Proyección geoeconómica de Estados Unidos contra China: de la guerra comercial a la de los semiconductores

United States' geo-economic projection against China: from trade war to semiconductor war

Dr. C. Luis René Fernández Tabío

Doctor en Ciencias Económicas. Profesor Titular e Investigador del Centro de Investigaciones de Economía Internacional (CIEI) de la Universidad de La Habana, Cuba. luis.fernandez@ciei.uh.cu 0000-0003-3535-2789

Cómo citar (APA, séptima edición): Fernández Tabío, L. R. (2024). Proyección geoeconómica de Estados Unidos contra China: de la guerra comercial a la de los semiconductores. Política Internacional, VI (Nro. 1), 36-48. https://doi.org/10.5281/zenodo.10391611

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.10391611

 

Recibido: 10 de noviembre de 2023

Aprobado: 11 de diciembre de 2023

 

RESUMEN El presente artículo analiza el uso de la geoeconomía desde la perspectiva neoconservadora en la política exterior de Estados Unidos hacia China. En particular, se examina la contradicción existente entre los intereses económicos y los desafíos de seguridad nacional de Estados Unidos, en un contexto de creciente confrontación entre estas dos grandes potencias. El aumento en el empleo de instrumentos económicos para frenar el desarrollo de la República Popular China, desde el bloqueo de la exportación de redes 5G hasta la guerra tecnológica en campos considerados estratégicos, como la inteligencia artificial y los microprocesadores, ha tenido amplias repercusiones en las cadenas globales de suministro y en la fragmentación de la economía internacional. Estos cambios han modificado el comportamiento y las tendencias de la economía internacional, con amplias implicaciones en los ámbitos económico y político, promoviendo así la reconfiguración del orden internacional.

 

Palabras clave: Economía Internacional, Estados Unidos, China, Políticas Públicas y regulaciones, guerra tecnológica, guerra comercial

 

ABSTRACT This article analyzes the use of geoeconomics from the neoconservative perspective in the foreign policy of the United States towards China. In particular, the contradiction between the economic interests and national security challenges of the United States is examined, in a context of growing confrontation between these two great powers. The increase in the use of economic instruments to slow down the development of the People's Republic of China, from blocking the export of 5G networks to technological warfare in fields considered strategic, such as artificial intelligence and microprocessors, has had broad repercussions on the global supply chains and the fragmentation of the international economy. These changes have modified the behavior and trends of the international economy, with broad implications in the economic and political spheres, thus promoting the reconfiguration of the international order.

 

Keywords: International Economy, United States of America, China, Public Policy and Regulation, technology war, trade war

 

 

INTRODUCCIÓN

La política de enfrentamiento de Estados Unidos a China se explica por el aumento de la posición de poder del gigante asiático respecto a este país y su declinación relativa como principal potencia imperialista y centro del capitalismo mundial a partir de la década de 1970 del siglo pasado. Este fenómeno se ha visto exacerbado como resultado de la gran crisis económica y financiera (2007–2009), la postpandemia de la COVID-19, y otros retos que enfrenta su economía, como la alta inflación y los elevados déficits fiscal y de deuda federal. Además, se suma, la inestabilidad de los precios de los hidrocarburos y los alimentos, en medio del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, con el respaldo de Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) desde inicio de febrero de 2022.

Desde la perspectiva de política exterior norteamericana, esa estrategia se apoya en el realismo político, el excepcionalismo estadounidense –crecientemente cuestionado por sectores de su sociedad-, y la postura de su clase política de no ceder cuotas hegemónicas. En este contexto se hacen manifiesto los intentos de revertir su declinación mediante el creciente empleo de instrumentos de fuerza, económicos y militares, sin excluir los medios de poder blando. El posicionamiento de Estados Unidos hacia China, con frecuencia difuso o encubierto en una retórica oficial que dice circunscribirse a la competencia y colaboración, ha transitado gradualmente desde un conflicto de carácter eminentemente económico basado en discrepancias en el terreno de la economía internacional, a otro sustentado cada vez más en tensiones y conflictos geopolíticos.

Los cambios en la política exterior, económica y de la llamada seguridad nacional del imperialismo estadounidense, están cada vez más entrelazados e influidos por la corriente neoconservadora de la geoeconomía, también identificado como diplomacia económica instrumental (economic statecraft) a partir de elaboraciones teóricas desde 1990. Aunque en esta perspectiva política se enfatiza el empleo de las medidas económicas coercitivas, no se excluyen los instrumentos militares de la geopolítica tradicional y las intervenciones militares directas, que tuvieron un lugar principal en la llamada guerra contra el terrorismo iniciada por George W. Bush con posterioridad a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. En la actualidad, se revitaliza el instrumento militar, con significativos aumentos del gasto para cubrir la enorme ayuda bélica a Ucrania y el creciente apoyo financiero y militar adicional a Israel.

Existen evidencias, no obstante, sobre el inicio de fricciones en la política de Estados Unidos con un enfoque confrontacional hacia China a partir de la administración de George W. Bush. Durante esos años, las desavenencias fundamentales estaban relacionadas por la subvaloración del renminbi, considerada por la administración estadounidense un instrumento para estimular sus exportaciones. Aunque existieron discusiones al respecto e intentos del Congreso de aplicar tarifas aduaneras, dada la gran interdependencia económica, se optó entonces por no escalar la guerra comercial contra China (Blustein, 2023).

En los años de Barack Obama, la política de enfrentamiento con China mantuvo las mismas críticas en el plano comercial, a lo que agregaban que Beijing no se había transformado -como se esperaba luego de su incorporación a la Organización Mundial de Comercio y dado los compromisos asumidos-, hacia una creciente liberalización de su economía. En la práctica, la política del presidente Obama estaba encaminada a fortalecer las relaciones económicas con sus aliados y tratar de aislar al gigante asiático mediante acuerdos megarregionales con Europa, Asia y América. Con ello, se pretendía frenar el creciente dinamismo de las relaciones entre la Unión Europea y China. La concepción estratégica se dirigía a fortalecer el atlantismo económico, e imponer nuevas condiciones dentro de la Alianza Transpacífico (TPP) y el tratado de integración con la Unión Europea (TTIP), ajustadas ambas a los intereses estadounidenses.

El presidente Donald Trump echó por tierra este enfoque, realizando un cambio significativo en la política exterior, al incrementar el proteccionismo comercial en general y avanzar hacia una política caracterizada por su extremo unilateralismo, que se concentró en el conflicto comercial con China para, según su retórica, reducir el déficit comercial. Postulaba que los empleos manufactureros de Estados Unidos se habían “exportado” fundamentalmente a China, y ello además de incrementar el déficit comercial, creaba tensiones socioeconómicas en ese sector de la industria manufacturera estadounidense, reflejadas en el descontento de sus trabajadores, lo que fue hábilmente utilizado por Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016 y le sirvió como una de sus bases electorales.

Por otra parte, la hostilidad con Huawei, la muy competitiva firma china de la esfera de las telecomunicaciones y la telefonía móvil, que estaba demostrando un liderazgo en la competencia mundial en las redes de 5G, fue objeto de una persecución internacional por el gobierno estadounidense. Evidentemente, las sanciones y presiones políticas a países aliados de Estados Unidos para que no instalaran redes 5G basadas en la tecnología desarrollada por esta empresa china nunca tuvieron una base económica, en el sentido de competencia comercial entre empresas, sino en la excusa de los denominados riesgos a la “seguridad nacional”.

Desde el primer momento, el argumento central estuvo sustentado en un problema de carácter geopolítico. Los estrategas estadounidenses argumentaban que el avance de las empresas chinas en este campo significaba un reto para Estados Unidos y sus aliados, debido a la importancia creciente de estas redes globales como fuente de inteligencia e influencia política en todo el mundo. No concebían el avance de China en el desarrollo de esta tecnología solo como un asunto de competencia económica, sino por sus implicaciones para la correlación internacional de fuerzas, el progresivo debilitamiento de la hegemonía estadounidense y el resquebrajamiento de su sistema de explotación y dominación mundial. Es obvio que esta tendencia política subordina la política económica y es contraria al liberalismo, y sobre todo al neoliberalismo.

Además, esto tuvo consecuencias más allá del reto que la estrategia estadounidense quiso superar, afectando a las redes globales al reducir los beneficios de las transnacionales, con nefastas consecuencias para la economía internacional y el propio proceso de globalización, que sufre una reconfiguración que incluso llegó a imponer el veto a la presencia de Huawei en el mercado británico, entre otros países (Gil, 2020).

Puede afirmarse que el incremento del conflicto económico, financiero y tecnológico desarrollado por Estados Unidos contra China y otros países de cierto peso en el mercado mundial, como Venezuela, Irán y Rusia, generan fragmentación y restructuración de las cadenas globales de suministro asociadas a las industrias consideradas fuentes de riesgo y vulnerabilidades para la posición de poder de Estados Unidos en las relaciones internacionales.

Ello ha ocasionado el fenómeno de la reubicación de las cadenas de suministro en la proximidad geográfica (nearshoring), o trasladarlas a países amistosos (friendly shoring), que en general constituye una restructuración de las cadenas globales de valor determinada por criterios políticos que van en contra de la eficiencia del proceso productivo global desplegado en la etapa precedente. Es decir, son motivados no por razones económicas ni por abaratar los costos de producción o maximizar los beneficios; sino por la lucha entre grandes potencias, que persiguen una redistribución de las cuotas de poder y la transformación del orden económico y político mundial.

La perspectiva neoconservadora en política exterior ha aportado importantes desarrollos en la actual etapa de confrontación que, si bien son contradictorios con los intereses económicos del capital transnacional, evidencian su persistencia y acomodo a los escenarios actuales de las relaciones internacionales, impulsados por consideraciones estratégicas de la clase política estadounidense, que reconoce como riesgos a su hegemonía el ascenso de potencias no subordinadas a sus intereses. Está tendencia en la política exterior se ha ido consolidando, y podría identificarse como una especie de nuevo Consenso de Washington que abarca tanto a demócratas como republicanos.

La nueva tendencia, resultado del ajuste o cambio de la política exterior estadounidense, se perfila y hace mucho más visible con la actual administración de Joseph Biden, que le da continuidad a la política de su predecesor debido a factores y condiciones internas e internacionales no coyunturales, sino de carácter estructural. Dentro de estas están las crecientes pugnas entre grandes potencias y las luchas por la emancipación de países en busca de relaciones internacionales más justas y equilibradas, que determinan la marcha en el proceso de reconfiguración del orden global.

Más allá de la pretendida retórica de mantener diálogos diplomáticos y cierta competencia legítima –porque también hay fuerzas que reconocen el perjuicio que representa la guerra económica con China-, e incluso la cooperación en temas globales como la protección y los desafíos frente al cambio climático, es patente el creciente empleo de los instrumentos económicos de poder contra China, y el fortalecimiento de las alianzas militares en el entorno geoestratégico chino, incluido la asistencia en este campo a Taiwán, lo que constituye una violación de la política de una sola China y transgrede la soberanía del gigante asiático sobre ese territorio.

Ello coloca a la estrategia de Estados Unidos hacia China y otras potencias emergentes en un curso de creciente confrontación, independientemente de que la visión china haya tratado sistemáticamente de evitar este conflicto y declara abiertamente estar por una política exterior no hegemónica, procurando conservar un entendimiento de coexistencia pacífica con Estados Unidos y sus aliados occidentales. Sin embargo, ante estas evidencias, los propios analistas, políticos y líderes chinos reconocen la necesidad de prepararse para esa eventualidad, e incluso a una guerra híbrida, que no puede excluirse de los escenarios futuros.

Sin embargo, no es solo una errónea interpretación de las precedentes políticas estadounidenses, sino también un terreno analítico riesgoso sobre el cual construir una nueva estrategia de seguridad nacional. Cada administración ha balanceado sus intereses económicos con el compromiso estratégico de tratar de preservar la posición hegemónica estadounidense y contrarrestar el ascenso de China socialista a través de alianzas, acuerdos comerciales y el poder militar de Estados Unidos. En la actualidad se alcanza un momento político y económico de gran complejidad, atravesado por múltiples crisis en el orden y el sistema de relaciones internacionales, en que la política estadounidense hacia China pretende al mismo tiempo preservar la interdependencia de intereses económicos y lograr sus objetivos hegemónicos, basados en la llamada reducción de riesgo a su seguridad (de-risking) para debilitar el progreso tecnológico de China, e impedir su reposicionamiento en el nuevo sistema multipolar en proceso de formación.

DESARROLLO

Antecedentes de la situación económica actual

Las bases económicas del sistema socioeconómico socialista de la República Popular China han determinado el avance acelerado de las fuerzas productivas y el incremento de las condiciones socioeconómicas de su pueblo. Ello se ejemplifica en el logro de sacar de la pobreza a alrededor de 800 millones de personas en apenas cuatro décadas, un hecho sin precedente a nivel global.

Las modificaciones de la estrategia para el desarrollo económico de China han tenido que lidiar con sus propios problemas y desequilibrios, en correspondencia con sus distintas etapas, en un marco de complejas condiciones en la economía mundial. El dinamismo del comercio mundial se ha reducido respecto a la producción global, y ya no es la principal fuente de los rápidos ritmos de incremento del Producto Interno Bruto. La nueva estrategia del renovado liderazgo chino propone la circulación dual, que hace énfasis en el desarrollo hacia adentro y un fortalecimiento aún mayor de los planes y programas de desarrollo interno basado en el acelerado avance científico técnico, pero sin descuidar el mercado mundial, con la Franja y la Ruta como un vínculo entre ambas. Las consecuencias devastadoras de la pandemia de la COVID-19 y la repercusión de la crisis mundial derivada de esta, y otros problemas como la inflación y altos precios de los hidrocarburos y materias primas, han repercutido como choque externo en el ritmo de crecimiento de la economía mundial y en la demanda de exportaciones chinas.

En el año 2020, el ascenso de la economía del gigante asiático fue de 2.2%, cuando otras economías registraban severas recesiones, pero ya en 2021 el aumento del PIB fue de 8.1%. Sin embargo, se suponía que en el año 2022 se alcanzaría un mayor dinamismo del producto, estimado por el gobierno en más de 5% del PIB, pero el resultado fue mucho menor, ubicado en el entorno del 3% (OMC, 2021, Capítulo III: 22). Ello se debió principalmente a la aparición de las variantes OMICRON de la pandemia, enfrentadas inicialmente con la política de COVID cero. El cierre de grandes ciudades, centros económicos y financieros, afectó notablemente el crecimiento económico en medio de una situación internacional todavía muy difícil.

En este contexto, el recrudecimiento de las acciones agresivas de Estados Unidos contra China ha agudizado las contradicciones, y generado dificultades en las cadenas de suministro debido a la guerra económica y tecnológica. La estrategia geoeconómica del imperialismo estadounidense, expresada en las acciones concretas para limitar el acceso de China a los chips más avanzados, y las respuestas a esa política del gigante asiático, serán de la mayor trascendencia para la correlación internacional de fuerzas en las próximas décadas, pero en sí mismas entrañan un cambio de política que tiene repercusiones también sobre la economía mundial y de Estados Unidos.

Obviamente, no es lo mismo cuando las medidas coercitivas se aplican contra un país con un mercado pequeño o mediano, que cuando son grandes productores y exportadores en el sector manufacturero y el comercio mundial. La interdependencia entre las dos mayores economías del mundo es muy estrecha y abarca inversiones, flujos comerciales e importantes cadenas de suministro creadas en los marcos del acelerado proceso de globalización.

La política exterior de Estados Unidos al poner el énfasis en los desafíos a su “seguridad nacional” y proponerse introducir mecanismos para reducir esos riesgos, se coloca en una situación sumamente difícil y contradictoria, porque para lograr sus propósitos tiene necesariamente que afectar sus intereses económicos y de sus aliados, así como los de grandes transnacionales enlazadas estrechamente con empresas e instituciones chinas. El avance de tales políticas contra la economía de China provoca respuestas que empeoran las relaciones y escalan los niveles de conflicto, con sus correspondientes afectaciones para ambas economías y el resto del mundo. Asimismo, las restricciones para el desarrollo tecnológico y científico de alta tecnología, con argumentos basados en riesgos para la “seguridad nacional”, no solamente traen perjuicios económicos relativos al aumento de los costos de producción y precios de los productos finales, lo que también reduce la competitividad; sino que impulsa la inflación, reduce la demanda, y daña las posibilidades de colaboración científica y desarrollo tecnológico.

Es decir, la dificultad práctica de reducir los riesgos para la “seguridad nacional” sin afectar los beneficios para las economías de los países involucrados es enorme e insalvable. Se trata de la contradicción entre proteger la seguridad nacional, que al emplear las medidas económicas coercitivas contra la segunda gran economía y en algunos sectores la primera, daña los intereses económicos de sus propias transnacionales y repercute negativamente sobre la economía mundial.

Tanto las fuentes oficiales chinas, como organismos internacionales, el Banco Mundial y la OCDE coinciden en que el comportamiento de la economía china será mejor en 2023 y probablemente en 2024. Las proyecciones sitúan el crecimiento del PIB en un entorno del 5%, si bien hay gran incertidumbre y se reconocen fuerzas contrarias, tanto por razones internas como por la previsible desaceleración y recesión en mercados importantes para las exportaciones chinas, como la Unión Europea y Estados Unidos (Banco Mundial datos, 2023).

La inflación bastante generalizada en todo el mundo con distintas expresiones comenzó a reducirse en Estados Unidos desde finales de 2022, pero todavía es alta respecto al nivel deseado, y la Reserva Federal para enfrentarla mantiene una política de altas tasas de interés, que repercuten tanto sobre su propio desempeño y en la economía mundial, especialmente en el mercado financiero y en los países con altas vulnerabilidades respecto a sus deudas. Estados Unidos acrecienta sus desequilibrios fiscales debido a los enormes gastos, asociados primero a la pandemia, y a las políticas industriales y de recuperación de la infraestructura del presidente Biden, a lo que se suman los astronómicos presupuestos para los gastos de defensa, acrecentados por la multi millonaria ayuda bélica a la guerra contra Rusia y en apoyo a Israel en el Oriente Medio.

La proyección de Seguridad Nacional de Estados Unidos al designar a Rusia y a China como retos a su liderazgo crea un contexto conflictivo para las relaciones internacionales, al involucrar a las dos mayores economías. Aunque han tratado de diferenciar la retórica diplomática de la práctica en las relaciones de EE. UU. con China. La política exterior estadounidense, aunque no se lo proponga, profundiza las relaciones entre China y Rusia, tendencia desfavorable para el imperialismo norteamericano en el mediano y largo plazo.

Las tensiones geopolíticas internacionales para China representan dificultades en el corto plazo, pero el país está en mejores condiciones para enfrentarlas por su sistema político, económico y social de carácter socialista. Ya se perciben pasos en la transformación del orden internacional que presumiblemente van a favorecer la posición de China debido a su estrategia de no condicionar las relaciones con otros países a sistemas políticos u orientaciones ideológicas para lograr un futuro compartido.

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Además, se está expresando un creciente interés en países importantes de todas las regiones en integrarse al BRICS. En la última cumbre en Sudáfrica, en agosto de 2023, se integraron otros países en un BRICS plus, con la incorporación de Irán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Argentina, Egipto y Etiopía, por ahora. La ampliación del BRICS debe acelerar la consolidación de un multilateralismo más robusto y equilibrado, debido a la declinación relativa de Estados Unidos y el fortalecimiento de la posición geopolítica china dentro de este grupo y el llamado sur global. Ante la guerra en Ucrania de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, percibida ya como “guerra mundial”, y el renovado conflicto de Israel contra los palestinos en Gaza, y las sanciones, guerra comercial y tecnológica con China, se manifiestan países importantes que consideran no deben tomar partido contra Rusia ni contra China.

En medio de las convulsiones del sistema mundial actual, la perspectiva de la economía China en la economía internacional y en la geopolítica, si bien no está exenta de retos, presenta las mejores expectativas, pues sigue marcando el rumbo de las transformaciones internas para beneficio de su pueblo, encabezado por el Partido Comunista Chino; y externas, favorecedoras de un multilateralismo abierto y no subordinado a una postura política ideológica, sino basado en principios compartidos de respeto a la soberanía e independencia.

Problemática socioeconómica de China

Los cambios en la estrategia de China para establecer un socialismo con características propias, a partir de la apertura y reforma iniciada en 1978, ha sido resultado de la interacción de problemas internos asociados al patrón de acumulación adoptado en cada etapa, y condiciones externas de la economía y la política mundial. Dado el momento histórico, el liderazgo político del país ha realizado ajustes en su estrategia para el logro de sus objetivos. La más reciente proyección de China fue realizada en el 20 Congreso del Partido Comunista Chino realizado a finales de 2022 y allí se plantearon los lineamientos generales y los propósitos socioeconómicos para el próximo quinquenio y, con una mirada a más largo plazo, hasta el 2030 y las siguientes décadas.

El texto del documento aprobado en ese conclave establece los objetivos de la sociedad socialista con características chinas, y subraya la necesidad de promover de manera coordinada la disposición estratégica de las "cuatro integralidades":

“…por coordinar la prevención y el control de la COVID-19 y el desarrollo económico y social, por dar coordinación al desarrollo y la seguridad, por adherirse a la tónica general del trabajo consistente en la pugna hacia un progreso basado en la estabilidad, por promover con todas las fuerzas el proceso de culminación de la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada, por implementar de manera completa, acertada y general la nueva concepción del desarrollo, por impulsar con empeño el desarrollo de alta calidad, por estructurar con iniciativa la nueva configuración del desarrollo, por propulsar a paso ágil y seguro la reforma, por impulsar con solidez la democracia popular de proceso entero, por promover integralmente la gobernación del país según la ley, por desarrollar con dinamismo la cultura socialista avanzada, por garantizar y mejorar destacadamente las condiciones de vida del pueblo, por librar con fuerzas concentradas la batalla de asalto de plazas fuertes en la liberación de la pobreza, por impulsar enérgicamente el fomento de la civilización ecológica” (Informe del XIX Comité Central del PCCh, 2022).

Entre las palabras clave de la formulación anterior, encontramos “la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada”, “desarrollo de alta calidad”, “garantizar y mejorar destacadamente las condiciones de vida del pueblo”, “liberación de la pobreza” y “civilización ecológica”.

Las mutaciones en la actual estrategia obedecen principalmente a percepciones sobre los particulares desafíos por los que atraviesa su modelo de desarrollo en la presente etapa, tomando en cuenta el difícil y complejo proceso de transformación del orden mundial, en el que China tiene un lugar protagónico. En el orden interno, el acelerado ritmo de crecimiento de la economía china ha traído un fortalecimiento del país en todos los órdenes, pero también ha generado dificultades de carácter socioeconómico que necesariamente deben ser corregidos, dado el carácter socialista del sistema político. En el orden externo, el rápido ascenso económico del gigante asiático como potencia mundial ha acrecentado la política hostil por parte de Estados Unidos, sobre todo a partir de la llegada a la presidencia de Donald Trump en 2017, continuada por el gobierno demócrata de Joseph Biden, en este caso dirigida a obstaculizar ese avance con mayor empleo del multilateralismo y sus alianzas internacionales. Los estrategas del imperialismo estadounidense pretenden subordinar a China a sus intereses, porque consideran que su impetuoso fortalecimiento busca cambiar el sistema de relaciones internacionales bajo otro paradigma y desplazar a Estados Unidos de la hegemonía mundial, ya en entredicho.

En la actualidad, el escenario mundial de las relaciones internacionales políticas y económicas es sumamente complejo, y con altísimo nivel de incertidumbre. Muchos expertos consideran la existencia de una tercera guerra mundial ya en proceso en Europa, o una guerra mundial fragmentada desde hace casi una década, (Merino, E; Rang Carlos coordinadores, 2016). El propio Papa Francisco expresó tempranamente su criterio de que está en marcha “la Tercera Guerra Mundial”, y no “en pedazos”, como efectivamente había representado en otras ocasiones (ANSA, 2022). Este difícil contexto tiene gran trascendencia para China por su creciente poderío, en cualquier escenario de la economía, la política internacional, la geopolítica y la geoeconomía mundial. Es decir, todo lo descrito anteriormente ocurre en el marco de una fuerte disputa entre grandes potencias, siendo el gigante asiático la potencia emergente, con mayor capacidad económica, política, tecnológica y militar de influir en la configuración del nuevo orden internacional en formación.

En términos diplomáticos, la retórica política de Estados Unidos hacia China muestra ambivalencias, porque en sus relaciones bilaterales existen, más allá de la estrategia de “seguridad nacional” y las visiones geopolíticas y geoeconómicas, intereses económicos significativos que quieren preservar. No faltan las interpretaciones en revistas influyentes en la conformación de la política exterior estadounidense, como Foreign Affairs, que refieren las supuestas lecciones para China del actual conflicto bélico en Europa y proponen una política de concertación multilateral de Estados Unidos y sus aliados para presionarla aún más mediante la coerción política y económica.

Para Beijing, la lección es menos sobre economía y más sobre diplomacia y relaciones. A medida que reabre su economía, después de tres años de bloqueos, China está trabajando para reconstruir relaciones, recibir a líderes extranjeros de todo el mundo, incluido de Asia y Europa, hacer negocios, intentar contrarrestar cualquier esfuerzo estadounidense putativo para forjar una coalición contra China. Para Washington, la conclusión es la misma: en cualquier confrontación potencial con China, el arma más valiosa en el arsenal económico de Estados Unidos, será la fortaleza de sus asociaciones internacionales (Feigenbaum, E. A.; Szubin, A. 2023).

En el plano político e ideológico se suman argumentos para el conflicto bilateral, asentados en las diferencias entre el sistema democrático liberal burgués (Estados Unidos y sus aliados occidentales) y el sistema socialista chino, considerado por aquellos como una autocracia, e incluso un sistema económico que no opera como economía de mercado. El desafío adicional que plantean los estrategas del imperialismo estadounidense, parte de suponer que China trata de exportar su sistema político (Beckley, M.; Brands, H. 2023). En la visión de la seguridad nacional estadounidense, es un reto inaceptable para la hegemonía del imperialismo la expansión internacional de la influencia de China en todos los campos, incluyendo el ideológico y cultural, desde la Iniciativa de la Franja y la Ruta, hasta el establecimiento de Institutos Confucio por todo el mundo. A partir de esta interpretación, aunque no exista todavía un consenso entre los expertos, gana terreno la caracterización de las relaciones internacionales como una nueva guerra fría, o una guerra híbrida, que podría desembocar en una Tercera Guerra Mundial, si es que esta ya no haya comenzado, cuyo resultado determinará el escenario resultante del actual proceso de la reconfiguración del orden internacional.

La visión estratégica de Estados Unidos sobre tecnología: una nueva política económica o de “seguridad”

Según Allan Sullivan, asesor de Seguridad Nacional estadounidense, los elementos esenciales del cambio en el enfoque de la política económica internacional responden a lo siguiente:

“Gran parte de la política económica internacional de las últimas décadas se ha basado en la premisa de que la integración económica haría que las naciones fueran más responsables y abiertas, y que el orden global sería más pacífico y cooperativo y que llevaría a los países al orden basado en reglas” (Sullivan, 2023).

Aunque no se plantea en esos términos, es evidente un retroceso respecto a la visión neoliberal en el pensamiento económico estadounidense desde finales de 1980 y hasta 2017. Por lo tanto, el enfoque confrontacional basado en la visión geoeconómica subordina a la política económica e impone el nuevo proteccionismo y una revisión a los acuerdos de libre comercio, considerados fuente de los problemas socioeconómicos internos, derivados de la reducción del empleo en la industria manufacturera.

Jake Sullivan en la Brookings Institución afirmó, a inicios de 2023, que “…la administración no busca desvincularse de China, solo reducir la dependencia excesiva de los proveedores chinos de bienes y minerales críticos” (Lynch, 2023). A pesar del discurso, que aparenta estar a medio camino entre la competencia y la confrontación, la tendencia en asuntos cruciales, como el tema del acceso a las tecnologías y producción de los microprocesadores más avanzados, repercute en todo el sistema de la economía internacional.

Los semiconductores de la más alta tecnología tienen importancia clave en el desarrollo de lo que serán campos del progreso intelectual, productivo y humano en todas las ramas del saber, incluyendo la informática, las comunicaciones, la inteligencia artificial, la industria biotecnológica y la aeroespacial. Esto hace que Estados Unidos considere un riesgo que se haya reducido la producción de chips en su propio territorio, de un 37% en 1990, a un 12% en 2020, cuando la empresa taiwanesa TSMC controlaba entonces el 90% de la fabricación de los chips más avanzados. La misma compañía TSMC, para responder a los objetivos de la política estadounidense ha propuesto construir una planta en Arizona por un valor entre 12 mil millones y 40 mil millones de dólares. También se expanden las inversiones fuera de Estados Unidos, en Japón y Europa, pero las consecuencias de ese desplazamiento de la empresa líder podrían debilitar el empleo en Taiwán, influyendo en su relación con China (CNN, 2023).

Este cambio en la distribución en la producción de este importante componente a escala global es un desafío para Estados Unidos, y también un incentivo para avivar el conflicto, generado por tendencias en la administración estadounidense contrarias al mantenimiento de la política de un país dos sistemas y el reconocimiento de Taiwán como parte de China. La política de Estados Unidos en este sentido ha provocado fuertes tensiones en las relaciones bilaterales con China que tiene también un trasfondo económico y tecnológico.

Como parte de esta guerra tecnológica hacia China está la denominada Ley CHIPS, aprobada en agosto de 2022 por el Congreso estadounidense (CHIPS and Science Act 2022), que concibe una política industrial dirigida a incrementar la producción de estos componentes tecnológicos dentro del territorio estadounidense. Para lograrlo, se ha hecho todo lo posible por atraer a fabricantes de chips para que instalen sus nuevas fábricas en Estados Unidos. La Ley CHIPS, proporciona además 280 000 millones de dólares en nuevos fondos para acelerar la investigación y fabricación nacional de semiconductores (White House, 2022). El resultado de este esfuerzo en política industrial no será en el corto plazo, pero se reconoce tendrá como efectos una mayor segmentación de las cadenas globales de suministros, fenómeno generador de pérdidas económicas e ineficiencias a escala global.

La empresa Intel, por su parte, está gastando 18 000 millones de euros en construir la mayor fábrica de chips del mundo, en un suburbio de Columbus (Ohio), que según la empresa dará empleo al menos a 3 000 personas cuando esté terminada en 2025.

Además, “es importante destacar que, en 2019, después de más de un año de intenso cabildeo en EE.UU., el gobierno holandés impidió que la empresa clave ASML, que construye y suministra la maquinaria de fabricación de chips más avanzada para la industria de semiconductores, exportara sus equipos a China” (NO Cold War, 2023).

Todas estas políticas han sido elaboradas en el marco de la Estrategia de Seguridad Nacional y explicadas por sus funcionarios en los siguientes términos: “La República Popular de China alberga la intención y, cada vez más, la capacidad de remodelar el orden internacional a favor de uno que incline el campo de juego global a su favor, aun cuando Estados Unidos sigue comprometido con la gestión responsable de la competencia entre nuestros países” (NSS, 2022: 23). Adicionalmente, “…Beijing tiene la ambición de crear una esfera de influencia mejorada en el Indo-Pacífico y convertirse en la principal potencia mundial. Está utilizando su capacidad tecnológica y su creciente influencia sobre las instituciones internacionales para crear condiciones más permisivas para su propio modelo autoritario y moldear el uso y las normas de la tecnología global para privilegiar sus intereses y valores” (NSS, 2022: 23).

El citado documento, define claramente que: “Nuestra estrategia hacia la República Popular China tiene tres partes: 1) invertir en los cimientos de nuestra fortaleza en casa: nuestra competitividad, nuestra innovación, nuestra resiliencia, nuestra democracia, 2) alinear nuestros esfuerzos con nuestra red de aliados y socios, actuando en común propósito y en causa común, y 3) competir responsablemente con la RPC para defender nuestros intereses y construir nuestra visión para el futuro. Los primeros dos elementos, invertir y alinear, se describen en la sección anterior y son esenciales para superar a la República Popular China en los dominios tecnológico, económico, político, militar, de inteligencia y de gobernanza global” (NSS, 2022: 24).

Desequilibrios económicos internos, reflejados en el déficit fiscal y la deuda pública que se convierte en un conflicto de política interna en un año previo a las elecciones de 2024, se agregan a los problemas de su sistema financiero y el dólar como centro del sistema monetario internacional. Existe un debate sobre la desdolarización del sistema monetario centrado en el dólar de Estados Unidos, y aunque sea sumamente difícil establecer pronósticos a corto e incluso mediano plazo, se observa una tendencia a la disminución de la participación de la moneda estadounidense en las funciones de dinero mundial. En el proceso de reducción del dólar como reserva monetaria, desempeña un papel importante la pérdida de la confianza en su condición de reserva, lo cual es parte del mecanismo de compra de la deuda de Estados Unidos. El debate sobre el incremento del techo de la deuda estadounidense durante mayo de 2023, complicado por las continuas divisiones políticas internas, aunque en el último momento fueron resueltas, generaron enorme incertidumbre. Esto pudo haber desatado un nuevo episodio de crisis financiera y económica en Estados Unidos, de repercusiones mundiales.

Por tanto, en un contexto de cada vez más frecuentes y complejas fracturas y crisis del sistema político estadounidense, la enorme deuda y las decisiones presupuestarias crean una gran vulnerabilidad económica para 2024, en momentos decisivos de la contienda electoral.

La falta de confianza a nivel internacional sobre la conducción de la política económica estadounidense se agrega a las causas, de carácter estructural, manifiesta en la declinación de la hegemonía del dólar, los desbalances internos, las crisis previas y del empleo intensivo de la moneda estadunidense como arma en la guerra económica contra otros países. Es decir, el empleo del dólar como instrumento económico de poder en conflictos internacionales se convierte en un incentivo adicional para que otros países avancen en propuestas de mecanismos alternativos para reducir esa vulnerabilidad, acelerando el proceso de transformaciones en curso en el sistema monetario internacional.

CONCLUSIONES

La política de Estados Unidos hacia China ha transitado de un enfoque centrado en el acercamiento, o la llamada involucración, diseñada durante la administración de Richard Nixon en la década de 1970, a una confrontación sistémica, basada en presupuestos ideológicos y políticos, asentados en la geoeconomía, la geopolítica y la seguridad nacional estadounidense. El fortalecimiento de China como potencia mundial, sin abandonar su modelo de desarrollo socialista, ha estimulado una política estadounidense cada vez más enfocada en la confrontación.

No habiendo consenso al interior de la clase dominante estadounidense en cómo enfrentar el desafío chino, dada la enorme interdependencia económica desarrollada durante el auge de la globalización, el gobierno de Trump desplegó una agresiva guerra comercial contra China, con el propósito de reducir el déficit. También priorizó los desafíos a la “seguridad” y la influencia mundial de Estados Unidos, aplicando sanciones a la empresa Huawei y su desarrollo de redes 5G por todo el mundo, bajo la justificación de constituir una amenaza para la hegemonía Estados Unidos y de sus aliados.

El presidente Biden le ha dado continuidad y profundizado aún más la confrontación, pero de otro modo, sumando alianzas con sus socios en materia de comercio y tecnología, apoyado en un énfasis, en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional, en impedir el desarrollo por China de la tecnología de producción de microprocesadores más avanzados y de mayor capacidad, clave para el desarrollo de la humanidad en las próximas décadas. Ello incluye la aplicación en Estados Unidos de una política industrial con fuerte financiamiento público del orden de los billones de dólares, para incrementar la producción interna de estos componentes, así como impedir el acceso a China no solo de productos terminados más avanzados, sino de los medios de producción necesarios para desarrollarlos por sus propias empresas.

Las consecuencias de esta guerra económica con fines geopolíticos contra China tienen grandes y negativos efectos para la economía mundial, que comienza a reflejarse en un proceso acelerado de restructuración del orden económico y político internacional. China muestra, cada vez más, un mayor liderazgo, de conjunto con otras potencias agrupadas en múltiples procesos de integración, alianzas estratégicas, como el grupo de los BRICS, que se expande y abarca ámbitos monetarios, financieros y regulatorios cada vez de mayor trascendencia.

Aunque el cambio del orden económico internacional es un proceso gradual, que puede durar todavía décadas hasta alcanzar su consolidación y estabilización, no cabe duda de la necesidad de profundizar en los estudios que aborden la estrategia de confrontación geoeconómica de Estados Unidos contra China, dado que en la actualidad son las dos mayores potencias en todos los órdenes, y este será el escenario principal en la reconfiguración del sistema económico internacional en los próximos años.

Existe un debate entre especialistas sobre el proceso de la llamada desdolarización. La moneda estadounidense sigue manteniendo la primacía en las funciones del dinero mundial, frente al resto de las monedas. No obstante, la declinación relativa de poder de Estados Unidos también se está reflejando en el sistema monetario internacional, centrado en el dólar estadounidense, en el cual este ha venido perdiendo gradualmente su participación. Las crisis económicas estructurales y sus manifestaciones en Estados Unidos se encuentran en el basamento de esa tendencia, si bien el empleo de los instrumentos económicos de poder con fines geoestratégicos, como los aplicados contra China en sus distintas formas, aceleran la transformación del sistema monetario y el avance de otros mecanismos alternativos.

Nuevas alternativas en el ámbito monetario internacional son posibles por los desarrollos tecnológicos, como las monedas digitales y los mecanismos para el comercio y las transferencias financieras electrónicas, que desarrollan China y otras potencias no subordinadas a Estados Unidos, como Rusia. Con esto, buscan reducir sus vulnerabilidades y desarrollar sistemas de intercambio económico alternativos, tanto como parte de sus relaciones bilaterales, o en un marco de alianzas o agrupamientos de mayor alcance, como es el caso de los BRICS.

A partir de la presidencia de Trump se aprecia una mayor inclinación hacia la confrontación, incluso dentro de los formuladores de política en Estados Unidos y en el discurso oficial se reconoce la necesidad de reducir los riesgos a la seguridad nacional, temiendo una ruptura en los vínculos bilaterales, con gravísimas consecuencias para ambas potencias y la economía mundial. El resultado en los próximos años del conflicto, la competencia y la cooperación entre Estados Unidos y China, determinará el proceso de transformación del sistema de relaciones económicas y políticas internacionales, y el surgimiento de un nuevo orden mundial.

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CONFLICTO DE INTERESES

El autor declara que no existen conflictos de intereses relacionado con el artículo.