De Obama a Biden: continuidad y ruptura en la estrategia de contención de EE.UU. frente a China

From Obama to Biden: continuity and rupture in the U.S. containment strategy against China

 

Lic. Ricardo Leyva Pérez

Licenciado en Educación, especialidad Marxismo-Leninismo e Historia. Profesor Auxiliar y Jefe de la Disciplina Teoría e Historia de las Relaciones Internacionales del Instituto Superior de Relaciones Internacionales "Raúl Roa García", La Habana, Cuba. ricardoleyva70@gmail.com, 0000-0002-1888-2342

 

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.8422893

Cómo citar (APA, séptima edición): Lic. Ricardo Leyva Pérez. (2023). De Obama a Biden: continuidad y ruptura en la estrategia de contención de EE.UU. frente a China. Política internacional, V (No. 4/2023), 185–205. https://doi.org/10.5281/zenodo.8422893

 

Recibido: 19 de mayo de 2023

Aprobado: 22 de julio de 2023

 

RESUMEN Sintetizar los elementos de continuidad y ruptura presentes en la proyección internacional estadounidense durante las administraciones de Barack Obama, Donald Trump y Joseph Biden para intentar contener la influencia cada vez más creciente de China en el escenario geopolítico mundial actual, constituye el propósito central de nuestro artículo. Como genuina expresión de las transformaciones y la agudización del sistema de contradicciones intrínsecas al Capitalismo global, unido a la resultante de una nueva correlación de las fuerzas internacionales se reconfigura gradualmente el sistema internacional en el siglo XXI. Un complejo y dinámico proceso de tránsito hacia un orden mundial multipolar o apolar encabezado por un conjunto de poderes emergentes liderado por China ha puesto en “jaque” al unipolarismo protagonizado por las potencias occidentales tradicionales –con los EE.UU. como cabeza más visible- desde fines del siglo XX. En este sentido, Washington maneja de manera ecléctica y errática las piezas del tablero geopolítico mundial con la finalidad de responder a las nuevas exigencias del contexto histórico, en aras de recuperar los espacios de poder relativamente perdidos desde inicios de los años 2000.

Palabras claves: geopolítica, sistema internacional en transición, orden mundial transicional, Unipolaridad, Multipolaridad, Estados Unidos y China.

 

 

ABSTRACT Synthesizing the elements of continuity and rupture present in the international projection of the United States during the administrations of B. Obama, D. Trump and J. Biden to try to contain the increasingly growing influence of China in the current world geopolitical scenario, constitutes the central purpose of our article. As a genuine expression of the transformations and sharpening of the system of contradictions intrinsic to global Capitalism, together with the result of a new correlation of international forces, the international system is gradually reconfigured in the 21st century. A complex and dynamic transition process towards a Multipolar or Apolar world order headed by a group of emerging powers led by China has put the unipolarism led by the traditional Western powers -with the US as the most visible head- in "check". since the end of the 20th century. In this sense, Washington manages the pieces of the world geopolitical board in an eclectic and erratic way in order to respond to the new demands of the historical context in order to recover the spaces of power relatively lost since the beginning of the 2000s.

Keywords: geopolitics, international system in transition, transitional world order, Unipolarity, Multipolarity, United States and China.

 

 

INTRODUCCIÓN

“Todos los mayores centros de poder ponen en práctica elementos del orden westfaliano, pero ninguno se considera a sí mismo el defensor natural del sistema. Todos están experimentando cambios internos significativos. Regiones con culturas, historias y teorías tradicionales del orden tan divergentes, ¿podrán mantener la legitimidad de un sistema común?”

Henry Kissinger (2016)

Sintetizar los elementos de continuidad y ruptura presentes en la proyección internacional de Estados Unidos (EE.UU.) durante las administraciones de Barack Obama, Donald Trump y Joseph Biden, para intentar contener la influencia cada vez más creciente de China en el escenario geopolítico mundial actual, constituye el propósito central de nuestro artículo.

La centuria XXI, luego de transcurridos sus dos decenios iniciales, nos anuncia de manera clara que asistimos directa e indirectamente a una transición intersistémica hacia la multipolaridad o a la apolaridad -según sea el desenlace final de dichos acontecimientos-, con una posible culminación un tanto inexacta en el tiempo según criterios divergentes mostrados por las estadísticas mundiales, los reportes de los organismos globales y la copiosa bibliografía científica suscitada al respecto desde los cuatro puntos cardinales de todo el orbe.

De este modo, tanto la sensación de incertidumbre percibida como la dilación o no en el tiempo del proceso en cuestión, constituyen en definitiva variables dependientes de los cambios profundos, complejos y dinámicos inherentes a la repolarización de poderes mundiales en marcha desde inicios de la actual centuria.

Hablamos de una pujanza planetaria resultante de la pugna establecida entre el denominado Occidente geopolítico -especialmente EE.UU.- por intentar frenar su declive hegemónico relativo frente al ascenso paulatino, pero firme, de un grupo de países de economías emergentes disgregados entre las distintas áreas geográficas del planeta, especialmente, encabezados por China.

A fin de cuentas, nos referimos a la irrupción de un grupo de megatendencias en el escenario global actual, prácticamente inexistentes, poco visibles, o, probablemente quedarían fuera de todo vaticinio previsto por parte de los gurúes del capitalismo de fines del siglo XX.

Al respecto, precisamos subrayar que las transformaciones intrínsecas al Capitalismo contemporáneo, así como la agudización de su sistema de contradicciones, unido a la reconfiguración de las fuerzas internacionales liderada por la emergencia del gigante asiático, arrojaron múltiples implicaciones. Entre otras, algunas de las más reconocidas son la deslocalización gradual de los motores del desarrollo económico-social global de las dos orillas del Océano Atlántico para reubicarse en el conjunto de países del Este asiático bañados por las aguas del Océano Pacífico; la credibilidad más creciente alcanzada por la política exterior delineada desde Beijing hacia el resto del mundo en los diferentes aspectos de la vida social, sobre todo, en materia de seguridad, gobernanza global, multilateralidad, sanidad, etc., lo que le ha permitido establecer alianzas estratégicas tanto en su vecindad próxima como con el resto del mundo; en consecuencia, dicho comportamiento le permite a China jugar un papel cada vez más activo en la toma de decisiones trascendentes vinculadas a la alta política internacional.

Tal reposicionamiento de la región Asia-Pacífico -hoy rebautizada con el nombre de Indo-Pacífico- en el tablero geopolítico mundial, también se encuentra apuntalado por el desprestigio político de los EE.UU. en la arena internacional.

A tales efectos, Washington, mediante el proceder de las últimas tres administraciones intenta revertir infructuosamente la encrucijada en que se encuentra su posición tradicional como centro del hegemon mundial, empleando para ello todo tipo de mecanismos en función de erosionar u obstaculizar el pulso que marca China en el sistema internacional transicional hoy.

No obstante, a luz vista, el eclecticismo que caracteriza a dichos instrumentos hegemónicos de dominación-contención lejos de alterar el curso de los acontecimientos, ha puesto sobre el tapete la crisis de la política oficial estadounidense para enfrentar los nuevos requerimientos del contexto; aunque el fin continúa siendo el mismo, se observan en estas opciones elementos claros de continuidad y ruptura en cuanto a la aplicación de los mismos sin conseguir mucho a su favor; asimismo, apreciamos la imposibilidad eventual que presenta el imperialismo norteamericano para superar los imperativos que subyacen en el nuevo escenario mundial; y lo más trascendente, se reconfigura un orden internacional sin el liderazgo absoluto estadounidense. A lo sumo, todo lo antes referido constituye el principal incentivo para elaborar el presente artículo.

DESARROLLO

I-El planteo del problema

“Si hay “pugna por imponer el orden”, difícilmente se puede hablar de la existencia de un orden. No obstante ello, no se deberían ver las cosas por la negativa absoluta. En última instancia lo que verdaderamente preocupa es que, aunque haya algunas reglas mínimas -régimen en formación-, no son suficientes, o los parámetros son demasiado amplios para ser confiables. Por lo tanto, las reglas que rijan en esta etapa, aunque inestables -y de corto plazo- constituyen, el orden de la transición inter-sistémica”.

Luis Dallanegra, Pedraza (1998)

En apretada síntesis, podemos plantear que cuando hacemos alusión al término transición inter-sistémica nos referimos a la etapa que media entre la “decadencia” de un Sistema Internacional (S.I.)1 y la “emergencia” de uno cualitativamente nuevo. En algunos casos es un proceso que puede durar décadas, lo que lleva a preguntarse qué orden rige en esta etapa transicional en reemplazo del orden que gobernaba –resultado del acuerdo o de la pugna en el sistema-; cuál es el régimen que impera en estos casos, en sustitución del que imperaba durante el “viejo” S.I. (Dallanegra, 1998 y 2001). Ver figura 1.

Como respuesta a tales interrogantes, el especialista plantea que durante el transcurso de dicho fenómeno conviven elementos del “viejo” sistema con su orden correspondiente, debido al “eco” que aún prevalece de las viejas reglas del juego, así, como las características esenciales funcionales de este, unido, al “enigma” que entraña el nuevo sistema mundial en formación, y, por lo tanto, el orden inherente a él en franco proceso de construcción (Dallanegra, 1998 y 2001).

 

Figura 1

 

1

 

Tal percepción de incertidumbre está dada en buena medida por un conjunto de razones: el desconocimiento en cuanto al desenlace final de los acontecimientos, debido a la falta de acuerdos (consensos) presentados entre los principales actores, la insuficiente capacidad de uno(s) y otro(s) para imponer las nuevas reglas, o, simplemente, la imposibilidad de establecer con ímpetu la supeditación hegemónica entre sí (Dallanegra, 1998 y 2001).

Asimismo, el investigador enfatiza en ambos textos consultados, que la transición de un S.I. a otro implica la relocalización de los polos del poder mundial, o sea, lo que él denomina “repolarización”. De un lado, al encontrarse en decadencia el “viejo” sistema y, del otro, la no consolidación aún del que se encuentra emergiendo, no se puede apreciar una estructura o reconfiguración del poder sólida, más bien endeble.

En otras palabras, precisamos decir que ninguno de los polarizadores todavía posee los factores de fuerza lo suficientemente robustos para “imponer” las reglas del juego en cada uno de los “ejes” sobre los que se “asienta” el orden mundial. De la misma manera, tampoco existe unidad de criterios acerca de cuáles deben ser estos, debido a que los cambios en la dinámica internacional continúan produciéndose a un ritmo que sobrepasa los parámetros –marco o límites- aceptables para una estabilidad sostenida (Dallanegra, 1998 y 2001).

De este modo, el autor sugiere en ambos estudios que la velocidad de dichas transformaciones se encuentran sujetas, esencialmente, a un grupo de factores entrelazados entre sí. Entre otros: 1) emergen nuevos actores, y no necesariamente estatales con concentración de poderes diversos; 2) decadencia de “viejos” actores y la resistencia al cambio; 3) el forcejeo entre “viejos” y “nuevos” actores estatales, fundamentalmente, expresado a través de múltiples formas con el propósito de aplicar sus propias reglas del juego; 4) y último, pero no menos trascendente que los precedentes, el control de los medios de comunicación, o sea, quién los controla (Dallanegra, 1998 y 2001).

Por lo tanto, el académico concluye el abordaje del tema reafirmando la idea de que las reglas que rijan en esta etapa -aunque inestable y de largo o corto plazo- será el orden de la transición inter-sistémica. No existe la formación de un orden automático; desapareciendo gradualmente el orden precedente no da lugar espontáneamente a uno cualitativamente nuevo, sino, todo lo contrario, ocurre un complejo proceso de larga data el cual está llamado tanto a crear como consolidar el próximo orden (Dallanegra, 1998 y 2001).

Entretanto, también subraya que en esta etapa no queda un “vacío” organizacional en el escenario mundial. Continúan rigiendo las “viejas” reglas mientras que el “proceso de repolarización” internacional va generando, asimismo, sus correspondientes pautas cuyo grado de permanencia y fortalecimiento o volatilidad marcan las posibles tendencias del nuevo régimen u orden global (Dallanegra, 1998 y 2001).

Ahora bien, consecuente con lo delineado en los párrafos precedentes, podríamos expresar que se le denomina orden mundial a la estructura consiguiente que adopta el S.I. fruto de la correlación internacional de fuerzas; es un acontecimiento cíclico y no se alcanza de manera autónoma, sino, que depende del modo en que también se reorganiza de manera periódica el escenario mundial. Nos referimos al grado de polarización en que se halla el sistema de RR.II., el balance de fuerzas de sus actores fundamentales, esencialmente, las principales potencias que componen los ejes centrales de estas (Dallanegra, 1998 y 2001).

A tales efectos, el orden mundial puede ser equilibrado o no. Existe equilibrio en este cuando hay un balance relativamente homogéneo de los factores de poderío entre los Estados principales que interactúan en el escenario mundial. Atendiendo el número de potencias significativas en este, ello se expresa mediante dos formas concretas: Multipolar, cuando existen tres o más potencias de fuerza aproximadamente similar tirando del S.I., y, Bipolar, al producirse cierta proporcionalidad dentro de S.I. en lo relativo a que la concentración de los factores de poderío descansa en dos Estados solamente (Gonzáles, 1990 y Rodríguez, 2017).

Todo lo contrario ocurre cuando el orden mundial es Unipolar, Monopolar, de desbalance polar, o, simplemente apolar. En el primer caso (Rodríguez, 2017), considera que la característica distintiva es que un actor absorbe a los demás eliminándolos como agentes internacionales. La historia de las RR.II. guarda varios ejemplos de lo antes afirmado: por ejemplo, durante el Imperio romano, las unidades políticas eran conquistadas y llegaban a formar parte del sistema imperial, con mayor menor grado de dependencia, pero todas ellas respondían a un mismo centro hegemónico; igualmente, entre 1991 al 2011 con el colapso del Sistema Socialista Mundial (SSM, por sus siglas) y la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS, por sus siglas) provocó el ascenso del unipolarismo en el S.I., concentrado en tres centros del poder mundial (EE.UU., la Unión Europea y Japón), conducidos en su condición de “excepcionalidad” por el hegemonismo “mesiánico” norteamericano, esencialmente.

Por otra parte, (Hass, 2008, Molano 2010 y Rodríguez 2014) consideran que existe el desbalance polar, es decir, un mundo sin polos o apolaridad en el S.I., cuando el final de la transición inter-sistémica arroja un escenario mundial sin polos de poderes claramente visibles. En otras palabras, hablamos de un relacionamiento societal global ceñido por la influencia de una multiplicidad de actores de naturaleza diversa y poseedores de diversas clases de poderes en disímiles grados evolutivos; potencias de dimensiones diversas y asimétricas. Y, para ser más exactos-siguiendo esta misma lógica de exposición- nos referimos a la configuración del “nuevo orden mundial” basado en factores de fuerza dispersos entre un conjunto heterogéneo de actores internacionales, los que rivalizan por alcanzar la hegemonía global.

Realizadas, grosso modo, las precisiones teórico-conceptuales y metodológicas anteriores retomamos la idea de que en la actualidad nos hallamos inmersos todos en una transición hacia la Multipolaridad, desequilibrio unipolar, o, simplemente apolaridad a juzgar por los disímiles augurios proyectados en la diversidad de fuentes informativas que abordan tan controvertido tema.

O dicho de otro modo, los centros tradicionales aglutinadores del poder mundial, compuesto por las grandes potencias capitalistas occidentales lideradas por EE.UU., poseen síntomas claros de relativo deterioro en sus elementos de poderío, y, en consonancia con ello, ascienden otros polos con una extraordinaria vitalidad, relocalizados en distintas áreas geográficas del orbe: China, Rusia, Irán, India, Brasil y Sudáfrica son las cabezas más visibles, lo que viene a quebrantar el orden heredado por la Comunidad Estatal Internacional durante el último decenio del siglo pasado luego del colapso del Socialismo eurosoviético.

Al respecto, los más diversos e importantes documentos elaborados por el Pentágono, el Departamento de Estado y la propia Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) sobre los escenarios futuros (2020, 2030 y hasta 2040) coinciden en señalar que EE.UU., jamás volverá a disfrutar de la supremacía que supo tener durante la segunda mitad del siglo XX y que por lo tanto ese tiempo ya se acabó.

El despertar del gigante chino y su impresionante desarrollo; la emergencia de India; la vigorosa reaparición política de Rusia en el escenario tanto regional como global, potenciada por el desarrollo de su alianza estratégica con el gigante asiático (ambos con el protagonismo político adicional derivado de su membresía en el Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas, entre otros atributos de fuerza); el surgimiento de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS, por sus siglas), de los BRICS, del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII, por sus siglas) de la Nueva Ruta de la Seda y de la madeja de relaciones de interdependencia inducida por la multiplicación de acuerdos de integración, junto al desarrollo de otros esquemas multilaterales y la actividad de las transnacionales con sus vinculantes cadenas de valor, entre otros fenómenos, han complicado el escenario contemporáneo para el imperialismo norteamericano. El panorama hoy es mucho más complejo que el de los mundos bipolar y unipolar. No en balde, consideramos pertinente tener todo ello en cuenta para valorar y caracterizar las nuevas políticas de EE.UU., en particular, hacia China (Robaina, 2021).

II-Proyección internacional de los EE.UU. hacia la región Asia Pacífico, y especialmente con respecto a China a fines del siglo XX

“(…) los chinos podrían representar un peligro amarillo para la libertad del mundo, simplemente porque añadirían un frente oceánico a los recursos del gran continente, ventajas de las que no han podido gozar todavía los rusos, ocupantes de la “región pivote”.

Halford J. Mackinder (1904)

Respecto a la región Asia-Pacífico, los propósitos esenciales de la política exterior estadunidense no han variado mucho desde la segunda posguerra mundial hasta nuestros días.

En sentido general, pudieran resumirse en dos los objetivos a concretar: 1) protagonizar el dominio omnipotente -desde múltiples matices- sobre un área del planeta que consideran de suma relevancia geopolítica y geoestratégica, pues, entre otros atractivos es la mayor responsable de contribuir al incremento del PIB real mundial y en términos de paridad de poder adquisitivo, simboliza, asimismo, alrededor del 40% del comercio exterior de bienes norteamericano, al propio tiempo, los EE.UU. representan el segundo destino del comercio de servicios-esencialmente financieros- que ejecuta la región, de igual modo, cinco de los siete principales acuerdos de defensa del gobierno norteamericano fueron firmados con un grupo de países aliados en esta región; y 2) preservar la seguridad de la región como complemento de la Seguridad Nacional estadounidense (González, 2016, Monzón, 2017 y The Heritage Foundation, 2018).

Al respeto, Álvarez (2015) precisa tres consideraciones fundamentales a tener en cuenta para comprender con claridad meridiana el comportamiento e intereses estadounidenses en Asia durante el último decenio del siglo pasado:

  1. El imperialismo norteamericano no se considera una potencia extrarregional en esta área del planeta, sino, un poder regional en Asia Pacífico por “derecho propio”. Entre otros, dicha afirmación se sustenta en las condiciones geográficas del país; por su extensa costa continental al Pacífico y por las islas bajo su control en ese océano;
  2. Las concepciones estratégicas en torno a la seguridad en términos militares se extendieron a otras dimensiones. Sin menoscabo del papel que EE.UU. y otros países de la región le otorgan a la cuestión militar, así, como a la presencia de tropas norteamericanas en la región, las nuevas concepciones estratégicas vinculadas a temas de seguridad englobaron tópicos económicos, ambientales, entre otros. Dicho de otro modo, la estabilidad, prosperidad y el desarrollo económico-social regional complementan las potencialidades militares;
  3. El fortalecimiento de la presencia militar estadounidense es posible, porque una gran parte de los países integrantes de la región –dentro de los que se destacan sus aliados tradicionales: Japón, Corea del Sur, Taiwán, Australia, Nueva Zelanda, entre otros- ven con “buenos ojos” ese comportamiento, o sea, es interpretado como garante de la seguridad militar en el área frente a potencias de “segunda”, mientras que otros le consideran un socio esencial desde la perspectiva económica;
  4. Y no menos trascendente, la existencia de aliados estratégicos incondicionales en la región le permite preservar a EE.UU. posiciones de fuerza, especialmente, en las ventajas asociadas a la proliferación de los esquemas de integración en la región.

Ahora bien, al desaparecer el escenario de confrontación que caracterizó al S.I bipolar durante el período de la “Guerra Fría”, EE.UU., tenía que sustentar fundamentalmente su hegemonía económica incrementado las relaciones con otras regiones del orbe, y de la cual Asia Pacífico no escaparía.

Al respecto, los geoestrategas del Pentágono hallaron condiciones propicias en el Pacífico Occidental para fertilizar los intereses hegemónicos norteamericanos.

Consecuente con lo antes dicho, los máximos responsables de diseñar la política exterior de Estados Unidos hacia la región durante el último decenio del siglo XX, consideraban que todo ello era posible también, debido al acercamiento que en varios aspectos de la vida social venía aconteciendo entre EE.UU. y China, la aproximación política entre Japón y Corea del Sur, y los países que integran la ASEAN.

En suma, fue necesario redefinir la visión del enemigo a derrotar, y para ello durante la última década del siglo XX el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, editó cuatro reportes donde se actualizó la estrategia de seguridad para la región (esencialmente nos referimos a los documentos dados a conocer en los años 1990, 1992, 1995 y 1998).

Al respecto, Álvarez (2015), señala que las dos primeras versiones de dichos informes elaborados por el Departamento de Defensa estadounidense se enfocaron en una reducción de las fuerzas castrenses dentro de la región no solo en volumen, sino también, en cuanto a estructura organizativa. Por razones obvias, tal idea se encuentra en correspondencia con el fin de la “Guerra Fría”.

No obstante, el tercer reporte dado a conocer en el año 1995 indica de forma explícita la intención de Washington de mantener concentradas en la región alrededor de 100 000 efectivos. En paralelo, se proponía incrementar los esfuerzos por estrechar su responsabilidad sobre la seguridad con sus amigos y aliados mediante compromisos multilaterales y bilaterales, es decir, en base a acuerdos de seguridad “colectiva” en torno a EE.UU. como eje central de estos.

En plena consonancia con lo expresado en el párrafo anterior, los objetivos declarados para la región coincidían con su estrategia de seguridad global: mantener el compromiso con los países de la región para el futuro; prevenir las tensiones y conflictos, así, como mantener la paz, la estabilidad regional y el acceso de modo que favorezca las transacciones comerciales con un valor anual de 500 000 millones USD (White House, 1995).

Por otra parte, la versión del documento estratégico asociado a la seguridad nacional estadounidense con respecto a Asia Pacífico del año 1998, esclarece que Washington trabaja para fortalecer su presencia aún más en el área. En este sentido, remarca la idea de mantener la presencia de 100 000 soldados en la región, la modernización tecnológica del armamento y la capacidad de respuestas de los efectivos frente a cualquier eventualidad que afecte los intereses vitales de Washington; asimismo, enfatiza sobre la necesidad de estrechar relaciones con viejos y nuevos aliados intrarregionales (Japón, Corea del Sur, Taiwán, Australia, Tailandia y Filipinas, junto a otros); reafirma también la importancia de continuar su alianza de seguridad con respecto al gobierno australiano; asimismo, el gobierno norteamericano de manera explícita sostiene el compromiso de promover los valores de la democracia occidental en la región, unido a la idea de ampliar las relaciones de cooperación con las naciones del Sudeste asiático, específicamente, en lo tocante a temas de seguridad. Sobre China, precisa el reporte, que las relaciones bilaterales se basan en un compromiso amplio de cooperación e intereses mutuos de largo término (East Asian Strategy Report, 1998).

De este modo, la estrategia acentúa que los intereses hegemónicos del imperialismo norteamericano en la región se encuentran encauzados a no permitir la intromisión de un poder adversario; mantener la seguridad en la península coreana; crear condiciones que aseguren el acceso económico, político, militar de EE.UU.; contener la proliferación de armas nucleares, así como la tecnología vinculada a estos fines (East Asian Strategy Report, 1998).

A modo de síntesis, Álvarez (2015) valora que la proyección internacional del gobierno estadounidense hacia la región durante el último decenio del siglo XX fue de carácter pragmático, o sea, de un lado, se nos revela como un compromiso amplio en múltiples aspectos de la vida social –un diálogo constructivo-, y del otro, todo ello enfocado en fortalecer las posiciones de fuerza estadounidense en la región como pivote para apuntalar su liderazgo mundial dentro de los marcos de una hegemonía unipolar compartida.

Finalmente, solo quisiéramos destacar el enfoque pragmático con que se vinieron manejando los vínculos exteriores estadounidense con la región Asia Pacífico, o sea, estos no solo fueron aprovechados por los primeros para garantizar la realización de los intereses nacionales estratégicos, sino también, que, en términos de relaciones monetario-financieras, comerciales y en el ámbito militar los países de la región se vieron beneficiados con dicha dinámica.

Por otra parte, durante la administración de George W. Bush (2001-2009), observamos grosso modo que los objetivos geoestratégicos con respecto a la región no variaron, sino todo lo contrario, fueron fortalecidas las alianzas de EE.UU. con Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, aunque, sin lugar a dudas, su gestión presidencial en materia de política internacional, esencialmente, estuvo dirigida a la “guerra contra el terrorismo” en el Medio Oriente (Monzón, 2017 y The Heritage Foundation, 2018).

III-Elementos de continuidad y ruptura presentes en la proyección internacional de los EE.UU. durante las administraciones de Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden para intentar contener la creciente influencia de China en el tablero geopolítico mundial.

“El riesgo más inmediato de la dispersión en curso del poder es una jerarquía global potencialmente inestable. Estados Unidos sigue siendo preeminente, pero el legitimidad, eficacia y durabilidad de su liderazgo es cada vez más cuestionado en todo el mundo por la complejidad de sus componentes internos y desafíos externos”

Zbigniew Brzezinski (2012)

A nuestro juicio, las evidencias tanto teóricas como empíricas indican que los vectores de poderío estadounidenses en la actualidad no son tan favorables como los que llegó a aglutinar concluida la Segunda Guerra Mundial (II.G.M), ni mucho menos cuenta con las ventajas que gozaba al colapsar el campo socialista en los países del centro-este europeo, para preservar un orden mundial de acuerdo con sus marcados intereses hegemónicos.

Al respecto, podríamos elaborar una lista interminable de hechos y sucesos acontecidos en los últimos 20 años que fundamentan la legitimidad de la afirmación contenida en el párrafo anterior. No obstante, solo nos limitaremos a destacar los fenómenos más recientes a modo de ejemplos concretos.

Si durante los “años dorados del Capitalismo”, la economía norteamericana se responsabilizaba con el 50% del PIB mundial, hoy apenas ejecuta la mitad de esa cifra con tendencia al estancamiento. Los efectos nocivos de las manifestaciones cada vez más recurrentes de la crisis sistémica capitalista originada hoy en el sector especulativo financiero y que termina por arrastrar a toda la economía real; la devaluación del dólar estadounidense frente al oro y los espacios que paulatinamente ganan otras monedas en las reservas internacionales; unido al ascenso sin parangón en su historia de los “déficit gemelos” (fiscal y comercial), y, el incremento de las deudas pública y externa que superan en conjunto el 300% del PIB de ese país, dan cuenta de cuán enferma se encuentra la primera economía del orbe. Y, no menos grave, el descalabro económico descrito con anterioridad groso modo se traduce en el deterioro del nivel de vida de la sociedad norteamericana actual, el ensanchamiento de las brechas sociales y el incremento de las tragedias sociales de todo tipo (Borón, 2014).

En la esfera político-militar debemos señalar, que, si bien ha sido un factor de poderío histórico sobre el cual el imperialismo norteamericano ha apuntalado su hegemonía mundial, no es menos obvio suponer, que este indicador también presenta síntomas claros de fisuras. Entre estas están la retirada en estampida de las tropas estadounidense de Afganistán, así como el doble rasero asumido por el gobierno estadounidense con respecto al conflicto ruso-ucraniano, que, lejos de contribuir a buscar el diálogo constructivo entre las partes contendientes e instar a retomar la paz en el país euroasiático, contribuyendo a preservar tanto la seguridad regional como mundial, ha asumido una posición que solo atiza la magnitud de una guerra de proporciones aún insospechadas.

En otras palabras, los procesos de crisis estructural capitalista y la crisis de hegemonía mundial que hoy padece EE.UU. son dos caras de una misma moneda, que, en última instancia, demuestran claras fisuras en su “estabishment” o grupos de poder, fuerzas políticas, clases dominantes y hasta en la alianza atlántica para revertir el empantanamiento que hoy gravita sobre la política exterior imperial en todo el Orbe (Esteban, 2019).

En consonancia, bajo los slogans “pivote asiático” y “América primero”, las distintas ediciones de la “Estrategia de Seguridad Nacional “de EE.UU suscitadas entre los años 2009-2020 dentro de las administraciones de B. Obama y D. Trump, respectivamente, unido, a la Estrategia de Seguridad Marítima para Asía-Pacífico dada a conocer el 27-7-2015 y que complementa la estrategia militar norteamericana, y, tres años más tarde, la aparición de la Estrategia de Defensa Nacional de EE.UU (aprobada por el Departamento de Defensa de ese país en los primeros meses del año 2018 con el subtítulo “Consolidando las ventajas competitivas de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos”), así como el “Índice del Poderío Militar de los Estados Unidos, 2018” (elaborado por el “Davis Institute for National Security and Foreign Policy”), junto a la reedición en el año 2019 del “Asia Pacific Strategy Report” ahora bajo el nuevo título “Indo-Pacific Strategy Report: Preparedness, Partnerships, and Promoting a Networked Region” (ahora extendiendo los intereses geoestratégicos estadounidenses desde las costas occidentales de India hasta las orientales de EE.UU. e implica, directa e indirectamente, tanto a Rusia, los países centroasiáticos como a Asia Oriental y el Pacífico) por sus respectivos contenidos son documentos esenciales que abordan con claridad meridiana la reconfiguración de la proyección internacional de Washington para recobrar a través de múltiples senderos su espacio hegemónico a escala planetaria y, en especial, dentro Pacífico occidental ocupado hoy por China y Rusia, esencialmente.

Al propio tiempo, el espíritu de dichos documentos hace notar la capacidad del Complejo Militar Industrial (CMI) norteamericano actual y de su despliegue alrededor del mundo con la finalidad de enfrentar la nueva coyuntura y también, enfatizan la necesidad de consolidar alianzas estratégicas con los aliados tradicionales en aras de alcanzar los objetivos geopolíticos y geoestratégicos trazados bajo el compromiso de “preservar la paz” como condición para garantizar la Seguridad Global (Laborie, 2015).

Sobre la posibilidad de consolidar un conjunto de alianzas político-militares por parte de EE.UU. con sus socios tradicionales en la región y usando como pretexto el relanzamiento de la “Nueva Ruta de la Seda” terrestre y marítima por parte de China, el recalentamiento del conflicto en la península coreana; los ensayos nucleares de Corea del Norte; así como las disputas territoriales con un marcado trasfondo geopolítico y geoestratégico por parte de los países involucrados alrededor del Mar de China Meridional y en el Mar oriental del gigante asiático, el imperialismo norteamericano tensa los lazos con sus aliados en la región. Por ejemplo: 1) la presión que ha venido ejerciendo el gobierno norteamericano a Japón para rehabilitar su artículo constitucional referido a que las fuerzas de ese país puedan involucrarse en escenarios bélicos fuera de su frontera; 2) la ejecución cada vez más sistemática de ejercicios militares conjuntos entre EE.UU., Corea del Sur y Japón en el mar de este último; 3) los acuerdos bélicos interestatales concertados entre el gobiernos estadunidense y australiano, acerca de los cuales el gobierno chino ha advertido en reiteradas ocasiones que “en caso de que Washington emplease los recursos militares estacionados en la isla continente contra los intereses chinos, ese país podría verse atrapado en fuego cruzado” (Borón, 2014) .

Por otra parte, identificamos que EE.UU. transitó desde el multilateralismo al aislacionismo en su proyección internacional para intentar contener el auge de China en el sistema de relaciones internacionales durante ambas administraciones.

Si en el lapsus de tiempo correspondiente a los dos mandatos de B. Obama se negociaron un sistema de mega-acuerdos multilaterales de libre comercio con el propósito de estimular la economía estadunidense y contrarrestar la influencia cada vez más creciente del gigante asiático en todos los sentidos, tanto del lado del Atlántico como en la región Asia-Pacífico, hoy, sin embargo, dichas negociaciones ya son historia.

Con D. Trump, sin embargo, los complejos procesos integracionistas que originaron mega-bloques comerciales hicieron agua o quedaron congelados. La Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI) (Transatlantic Trade and Investment Partnership, TTIP por sus siglas en inglés ), el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (en inglés, Trans-Pacific Strategic Economic Partnership o Trans-Pacific Partnership, TPP), y el Acuerdo sobre Comercio Internacional y de Servicios (en inglés Trade in Services Agreement, TISA), terminaron siendo “perjudiciales” para el desempeño macroeconómico de EE.UU.- sobre todo en su balanza comercial- y su correspondiente tejido social, según aseguró a disímiles medios de comunicación el magnate inmobiliario neoyorkino.

De ahí, que Washington apostó durante su periodo presidencial por firmar o reformular acuerdos de libre comercio por separado con aquellos países sobre los cuales EE.UU. pueda asegurar una posición hegemónica. Al mismo tiempo, recurre al proteccionismo económico a través de aumentos arancelarios escalonados con respecto a las importaciones foráneas -no solo a las mercancías provenientes desde China-, aunque por su trascendencia, con respecto a éste último llevó a cabo una guerra comercial afectando al conjunto de la economía mundial, si tenemos en cuenta que rivalizaron las dos primeras potencias del Orbe, entrelazadas paradójicamente en múltiples aspectos de las Relaciones Económicas Internacionales.

No obstante, los antecedentes inmediatos de la “guerra comercial” promovida durante el período presidencial de Trump entre ambos actores estales se remonta a la “guerra de divisas (currency war)” llevada a cabo desde inicios del gobierno de Obama.

Al no surtir efecto en sus múltiples aristas la presión deseada sobre China durante la administración de Obama, por medio del gobierno de Trump, el diferendo económico sino-estadounidense adoptó la forma de “guerra comercial”, cuyas bases quedaron preestablecidas, como tuvimos la oportunidad de observar, desde el periodo presidencial de su predecesor.

Desde la campaña electoral, el Sr. Trump, “demonizó” la emergencia económica del gigante asiático como el principal responsable del comportamiento económico-social anémico que sufre su país. En ese sentido, las críticas esencialmente se centraron en temas relativos al desbalance comercial desleal que enfrentan las mercancías norteamericanas con respecto a las chinas en términos de intercambio; la deslocalización de una parte considerable del tejido empresarial estadounidense en suelo chino, y, por ende, la pérdida de cuantiosos puestos de trabajo; además, desde su perspectiva, retoma la idea de que Beijing manipula la tasa de cambio de su moneda local e impulsa de manera gradual la transnacionalización del yuan; también planteó que esa potencia regional ha incrementado las reservas internacionales contribuyendo a financiar el endeudamiento financiero norteamericano; por último, y guardando relación con lo anterior, no dudaría, según él, en echar mano a la denominada opción nuclear, si China decide vender los bonos del tesoro estadounidense en su poder (Hernández, 2018).

De este modo, y siendo consecuente con sus promesas electorales durante su único mandato presidencial desplegó la guerra arancelaria hacia el gigante asiático, así, como en menor cuantía arremetió del mismo modo contra aliados tradicionales, ocasionando determinado grado de fricciones en las relaciones bilaterales entre socios históricos incondicionales a Washington.

Entretanto, una tercera arista de la guerra económica desplegada por EE.UU. contra China reside en obstaculizar la presencia del yuan en las transacciones internacionales. A pesar del incuestionable ascenso económico de China en sus disímiles dimensiones y, en consecuencia, la credibilidad que paulatinamente ha ganado este país en la arena internacional, unido, a que es el principal acreedor del gobierno norteamericano, pues, el 39% de las inversiones de cartera del gigante asiático se encuentran ubicadas en territorio norteamericano (Soberón, 2016); su presencia, sin embargo, en el poder de voto del FMI es sólo del 6.14% contra el 17% que aún ostenta la parte estadounidense. Ello no es un hecho aislado, es reflejo objetivo del diferendo económico sino-estadounidense, particularmente, en lo concerniente a los episodios de la “guerra de divisas” y la “confrontación comercial” directa.

Por su parte, el actual mandatario de EE.UU. Joe Biden, desde la campaña electoral por ganar la silla presidencial dejaba claro la necesidad de reformular urgentemente la errática proyección internacional de su país seguida durante el mandato de Trump. A su juicio, el liderazgo mundial de Estados Unidos se encontraba entredicho, y la actitud del magnate neoyorquino frente a este reto condicionó de manera más desfavorable la vida y el bienestar de la ciudadanía del gigante norteño. De ahí que el tema de política exterior devino en interés doméstico para los electores (García e Ibáñez, 2020-2021).

En un artículo publicado entre los meses de marzo-abril de 2020, Biden, acusó a Trump de haber cometido cuatro errores en el rumbo incierto de la política exterior: 1) menospreciar y abandonar a sus socios y aliados (Canadá, Unión Europea, etc.); 2) provocar y envalentonar a sus adversarios (China, Rusia e Irán); 3) iniciar guerras comerciales que perjudican a sus ciudadanos; y 4) abdicar de su liderazgo. Este último error -a decir de él- era la causa del desmorone de los elementos del orden internacional que había construido con tanto esfuerzo tras la Segunda Guerra Mundial. Y los cuatro errores juntos habían hecho de Estados Unidos un país más frágil e inseguro. Los retos globales, observabables, seguían creciendo y la actitud de Trump, al ignorarlos, había acabado perjudicando a las clases medias estadounidenses, principales víctimas de su guerra comercial con China y de sus desacuerdos económicos con sus socios. La receta de Biden era clara: recuperar el liderazgo, “volver a presidir la mesa”. El instrumento principal para conseguirlo debía ser la diplomacia (Biden, 2020).

De este modo, el slogan “America first”, Biden, lo sustituyó por los lemas “America Must Lead Again” y “America is back”. Ambas formulaciones reflejaban la visión de este con respecto al papel de Estados Unidos como líder mundial. En otras palabras, nos referimos a que el futuro gobierno seguiría cuidando de los ciudadanos americanos, pero para ello sería preciso ser poderosos, enfrentar las continuas amenazas que asechan el bienestar de su ciudadanía, y, en este sentido, se debía recuperar los espacios de poder “abandonados”, no perdidos y mucho menos arrebatados por los adversarios (García e Ibáñez, 2020-2021).

Tales afirmaciones son retomadas en la Interim National Security Strategic Guidance, publicada dos meses después de su llegada al Despacho Oval. Dicho documento refleja, en lo esencial, los planes y trayectoria futura del nuevo presidente en cuestiones medulares de política exterior y seguridad (The White House, 2021).

Al respecto, a decir de García e Ibáñez (2020-2021), para defender los intereses estadounidenses frente a los nuevos retos y amenazas de orden externo e interno, Estados Unidos debe trabajar junto con sus aliados y socios. Para el logro de ello, es importante restablecer la confianza en el orden multilateral y renovar las fuentes de fortaleza nacional (el valor y la fuerza de la democracia).

Es así, que en materia de teoría de las Relaciones Internacionales el enfoque liberal institucional con que Biden percibe el mundo actual, y el modo como ha pretendido conducir la política exterior norteamericana desde su llegada a la Casa Blanca podríamos decir que no es idealista, sino, pragmático. El actual mandatario de la Unión busca retomar la responsabilidad del liderazgo mundial con el propósito de asegurar la paz, la seguridad y la prosperidad internacional en beneficio propio. En este sentido, los objetivos serían más concretos: reforzar las alianzas a fin de estar en disposición de frenar las amenazas; invertir en desarrollo para crear mercados, frenar las migraciones y reducir la inestabilidad; e invertir en el sistema sanitario para reducir los riesgos de pandemias que amenazan la salud de los ciudadanos y la economía estadounidense.

Para ello su administración parte de cuatro premisas esenciales: 1) el carácter global de los retos y amenazas y la necesidad de hacerles frente colectivamente; 2) el carácter indisociable de la política exterior y la interior; 3) el carácter negativo de la transformación en curso de la estructura de poder global: la distribución del poder mundial está cambiando y el cambio supone una amenaza al poder americano. Aunque hay diferentes países y actores no estatales “amenazantes”, solo hay uno, China, que con la combinación de sus capacidades económicas, militares, diplomáticas y tecnológicas es capaz de desafiar de forma sostenida al orden internacional liberal; y 4) el carácter urgente de la respuesta, ya que están en juego las alianzas, las instituciones, los acuerdos y las normas, base del orden internacional favorable a Estados Unidos (The White House, 2021).

En consecuencia, el consejero de Seguridad Nacional de la administración del presidente Joe Biden, Jake Sullivan, expresó en entrevista televisiva a la CNN el 7/11/2021 que: “el objetivo de la administración Biden es moldear el entorno internacional para que sea más favorable a los intereses y valores de EE.UU. y sus aliados y socios, a las democracias afines” (CNN, 2021), lo que confirma la opción multilateral para enfrentar la rivalidad con China (Fernández, 2022).

Sin embargo, las ideas contenidas en el documento elaborado por el Atlantic Council2 (Anonymous, 2021) bajo el título “The Longer Telegram: Toward A New American China Strategy”, nos deja entrever que la proyección estadounidense hacia el gigante asiático se encuentra en franco proceso de elaboración aún.

El informe resalta que Estados Unidos tuvo una estrategia concreta para contrarrestar la amenaza de la extinta URSS, pero aún no cuenta a ciencia cierta con una similar en lo que concierne a China. En este sentido, el autor reconoce la necesidad de establecer un consenso estratégico que trascienda a las administraciones; es decir, bipartidista, partiendo de que: “El mayor y más importante reto individual que enfrenta Estados Unidos en el siglo XXI es el ascenso de una China crecientemente autoritaria bajo la presidencia del Secretario General Xi Jinping” (Fernández, 2022).

A nuestro juicio, destacamos la idea de que el reporte nos deja ver entrelíneas un llamado a una nueva guerra fría contra China, aunque no se hable explícitamente de ella y la administración Biden lo niegue; igualmente, propone “frenar y domesticar” al gigante asiático acorde con los intereses y objetivos estadounidenses, así como de sus aliados estratégicos (Fernández, 2022).

A modo de resumen, y a partir de las observaciones realizadas en los párrafos anteriores sobre las peculiaridades que va presentando el proceso de conformación de la proyección internacional estadunidense durante el gobierno de Biden, podemos establecer que los objetivos a cumplimentar por este serían los siguientes: retener la supremacía económica y tecnológica; mantener la disuasión convencional y prevenir “cambios inaceptables” en el balance estratégico en armas nucleares; evitar la “expansión territorial” de China, y una “reunificación con Taiwán por la fuerza; proteger el estatus del dólar estadounidense en el sistema monetario y financiero internacional; recomponer el sistema de alianzas de Estados Unidos; defender y reformar, críticamente si es necesario, las reglas actuales del “orden liberal internacional”, incluyendo los valores democráticos liberales y su apuntalamiento ideológico; realizar “batallas ideológicas globales” en defensa de libertades políticas, económicas y sociales contra el “modelo de capitalismo de Estado autocrático de China”; enfrentar retos globales compartidos, incluyendo los cambios climáticos; definir las áreas de continuidad en cooperación estratégica como “disrupción climática”, pandemias y seguridad nuclear. En este ámbito de problemas globales de las relaciones internacionales se reconoce existen temas de cooperación con China que deben preservarse (Fernández, 2022).

Al respecto, recientes informaciones revelan que EE.UU. ha continuado trabajando en fortalecer y ampliar su sistema de alianzas y asociaciones relacionadas con la seguridad y defensa en la denominada región Indo Pacífico, como vía para mantener su autodenominado “liderazgo” a nivel regional y global, especialmente ante el continuado ascenso económico, político y militar de la nación que designan como principal rival estratégico, la República Popular China (RPCH) (Martínez, 2021).

A decir de Martínez (2021), los pasos más destacados al respecto son los siguientes:

1. En la solicitud de presupuesto para el Departamento de Defensa en el año fiscal 2022 (FY 2022 según sus siglas en inglés) se solicitaron 5 mil 100 millones de dólares para la denominada Pacific Deterrence Initiative (Iniciativa de Disuasión en el Pacífico) (Defense Budget Overview,2021), con el propósito de elevar las capacidades militares norteamericanas en esa región.

2. Reforzamiento, ampliación y modernización de las llamadas “alianzas y asociaciones” en todo el planeta. Dentro de ellos, destacan principalmente que: “reafirmaremos, invertiremos y modernizaremos la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y nuestras alianzas con Australia, Japón y la República de Corea, que, junto con nuestras otras alianzas y asociaciones, son el mayor activo estratégico de Estados Unidos.

3. Fomentar otras asociaciones, entre las que se destacan la India, Nueva Zelanda, Singapur, Vietnam y otros estados de la ASEAN, y los estados insulares del Pacífico, en esa región.

4. La reciente gira de la vicepresidenta Kamala Harris por países de la ASEAN, la firma del tratado AUKUS por EE.UU., Australia y Gran Bretaña4, y la cumbre del grupo QUAD son elementos que señalan que los gobernantes norteamericanos persiguen objetivos concretos en su afán de “contener” al gigante asiático, y para ello pretenden mantener e incrementar el número de aliados comprometidos con esa tarea.

5. Además, de la firma de AUKUS, el viernes 24 de septiembre de 2021 el presidente Biden participó en una cumbre del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quadrilateral Security Dialogue, QUAD por sus siglas en inglés) en la que participaron también los primeros ministros de Australia (Morrison), India (Modi) y Japón (Suga)4. Fue la primera vez que los principales dirigentes del QUAD se reúnen de forma presencial, y significativamente en territorio de EE.UU., coincidiendo con las sesiones de Alto Nivel de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Respecto al QUAD, el presidente Biden en su discurso en las Naciones Unidas dijo: “Hemos reforzado la asociación QUAD entre Australia, India, Japón y Estados Unidos para afrontar retos que van desde la seguridad sanitaria hasta el clima y las tecnologías emergentes.

A lo antes anotado, Aguirre (2021) añade que durante el año 2021 la Casa Blanca estrechó los vínculos con Taiwán (algo que irrita profundamente al gobierno chino, que reivindica la soberanía sobre ese país) dando mensajes de que un intento de China de ocupar la isla podría llevar a una confrontación armada.

Al calor de la gira presidencial de Biden por Asia, específicamente, durante conferencia de prensa efectuada en Tokio, la capital de Japón, el 23/5/2022, afirmó que su país está dispuesto a defender militarmente a la isla, en caso de que China decida atacarla, marcando el férreo respaldo del gobierno estadounidense a la independencia de Taiwán (Wong, 2022)

En plena concordancia con la provocación anterior e ignorando las continuas advertencias y alertas realizadas por Beijing a Washington y violando lo pactado respecto al reconocimiento de una sola China, a inicio del mes de agosto del año en curso realizó una visita de 24 horas a Taiwán, Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos y tercera figura en el orden jerárquico de EE. UU. Esto hace que Pelosi sea la autoridad estadounidense de más alto rango en visitar Taipéi en los últimos 25 años; asimismo, no siendo suficiente dicho reto, otros congresistas norteamericanos también viajaron al territorio chino de Taiwán con el objetivo implícito de romper el acuerdo de 1979 (Casals, 2022).

Por otra parte, el gobierno de Biden continúa sin modificar las restricciones comerciales (tarifas y control de exportaciones) que impuso Trump como consecuencia de la guerra comercial llevada a cabo en su periodo presidencial.

No obstante, en pocas palabras podemos plantear que la política de confrontación de Biden con respecto a China tiene problemas y contradicciones, entre otras, cabría destacar, que un alto número de corporaciones estadounidenses y de otros países occidentales siguen produciendo en el gigante asiático y que poderosos actores financieros de Estados Unidos están ampliando sus inversiones y operaciones en ese país (Aguirre, 2021).

Hasta aquí hemos visto elementos de continuidad en la política exterior entre el presidente Biden y sus predecesores con respecto a China. En esencia, el énfasis de la confrontación de una u otra forma se observa como la tendencia dominante desde 2009 hasta la fecha.

Sin embargo, los cambios claramente visibles en la proyección internacional de la actual administración se encuentran dirigidos, esencialmente, en el modo de llevar a cabo dicha rivalidad de manera pragmática, o sea, nos referimos al empleo de una cofradía colectiva auspiciada por Occidente que adopta la forma de viejas y nuevas alianzas de seguridad que envuelven a ambas orillas del océano Atlántico, y también, haciéndolas extensivas hacia el Indo-Pacífico con el propósito de capitalizar ventajas de toda índole a favor de EE.UU., la reapertura de un nuevo capítulo de la “guerra fría” en dicha región, así como la inminente posibilidad de la “guerra caliente” dada la existencia del caldo de cultivo para ello.

Sobre esta última idea, es preciso señalar que el reforzamiento de las capacidades militares, fundamentalmente navales, por parte de EE.UU. y sus principales aliados en la región demuestra que sigue siendo este un instrumento principal en la política estadounidense, a pesar de que el presidente Biden haya manifestado en su discurso en la Asamblea General de la ONU que es el último recurso a utilizar (Martínez, 2021).

CONCLUSIONES

"Estamos al borde de una guerra con Rusia y China por cuestiones que en parte creamos, sin ninguna idea de cómo va a terminar esto o a qué se supone que conducirá (…) Ahora no se puede decir que vamos a separar y enfrentar [a Rusia y China]. Lo único que se puede hacer es no acelerar las tensiones y crear opciones, y para eso hay que tener algún propósito. Estados Unidos debería buscar un "equilibrio" con los dos países”.

Henry Kissinger (2022)

Las estadísticas mundiales, los reportes elaborados por los principales organismos internacionales, centros de estudios sobre política mundial, así como la literatura especializada y medios informativos en cualquiera de sus vertientes originados desde las diferentes latitudes del orbe, nos advierten que en los últimos años vienen imponiéndose de manera paulatina un conjunto de megatendencias a escala global indicativas de una transición inter-sistémica, tal y como ha ocurrido en períodos precedentes en la longeva historia de las relaciones internacionales.

No obstante, lo novedoso en esta ocasión reside en que el orden mundial unipolar heredado a fines del siglo XX, protagonizado por las potencias occidentales tradicionales –con EE.UU. como cabeza más visible- se halla sensiblemente resquebrajado. El tránsito hacia la Multipolaridad o a la Apolaridad –según sea el desenlace futuro del proceso- responde, esencialmente, a las transformaciones del Capitalismo global, a la agudización de su sistema de contradicciones, unido a la resultante de una correlación de las fuerzas internacionales cualitativamente nueva, hablamos, de un conjunto de poderes emergentes del cual China da pasos lentos pero firmes para consolidarse como líder indiscutible de la manada.

Como síntesis de las ideas contenidas en el párrafo anterior, podemos decir que es claramente perceptible la deslocalización gradual de los motores del desarrollo económico-social global de las dos orillas del océano Atlántico para reubicarse en el Pacífico occidental; asimismo, es palpable a luz vista, una creciente credibilidad de la política exterior delineada desde Beijing hacia el resto del mundo en defensa del multilateralismo, del conjunto de países que hoy componen lo que se ha dado a conocer como el “Sur Global” y en función de solucionar de forma proactiva e inclusiva los grandes dilemas que hoy componen la agenda global, sobre todo, aquellas urgencias en materia de seguridad, razones por la cual le ha permitido establecer alianzas estratégicas tanto con su vecindad próxima como el resto del mundo; y, en suma, no caben dudas que se acrecienta la actividad del gigante asiático en la toma de decisiones transcendentales en cuestiones medulares de la alta política internacional.

A lo anterior debemos añadir, que tal reposicionamiento de la región Asia-Pacífico -hoy rebautizada como Indo-Pacífico- en el tablero geopolítico mundial, particularmente, dado por la pujanza planetaria de China, ha ocurrido en detrimento relativo de los factores de fuerza norteamericano, especialmente, los socioeconómicos, junto, al cada vez más recurrente desprestigio de EE.UU. en su proyección internacional.

Al respecto, Washington con un interés especial en esa parte del planeta con amplios antecedentes históricos, mediante las últimas tres administraciones ha tratado de revertir infructuosamente a su favor el “nuevo gran juego geopolítico”, utilizando para ello todo tipo de instrumentos de contención en aras de erosionar u obstaculizar la pujanza de China en el Sistema Internacional transicional actual.

Los principales informes hechos públicos por la Casa Blanca vinculados con La Estrategia de Seguridad Nacional de los EE.UU., La Estrategia de Defensa Nacional y La Estrategia Militar Nacional en sus versiones más recientes, con sus correspondientes especificidades documentales hacia la región Indo-Pacífico, contemplan un conjunto de acciones de naturaleza múltiple que confirman de manera directa e indirecta que la rivalidad estratégica con China seguirá siendo el principal escenario de acción del gobierno norteamericano en plena cofradía con sus aliados europeos, así como con los que se encuentran posicionados dentro de la región en disputa.

En el caso específico de los países asiáticos alineados con la postura imperialista estadounidense, particularmente durante la administración Biden, se busca establecer o reforzar relaciones de defensa y seguridad con estos a fin de crear alianzas para intentar inmovilizar la influencia económica, comercial y militar china, además, de sostener una zona Indo-Pacífico “libre y abierta” frente a las “agresiones chinas”, según declaraciones realizadas por el Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, en disímiles momentos a distintos medios informativos.

Sin embargo, el eclecticismo que caracteriza a dichos instrumentos hegemónicos de dominación-contención lejos de alterar el curso de los acontecimientos ha evidenciado: la crisis de la política oficial estadounidense para enfrentar los nuevos requerimientos del contexto; aunque el fin continúa siendo el mismo, se observan en estas opciones elementos claros de continuidad y ruptura en cuanto a la aplicación de los mismos sin conseguir mucho a su favor; asimismo, apreciamos la imposibilidad eventual que presenta el imperialismo norteamericano para superar los imperativos que subyacen en el nuevo escenario mundial; y lo más trascendente, se reconfigura un orden internacional sin el liderazgo absoluto estadounidense.

notas

1 Entendemos por S.I. el escenario, el ámbito, en que se desenvuelve la política internacional; estructura resultante de la interrelación entre los Estados y otras entidades políticas independientes. Como todo sistema, constituye un conjunto de elementos en interacción, que integran una totalidad organizada, diferenciable de otros conjuntos complejos (Gonzáles, 1990 y Rodríguez, 2017).

2 El Atlantic Council es un think tank estadounidense en el campo de los asuntos internacionales, a favor del atlantismo, fundado en 1961. Administra diez centros regionales y programas funcionales relacionados con la seguridad internacional y la prosperidad económica mundial. Tiene su sede en Washington, D.C. Es miembro de la Asociación del Tratado Atlántico.

3 Esta alianza incluye un acuerdo para facilitar a Australia por parte de sus dos aliados varios submarinos de propulsión nuclear, hecho que por cierto ha provocado la ira de Francia, que al parecer estaba en negociaciones desde 2016 con el gobierno de la isla continente para proporcionarle un número importante de esos navíos, aunque no de propulsión nuclear. Dentro de la Unión Europea e incluso varios aliados importantes miembros de la OTAN también se ha manifestado un rechazo a este acuerdo.

4 Es un foro de seguridad para la región del Indo-Pacífico formado por Estados Unidos, India, Australia y Japón. Nació en una reunión celebrada al margen del Foro Regional de la ASEAN de 2007 en Manila (Filipinas), concibiéndose como una asociación informal de cuatro democracias liberales para frenar a China en la región.

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CONFLICTO DE INTERESES

El autor declara que no existen conflictos de intereses relacionado con el artículo.