que las delegaciones participantes deberán representar a Estados independientes reconocidos por la comunidad internacional (COI, 2020). Con este nuevo matiz las autoridades olímpicas evitaron colocarse como posibles mediadores de posibles luchas independentistas o separatistas. De hecho, la política que se siguió en adelante fue alinearse a las disposiciones del Consejo de Seguridad de la ONU en cuestión del reconocimiento relacionado con la acreditación para la competencia (Pulleiro Méndez, 2018).

A partir de lo anterior, se logra visualizar que el deporte ha sido utilizado para construir una visión interestatal del mundo. La construcción de esta manera de ver ha sido en gran medida influida por los medios de comunicación que cubren los eventos deportivos. La información deportiva generalmente transmite nociones sobre Estados naturalmente separados por fronteras claras. En este sentido, los Estados aparecen como entes homogéneos con características particulares con los cuales las masas de aficionados se identifican de manera excluyente. Incluso, esa identidad nacional llega a expresarse en los medios con algún “estilo de juego”.

La visión interestatal en el deporte ha tenido dos consecuencias principales. En primer lugar, la legitimación del sistema internacional vigente tal como se mencionó arriba y, en segundo lugar, la extensión de las manifestaciones nacionalistas que permiten que el deporte se refuerce como espacio de disputa, más que de cooperación y entendimiento (Levermore, 2004).

El deporte como estrategia de contención

Si bien durante la Guerra Fría no se presentaron conflictos armados directamente entre las superpotencias, el deporte brindó el escenario idóneo para que el poder nacional de ambos actores pudiera expresarse en el marco de una competencia directa. Principalmente los Juegos Olímpicos ofrecieron la plataforma para que dicho encuentro se llevara a cabo. De esta manera, la victoria se adquiría a través de un juego de suma cero por lo que quedar en lo alto del pódium representaba una batalla ganada en contra del rival. Dentro de las expresiones de poder que más lograron destacar en esta coyuntura fueron las innovaciones tecnológicas dedicadas a generar deportistas con mejores condiciones atléticas que los de las delegaciones de otros países. El desarrollo de sustancias y técnicas capaces de lograr dichas mejoras fue una de las estrategias más recurrentes.

Aunque el consumo de diversas sustancias para mejorar el rendimiento deportivo ha sido una práctica recurrente en el deporte antiguo y moderno, no fue hasta la segunda mitad de la década de 1960 que comenzaron los esfuerzos por formar un entramado normativo e institucional que, a la postre, sentaría las bases para la formación de un régimen internacional dedicado a combatir el dopaje (Herrera Orea, 2022). No obstante, el uso de la ciencia aplicada al deporte con objetivos políticos, máxime en el marco de una disputa política e ideológica como lo fue la Guerra Fría, fue una constante durante dicho periodo.

En este sentido, el deporte en el marco de la Guerra Fría puede entenderse a partir de la idea de la contención propuesta por George Kennan (1987), quien apunta que dados los estragos que la Segunda Guerra Mundial tuvo para la Unión Soviética, dicho país no representaba una amenaza militar directa justamente cuando terminó el conflicto armado. En cambio, lo que justificó el uso del término de la contención fue la amenaza ideológica. En dicha línea Kennan señala que:

Grandes áreas del hemisferio norte (particularmente Europa occidental y Japón) acababan de sufrir una seria desestabilización social, espiritual y política, con las experiencias de la reciente guerra. Sus poblaciones estaban todavía aturdidas bajo el impacto de las bombas, sin seguridad en sí mismas, temerosas del futuro y altamente vulnerables a las presiones y seducciones de las minorías comunistas que se movían en su seno (170).

La contención en el sentido expuesto no debe perder el contexto histórico en el que se enmarca. El mismo Kennan menciona que poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética (así como el resto de Europa), se encontraba más ocupada en la reconstrucción que en iniciar una campaña de índole imperialista.

Sin embargo, el escenario deportivo juega las veces de un campo de batalla en donde la victoria, además de enaltecer la nacionalidad del deportista, participa en la dinámica de la contención al evitar que el rival obtenga atención. De tal suerte que para evitar ser desplazado y lograr reafirmar el poder nacional, los Estados recurrían a diversos métodos, entre los cuales se encontraba el dopaje.

En este orden, el deporte se consolidó como una pista paralela a la carrera armamentística en la cual el desarrollo de nuevas sustancias dopantes, métodos de entrenamiento y el diseño de materiales eran fundamentales para lograr dominar las competencias olímpicas, con la particularidad de que el desarrollo de la ciencia aplicada al deporte no tenía la capacidad de crear un ambiente de tensión que pudiera llevar a una crisis de seguridad y mucho menos a una situación de incertidumbre como la Crisis de los Misiles de octubre de 1962. Entonces, ante un contexto de lucha política e ideológica intensa y con instituciones reguladoras incipientes se explica cómo es que hubo uso indiscriminado del dopaje como herramienta propagandística. La amenaza de quedar desplazado del pódium creaba fuertes incentivos para desarrollar y distribuir sustancias que mejoraran el rendimiento sin considerar las consecuencias que pudiera ocasionar a los consumidores finales. Thomas Hunt menciona al respecto que:

[…] podría argumentarse que las competiciones atléticas sirven como sustitutos psicológicos del conflicto armado durante períodos de relativa tranquilidad internacional. Por lo tanto, el uso de drogas para mejorar el rendimiento por parte de los atletas en las competiciones olímpicas puede haber servido como un medio no militar para librar batallas de la Guerra Fría (2011, 38).

De esta manera, el deporte representó una vía para que el nacionalismo pudiera expresarse. Hunt (2011), recupera el testimonio de Phillip Shinnick, directivo del deporte estadounidense, quien apuntó cómo los funcionarios del gobierno que formaban parte de la delegación del equipo de los Juegos Universitarios de Budapest 1965 constantemente recordaban a los deportistas la necesidad de ganar y derrotar a los comunistas: “to win so that we could beat the ‘Commies’” ( 47-48).

Los datos reflejados en la Gráfica 1 sirven como radiografía de la composición del sistema internacional y de las capacidades de las principales potencias tal como señalan Kanin y Pulleiro Méndez, autores citados anteriormente. Si bien la gráfica muestra las medallas obtenidas antes de la Guerra Fría y de la formación del nuevo orden mundial, queda claro cómo las competencias olímpicas sirvieron como vitrina del poder nacional. Por otro lado, la Tabla 1 muestra cómo desde los primeros Juegos Olímpicos modernos el equipo estadounidense ha destacado y se ha colocado dentro de los tres mejores en la tabla general de medallas. También, se observa la tendencia ascendente en la cantidad de medallas en la medida en que pasan las ediciones de la justa olímpica.

Gráfica 1. Medallas olímpicas ganadas por país y por metal durante el periodo 1896-2020.

Nota: *Incluye medallas ganadas por las delegaciones de Alemania unificada de los Juegos Olímpicos de 1956, 1960 y 1964. **Incluye medallas ganadas por el Equipo Unificado de los Juegos Olímpicos de 1992 formada por las antiguas repúblicas soviéticas excluyendo a los países bálticos.

Fuente: Con datos de (COI et al., 2024).

 

Tabla 1. Medallas olímpicas de oro y totales ganadas por Estados Unidos y posición en la tabla general de medallas durante el periodo 1896-2020.

El fomento del dopaje como estrategia estatal no fue el único instrumento de la contención aplicada al deporte. La primera mitad de la década de 1980 vio un par de ejemplos en donde la contención pudo verse como una acción intencionada, es decir, como la ausencia deliberada de una de las potencias de una competencia. Tales fueron los casos de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984, eventos a través de los cuales podría anticiparse un duelo directo entre ambas potencias. Es decir, se podría suponer que se esperaría un esfuerzo sin igual para demostrar la superioridad deportiva en el hogar del enemigo. Sin embargo, Moscú y Los Ángeles no fueron los juegos de la demostración del poder nacional en el territorio del rival, sino que pueden considerarse como aquellos de la mediocridad planificada.

Específicamente, en 1979, a prácticamente seis meses antes de la celebración de los Juegos que se llevarían a cabo en la capital soviética, el gobierno estadounidense, en ese entonces encabezado por el presidente Jimmy Carter, y su comité olímpico nacional llegaron al acuerdo de boicotear los juegos. El llamado al boicot se justificó tras la invasión soviética a territorio afgano durante el invierno de 1979; tanto el avance militar como el boicot se enmarcaron en una época donde la tensión había repuntado. Al respecto, el vicepresidente estadounidense Walter Mondale mencionó que la decisión no se trataba de una disyuntiva entre el deporte y la seguridad nacional. Al respecto, Mondale hizo un llamado a los aliados de Estados Unidos a respaldar la medida, haciendo del boicot un referéndum sobre lo que llamo el “carácter y los valores fundamentales de Estados Unidos” (Wilson Center, 2017). La petición fue respondida por otras 60 delegaciones, lo cual tuvo como consecuencia unos juegos con muy bajo nivel competitivo.

Cuatro años después, y seguramente guiados por la retorsión, la Unión Soviética anunció que no participaría en los juegos organizados en la ciudad de Los Ángeles. El Comité Olímpico Nacional de la Unión Soviética justificó su ausencia declarando que existían planes para organizar manifestaciones antisoviéticas durante los Juegos, las cuales no serían controladas por las autoridades estadounidenses. En ese sentido la delegación soviética mencionó que desde los inicios de los preparativos el gobierno estadounidense puso en marcha una campaña de propaganda que ponía en riesgo a las delegaciones del bloque socialista (Burns, 1984; Marcin Kobierecki, 2015).

Ante tal situación la Unión Soviética y la gran mayoría de sus aliados organizaron lo que denominaron “Los Juegos de la Amistad”, intentando hacer un claro contraste entre la percepción de amenaza y enemistad que representaba Estados Unidos y el ideal socialista de la solidaridad y la paz internacionales (Gutiérrez Alcalá, 2021). Con ello, se sellaba la época de los boicots, así como una de las épocas de mayor tensión dentro del movimiento olímpico, no sin antes sentar las bases para los cambios más trascendentes en el deporte moderno.

El Nuevo Orden Olímpico

La reputación de los Juegos Olímpicos hacia las proximidades de la década de 1970 no gozaba de la mejor calidad. Consecutivos sucesos desafortunados marcaron este mega evento durante dicho periodo. Desde la represión y matanza en Tlatelolco en vísperas de la inauguración de los Juegos de México 1968, el terrorismo televisado en Múnich 1972, la bancarrota que sufrió la ciudad de Montreal en 1976, hasta el boicot de Moscú 1980, la mala fama se incrementaba. En ese ánimo el COI solo encontró dos candidaturas, Teherán y Los Ángeles. Ante la retirada de la propuesta iraní, la ciudad californiana fue electa en solitario como la sede de los Juegos Olímpicos de 1984.

Esta edición de la justa olímpica representó un punto de inflexión dado que sería la primera sin contar con financiamiento público. Por tanto, el comité organizador se vio obligado a usar fondos privados. Al cierre de la contabilidad el mega evento juntó ganancias por 223 millones de dólares, marcando una referencia para futuros eventos deportivos (COI, 2017). Entre las estrategias para recaudar fondos se destacaron la contratación de grandes patrocinios, marketing, movilización de voluntarios y una responsabilidad política limitada. Asimismo, estos fueron los primeros juegos bajo la dirección de Juan Antonio Samaranch en la dirección del COI. Samaranch, antiguo colaborador del franquismo en España, desempeñó un papel vital para lograr acuerdos con multinacionales y cadenas de televisión para vender los derechos de retransmisión (Tomlinson, 2004).

Gráfica 2. Ingresos por retransmisiones de los Juegos Olímpicos de verano de 1960 a 2020 (en millones de dólares estadounidenses)

Gráfica 3. Ingresos de los Juegos Olímpicos generados a través de patrocinios TOP de 1993 a 2016 (en millones de dólares estadounidenses)

  • Fuente: Tomado de (COI, 2019).

No es coincidencia que las innovaciones en la organización de Los Ángeles 1984 relativas al protagonismo del sector privado, a la clase empresarial, al empleo de trabajadores precarizados y las afinidades con el autoritarismo, coincidan con algunas de las características del neoliberalismo. La gestión de Samaranch al mando del COI fue fundamental para la deriva neoliberal que definiría la manera de entender los Juegos Olímpicos. A partir de ahí se comienza a entender la organización de un mega evento deportivo, no solo como la exposición de las capacidades atléticas de un grupo de deportistas que representaban una bandera, sino como un modelo de negocio sumamente exitoso. Evidencia de ello son las ganancias que la venta de los derechos de retransmisión supone para el COI, tal como lo muestra la Gráfica 2, en donde además se observa como desde 1984 se presenta una fuerte tendencia ascendente.

Otro de los desarrollos del neoliberalismo olímpico creados por Samaranch fue el programa Socio Olímpico (TOP, por sus siglas en inglés), creado en 1985, el cual es el nivel más alto de patrocinio y proporciona a los patrocinadores derechos exclusivos de marketing en todo el mundo para los Juegos Olímpicos de verano, invierno y de la Juventud. Después del éxito de los juegos de Los Ángeles, el TOP ha funcionado como fuente de financiamiento para el COI y como una vitrina sumamente vistosa para las corporaciones (COI, 2024a). La Gráfica 3 da cuenta del crecimiento de las ganancias resultado de los patrocinios

Eichberg (2004) señala que el movimiento olímpico se ha forjado como una representación de la cultura y del deporte anglo-occidental que difícilmente acepta influencias de otras expresiones culturales. En este sentido, el olimpismo moderno concentra las características del liberalismo burgués de promoción de la individualidad competitiva, de la igualdad garantizada por la racionalidad institucional y la fraternidad resultante de la asociación entre pares.

Al respecto, el modelo olímpico generado por Samaranch y los organizadores de Los Ángeles 1984 cuenta con una serie de rasgos particulares relacionados con la hegemonía estadounidense. En primer lugar, se encuentra lo que Ritzer (1983) nombra como McDonaldización de la sociedad. Es decir, un nuevo proceso de racionalización de la sociedad, particularmente la estadounidense, que ya no sigue los parámetros de racionalización por la vía de la burocracia explicados por Max Weber. De manera similar, Tomlinson (2004) sugiere pensar que los Juegos Olímpicos han pasado a una etapa de Disneyficación, en la cual se promueve el individualismo optimista, la evasión, la fantasía, la inocencia, el romance, etc. Asimismo, esta etapa de Disneyficación se caracteriza por contar con espacios reconvertidos a imagen y semejanza del parque temático de atracciones. En este sentido, Tomlinson argumenta que los parques olímpicos son diseñados conforme a estas especificaciones.

Otra de las consecuencias relevantes de la justa olímpica de 1984 fue el inicio de las discusiones sobre la vigencia de las reglas que restringían la participación de deportistas profesionales en aras del mantenimiento del ideal amateur. Dick Pound, vicepresidente del COI, apostaba por competencias abiertas alegando que durante los últimos cien años habían pasado cambios sociales revolucionarios para el deporte, además de que se había comprobado que los deportistas profesionales eran capaces de observar el espíritu olímpico y el juego limpio. Aunque para los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 el amateurismo se mantenía de manera técnica, en dicha justa se presentaron los primeros deportistas profesionales. Finalmente, el COI pudo convencer a varias federaciones internacionales para que apoyasen la reforma (Llewellyn & Gleaves, 2016).

La mercantilización del olimpismo no dejó de llegar con una serie de particularidades. Los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 marcaron el final de varias épocas, la primera aparición de la delegación sudafricana desde los juegos de Roma 1960 y después del fin del régimen del apartheid, Alemania unificada a unos años de la caída del muro y la participación de Cuba después de no haber participado desde el boicot de Moscú. Además de dichos reencuentros con el olimpismo, los juegos de Barcelona representaron el último adiós de las Repúblicas Soviéticas de toda competencia, despedida que se daba en una celebración que, de cierta manera, recuperaba su calidad de espacio parcialmente alejado de los problemas políticos, al tiempo que pretendía ser un bálsamo de tranquilidad.

La profesionalización total del deporte olímpico fue otra de las marcas de Barcelona. Un año antes, el COI reformó la carta olímpica para eliminar las restricciones sobre las remuneraciones a los deportistas e, incluso se eliminó por completo el término “amateur” (Llewellyn & Gleaves, 2016). El ícono que quedaría como el legado de estos juegos fue el equipo de baloncesto estadounidense, mejor conocido como “el equipo de ensueño” (Dream team, por sus siglas en inglés). El dream team, formado por los jugadores estelares de la Asociación Nacional de Baloncesto (NBA, por sus siglas en inglés) dio a un evento históricamente de corte europeo el último sello de “americanización”, convirtiendo a los Juegos Olímpicos en un acontecimiento centrado en la cultura del consumo.

El intento de generar ideales con aspiraciones universales junto con la puesta en marcha de mega eventos con una cobertura mediática amplia crea un cultivo particularmente representativo de la globalidad. De esta manera, los mega eventos generan espacios culturales que invitan a una disolución de las distancias espaciotemporales participando de una especie de conciencia colectiva que se observa en los aspectos ceremoniales del deporte, dando paso a la noción de la “aldea global”. Un aspecto clave que no debe dejarse detrás es la participación de los medios de comunicación como responsables de difundir los mensajes y simbolismos mencionados, así como promover la estandarización cultural en términos de consumo (Roche, 2006).

Considerando lo anterior, es posible sugerir que los mega eventos deportivos son elementos importantes en la orientación de las naciones hacia la sociedad internacional o global. También, se puede decir que han desempeñado un papel importante en la transformación del entorno urbano moderno. De ahí que el deporte, en su forma de mega evento, pase a ser un elemento cada vez más central, y no periférico, de la modernidad urbana (Horne & Manzenreiter, 2006).

Ahora bien, si la globalización se puede explicar a partir de lo mencionado en el párrafo anterior, Roche (2006) añade que los mega eventos deportivos también se ven atravesados por lo que llama “globalización compleja”. Los elementos de complejidad se vislumbran en contraste con las tesis más comunes de la globalización. Frente al determinismo tecno económico, existe la posibilidad de la agencia colectiva por parte de grupos políticos y culturales diversos; frente a la estandarización, la globalización compleja puede involucrar diferenciación y particularización, tanto en los agentes como en su espacio; frente a la compresión espaciotemporal, la reconstrucción de las diferencias.

Siguiendo la línea del párrafo anterior, se encuentra que los efectos de la globalización pueden explicarse e interpretarse de formas diversas. Es bajo dicha aceptación que surgen dos perspectivas útiles para la comprensión de los mega eventos deportivos. Estas son las ideas de lo glocal y lo grobal, así como sus procesos respectivos de glocalización y grobalización.

Una de las ideas precursoras de lo anterior fue presentada por Theodore Levitt (1983), forjador conceptual de la globalización económica, quien advirtió sobre la capacidad de los avances tecnológicos para consolidar una nueva realidad comercial regida por corporaciones globales que ofrecen productos estandarizados que permiten aumentar la eficiencia y reducir los costos. Levitt llama a esta tendencia “la república de la tecnología”, en donde la regla es la convergencia de la oferta. Es decir, las empresas venden lo mismo y de la misma manera en todos lados, haciendo a un lado las preferencias locales y ampliando la clientela a partir de costos más bajos. La globalización de los mercados, sostiene Levitt, acerca el final de la corporación multinacional que ajusta sus productos y procesos a las situaciones particulares de cada país.

Otras propuestas hablan sobre la edificación de la “ciudad fantástica”. Hannigan (1998) mencionaba que para finales de la década de 1990 casi todas las grandes compañías de entretenimiento habían establecido un equipo de desarrollo para evaluar, planificar e iniciar proyectos de destinos de ocio urbano. Dichos proyectos indican, señala Hannigan, la creación de una nueva economía urbana enraizada en el turismo, el deporte, la cultura y el entretenimiento. Dicho autor explica que el auge de la ciudad fantástica se debe a la convergencia de la racionalización del funcionamiento de las industrias del entretenimiento, la conversión de las ciudades respecto al paradigma del parque de atracciones y la sinergia del consumismo.

Continuando con las categorías señaladas arriba, se entiende que lo glocal implica la integración de lo local y lo global, mientras que lo grobal es el desbordamiento de lo global en lo local en contraposición a la dinámica de integración. En la práctica y la organización del deporte, lo glocal parte de la interpretación, modificación o adaptación de las influencias globales en la vida diaria (Nixon II, 2015). Tal como sucedió con la modificación del fútbol de origen inglés convertido en fútbol americano en Estados Unidos (Markovits, 2010). Esta tendencia, por tanto, implica el reconocimiento de los espacios locales como partícipes de la globalización y a los agentes locales como actores activos dentro del entorno global y, por ende, también deportivo (Robertson, 1995). En cuanto a lo grobal, se dice que se concentra en los apetitos imperialistas, tanto de actores públicos como privados, de imponerse en diversas áreas geográficas. Asimismo, la grobalización se puede asociar con la proliferación de formas sociales creadas y controladas de forma centralizada y desprovistas de contenido sustantivo distintivo (Ritzer, 2003).

Conforme a estas definiciones se permite realizar un cambio de perspectiva en las tensiones que provoca la globalización. Es decir, se pasa de la relación global-local a la relación glocal-grobal (Andrews & Ritzer, 2007). Esta nueva relación presenta un panorama en el que la regla es la difuminación de lo que se considera local en favor de lo glocal. No obstante, este continuo que coloca en cada extremo lo grobal y lo glocal no podrá ser totalizante. Esto es, dado que el establecimiento de una monocultura grobal, en el deporte o en otros aspectos de la vida social, se antoja un escenario improbable, cabe la expectativa de que las fuerzas locales y glocales se mantengan presentes en la configuración del mundo (Andrews & Ritzer, 2007).

Se debe mencionar, acerca de lo anterior, que la presencia de particularidades locales se explica por el hecho de que ningún poder es capaz de erradicar las expresiones de resistencia y transgresión. Todo conjunto normativo, explícito o implícito, tiene inoculada la posibilidad de que no se lleven a cabo sus prescripciones, es decir, su incumplimiento.

CONCLUSIONES

El deporte ha servido a la instauración, mantenimiento y expansión de la hegemonía estadounidense en distintas formas y puede ser explicado a partir de distintas ópticas. El análisis que se presentó brinda una explicación desde el deporte, del paso de la demostración del poder nacional durante la Guerra Fría, a la instauración global de modos de vida diseñados en el centro del american way of life. El modelo de organización de mega eventos visto aquí puede entenderse como una expresión de la cultura dominante que se ha perpetuado, a pesar de sus recientes controversias. Incluso, se ha extendido a otros mega eventos distintos a los Juegos Olímpicos. Tal es el caso de la Copa Mundial de la FIFA, así como otros torneos de fútbol como la Copa América.

La herencia de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 fueron recintos abandonados, casos de corrupción y la semilla de una crisis política y económica que ha marcado a la sociedad griega. Casos como este no son extraños a la organización de mega eventos deportivos. No obstante, estos no han dejado de suceder con gran éxito mediático y económico para las organizaciones deportivas internacionales. Incluso con el historial de deudas, sobreprecios, la transformación del espacio urbano en función del turismo extranjero y los intereses de las organizaciones deportivas en detrimento del derecho a la ciudad de la gente que habita las sedes, los mega eventos sigan siendo ampliamente exitosos.

Recordando el apunte gramsciano de Adolfo Gilly mencionado en el inicio del texto, la hegemonía es una relación en flujo constante en donde existen luchas y conflictos entre gobernantes y subalternos, así como luchas y conflictos en el seno de cada grupo. Asimismo, es importante resaltar lo señalado sobre la incapacidad de un conjunto normativo de hacer de la rebeldía y las conductas heterodoxas una imposibilidad. La historia del propio deporte y los mega eventos sirven como ejemplo de lo anterior. Quizá el ejemplo más emblemático sucedió durante la ceremonia de premiación de los 200 metros planos de México 1968 en donde John Carlos y Tommie Smith alzaron el puño durante la entonación del himno estadounidense. De esta manera se observa cómo los mega eventos sirven también como espacio en el que se expresa esa relación compleja que es la hegemonía.

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CONFLICTO DE INTERESES

El autor declara que no existen conflictos de intereses relacionado con el artículo.

AGRADECIMIENTOS

Este trabajo no pudo haberse hecho sin el invaluable apoyo de mis colegas, amigos y amigas de la UAM-Xochimilco. Cada idea es hija, no solo de las sesiones de estudio en solitario, sino sobre todo de esa manera de socializar y enriquecer el conocimiento que ocurre en la cafetería, en la biblioteca, en el aula, o incluso en lugares alejados de la universidad. Agradezco con profundo cariño a quien ha brindado su ayuda anónima mediante su trabajo para que exista la universidad pública y gratuita. A ellas y ellos, gracias.

FINANCIACIÓN

El autor recibe el apoyo económico brindado por el Programa de Becas Nacionales del Consejo Nacional de Humanidades Ciencias y Tecnologías (CONAHCYT) que forma parte del Gobierno de México.

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DERECHOS DE AUTOR

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