notas

 

Acercamiento a la vida y obra del Dr. C. Oscar Zanetti Lecuona

An approach to the life and work of Dr. C. Oscar Zanetti Lecuona

M. Sc. Dariana Hernández Pérez

Máster en Historia Contemporánea, mención Relaciones Internacionales. Profesora Auxiliar del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, La Habana, Cuba. daryh015@gmail.com 0000-0002-0536-9048

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.8422938

Cómo citar (APA, séptima edición): M. Sc. Dariana Hernández Pérez. (2023). Acercamiento a la vida y obra del Dr. C. Oscar Zanetti Lecuona. Política internacional, V (No. 4/2023), 243–251. https://doi.org/10.5281/zenodo.8422938

 

 

Recibido: 1 de agosto de 2023

Aprobado: 10 de septiembre de 2023

 

RESUMEN Entrevista al historiador y académico Dr. C. Oscar Zanetti Lecuona, Premio Nacional de Ciencias Sociales y Premio Nacional de Historia, miembro de la Academia de Historia de Cuba, realizada por Dariana Hernández Pérez, profesora del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, el 28 de enero de 2023.

Palabras claves: Oscar Zanetti Lecuona, Escuela de Historia, Ciencia Histórica, labor formativa, Academia de Historia

 

 

ABSTRACT Interview to the historian and academic Dr. C. Oscar Zanetti Lecuona, National Prize of Social Sciences and National Prize of History, member of the Academy of History of Cuba, conducted by Dariana Hernández Pérez, professor of the Higher Institute of International Relations "Raúl Roa García", on January 28, 2023.

Keywords: Oscar Zanetti Lecuona, School of History, Historical Science, educational work, Academy of History

 

 

El objetivo de esta entrevista es poder divulgar la obra historiográfica del Dr. C. Oscar Zanetti Lecuona, por la importancia que tiene el estudio de la historia de Cuba entre los diplomáticos cubanos. Sabido es que una de las características que ha distinguido a un buen diplomático, además de su capacidad para hacer política desde la negociación y el dominio de idiomas extranjeros, es poseer un alto nivel cultural, pero, sobre todo, amplios y profundos conocimientos de la historia de su país.

Cuba, desde la constitución de la República en Armas, se ha caracterizado por contar con hombres de gran nivel profesional y profundo conocimiento del ejercicio de la profesión diplomática. Hombres de la cultura, intelectuales egresados de la escuela de abogados, de la escuela de periodismo, han representado a nuestro país en el exterior, si bien, durante el periodo de la República Neocolonial, se debe analizar su accionar teniendo en cuenta las luces y sombras de tan compleja etapa de la historia de nuestro país.

El triunfo del 1ro. de enero de 1959 obligó a formar jóvenes diplomáticos “a la carrera”1, que respondieran, desde el punto de vista ideológico y político, a los nuevos tiempos de revolución. Años después, el Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, deviene heredero de ese quehacer formador.

Abocado actualmente en la implementación del nuevo plan de estudios E, la malla curricular del mismo ha sufrido cambios y ajustes, cuyo objetivo final es el logro de un profesional con perfil amplio, que permita el mejor desenvolvimiento de los egresados en las diferentes esferas del radio de acción de la política exterior cubana competentes al MINREX y aquellas vertientes de actuación en las relaciones internacionales que asumen otros organismos e instituciones del país, en los planos político, económico, cultural, ideológico y social (ISRI, 2020: 5).

En este sentido se ha potenciado el estudio de la historia nacional, a partir de la disciplina Estudios Cubanos, que parte de una visión integral de la historia patria, desde los orígenes hasta la actualidad, que asume como eje el complejo y dialéctico proceso de formación y desarrollo de la nación, y de su cultura e identidad.

Esta disciplina se sustenta en los elementos esenciales que caracterizan la evolución y comportamiento de cada etapa de la historia nacional, su interacción con el mundo, el desarrollo de sus luchas por alcanzar la independencia y la justicia social, el ejercicio de su derecho a la autodeterminación, la defensa de su soberanía e integridad territorial y su contribución a las causas más nobles de la humanidad (ISRI, 2020).

Con este fin, se estudia el devenir histórico de la nación teniendo en cuenta los elementos esenciales que caracterizan su desenvolvimiento económico, cultural, político y social, las líneas de continuidad y ruptura en medio de los diferentes contextos internacionales y nacionales hasta nuestros días. En el ámbito cultural se presta especial atención al pensamiento; al arte en sus diferentes manifestaciones: la arquitectura, las artes plásticas, las artes escénicas, la literatura, la música y el cine; y a los procesos etnoculturales que intervienen en la configuración de lo cubano (Idem).

Para lograrlo, la disciplina cuenta con una amplia bibliografía especializada, donde no podía faltar la obra de uno de nuestros más importantes historiadores, Oscar Zanetti Lecuona.

Con el objetivo de conocer de manera más próxima las experiencias de este académico, a tenor de la publicación de su libro “Historia Mínima de Cuba”, recomendado como lectura a los especialistas de política exterior, que, como parte de su superación, estudian en los distintos cursos ofrecidos en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI), el doctor Oscar Zanetti accedió a mi solicitud de entrevista para conversar acerca de su experiencia en el campo de la investigación histórica.

Luego de agradecer las recomendaciones y la oportunidad para conocer más acerca de su obra y su trabajo, comienzo a formular las preguntas.

D.H: Profesor, usted representa la generación de los graduados de la carrera de Historia de la Universidad de La Habana luego de la reforma de 1962. Se trata de una época de agitaciones políticas en el mundo y en Cuba también por el triunfo de la revolución. En ese sentido, ¿me pudiera hablar sobre sus primeras experiencias en el campo de las ciencias históricas en la década del sesenta?

O.Z: Mi primera experiencia en la carrera de Historia fue en calidad de estudiante. Yo matriculé la Licenciatura en Historia en el año 1963, realmente porque en esa época los cursos universitarios, debido a la campaña de alfabetización, empezaron en enero.

Era una época de muchas inquietudes. Por supuesto, yo provenía de un ambiente familiar de un abuelo y un padre interesados por la historia y por tanto había leído muchas cosas de historia y se me había ido formando una vocación. Aquella cosa que empezaba leyendo a Salgari o Alejandro Dumas y te dabas cuenta que los libros de historia podían ser mucho más interesantes que las novelas y te daban un cierto background, quizás un poco por encima de lo normal que lo que podían tener los amigos de mí misma edad que estaban en la carrera.

Lo que sucede es que yo empiezo a simultanear la carrera a partir de tercer año porque entro en el departamento de Filosofía de la Universidad y comienzo a impartir clases como profesor de filosofía. Entonces ahí el marco de atención y el foco formativo se movieron un poco del contexto de la Escuela de Historia que era, en aquel momento, bastante más conservadora.

Recuerdo que tuvimos un problema serio. Yo era delegado de aula y en la asignatura de Historia Antigua, que se impartía en primer año, empezamos a plantear el problema del Modo de Producción Asiático y aquello se veía como si fuera la herejía. Incluso, había un profesor uruguayo talentoso, pero yo calculo que un poco oportunista para las circunstancias, que nos botó del aula y tuvimos que ir a dar a la dirección de la escuela. Sergio Aguirre, que era el director de la Escuela en ese momento, nos llamó a mí, que era el delegado de aula, y a dos compañeros más que habíamos estado planteando el mismo asunto. No se me olvida que Aguirre utilizó una frase y nos dijo: “miren, este es un país socialista, y en un país socialista existe una verdad oficial y un margen de disidencia. Eso que ustedes están planteando está fuera del margen de disidencia”.

Al mudarme al departamento de Filosofía el ambiente era completamente distinto, allí había un ambiente de herejía autorizada, porque en definitiva también Fidel Castro visitaba el departamento con frecuencia, lo hacía Piñeiro (comandante Barbarroja) y otros dirigentes de la época; por lo tanto, era una herejía que gozaba de cierto paraguas. Y ya en el departamento el ambiente era otro. Hace unos años se publicó la novela de Leonardo Padura “El hombre que amaba a los perros” que para mucha gente fue una novedad, pero para mí no era nada nuevo, porque ya, a los veintitrés años, me había leído los tres tomos de Isaac Deutscher sobre Trotski.

D.H: ¿Qué significó para su formación teórica su trabajo en el grupo de Pensamiento Crítico?

O.Z: En realidad, yo tuve mucha relación con la gente del Consejo Editorial de Pensamiento Crítico, pero no formé parte de ese grupo porque, además de ser uno de los más jóvenes de esa época, (tenía 23 años), era de muy reciente incorporación. Más bien estaba muy influenciado con el ambiente del departamento de Filosofía dentro del cual se encauzó Pensamiento Crítico. Allí había un ambiente de debate porque algunos compañeros tenían posiciones, digamos, más ortodoxas, y se propiciaba el debate. También teníamos grupos de estudios. Yo recuerdo que teníamos uno que lo orientaba un intelectual venezolano, que venía de formarse en Francia, que estuvo cuando la Conferencia Tricontinental y se quedó. Él nos ayudó mucho a ubicarnos en relación con toda esta efervescencia alrededor del pensamiento marxista que se daba en los años sesenta.

D.H: En algunas memorias de la escuela de Historia, según el profesor Alejandro García Álvarez, recién graduados de la licenciatura, ustedes comenzaron bajo la dirección del profesor Carlos Funtanellas a trabajar para diseñar una Metodología de la Investigación Histórica. ¿Cuáles fueron sus aportes en ese sentido?

O.Z: La formación profesional, desde el punto de vista de la investigación en la escuela de Historia, en su plan de estudio inicial, fue bastante limitada. Se concretaba en una asignatura que se llamaba Técnicas de Investigación Histórica que impartía la Doctora Hortensia Pichardo. Lo hacía con una pasión y una entrega tremenda, pero eran las técnicas de investigación de su formación. Ella era una gran investigadora, realmente quien sustentó la obra de su esposo fueron sus investigaciones.

Su enseñanza se basaba en las metodologías más utilizadas esos años que eran las positivistas convencionales: el español García Villada, los textos de Langlois y Seignobos que aún estaban en boga. Pero a finales de los años sesenta, en toda esta situación de efervescencia, discusiones y movimientos, las presiones de Fidel porque las universidades se vincularan a la realidad nacional, fueron ampliando el espectro de lo que se consideraba como investigaciones. Lo extendió hasta un extremo tal que los semestres académicos incluían las salidas para épocas de investigación, a veces en comunidades, etc.

A la investigación se le agregaban otras actividades como dar funciones de títeres a los niños. Porque, además, era un concepto de investigaciones multidisciplinarias en grupo, en unas circunstancias donde las disciplinas no estaban realmente establecidas, pero entraron cuestiones que tenían que ver con técnicas de encuestas, el uso de la fuente oral, cosas que no estaban en la metodología convencional. Así, poco a poco, en la escuela trataron de ir ampliando el espectro de las habilidades investigativas, introdujeron la asignatura de estadística. Juan Pérez de la Riva comenzó a dar Demografía Histórica, es decir, se amplió un poco el espectro que se concentraba como Técnicas de Investigación.

Cuando nosotros estudiamos, Carlos Funtanella era profesor de Historiografía, o sea, manejaba el estudio de la historia y la teoría de la Historia como disciplina, por tanto, estaba bastante cerca de este ámbito de preocupación. Con ese profesor es que nos empezamos a plantear el problema de cómo incorporar los contenidos que debían tener los estudiantes sobre Estadística y la Demografía que en aquellos años eran asignaturas de las ciencias económicas. El asunto podía ser como establecer la dosis de conocimiento de esas materias que precisara la Historia. Por supuesto, esos ajustes si los podía hacer Pérez de la Riva, pero en esa época estaba enfermo. De hecho, yo lo tuve que sustituir.

La primera asignatura que impartí en la Escuela de Historia fue Demografía Histórica. Era una época en que también se hacían intercambios con universidades francesas y venían profesores, en una especie de escuelas de verano, y hacíamos investigaciones conjuntas. Mi primera investigación publicada, sobre el comercio exterior de Cuba durante la etapa republicana fue bajo la tutoría de un profesor francés que murió muy joven, Guy Bourdé.

Como profesores jóvenes tuvimos que afrontar tareas correspondientes a profesionales de experiencia. Concretamente, lo que nos planteábamos era como modificar e integrar una disciplina para la formación y desarrollo de habilidades profesionales, en este caso habilidades investigativas en el graduado de Historia, en la cual estos elementos estuviesen integrados. Quien de alguna manera centró esta actividad fue la Doctora Aleida Plascencia, que había sustituido a la doctora Pichardo en la asignatura de Técnicas de Investigación, que en definitiva continuaba siendo el centro.

A partir de ahí, Alejandro, ella y yo, concebimos un programa nuevo que incluía, tanto un análisis de los fundamentos teóricos de la historia, las técnicas de investigación documental, las técnicas estadísticas, así como las fuentes orales, y logramos articular una asignatura que para aquel momento era bastante moderna. Aquella asignatura no solo se alimentó desde el punto de vista teórico, sino que también pusimos la experiencia práctica investigativa, por aquellas propuestas de investigación, un poco de campaña, que se hacían a finales de los sesenta.

A principios de los setenta se fueron cambiando los métodos de trabajo en la universidad. También ocurrió en la carrera de Historia. Nosotros, Alejandro García y yo, cuando la zafra del setenta tuvimos la experiencia de hacer una investigación, junto a un grupo de estudiantes y profesores, sobre los centrales azucareros. Eso llevó a buscar una enorme cantidad de documentación y de información que la Escuela tuvo y que lamentablemente se perdió después por las condiciones en que se conservaron. Pero a partir de ahí, dirigimos una investigación sobre una empresa azucarera norteamericana, la United Fruit Co., que operó en la antigua provincia de Oriente hasta 1960, y otra sobre los ferrocarriles desde su introducción en la década de 1830 hasta la Revolución. Entonces, ya la asignatura se alimentaba, no solo de los elementos teóricos, sino también de la experiencia investigativa concreta.

Uno podía llevar al estudiante a las situaciones reales. Eso, en alguna medida, se ha perdido porque la investigación histórica universitaria hoy se desarrolla dentro de un marco más académico, con investigaciones individuales en función de los trabajos de diploma y las tesis de maestría y de doctorado. Evidentemente, hay en ellas otras fuentes de renovación, sin dudas, pero el trabajo es mucho más individual. En este sentido, también se ha perdido el trabajo en los archivos, la búsqueda de las fuentes primarias. Me percato hoy que, incluso en los jóvenes profesores de las universidades, aquella concepción de que las investigaciones se hacían en los archivos casi se ha perdido. El problema es que, si no se plantea la necesidad, tu no logras valorar el recurso que te puede llevar a satisfacerla. Entonces, evidentemente, en el ámbito de problemas que se les plantea a los estudiantes, no hay ninguno que requiera ese tipo de ejercicio, por tanto, el trabajo de archivo parece un ejercicio superfluo e innecesario.

D.H: Según los informes universitarios, a partir de la homologación de las carreras en todo el país, se organizaron de forma conjunta los grupos de trabajo en los cuales se conjugaba la docencia y la investigación. ¿En ese nuevo contexto, cómo se desarrolló su labor docente en la Escuela de Historia?

O.Z: Aquí nos movemos a otra situación. En el propio trabajo en la Escuela de Historia nosotros pasamos esta experiencia de investigaciones en equipo. Cuando se restructura el plan de estudio, ya creado el Ministerio de Educación Superior; creada la facultad de Filosofía Marxista-Leninista y todo lo demás, se producen cambios en la estructura investigativa.

En esta nueva organización académica surgen los trabajos de diploma y nosotros hicimos una adecuación de lo que había sido nuestra experiencia de investigaciones por equipo. Planteamos un tipo de investigación que ejecutaban los estudiantes individualmente, pero que se integraba en problemáticas más generales: los seminarios monográficos.

En este seminario, un profesor planteaba un tema general, o relativamente general, que podía ser de Cuba o de historia de América Latina, y dentro de ese tema, cuatro o cinco estudiantes, que se acercaban por el interés en la temática, iban definiendo sus problemas para establecer los objetos de investigación de sus trabajos de diploma. Esto daba la posibilidad de moverse en temas relativamente poco estudiados de la Historia de Cuba, con el pretexto del trabajo de los estudiantes, que, además, ellos lograban individualizar y plasmar finalmente en un resultado personal. Con eso se llega a otra fase. Lo que sucedió fue que, como movíamos a los estudiantes dentro de esos equipos a lo que eran nuestros intereses de investigación, subíamos bastante la parada. Algunos de los trabajos de diploma que se hicieron a finales de la década del setenta y primera mitad de los ochenta, hoy en día pueden ser una tesis de maestría y hasta de doctorado.

Desde la experiencia del trabajo en el departamento de Historia de Cuba, se había tratado de establecer vínculos con lo que entonces era el Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias -luego CITMA-, que era donde se hacia el trabajo de Historia. El propósito era concretar un proyecto para la elaboración de una síntesis de la historia de Cuba, porque ya llevábamos prácticamente 30 años de revolución y no se poseía un libro que sirviera de base para los estudios universitarios, incluso para hacer buenos textos para la enseñanza media que eran bastantes mediocres. En aquel contexto, que coincidió con el Periodo Especial, voy a trabajar al Instituto de Historia de Cuba.

D.H: Allí, tengo entendido, que fungió como secretario de investigación. De esa experiencia en el campo de la Ciencia Histórica. ¿Qué pautas considera más provechosas en su quehacer como organizador de grupos de trabajo?

O.Z: Recuerdo bien aquella circunstancia en que se produce el cambio. En realidad, el Instituto de Historia que tenía el PCC, abarcaba el trabajo acerca de la Historia del Movimiento Comunista y la Revolución Socialista, pero, básicamente, lo que se estudiaba era la historia del movimiento obrero y la historia del viejo partido comunista y algunas relaciones internacionales con el campo socialista. Al desaparecer ese mundo, se crea el Instituto de Historia de Cuba. Allí se fusionaría la parte de Historia de Cuba del Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias, y la Sección de Historia de las FAR, que se incorpora a esta nueva estructura. La primera gran tarea que se plantea el Instituto, justamente, es la de llevar a cabo el proyecto de la síntesis de la Historia de Cuba.

Como desde la Universidad se había formulado esa idea, Jorge Enrique Mendoza, a quien habían nombrado director del Instituto de Historia de Cuba luego de su desempeño como director del periódico Granma, nos pidió a mí, a Carmen Barcia y a otros profesores de la Universidad que pasáramos a trabajar al Instituto. Yo entro con un cargo que entonces se llamaba secretario científico, herencia del tipo de estructura de los centros de investigación soviéticos. Realmente el secretario científico era el secretario del Consejo Científico del Instituto, que era el órgano básico de promoción, aprobación de proyectos de investigación y evaluación de sus resultados. Eso prácticamente me convirtió, en un plazo de dos a tres años, en el director de investigación del instituto.

En ese contexto la experiencia de la obra de Historia de Cuba fue particular. Se trató de la realización de una obra colectiva donde participaban investigadores profesionales de distintas instituciones, algunos de ellos con muy larga experiencia. Se trataba de cómo hacer una obra histórica con un colectivo de investigadores y lograr una obra relativamente coherente. Fue una experiencia muy interesante.

En primer lugar, contaba con un colectivo prestigioso trabajando en capítulos, aunque en algunos casos, algún profesional de crédito intelectual en la elaboración de su trabajo, no llegaba a redactar de la forma que se esperaba, y terminaba por pedir el toque final a la Redacción central. Eso fue otra experiencia desde el punto de vista de formación profesional muy importante para mí, porque yo tuve a mi cargo la coordinación de todo aquel trabajo.

D.H: ¿Cómo ha podido siempre simultanear las actividades de investigación con la docencia? me gustaría que me hablara acerca de las asignaturas que más le ha gustado explicar y cómo calificaría su método de trabajo para poder combinar estas dos tareas.

O.Z: Los tiempos actuales son tan difíciles. Si tú le planteas a un estudiante un proyecto de investigación como trabajo de diploma que lo haga ir al Archivo Nacional cuatro días por semana, creo que te va a odiar durante toda su existencia, aunque después profesionalmente te lo agradezca.

Creo que desgraciadamente, como en ningún ámbito de la vida, se pueden separar las condiciones de formación profesional de las actuales circunstancias, y estas son muy difíciles. Incluso, a veces, yo con los estudiantes tengo dudas si realmente hay un atractivo o una vocación definida por la Historia, o cómo entienden que esa vocación o ese interés por la historia pueden darle una realización profesional, porque las necesidades de la vida son muy urgentes, muy pesadas y a veces te das cuenta que el joven está estudiando con un objetivo que no es el del trabajo profesional, es por otras necesidades prácticas.

Yo creo que sin dudas la experiencia que nosotros tuvimos en la década del setenta tiene mucha validez, solo que las condiciones hoy son muy difíciles para poderlas reproducir aun cuando fuese en una versión actualizada, porque incluso los profesores no son los mismos. Nosotros nos movíamos con una perspectiva en lo que parecía ser una sociedad muy organizada con un futuro previsto en el cual, como me decía un alumno que hizo tesis conmigo, que después fue profesor universitario y hoy vive en España, cuando decidió irse para España me decía: “Zanetti esto ha cambiado. Yo aquí sabía cuándo me graduaba que cosa daba, en qué año me iban a dar un carro, en qué año iba a jubilarme. Todo eso ha desaparecido, no sé cuál es el futuro, tengo que ir a armármelo por mi cuenta”.

Esa es realidad, en la cual los profesores hoy día se mueven por urgencias y por demandas a veces más imperiosas, las cuales podrían llevarlos a seleccionar los temas de investigación. A veces, para hacer su tesis de doctorado, necesitan conciliar un tema que les resulta de alguna manera interesante pero que tenga conexiones con algún proyecto o actividad en el extranjero que les pueda garantizar una beca, o hasta una salida; algo que no siempre se logra de manera coherente. Todo eso cambia completamente las condiciones. Por eso te digo, la experiencia de la conducción de los seminarios monográficos, la conducción de trabajos de diplomas a partir de seminarios monográficos en principio a mí me parece válido, pero las circunstancias para llevarlo a cabo hoy son muy difíciles.

D.H: En los medios académicos cubanos es muy conocida su labor en otras universidades y en Institutos especializados en el campo las Ciencias Sociales, ¿pudiera resumirme las ventajas de esas experiencias fuera de Cuba como experto en el campo histórico? ¿Tendría alguna aplicación en nuestro medio?

O.Z: Es una pregunta difícil porque yo he estado en universidades españolas y norteamericanas y en centros de investigación de otros países también, y no es fácil, desde el punto de vista de experiencia, porque los proyectos suelen ser siempre proyectos individuales, o cuando más, de un pequeño equipo y en todos los casos son proyectos que tienes que concebirlos de forma que sean atractivos para un financiamiento.

De hecho, en las universidades norteamericanas los jefes de departamento o los directores de centros de investigación no están escogidos o no llegan a ese cargo solo por su experiencia investigativa, aunque esta se tiene lógicamente en cuenta, sino por su capacidad de poder conseguir financiamientos, porque los financiamientos son indispensables para que aquello funcione.

Las universidades españolas o mexicanas no son tan así, pero tampoco están tan alejadas de esos imperativos. En muchos casos te encuentras que hay gentes vinculadas a dos o tres proyectos, porque, además, se ha puesto de moda el Reader, el libro colectivo. Entonces están trabajando en dos o tres proyectos a la vez porque obtienen financiamiento por cada uno, o viajan a tal lugar y tienen otras posibilidades. Evidentemente, estas condiciones son muy distintas para bien y para mal a las que tenemos aquí.

Si me preguntaras como utilizar esas experiencias, yo te diría que quizás lo más sensible serían los espacios de debate. Cómo se van manejando los resultados, independientemente de que, en algunos casos más que en otros, en España más que en Estados Unidos, a veces esos espacios de debate se vician por intereses personales. Pero de todas maneras los momentos de intercambio, por la amplitud que tienen, por los medios con que se cuenta para presentar las cosas, sin dudas, resultan lo más interesante, porque siendo a veces muy individual la actividad investigativa, como en el caso de la Historia, el espacio de debate es el momento de la colectivización del conocimiento.

D.H: Al organizarse nuevamente la Academia de la Historia, usted ha tenido un papel significativo en el diseño de las líneas de trabajo en la investigación en este campo del saber. En este sentido, ¿qué corriente historiográfica indicaría como fundamental?

O.Z: Yo no creo que podemos hablar de una corriente historiográfica. Incluso el saldo de la Academia de la Historia que ya cumplió una década es bastante pobre, hablando con la más absoluta sinceridad, y el grado de integración y funcionamiento que se ha logrado también es pobre.

Desde el punto de vista de publicación lo único de cierta importancia que se ha ejecutado es el libro que yo coordiné sobre la Guerra de los Diez Años con motivo del bicentenario del 68. Eso desde el punto de vista de la investigación, porque los problemas que hemos planteado a veces de coordinación con el CITMA y con los Archivos no han sido resueltos. Yo planteé un proyecto para ver la situación de los Archivos y empecé a pedirle información a los académicos correspondientes en provincia y en algunos casos me la daban y en otros casos me decían que del CITMA habían mandado a parar eso. Estaban bloqueando un trabajo que podía poner de manifiesto problemas y por eso nunca se pudo concretar. Se ha tratado, por otras vías, pero siempre resulta difícil.

Te mueves en un mundo de intereses donde cada cual tira para su lado y el famoso proyecto de Nación no se materializa. Quizás en lo que más se ha avanzado y sus frutos todavía son pocos y no han cuajado, es desde el punto de vista de la enseñanza de la historia de Cuba, pero aquí también te mueves en un mundo de intereses. No tienen las mismas percepciones del problema en el Instituto Pedagógico, que, en la Universidad de La Habana, que en la Universidad de Oriente. Los intereses del Ministerio de Educación son otros.

Este problema se da en tres niveles: ¿Qué vas a enseñar? ¿Qué visión de la historia de Cuba vas a ofrecer? ¿Cómo se diseña la gradación de los contenidos?, porque no es lo mismo la historia de Cuba que se da en primaria y lo que resulta atractivo para el estudiante de este nivel de enseñanza, que al alumno de preuniversitario. Eso, por un lado. Pero por otro, pon tú que logres los mejores programas, entonces tienes que definir los recursos para esos programas. Y esos recursos no son solo libros de textos, porque hoy día el libro de texto es un recurso más, y no precisamente el más atractivo. Tendrías que estarte moviendo con audiovisuales, con elementos digitales para realmente calzar una asignatura con los medios que la hacen atractiva, y por último tienes a la figura principal: ¿Quién es el que va a impartir la clase?, cuando tú tienes una proporción bastante alta de profesores, como sucede hoy día, que están impartiendo Historia de Cuba sin estar formados en la materia.

Yo creo modestamente, que incluso en la actualidad la producción historiográfica cubana es menos abundante que en muchos países de América Latina, y en algunos casos menos variada y menos trascendente. No creo, y es lamentable, que podamos sentirnos orgullosos de nuestra producción y de lo que es la historiografía cubana hoy.

Hay temas, como el desarrollado por el equipo de Carmen Barcia y otros colegas que trabajan la historia social y el tema de la esclavitud, la trata, etc., que tienen resultados al más alto nivel internacional. Pero hay áreas que se han abandonado, o han bajado su calidad de manera muy abrupta. Quizás el mayor progreso reciente que ha tenido la historiografía cubana ha sido el desarrollo de centros de creación historiográfica fuera de la capital, unos con más fuerza que otros. Holguín ha creado un foco de investigadores de historia que son universitarios, o del ámbito de las instituciones de cultura, que resultan muy notables por el interés que manifiestan y por los resultados que han obtenido.

Conversar con el profesor Zanetti ha sido todo un privilegio. Solo puedo agradecer su atención e invitarlo a un encuentro con los jóvenes estudiantes del ISRI, para seguir hablando de historia, de la mejor manera de enseñarla, de forma tal que podamos contribuir, de manera efectiva, a formar a los jóvenes diplomáticos que los tiempos actuales necesitan.

Por otra parte, los nuevos planes de estudio, que incluyen una participación más activa de los estudiantes, exigen espacios de debate para discutir los nuevos textos escritos sobre nuestra realidad social. Los últimos textos de Oscar Zanetti pudieran ser propuestas concretas para realizar este tipo de encuentros entre los estudiantes y los jóvenes diplomáticos.

notas

1 En 1961 Raúl Roa García, ministro de Relaciones Exteriores de la República de Cuba, fundó la primera escuela de Servicio Exterior para formar, en el menor tiempo posible, a la nueva generación de jóvenes revolucionarios que ingresaban al Minrex, en las herramientas y los conocimientos básicos de la actividad diplomática.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Comisión Nacional de Carrera. Plan de estudio E de la Carrera Licenciatura en Relaciones Internacionales. ISRI, 2020.

CONFLICTO DE INTERESES

La autora declara que no existen conflictos de intereses.