Imperialist armament and warlike militarism of the United States
Dr. C. Leyde Ernesto Rodríguez Hernández
Recibido: 15 de enero de 2020 Aprobado: 24 de enero de 2020
RESUMEN Se analizan las proyecciones y objetivos militaristas del imperialismo contemporá- neo liderado por Estados Unidos. El surgimiento del arma nuclear y la conquista del espacio cósmico en el siglo xx, con el ascendente desarrollo tecnológico del sistema capitalista, impulsaron un creciente programa de militarización del espacio. Las éli- tes gobernantes norteamericanas han utilizado una parte considerable de los recur- sos de esa nación para el fortalecimiento de la fuerza militar, la cual erigieron en una insustituible herramienta de poder y terror para materializar sus intereses de política exterior y afianzar sus objetivos clasistas a escala global. Una guerra nuclear en la tierra o en el espacio pone en serio riesgo la existencia de toda la humanidad. Se con- sidera importante que los organismos internacionales exijan a las potencias nuclea- res el respeto a los acuerdos de desarme que han firmado, que limitan y restringen el arsenal nuclear y, por otro lado, avancen en nuevas negociaciones de desarme que conduzcan a la desaparición total de las armas nucleares, pues estas constituyen una terrible amenaza de destrucción y muerte.
Palabras claves militarismo, armamentismo, carrera armamentista, imperialismo, sistema antimisil, arma nuclear.
ABSTRACT It analyzes the militaristic projections and objectives of contemporary U.S.-led impe- rialism. The emergence of the nuclear weapon and the conquest of cosmic space in the twentieth century, with the ascending technological development of the capital- ist system, promoted a growing program of militarization of space. The U.S. ruling elites have used a considerable part of that nation’s resources to strengthen military force, which they erected as an irreplaceable tool of power and terror to materialize their foreign policy interests and consolidate their class objectives on a global scale. A nuclear war on earth or in space seriously threatens the existence of all human- ity. It is considered important that international organizations demand that the nuclear powers respect the disarmament agreements they have signed, which limit and restrict the nuclear arsenal, and, on the other hand, make progress in new disar- mament negotiations that will lead to the total disappearance of nuclear weapons, since they constitute a terrible threat of destruction and death.
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Keywords Militarism, armament, arms race, imperialism, anti-missile system, nuclear weapon.
Para la comprensión de la dinámica de los pro- cesos globales entre los siglos xx y xxi, es indispen- sable el estudio de las proyecciones y objetivos militaristas del imperialismo contemporáneo lide- rado por Estados Unidos.
Las primeras expresiones del militarismo y el armamentismo se identificaron con la aparición del Estado y las sociedades divididas en clases anta- gónicas. Este fenómeno antiguo tomó su mayor auge con la expansión del complejo militar-in- dustrial estadounidense en la época después de la Segunda Guerra Mundial. Ya en los siglos xix y xx, los clásicos del marxismo habían estudiado los orígenes del militarismo. Para Lenin “el militarismo moderno es el resultado del capitalismo. Es, en sus dos formas, una ‘manifestación vital’ del capita- lismo: como fuerza militar utilizada por los estados capitalistas en sus choques externos (Militarismus nach aussen, según dicen los alemanes) y como instrumento en manos de las clases dominantes” (Lenin, 1968: 331).
Con el surgimiento del arma nuclear y la con- quista del espacio en el siglo xx, el ascendente desarrollo tecnológico del sistema capitalista lide- rado por Estados Unidos impulsó un creciente programa de militarización del espacio, y las élites gobernantes norteamericanas utilizaron una parte considerable de los recursos de esa nación para el fortalecimiento de la fuerza militar, la que erigieron en una insustituible herramienta de poder y terror para materializar sus intereses de política exterior y afianzar sus objetivos clasistas a escala global.
El propósito de superar, en el plano militar, el poderío logrado por la Unión de Repúblicas Socia- listas Soviéticas entre los años 1947 y 1991, durante la confrontación de la “guerra fría”, llevó a Estados Unidos a un exceso militarista, cuyas manifesta- ciones más relevantes quedaron ejemplificadas en la historia mediante la creación de bases militares alrededor del Estado soviético, de altos gastos mili- tares, del emplazamiento de misiles nucleares en Europa Occidental, la constante modernización de la tecnología y los esfuerzos por detentar el control militar del espacio cósmico, pues según el imagi- nario norteamericano, quien domine en ese ámbito ejerce un poder integral en la Tierra.
Sin embargo, en el nuevo contexto internacional surgido a partir de la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la culminación
de la confrontación entre el Este y el Oeste, la polí- tica exterior norteamericana conservó su natura- leza imperialista. Sus pretensiones militaristas, lejos de disminuir, fueron reforzadas bajo la concepción de que Estados Unidos habían ganado la “guerra fría” y mantenían un liderazgo internacional sin pre- cedentes. Sobre la base de estos presupuestos hegemónicos, la idea enunciada en 1983 por el pre- sidente Ronald Reagan en torno al despliegue de la Iniciativa de Defensa Estratégica o “Guerra de las Galaxias”, fue retomada en 1996 por el presidente del Partido Demócrata William Clinton, quien, ade- lantándose a las elecciones presidenciales de ese año, propuso otro plan para desarrollar el Sistema Nacional de Defensa Antimisil con el anhelo de pro- teger el territorio norteamericano de un hipotético ataque misilístico desde el exterior.
Por sus implicaciones políticas, militares y de seguridad, el proyecto anunciado por William Clin- ton y acelerado por George W. Bush suscitó la reacción de importantes actores internacionales: China, Rusia, Francia y Alemania. Desde entonces, este tema, prioritario en la proyección de la polí- tica exterior norteamericana, tensó las relaciones con Rusia, persistió en la agenda de conversa- ciones de Estados Unidos con la Unión Europea y dificultó las relaciones chino-estadounidenses, por- que los norteamericanos extendieron el despliegue del sistema antimisil a la geoestratégica región de Asia-Pacífico, con el fin de proteger a sus aliados: Taiwán, Corea del Sur, Japón y Australia.
Antes de continuar, resulta necesaria la expli- cación de algunos de los conceptos utilizados. A falta de precisión, abundan las definiciones. Por la noción de estrategia, en sentido genérico, algu- nos entienden la doctrina de cierto Estado o cierta institución militar y también su puesta en práctica, además de usarse como teoría, ciencia y métodos de análisis. La estrategia también puede diseñarse para mantener la paz en las relaciones interna- cionales, pero no es el caso de la política exterior estadounidense.
A los efectos de este artículo, debe entenderse por concepciones estratégicas al conjunto de enun- ciados referidos a la gran estrategia o estrategia total de un Estado, que radica en la capacidad de poner en práctica de forma constante, todas las fuerzas potenciales y actuantes que conforman el pode- río de la nación: económicas, militares, científicas, tecnológicas, sicológicas y culturales, para lograr metas cardinales en el escenario internacional.
Generalmente, los norteamericanos denominan a este concepto “estrategia nacional” o “seguridad nacional”. La formulación “seguridad nacional” se diferencia de la definición de estrategia militar en que esta última solo explica los procedimientos referidos a la conducción de las fuerzas armadas y las operaciones realizadas para alcanzar los fines militares ordenados por un mando centralizado.
La gran estrategia es, para los representantes de la clase social y política dominante en una sociedad, los objetivos esenciales del Estado, así como los medios y métodos de actuación en el plano interna- cional para conseguirlos, mediante la utilización de todos los recursos y posibilidades de la nación. Los soviéticos prefirieron usar la definición de estrate- gia político-militar para la resolución de las tareas de política exterior (Trofimenko, 1987: 5-6).
Relacionado con este concepto, empleo asi- mismo el término doctrina de política exterior para referirme al sistema de criterios y teorías aplicados en la actividad exterior de un Estado en un período de tiempo determinado, y adoptados en calidad de lineamientos oficiales por sus autoridades centra- les. Del mismo modo, la doctrina hace una expli- cación sintética de los aspectos fundamentales de la gran estrategia de un país, pues a pesar de que no siempre la puede expresar en su totalidad, es un reflejo político de los principales intereses nacio- nales e internacionales en correspondencia con el poderío del Estado, en especial, el militar.
Por otra parte, la política exterior de los Esta- dos es “una estrategia o programa planeado de la actividad desarrollada por quienes toman las decisiones de un Estado frente a otros estados o entidades internacionales, encaminado a alcanzar metas específicas definidas en términos de intere- ses nacionales” (Plano y Otton, 1975). Existe, ade- más, la interpretación marxista, a la cual prefiero acogerme por su síntesis y claridad: “la actividad de un Estado en sus relaciones con otros Estados en el plano internacional, buscando la realización de los objetivos exteriores que determinan los inte- reses de la clase dominante” (Plano y Otton, 1975:
199) en un momento histórico concreto.
La política interna y la doctrina de política exte- rior de un Estado aportan los argumentos políticos y los intereses de las clases en el poder para la ela- boración de la doctrina militar. Durante el período histórico de la “guerra fría”, en Estados Unidos existió la tradición de presentar doctrinas militares en correspondencia con los postulados esbozados
en la doctrina de política exterior proclamada.
La doctrina militar es el “sistema de puntos de vista recibidos sobre la esencia, fines y carácter de una guerra futura, sobre la preparación bélica del país, sus fuerzas armadas y su modo de con- ducción” (Trofimenko, 1987: 5). Por consiguiente, la doctrina militar, desde su estructuración polí- tica y técnico-militar, atiende la disposición moral, combativa y preparación general de las fuerzas armadas para enfrentar los desafíos que puedan presentarse.
La geopolítica del espacio y los intereses de desplegar el Sistema Nacional de Defensa Antimisil permanecen como una prioridad estratégica en los dos componentes fundamentales de la estrategia de “seguridad nacional” de Estados Unidos: la polí- tica exterior y la política de defensa. Es indispen- sable esclarecer que en este artículo se analizan los dos elementos o componentes básicos de la estrategia de Defensa contra Misiles Balísticos de Estados Unidos: el Sistema Nacional de Defensa Antimisil (National Missile Defense, NMD) y el Sis- tema de Defensa Antimisil de Teatro (Theather Mis- sile Defense, TMD), incluidos en la estrategia de “seguridad nacional” y en la política de “defensa” norteamericana.
Además de los referidos componentes funda- mentales de la estrategia de “seguridad nacional” y de la política de “defensa”, en el período de la posguerra fría los gobiernos norteamericanos redefinieron su estrategia de “seguridad nacional” sobre la base de las nuevas necesidades que exi- gía su liderazgo de única superpotencia en el sis- tema internacional, y la determinación de expandir los ideales y concepciones del sistema capitalista mundial. En ese sentido los estrategas norteameri- canos consideraron que, adicionalmente, la estra- tegia de “seguridad nacional” de Estados Unidos constaba de tres componentes centrales:
Seguridad: con el mantenimiento de una pode- rosa capacidad de defensa y la promoción, entre sus aliados, de medidas para la cooperación internacional en materia de seguridad.
Económico: con la constante aplicación de los adelantos científico-tecnológicos a los procesos económicos, la apertura de nuevos mercados en el extranjero y la estimulación del crecimiento económico en el ámbito mundial.
Político: con la promoción del modelo y los “valo- res” de la democracia norteamericana en el sis- tema internacional.
Esta proyección de una llamada nueva política exterior respondió al imperativo norteamericano de adaptar su gran estrategia a la posguerra fría, período en que Estados Unidos postuló una posi- ción hegemónica de alcance global en su carácter de única superpotencia, con una visión unipolar ante la demora o los obstáculos encontrados en el escenario internacional para conformar un “Nuevo Orden Mundial” (Medina, 1996: 25).
En el ámbito internacional el concepto de “segu- ridad nacional” de los Estados se ha modificado debido a una serie de factores que generan un determinado consenso académico:
El fin de la “guerra fría”, entendida como la polari- zación ideológica entre dos bloques político-mili- tares en permanente contraposición.
Los cambios en la práctica de la guerra moderna, como consecuencia de la aplicación de los avan- ces tecnológicos en la fabricación de sofisticados armamentos nucleares y convencionales.
La internacionalización e interdependencia de las relaciones políticas, económicas y comercia- les entre los Estados, a partir de la tendencia a la formación de bloques económicos que evitan el estallido de enfrentamientos armados entre las grandes potencias.
Los problemas globales contemporáneos y su impacto sobre millones de personas, por ejem- plo, la situación del medioambiente y su relación con la construcción socioeconómica y los recur- sos naturales han colaborado en la ampliación del concepto de “seguridad nacional” de los acto- res internacionales (Aguirre, 2000: 3-12).
Los cambios en la historia y en las estructuras del sistema internacional, que repercuten en la vida de los seres humanos y en el interior de sus socie- dades, han llevado a que la seguridad de las nacio- nes sea examinada no solo en los términos de las eventuales amenazas o ataques externos tradicio- nales, sino también desde la percepción de que las fronteras son débiles y que las capacidades de los Estados nacionales frente a los problemas globales de nuestro tiempo son limitadas. En este contexto histórico, el concepto convencional de “seguridad nacional” deviene más complejo y aglutinador y, por antonomasia, el de “defensa”.
En este artículo no solo me refiero a los aspec- tos de política internacional inherentes al desplie- gue militarista por Estados Unidos de un sistema antimisil, sino también a sus implicaciones militares
y de seguridad, sus conexiones con la economía, la política interna norteamericana y el impacto de la revolución científica y tecnológica en las nuevas tecnologías de los armamentos y otros sectores novedosos del ciberespacio.
En la histórica primavera de 1945, cuando ya era evidente la victoria de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas contra las potencias fascis- tas, la humanidad, que había vivido los trágicos sucesos acontecidos entre 1939 y 1945, se pregun- taba cómo evitar en la etapa posbélica una nueva conflagración de carácter mundial y sus nefastas consecuencias para la civilización humana.
La lucha contra el nazifacismo había unificado los esfuerzos de los países aliados: Estados Uni- dos, Gran Bretaña, Francia, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, conocidos como los “cuatro grandes”, junto a la resistencia de los países ocupa- dos por los ejércitos del eje: Alemania, Italia, Japón y sus aliados. Pero los intereses, las posiciones de política interna y externa diferían entre el viejo y decadente imperio británico, Francia, el impetuoso capitalismo estadounidense y la socialista Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los esfuer- zos conjuntos exigidos por la guerra mantuvieron ocultas y silenciadas las contradicciones entre los aliados.
La historia recordaba que las potencias occi- dentales: Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, con Winston S. Churchill en la Secretaría de Guerra, apoyaron la ofensiva de los ejércitos “blancos” con la intención de derrotar la recién nacida república de los soviets en 1917.
Estos antecedentes eran, seguramente, evo- cados por ambos bandos, unidos en una cruzada común contra el fascismo. Por otra parte, emergían las discordancias del momento: Francia buscaba hegemonizar un movimiento europeo, mientras Gran Bretaña miraba con cierto menosprecio a las potencias continentales europeas, Estados Unidos aparecían con una aspiración hegemónica que pre- ludiaba un nuevo peligro internacional, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas era seguida con admiración, pues la hazaña de un país atrasado y de campesinos en la derrota del fascismo se con-
jugaba, entonces, con el inicio de un proceso de desarrollo industrial.
Tuvieron lugar dos consecuencias, quizás las más importantes en la conformación del sistema internacional de la posguerra y en la evolución del tiempo histórico posterior, que deben ser resumi- das: la aparición de Estados Unidos y de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como las prin- cipales potencias mundiales y el cambio en la tec- nología militar ocasionado por el surgimiento del armamento atómico, lo que ha tenido inevitables repercusiones en la política internacional y para la supervivencia de la civilización humana.
Fue trascendental para Estados Unidos que la Segunda Guerra Mundial no afectara su territorio. Con esa ventaja su economía entró en expansión. Durante la contienda, la industria estadounidense creció a un ritmo dinámico, la producción de manu- facturas llegó a triplicarse respecto a cifras anteriores a la guerra, las disponibilidades de bienes y servi- cios también aumentaron y la bonanza económica, junto a la creación de un gran contingente armado, le permitió absorber grandes masas desocupadas.
En esa coyuntura de ascenso económico, la administración del presidente Franklin D. Roosevelt tuvo el apoyo de los dirigentes del sistema corpo- rativo norteamericano. Los hombres de negocios que dominaban el equipo de Roosevelt simboliza- ron el consenso entre el Congreso y el Poder Eje- cutivo, que había sido presagiado en el invierno de 1939-1940, cuando los dirigentes del establishment económico comenzaron a respaldar la política de Roosevelt respecto al eje fascista. Gracias a la gue- rra, el imperio norteamericano había recuperado su impulso: una alta tasa de empleo, capacidad de producción y optimismo social. El 40 % de esa recuperación económica correspondió a la indus- tria de armamentos (Appleman, 1961: 169).
Pero no solamente en el plano económico cre- cieron Estados Unidos. Las tareas de la guerra le permitieron contar con un flujo de investigaciones en nuevas tecnologías que el país aprovechó en beneficio de su expansión financiera, militar y en la política internacional. En términos políticos se pro- dujo un fenómeno sicológico alentado por sus prin- cipales líderes: la mayoría de los sectores sociales y de la opinión pública norteamericana creía que la nación tenía el poderío y la razón suficiente para dictar sus intereses al planeta. Esta percepción de los grupos de poder norteamericanos estuvo rela- cionada con el hecho de que, frente a la derrota
de poderosos Estados capitalistas como Alemania, a la declinación del imperio británico, la debilidad de Francia y otras potencias de Europa continental agotadas por la guerra, Estados Unidos se habían convertido en el único Estado con todas las dimen- siones del poder para defender los objetivos e inte- reses globales del sistema capitalista.
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas también aumentó su influencia internacional luego de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de haber sufrido la pérdida de 20 millones de personas, la destrucción de muchas ciudades y de su infraes- tructura industrial durante el conflicto, experimentó un considerable crecimiento de poder e influencia política en el escenario internacional. La presencia del Ejército Rojo hizo posible el triunfo de las lla- madas Democracias Populares en Europa Oriental, con las cuales la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas formó en esa región un área de pro- tección para sus intereses de seguridad nacional. Los Movimientos de Liberación Nacional asiáticos y africanos que combatieron contra los imperios coloniales encontraron en los soviéticos una ins- piración ideológica, política e incluso una efectiva ayuda internacionalista.
Después de 1945, con la ampliación a escala planetaria del sistema internacional y sus profun- das transformaciones estructurales, la segunda mitad del siglo xx devino, como ninguna otra cen- turia en la historia de la humanidad, período de la política mundial por excelencia. El poderoso movimiento anticolonialista de liberación nacional condujo a la formación de nuevos Estados, prácti- camente en todos los continentes. Por primera vez en los anales de la historia, el sistema internacio- nal alcanzó dimensiones efectivamente globales y quedó dividido en dos bloques políticos y mili- tares antagónicos. La confrontación Este-Oeste, junto a la consecuencia de la solución militar para imponerse al enemigo, nació inmediatamente de la victoria aliada en una época con características cualitativamente nuevas, que no pudo reducirse al tradicional conflicto que oponía, desde su surgi- miento en 1917, a la Unión de Repúblicas Socia- listas Soviéticas y las potencias capitalistas del sistema internacional.
Las tensiones que presidieron esa etapa de las relaciones internacionales se originaron en la pos- tura agresiva asumida por Estados Unidos en res- puesta a la expansión de la revolución mundial en sus dos vertientes fundamentales: socialista y de liberación nacional.
Por su pujanza económica, magnitud tecnoló- gica y militar, dada su superioridad aérea y naval, Estados Unidos se erigieron como la potencia rec- tora del sistema internacional. En esas favorables condiciones internas e internacionales, la élite de poder apostó al éxito de su gran estrategia para lograr sus pretendidos fines de hegemonismo glo- bal, pues estaban convencidos de que muy pronto obtendrían la bomba atómica: el arma de mayor capacidad destructiva y efecto terrorista en toda la historia de la humanidad.
Logrado este objetivo, la bomba atómica pasó a formar parte de la planificación estratégica y polí- tica de Estados Unidos. Para el presidente Harry Truman, la bomba sería, en lo adelante, el meca- nismo ideal de imposición de los objetivos nortea- mericanos al sistema internacional y, en especial, una carta de triunfo para enfrentar a las posiciones de la diplomacia soviética.
Así, la administración Truman comenzó una nueva etapa de la carrera armamentista con la explosión, por primera vez, de una bomba nuclear en el desierto del Estado norteamericano de Nuevo México el 16 de julio de 1945, y con la utilización del territorio de Japón como blanco y polígono de prueba de esa arma, pues seguidamente a la detonación experi- mental, fueron lanzados los días 6 y 9 de agosto de 1945, dos artefactos atómicos sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Como consecuencia de los bombardeos atómicos contra estas dos ciudades, perecieron bajo los efectos de la irradiación 447 000 civiles (Colectivo de autores, 1975: 465).
Los estrategas militares norteamericanos pro- baron en la práctica cuán potente y conminatoria sería la nueva arma en manos de Estados Unidos. Este bombardeo no obedeció a una necesidad militar norteamericana puesto que después de la capitulación incondicional de la Alemania fascista y con la terminación de la guerra en Europa, la situación político-militar del Japón1 empeoró y el país quedó completamente aislado. En realidad, la
1 Winston S. Churchill dice en sus memorias que al día siguiente del lanzamiento de la segunda bomba atómica contra la ciudad de Nagasaki, el gobierno japonés aceptó el ultimátum de rendición. Las tropas aliadas entraron por la bahía de Tokio, y en la maña- na del 2 de septiembre firmaron el documento formal de rendición a bordo del acorazado norteamericano Missouri (Churchill, 1989: 939-950).
acción demostró el poderío bélico alcanzado por los norteamericanos, y que sobre esta base todas las naciones serían intimidadas, en especial, el gobierno soviético.
El secretario de Estado, James Byrnes, ilustró con claridad el interés manifiesto de Estados Uni- dos con el bombardeo: “La bomba era necesaria tanto contra el Japón, como para hacer que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas resul- tase más fácil de manejar en Europa” (Appleman, 1961: 198).
Los estrategas políticos y militares norteameri- canos consideraron que la bomba atómica podía usarse contra los principales centros de dirección de cinco o diez ciudades soviéticas, sin que Estados Unidos quedaran expuestos a una represalia com- parable, porque poseían las únicas armas nucleares en existencia y la experiencia histórica del uso de ese terrible armamento que demostraba que “los centros urbanos de Hiroshima y Nagasaki habían sido devastados sin efectos nocivos perceptibles para el resto del planeta” (Luttwak, 1992: 166).
Otra era la visión de los expertos que participa- ron en la creación de la bomba atómica, antes y después de la rendición de Japón. Los científicos adjuntos al proyecto Manhattan2 deseaban concluir sus trabajos de investigación relacionados con el arma nuclear y regresar a los trabajos afines con la física teórica y a sus respectivas vidas cotidianas.
El físico J. Robert Oppenheimer declaraba con frecuencia: “Cuando la guerra concluya, no hay razón para continuar trabajando en la bomba nuclear […] ella nos llevará a la comunidad primiti- va”.3 La mayoría de los físicos reflejaron su repulsión al proyecto después del uso de la bomba atómica en Japón, y su optimismo de que, con el estableci- miento de la paz, la investigación y el desarrollo de las armas nucleares podría ser innecesaria.
Con el surgimiento de la estrategia nuclear, los políticos norteamericanos reafirmaron que la fuerza militar representaría, a fin de cuentas, uno de los fac- tores principales de la política exterior y de la estra-
2 Nombre del complejo de organizaciones que trabajaron en la creación de la primera bomba atómica norteamericana. El proyecto Manhattan contó inicialmente con la participación de 10 000 personas y una asignación de 2 billones de dóla- res (Teller, 2002: 139).
3 El estado de ánimo de los físicos que participaron en la creación de la bomba atómica aparece en las memorias de Edward Teller, físico que participó en el proyecto y es consi- derado el padre de la bomba de hidrógeno (Teller, 2002).
tegia político-militar estadounidense en las nuevas condiciones del escenario internacional de la pos- guerra. Por el concepto de “fuerza militar” comenzó a entenderse, en primer lugar, la capacidad aérea atómica y, más tarde, el potencial misilístico nuclear. La estrategia nuclear ofreció ventajas a Estados Uni- dos sobre la Unión de Repúblicas Socialistas Sovié- ticas. Para Kissinger “sería un medio eficaz para debilitar el control comunista sobre los territorios dominados por los soviets […] las armas nucleares son ‘nuestras mejores armas’, el resultado de nues- tra tecnología más adelantada. Dejar de emplearlas equivale a renunciar a las ventajas de un potencial industrial superior” (Kissinger, 1964: 171).
Al mismo tiempo, el contexto internacional favoreció que distintas escuelas de pensamiento influyeran en la elaboración de la estrategia políti- co-militar de Estados Unidos. Una de las más rele- vantes fue la escuela politológica e histórica de la llamada Realpolitik (“política realista”), que enfoca las relaciones exteriores de las grandes potencias, en general, a través del prisma de las relaciones de poder y, en especial, de las relaciones de poder militares (Morgenthau, 1967: 12-26).
El “realismo político” apareció cuando el acceso de Estados Unidos al estatus de gran potencia impuso una meditación académica profunda sobre las implicaciones de las nuevas responsabilidades que le incumbían (Roche, 1994: 63).
Las concepciones de la Realpolitik o escuela del “realismo político” contribuyeron a la formación teó- rica de quienes diseñaron la proyección internacio- nal norteamericana durante toda la posguerra. Por su peso argumental, la escuela del realismo polí- tico ofreció a la élite del poder estadounidense las tesis conceptuales fundamentales para su política exterior y la formulación de la gran estrategia de la “guerra fría”; además de erigirse en la corriente de pensamiento predominante en los principales estu- dios académicos y politológicos norteamericanos.
El arma atómica, la posesión de la llamada arma absoluta, se convirtió en el núcleo de los nuevos desarrollos teóricos sobre la política exterior esta- dounidense. Los militaristas norteamericanos con- sideraron que, en principio, resultaba suficiente la sola amenaza de guerra nuclear para lograr, desde posiciones de fuerza, los objetivos y prioridades estratégicas de Estados Unidos en el escenario internacional.
En lo adelante esa concepción recibió prioridad en la propaganda e influencia sicológica sobre la
opinión pública mundial y los líderes de los nuevos Estados nacionales independientes, pues mientras Estados Unidos poseyeran armas atómicas en sus arsenales “sería impensable defensa alguna” y toda resistencia a los objetivos norteamericanos resulta- ría inútil. En tales circunstancias los Estados debían resolver los conflictos mediante concesiones y evi- tar tomar decisiones contrarias a las exigencias norteamericanas.
Esta filosofía revistió alta importancia en la polí- tica estadounidense contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los políticos de Estados Unidos se comprometieron en hacer retroceder (to roll back, según la expresión en inglés) el socialismo a través de la consolidación del liderazgo nortea- mericano y de un expansionismo global conducido bajo los fundamentos teóricos del “contención del comunismo”.
La nueva estrategia de “contención del comu- nismo”, proclamada por el presidente Truman el 12 de marzo de 1947, estableció el compromiso de frenar y derrotar a los movimientos populares, socialistas y de liberación nacional que fueran considerados partes integrantes del expansio- nismo soviético en cualesquiera de las regiones del mundo. Esta proclama de Truman ha sido tradicio- nalmente estimada como el punto de partida fun- damental de la política exterior norteamericana de la “guerra fría”. Pero en realidad puede ser conside- rada la expresión final de la estrategia de “firmeza y paciencia” que había estado vigente durante un año para convertirse en la idea o consigna principal de la definición de las relaciones de Estados Unidos con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
La retórica de Truman fue coherente con el pre- supuesto que había respaldado durante casi un año la estrategia de “paciencia y firmeza”, pues nin- guna política puede ser efectiva si no logra igualar los medios y los fines; y en ese sentido, las fuerzas armadas norteamericanas, que llegaron a 12 millo- nes de efectivos al final de la guerra contra Alema- nia, habían disminuido a 3 millones para el mes de julio de 1946 y a 1,6 millones un año más tarde. El gasto de defensa, que había sido de 81,6 billones de dólares en el año fiscal de 1945, último año de la guerra, disminuyó a la cifra de 44,7 billones durante el año fiscal de 1946 y a 13,1 billones durante 1947 (Gaddis, 1989: 37-38).
Además, en el mes de noviembre de 1946 la situación interna de Estados Unidos se tornaba compleja con la elección de un Congreso republi-
cano preocupado por la economía del país, por lo que no se veían muchas posibilidades de revertir la disminución del presupuesto de defensa. Sin embargo, la situación de los limitados medios y recursos financieros forzó una vez más, como ya había ocurrido durante la guerra, a establecer, den- tro de los marcos de la doctrina de la “contención del comunismo”, la distinción entre intereses vita- les e intereses periféricos en la política exterior norteamericana.
Pero en ese contexto, la orientación de los obje- tivos de la única superpotencia mundial también comprendía que las posibilidades de su política exterior de ningún modo podían limitarse a sus lineamientos esenciales y a esperar tiempos mejo- res. Para Estados Unidos era enteramente posible influir políticamente con sus acciones en la evolu- ción interna de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y del Movimiento Comunista Interna- cional. Se trató de aumentar la tensión bajo la cual tenía que operar la política soviética y, en esa direc- ción, los norteamericanos promovieron tendencias que debían, eventualmente, encontrar su salida en la fragmentación o en el gradual deterioro del poder soviético (Kennan, 1972).
Con la definición de las concepciones esencia- les de la estrategia nuclear de Estados Unidos, las tensiones recorrieron el sistema internacional. En el período de “guerra fría”, las superpotencias convir- tieron las bombas nucleares y los misiles balísticos en símbolos de poder para disuadirse mutuamente, pero Estados Unidos trataron entonces de manipu- lar sus atributos de la manera más efectiva posible mediante la formulación de doctrinas, estrategias y políticas que expresaron su poderío militar y la probable viabilidad de una contienda nuclear en determinados escenarios. Toda una concepción de política exterior que, acompañada de los ince- santes avances tecnológicos, estimuló una vasta carrera armamentista extendida a todos los ámbi- tos, incluido el espacio ultraterrestre.
En sus propósitos de superar en el plano mili- tar a cualquier posible rival y dominar el planeta, a los estrategas políticos y militares norteameri- canos siempre les resultó insuficiente el emplaza- miento de misiles nucleares en Europa occidental, el aumento de sus bases militares alrededor de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la modernización constante de la tec- nología militar y además, obtener el control militar del espacio para así ejercer un poder total sobre la
Tierra. Y en estos postulados tienen su génesis los planes de crear una “defensa” antimisil, que colo- que a Estados Unidos por encima de Rusia y China en el aspecto militar y, a su vez, “proteja” el territo- rio norteamericano de posibles ataques misilísticos desde el exterior.
Distintas administraciones debatieron la creación de un sistema de “defensa” antimisil. Los proyectos más abarcadores, por sus objetivos políticos, mili- tares o tecnológicos fueron: el Sentinel (Centinela) de Lyndon B. Johnson, el Safeguard (Salvaguarda) de Richard Nixon y la Iniciativa de Defensa Estraté- gica o “Guerra de las Galaxias” de Ronald Reagan. Las contribuciones científicas, los componentes y las concepciones de la Iniciativa de Defensa Estra- tégica perduraron en el pensamiento estratégico estadounidense para la posterior conformación de una variante que los presidentes William Clinton y George W. Bush denominaron Sistema Nacional de Defensa Antimisil.
La carrera de armamentos nucleares impulsada por Estados Unidos intensificó el desarrollo y la pro- ducción de las tecnologías de misiles balísticos que destruirían el equilibrio estratégico y militar logrado por los soviéticos en la década de los años 70 del siglo xx. En el escenario internacional de la posgue- rra fría, el interés de los líderes estadounidenses con el despliegue de una “defensa” antimisil radicó en la consolidación de la supremacía nuclear de la superpotencia, para conservar su indiscutible poder unipolar en el ámbito estratégico-militar. Este breve unipolarismo rememoró, en términos históricos, el poderío alcanzado por Estados Unidos en los tiem- pos de la política del “chantaje nuclear” contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, entre los años 1945 y 1950.
En la década del 90 del siglo xx, “como prueba de la total falta de escrúpulo yanki, es necesario recor- dar que el Gobierno de Estados Unidos entregó armas nucleares al régimen del apartheid,4 que los racistas estuvieron a punto de usar contra las tro- pas cubanas y angolanas, que después de la victo- ria de Cuito Cuanavale avanzaban en la dirección Sur, donde el mando cubano, sospechando ese peligro, adoptó las medidas y tácticas pertinentes que le daban el dominio total del aire. Si intentaban usar tales armas, no habrían obtenido la victoria.
4 En 1990 Sudáfrica notificó internacionalmente la fabricación de su primera bomba atómica bajo el mandato del presiden- te Frederik Willem de Klerk.
Pero es legítimo preguntarse: ¿qué habría ocurrido si los racistas sudafricanos hubiesen utilizado las armas nucleares contra fuerzas de Cuba y Angola?
¿Cuál habría sido la reacción internacional? ¿Cómo habría podido justificarse aquel acto de barbarie?
¿Cómo habría reaccionado la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas? Son preguntas que debe- mos hacernos” (Castro, 2010).
Pero quizás lo más relevante del proyecto nuclear de Sudáfrica llegó en 1993, cuando Frede- rik Willem de Klerk anunció que desmantelaría las seis armas nucleares construidas por el programa y una séptima que se encontraba en construcción en el momento de cancelación del proyecto. Dos años más tarde la Agencia Internacional de Energía Ató- mica declaró que estaba satisfecha con las pruebas y materiales mostrados por Sudáfrica, notificando a la comunidad internacional que el programa nuclear del país africano estaba oficialmente terminado y desmantelado, pero “cuando los racistas entrega- ron el gobierno a Nelson Mandela, no le dijeron una sola palabra, ni qué hicieron con aquellas armas” (Castro, 2010).
La finalidad del despliegue de la “defensa” anti- misil de Estados Unidos y la OTAN, en distintas regiones del planeta, persiguió devaluar el poten- cial nuclear de Rusia y China, hacia el 2025, lo que provocó una nueva carrera armamentista con impli- caciones negativas para el continente europeo al quedar más dependiente que nunca ante los con- ceptos estadounidenses de guerra y destrucción; al mismo tiempo que reimpulsó el Complejo Militar-In- dustrial y los beneficios de los consorcios y grupos del gran capital transnacional.
En el contexto de la “guerra” contra el terrorismo, tras el 11 de septiembre de 2001, el proyecto de la “defensa” antimisil continuó hasta la actualidad –y tomó renovada fuerza–, porque formó parte de una estrategia de “seguridad nacional” diseñada para evitar que otras potencias mundiales adquirieran una fuerza política, económica y militar compara- ble o superior al poderío actual de Estados Unidos, en un nuevo siglo que avizora indudables avances tecnológicos, la conformación de un sistema inter- nacional multipolar y está signado por la inevitable conquista del espacio cósmico.
El despliegue de la “defensa” antimisil en Polo- nia y República Checa ha sido un asunto espinoso en las relaciones ruso-estadounidenses, pues sir- vió incluso para que Estados Unidos trataran de involucrar a Rusia en las presiones sobre las auto-
ridades de Irán, prometiendo que el despliegue del sistema antimisil no estaría enfilado contra Moscú. La “defensa” antimisil fue utilizada por Estados Uni- dos como un mecanismo de chantaje político y de presión diplomática contra otros estados, además de presentarnos un nuevo esquema de rivalida- des entre las principales potencias nucleares en el escenario mundial.
La inclusión de Japón y Taiwán en el desplie- gue de un sistema de “defensa” antimisil de teatro afectó el horizonte de las relaciones chino-nortea- mericanas y representó una intención de rediseño del equilibrio de poder en la región Asia-Pacífico, según los intereses estratégicos de Estados Unidos y sus aliados en Asia Oriental. También se consi- deró una garantía de protección para los efectivos estadounidenses ubicados en sus bases militares en esa geoestratégica zona del planeta.
Los sectores más interesados en la construcción del Sistema Nacional de Defensa Antimisil, repre- sentados por los influyentes grupos de poder vin- culados al Complejo Militar-Industrial, mantuvieron un desempeño protagónico en la política exterior de la administración de George W. Bush. Los políticos “neoconservadores” impusieron, como tendencia dominante, un unilateralismo hegemónico que tuvo un efecto perjudicial para la imagen y la práctica de la política exterior de Estados Unidos.
El despliegue del Sistema Nacional de Defensa Antimisil buscó revolucionar las tecnologías con el objetivo de modernizar los radares, satélites, rayos láser, sensores, la aviación y el arma nuclear misi- lística. El proyecto representó para los estrategas norteamericanos una opción de fortalecimiento de la infraestructura científica y la hegemonía tecnoló- gica de Estados Unidos en el siglo XXI. En la pos- guerra fría, la consolidación del poder hegemónico global norteamericano dependió de la creciente dependencia de las investigaciones en avanzadas tecnologías y medios militares.
Los sectores vinculados al Complejo Militar-In- dustrial, interesados en la construcción del sistema de “defensa” antimisil, mantuvieron un desempeño protagónico en la política exterior de la administra- ción de W. Bush, y con sus acciones en la industria bélica y energética dictaron la agenda militarista y agresiva del ejecutivo, prescribiendo que la con- solidación del poder hegemónico global estadou- nidense dependería de sus resultados científicos en el logro de avanzadas tecnologías al servicio de la economía y los medios militares. Aquí radicó la
importancia renovada del Complejo Militar-Indus- trial, en la protección de los intereses económicos y comerciales de Estados Unidos en el nuevo entorno internacional.
Un segundo gobierno de W. Bush no abandonó las metas generales del primero, pero procuró esta- blecer “un rumbo más cauteloso y mesurado” hacia los objetivos de dominación mundial. La posibilidad de un tránsito de las posiciones extremas hacia un mayor “realismo político” en el establishment per- mitieron a la administración retomar los principales enfoques teóricos predominantes en el último medio siglo de la política exterior norteamericana, combi- nando la acción multilateral y el fortalecimiento de la alianza de Estados Unidos con Europa, Japón y otros actores del sistema internacional como la OTAN.
El discurso militarista de los ideólogos neocon- servadores reapareció con la administración de Barack Obama. En la “Doctrina Obama” –represen- tante del llamado progresismo estadounidense– la amenaza, sea de los comunistas, del populismo, del narcotráfico, del fundamentalismo islámico o del terrorismo, concedió las argumentaciones requeridas a la política exterior norteamericana. Esas amenazas, más imaginarias que reales, fueron un ingrediente necesario para justificar la ilimitada expansión del gasto militar y la enorme rentabili- dad que ocasionó a los oligopolios vinculados al gran negocio de la guerra. Es el caso de las ganan- cias que obtienen por su participación en la carrera armamentista empresas como Boeing, Lockheed Martin, Northrop Grumman Innovation Systems, Raytheon y Aerojet Rocketdyne o con la participa- ción en el desarrollo de tecnología digital en función de los intereses bélicos por parte de las empresas de Silicon Valley.
Sin esas supuestas amenazas sería imposible justificar la permanente búsqueda de restauración del liderazgo ejercido por Estados Unidos mediante el despliegue de la “defensa” antimisil, la expan- sión de la OTAN hacia el Este, hasta las mismas fronteras de Rusia, para acorralarla, y para conte- ner también a China de bases militares, el predo- minio expansivo del Complejo Militar-Industrial y los fabulosos subsidios que recibió de los contri- buyentes norteamericanos. Tampoco hubiera sido posible la desorbitada militarización de la sociedad norteamericana, que se proyectó hacia afuera con su agresiva política exterior y hacia adentro con una abrumadora presencia de las fuerzas represivas y
de inteligencia, facilitada por la legislación “antite- rrorista” de W. Bush, que limitó buena parte de las libertades civiles y políticas existentes en ese país.
En rigor, la administración Obama encarnó la con- tinuidad de la política exterior militarista del período de W. Bush, buscando un reacomodo para Estados Unidos que evitara un involucramiento directo de sus tropas en distintos conflictos internacionales y acordó una rebaja de 487 000 millones de dólares durante 10 años, en medio de la necesidad urgente de reducir el déficit del presupuesto público nor- teamericano de entonces5. Sin embargo, en el pro- yecto de presupuesto para el año fiscal 2017-2018 elaborado por Donald Trump, se planteó un incre- mento de unos 54 000 millones y, posteriormente, el Departamento de Defensa de Estados Unidos presentó el incremento de los gastos militares para el presupuesto de 2018 que rebasó en 52 000 millones los límites establecidos para estos gas- tos, pues, para la Administración Trump, las reduc- ciones en el presupuesto militar habían dañado la capacidad combativa de la superpotencia (SIPRI, 2019). Entre los gastos de mayor significación se encontraron los siguientes:
Ciencia y tecnología militar: 13 200 millones de dólares.
Setenta aviones F-35: 10 300 millones de dólares (cada avión costará 147,1 millones).
5 Estados Unidos gasta 50 % de sus inversiones totales en defensa. Esto ha significado el abandono de su infraestruc- tura como son las carreteras, los ferrocarriles, las redes eléctricas, los hospitales, que sufren deterioro (Mota, 2019).
Dos submarinos de la clase Virginia: 5 500 millo- nes de dólares.
Un portaaviones clase CVN-78: 4 600 millones de dólares (Rodríguez, 2017: 4).
También privilegiando los intereses de los gru- pos de poder asociados al Complejo Militar-Indus- trial la Fuerza Aérea de Estados Unidos contrató a la corporación Lockheed Martin, por 2,9 billones de dólares, para construir tres satélites militares de advertencia de misiles como parte del programa del Sistema Infrarrojo Basado en el Espacio (SBIRS), el cual requiere de sensores espaciales para los sis- temas antimisiles, los interceptores cinéticos o las armas de energía dirigida.
En correspondencia con el unilateralismo hege- mónico y la búsqueda de la superioridad militar con respecto a Rusia y China, el presidente Donald Trump ordenó la creación de un Comando Espacial, una nueva estructura dentro del Pentágono cuya función será el control absoluto sobre las opera- ciones militares en el espacio. Con ese fin ordenó el establecimiento, de acuerdo a la ley estadouni- dense, del Comando Espacial de Estados Unidos, como un Comando de Combate Unificado opera- tivo. A pesar del alto costo que estos proyectos militaristas tendrían para la economía estadouni- dense, lo que se correspondió con un presupuesto
militar ascendente a 716 000 millones de dólares en 2019; unos 738 000 millones de dólares en 2020
y 741 000 millones de dólares en 2021 (Spanish. xinhuanet, 2019) el nuevo comando surgió en una coyuntura de desenfrenada carrera armamentista y de competencia militarista en la que Trump se pro- puso crear en el ejército estadounidense la denomi- nada Fuerza del Espacio.
Esta especie de “sexta rama” de las fuerzas armadas se propuso asegurar el dominio de Esta- dos Unidos en el espacio cósmico y, como los proyectos militaristas anteriormente mencionados, constituye una violación los tratados internaciona- les que ha promovido la Organización de Naciones Unidas para la utilización del espacio ultraterrestre con fines pacíficos, como es el caso del Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre que, con su entrada en vigor en 1967, prohibió el emplazamiento de armas nucleares o de cualquier tipo de armas de destrucción en masa en el espacio ultraterrestre y el estacionamiento de esas armas en cuerpos celestes, el cual fue ratificado por Estados Unidos el 10 de octubre de 1967.
Para la Administración Trump, al igual que gobiernos que lo antecedieron, el espacio cósmico es un campo de guerra en el que Estados Unidos tienen que dominar y enfrentar a otras potencias, como es el caso de Rusia en América Latina. Con
ese objetivo, el Comando Estratégico de Estados Unidos y el Ministerio de Defensa de Brasil acor- daron compartir información sobre más de 23 000 objetos en órbita, incluidos los satélites de Brasil y en el uso de la base de lanzamientos espacial de Alcántara, en Maranhão, para los fines estratégi- cos relacionados con la militarización del espacio ultraterrestre. De este modo, el gobierno del ultra- derechista Jair Bolsonaro se sumó al militarismo de la Administración Trump, aunque conocen que los sistemas antimisiles en el espacio cósmico, como hemos reiterado, no solo viola el derecho interna- cional y los tratados firmados, sino que romperá, aún más, la estabilidad estratégica y la seguridad mundial (AP, 2019).
Ya lo hemos dicho, una guerra nuclear en la tierra o en el espacio pone en serio riesgo la existencia de toda la humanidad. Por eso es muy importante que los organismos internacionales procuren accio- nes decisivas para que, por un lado, las potencias nucleares respeten los acuerdos que han firmado, que limitan y restringen el arsenal nuclear, y por otro lado, avancen en negociaciones para el inicio de un proceso de desarme total e irreversible de los armamentos nucleares con el fin de que la espeluz- nante amenaza de una guerra nuclear desaparezca. Sin dudas, Estados Unidos, desde 1945, ha con- ducido a la sociedad global hacia esta una hegemo- nía cultural basada en una lógica militarista criminal con el planeta y las sociedades que lo conforman. Y todo ello, actualmente, con una administración Trump que despliega una praxis política violatoria y destructora todo marco jurídico internacional, que toma por la fuerza, destruye, transforma y degrada cuanto le sirve para perpetuar una hegemonía que ya comienza a ser odiosa, incluso para sus aliados europeos, beneficiarios de segundo orden en el
reparto canallesco de las riquezas periféricas.
Los hechos demuestran de forma irrebatible que en un mundo bajo la égida del Imperio estadouni- dense no existe garantía de seguridad para ningún otro país. En una etapa de desarrollo de las nue- vas tecnologías militares, distintas potencias del sistema internacional perfilan sus armas para las guerras del futuro, las cuales portarán varios com- ponentes clave: sistemas no tripulados e hiper- sónicos, la tecnología de “enjambres” de drones, las armas antisatélite y antimisiles, la comunica- ción cuántica, la inteligencia artificial, el uso de la doctrina de “guerra centrada en redes” y procesa- miento masivo de datos.
Al mismo tiempo que existe una estrecha rela- ción entre el proceso de militarización del espacio cósmico y del incremento comúnmente acelerado de la carrera armamentista, la militarización del espacio es una de las formas de manifestación del armamentismo y estuvo orientada a asegurarle a Estados Unidos el logro de sus designios estratégi- cos de dominación mundial.
Después de 1945, los primeros antecedentes de la estrategia antimisil estadounidense y de la mili- tarización del espacio cósmico pueden situarse en el surgimiento de la bomba atómica y los cohetes balísticos intercontinentales, los cuales convirtieron en inservibles a los refugios atómicos diseñados para proteger, en un escenario de conflagración nuclear, el poderío económico y militar obtenido por Estados Unidos.
Los planes para crear un sistema de “defensa” antimisil fueron asociados a las estrategias de “seguridad nacional” desarrolladas por las admi- nistraciones estadounidenses durante la “guerra fría”. Con la aparición de la estrategia nuclear y la doctrina de la “contención del comunismo”, el Pentágono introdujo los primeros programas para el despliegue de un sistema antimisil, pues esas concepciones ofrecieron una proyección dirigida a movilizar los tradicionales mecanismos militares, diplomáticos y económicos de Estados Unidos contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéti- cas, su más importante contendiente en el sistema internacional de la posguerra.
La confrontación bipolar provocó cuantiosos gastos militares a las superpotencias. La econo- mía soviética quedó asfixiada por la competencia armamentista con Estados Unidos. Su modelo económico y estructuras productivas centralizadas resultaron incapaces de soportar el reto estadouni- dense. Los acontecimientos acaecidos en la última década del siglo xx, y la lenta recuperación econó- mico-financiera de Rusia en la primera década del siglo xxi, corroboraron que había surtido efecto el objetivo estadounidense de erosionar en el orden económico a la potencia euroasiática.
El funcionamiento de un sistema de “defensa” antimisil superó las doctrinas estratégicas basa- das en la concepción de la “disuasión nuclear” y la “destrucción mutua asegurada”. Mediante el esta- blecimiento de las condiciones para el uso de un “primer golpe” y el fortalecimiento de la capacidad
de respuesta nuclear, Estados Unidos se prepa- raron para la “supervivencia asegurada” frente a Rusia y China, sus principales rivales estratégicos en el siglo xxi. La estrategia clásica de potencia basada en la voluntad estadounidense de prevenir la emergencia de un competidor no constituyó un proyecto de seguridad internacional.
Con la propaganda sobre el desarrollo de una “defensa” antimisil, Estados Unidos promovió una situación de proliferación y terror nuclear que esti- muló los problemas globales desestabilizadores del sistema internacional. En la política exterior nortea- mericana persistió la ausencia de un pensamiento renovador favorable al diseño de nuevos mecanis- mos de desarme que garantizaran la seguridad mun- dial y limitaran el desarrollo de las armas nucleares. La unipolaridad estratégico-militar estadou- nidense no pudo ocultar el proceso hacia una configuración económica multipolar del sistema internacional. Sus características esenciales fueron el resultado de la interacción dinámica y la rivali- dad entre sus actores principales: una Europa inte- grada en lo económico-comercial, un Japón con un notable poderío económico y tecnológico, una China con un potencial económico-militar cada vez más creciente y una Rusia en recuperación en el orden económico y militar, conservando así sus atributos de potencia mundial. Sobresalen también otros Estados de menor poderío que como la India, Brasil, Sudáfrica e Irán, tienen ya una considerable responsabilidad en el balance de poder regional y global, como lo demuestra la asociación estraté- gica del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), sin descartar la posibilidad de que otras potencias emergentes, en los próximos años, tam-
bién se sumen a esta alianza.
Estados Unidos no solo ha sido la única super- potencia mundial, sino que muy probablemente será la última, atendiendo a la tendencia creciente hacia su declinación económica y el ascenso de otras potencias como es el caso de China, que desde el 2011 ocupa el segundo rango en la eco- nomía mundial.
En ese escenario internacional de transición o recomposición del poderío de sus actores prin- cipales, las contradictorias relaciones entre las potencias capitalistas se debatieron en el siguiente dilema: ni Estados Unidos está dispuestos a pro- piciar un sistema internacional multipolar –mucho menos pluripolar– ni sus adversarios disimulan la desaprobación del poder concentrado en una
superpotencia. Los intentos de nuevas asociacio- nes estratégicas en los órdenes político, econó- mico y militar entre China, Rusia, la India e Irán, buscaron colocar límites a la desigual distribución de fuerzas internacionales, previendo que Estados Unidos logre sus objetivos con el despliegue de una “defensa” antimisil.
La creación de nuevos armamentos espaciales significa un peligro para la continuidad de la civili- zación humana. Una guerra con armas espaciales ocasionaría daños económicos y sociales irrepa- rables para el sistema internacional. El aniquila- miento de los satélites de comunicación impediría la telefonía, la televisión, internet, la transmisión de datos, la navegación aérea y marítima, la observa- ción de la Tierra y la previsión del tiempo. El retro- ceso material y humano por los efectos de una guerra de carácter nuclear y espacial sería incalcu- lable. Sin embargo, el proyecto antimisil continuó y tomó fuerza en el contexto de la “guerra contra el terrorismo”, porque su contenido tiene una visión multidimensional: la conservación de la suprema- cía estratégico-militar y económica de Estados Unidos en un siglo de nuevos avances tecnoló- gicos, caracterizado por intensas rivalidades en cuanto a recursos naturales e intereses geoeconó- micos en todas las regiones del planeta, incluso en el océano Ártico.
El despliegue unilateral del Sistema Nacional de Defensa Antimisil, la expansión de la “defensa” anti- misil a otros continentes, el abandono del Tratado ABM, las guerras contra Yugoslavia, Afganistán, Iraq, Libia, Siria y Yemen, y la instalación de bases militares en América Latina, nos advierten que lo más intrascendente en las relaciones internaciona- les contemporáneas no podría evaluarse haciendo abstracción del singular protagonismo y la coyun- tural unipolaridad estratégico-militar de Estados Unidos.
El siglo xxi comenzó exactamente igual al ante- rior y no ha mostrado cambios en términos estric- tamente militares, porque la política internacional siguió signada por las relaciones de poder que implican el papel preponderante del uso de la fuerza y la guerra de las relaciones internaciona- les. Por eso es urgente la creación de un efectivo y poderoso movimiento mundial por la paz y la soberanía de los pueblos del Sur, de los margina- dos por las grandes potencias capitalistas tradicio- nales, donde también emerge una periferia pobre y explotada.
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