El impacto de la polarización en la calidad democrática de América Latina

The impact of polarization on the democratic quality of Latin America

Dr. C. Sergio Caballero

Doctor en Relaciones Internacionales. Universidad de Deusto, Bilbao, España. sergio.caballero@deusto.es 0000-0002-5244-1647

M. Sc. Gastón Aín

Máster en Relaciones internacionales. Mediador internacional. Buenos Aires, Argentina. gastonain@hotmail.com

0009-0006-6070-8782

*Autor para la correspondencia: sergio.caballero@deusto.es

Cómo citar: Caballero, S., & Aín, G. (2024). El impacto de la polarización en la calidad democrática de América Latina. Política internacional, VI(Nro. 4), 53-65. https://doi.org/10.5281/zenodo.13856863

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.13856863

 

Recibido: 21 de mayo de 2024

Aprobado: 24 de junio de 2024

publicado: 9 de octubre de 2024

 

RESUMEN En los últimos años, la polarización ha surgido como un fenómeno omnipresente a nivel mundial. Este proceso se ha desarrollado en las últimas décadas y ha evolucionado a raíz de la crisis financiera internacional de 2008, así como las consecuencias de la desigualdad y el agotamiento del modelo capitalista de globalización. En la región latinoamericana, que ya enfrentaba problemas estructurales de larga data como la debilidad institucional de los estados, severas desigualdades y economías dependientes de las exportaciones de productos básicos, ahora se encuentra en un contexto adverso debido a la mencionada crisis de globalización, el escenario postpandemia y la creciente tensión geopolítica entre Estados Unidos y China, agravada por la actual guerra en Ucrania, lo que algunos autores llaman "interregno". Es en este contexto donde se analiza el impacto de la polarización, considerando sus causas y consecuencias, y reflexionando sobre las amenazas y desafíos que plantea, especialmente en lo que respecta a la calidad de la democracia en la región.

Palabras claves: polarización psicosocial, polarización política, América Latina, erosión democracia, globalización.

 

 

 

ABSTRACT In recent years, polarization has emerged as a pervasive phenomenon globally. This process has developed in recent decades and has evolved as a result of the international financial crisis of 2008, as well as the consequences of inequality and the exhaustion of the capitalist model of globalization. In the Latin American region, which was already facing long-standing structural problems such as the institutional weakness of states, severe inequalities and economies dependent on commodity exports, it now finds itself in an adverse context due to the aforementioned globalization crisis, the scenario post-pandemic and the growing geopolitical tension between the United States and China, aggravated by the current war in Ukraine, what some authors call "interregnum." It is in this context that the impact of polarization is analyzed, considering its causes and consequences, and reflecting on the threats and challenges it poses, especially with regard to the quality of democracy in the region.

Keywords: psychosocial polarization, political polarization, Latin America, democracy erosion, globalization

 

 

INTRODUCCIÓN

En los últimos años asistimos a la emergencia de la polarización como un fenómeno omnipresente a nivel mundial. Con frecuencia se le presenta como un proceso de carácter político relacionado con identidades ideológicas o partidistas que se agudiza a medida que dichas identidades se alejan del centro político. Sartori (2012: 173) sostiene que en los sistemas donde existe pluralismo polarizado, la variable clave es la distancia ideológica entre los partidos o tendencias. A mayor distancia, mayor polarización. Sin embargo, hace más de tres décadas, la polarización ya había sido caracterizada y definida (Baró, 1983) como un proceso de naturaleza psico social con una sintomatología definida, en la que sobresalen los estados de alta emocionalidad, pero en la que los elementos de identidad no son tan estables ni tan fijos como podría suponerse. Los rasgos e identidades diferenciadas se van rigidizando y radicalizando a medida que se perenniza una confrontación. Al cabo de un proceso de polarización social, el individuo se identificará con un grupo y asumirá su forma de captar el problema, lo que lo llevará a rechazar conceptual, afectiva y “comportamentalmente” la postura opuesta y a las personas que la sostienen.

La polarización, como fenómeno psico social, opera como un precursor químico o acelerador de una serie de fenómenos preocupantes que, aunque presentes desde hace tiempo en la región de América Latina y el Caribe, se han ido profundizando y muestran índices alarmantes, entre ellos los altos niveles de violencia directa, un desplome de la confianza interpersonal y hacia las instituciones, una conflictividad político y socio ambiental sostenida que impacta en el desarrollo de los países, junto a procesos de erosión democrática acentuados.

Como se analizará en este artículo, aunque la polarización posea una naturaleza primaria de carácter psico social y en torno a cuyas causas existen investigaciones limitadas, sus efectos y dinámicas se manifiestan con particular virulencia en el terreno de la política, en donde con frecuencia se le intenta utilizar o instrumentalizar para la consolidación de minorías intensas y cohesionadas. Las consecuencias de los procesos de polarización psico social en la sociedad y en la política agravan los dilemas y desafíos de la gobernabilidad y aumentan la inestabilidad socio política tanto al interior de los países, en forma de ruptura de la cohesión social y los proyectos compartidos, como en el ámbito regional, con políticas exteriores nacionalistas y cortoplacistas que enfatizan intereses egoístas en detrimento de estrategias regionales conjuntas de cariz más ambiciosas.

Este proceso se ha ido gestando en las últimas décadas y se ha reformulado a raíz de la crisis financiera internacional de 2008 y las consecuencias de desigualdad y agotamiento del modelo capitalista de globalización (Sanahuja, 2017). De hecho, frente al tradicional cleavage histórico de izquierda-derecha, se ha presentado como una fractura open vs. closed en lo referente al proceso de globalización (The Economist, 2016) distinguiendo entre los que se perciben como cosmopolitas, universalistas y ganadores del multilateralismo (open) y los que priman la mirada nacionalista y proteccionista al percibirse como perdedores de la globalización (closed).

La llegada al poder de inesperados presidentes como Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil, y más recientemente, Javier Milei en Argentina, han ahondado en esta brecha al incorporar otros sesgos identitarios que reforzarían esa polarización (conservadurismo religioso, discurso anti ciencia, combate a las luchas por la igualdad de género, menosprecio de las minorías, dicotomía pueblo-casta, retórica antisistema, etc.), a la vez que han desplegado políticas exteriores hostiles frente a la integración regional y al multilateralismo (Caballero & Crescentino, 2023), confrontativas con otros actores internacionales (ya fueran China o la Unión Europea) basado en un comportamiento arrogante y displicente que no favorece la cooperación ni el consenso en el escenario internacional, a la par que una renuncia por los proyectos regionales sustentados en cierta confianza mutua y el deseo de tejer un futuro compartido (Álvarez & Caballero, 2023).

Una región como la latinoamericana, que ya enfrentaba problemas estructurales de larga data (debilidad y cooptación institucional de los estados, severas desigualdades, economías dependientes de las exportaciones de materias primas, etc.), afronta ahora un contexto coyuntural adverso donde a la susodicha crisis de globalización, habría que añadir un escenario post pandemia y una creciente tensión geopolítica entre Estados Unidos y China, que además se agudiza desde 2022 por la guerra en Ucrania, en lo que algunos vienen a llamar “interregno” (Sanahuja, 2023), haciendo uso de este concepto gramsciano. En definitiva, un magma donde afloran nuevas amenazas a la seguridad y a la estabilidad en un contexto en donde, al menos desde hace dos décadas, se registran altos niveles de insatisfacción con los regímenes democráticos y crecientes niveles de frustración en el seno de las sociedades latinoamericanas, como revelaron el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Organización de Naciones Unidas (ONU) en su primer informe sobre el estado de la democracia en la región publicado en 2004.

Así pues, analizándolo desde un enfoque teórico, constatamos cómo hemos transitado desde la tradicional visión estatocéntrica de la seguridad circunscrita a la defensa material de la soberanía nacional, hacia un concepto más amplio definido en términos de seguridad humana (PNUD, 1994). A partir de aquel hito, se profundizó verticalmente (no solo el estado como referente, sino también el individuo y la comunidad internacional en su conjunto) y se ensanchó horizontalmente (no solo en el sector de la seguridad material, sino también la seguridad societal, medioambiental, alimentaria…) que explica desde otro prisma la agenda de seguridad en la región (Pérez de Armiño, 2013; Caballero, 2019). Así, frente a los tradicionales -y escasos- riesgos de conflicto interestatal en la región latinoamericana, cobran especial relevancia los riesgos sociopolíticos, medioambientales, migratorios y de salud pública, entre otros, donde la respuesta no puede -ni debe- ser ya la militar, sino de otra índole. Será en esta percepción e interpretación del riesgo donde los diagnósticos, así como las respuestas y políticas públicas, se manifiestan de forma divergente en la región1, lo cual abona la polarización entre los distintos poderes ejecutivos al igual que al interior de las distintas sociedades.

En suma, frente al manido discurso de la erosión de la democracia en América Latina y la identificación de esta como consecuencia del fenómeno de la polarización política, aspiramos a ampliar el foco para incorporar el contexto de polarización psicosocial que se constituye como condición necesaria y que resulta pertinente para la elaboración de un diagnóstico fidedigno de la realidad latinoamericana.

Por tanto, los objetivos del trabajo serán tanto uno más general de explorar la influencia de la polarización en el contexto sociopolítico latinoamericano, como unos más específicos: desentrañar cómo la polarización política se gesta previamente en base a rasgos psicosociales, y analizar el impacto de esta polarización en la erosión de las democracias en la región latinoamericana.

Una vez enmarcada la problemática que aborda esta investigación, en el siguiente epígrafe se aterriza de manera más concreta en el fenómeno de la polarización, distinguiendo entre su cariz psico social y su traslación al espacio político, en aras a analizar posteriormente tanto sus causas como sus efectos e impacto en las sociedades latinoamericanas. Este análisis nos conducirá a diagnosticar en qué medida afronta la región latinoamericana las nuevas amenazas vinculadas a la susodicha polarización. En última instancia, este hilo argumental nos habilitará para extraer algunas conclusiones tentativas sobre los desafíos que enfrentan las democracias actualmente en América Latina.

IMAGEN 1: Planteamiento

 

Fuente: Los autores (2024)

Desarrollo

1. ¿Polarización política o condición psicológica?

En general, cuando se habla de polarización es común dar por sentado que estamos frente a un fenómeno de naturaleza política. El fenómeno se entiende desde la ciencia política como un proceso de tipo político que consiste en el alineamiento extremo de posiciones contrapuestas en función de una identificación ideológica o partidaria. En el mismo sentido, se ha definido la polarización en relación a la distancia que existe entre dos posiciones ubicadas a ambos extremos del espectro ideológico del sistema de partidos (Cárdenas, 2021). Así, el clivaje principal en torno al cual se organizan los polos sería de tipo político ideológico, con su consecuente polarización en la competencia electoral.

Como sostienen Levitsky y Ziblat (2018:18), los partidos y los políticos pueden mitigar la polarización a partir del respeto a normas no escritas del juego democrático como la tolerancia mutua, la aceptación del rival como adversario legítimo y la moderación a la hora de utilizar sus prerrogativas institucionales, o bien pueden recrear una polarización partidista extrema que sobrepasa las diferencias políticas creando las condiciones para un conflicto existencial y cultural.

Desde la academia se han identificado causas de naturaleza económica, institucional y cultural detrás de los fenómenos de polarización política-electoral y el surgimiento y apoyo a partidos antisistema. En el plano económico, los problemas recurrentes de falta de desarrollo y de crisis económica aceleran la búsqueda por parte del electorado de soluciones alternativas, a veces radicales, simplistas y adanistas, propuestas por candidatos rupturistas. En el plano político-institucional, la crisis de los partidos tradicionales y su oscilación al centro dejan vacantes los márgenes del espectro político, permitiendo el surgimiento de outsiders con posiciones más extremas que se alimentan de tendencias centrífugas. Finalmente, en el plano cultural, siendo que la globalización minimizó el margen de maniobra y autonomía de los estados en temas económicos, la competencia se traslada a temas identitarios vinculados al multiculturalismo, la libertad sexual, los derechos reproductivos, la inmigración, entre otros.

Ahora bien, más allá de las manifestaciones más visibles de la polarización en la dimensión política, es posible problematizar su naturaleza como fenómeno estrictamente político ideológico a partir del análisis de algunos elementos que se presentan en la región de América Latina, junto a la existencia de marcos conceptuales en donde se resaltan los elementos psicosociales de dicho fenómeno, así como sus consecuencias devastadoras en el tejido social.

En primer lugar, resulta interesante repensar varios procesos electorales ocurridos en 2022 en países como Chile, Perú y Ecuador en donde las opciones políticas cuyos candidatos pasaron a segunda vuelta obtuvieron porcentajes cercanos al 20% de los votos, e incluso menores para quienes acabaron segundos en el primer turno y disputaron la segunda vuelta electoral. El resultado de estos procesos fueron congresos o asambleas legislativas con una enorme disparidad de bloques parlamentarios y expresiones muy diversas y heterogéneas. Dichos resultados no contradicen necesariamente la tesis de que la polarización sea estrictamente política, pero definitivamente no la validan o al menos requieren de una explicación más amplia que permita vislumbrar el contexto en el que se gesta este fenómeno.

De hecho, el análisis de esos resultados electorales nos aboca a preguntarnos por una suerte de atomización social que acaba reflejándose en la representatividad política en las instituciones en detrimento de interpretaciones que apuntan a la propia oferta ideológica extrema como la generadora del caldo de cultivo en virtud del cual se polariza la sociedad.

En segundo lugar, quienes analizan la polarización en función de temas específicos de la agenda pública o la correlación entre opiniones y características socio culturales del público como la raza, la etnia, el género o la religión, identifican niveles menores de polarización en la sociedad y observan la prevalencia de una polarización “afectiva” antes que una basada en opciones programáticas (Schuliaquer y Vommaro, 2020). Esto es, priman las decisiones más “pasionales” vinculadas a lo identitario por encima de las decisiones más “racionales” vinculadas a intereses pragmáticos.

Otra dimensión a considerar se relaciona con el universo de actores que protagonizan el fenómeno. En la actualidad, la polarización no parece ser un fenómeno que impacte y afecte exclusivamente a las élites políticas, intelectuales, empresariales y mediáticas, y que se circunscriba a temas de la agenda pública. Por el contrario, esta presenta una capilaridad y granularidad que atraviesa espacios familiares, educativos, diplomáticos, comunitarios, religiosos, laborales, sociales, deportivos, y hasta las relaciones sentimentales, además, desde ya, de los espacios políticos, e institucionales, y en donde se materializan las relaciones internacionales. Ni siquiera una pandemia global que implicó la pérdida de millones de vidas humanas evitó la exacerbación de la polarización social bajo el formato de “confinamiento versus actividad económica”. Más bien, al contrario, se instrumentalizó para una batalla dialéctica entre los defensores del conocimiento científico y los negacionistas antivacunas, evidenciando nuevamente una suerte de postulados identitarios y viscerales no fundamentados en ninguna racionalidad empíricamente demostrable.

A raíz de esto, puede resultar útil observar el fenómeno de la polarización desde el campo de la Psicología Social en el que intelectuales como Martin Baró (1983) la caracterizaron hace más de tres décadas como el resultado de la interacción entre tres procesos psicológicos. Primero, un estrechamiento del campo perceptivo con lecturas estereotipadas y negativas sobre el otro; en segundo lugar, la asignación de una fuerte carga emocional a todos los objetos y situaciones siguiendo un esquema dicotómico y simplificado en donde se aceptan o rechazan opciones sin matices; y, en tercer lugar, un alto involucramiento personal con todo lo que ocurre.

Durante los procesos de polarización las posturas ante un determinado problema tienden a reducirse cada vez más a dos esquemas opuestos y mutuamente excluyentes al interior de un determinado ámbito social. El proceso de polarización social precede a la fusión de la identidad personal con la identidad grupal y una vez polarizada, la persona reduce su percepción acerca de un grupo rival a categorías simplistas y muy rígidas. Al polarizarse, según Baró (1983), la persona se identifica con un grupo y asume su forma de captar el problema, lo que la lleva a rechazar conceptual, afectiva y “comportamentalmente” la postura opuesta y a las personas que la sostienen (Beristain, 2021:14). Este fenómeno se ve acentuado en los últimos años en los que proliferan las redes sociales que, basadas en algoritmos, proveen a los usuarios de información (más o menos fidedigna) que ahonde en su sesgo de confirmación; esto es, que refuerce sus asunciones previas sin necesidad de problematizarlas o contrastarlas con datos empíricos que pudieran refutar esas ideas primigenias.

Lozada (2004) señala el particular proceso de representación de sí y del otro que opera en contextos polarizados, y a través del cual se multiplican los estereotipos, las descalificaciones, la discriminación y la exclusión a través de referencias a la condición de clase, etnia, raza u otras características grupales o partidistas y esta se extiende a toda una serie de espacios de la vida cotidiana, incluyendo instituciones públicas y privadas (educativas, religiosas, policiales, militares, comunitarias, etc.) generando tensión socioemocional y distintas expresiones de violencia.

Siendo que el ser polarizado se encuentra en una situación de conflicto, explícita o latente, y se mueve en contextos en donde imperan lógicas “nosotros/ellos” (a lo Carl Schmitt), resulta relevante la caracterización psico social de la polarización, ya que subraya la relevancia de los estados de la mente en la comprensión y abordaje de los conflictos y de la violencia. Pensadores, y practitioners como Adam Curle, resaltaron la necesidad de entender los conflictos a partir de los estados mentales que lo sostienen y perpetúan, más que a partir de las acciones de violencia o agresiones entre las partes que intervienen. En el mismo sentido, Galtung (2010) resalta el carácter circular entre polarización y violencia, sosteniendo que la polarización mental legitima la polarización del comportamiento, que a su vez refuerza la primera, a través de procesos bioquímicos en el cuerpo humano. Lamentablemente, en el caso de América Latina, polarización y violencia se entremezclan en una relación simbiótica que queda expuesta de sobremanera en los procesos de conflicto social (Aín, 2020).

Ripley (2021) provee de evidencia empírica sobre el funcionamiento neurológico en contextos “cargados” y concluye que el cerebro humano actúa y procesa la información de manera particular en contextos polarizados. En general, las personas inconscientemente procuran reducir la tensión que este tipo de contextos generan en y con vecinos, colegas, familiares, y la opinión pública en general, a través de la búsqueda de coherencia, que muchas veces llega de la mano de una simplificación, a veces burda y/o infundada. El papel de la simplificación en el subconsciente es crear un escenario binario en donde la persona, a través del sesgo de auto beneficio, se ve tomando una posición que es completamente lógica desde el punto de vista moral, ideológico, social, político, religioso, o bien desde su cosmovisión.

En el caso particular de América Latina, los desarrollos conceptuales sobre la naturaleza de la polarización y las causas estructurales detrás de su surgimiento son escasos. Rojas (2013) entiende que la polarización en América Latina es un producto histórico en el que confluyen tres elementos: en primer lugar, sociedades divididas y fracturadas; en segundo lugar, democracias que no resuelven problemas estructurales; y, en tercer lugar, estados sesgados en sus prácticas. En virtud del planteamiento de este autor, la polarización se activa en la coyuntura neoliberal de la mano de gobiernos que irrumpieron en la década de los años noventa del siglo pasado con promesas de modernización y generación de crecimiento, empleo y bienestar, para las que había que iniciar cambios estructurales en las economías de los países latinoamericanos.

Después de una década de “sacrificios” en términos de procesos de ajuste, achique del estado, y liberalización de las economías, la región latinoamericana seguía siendo la más desigual del planeta medida en base al coeficiente Gini, lo que acabó produciendo una enorme desilusión y frustración, a la par que la emergencia de sociedades “sobrecalentadas” y democracias de alta tensión. Así, a finales de 1999 y comienzos de los años 2000 se registraron en América Latina una serie de crisis políticas en medio de una escalada del conflicto social, las cuales acabaron provocando la dimisión de los titulares del poder ejecutivo en varios países de la región y ahondando en la deslegitimación creciente de los sistemas de partidos en particular y del sistema político representativo en general.

Por ello, aunque la polarización se intensifique a la luz de las disputas gobierno-oposición y pueda ser objeto de instrumentalización para la creación de minorías cohesionadas desde la política, se señala aquí en qué medida la enorme inequidad y exclusión social, el agotamiento del modelo político tradicional y sus formas clientelares y corruptas en el ejercicio del poder, junto el descrédito de los partidos tradicionales se configuran como causas relevantes en aras a ser evaluadas cuando se analiza la emergencia de este fenómeno (Lozada, 2004).

No obstante, es precisamente la dimensión identitaria, más sustentada en lo emocional y no en los intereses racionales, lo que explica que este mismo fenómeno haya podido germinar también en sociedades más ricas y menos desigualitarias sobre el papel, como pueden ser las europeas (desde Francia y Suecia hasta Reino Unido e Italia por mencionar solo algunos casos notables). En esos casos, el relato identitario sí comparte la frustración por las expectativas no satisfechas, focalizando el resentimiento en colectivos determinados (minorías percibidas como vulnerables y susceptibles de ser atacadas discursivamente) a los que culpabilizar.

De hecho, la idea del resentimiento requiere un mayor desarrollo. Siguiendo a autores como Souroujon (2022:105), “además de señalar la nostalgia, la inseguridad o la ira, gran parte de la bibliografía subraya que el crecimiento exponencial de la derecha radical populista se relaciona con una emoción en particular: el resentimiento”. En aras a clarificar en qué consiste este fenómeno y cómo repercute, Souroujon (2022:113) apunta que “a diferencia de la ira o la furia, que son emociones discretas, simples, de reacción inmediata y que poseen un objetivo claro y determinado, el resentimiento —como hemos advertido— es una emoción más compleja que mezcla vergüenza, frustración, impotencia y venganza (Capelos y Demertzis, 2022), una emoción de larga duración y gran profundidad”. De hecho, es esa durabilidad y profundidad que fomenta la retroalimentación que aquí hemos descrito y acaba por desembocar en el hecho de que “con la polarización afectiva, la autonomía se contamina y el enemigo se absolutiza” (Souroujon, 2022:103) y, con ello, en última instancia se genera la condición de posibilidad para la erosión de la democracia, evidenciada de manera notable en altas cotas de violencia en esas sociedades.

La susodicha violencia se manifiesta, por tanto, como respuesta a la frustración y alimentada por el resentimiento vehiculado en términos dicotómicos y antagónicos de lo percibido como bueno y deseable conforme a mi cosmovisión, frente a lo intolerable e inaceptable representado por un “otro ajeno” construido en base a un perfil identitario, visceral y pasional, y no necesariamente lógico, racional y pragmático. Así, volviendo a la región latinoamericana en su escenario más reciente, podemos constatar cómo el 2019 fue un año bisagra en términos de las protestas sociales que tuvieron lugar en países de la región y estas se caracterizaron por un uso directo de la violencia, la pérdida de vidas humanas como consecuencia de dicha violencia y la paralización de varios sectores de la actividad económica de los países, implicando un costo considerable como proporción del PBI anual2. En dichas protestas se observaron altos niveles de polarización social, constructos del otro hostiles y un uso extendido de la estigmatización de quienes estaban en la vereda de enfrente o se oponen a las demandas y pedidos de lado y lado. Del mismo modo, los años 2021 y 2022 volvieron a mostrar procesos de polarización exacerbada con episodios de violencia abierta y pérdida de vidas humanas en la región. En definitiva, la explicitación de la violencia como medio para canalizar, e instrumentalizar, la polarización y que, en paralelo, incide en la propia percepción del sistema político como ineficiente, reforzando un círculo vicioso donde el resentimiento funciona como un combustible para incendiar las democracias de la región latinoamericana.

En conclusión, la polarización debe ser entendida además como una condición psicológica causada, en parte, por niveles sostenidos de desilusión y frustración con el desempeño de los regímenes democráticos producto de la dificultad que estos han tenido para brindar seguridad, servicios sociales de calidad y, en general, una mayor calidad de vida para la mayoría de la sociedad3, y no exclusivamente un fenómeno de naturaleza político ideológico “instrumentalizado” desde las expresiones político-partidarias o desde las polaridades gobierno-oposición.

Esta sensación, de hecho, no se circunscribe a la región de América Latina y el Caribe, sino que ya se ha puesto de manifiesto a nivel global en lo que algunos (Sanahuja, 2019) llamaron la “crisis de globalización”, presidida por la creciente desafección sociopolítica de unos ciudadanos que sentían la ruptura del contrato social (peores condiciones de vida e imposibilidad de medrar en base a la meritocracia), la extenuación de los recursos ambientales a causa de un capitalismo depredador (como se constata con los efectos perniciosos motivados por el calentamiento global) y una crisis de representación construida sobre la base de un antagonismo entre un élite privilegiada y una gran masa de “excluidos”, lo cual fomenta en última instancia la deslegitimación del sistema en su conjunto y disuade de participar e implicarse activamente en los asuntos públicos.

2. Efectos e impacto de la polarización

Cuando la polarización psicosocial coopta el espacio público y se instrumentaliza por algunos actores para modelar la agenda política, se manifiestan una pluralidad de efectos. Sin ánimo de ser exhaustivos, aquí evidenciamos algunos de esos impactos en las sociedades.

De este modo, se constatan efectos sobre la salud emocional, estrés, depresión, ansiedad, encierro, desconfianza, paranoia, rotura del tejido social. El voltaje de los intercambios y agravios en contextos polarizados genera tensión y sufrimiento en nuestros entornos y en los diversos espacios en que nos movemos.

Asimismo, asistimos a lo que podemos denominar como una pérdida de agencia. El ser polarizado pierde agencia, capacidad de decisión y de actuación, y reproduce mensajes de los polos. Es un instrumento al servicio de discursos generados por otros, en una suerte de efecto títere. Al polarizarse, la persona se identifica con un grupo y asume su forma de captar el problema, rechazando conceptual, afectiva y comportamentalmente la postura opuesta y, lo más dramático, a las personas que la sostienen; y, en paralelo, simplifica - muchas veces burdamente - temas que son complejos y multidimensionales (Aín y Logioco, 2020). Esto ofrece una salida fácil entre dos opciones binarias y dicotómicas que se presentan como simplificaciones burdas. Y además permite escapar de la zozobra que irradia la falta de certeza, el sujeto polarizado hace las paces, de forma ilusoria, con la zozobra que da no tener respuestas definitivas a los temas y permite una gestión de la incertidumbre que llegó a sus mayores cotas en el escenario pandémico (Ripley, 2021).

El siguiente punto en esta cadena de reacciones será la inmunización. La polarización inmuniza contra la información nueva o de naturaleza técnica, porque el cerebro humano actúa de forma particular en contextos cargados. Estudios neurológicos recientes muestran la imposibilidad de que el cerebro experimente curiosidad y apertura al mismo tiempo que se siente amenazado (Ripley, 2021). De este modo, se rechaza la información que refute su particular cosmovisión a la vez que se acentúa el sesgo de confirmación, en la medida en que se buscan opiniones que sustenten y refuercen las prenociones y asunciones ya establecidas y que no son sometidas a ningún tipo de problematización ni evaluación.

Si trasladamos la susodicha de la polarización extrema al contexto sociopolítico de América Latina, constatamos cómo este fenómeno tensiona la gobernabilidad y, a su vez, podría provocar rupturas políticas, tal y como apuntan distintos autores (Carothers y Feldmann, 2021; Levitsky y Ziblat, 2018). Partiendo del mapa conceptual arriba esbozado, a continuación, procedemos a diagnosticar en qué medida este fenómeno impacta con algunas de las principales amenazas y, más en concreto, con el desgaste de la democracia en la región.

En principio, la polarización política no parece tener un correlato en la dimensión electoral, al menos cuando se consideran los resultados de las primeras vueltas electorales llevadas a cabo los últimos años en las elecciones presidenciales y legislativas. Con la excepción de Brasil, en las últimas elecciones presidenciales y parlamentarias en Chile (2021), Ecuador (2021 y 2023), Perú (2021), Colombia (2022) y Argentina (2023), las primeras vueltas electorales dejaron parlamentos fragmentados con una cantidad importante de bloques parlamentarios y candidatos presidenciales que obtuvieron en el primer turno electoral porcentajes cercanos al 20%, como Pedro Castillo en Perú (18,92%), o Guillermo Lasso en Ecuador (19,74%). En el caso de Chile en 2021 o de Argentina en 2023, tanto Gabriel Boric (25,83%) como Javier Milei (29,9%) perdieron en el primer turno electoral, ganando posteriormente en el ballotage a partir de un “voto rechazo” a la política tradicional y un resentimiento acumulado tras años de regímenes democráticos que no lograron mejorar las condiciones de vida de la población, ahondando entonces la llamada “polarización política tóxica”. Aunque Gustavo Petro en Colombia cosechó en torno al 40% de los votos en la elección presidencial del 2022, en segundo y tercer lugar quedaron candidatos con el 28% y el 24% respectivamente, creando un escenario de una primera minoría holgada seguida de dos tercios.

No obstante, sí se pueden constatar empíricamente algunos efectos muy notables que, sin ánimo de ser exhaustivos, podemos vertebrar en cuatro dimensiones que se interrelacionan:

En primer lugar, un récord en desconfianza interpersonal y hacia las instituciones. Según un estudio reciente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en la región América Latina y Caribe (LAC), nueve de cada diez personas desconfían del prójimo. En segundo lugar, América Latina se ha convertido en la región más violenta del planeta. La región padece altísimos niveles de violencia como evidencian los indicadores sobre la cantidad de defensores del medio ambiente y de los derechos humanos asesinados (dos tercios en LAC), los asesinatos dolosos por cada 100 000 habitantes de la región (en algunos países con más víctimas que lo que cabría elucubrar en un conflicto armado), y la mitad (32 sobre un total de 62) de los periodistas del mundo son asesinados en LAC.

En tercer lugar y conectado con el objeto de este paper, la erosión de la democracia. Si bien es una tendencia que registra la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) desde el 2004, el malestar “en” la democracia (y no “con” la democracia) se ha venido profundizando y en la actualidad todos los think tanks que analizan el estado de la democracia o su salud ven un enorme riesgo, lo cual en última instancia aumenta la inestabilidad política. De hecho, cuatro de estas instituciones (V-Dem, The Economist, Idea International and Freedom House) advierten contra el deterioro de los regímenes democráticos y denuncian la creciente emergencia de regímenes híbridos (esto es, ni democracias plenas ni regímenes autoritarios) y democracias imperfectas. Este hecho, además, incide en una mayor inhibición a la hora de participar electoralmente, que se manifiesta en un alto “abstencionismo electoral” en comicios donde no es obligatorio el sufragio (e incluso en aquellos donde la coerción u obligación es laxa).

Y, en cuarto y último lugar, una alta conflictividad. Así, se presenta una fuerte irrupción de violencia y conflictividad que se erigen en desafíos nucleares para la gobernabilidad. En este contexto, hemos asistido a una sucesión de estallidos sociales, con procesos de escalada muy veloces y con altísimo costo humano en términos de víctimas, a la par que con un costo económico elevadísimo. En este sentido cabe resaltar, al menos, los episodios acaecidos en Chile en 2019, en Colombia en 2020 y en Perú en 2020 y que ponen de manifiesto la susodicha conflictividad y cómo se traduce en ejemplos concretos.

CONCLUSIONES

A modo de conclusiones tentativas y tal y como se ha constatado a lo largo del artículo, el debate sobre la polarización y las consecuencias que conlleva resulta a menudo confuso y no se aborda con suficiente perspectiva un fenómeno que se gesta en un contexto muy determinado. En aras a clarificar algunas ideas al respecto, es necesario resaltar que la polarización política en sí misma no es mala, sino que es parte del normal juego democrático. En este sentido, un abanico de distintas, e incluso antagónicas, opciones políticas sustentadas en ideologías divergentes es parte de la propia esencia democrática y así se canaliza a través de un sistema de partidos políticos que se nutren de esa diversidad en el tablero político a la hora de hacer su “oferta” electoral.

No obstante, se califica como “polarización tóxica” (Freidenberg, 2024) cuando esta se gesta en un contexto de polarización psicosocial donde priman las tres características ya enunciadas por Baró (1983): (i) la limitación a visiones y relatos sesgados, (ii) la vinculación con explicaciones dicotómicas y excluyentes, y (iii) la identificación afectiva con sentido de pertenencia. Estos tres rasgos conllevan el que, en última instancia, lo político no se vertebre en torno a argumentaciones racionales, sino a sensaciones pasionales donde lo identitario prima a la vez que se cristalizan posiciones antagónicas de manera inamovible4.

Por otro lado, la combinación de lo que hemos venido en llamar como polarización psico social y polarización política fomentan, a la par que se nutren de las frustraciones y el resentimiento (Souroujon, 2022). En un contexto global de interregno (Sanahuja, 2023), aún si cabe más marcado en la región latinoamericana, donde las expectativas no se cumplen y prolifera la insatisfacción para con la clase política, el sistema de representación político (los partidos políticos, los canales de socialización política habitual, las elecciones periódicas, etc.) que está en el corazón de los estados modernos democráticos, se pone en cuestión.

Y este fenómeno desemboca, a su vez, en forma de consecuencias generadoras de violencia y desafección política que, en última instancia, erosiona las democracias. Este círculo vicioso se retroalimenta en una rueda muy difícil de parar, dada la dificultad para fomentar confianza y legitimidad en lo que algunos califican como una crisis global de la democracia (Schedler, 2023).

Esta retroalimentación que presentamos (ver imagen 2), nos permite al mismo tiempo desenfocar algunos conceptos excesivamente manidos, como son las explicaciones culturalistas de la falta de desarrollo latinoamericano, al igual que un énfasis en un exceso de populismo sustentado en pasados caudillistas y autocráticos en la región (Gratius y Rivero, 2018). Y al mismo tiempo, nos facultan para reenfocarnos en las amenazas que derivan de estas violencias sustentadas en la polarización psico social y la polarización política. Un ejemplo notable son los actores paraestatales, entre los que cabe destacar el “narco”, que desafían la debilidad del estado y se arrogan tanto algunas competencias estatales (seguridad, provisión de bienes), como la propia legitimidad que la realización de estas tareas lleva aparejado. Tal y como apunta el índice de Riesgo Político de América Latina en su edición de 2024 (Sahd, J. et al., 2024) y que compila el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica de Chile (CEIUC), en base a 1000 entrevistas a expertos y formadores de opinión, el riesgo número uno en la actualidad en el conjunto de la región es la inseguridad, el crimen organizado y el narcotráfico. Así también lo subrayan algunas voces autorizadas, “en América Latina, la principal amenaza a la democracia no es el populismo, sino el crimen transnacional organizado”5.

De hecho, al igual que en este debate sobre la preponderancia del crimen organizado es más que cuestionable la utilización del término “gobernanza criminal”, toda vez que reconoce implícitamente el fracaso del estado en su labor de gobernanza y dota de una cierta legitimidad a estos actores paraestatales (Caballero y Rodríguez, próximamente), de un modo similar abordar la polarización política sin entrar en los matices que aquí hemos incorporado distinguiéndola de la polarización psico social y entendiendo el contexto en el que se gesta, lejos de aportar soluciones, coadyuva a una mayor erosión de las democracias en la región de América Latina.

notas

1 Para un ejemplo del impacto de la percepción de seguridad que motivó en 2020 la pandemia del Covid19 en América Latina con un foco específico en la ética del cuidado, ver por ejemplo Leone y Caballero, 2021.

2 Para más sobre esto, ver, entre otros, Madeira, C. (2022) The double impact of deep social unrest and a pandemic: Evidence from Chile, Canadian Journal of Economics / Revue canadienne d’´economique. February 2022, 55(S1).

3 La enorme frustración y desilusión de las y los ciudadanos latinoamericanos se reflejan en el malestar “en la democracia” identificado por varios organismos multilaterales, tal y como se evidencia en el estudio más riguroso sobre el estado de la democracia en la región desde hace al menos dos décadas. Ver OEA-PNUD, II Informe Estado de la Democracia 2010.

4 “Once you achieve “group identification and differentiation”, the self-reinforcing dynamic of polarization takes its course. In this perspective, political polarization appears not primarily as a political phenomenon but a sociopsychological one. More than a confrontation of ideas or interests, it is a “clash of identities” that activates “primal human tendencies towards group isolation and group comparison”. Because its primary force is psychological, affective polarization needs no genuine divergence of interests or ideas to thrive. The mutual contempt between the two groups is endogenous to their competitive struggle. Just like sports fans, they cheer for their own side and want to see it victorious while they despise the other side and want it defeated. They need no grievances or ideologies to feed their passions” (Schedler, 2023:17).

5 Andrés Malamud (tweet 18 enero 2024, red social X). Último acceso 20 enero 2024.

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CONFLICTO DE INTERESES

Los autores declaran que no existen conflictos de intereses relacionado con el artículo.

CONTRIBUCIÓN DE AUTORÍA:

Sergio Caballero: Conceptualización, Curación de datos, Análisis formal, Investigación, Metodología, Administración del proyecto, Recursos, Supervisión, Validación, Visualización, Redacción – borrador original, Redacción – revisión y Edición.

Gastón Aín: Conceptualización, Curación de datos, Análisis formal, Investigación, Metodología, Administración del proyecto, Recursos, Supervisión, Validación, Visualización, Redacción – borrador original, Redacción – revisión y Edición.

AGRADECIMIENTOS

No aplica.

FINANCIACIÓN

No aplica.

PREPRINT

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