Generalities of International Relations Theory on International Security
Dr. C. Leyde Ernesto Rodríguez Hernández
Doctor en Ciencias Históricas. Profesor Titular. Vicerrector de Investigación y Posgrado del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, e-mail: leyde@isri.minrex.gob.cu
Recibido: 15 de enero de 2020 Aprobado: 5 de febrero de 2020
RESUMEN En la teoría de las relaciones internacionales existen distintas escuelas de pensa- mientos y enfoques que contienen generalidades o aspectos teóricos básicos y nece- sarios para comprender los principales temas de seguridad internacional que se debaten en la política internacional. Entre esas escuelas tradicionales, dominantes, se encuentran el realismo político, el liberalismo político y el marxismo, las cuales permanecen en contraposición de visiones e intereses entre sus heterogéneos auto- res sobre diversas problemáticas relacionadas con la seguridad internacional. El vínculo de la teoría de las relaciones internacionales con la seguridad internacional está dado en el análisis de las relaciones de poder que origina el conflicto violento: guerras y revoluciones en las relaciones internacionales, la carrera armamentista y la proliferación de armas nucleares, con su impacto en la estructura del sistema internacional y el cambio de la correlación de fuerza internacional entre las princi- pales potencias. La terrible experiencia de la expansión de la pandemia del corona- virus hacia todos los rincones del planeta, entre los meses de enero-mayo de 2020, evidenció las vulnerabilidades de un sistema internacional curtido en la dinámica de la rivalidad geopolítica, la confrontación ideológica, la lucha por el poder y la gue- rra en las relaciones internacionales, que reproduce un orden internacional injusto y excluyente, cuando se necesitaba más cooperación, colaboración y solidaridad para salvar miles de vidas en todas las sociedades, sin distinción de clases, razas, sexos, creencias ideológicas, religiosas y políticas.
Palabras clave teoría, relaciones internacionales, poder, guerra, revoluciones, coronavirus (COVID-19) y orden internacional.
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ABSTRACT In the Theory of International Relations there are different schools of thought and approaches that contain generalities or basic theoretical aspects and are necessary for understanding the main issues of international security that are discussed in international politics. Among these traditional, dominant schools are political rea- lism, political liberalism and Marxism, which remain at odds with each other in terms of the visions and interests of their heterogeneous authors on various problems rela- ted to international security. The link between the Theory of International Relations and international security is given in the analysis of the power relations that give rise to violent conflict: wars and revolutions in international relations, the arms race and the proliferation of nuclear weapons, with their impact on the structure of the inter- national system and the change in the correlation of international force between the main powers. The terrible experience of the spread of the Coronavirus pandemic
to all corners of the planet, between January and May 2020, highlighted the vulne- rabilities of an international system rooted in the dynamics of geopolitical rivalry, ideological confrontation, the struggle for power and war in international relations, which reproduces an unjust and exclusive international order, when more coopera- tion, collaboration and solidarity were needed to save thousands of lives in all socie- ties, without distinction of class, race, sex, ideological, religious and political beliefs.
Keywords Theory, International Relations, power, war, revolutions, coronavirus
(COVID-19) and international order.
A lo largo de la historia del moderno sistema de Estados pueden distinguirse tres tradiciones o líneas de pensamiento básicas premarxistas, que constituyen el fundamento sobre el que se cons- truye la disciplina Relaciones Internacionales, que se encuentran en constante competición entre sí, aunque dentro de cada una de ellas existen impor- tantes diferencias de énfasis y argumentos entre unos autores y otros.
Por una parte, una tradición realista o hobbe- siana (Thomas Hobbes) que considera la política internacional como un período de guerra. Sus carac- terísticas más generales, derivadas de una visión pesimista de la naturaleza humana, consideran que las relaciones internacionales representan un puro conflicto entre Estados y se asemejan a un juego que es totalmente de suma cero, es decir, el interés de cada Estado supone la exclusión de los intereses de cualquier otro, estimar que la clave de la acti- vidad internacional es la guerra, de forma tal que la paz es simplemente un período de recuperación entre una y otra, y parte, como base de la conducta internacional, de la afirmación de que cada Estado es libre de perseguir sus fines en relación con otros, sin restricciones morales o legales superiores a las que quiera imponerse el propio Estado, con lo que los únicos límites a su acción derivan de los princi- pios de la prudencia y la convivencia.
De otro lado está la tradición universalista o kan- tiana (Immanuel Kant), que ve el mundo internacio- nal como una potencial comunidad de la humanidad. Considera esta tradición que la naturaleza esencial de las relaciones internacionales descansa no en el conflicto entre los Estados, sino en los lazos sociales transnacionales que unen a los seres humanos que son sujetos de los Estados. Dentro de esta poten- cial comunidad la política internacional es en última instancia eminentemente cooperativa, pues los con- flictos de intereses que existen entre los Estados se
producen a un nivel superficial de sociedad inter- nacional. Igualmente existen imperativos morales o legales que derivados del común interés de todos los hombres limitan la acción de los Estados.
Por último, está la tradición internacionalista o grociana (Hugo Groccio) que se desarrolla entre las dos tradiciones anteriores. Esta última describe las relaciones internacionales en términos de sociedad de Estados o de sociedad internacional. Considera, frente a la tradición hobbesiana, que los Estados no están en situación constante de guerra, sino limita- dos en sus conflictos por reglas comunes e institu- ciones. Sin embargo, frente a la tradición kantiana, acepta la premisa hobbesiana de que los inmediatos miembros de la sociedad internacional son los Esta- dos antes que los individuos. La política internacio- nal, desde esta perspectiva, no expresa ni un total conflicto de intereses de Estados ni una total identi- dad en los mismos, sino que se asemeja a un juego al mismo tiempo distributivo y productivo. Lo que más adecuadamente tipifica la vida internacional son los intercambios económicos y sociales entre Estados. La actividad internacional que mejor tipifica el mundo grociano es el comercio o, de modo más general, las relaciones económicas y sociales entre los Estados.
En términos prescritos, la tradición hobbesiana ve el comportamiento internacional del Estado libre de toda restricción legal o moral, dictado exclusi- vamente por sus propios objetivos. Las ideas de moralidad o de legalidad son ajenas al ámbito inter- nacional, a diferencia de la sociedad interna a no ser que se trate de la propia moral de Estado. Tanto la idea de vacío moral (Maquiavelo) como la de moral de Estado (Hegel) tienen cabida en esta tradición. El único principio que rige en la conducta internacional del mundo hobbesiano es la prudencia, el cálculo a la hora de emprender acciones. Así, los acuerdos se respetan tan solo si ello forma parte del propio interés en un momento dado.
A diferencia del hobbesiano, la tradición kantiana cree que la conducta internacional está dictada por
imperativos morales. Ahora bien, dichos imperativos no persiguen la cooperación entre los Estados sino la desaparición del sistema de Estados y su sustitu- ción por una sociedad cosmopolita. Así, las reglas de coexistencia entre los Estados quedan relegadas ante los objetivos morales del kantiano, que dividen el mundo entre los elegidos y condenados, entre oprimidos y opresores. Por tanto, cuestiones tales como soberanía o la independencia no se plantean. Por su parte la tradición grocciana cree que la conducta del Estado está limitada por las reglas y las instituciones de su sociedad. Prudencia, mora- lidad y derecho confirmarían la lógica del compor- tamiento estatal, dispuesto a defender la existencia de dicha sociedad. Así, el grocciano niega tanto la anarquía del hobbesiano como la voluntad de eman- cipación del kantiano, buscando el punto medio: el mundo de orden. En efecto, anarquía, emancipación y orden podrían constituir las palabras clave para
definir cada una de las tradiciones.
La década de los años treinta del siglo xx caracte- rizada por una creciente inestabilidad internacional y por la constatación del fracaso del sistema gine- brino, abrirá, en el campo de la teoría internacional, el debate entre idealistas y realistas.
Para el realismo político la política internacio- nal es lucha por el poder. Los actores principales son los Estados, sobre todo las grandes potencias, prioriza temas de alta política y estratégicos, aboga por el balance del poder, para establecer un cierto orden mundial. Es el paradigma que toma en consi- deración los factores de seguridad y poder que son inherentes a la sociedad humana. Entre sus princi- pales presupuestos sobresalen:
Dado su pesimismo antropológico, niega la posi- bilidad de progreso. Fundado en el egoísmo y el deseo de poder de los hombres.
Los intentos de perfeccionar el sistema están condenados al fracaso.
Tiene una visión más determinista del proceso histórico, por lo que reconoce menos margen de actuación al obrar humano. Se puede tratar de entender el proceso de cambio histórico, pero no controlarlo.
No existe una armonía natural de intereses entre los Estados. Son vistos como en una situación de competición constante.
Existe una clara distinción entre los códigos de moral del individuo y del Estado.
Únicamente la prudencia y la oportunidad deben actuar como límites de la acción.
La naturaleza anárquica del sistema lleva a una paz precaria e inestable que solo puede garanti- zarse mediante el equilibrio de poder y no por el derecho internacional.
El realismo político hunde sus raíces en una larga corriente de pensamiento que partiendo de Mencio, Kautilya y Tucídides alcanza todo su esplendor en la Edad Moderna europea de la mano de Maquiavelo y Hobbes, hasta llegar al siglo xx.
También se ha denominado “política de poder”. Es una teoría normativa orientada a la política práctica, que deriva sus postulados tanto de esa misma polí- tica práctica como de la experiencia histórica. El estu- dio de la historia sirve al realismo político tanto como una fuente de inspiración para sus hipótesis como para mostrar lo acertado de las mismas. En su con- cepción late un pesimismo antropológico que deter- mina toda su teoría. El hombre es considerado como pecador, deseoso siempre de acrecentar su poder. La tarea del hombre de Estado es modelar el marco político dentro del cual la tendencia humana hacia el conflicto quede minimizada. Concentra su atención en el “hombre político” que vive para el poder.
El poder es la clave de la concepción realista. Dado lo conflictivo y anárquico del mundo interna- cional, la tendencia natural del Estado y su objetivo central es adquirir el mayor poder posible, ya que lo que el Estado puede hacer en la política inter- nacional depende del poder que posee. La política internacional se define en última instancia como la lucha por el poder. El poder es, de esta forma, tanto un medio para un fin como un fin mismo.
La otra clave es la noción de interés nacional, que viene definida en términos de poder o que se identifica con la seguridad del Estado.
Considera que en un sistema internacional, caracterizado por la ausencia de un gobierno común, cada Estado necesita buscar su seguridad basándose en su propio poder y considerando con alarma el poder de sus vecinos.
Según el historiador británico Edward Hallett Carr,1 el poder político puede dividirse en tres cate-
1 Pionero del paradigma realista. Su obra The Twenty Years Crisis, publicada en 1939, ejerció un gran impacto desde el mismo momento de su publicación. Aún hoy sus criterios sobre el “primer debate” en la teoría de las relaciones inter- nacionales suelen ser utilizados casi como única referencia al mismo.
gorías que son íntimamente interdependientes: poder militar, poder económico y poder sobre la opi- nión. El tipo de poder más importante es el militar ya que la última razón del poder en las relaciones internacionales es la guerra. Así, la guerra potencial se transforma en el factor dominante de la política internacional y la fuerza militar en el criterio recono- cido de los valores políticos.
La política de poder significa un tipo de relacio- nes entre los Estados en el que predominan algunas reglas de conducta: armamentos, aislacionismo, diplomacia del poder y de la guerra. Puede definirse en un sistema de relaciones internacionales en que los Estados se consideran a sí mismos como los fines últimos; emplean, al menos con propósitos vitales, los medios más efectivos a su disposición y son medios en proporción con su poderío en caso de conflicto. Sostiene que los principios morales en abstracto no pueden aplicarse a la acción política.
En el libro de Edward Hallett Carr The Twenty Years Crisis se puede encontrar la crítica más acer- tada al idealismo político:
Subraya cómo debería ser el comportamiento internacional y no como es de hecho.
Desdeña la política de equilibrio de poder, los armamentos, el uso de la fuerza y los tratados secretos de alianza.
Considera de importancia los derechos y obli- gaciones legales internacionales y la armonía natural del interés nacional como reguladora de la paz internacional.
Sostiene que la humanidad es perfectible, capaz de mejorar, es decir, que el entorno político puede transformarse a través de instituciones y de normas de comportamiento político.
Supone que en un sistema internacional basado en gobiernos representativos producidos por la autodeterminación nacional es más pacífico, es decir, que las democracias serían menos belico- sas que las dictaduras.
La obra de Edward Hallett Carr es una dura crí- tica del idealismo político, abonó el terreno para el surgimiento del libro Politics Among Nations (Polí- tica entre las Naciones) de Morgenthau, donde se exponían las leyes y regularidades de los aconte- cimientos internacionales. La esencia del realismo político fue focalizada en que el comportamiento estaba basado en leyes inmutables de la naturaleza humana. Para comprender las relaciones internacio- nales es necesario elaborar una teoría que, a modo
de instrumentos, ponga en orden los acontecimien- tos que de otra forma permanecerían irracional- mente explicados y permanentemente ininteligibles. A la vez, debía ser una ciencia empírica, expuesta al pensamiento “utópico” y “normativo”.
La teoría debe brotar de la forma de actuar y pensar en el medio internacional, de la práctica de los hechos y decisiones de la política exterior. Como principio básico el poder es el elemento regu- lador que asegura un mínimo orden en medio de la naturaleza substancialmente anárquica del sistema internacional y cuyo fin es la pervivencia y perpetua- ción de los propios Estados. La ambición de poder es inherente al hombre, dado el sentimiento de inse- guridad con que se mueve el mundo. Al no existir un poder superior los Estados han de velar por la seguridad nacional.
Los sucesos internacionales de las décadas de los años veinte y treinta pusieron en entredicho la visión idealista, al demostrar que la política exte- rior de los Estados era contradictoria con las bases asentadas por los enfoques idealistas. Los mecanis- mos planteados para prevenir la guerra no habían funcionado y estaban sembrados los fundamentos de un segundo conflicto. El fracaso de las solucio- nes diplomáticas y los intereses de las potencias europeas mostraron que los esfuerzos científicos y académicos para demostrar la disfuncionalidad natural de la guerra habían sido una ilusión. El pro- yecto de sociedad internacional entró en contradic- ción con los intereses de las potencias, en donde inicialmente habían encontrado su raíz el idealismo y este perdió su utilidad política.
La formulación de su modelo realista responde al escenario internacional de la “guerra fría”. Sobre esa base formula los seis principios fundamentales que constituyen el “credo del realismo político” y que son la base de toda su teoría internacional.
Cree que la política es gobernada por leyes objetivas que tienen sus raíces en la naturaleza humana. La operatividad de estas leyes es indi- ferente a nuestras preferencias; el hombre las desafiará solo a riesgo de fracasar. Cree también que es posible desarrollar una teoría racional que refleje estas leyes objetivas.
Se presume que los estadistas piensan y actúan dentro de los términos de un interés definido
como poder que proporciona continuidad y uni- dad a las distintas políticas exteriores de los dife- rentes Estados y proporciona la posibilidad de formular una teoría racional de la política interna- cional. Cualesquiera que sean sus fines últimos, el poder es siempre el fin inmediato. El poder es el dominio del hombre sobre las mentes y las acciones de otros hombres. Por poder político se entiende las relaciones de dominio entre los que detentan la autoridad pública y entre estos y la gente en general. Es una relación sicológica entre los que lo ejercen y sobre los cuales es ejercido.
La clase de interés determinante de las acciones políticas en un período particular de la historia depende del contexto político y cultural dentro del cual se formula la política exterior. El interés nacio- nal puede identificarse con la supervivencia del Estado contra los ataques de otros Estados. Solo una vez asegurada la supervivencia, el Estado puede perseguir intereses de menor rango.
En su persecución del interés nacional, los Esta- dos están sometidos a una moralidad diferente a la de los individuos en sus relaciones personales. No puede haber moralidad política sin prudencia, y esta ha de entenderse como la consideración de las consecuencias políticas de una acción aparentemente moral. La ética política juzga las acciones humanas de acuerdo con sus conse- cuencias políticas.
El realismo político se niega a identificar las aspi- raciones morales de una nación particular, con las leyes morales que gobiernan el universo.
Afirma la autonomía de la esfera política, ya que las acciones políticas deben juzgarse por crite- rios políticos.
Esa lucha constante y perpetua por el poder que caracteriza la política se puede materializar a través de tres tipos de política internacional:
Política de statu quo: si se busca conservar el poder. Es la acción que a través de la política exterior de un Estado va a intentar frente a otros países mantener el poder evitando el cambio. Es una buena política cuándo un país no tiene el poder real para enfrentar a otro y por eso busca mantener el equilibrio.
Política imperialista: si se busca incrementar el poder. Es la acción orientada a adquirir el mayor poder posible por medio de un cambio de la dis- tribución de poder.
Política de prestigio: si se pretende demostrar el poder. Depende más de la imagen que los Esta- dos tengan de otro que del poder político. Es la política exterior de un Estado que tiende a demos- trar un cierto poder que puede llegar a no existir en la realidad. No es intrínseco, viene de afuera.
Su noción del orden internacional va íntimamente unida a su noción de interés nacional, y a su afirma- ción de que la persecución de intereses nacionales que no son esenciales a la supervivencia del Estado contribuye a acentuar los conflictos internacionales. La paz puede mantenerse solamente por dos artificios: uno, el mecanismo autorregulatorio de las fuerzas sociales: el equilibrio de poder y el otro con- siste en limitaciones normativas bajo las formas del Derecho Internacional, moral internacional y opinión
pública mundial.
Sin embargo, considera que no es el equilibrio de poder mismo, sino el consenso internacional sobre el cual está basado, el que preserva la paz interna- cional. Las naciones competidoras tuvieron primero que restringirse a sí mismas, aceptando el sistema de equilibrio de poder como el marco común de sus esfuerzos. Tuvieron que admitir, por así decirlo, un pacto tácito.
Pero actualmente ese consenso ya no existe, dado que los cambios estructurales que se han producido en la sociedad internacional impiden su correcto funcionamiento.
Tampoco las limitaciones normativas, tal como están establecidas en la actualidad, son eficaces para mantener la lucha por el poder dentro de los límites pacíficos.
El camino a seguir sería la paz por medio del acuerdo, única vía, en su opinión, que permite pen- sar optimistamente en el futuro de la sociedad inter- nacional. Para ello es necesaria la revitalización de la diplomacia entendida en sus formas tradicionales. Una diplomacia revivida tendrá la oportunidad de mantener la paz solo cuando no sea usada como el instrumento de una religión política que pretenda la
dominación universal.
El concepto de conflicto significa un choque entre intereses sociales por bienes raros o escasos. En el
plano internacional el choque entre Estados y otros actores internacionales.
El conflicto no siempre implica violencia. Tiene varias fases: tensión, crisis, violencia o negociación. La tensión es una fase de tirantez en las relaciones: la crisis es un momento decisivo, de cambio, cuando un proceso, en este caso el conflicto, evoluciona en una u otra dirección. El conflicto puede desembocar en la violencia, en la utilización de la fuerza, pero también puede desembocar en la negociación y resolverse por vía pacífica.
En las ciencias sociales contemporáneas, el tema del conflicto se enfoca dentro de dos corrien- tes principales: la sociología norteamericana, que tiene un distinguido representante en el sociólogo de Harvard Talcottt Persons, que tiende a enfatizar el consenso y el equilibrio en la sociedad, y a ver el conflicto como algo más bien anormal, que rompe precisamente el ordenamiento social; privilegia esta corriente las vías para mantener el equilibrio social, su orientación metodológica en el funcionalismo. La otra corriente proviene del pensamiento de Marx que ve en el conflicto la fuente de la dinámica y del cambio social. En el caso del marxismo el conflicto es básicamente la lucha de clases a través de la cual la sociedad humana evoluciona de una forma- ción económico-social a otra.
Puede hablarse de una tercera corriente que intenta conciliar el estudio del equilibrio y el con- senso con el conflicto, representada por sociólogos destacados como los alemanes Max Weber y Ralf Dahrendorf.
Los análisis que parten de la primera corriente tienden a una ciencia social con finalidades pragmá- ticas, encaminada a la solución de problemas inme- diatos y, en última instancia, a preservar el orden social capitalista. La otra corriente es crítica del sta- tus quo se proyecta hacia el cambio y la transforma- ción social.
En este tema nos interesa fundamentalmente el conflicto violento, porque en las relaciones interna- cionales, el conflicto violento, significa obviamente la guerra.
Por guerra debe entenderse el choque entre las fuerzas armadas de dos o más Estados. Se trata de un enfrentamiento armado, más o menos generali- zado (para distinguirlo de una simple escaramuza
o choque fronterizo), entre las fuerzas armadas de dos o más Estados.
La guerra ha acompañado a las relaciones inter- nacionales desde que surgieron los Estados hace
5 000 años aproximadamente. Se ha calculado que a través de la historia de las relaciones inter- nacionales han ocurrido más de 15 000 guerras de significación.
A las guerras entre Estados deben añadirse las guerras al interior de los Estados o guerras civiles, lo que implica que el concepto debe extenderse a los enfrentamientos armados no solo entre Estados, sino entre estos y actores no estatales. Las gue- rras civiles de significación suelen tener también importantes consecuencias internacionales y están en el origen de muchos conflictos regionales de la actualidad.
El enfoque realista de las relaciones internacio- nales considera la guerra como algo consustancial a la dinámica internacional. Para los realistas polí- ticos el carácter descentralizado, en cierta medida anárquico del sistema internacional, condiciona la competencia y la rivalidad entre los Estados y hace la guerra inevitable.
A esto se añade la condición humana que los realistas consideran desde una posición de básico pesimismo antropológico: el ser humano es funda- mentalmente egoísta, está dominado por impulsos hacia el poder y la dominación y por impulsos agre- sivos, por lo cual afirman que el hombre es violento por naturaleza.
Para el realismo, por consiguiente, es muy difícil y, en definitiva, idealista y utópico, pretender elimi- nar las guerras. Estas se han producido siempre, desde que existen los Estados, y se van a seguir produciendo. Lo más que puede lograrse es tratar de controlarlas, de limitar sus efectos y su frecuen- cia, mediante los diversos mecanismos de equilibrio del poder.
A comienzos del siglo xix, Karl Von Clausewitz, general prusiano, participante en las guerras napo- leónicas y brillante pensador militar, explicó el ori- gen de las guerras en su famosa obra De la Guerra, cuando afirmó: “La guerra es la continuación de la política por otros medios, los medios violentos”. Es decir, la guerra no se origina en una supuesta natu- raleza humana inmutable, sino en la política que sigue un Estado, es un instrumento político, es la continuación de la política por medios violentos.
Los clásicos del marxismo, tanto Marx como Engels y Lenin, tenían un gran respeto por la obra de Clausewitz y, de hecho, utilizaron su definición del origen de la guerra como base de su propia con- cepción acerca del fenómeno, aunque profundizán- dola y ampliándola, pero con un sentido clasista. Así para los clásicos la guerra es la continuación de la política por otros medios, pero no de la política en abstracto, sino de la política que sigue una clase dominante en su Estado.
Para los marxistas la guerra se origina en los intereses de las clases dominantes, de los explota- dores, y en la historia contemporánea, de la burgue- sía imperialista. A los pueblos no les interesan las guerras, los pueblos suelen ser las víctimas de las guerras, porque tienen que suministrar los comba- tientes y sufrir directamente sus destrucciones. Por tanto, para los marxistas las guerras serán elimina- das de las relaciones internacionales, de la historia de la humanidad, cuando cese la opresión de unas clases por otras, cuando sea liquidada la última for- mación explotadora, el capitalismo.
Los marxistas, desde luego, no son pacifistas ilu- sos, saben que mientras existan regímenes explota- dores existirá la guerra. Por eso Lenin subrayaba la diferencia entre las guerras injustas, las guerras que se hacen para conquistar o someter a otros pueblos y las guerras justas, las guerras en defensa propia de un pueblo agredido, las guerras revolucionarias, las guerras de liberación nacional contra el colonia- lismo y el imperialismo.
En el siglo xx se introdujo la división de las gue- rras en convencionales y nucleares, atendiendo al armamento que pudiera utilizarse. Las conven- cionales con armamento no nuclear, aunque debe señalarse que este se ha vuelto cada vez más des- tructivo. La guerra nuclear felizmente, hasta ahora, no se ha producido, tampoco con armas atómicas o de hidrógeno, pero la humanidad sigue amenazada por estas armas.
También existen las guerras totales en las que los Estados participantes utilizan todos sus recursos hasta el fin y persiguen objetivos máximos. Las gue- rras limitadas serían aquellas en las que no se uti- lizan todos los recursos de los Estados y persiguen objetivos restringidos a ciertas ganancias territoria- les o posicionales. Las implicaciones internaciona- les de estos dos tipos de guerra son diferentes.
Las armas coheteril-nucleares han significado una revolución en lo militar. Estas armas se carac- terizan por dos rasgos fundamentales: la capacidad de destrucción masiva y la rapidez con que entran en acción.
Las bombas atómicas se miden en kilotones y un kilotón es el equivalente explosivo a 1 000 toneladas de TNT. Las bombas de hidrógeno o termonucleares se miden en megatones, cada megatón es el equi- valente explosivo a 1 millón de toneladas de TNT. La bomba que destruyó a Hiroshima y Nagasaki, de 20 kilotones, era una bomba atómica que destruyó a esas dos ciudades japonesas. Las bombas termo- nucleares de 80 a 100 megatones, pueden destruir a países enteros.
El cohete intercontinental o de alcance intermedio, principal vector, es decir, portador del arma nuclear (otro vector son los bombarderos de reacción), otor- gan a estas armas una enorme rapidez para entrar en acción. Durante la “guerra fría”, por ejemplo, la Unión Soviética y Estados Unidos podían bombar- dearse recíprocamente en cuestión de 25 minutos con los cohetes o misiles intercontinentales.
Una guerra mundial librada con estas armas, que fue el mayor peligro que amenazó a la humanidad durante la “guerra fría”, hubiera podido representar una catástrofe sin precedentes, tal vez el fin de la civilización, teniendo en cuenta que las dos super- potencias poseían miles de cohetes y de cabezas (ojivas) nucleares.
Felizmente esa guerra no estalló, no se produjo una Tercera Guerra Mundial con armas nucleares. Ese armamento fue un freno para la catástrofe, pero ciertamente hubo grandes peligros porque estas armas tienen características que podían haber lle- vado a ese enfrentamiento que ninguna de las par- tes deseaba. Precisamente la rapidez con que entran en acción es uno de sus mayores peligros, ya que ejerce sobrepresiones en los mecanismos de toma de decisión en momentos de crisis internacional.
Solo la Unión Soviética (ahora Rusia) y Estados Unidos poseen toda la panoplia de estas armas. Cohetes “mirvados”, es decir, de cabezas múltiples, submarinos nucleares, portadores de cohetes que pueden disparar desde cierta profundidad, bombar- deros estratégicos. Existen otras potencias nuclea- res con armamentos muy avanzados y poderosos como China, Reino Unido y Francia, todos miem- bros del Consejo de Seguridad de Naciones Uni- das, pero no llegan a sobrepasar el poderío militar de Estados Unidos y Rusia.
A estas armas fundamentales se unen otras de exterminio masivo. En la esfera atómica las bombas de neutrones o de rayos gamma, armas de radia- ción; las armas químicas, bacteriológicas y otros tipos de armas de última tecnología consideradas inteligentes.
Todas estas armas hacen que la guerra en nues- tra época ya no pueda considerarse un instrumento racional de la política. Pero, mientras existan, impli- can siempre el peligro de llevar a esa guerra que nadie puede desear, por accidente, fallas técnicas o del personal humano que las maneja, sobre todo en situaciones de crisis, cuando las fuerzas armadas de las grandes potencias están en alerta.
Durante toda la “guerra fría” se mantuvo el equi- librio entre las dos superpotencias, factor funda- mental en frenar el estallido de una Tercera Guerra Mundial, pero al costo de una carrera armamentista cualitativa y acelerada que significó un gigantesco despilfarro de recursos, de materias primas, energía y talento humano. Casi la mitad de los científicos y técnicos del mundo desarrollado han estado dedica- dos a producir instrumentos de muerte.
Si a esto se añaden los muchos conflictos en el mundo durante los 40 años de “guerra fría” y pos- teriormente y las carreras de armamentos regiona- les, se tiene una idea del gasto enorme en armas que ha sobrepasado el millón de millones de dóla- res anuales, con lo que se podría cubrir la deuda externa de todos los países del Tercer Mundo, el Sur Global, como hoy comienza a llamársele, o financiar los cuidados de salud de millones de personas en todos los continentes, lo cual se le reprocha a las principales potencias occidentales ante el desastre humanitario que han atravesado como resultado del azote de la pandemia del coronavirus (COVID-19).
Lamentablemente la actuación de las poten- cias imperialistas ha generado la proliferación de armamentos en el mundo, incluso los de exterminio masivo. Muchos estados subdesarrollados gastan enormes sumas en armas convencionales y en los intentos por dotarse de armas nucleares, pero tam- bién químicas y bacteriológicas. La proliferación de armamentos, sobre todo los de exterminio masivo, es uno de los peligros que enfrentó la humanidad durante la “guerra fría” y también en el período pos- terior hasta la actualidad.
La proliferación de armas lleva a lo que el aca- démico de Harvard, Joseph Nye, ha llamado la difusión del poder a Estados medianos e incluso pequeños y acentuar los riesgos de conflicto en el mundo. Esto se debe al mal ejemplo de las grandes potencias, que no cumplen con el compromiso de trabajar por el desarme y no solo se arman ellas mismas, como base de su poder en el plano interna- cional, sino hacen grandes negocios suministrando armas a otros y contribuyendo así a las tensiones y los conflictos en diversas regiones.
Por eso el tema del desarme se vincula estrecha- mente con el desarrollo. Los recursos que la humani- dad gasta en el armamentismo constituyen la base para impulsar el desarrollo de las dos terceras par- tes de la población mundial. Debe tenerse en cuenta que, contrariamente a una idea difundida, no son necesariamente las armas de exterminio masivo las que más cuestan, sino el mantenimiento de grandes ejércitos, flotas aéreas y navales, gigantescos por- taviones y acorazados. Sobre todo en una época en que la más sofisticada tecnología se aplica a esas armas todavía llamadas “convencionales” a pesar de su alto poder destructivo y la precisión creciente con que alcanzan los blancos.
Pero un verdadero proceso de desarme requiere un cambio cualitativo de las relaciones internacio-
nales, no solo una distensión pasajera sino la crea- ción de un genuino “nuevo orden mundial”, justo y humano, donde se prioricen las necesidades de la inmensa mayoría de la humanidad.
Para esto no basta con suprimir las guerras, con todo lo importante que resulta. La paz no es sola- mente la ausencia de guerra. Es necesario suprimir las condiciones de explotación, de discriminación, de opresión que pesan sobre grandes grupos huma- nos. Es necesario suprimir esa violencia estructural, siguiendo el concepto elaborado por el gran cientí- fico social y pacifista Johan Galtung, que se encuen- tra implícita en el sistema capitalista e imperialista.
La consecuencia inmediata del colapso socia- lista fue un cambio cualitativo en la configuración de fuerzas internacionales. La bipolaridad de las décadas de “guerra fría” dio paso a la unipolaridad o monopolaridad coyuntural de Estados Unidos, como la única superpotencia en el planeta en todos los planos, por su poderío militar, económico, por su ideología política, transitoriamente victoriosa en la confrontación global.
Esa unipolaridad estratégica norteamericana significó una supremacía circunstancial en los asun- tos mundiales, pero no la hegemonía absoluta. De hecho, existen otros centros de poder y paralela- mente se desarrolla una tendencia a la multipolari- dad en el siglo xxi.
La economía mundial no es de ninguna manera unipolar. Existen tres centros del capitalismo: Europa, América del Norte y Este de Asia y, por tanto, en la economía rige una configuración de fuerzas tripolar. Por otra parte, existen grandes potencias que pueden devenir superpotencias para el siglo xxi: Rusia es el Estado territorialmente más grande del sistema internacional, con inmensos recursos naturales, y las armas de la Unión Soviética en una fase de mayor desarrollo tecnológico; China ya es la segunda economía mundial con la mayor pobla- ción del planeta, grandes recursos y un poderío mili- tar en ascenso; la India es el Estado más poblado después de China, con notables avances tecnoló- gicos; Brasil es la sexta economía mundial y posee potencialidades para convertirse en el motor para el desarrollo de la región Latinoamericana, lo cual se ha visto frenado por el gobierno de extrema derecha de Jair Bolsonaro. Estas potencias emergentes son
aspirantes serios a superpotencias en unas cuan- tas décadas, si superan todos los desafíos, como la pandemia del coronavirus, si mantienen su unidad interna, ritmos de crecimiento económico acepta- bles y una política inteligente y con una voluntad de afirmarse en las relaciones internacionales.
La Unión Europea sigue afectada por la crisis económica del 2008, que provocaron las políticas económicas neoliberales. En caso de que logre salir de esa compleja crisis social, acentuada por la pan- demia del coronavirus, que la desacredita y divide, podría retomar la profundización de su proyecto integracionista en los planos político y militar, con la pretensión de convertirse en una superpotencia comparable y probablemente superior a Estados Unidos. El proceso será largo, desde luego, por- que las contradicciones entre las potencias euro- peas son significativas y sobre todo con el enorme esfuerzo que ha implicado ampliarse hacia Europa del Este.
Existen además otras potencias regionales de significación, que pueden desempeñar en el próximo siglo un papel mayor como Irán en el Medio Oriente, Sudáfrica y Nigeria en África.
Estos desarrollos, desde luego, tomarán varias décadas, y todos los analistas internacionales están de acuerdo en que Estados Unidos comienza a perder la situación relativamente cómoda, sin riva- les equivalentes que ostentó a finales del siglo xx, como la única superpotencia integral en el sistema internacional.
En las próximas décadas Estados Unidos no podrá hacer su voluntad enteramente. Deberá con- tar con otras potencias capitalistas y la rivalidad entre ellos podría ir en aumento por el control de nuevos mercados y recursos naturales en la Tierra u otros planetas, en primer lugar, los energéticos y minerales raros. Las contradicciones antiimperia- listas seguirán siendo una característica propia del sistema internacional del siglo xxi.
Más difícil sería, desde luego, el conflicto bélico entre las grandes potencias capitalistas. La superio- ridad norteamericana, rusa y china en ese terreno, el carácter tan destructivo de las armas actuales de alta tecnología, la interdependencia entre los centros capitalistas a pesar de las contradicciones, constitu- yen, para el futuro previsible, un freno considerable. Esas circunstancias hacen pensar en el aleja- miento del peligro de una guerra mundial con armas termonucleares entre las grandes potencias, por- que no hay, aparentemente, adversarios para librar
esa guerra. Pero la problemática de seguridad se desplaza ahora a las diversas regiones del planeta, ante todo al tradicional “Tercer Mundo” o “Sur Global”. Un ejemplo han sido las amenazas de guerra con- tra Irán por la negativa de Estados Unidos de que el país persa disponga de un proyecto de desarro- llo pacífico de la energía nuclear, lo cual nos alerta sobre la posibilidad real de un conflicto en torno al arma nuclear. Visto así, la seguridad mundial pende de un hilo y amenaza la propia existencia de nues- tra especie. Es por ello que ningún Estado grande o pequeño tiene derecho a poseer armas nucleares.
Los conflictos regionales tienen, naturalmente, causas propias y específicas. Existieron antes de la “guerra fría” y se mantienen hasta la actualidad. Pero durante esa gran confrontación global se vie- ron, de una u otra manera, subsumidos dentro del enfrentamiento Este-Oeste. Es un tema de debate internacional si la “guerra fría” exacerbó los conflic- tos regionales o por el contrario los frenó o los limitó, y si los conflictos regionales del siglo xxi constituyen una prolongación de esa etapa de las relaciones internacionales.
Lo que puede decirse es que la “guerra fría”, o para decirlo con más precisión, la actuación de las superpotencias durante el período, evitó que esos conflictos desbordaran y por procesos de escalada llevaran hasta el enfrentamiento a las más grandes potencias. Pero es cierto también que el número de conflictos regionales se multiplicó en la posguerra fría, aunque el número de víctimas no sea compara- ble al de las guerras de Corea y Vietnam.
Los conflictos regionales se producen por diver- sas causas:
Conflictos por delimitación de fronteras.
Conflictos por territorios ricos en recursos natura- les.
Ambiciones expansionistas de Estados aspiran- tes al papel de hegemones regionales.
Maniobras e intrigas de grandes potencias contra Estados progresistas.
Guerras civiles que desbordan las fronteras y afectan a Estados vecinos.
A estas causas más o menos tradicionales se añaden dos que, sin ser exactamente nuevas, han alcanzado en las dos últimas décadas particular virulencia: los enfrentamientos etnonacionales y los fundamentalismos religiosos. Ambos factores, que parecen anacrónicos en una época de procesos integracionistas, en plena revolución técnico-cien-
tífica, contribuyen a exacerbar los conflictos y han conducido a la desintegración de varios Estados.
Entre las áreas geográficas de mayor conflicti- vidad regional se encuentran el Oriente Medio, los Balcanes y África. América Latina y el Caribe, con el debilitamiento de los procesos de concertación política e integración regional, atraviesa una etapa convulsa en la que pueden exacerbarse varios con- flictos potenciales. Asimismo, el Este de Asia, donde el desarrollo alcanzado por los países de reciente industrialización les permite la adquisición de arma- mento moderno, incluso su producción.
El conflicto en torno a Irán o la República Popular Democrática de Corea del Norte es una amenaza al sistema internacional en su conjunto, como pudiera hacerlo una guerra entre las grandes potencias, porque el peligro de que sean utilizadas armas de exterminio masivo, en particular la nuclear, es una posibilidad real. Además, hay regiones de gran valor estratégico como el Oriente Medio, donde están las mayores reservas de petróleo del mundo. La pro- liferación armamentista contribuye a exacerbar los conflictos y conlleva la amenaza de la utilización de armamento de exterminio nuclear y también quí- mico o bacteriológico.
La posguerra fría no ha resultado un período de paz genuina y en el horizonte internacional se vis- lumbran nuevas amenazas que desmienten el crite- rio sobre la ausencia de un peligro inminente de una guerra mundial con armas nucleares. En realidad la principal amenaza para la humanidad es la existen- cia de enormes arsenales de armas nucleares, las que podrían conducir a una catástrofe de imprevisi- bles consecuencias para la existencia de la especie humana y la vida en el planeta Tierra.
Al orden relativo y si se quiere aberrante (por desarrollarse a la sombra del equilibrio del terror) de la “guerra fría”, sucedió un período convulso, turbu- lento, difícilmente controlable. Por ello las grandes potencias capitalistas, vencedoras en la confron- tación global, y pese a las contradicciones entre ellas, se movieron en la última década del siglo xx y principios del siglo xxi, hacia un intento de reorde- nar el sistema internacional, naturalmente, sobre la base de sus intereses y mediante el uso de la fuerza militar.
Lo que une a Europa y a Estados Unidos, funda- mentalmente, por encima de contradicciones y dis-
crepancias, es el interés de fortalecer y consolidar el capitalismo en esta nueva fase de crisis económica y necesaria expansión global. Han tratado precisa- mente de seguir favoreciendo las políticas econó- micas neoliberales que benefician a las burguesías de los países centrales, al mismo tiempo que des- truyen los movimientos sociales y populares que en la misma Europa y en el Tercer Mundo se les opo- nen, como ha sido el caso de la llamada “Primavera Árabe” y los estallidos sociales del 2019 y 2020 en algunos países de latinoamericanos.
Las grandes potencias buscaron el estableci- miento de un “nuevo orden mundial”, tras el colapso socialista, pero de su orden mundial. De hecho con- formaron un nuevo “Directorio” de grandes poten- cias, el grupo de países más industrializados, G-8 (incluyó a Rusia, luego separada por sanciones occidentales) que recordó al viejo directorio euro- peo del siglo xix. Este “Directorio”, integrado por las potencias que rigen la economía mundial y con los mayores recursos militares existentes, persiguió ins- taurar ese “nuevo orden mundial”, que proclamó, un tanto prematuramente, el presidente George Bush en 1991, en el momento de triunfo de la Guerra del Golfo Pérsico.
Ese objetivo trató de realizarse por la imposición de los modelos políticos y económicos del Norte industrializado, democracia liberal y economía de mercado, que, entre otras cosas, permite mayores niveles de influencia y penetración en los países subdesarrollados; la subordinación a esos propósi- tos de los organismos internacionales, ante todo la Organización de Naciones Unidas (ONU); el control de la proliferación de armas de exterminio masivo, e incluso de algunas armas convencionales, par- ticularmente importantes para los países pobres como las minas. Cuando ante determinadas crisis internacionales como la de Kosovo, donde no fue fácil utilizar la Organización de Naciones Unidas como cobertura, el “Directorio” está dispuesto a actuar unilateralmente a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que sigue constituyendo el instrumento militar privilegiado de Occidente. En otros casos, como el conflicto interno en Libia, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, violaron la Resolución 1973 del Consejo de Seguri- dad de la Organización de Naciones Unidas, lo cual permitió a la Organización del Tratado del Atlántico Norte el bombardeo indiscriminado de ese país y lograr un cambio de régimen con el pretexto de pro- teger civiles.
Las escuelas tradicionales y dominantes en la teoría de las relaciones internacionales, en las que se observan generalidades para el estudio de la problemática de seguridad internacional, se encuentran el realismo político, el liberalismo polí- tico y el marxismo. Estas tres escuelas permanecen en contraposición de visiones e intereses entre sus autores, más allá del diálogo académico producido entre ellas sobre numerosos temas de la agenda internacional.
Se ha analizado el conflicto violento y el impacto de la guerra en el sistema internacional. Desde 1945, hasta las primeras dos décadas del siglo xx, el orden internacional sufrió las experiencias doloro- sas del flagelo de la guerra en las relaciones inter- nacionales, aunque no se produjera una tercera conflagración mundial entre las grandes potencias poseedoras de armas nucleares.
Rebelión. Internet.
Sin embargo, la terrible experiencia de la expan- sión de la pandemia del coronavirus hacia todos los rincones del planeta, entre los meses de enero a mayo de 2020, evidenció las vulnerabilidades de un sistema internacional curtido en la dinámica de la rivalidad geopolítica, la confrontación ideológica, la lucha por el poder, la aplicación de sanciones y medidas coercitivas unilaterales, ilegales bloqueos económicos, comerciales y financieros, y la guerra en las relaciones internacionales.
Cuando se necesitaba más y más cooperación, colaboración y solidaridad para salvar miles de vidas en todas las sociedades, principalmente en Europa y Estados Unidos, sin distinción de clases, razas, sexos, creencias ideológicas, religiosas y políticas, Estados Unidos y las principales potencias imperia- listas siguieron defendiendo sus propios intereses
económicos por encima de la humanidad, lo que se manifestó en el mantenimiento de posiciones de fuerza, amenazas militares y el mantenimiento de zonas de conflictos en el mundo.
Precisamente, por ese acumulado de violencia y destrucción, los efectos perversos de la pandemia de coronavirus no solo evidenció la fragilidad de los Estados de los países considerados más débiles o periféricos, sino también de grandes potencias como Estados Unidos y la Unión Europea.
Ante ese escenario internacional desequilibrado y vulnerable se puede afirmar que un orden mun- dial presupone un equilibrio de fuerzas estable y un conjunto de instituciones y valores, más o menos aceptados por todos los Estados, que preserve los intereses de la mayoría de los pueblos, en suma de la humanidad toda.
Covid-19. Mirada Mundial. Abril de 2020.
Sin embargo, no resultará fácil, ni siquiera para las grandes potencias, el intento de reordenar un sistema internacional en el que actúan ya más de 190 Estados y una gran diversidad de actores inter- nacionales no estatales, y mucho menos si se pre- tende hacerlo, como hasta ahora, por los medios tradicionales de la hegemonía de una oligarquía de Estados poderosos y sin atender a las necesidades
y reivindicaciones de las dos terceras partes de la humanidad.
Lamentablemente nada de eso se vislumbra en la actualidad. Vivimos en un planeta convulsionado, turbulento, donde las grandes potencias y en parti- cular Estados Unidos, se proyectan más a “policiar” las relaciones internacionales, a las maniobras de guerra y a las amenazas de intervención militar con- tra Venezuela o Irán, bajo el pretexto de interven- ciones con “fines humanitarios” o de una engañosa lucha contra el narcotráfico y el terrorismo en el Caribe, cuando deberían contribuir, junto con China, Rusia y otras potencias mundiales y regionales, a construir las bases de un genuino, justo, sostenible y humano nuevo orden mundial.
Ese orden pasa por la disminución efectiva del armamentismo y el guerrerismo, y la utilización de esos recursos para salvar al planeta de una catás- trofe climática, ecológica o sanitaria; y el bienestar de la gran mayoría de la población subdesarrollada, ahora más pobre y desamparada que nunca tras los estragos sicológicos, morales y materiales de la pandemia del coronavirus. Solo así podrá realmente reordenarse el conjunto de las relaciones interna- cionales y no a través de esquemas de dominación
hegemónicos, que solo pueden concitar el rechazo y a la rebelión de los pueblos.
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