EL MUNDO EN QUE VIVIMOS

Armamentismo imperialista y militarismo belicoso de Estados Unidos

Imperialist armament and warlike militarism of the United States

Dr. C. Leyde Ernesto Rodríguez Hernández

Doctor en Ciencias Históricas. Profesor Titular. Vicerrector de Investigación y Posgrado del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, e-mail: leyde@isri.minrex.gob.cu


Recibido: 15 de enero de 2020 Aprobado: 24 de enero de 2020



RESUMEN Se analizan las proyecciones y objetivos militaristas del imperialismo contemporá- neo liderado por Estados Unidos. El surgimiento del arma nuclear y la conquista del espacio cósmico en el siglo xx, con el ascendente desarrollo tecnológico del sistema capitalista, impulsaron un creciente programa de militarización del espacio. Las éli- tes gobernantes norteamericanas han utilizado una parte considerable de los recur- sos de esa nación para el fortalecimiento de la fuerza militar, la cual erigieron en una insustituible herramienta de poder y terror para materializar sus intereses de política exterior y afianzar sus objetivos clasistas a escala global. Una guerra nuclear en la tierra o en el espacio pone en serio riesgo la existencia de toda la humanidad. Se con- sidera importante que los organismos internacionales exijan a las potencias nuclea- res el respeto a los acuerdos de desarme que han firmado, que limitan y restringen el arsenal nuclear y, por otro lado, avancen en nuevas negociaciones de desarme que conduzcan a la desaparición total de las armas nucleares, pues estas constituyen una terrible amenaza de destrucción y muerte.

Palabras claves militarismo, armamentismo, carrera armamentista, imperialismo, sistema antimisil, arma nuclear.



ABSTRACT It analyzes the militaristic projections and objectives of contemporary U.S.-led impe- rialism. The emergence of the nuclear weapon and the conquest of cosmic space in the twentieth century, with the ascending technological development of the capital- ist system, promoted a growing program of militarization of space. The U.S. ruling elites have used a considerable part of that nation’s resources to strengthen military force, which they erected as an irreplaceable tool of power and terror to materialize their foreign policy interests and consolidate their class objectives on a global scale. A nuclear war on earth or in space seriously threatens the existence of all human- ity. It is considered important that international organizations demand that the nuclear powers respect the disarmament agreements they have signed, which limit and restrict the nuclear arsenal, and, on the other hand, make progress in new disar- mament negotiations that will lead to the total disappearance of nuclear weapons, since they constitute a terrible threat of destruction and death.


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Keywords Militarism, armament, arms race, imperialism, anti-missile system, nuclear weapon.




INTRODUCCIÓN

Para la comprensión de la dinámica de los pro- cesos globales entre los siglos xx y xxi, es indispen- sable el estudio de las proyecciones y objetivos militaristas del imperialismo contemporáneo lide- rado por Estados Unidos.

Las primeras expresiones del militarismo y el armamentismo se identificaron con la aparición del Estado y las sociedades divididas en clases anta- gónicas. Este fenómeno antiguo tomó su mayor auge con la expansión del complejo militar-in- dustrial estadounidense en la época después de la Segunda Guerra Mundial. Ya en los siglos xix y xx, los clásicos del marxismo habían estudiado los orígenes del militarismo. Para Lenin “el militarismo moderno es el resultado del capitalismo. Es, en sus dos formas, una ‘manifestación vital’ del capita- lismo: como fuerza militar utilizada por los estados capitalistas en sus choques externos (Militarismus nach aussen, según dicen los alemanes) y como instrumento en manos de las clases dominantes” (Lenin, 1968: 331).

Con el surgimiento del arma nuclear y la con- quista del espacio en el siglo xx, el ascendente desarrollo tecnológico del sistema capitalista lide- rado por Estados Unidos impulsó un creciente programa de militarización del espacio, y las élites gobernantes norteamericanas utilizaron una parte considerable de los recursos de esa nación para el fortalecimiento de la fuerza militar, la que erigieron en una insustituible herramienta de poder y terror para materializar sus intereses de política exterior y afianzar sus objetivos clasistas a escala global.

El propósito de superar, en el plano militar, el poderío logrado por la Unión de Repúblicas Socia- listas Soviéticas entre los años 1947 y 1991, durante la confrontación de la “guerra fría”, llevó a Estados Unidos a un exceso militarista, cuyas manifesta- ciones más relevantes quedaron ejemplificadas en la historia mediante la creación de bases militares alrededor del Estado soviético, de altos gastos mili- tares, del emplazamiento de misiles nucleares en Europa Occidental, la constante modernización de la tecnología y los esfuerzos por detentar el control militar del espacio cósmico, pues según el imagi- nario norteamericano, quien domine en ese ámbito ejerce un poder integral en la Tierra.

Sin embargo, en el nuevo contexto internacional surgido a partir de la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la culminación

de la confrontación entre el Este y el Oeste, la polí- tica exterior norteamericana conservó su natura- leza imperialista. Sus pretensiones militaristas, lejos de disminuir, fueron reforzadas bajo la concepción de que Estados Unidos habían ganado la “guerra fría” y mantenían un liderazgo internacional sin pre- cedentes. Sobre la base de estos presupuestos hegemónicos, la idea enunciada en 1983 por el pre- sidente Ronald Reagan en torno al despliegue de la Iniciativa de Defensa Estratégica o “Guerra de las Galaxias”, fue retomada en 1996 por el presidente del Partido Demócrata William Clinton, quien, ade- lantándose a las elecciones presidenciales de ese año, propuso otro plan para desarrollar el Sistema Nacional de Defensa Antimisil con el anhelo de pro- teger el territorio norteamericano de un hipotético ataque misilístico desde el exterior.

Por sus implicaciones políticas, militares y de seguridad, el proyecto anunciado por William Clin- ton y acelerado por George W. Bush suscitó la reacción de importantes actores internacionales: China, Rusia, Francia y Alemania. Desde entonces, este tema, prioritario en la proyección de la polí- tica exterior norteamericana, tensó las relaciones con Rusia, persistió en la agenda de conversa- ciones de Estados Unidos con la Unión Europea y dificultó las relaciones chino-estadounidenses, por- que los norteamericanos extendieron el despliegue del sistema antimisil a la geoestratégica región de Asia-Pacífico, con el fin de proteger a sus aliados: Taiwán, Corea del Sur, Japón y Australia.

Antes de continuar, resulta necesaria la expli- cación de algunos de los conceptos utilizados. A falta de precisión, abundan las definiciones. Por la noción de estrategia, en sentido genérico, algu- nos entienden la doctrina de cierto Estado o cierta institución militar y también su puesta en práctica, además de usarse como teoría, ciencia y métodos de análisis. La estrategia también puede diseñarse para mantener la paz en las relaciones interna- cionales, pero no es el caso de la política exterior estadounidense.

A los efectos de este artículo, debe entenderse por concepciones estratégicas al conjunto de enun- ciados referidos a la gran estrategia o estrategia total de un Estado, que radica en la capacidad de poner en práctica de forma constante, todas las fuerzas potenciales y actuantes que conforman el pode- río de la nación: económicas, militares, científicas, tecnológicas, sicológicas y culturales, para lograr metas cardinales en el escenario internacional.

Generalmente, los norteamericanos denominan a este concepto “estrategia nacional” o “seguridad nacional”. La formulación “seguridad nacional” se diferencia de la definición de estrategia militar en que esta última solo explica los procedimientos referidos a la conducción de las fuerzas armadas y las operaciones realizadas para alcanzar los fines militares ordenados por un mando centralizado.

La gran estrategia es, para los representantes de la clase social y política dominante en una sociedad, los objetivos esenciales del Estado, así como los medios y métodos de actuación en el plano interna- cional para conseguirlos, mediante la utilización de todos los recursos y posibilidades de la nación. Los soviéticos prefirieron usar la definición de estrate- gia político-militar para la resolución de las tareas de política exterior (Trofimenko, 1987: 5-6).

Relacionado con este concepto, empleo asi- mismo el término doctrina de política exterior para referirme al sistema de criterios y teorías aplicados en la actividad exterior de un Estado en un período de tiempo determinado, y adoptados en calidad de lineamientos oficiales por sus autoridades centra- les. Del mismo modo, la doctrina hace una expli- cación sintética de los aspectos fundamentales de la gran estrategia de un país, pues a pesar de que no siempre la puede expresar en su totalidad, es un reflejo político de los principales intereses nacio- nales e internacionales en correspondencia con el poderío del Estado, en especial, el militar.

Por otra parte, la política exterior de los Esta- dos es “una estrategia o programa planeado de la actividad desarrollada por quienes toman las decisiones de un Estado frente a otros estados o entidades internacionales, encaminado a alcanzar metas específicas definidas en términos de intere- ses nacionales” (Plano y Otton, 1975). Existe, ade- más, la interpretación marxista, a la cual prefiero acogerme por su síntesis y claridad: “la actividad de un Estado en sus relaciones con otros Estados en el plano internacional, buscando la realización de los objetivos exteriores que determinan los inte- reses de la clase dominante” (Plano y Otton, 1975:

199) en un momento histórico concreto.

La política interna y la doctrina de política exte- rior de un Estado aportan los argumentos políticos y los intereses de las clases en el poder para la ela- boración de la doctrina militar. Durante el período histórico de la “guerra fría”, en Estados Unidos existió la tradición de presentar doctrinas militares en correspondencia con los postulados esbozados

en la doctrina de política exterior proclamada.

La doctrina militar es el “sistema de puntos de vista recibidos sobre la esencia, fines y carácter de una guerra futura, sobre la preparación bélica del país, sus fuerzas armadas y su modo de con- ducción” (Trofimenko, 1987: 5). Por consiguiente, la doctrina militar, desde su estructuración polí- tica y técnico-militar, atiende la disposición moral, combativa y preparación general de las fuerzas armadas para enfrentar los desafíos que puedan presentarse.

La geopolítica del espacio y los intereses de desplegar el Sistema Nacional de Defensa Antimisil permanecen como una prioridad estratégica en los dos componentes fundamentales de la estrategia de “seguridad nacional” de Estados Unidos: la polí- tica exterior y la política de defensa. Es indispen- sable esclarecer que en este artículo se analizan los dos elementos o componentes básicos de la estrategia de Defensa contra Misiles Balísticos de Estados Unidos: el Sistema Nacional de Defensa Antimisil (National Missile Defense, NMD) y el Sis- tema de Defensa Antimisil de Teatro (Theather Mis- sile Defense, TMD), incluidos en la estrategia de “seguridad nacional” y en la política de “defensa” norteamericana.

Además de los referidos componentes funda- mentales de la estrategia de “seguridad nacional” y de la política de “defensa”, en el período de la posguerra fría los gobiernos norteamericanos redefinieron su estrategia de “seguridad nacional” sobre la base de las nuevas necesidades que exi- gía su liderazgo de única superpotencia en el sis- tema internacional, y la determinación de expandir los ideales y concepciones del sistema capitalista mundial. En ese sentido los estrategas norteameri- canos consideraron que, adicionalmente, la estra- tegia de “seguridad nacional” de Estados Unidos constaba de tres componentes centrales:

Esta proyección de una llamada nueva política exterior respondió al imperativo norteamericano de adaptar su gran estrategia a la posguerra fría, período en que Estados Unidos postuló una posi- ción hegemónica de alcance global en su carácter de única superpotencia, con una visión unipolar ante la demora o los obstáculos encontrados en el escenario internacional para conformar un “Nuevo Orden Mundial” (Medina, 1996: 25).

En el ámbito internacional el concepto de “segu- ridad nacional” de los Estados se ha modificado debido a una serie de factores que generan un determinado consenso académico:


También privilegiando los intereses de los gru- pos de poder asociados al Complejo Militar-Indus- trial la Fuerza Aérea de Estados Unidos contrató a la corporación Lockheed Martin, por 2,9 billones de dólares, para construir tres satélites militares de advertencia de misiles como parte del programa del Sistema Infrarrojo Basado en el Espacio (SBIRS), el cual requiere de sensores espaciales para los sis- temas antimisiles, los interceptores cinéticos o las armas de energía dirigida.

En correspondencia con el unilateralismo hege- mónico y la búsqueda de la superioridad militar con respecto a Rusia y China, el presidente Donald Trump ordenó la creación de un Comando Espacial, una nueva estructura dentro del Pentágono cuya función será el control absoluto sobre las opera- ciones militares en el espacio. Con ese fin ordenó el establecimiento, de acuerdo a la ley estadouni- dense, del Comando Espacial de Estados Unidos, como un Comando de Combate Unificado opera- tivo. A pesar del alto costo que estos proyectos militaristas tendrían para la economía estadouni- dense, lo que se correspondió con un presupuesto

militar ascendente a 716 000 millones de dólares en 2019; unos 738 000 millones de dólares en 2020

y 741 000 millones de dólares en 2021 (Spanish. xinhuanet, 2019) el nuevo comando surgió en una coyuntura de desenfrenada carrera armamentista y de competencia militarista en la que Trump se pro- puso crear en el ejército estadounidense la denomi- nada Fuerza del Espacio.

Esta especie de “sexta rama” de las fuerzas armadas se propuso asegurar el dominio de Esta- dos Unidos en el espacio cósmico y, como los proyectos militaristas anteriormente mencionados, constituye una violación los tratados internaciona- les que ha promovido la Organización de Naciones Unidas para la utilización del espacio ultraterrestre con fines pacíficos, como es el caso del Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre que, con su entrada en vigor en 1967, prohibió el emplazamiento de armas nucleares o de cualquier tipo de armas de destrucción en masa en el espacio ultraterrestre y el estacionamiento de esas armas en cuerpos celestes, el cual fue ratificado por Estados Unidos el 10 de octubre de 1967.

Para la Administración Trump, al igual que gobiernos que lo antecedieron, el espacio cósmico es un campo de guerra en el que Estados Unidos tienen que dominar y enfrentar a otras potencias, como es el caso de Rusia en América Latina. Con


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ese objetivo, el Comando Estratégico de Estados Unidos y el Ministerio de Defensa de Brasil acor- daron compartir información sobre más de 23 000 objetos en órbita, incluidos los satélites de Brasil y en el uso de la base de lanzamientos espacial de Alcántara, en Maranhão, para los fines estratégi- cos relacionados con la militarización del espacio ultraterrestre. De este modo, el gobierno del ultra- derechista Jair Bolsonaro se sumó al militarismo de la Administración Trump, aunque conocen que los sistemas antimisiles en el espacio cósmico, como hemos reiterado, no solo viola el derecho interna- cional y los tratados firmados, sino que romperá, aún más, la estabilidad estratégica y la seguridad mundial (AP, 2019).

Ya lo hemos dicho, una guerra nuclear en la tierra o en el espacio pone en serio riesgo la existencia de toda la humanidad. Por eso es muy importante que los organismos internacionales procuren accio- nes decisivas para que, por un lado, las potencias nucleares respeten los acuerdos que han firmado, que limitan y restringen el arsenal nuclear, y por otro lado, avancen en negociaciones para el inicio de un proceso de desarme total e irreversible de los armamentos nucleares con el fin de que la espeluz- nante amenaza de una guerra nuclear desaparezca. Sin dudas, Estados Unidos, desde 1945, ha con- ducido a la sociedad global hacia esta una hegemo- nía cultural basada en una lógica militarista criminal con el planeta y las sociedades que lo conforman. Y todo ello, actualmente, con una administración Trump que despliega una praxis política violatoria y destructora todo marco jurídico internacional, que toma por la fuerza, destruye, transforma y degrada cuanto le sirve para perpetuar una hegemonía que ya comienza a ser odiosa, incluso para sus aliados europeos, beneficiarios de segundo orden en el

reparto canallesco de las riquezas periféricas.

Los hechos demuestran de forma irrebatible que en un mundo bajo la égida del Imperio estadouni- dense no existe garantía de seguridad para ningún otro país. En una etapa de desarrollo de las nue- vas tecnologías militares, distintas potencias del sistema internacional perfilan sus armas para las guerras del futuro, las cuales portarán varios com- ponentes clave: sistemas no tripulados e hiper- sónicos, la tecnología de “enjambres” de drones, las armas antisatélite y antimisiles, la comunica- ción cuántica, la inteligencia artificial, el uso de la doctrina de “guerra centrada en redes” y procesa- miento masivo de datos.

CONCLUSIONES

Al mismo tiempo que existe una estrecha rela- ción entre el proceso de militarización del espacio cósmico y del incremento comúnmente acelerado de la carrera armamentista, la militarización del espacio es una de las formas de manifestación del armamentismo y estuvo orientada a asegurarle a Estados Unidos el logro de sus designios estratégi- cos de dominación mundial.

Después de 1945, los primeros antecedentes de la estrategia antimisil estadounidense y de la mili- tarización del espacio cósmico pueden situarse en el surgimiento de la bomba atómica y los cohetes balísticos intercontinentales, los cuales convirtieron en inservibles a los refugios atómicos diseñados para proteger, en un escenario de conflagración nuclear, el poderío económico y militar obtenido por Estados Unidos.

Los planes para crear un sistema de “defensa” antimisil fueron asociados a las estrategias de “seguridad nacional” desarrolladas por las admi- nistraciones estadounidenses durante la “guerra fría”. Con la aparición de la estrategia nuclear y la doctrina de la “contención del comunismo”, el Pentágono introdujo los primeros programas para el despliegue de un sistema antimisil, pues esas concepciones ofrecieron una proyección dirigida a movilizar los tradicionales mecanismos militares, diplomáticos y económicos de Estados Unidos contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéti- cas, su más importante contendiente en el sistema internacional de la posguerra.

La confrontación bipolar provocó cuantiosos gastos militares a las superpotencias. La econo- mía soviética quedó asfixiada por la competencia armamentista con Estados Unidos. Su modelo económico y estructuras productivas centralizadas resultaron incapaces de soportar el reto estadouni- dense. Los acontecimientos acaecidos en la última década del siglo xx, y la lenta recuperación econó- mico-financiera de Rusia en la primera década del siglo xxi, corroboraron que había surtido efecto el objetivo estadounidense de erosionar en el orden económico a la potencia euroasiática.

El funcionamiento de un sistema de “defensa” antimisil superó las doctrinas estratégicas basa- das en la concepción de la “disuasión nuclear” y la “destrucción mutua asegurada”. Mediante el esta- blecimiento de las condiciones para el uso de un “primer golpe” y el fortalecimiento de la capacidad

de respuesta nuclear, Estados Unidos se prepa- raron para la “supervivencia asegurada” frente a Rusia y China, sus principales rivales estratégicos en el siglo xxi. La estrategia clásica de potencia basada en la voluntad estadounidense de prevenir la emergencia de un competidor no constituyó un proyecto de seguridad internacional.

Con la propaganda sobre el desarrollo de una “defensa” antimisil, Estados Unidos promovió una situación de proliferación y terror nuclear que esti- muló los problemas globales desestabilizadores del sistema internacional. En la política exterior nortea- mericana persistió la ausencia de un pensamiento renovador favorable al diseño de nuevos mecanis- mos de desarme que garantizaran la seguridad mun- dial y limitaran el desarrollo de las armas nucleares. La unipolaridad estratégico-militar estadou- nidense no pudo ocultar el proceso hacia una configuración económica multipolar del sistema internacional. Sus características esenciales fueron el resultado de la interacción dinámica y la rivali- dad entre sus actores principales: una Europa inte- grada en lo económico-comercial, un Japón con un notable poderío económico y tecnológico, una China con un potencial económico-militar cada vez más creciente y una Rusia en recuperación en el orden económico y militar, conservando así sus atributos de potencia mundial. Sobresalen también otros Estados de menor poderío que como la India, Brasil, Sudáfrica e Irán, tienen ya una considerable responsabilidad en el balance de poder regional y global, como lo demuestra la asociación estraté- gica del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), sin descartar la posibilidad de que otras potencias emergentes, en los próximos años, tam-

bién se sumen a esta alianza.

Estados Unidos no solo ha sido la única super- potencia mundial, sino que muy probablemente será la última, atendiendo a la tendencia creciente hacia su declinación económica y el ascenso de otras potencias como es el caso de China, que desde el 2011 ocupa el segundo rango en la eco- nomía mundial.

En ese escenario internacional de transición o recomposición del poderío de sus actores prin- cipales, las contradictorias relaciones entre las potencias capitalistas se debatieron en el siguiente dilema: ni Estados Unidos está dispuestos a pro- piciar un sistema internacional multipolar –mucho menos pluripolar– ni sus adversarios disimulan la desaprobación del poder concentrado en una

superpotencia. Los intentos de nuevas asociacio- nes estratégicas en los órdenes político, econó- mico y militar entre China, Rusia, la India e Irán, buscaron colocar límites a la desigual distribución de fuerzas internacionales, previendo que Estados Unidos logre sus objetivos con el despliegue de una “defensa” antimisil.

La creación de nuevos armamentos espaciales significa un peligro para la continuidad de la civili- zación humana. Una guerra con armas espaciales ocasionaría daños económicos y sociales irrepa- rables para el sistema internacional. El aniquila- miento de los satélites de comunicación impediría la telefonía, la televisión, internet, la transmisión de datos, la navegación aérea y marítima, la observa- ción de la Tierra y la previsión del tiempo. El retro- ceso material y humano por los efectos de una guerra de carácter nuclear y espacial sería incalcu- lable. Sin embargo, el proyecto antimisil continuó y tomó fuerza en el contexto de la “guerra contra el terrorismo”, porque su contenido tiene una visión multidimensional: la conservación de la suprema- cía estratégico-militar y económica de Estados Unidos en un siglo de nuevos avances tecnoló- gicos, caracterizado por intensas rivalidades en cuanto a recursos naturales e intereses geoeconó- micos en todas las regiones del planeta, incluso en el océano Ártico.

El despliegue unilateral del Sistema Nacional de Defensa Antimisil, la expansión de la “defensa” anti- misil a otros continentes, el abandono del Tratado ABM, las guerras contra Yugoslavia, Afganistán, Iraq, Libia, Siria y Yemen, y la instalación de bases militares en América Latina, nos advierten que lo más intrascendente en las relaciones internaciona- les contemporáneas no podría evaluarse haciendo abstracción del singular protagonismo y la coyun- tural unipolaridad estratégico-militar de Estados Unidos.

El siglo xxi comenzó exactamente igual al ante- rior y no ha mostrado cambios en términos estric- tamente militares, porque la política internacional siguió signada por las relaciones de poder que implican el papel preponderante del uso de la fuerza y la guerra de las relaciones internaciona- les. Por eso es urgente la creación de un efectivo y poderoso movimiento mundial por la paz y la soberanía de los pueblos del Sur, de los margina- dos por las grandes potencias capitalistas tradicio- nales, donde también emerge una periferia pobre y explotada.

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