La estrategia Indo-Pacífico como contención del avance de la República Popular China

The Indo-Pacific strategy as a containment of the People's Republic of China's advance

Lic. Silvia Colunga Martínez

Licenciada en Economía. Diplomada en Relaciones Internacionales. Especialista del Ministerio de Relaciones Exteriores, La Habana, Cuba. silviacolunga2014@gmail.com 0009-0005-2902-7105

Lic. José Ernesto Díaz Pérez

Licenciado en Economía. Diplomado en Relaciones Internacionales. Especialista del Ministerio de Relaciones Exteriores, La Habana, Cuba. carlosernesto2205@gmail.com 0009-0001-6313-4773

*Autor para la correspondencia: silviacolunga2014@gmail.com, carlosernesto2205@gmail.com

Cómo citar (APA, séptima edición): Colunga Martínez, S., & Díaz Pérez, J. E. (2024). La estrategia Indo-Pacífico como contención del avance de la República Popular China. Política Internacional, VI (Nro. 1), 49-60. https://doi.org/10.5281/zenodo.10391633

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.10391633

 

Recibido: 15 de diciembre de 2023

aprobado: 19 de diciembre de 2023

 

RESUMEN En el diseño de política exterior de Estados Unidos, y en particular en la estrategia hacia el Indo-Pacífico, China ha constituido una variable esencial que entra en contradicción con los intereses estadounidenses. En esa confrontación, desplegada en la esfera política, económica-comercial y militar, entre otras, Washington intenta contener el avance de Beijing, con una profunda repercusión en otros países de la región, los cuales, a la vez que sirven como piezas de un complejo tablero geopolítico, reflejan el efecto negativo de la rivalidad entre grandes potencias. Con el objetivo declarado en su Estrategia de Seguridad Nacional de evitar el afianzamiento de China en la región, Estados Unidos ha dedicado cuantiosos recursos y una amplia diversidad de actores gubernamentales y no gubernamentales.

Palabras claves: China; Estados Unidos de América; Política Exterior; geopolítica; Indo-Pacifico; Poder.

 

 

ABSTRACT In the design of US foreign policy, and in particular in the Indo-Pacific strategy, China has been an essential variable that contradicts US interests. In this confrontation, deployed in the political, economic-commercial and military spheres, among others, Washington attempts to contain Beijing's advance, with profound repercussions in other countries in the region, which, while serving as pieces in a complex geopolitical chessboard, reflect the negative effect of great power rivalry. With the stated goal in its National Security Strategy of preventing China's entrenchment in the region, the United States has devoted substantial resources and a wide range of governmental and non-governmental actors.

Keywords: China; United State of America; Foreign Policy; Geopolitics; Indo-Pacific; Power.

 

 

INTRODUCCIÓN

La estrategia Indo-Pacífico de los Estados Unidos de América ha evolucionado con la misma política exterior estadounidense, respondiendo en gran medida a las visiones sobre lo que consideran como su “espacio de influencia” (Banerjee, 2019). Si bien desde el siglo XIX se pueden encontrar elementos que hablan de una aproximación en materia de política exterior hacia la zona, mayormente con propósitos comerciales, no es hasta la II Guerra Mundial que se establece y diseña una estrategia concreta. En este proceso evolutivo y cambiante, en mayor o menor medida, China ha constituido una variable esencial por su condición de imperio milenario, su posición geográfica y su transformación en potencia regional y global, lo que entra en contradicción directa con los intereses de Estados Unidos.

En este contexto, es bien explícita la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, publicada en 2022: “En la competencia con la RPC, como en otros ámbitos, está claro que los próximos diez años serán la década decisiva. Nos encontramos en un punto de inflexión en el que las decisiones que tomemos y las prioridades que establezcamos hoy nos marcarán un rumbo que determinará nuestra posición competitiva en el futuro" (The White House, 2022).

La contradicción entre el enfoque de Estados Unidos hacia la zona de Indo-Pacífico y los intereses políticos, comerciales y estratégicos de China, puede explicar en gran medida los movimientos y estrategias en cuanto a las relaciones internacionales de ambas superpotencias, al tiempo que explica, en cierta medida, la posición de otros actores relevantes de la región como es el caso de Japón, India y Australia. Asimismo, permite ponderar como todo este juego geopolítico, militar y comercial afecta a los demás países de la región, los cuales han servido, en no pocas ocasiones, como piezas en un tablero geopolítico que les supera y resta movilidad a sus respectivos diseños de política exterior (Xianghong & Zhang, 2021).

De acuerdo con autores como Pablo Andrés Gutiérrez en trabajos como “Estrategia de la contención: Estados Unidos y China”, la mayor preocupación, y el centro de la estrategia estadounidense hacia la región, ha sido evitar a toda costa que emerja otra potencia capaz de retar la supremacía en este espacio geográfico. Los instrumentos de política exterior utilizados con este propósito han evolucionado también con los cambios de paradigma y las apropiaciones que hace el gobierno de Estados Unidos de la Teoría de las Relaciones Internacionales (Gutiérrez, 2020).

Es oportuno señalar que el término “Indo-Pacífico”, apropiado y renovado por los Estados Unidos, no tiene su raíz en este, sino en la India, que desde comienzos del siglo XXI comenzó a esbozar una visión más amplia de la región en términos marítimos y militares (Khurana, 2007).

La visión expuesta para la región por el actual presidente de Estados Unidos señala que: “La Administración Biden-Harris ha hecho esfuerzos históricos para restablecer el liderazgo estadounidense en el Indo-Pacífico y adaptar su papel al siglo XXI”, (…) “Solo podrá haber libertad y apertura en el Indo-Pacífico si construimos capacidad colectiva para una nueva era. Es necesario adaptar las alianzas, las organizaciones y las reglas que Estados Unidos y sus socios contribuyeron a establecer” (Department of State, 2022). Esta proyección es una muestra clara de cómo la visión que ha permanecido durante más de un siglo no solo ha sido renovada, sino que pretende contextualizar un nuevo balance de poder en la región.

Como columna vertebral de dicha estrategia, Estados Unidos también ha utilizado su posición como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para legitimar, cuando lo consideró oportuno, su derecho a intervenir tanto militar como políticamente en varios países de la región, haciendo uso de diversos pretextos, como el incidente del Golfo Tonkín. Con posterioridad, sumado al incremento de su presencia militar en la zona, ha usado a su conveniencia, de manera cada vez más recurrente, conceptos como “derechos humanos” y “lucha contra el terrorismo”, a la par que fomenta conflictos marítimos y de soberanía sobre territorios para enfrentar a los países de la región, y así aislar a China.

En contraposición, el avance de la República Popular China, su expansión económica y política exterior ha estado más caracterizada por el uso de resortes económicos, comerciales y de inversión que por el despliegue del poderío militar (aunque a lo interno se ha fortalecido militarmente de forma notable), lo cual constituye una visión diferente sobre cómo construir balances e impulsar objetivos de política exterior.

Considerando este contexto de confrontación geopolítica, el presente trabajo pretende abordar cómo Estados Unidos ha diseñado una estrategia de política exterior hacia el Indo-Pacifico, apoyada por sus aliados, dirigida a contener el desarrollo integral de China como potencia regional y global en aras de preservar el poder hegemónico estadounidense y limitar el establecimiento de un nuevo orden mundial que favorezca un equilibrio multipolar a nivel internacional.

DESARROLLO

Estrategia Indo-Pacífico. Antecedentes, evolución y visión actual

En su proyección de política exterior, Estados Unidos se visualiza a sí mismo como una potencia que tiene una influencia natural hacia el Atlántico y el Pacífico. En ese sentido, enfoca sus esfuerzos, políticos, diplomáticos, económicos y militares hacia su afianzamiento en ambos océanos.

Una vez concluida la II Guerra Mundial, y derrotado Japón, quien constituía hasta entonces el mayor enemigo en la región, el control de Estados Unidos sobre la zona era casi total, reafirmando de paso su proyección de superpotencia tras el conflicto armado. El uso de la bomba atómica sentaba un precedente no solo militar, sino también jurídico, tanto para la región como para el mundo, y trasladaba un mensaje de que Estados Unidos podía destruir por completo un país, colocándose de facto por encima de las normas del Derecho Internacional Público.

Al propio tiempo, la zona servía de manera efectiva como punta de lanza en los esfuerzos estadounidenses por cercar al principal enemigo que disputaba su hegemonía mundial por aquellos tiempos, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

O sea, la estrategia hacia esta región ha ido evolucionando con el tiempo, buscando debilitar en cada período a diferentes adversarios regionales que se contraponen a sus intereses, entiéndase Japón hasta el final de la II Guerra Mundial, la URSS durante la época de la llamada “Guerra Fría” y, en la actualidad, a la República Popular China, especialmente tras la caída del llamado Campo Socialista.

En la historia más reciente, Estados Unidos la cataloga “(...) como un escenario prioritario” y propone la cooperación en la búsqueda común de “(…) prosperidad compartida que proviene del comercio justo y recíproco, comercio abierto y libertad de navegación” (Department of Defense, 2019). El núcleo de la Estrategia del Indo-Pacífico de Estados Unidos es la necesidad de desarrollar una arquitectura de seguridad regional que favorezca sus intereses geopolíticos, fomentando la cooperación económica y canalizando recursos financieros hacia sus aliados, para fortalecerlos militar y económicamente en un escenario de confrontación y reconfiguración de poder.

Al delinear su estrategia hacia la región, el Departamento de Defensa plantea como uno de sus objetivos primordiales “cooperar con aliados y socios de ideas afines para abordar desafíos comunes. EE.UU. reconoce que los aliados y socios son un multiplicador de fuerzas para la paz y la interoperabilidad, lo que representa una ventaja duradera, asimétrica e incomparable que ningún competidor o rival puede igualar” (Department of Defense, 2019). En otras palabras, planean usar a los actores regionales como agentes de preservación de sus intereses geoestratégicos.

Salvando el caso de Australia, con quien Estados Unidos siempre ha compartido valores y un grupo de intereses comunes, tanto en el plano político como militar, con casi todos los demás países de la región las alianzas se han forjado con una mezcla de presión político-diplomática y el uso de la fuerza cuando Washington lo ha considerado necesario. Al propio tiempo, la influencia por medio de la inversión y la transferencia tecnológica ha sido otra herramienta para fortalecer a sus aliados en detrimento de quienes consideran sus enemigos.

En ese sentido, y para lograr sus objetivos estratégicos, Estados Unidos propone continuar modernizando sus fuerzas y aumentar la capacidad de despliegue para vencer a sus adversarios, incrementando su presencia y acceso en la región a través de bases militares, a la par que desarrolla asociaciones que permitan compartir responsabilidades y cargas de seguridad.

Algunas de las iniciativas propuestas buscan fortalecer primeramente la capacidad de desplegarse en breve tiempo, mediante el uso de centros o bases avanzadas, con pocos efectivos, pero con los medios necesarios para ser usados en caso de contingencias.

Al propio tiempo, el accionar político diplomático ha sido intensificado, especialmente durante la administración Biden, en aras de obstaculizar a toda costa el avance de acuerdos bilaterales de naciones del Pacífico Sur con la República Popular China, especialmente en los planos de seguridad e inversión (Gonzalez Sáez, 2022). Estados Unidos concibe que, dentro del juego geopolítico en las relaciones internacionales, son cada vez más efectivos los instrumentos de política más encubiertos y menos confrontacionales, en clara vinculación con las visiones del neoliberalismo institucional.

En ese sentido, para lograr un afianzamiento de sus intereses estratégicos en la región, Estados Unidos debe, como paso primordial, concretar un grupo de acuerdos que surjan como alternativa a los volúmenes de inversión y las facilidades comerciales que ofrece hoy China.

Esto no difiere mucho de los objetivos impulsados durante la administración Obama, donde se abrió por primera vez la puerta a este tipo de instrumentos de política exterior con la creación del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), el cual, aunque se transformó con posterioridad en el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP, por sus siglas en inglés), fue un avance en lo que se llamó “el multilateralismo selectivo” (Gonzalez & Ipuche, 2022). Ulteriormente, con el ascenso al poder de Trump se comenzó a hablar de “Estrategia del Indo-Pacífico Libre y Abierto”.

Ambas visiones han sido adaptadas por el actual presidente, Joseph Biden, quien continúa manejando los conceptos de “libre y abierto”, pero desde la creación de un grupo de acuerdos como el recién lanzado “Marco Económico del Indo-Pacífico para la Prosperidad” (IPEF, por sus siglas en inglés), el cual pretende adaptar a conveniencia las normas internacionalmente establecidas por la Organización Mundial del Comercio (OMC) en materia de inversiones y comercio, tanto de bienes como de servicios.

En toda esta estrategia también se les asigna un papel vital a los actores no estatales como variables en el juego geopolítico. El despliegue de organizaciones como la USAID1, Peace Corp2 o Mercy Corp3 en países de la región y la generación de alianzas con organizaciones no gubernamentales del área, se ha convertido en los últimos 20 años en un mecanismo para emplear a los actores no estatales como legitimadores de alianzas y formadores de opinión que favorecen y toman partido hacia un bando. Esta aproximación, si bien no es nueva dentro de la política de Estados Unidos, ha ganado en cuanto a su efectividad y alcance, especialmente cuando se asocia a otras visiones como la de “soft power”4.

Quizá el instrumento que más polémica ha generado dentro de dicha estrategia es el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, también conocido como QUAD, un foro estratégico informal entre Estados Unidos, Japón, Australia e India, que se mantiene mediante cumbres semi-regulares, intercambios de información y ejercicios militares entre los países miembros. El foro fue iniciado en 2007 como un diálogo, por el primer ministro de Japón Shinzo Abe, con el apoyo del vicepresidente de los Estados Unidos Dick Cheney, el primer ministro de Australia John Howard y el primer ministro de la India Manmohan Singh. El diálogo fue paralelo a los ejercicios militares conjuntos de una escala sin precedentes, titulados “Ejercicio Malabar”. Este entendimiento diplomático y militar es visto como una respuesta al aumento del poder económico y militar chino, con lo que el gobierno del gigante asiático respondió emitiendo protestas diplomáticas formales a cada uno de sus miembros.

La planteada estrategia de expansión del QUAD, solapa el hecho de que es una construcción destinada a contener a China. Usando términos como "seguridad marítima holística", aborda cuestiones que, por su importancia para los intereses del gigante asiático, socavan la estabilidad, la seguridad y la paz en la región, sumando tensión a los conflictos regionales históricos como es el caso del Mar del Sur de China, la soberanía sobre Taiwán o la disputa territorial sobre Aksai Chin y Arunachal Pradesh con India.

Para algunos expertos el QUAD se considera un embrión de una OTAN del Indo-Pacífico, el cual busca ampliar al máximo el frente de oposición a Beijing (Drzik, 2021). Esto parte del supuesto defendido por los miembros de la alianza de que China no ofrece confianza para el desarrollo de sus intenciones estratégicas, lo cual conduce el escenario regional a un punto crítico. La primacía de este enfoque basado en la seguridad deja en suspenso el futuro de la cooperación económica y resucita terminologías de la “Guerra Fría”.

Si bien esta iniciativa, en términos técnicos y teóricos posee pocas semejanzas con la OTAN, en términos prácticos, podemos presumir una intención (no declarada) a largo plazo de dar origen a una alianza similar. Esta es una posibilidad que no se puede desestimar, especialmente si se toma en cuenta que, de concretarse, geoestratégicamente significaría crear lo que algunos politólogos han denominado como una “pinza de presión” que actúe sobre China y Rusia al mismo tiempo, lo cual supondría un cambio drástico en los equilibrios de poder mundial.

Lo que pudiera explicarse con la urgencia de Estados Unidos en tomar acciones concretas que favorezcan la contención de China: “En la competencia con la República Popular China, como en otros ámbitos, está claro que los próximos diez años serán la década decisiva. Nos encontramos en un punto de inflexión en el que las decisiones que tomemos y las prioridades que establezcamos hoy nos marcarán un rumbo que determinará nuestra posición competitiva en el futuro" (The White House, 2022).

No obstante, dentro de un sistema internacional globalizado e interdependiente económicamente, el factor económico por momentos tiene un mayor peso que el ideológico, y es algo que entienden tanto Estados Unidos como sus socios. De ello se desprende que incluso los aliados históricos y estratégicos, deben jugar, por momentos, a dos aguas, puesto que un volumen importante de sus flujos comerciales y de inversión es precisamente con China, por tanto, la preservación de dichos nexos y el buen estado de las relaciones bilaterales con este país, son asuntos que requieren de la mayor delicadeza política. En no pocas ocasiones, políticos de Australia, Japón y Nueva Zelanda han tenido que pedir disculpas o retractarse tras declaraciones que desde Beijing se han considerado ofensivas, los cuales responden mayormente al discurso y la retórica impuesta por Washington.

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Por ejemplo, durante la cumbre presencial celebrada en la Casa Blanca en septiembre de 2021 el QUAD en su declaración conjunta se refería a temas de cardinal importancia para la política exterior de la República Popular China, como es el caso de la disputa territorial en el Mar del Sur de China o la estabilidad política de Taiwán. Más adelante, en la Cumbre de mayo de 2022, el presidente Biden, declaró explícitamente que su país defendería a Taiwán frente a una eventual agresión China, lo que supone un cambio respecto a la tradicional "ambigüedad estratégica" de Washington. Esto tuvo una expresión clara con la visita en 2022 de la entonces Presidenta de la Cámara de Representante de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, a Taiwán.

Esfuerzos por contener el avance geopolítico y estratégico de la República Popular China.

La política internacional, especialmente en los últimos 30 años, ha sido testigo del vertiginoso crecimiento de la República Popular China, y su innegable conversión en una potencia global. Con el uso de mecanismos y resortes mayormente comerciales y financieros, acompañados por una sutil, pero efectiva diplomacia económica, el gigante asiático logró afianzarse a escala mundial, y con particular fuerza en su zona geográfica. Aprovechando el dinamismo de otras economías emergentes de la región, China se convirtió en el principal socio comercial de casi todas las naciones del área, incluyendo algunas con las que mantenía una contraposición histórica e ideológica.

Al propio tiempo, China ha construido un modelo político propio, que se basa en consensos y balances internos, que le ha permitido, de manera medianamente distendida, llevar adelante agendas políticas prioritarias como la lucha contra la pobreza y un desarrollo económico cada vez más inclusivo y sustentable, lo cual aglutina a las grandes mayorías en torno a un proyecto común. No obstante, existen disensos y conflictos internos, generados, entre otras razones, por la propia diversidad étnica y multicultural que alberga este gran país, los cuales son frecuentemente fomentados desde el exterior.

Lo cierto es que este vertiginoso ascenso chino ha constituido, de manera creciente, una amenaza para los intereses estratégicos y la hegemonía de Estados Unidos, tanto en el plano global como regional. En ese sentido, la nación norteña ha privilegiado de forma creciente el uso de actores de la zona de Indo-Pacífico como punta de lanza en su estrategia para mermar la influencia en los planos político, económico y militar de la República Popular China, sumando tensión a conflictos territoriales, canalizando crecientes recursos financieros hacia sus competidores y fortaleciendo la capacidad militar de muchos de los países de la región.

Desde el punto de vista económico, ha buscado además dificultar la consolidación de iniciativas como "la Franja y la Ruta", así como los vínculos con América Latina y África, los cuales poseen un alcance estratégico. En ese sentido, Estados Unidos y sus aliados han buscado promover alianzas alternativas e impulsar otras iniciativas que socavan los vínculos comerciales y de inversión establecidos por China, especialmente con países de la región Indo-Pacífico. Al propio tiempo, el impulso de algunos de los llamados acuerdos plurilaterales, que pretendían replantear un nuevo orden económico mundial, incluye no pocos elementos que restan espacio de actuación y se contraponen a los intereses futuros del gigante asiático.

Esta política no solo se ha enfocado hacia los actores estatales, sino que, como parte de un nuevo enfoque de las relaciones internacionales, ha impulsado un abierto boicot a compañías chinas, como es el caso de Huawei. Asimismo, la guerra de aranceles desatada por la administración Trump constituyó la consagración de sus intentos por contener a China y convertir el comercio internacional en un nuevo campo de batallas.

Fig. No. 1: Guerra comercial entre Estados Unidos y China.

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Por otra parte, en más de una ocasión, en el marco de foros como la Organización Mundial del Comercio (OMC), Estados Unidos ha impulsado decisiones para contener el crecimiento económico y comercial de China, primero obstaculizando la entrada de esta a la organización y posteriormente impulsando normas que abiertamente singularizan y afectan a la nación asiática.

Asimismo, ha buscado de forma creciente la politización del tema de los derechos humanos y el fomento de conflictos internos en China, en aras de desacreditar su imagen internacional y distraer sus esfuerzos, tanto diplomáticos como políticos, hacia la resolución de dichos desafíos, en lugar de dedicar su accionar hacia su proyección estratégica.

Más recientemente, la consolidación de la alianza entre la República Popular China y la Federación Rusa en los planos económico, político y militar, tras décadas de más distendidas relaciones, se vislumbra como una posibilidad de fomentar un escenario cada vez más multipolar, que contrarreste la hegemonía de Estados Unidos, lo que ha levantado las alarmas en Washington y sus aliados. Esto ha hecho plantear, a no pocos analistas políticos, que uno de los elementos básicos que llevó a la catalización del actual conflicto ruso-ucraniano fue precisamente intentar obstaculizar y retrasar de manera urgente esa potencial alianza, que supondría un reto de magnitudes sin precedente para las aspiraciones y las proyecciones de política exterior de Estados Unidos a escala global.

Por ello, no sorprende que el Concepto Estratégico de la OTAN, actualizado en 2022, reconociera abiertamente a China y a Rusia como enemigos declarados de la Alianza: “Las ambiciones declaradas y las políticas coercitivas de la República Popular China (RPC) ponen en peligro nuestros intereses, nuestra seguridad y nuestros valores. La RPC emplea una amplia gama de instrumentos políticos, económicos y militares para ampliar su presencia en el mundo y proyectar poder, al tiempo que mantiene la opacidad sobre su estrategia, sus intenciones y su rearme militar. (…) La profundización de la asociación estratégica entre la RPC y la Federación Rusa, y sus intentos de socavar el orden internacional basado en reglas, que resultan en el reforzamiento mutuo, son contrarios a nuestros valores e intereses” (NATO, 2022).

CONCLUSIONES

La estrategia Indo-Pacífico asume por momentos conceptos y nociones con innegable raíz de los tiempos de “Guerra Fría”, impulsando la confrontación en bloques y la disputa ideológica y geopolítica, lo cual a la postre busca mantener la posición dominante y el sistema de hegemonía de Estados Unidos.

Esta estrategia mezcla elementos del militarismo clásico, con otras herramientas de política exterior, como es la presión político-diplomática, la canalización de inversiones y tecnologías hacia sus competidores; y la creación de foros u organismos de legitimación de los intereses particulares disfrazándolos como necesidades o preocupaciones regionales y mundiales.

La estrategia para el Indo-Pacífico de Estados Unidos es un claro modelo del consenso entre potencias, y, al propio tiempo, del uso de organismos o agrupaciones internacionales en función de impulsar intereses concretos de política exterior, lo cual la convierte en un “híbrido” de los postulados no de una, sino de varias de las teorías dominantes en materia de relaciones internacionales. Si bien sería inexacto afirmar que esta estrategia ha logrado frenar el avance de China, lo ha obstaculizado, precisando a la nación asiática a promover una política tanto externa como interna más dinámica, afirmativa y proactiva.

Canalizar la tensión de conflictos regionales latentes, y usarlos como armas en un juego geopolítico, no es una estrategia nueva dentro de la política de Estados Unidos. Ahora bien, en el caso de la visión del Indo-Pacífico, constituye una nueva forma de interpretarlo y llevarlo a otros planos.

El uso de actores no estatales no se ha resumido a emplearlos como herramientas para lograr un objetivo, sino que también se les ha convertido en blanco de los ataques de la propia maquinaria de política exterior, lo cual puede asumirse como una aplicación práctica de los paradigmas imperantes en materia de la Teoría de las relaciones internacionales y la ciencia política, fundamentalmente el neoliberalismo institucional.

Entender de manera crítica la estrategia y visión regional para el Indo-Pacífico de Estados Unidos es uno de los temas que cobra mayor vigencia a día de hoy, puesto que, como definiera Zbigniew Brzeziński, esta zona constituye el centro del tablero geopolítico mundial.

NOTAS

1 La Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, siglas en inglés), presta ayuda a los países que se recuperan de catástrofes, intentan salir de la pobreza y emprenden reformas democráticas” (USAID, 2023).

2 Peace Corp o Cuerpo de Paz es una organización de voluntarios de los Estados Unidos. Fue creado en marzo de 1961 por el Presidente John F. Kennedy. Su sede está en Washington, D.C. Según su sitio oficial su misión “es promover la paz y la amistad en el mundo proporcionando voluntarios formados a los países que los necesitan” (Peace Corp, 2023).

3 Mercy Corps es una agencia mundial de ayuda humanitaria que interviene en entornos de transición que han sufrido algún tipo de conmoción: catástrofe natural, colapso económico o conflicto (Library of Congress, 2023).

4 Siguiendo la definición de Joseph Nye, el soft power o poder blando, “es la capacidad de obtener resultados preferidos mediante la atracción en lugar de la coerción o el pago” (Nye, 2017).

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CONFLICTO DE INTERESES

Los autores declaran que no existen conflictos de intereses relacionado con el artículo.