Convergencia y fraccionamiento: tendencias contemporáneas del sistema mundo

Convergence and fractionation: contemporary trends in the world system

 

M. Sc. Luis Felipe García Soto*

Máster en Ciencias Sociales. Departamento de Filosofía para Naturales y Matemáticas, Universidad de La Habana (UH). Miembro del Observatorio Social Universitario, Universidad Tecnológica de La Habana “José Antonio Echeverría” (CUJAE), La Habana, Cuba. ludvik9105@gmail.com 0000-0002-7360-4169

M. Sc. Darel Piñales Rivero

Máster en Historia Contemporánea. Miembro del Observatorio Social Universitario, Universidad Tecnológica de La Habana “José Antonio Echeverría” (CUJAE), La Habana, Cuba. dprivero93@gmail.com 0000-0002-2246-547X

*Autor para la correspondencia: ludvik9105@gmail.com

 

Cómo citar (APA, séptima edición): García Soto, L. F., & Piñales Rivero, D. (2024). Convergencia y fraccionamiento: tendencias contemporáneas del sistema mundo. Política internacional, VI (Nro. 2), 196-206. https://doi.org/10.5281/zenodo.10863602

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.10863602

 

 

Recibido: 23 de noviembre de 2023

Aprobado: 3 de febrero de 2024

 

RESUMEN El sistema mundo moderno ha recorrido un largo camino evolutivo desde sus primeros compases. En el presente artículo se aborda esta evolución desde la perspectiva de la Divergencia y la Convergencia entre Occidente y los restantes estados que lo integran. Este marco teórico cobró fuerza particular en el desarrollo de la historiografía a finales del siglo XX para analizar la relación entre los diferentes centros del sistema mundo moderno y como su relación había cobrado la dinámica actual. La continuación de los debates y análisis propios de este enfoque son aún relevantes para comprender la evolución de las relaciones geopolíticas después de la crisis financiera global y puede contribuir a esclarecer las tendencias más recientes de la dinámica del poder global.

Palabras claves: Gran divergencia, Convergencia, Geopolítica, Sistema Mundo

 

 

ABSTRACT The modern world system has had a long evolution since its first steps. In the current paper this evolution will be tackled from the standpoint of the Divergence and Convergence of the West and the remaining states that integrate the World System. This theoretical framework became particularly important as historiography developed during the late XXth century in order to analyze the relationship between the different centers of the modern World-System and how that relationship adapted the current dynamics. The continuation of the debate and analysis based on this approach are still relevant to understand the evolution of the geopolitical relationships after the Global Financial Crisis and can contribute to clarify the most recent trends in the dynamics of global power.

Keywords: Great Divergence, Convergence, Geopolitics, World System

 

 

INTRODUCCIÓN

El rasgo distintivo de la época postcovid ha sido el del enfrentamiento y el resquebrajamiento paulatino del orden internacional emergido tras la victoria occidental en la Guerra Fría. La erosión en este orden mundial ya se había comenzado a hacer patente durante la crisis financiera global, pero las tensiones de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, así como la profunda conmoción que provocó la Covid-19 en todas las estructuras internacionales, ha propiciado que las grietas solo se acrecienten y estallen conflictos en los márgenes de un sistema mundo cuyo liderazgo no solo es cuestionado, sino juzgado de forma cada vez más directa. Asimismo, a los conflictos que se ciernen a escala global se les suma un factor que ha sido determinante en la actual configuración del enfrentamiento geopolítico: la tendencia a la homogenización tecnológica de todos sus principales integrantes. Esta homogenización ha ocurrido a la par de la universalización de las tendencias socioeconómicas dominantes en el centro del sistema mundo.

Para abordar tanto la tendencia contemporánea como su precedente histórico inmediato se utilizará como fundamento el análisis que sobre estos aspectos realizan los investigadores Korotayev et al. El problema de la divergencia en los niveles de desarrollo entre Europa y el resto del mundo a partir de la Modernidad temprana (justificada desde argumentos de todo tipo y a veces naturalizada como afirma Goldstone (Goldstone, 2013)), así como sus causas y evolución, ocupó siempre a los debates historiográficos, que con disímiles razones y argumentos trataron esta brecha que no hizo sino ampliarse durante la Modernidad y que Kenneth Pommeranz bautizara elegantemente como “la gran Divergencia” (2000). Korotayev y Grinin argumentan que a partir de la década del 70 se puede observar una tendencia al emparejamiento en los niveles de desarrollo debido al despegue de varios centros de desarrollo en Asia. A esta reversión del proceso de la “divergencia” inicial lo bautizan como la “Gran Convergencia”. Aunque como tendencias generales del sistema mundo estas han sido identificadas y abordadas (Amsden, 2001; Spence, 2011), Korotayev y Grinin proponen que este proceso se encuentra acelerado y será determinante en la reorganización del sistema a mediano plazo.

El análisis de la Convergencia y la Divergencia está enmarcado en los estudios de Sistema-Mundo. Este marco teórico se afianzó también en la década de los 70, como resultado de la confluencia de los estudios de sistema y del funcionamiento de las intrínsecas relaciones al interior de la vasta red internacional que emergió con el establecimiento y universalización de las relaciones capitalistas de producción. Esta idea no solo constituyó en su momento un hito en la historia intelectual de las ciencias sociales, sino que aportó un marco capaz de integrar los aportes de los diferentes campos académicos en un solo proceso global de comprensión de la historia moderna (Wallerstein, 2004).

Es este proceso de convergencia el que abordaremos en el presente artículo, así como su importancia para el reordenamiento geopolítico en el que el mundo está actualmente inmerso, en particular tras la crisis financiera global (2008). En este último, el énfasis se pondrá en la crisis general de la configuración geopolítica dominante en el sistema mundo, a rasgos generales. No obstante, para adentrarnos en la problemática naturaleza de la actual convergencia es preciso, en primera instancia, acercarnos a la Gran Divergencia, como complemento teórico indispensable para comprender el objeto en cuestión.

DESARROLLO

La Gran Divergencia y el sistema mundo moderno

El concepto de Gran Divergencia aparece en la historiografía contemporánea, sobre todo a partir de la Escuela de California, como un intento de precisar el fenómeno del despegue del mundo occidental con respecto al resto de actores políticos relevantes en el escenario internacional del momento (Imperio otomano, India mogol y China Qing). El periodo de dominación imperial y colonial de las potencias europeas, que alcanza una escala auténticamente global con la conquista geográfica de todo el planeta, requirió de esta peculiar noción para ahondar en el proceso de toma de ventaja de Occidente, a pesar de no ostentar, hasta el momento mismo de la irrupción de la modernidad, de un peso relativo tan crucial como el que ostentaría posteriormente en el establecimiento del sistema mundo moderno.

La historia del mundo aparece hasta la irrupción de la era de los descubrimientos como una narrativa parcial o regional en la que la perspectiva más universal posible estaba ausente y el mundo se reducía de manera evidente a una ecúmene limitada. No obstante, en diferentes regiones, y especialmente en Eurasia, diferentes corredores terrestres fueron cruciales en la articulación de auténticos sistemas internacionales, como la Ruta de la Seda o la Ruta del ámbar. El funcionamiento de estas redes se centraba, ante todo, en el intercambio de recursos materiales preciados para regiones cuyo nivel tecnológico requería el suministro constante de mercancías y “estas vías servían como el sistema nervioso central del mundo, conectando a los pueblos y lugares, pero yaciendo por debajo de la piel, ocultos a simple vista”, como afirma Peter Frankopan (2015).

Estos sistemas, como la Ruta de la seda, representaron en su momento pasos determinantes en el proceso de globalización. Aunque por razones geográficas evidentes, hasta la era de los descubrimientos, el alcance de los mismos estaba limitado a las rutas terrestres de las masas continentales, incluso podría argüirse que estas rutas representaron unos primeros estadios de globalización pre moderna.

La modernidad, sin embargo, impuso, desde sus primeros compases, el ingente peso de la universalidad (de manera violenta pero inexorable) sobre todas las comunidades políticas del orbe y forjó una nueva etapa de globalización auténticamente mundial. No obstante, esta mundialización, al decir de Edgar Morin (2011), se construyó sobre la premisa de unas emergentes naciones Estado europeas lanzadas a la exploración y conquista de las regiones de África, Asia y América, y al encadenamiento económico entre todas estas regiones en un único sistema económico mundial (Braudel, 1983; Chase-Dunn, 2019). El descubrimiento de América y el despegue de la era Moderna, junto a los factores técnicos que posibilitaron estos contactos y la transformación tecnológica en Europa, posibilitaron y aceleraron el crecimiento de las naciones europeas, mientras que la situación en el resto del mundo no correspondía necesariamente con el acelerado crecimiento demográfico y económico de Europa Occidental.

Este sistema económico emergente no se distinguió, como la narrativa histórica moderna hizo creer en su momento, por una aplastante superioridad técnica inicial, y ni siquiera financiera, de estos Estados europeos ya que otros actores en las relaciones económicas regionales, como China, gozaban de antemano de un peso considerable, y siguieron ostentando esta importancia hasta bien entrada la modernidad. Debe destacarse, que el rol de estos países en el orden mundial moderno no estaba solo determinado por el exclusivo dominio europeo. Tanto el Imperio Otomano, como China o India eran los núcleos centrales de los mayores bloques civilizatorios del mundo entonces.

A pesar del dominio casi irrestricto de la narrativa más eurocéntrica durante el siglo XIX y XX (coincidente con el auge de los imperios coloniales), a partir de la segunda Guerra Mundial, y, sobre todo, de la década del 70 del pasado siglo, la cuestión de la Divergencia fue tomada de manera más enfática como un objeto de estudio por sí mismo. En esta labor destacó abundantemente la Escuela de California, que hizo patentes avances en la desmitificación de la teoría eurocéntrica dominante que atribuía la superioridad de Occidente en la modernidad temprana a una abismal diferencia técnica y social. La premisa principal sobre la que trabajaron estos investigadores fue la idea de la existencia de un Sistema Mundo, adelantada por Immanuel Wallerstein (Wallerstein, 2004), y que situaba a las relaciones entre Occidente y el resto del mundo en un contexto orgánico, a diferencia del relato triunfante europeo en el que la colonización se presenta como un triunfo de la civilización sobre la barbarie extraeuropea.

Algunos de los representantes de esta escuela sentaron las bases claras en la dilucidación del problema de la Divergencia y sentaron pautas necesarias para el planteamiento correcto de la problemática. John Hobson, de manera bastante directa, presentó la cuestión del eurocentrismo como un prejuicio que “impregna todas las explicaciones al uso de la ascensión de Occidente, aunque casi siempre esto ocurre sin que lo sepa el propio interesado”, en particular, en lo que concierne al ascenso de Occidente y el rol del Oriente en la modernidad temprana cuando comienza a hacerse patente el progreso de la civilización occidental en su camino hacia la dominación mundial. Para Hobson resultaba claro que la contribución del Oriente al ascenso de Occidente era mucho mayor que lo que admitía la historiografía occidental y por tanto, el replanteamiento de la historia era necesaria para comprender el rol de agente de esta otra parte del proceso histórico (Hobson, 2006).

Por otro lado, y de manera más tajante, André G. Frank planteaba directamente la inferioridad de Europa en la Modernidad temprana, en comparación con otros estados (o civilizaciones) contemporáneas a ella. Al respecto, el autor señaló:

“en resumen, Europa siguió siendo un actor marginal en la economía mundial con un déficit perpetuo a pesar de su acceso relativamente fácil y barato al dinero americano, sin el cual Europa habría sido excluida completamente de cualquier participación en la economía mundial. Las nuevas fuentes de ingresos y riquezas de Europa generaron algún aumento en su propia producción, lo que también apoyó algo el crecimiento de la población…” (Frank, 1998, 75).

Como Vries señala en su análisis crítico de la Escuela de California, es preciso poner en su justa medida el valor innovador de este enfoque en el estudio de la historia económica, pero sin obviar que ignora áreas de vital importancia para la comprensión de los sistemas sociopolíticos como los modos de producción (Vries, 2010, 743). La determinación de los resultados diferentes en las vías de desarrollo de los diversos actores geopolíticos modernos no puede ser determinado, como Vries le critica a Frank, por una alusión a factores casuales o a la suerte, en última instancia. Y en esta crítica se revela un aspecto crucial en la dilucidación de los problemas metodológicos que aquejan a la Escuela californiana y al planteamiento contemporáneo de la cuestión de la Divergencia.

Aunque los esfuerzos y descubrimientos de los investigadores después de la Escuela californiana fueron cruciales para reescribir la historia de la Modernidad, aún quedaban pendientes varias incógnitas con respecto al objeto en cuestión. La historia de la Modernidad se forjó de todas maneras, a partir del siglo XIX, con el dominio de un conjunto de estados europeos sobre casi todo el planeta. En última instancia, el esfuerzo ingente de la historiografía ha revelado la inmensa complejidad de las fases iniciales de establecimiento y consolidación del sistema mundo moderno, pero de ninguna forma anulan el innegable ascenso de Occidente.

Tanto la tendencia eurocéntrica como la corriente anti-eurocéntrica de la historiografía han gozado de méritos innegables en la exploración de objetos antes no tratados y en la expansión de los marcos de la historia como disciplina. Sin embargo, como Peter Turchin (2013) comenta:

“El problema con ambos extremos es que, en última instancia, ambos apuntan a juzgar sobre qué es lo bueno y qué es lo malo. Pero tales preguntas pertenecen a los reinos de la filosofía moral, la religión y la ideología, antes que a la ciencia” (68).

Aunque la crítica de la interpretación de la Gran Divergencia tenga estas dos tendencias en mente, la realidad efectiva del proceso mismo es indiscutible. Tanto China, como India y otros actores de peso en el escenario internacional, fueron quedando rezagados en la competencia, que de manera espontánea surgió ante el contacto moderno. Si bien existen varios ciclos modernos descritos exhaustivamente por los científicos e historiadores, esta peculiar evolución se plasma de forma clara en un ciclo de despegue socioeconómico de las potencias euro occidentales y el progresivo estancamiento y crisis de China, que determinó a que esta última fuera abrumada y conquistada también ante el empuje europeo, durante la crisis general que vivió durante el siglo XIX (Pommeranz, 2000).

Un elemento que hay que señalar, es que, con la universalización de las relaciones capitalistas de producción en el transcurso del siglo XIX, el dominio euro occidental se hizo patente. A ello se suma la conquista colonial de la India (1757-1858) y la derrota de China en las guerras del opio (1839-1842), que supusieron que ambas regiones se integraran, de forma secundaria, al nuevo sistema que Gran Bretaña forjó como orden internacional a partir de ese momento.

El punto de partida de la divergencia en el caso indio puede explorarse a partir de la India mogol (alrededor del 1600-mediados del siglo XVIII). Sin embargo, además de la precariedad fuera de los estamentos dominantes, también se puede constatar que la India no gozó de un periodo de bonanza tras el siglo XVIII y a comienzos del siglo XIX, justo en el proceso de conquista y colonización por parte de Gran Bretaña, se vio aún más rezagada, tal y como lo demuestran Broadberry et al (2014). Por lo que la divergencia en el caso de este importante actor internacional, comenzó progresivamente desde la modernidad temprana.

El cambiante ánimo de los estados europeos respecto a China (y a todo el Oriente) durante toda la modernidad fue una constante, sin embargo, siempre tuvieron la clara consciencia que de que estaban ante un rival de envergadura, que comercialmente representaba el verdadero centro de Asia oriental, y que técnicamente podía ostentar del más alto grado de sofisticación, en comparación con Europa. Sin embargo, la derrota y su supeditación posterior del mundo asiático al proceso global de acumulación de capital favoreció el nacimiento y fortalecimiento de una narrativa central en la historiografía europea, erigida esta vez en universal, en la que la Europa moderna no solo representaba la cúspide del desarrollo humano, sino que no tenía paralelo en el mismo proceso de su surgimiento. El ascenso de Occidente no había tenido analogía posible en ninguna parte del mundo, incluida China, que, por fuerza de los eventos recientes, había demostrado su estancamiento y relativo atraso con respecto al Occidente industrial.

Después del siglo XIX y el establecimiento pleno del capital global, un nuevo mundo había nacido, y su centro sí era Londres, distinguido puesto que ocupó hasta mediados del siglo XX (Van der Pijl, 2005). Sin embargo, la evolución del sistema mundo no se detuvo en lo absoluto. Con el establecimiento del orden internacional entre el siglo XIX y XX, aunque el liderazgo indiscutible quedó en manos del mundo Occidental (especialmente Gran Bretaña), y tras la Primera Guerra Mundial, un cercano aliado de esta, los Estados Unidos, ocuparon el espacio ese rol central en la gestión y expansión del nuevo orden internacional. Los ciclos de expansión económica global del capital inglés, y posteriormente norteamericano, extendieron a todo el sistema el modo de producción dominante, y de manera jerárquica, forzaron a todas las naciones a participar del mismo, universalizando de esa manera la tecnología, la ideología y el sistema socioeconómico en general, con lo que se sentaron las bases del proceso que veremos a continuación: la Gran Convergencia.

La Gran Convergencia y el mundo contemporáneo

Como mismo la Modernidad temprana se distinguió por un proceso de marcado ascenso de Europa, aunque sea más moderado en comparación con lo que las narrativas eurocéntricas antes declaraban, después del siglo XX, la tendencia en ha sido precisamente la opuesta. La evolución dominante ha estado dirigida al establecimiento y consolidación de un sistema mundo, esta vez auténticamente global, con tendencias convergentes en todos los aspectos posibles, desde lo lingüístico, lo tecnológico e incluso en lo ideológico. Aunque esa convergencia, vista en un plano más general como Gran Convergencia, no implica ni por asomo una homogeneidad estricta.

El origen preciso de este proceso de Convergencia representa aún un objeto de debate. Autores como Northrup argumentan que la convergencia tiene su origen en los procesos proto globalizadores en Eurasia incluso desde el año 1000 o anterior a esa fecha (Northrup, 2005). Sin embargo, el mismo autor acepta el papel crucial de la era de los descubrimientos en el comienzo de un periodo global de Convergencia (253). No obstante, aquí seguimos la definición que del problema hacen Korotayev et al. (2015), al plantear que la Divergencia y la Convergencia son dos fases de un mismo proceso. El primero de ellos puede ser enmarcado en el ciclo de auge de Occidente y en una segunda fase, en el auge del resto de los miembros de la comunidad internacional constituida por ese mismo centro hegemónico Occidental (dentro del Sistema Mundo moderno). En este enfoque se articula de forma más orgánica el proceso de Divergencia-Convergencia, además de que sitúa concretamente el período comprendido entre la Modernidad temprana hasta el principio del establecimiento de las relaciones capitalistas de producción.

En relación con esto, hay que remarcar, que es en el siglo XIX donde se sientan las bases materiales e ideológicas directas para el proceso de convergencia. Como afirma Korotayev, “la aparición de nuevas tecnologías, útiles y bienes así como los intentos de modernizar las sociedades orientales llevó a la emergencia de las industrias locales, burguesía y proletariado”, pero, aún más importante, es la “emergencia de una intelectualidad local consciente de los valores y sistemas de conocimiento occidentales… que llevó a la emergencia de un número de movimiento sociales de gran magnitud” (Korotayev, 2015, 118).

El proceso de convergencia se aceleró considerablemente tras la caída del campo socialista. Aunque ya con anterioridad los capitales occidentales estaban buscando en mercados asiáticos nuevos nichos para desarrollarse, fue a partir de los años 90 cuando China comienza a despuntar como uno de los líderes del crecimiento económico mundial. Es a partir de ese momento, que comienza a cerrarse paulatinamente el margen de diferencia entre Occidente y China y a emerger, por esa razón, un posible rival geopolítico para el bloque triunfante (Balaz et al., 2020).

La primera década del 2000 significó una reducción considerable de la diferencia entre varios países en vías de desarrollo y Estados Unidos y Europa. Tanto India, como China y Rusia comenzaron a despuntar como líderes del crecimiento económico y como líderes regionales de importancia. A esto se suma la expansión de los resultados de la 4ta. revolución industrial y el desarrollo de la sociedad de la información en casi todos los rincones del planeta, factor nada despreciable que ha jugado un papel crucial en el vertiginoso ritmo de la convergencia tecnológica en las últimas décadas.

Ya la guerra Fría había planteado un primer escenario universal de enfrentamiento entre bloques de naciones alineadas. El aparente triunfo del “orden liberal” implicó que el movimiento posterior fuera de lenta conquista de los espacios anteriormente dominados por el campo socialista. Claro que este proceso ha estado lleno de obstáculos, puesto que a pesar del avance aparentemente imparable del liberalismo occidental durante la década del 90, a partir del 2000 y sobre todo, de las guerras en el Oriente Medio y la crisis financiera global, no solo se ha intentado universalizar el modelo exclusivamente liberal, sino que también se ha homogenizado a nivel internacional un mismo tipo de reacción política en los sectores descontentos de la sociedad, que encontró su manifestación en los Estados Unidos en el trumpismo, pero que realmente se ha extendido a escala global siguiendo el modelo norteamericano inicial.

En esta exportación de una forma muy especial de presentar los conflictos sociales típicos de la época de la crisis financiera del 2008, el antagonismo que se ha extendido es el de globalismo contra los nacionalismos. Aunque también cabe destacar la manifestación sociológica más propia de muchos estallidos sociales contemporáneos que se siguen definiendo a lo largo de las líneas de izquierda y derecha, pero adecuados a la comprensión maccartista estadounidense de estas definiciones, según la cual todo globalismo es izquierdista, mientras que la derecha encarna un discurso liberal clásico. Por vaga y difícil de definir que sean las nuevas determinaciones de esta distinción ideológica, la tendencia parece indicar que el discurso político global tendrá cada vez más presente esta configuración. En este sentido, esta convergencia ideológica del conflicto global si acaso contribuirá de manera decisiva a los realineamientos estratégicos que los Estados ya están emprendiendo en vistas de la crisis del sistema mundo dominante actualmente.

Esta crisis, por supuesto, no solo está profundamente determinada por la crisis financiera global del 2008. El evento detonante de la fase actual de conmociones al orden mundial fue la pandemia de la COVID-19, desatada a finales del 2019. Más allá de las terribles consecuencias sanitarias y las pérdidas humanas incontables, la pandemia representó un momento crucial en la historia contemporánea, a partir del cual es indispensable entender el desenlace del proceso de reajuste del orden mundial comenzado en el 2008 (Trumpenaars & Hampden, 2021).

La COVID-19 supuso una tensión imprevista para casi todas las aristas de los sistemas políticos existentes. Tras el año 2020, una inmensa cantidad de Estados fueron sacudidos por diversas oleadas de protestas y estallidos sociales que combinaron reclamos acumulados al interior de cada sociedad con las consecuencias socio económicas de las medidas para paliar la pandemia. Y aunque la pandemia aceleró la importancia relativa del sector biotecnológico en el esquema general de la economía global, es innegable que los efectos en muchos otros renglones de la economía global fueron devastadores, con lo que los equilibrios clasistas (Zizek, 2020), sobre los que se cimentaba la estabilidad del sistema internacional, se vieron debilitados al punto de desembocar en estallidos sociales.

Asimismo, la tendencia contribuyó a acelerar la solución de metas nacionales aún pendientes. La crisis generada por la COVID-19 también abrió una ventana incomparable porque la debilidad relativa del sistema mundo se vio en evidencia ante todo en el impacto económico en los principales centros de poder del mismo, como Europa occidental o Estados Unidos. El impacto económico de la crisis fue devastador, tal y como lo explica el mismo director del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab cuando afirma que: “la pandemia trajo consigo consecuencias macroeconómicas catastróficas en marzo del 2020, en el plazo de solo tres semanas… la COVID-19 causó una crisis de oferta y demanda que llevó a la caída más profunda de la economía mundial en más de 100 años…” (Mallet & Schwab, 2020).

Por supuesto, no es casual, que estos conflictos, a los que se sumaría también el de Ucrania y Rusia, hayan ocurrido en lo que ya en su momento Huntington había identificado como líneas de falla civilizatorias (Huntington, 1997). Aunque el análisis del choque de civilizaciones haya recibido justas críticas en su momento, por el enfoque despiadadamente realista que presentaba (Dallmayr, 2002; Michael & Petito, 2009), sería desacertado ignorar la importancia del mapa geopolítico que trazara el autor en su momento en el estudio de la política internacional, así como sus posibles derroteros en este siglo. Este factor sería crucial, ante todo en el actual contexto, no solo por los conflictos que ya han estallado, sino por los posibles conflictos que aún pueden ocurrir en un futuro cercano, producto del aumento de las tensiones diplomáticas y del debilitamiento notorio de los mecanismos internacionales que han sufrido una pérdida significativa de sus capacidades materiales y de su legitimidad ante el abuso indiscriminado por parte de Occidente de sus resortes en el escenario internacional.

El conflicto en Ucrania ha supuesto, además, un golpe considerable a los mecanismos de coacción financiera, que ya habían sido usados en exceso en otras ocasiones como arma geopolítica, pero que ahora se aplican a una potencia euroasiática, con influencia global, tras un proceso conflictivo relativamente largo (Cohen, 2019; Pijl, 2018). Sin embargo, debe destacarse que esta tensión en particular también amenaza la capacidad punitiva de estos mecanismos y la estabilidad del sistema financiero mundial sobre el que reposa el orden internacional. Este factor sumado al problema de la legitimidad e inefectividad de los mecanismos internacionales de control de conflictos supone un elemento considerable al tener en cuenta el regreso de las guerras como mecanismo de solución de conflictos entre Estados en el contexto actual. El impacto de las sanciones, usadas profusamente y unilateralmente por Occidente durante el conflicto en Ucrania (aunque ignoradas durante el conflicto en Palestina), a pesar de tener peso político aun, también representa una profundización en la trivialización de estos mecanismos como armas de guerra moderna. Nicholas Mulder (2022) afirma al respecto que “quizá el aspecto más confuso de las sanciones es que a pesar de su sofisticación técnica, su resultado nunca es una cuestión de factores económicos solamente…” (314), puesto que “las sanciones económicas no proyectan solo fuerza material, sino que también proyectan valores culturales, sociales y políticos” ( 315), algo que ha quedado de manifiesto durante este período post COVID.

No obstante, las situaciones potencialmente conflictivas que se vislumbran en el escenario político internacional apuntan también, dentro de la dinámica de debilitamiento del bloque dominante de la post-Guerra Fría, a un periodo de realineamiento y de búsqueda de nuevas alianzas y potencialmente la conformación de nuevos bloques por parte de los actores actuales, y de los que se irán sumando al concierto de las naciones estratégicamente activas en el marco de esta crisis general. Sería preciso comprender que este proceso de fraccionamiento progresivo de los vínculos, hasta ahora estables, entre muchas naciones, así como la forja de nuevos vínculos sin precedentes históricos, se encuentra enmarcado en el contexto de la extensión global del actual estadio de desarrollo tecnológico y de innovaciones socioeconómicas. El fraccionamiento geopolítico al que asistimos ocurre en un escenario completamente convergente, y esta nivelación del nivel tecnológico y económico global coadyuva de manera decisiva a que aparezcan nuevos actores en el escenario geopolítico que anteriormente eran incapaces de integrarse en la competencia global con proyectos y metas propias.

A esto cabría añadir igualmente el potencial demográfico de muchas naciones del Sur Global, particularmente África y Asia, que pueden contar con el personal necesario para emprender este tipo de reajustes violentos en un mediano plazo, si el reajuste geopolítico lo permitiera. Mientras que la tendencia del crecimiento demográfico mundial apunta a una estabilización en el transcurso de este siglo, la ventaja demográfica de estas regiones supondrá, tanto desde el punto de vista militar, como económico, un factor decisivo a tomar en cuenta a la hora de evaluar el peso estratégico de estos estados en el futuro orden internacional (Grinin et al., 2016).

Y este orden internacional, aun vagamente definible en el actual periodo de cambios, tiene posibles candidatos a compartir liderazgo con Estados Unidos en un mediano plazo. De ellos, el más claro candidato es China, al que el gobierno de Estados Unidos identifica como el rival con la capacidad para representar un desafío a la hegemonía estadounidense a largo plazo (National Security Strategy, 2022), así como también el resto de los BRICS, que como bloque, agrupa a las principales economías emergentes de las primeras dos décadas del siglo XXI (Hawksworth & Cookson, 2008), y que suponen, regionalmente, los principales contendientes del orden mundial imperante en estos momentos. Aunque es necesario destacar que el BRICS está lejos de ser un bloque homogéneo con una política común.

De hecho, y a pesar de ser el más sólido de los competidores a la hegemonía occidental, BRICS tampoco puede ostentar de una estructura sólida que suponga un reto directo a la OTAN ni a la AUKUS. Además, al interior del BRICS se manifiestan contradicciones, que, a todas luces, no parecen solubles sin profundas negociaciones, como el diferendo entre China e India, y el posicionamiento diplomático de Brasil, o a futuro del nuevo gobierno de Argentina, ante otros miembros del BRICS. Este tipo de bloque aún difuso responde bastante a la lógica expuesta por Korotayev (2015), de que la búsqueda de alianzas, por momentos tenues, parecen ser la tónica de la nueva era post occidental, en la que el posicionamiento estratégico de las nuevas alianzas sería definitorio para la supervivencia geopolítica de proyectos nacionales.

CONCLUSIONES

Parece imposible predecir con precisión, a mediano plazo, la tendencia específica de los diferentes nodos que componen el sistema mundo actualmente. Sin embargo, la premisa dominante parece ser la de la confluencia de todos los actores globales en un mismo terreno común, a partir del cual se va a reconfigurar el liderazgo del orden mundial. Este orden mundial, incluso si retiene a los Estados Unidos y Occidente como actores relevantes, va a incorporar a nuevos estados a la esfera decisivo de la geopolítica mundial, ante el crecimiento progresivo del PIB y del balance demográfico positivo de nuevos países del Sur Global.

El contexto de la futura evolución del sistema mundo, que es, en conclusión, lo que determina la Gran Convergencia, se distingue por un complejo panorama en el que se van a mezclar todos los rasgos propios de la última fase de globalización intensiva que comenzó a partir de la década del 90. En este complejo panorama se entremezclan tanto la homogenización de las capacidades técnicas, productivas, militares, como la universalización de discursos y conflictos políticos típicos de las sociedades que entren en un estado correspondiente al adoptado por los países centrales. A todo ello se suma la política de alianzas y el reavivamiento de las disputas internacionales que el orden mundial vigente había logrado doblegar o acallar temporalmente. Por lo que la inestabilidad de un régimen internacional en pleno estadio de reconfiguración pudiera ser el signo de la época en que más miembros de la comunidad de naciones se acerquen una paridad estratégica.

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CONFLICTO DE INTERESES

Los autores declaran que no existen conflictos de intereses relacionado con el artículo.

 

CONTRIBUCIÓN DE AUTORÍA:

M. Sc. Luis Felipe García Soto: Conceptualización, Curación de datos, Análisis formal, Investigación, Metodología, Redacción – borrador original, Redacción – revisión y edición.

M. Sc. Darel Piñales Rivero: Conceptualización, Curación de datos, Análisis formal, Investigación, Metodología, Redacción – borrador original, Redacción – revisión y edición.