Crisis civilizatoria y capitalismo a la luz del siglo XXI

Civilizational crisis and capitalism in the context of the 21st century

 

Lic. Rachel Lorenzo Llanes

Licenciada en Filosofía Marxista-Leninista. Profesora del Departamento de Historia y Marxismo del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, La Habana, Cuba. rachel.lorenzo0996@gmail.com,
0000-0001-8371-1745

 

Recibido: 2 de septiembre de 2022

Aprobado: 3 de noviembre de 2022

 

RESUMEN El sistema capitalista depende de la constante reproducción de cánones consumistas. Estos se asientan como parte de la cultura de este tipo de sociedades e insertan al hombre en el constante proceso de producción y consumo. Asimismo, desempeñan un rol esencial los medios de comunicación en cuanto portadores de la ideología capitalista: la del mercado y las ganancias. De ahí que todo análisis referente a este tipo de sociedades deba tomar en cuenta su impacto sobre la mente y comportamientos de los individuos. En consonancia, la concepción moderna de progreso es devastadora para los sistemas naturales y para los pueblos empobrecidos, ya que construye el concepto de progreso humano sobre la base del alejamiento de la naturaleza. Partiendo de dichos supuestos se hace palpable, hoy como nunca antes, la existencia de una verdadera crisis civilizatoria en los Estados capitalistas, entendiendo por crisis civilizatoria la sincronía de la crisis económica con la ambiental, en una relación bidireccional que necesariamente conduce a crisis energéticas, alimenticias, en las finanzas y de producción.

Palabras claves: crisis civilizatoria, capitalismo, crisis económica crisis ecológico-ambiental, medios de comunicación de masas

 

ABSTRACT The capitalist production model depends on the constant reproduction of conconsumerist canons. These settle as part of the culture of this type of society and insert man into the constant process of production and consumption. Likewise, the mass media play an essential role as bearers of the capitalist ideology: that of the market and profits. Hence, any analysis regarding this type of society must take into account its impact on the minds and behaviors of individuals. In line, the modern conception of progress is devastating for natural systems and for impoverished peoples, since it builds the concept of human progress on the basis of estrangement from nature. Based on these assumptions, it becomes palpable, today as never before, the existence of a true crisis of civilization in the capitalist states. Understanding by civilizational crisis the synchrony of the economic crisis with the environmental one in a bidirectional relationship that necessarily leads to an energy, food, finance and production crisis.

Keywords: civilizational crisis, capitalism, economic crisis, ecological-environmental crisis, mass media

 

 

INTRODUCCIÓN

La era moderna marca el inicio no solo de una etapa histórica, sino del establecimiento del proyecto ideológico del capitalismo, que, a su vez, establece la cultura occidental como visión generalizada del mundo hasta el día de hoy. En correspondencia, los países capitalistas asumen una concepción de progreso que responde a cánones simplificadores de asociación consumo-bienestar; que, unido a la poderosa tecnociencia pasan a instrumentalizar los ideales y relaciones sociales.

En este sentido, las desigualdades sociales se profundizan como consecuencia de la apropiación de bienes y riquezas por parte de una minoría. De ello ha resultado que lo que se denomina democracia en el mundo capitalista actual, no sea sino un sistema hegemónico que dispone de la maquinaria tecno militar y de los medios de comunicación. Esto les confiere a los centros del poder político y económico la capacidad de influir sobre grandes grupos de personas y de transmitir sus patrones ideológicos y de comportamiento, convirtiendo el modelo de producción capitalista en un paradigma a seguir.

El marco teórico-conceptual manejado a lo largo del trabajo toma como eje central el concepto de crisis civilizatoria. El mismo se asume desde la concepción de la conjunción entre diversas manifestaciones de crisis, fundamentalmente la sinergia entre crisis económica y ambiental. Esta es resultado del inevitable agotamiento de los recursos naturales y consecuencia del empleo que hacen de ellos las grandes potencias capitalistas. Tal es la concepción asumida por autores como Edgardo Lander y Humberto Márquez, por citar algunos ejemplos. El investigador venezolano Edgardo Lander maneja la premisa de que la crisis civilizatoria es patrocinada por el sistema capitalista y consecuencia de las prácticas del modelo neoliberal (Lander, 2029). En tanto Humberto Márquez Covarrubias, dirige sus investigaciones a la crítica al sistema capitalista, sus patrones de desarrollo y el desarrollo desigual. Márquez sostiene, siendo consecuente con la perspectiva marxista, que la recurrencia de las crisis en el capitalismo es un fenómeno predecible, atendiendo a que se trata de un sistema cuya naturaleza genera crisis cíclicas y estructurales (Márquez, 2010).

Asimismo, es importante resaltar el rol de los medios de comunicación: mecanismos o instrumentos empleados en función de transmitir determinado mensaje a grandes grupos poblacionales y en virtud de ello, ostentan el poder para influir en considerable cantidad de personas. De ahí que se emplean en favor o en contra de ideologías y sistemas de valores, lo que se evidencia en la actualidad mediante el ejercicio del poder blando. El concepto de poder blando o inteligente se emplea para describir la capacidad de un agente político para incidir en las acciones o intereses de diversos grupos. Para ello se valen de medios culturales e ideológicos fundamentalmente. Rodrigo Castellanos lo define del siguiente modo (2020):

“El poder blando o poder suave (del inglés soft power) es la habilidad de un Estado para persuadir a otros países evitando el uso de la fuerza o la coerción, valiéndose de medios más sutiles, como su cultura, su modelo social o sus valores políticos”.

De ahí el rol fundamental que desempeñan los medios de comunicación, cobrando auge de forma creciente desde la modernidad, que sitúa la ciencia y la técnica como uno de los principales pilares del progreso, hasta la actualidad, cuando son acaparados por los grandes centros de poder.

En este sentido las premisas teóricas de la concepción moderna de progreso, se comprenden desde las consideraciones de los teóricos de la Escuela de Frankfurt; corriente intelectual iniciada hacia 1930. La Teoría Crítica de la Sociedad, doctrina que nace en el seno de esta escuela, contaba con el fin de esbozar una crítica a la teoría tradicional, así como a la cultura y moral occidental. El objetivo fundamental es influir en el orden social y contribuir a la humanización de la sociedad moderna. A través de esta Teoría Crítica de la Sociedad, por tanto, se busca una verdadera transformación del orden imperante. La Teoría Crítica de la Sociedad y su concepción de razón instrumental, permiten comprender cómo la cultura pasa a convertirse en una industria controlada por los centros de poder capitalistas. De este modo se establece un vínculo ineludible entre la cultura y el poder o dominio.

El presente artículo aborda el tema de la crisis civilizatoria que enfrentan los actuales estados capitalistas, trazándose el objetivo de analizar los móviles y consecuencias de esta crisis. En aras de dar cumplimiento al mismo se esbozan algunos objetivos particulares. En primera instancia, analizar el modelo de producción del sistema capitalista en tanto posee una naturaleza corrosiva para los pueblos más vulnerables de la Tierra. En segundo lugar, explicar el influjo de la comunicación en el rol legitimador de los patrones de comportamiento antes referidos. Esto es, en virtud de que el sistema capitalista depende para subsistir de la continua reproducción de patrones consumistas que son insertos en la vida cotidiana individual a modo de ideología. Solo entonces, podrá abordarse de forma plena el alcance de la actual crisis civilizatoria, que conjuga como facetas de un mismo fenómeno, la crisis ambiental a la económica; sinergia que conduce a otras variadas manifestaciones de la crisis que enfrentan hoy los estados capitalistas.

DESARROLLO

Progreso y modo de producción capitalista. Una relación enajenante

Actualmente nos encontramos ante una crisis sistémica de alcance creciente en todo el mundo. Se trata de “una crisis multidimensional que afecta todas las áreas de la vida. Es la crisis de un modelo de producción y consumo insostenible, que amenaza la vida del planeta, es la crisis terminal del patrón civilizatorio de la modernidad occidental capitalista” (Colectivo de autores, 2020: 4). En este sentido resulta preocupante el apoyo con que continúan contando patrones de desarrollo ultraderechistas, caracterizados en muchos casos por ser autoritarios, racistas, xenófobos, patriarcales, en fin; sin que ello parezca importar a los gobiernos y partidos políticos que lo sustentan.

Tal falta de interés no pretende sino legitimar las políticas del mercado capitalista derivadas de la concepción moderna de progreso, así como de la concentración del poder en la minoría hegemónica. Dicha concepción de progreso, al servicio de la idea simplificadora que asocia consumo a bienestar, solo ha acrecentado las desigualdades sociales y económicas entre países y a lo interno de ellos, ocasionando irreparables daños, tanto a los ecosistemas, como al entorno social. Como resultado, gran parte de la población del planeta no tiene acceso a bienes básicos para garantizar un modo de vida decoroso, ni a recursos necesarios para la vida como el agua potable, alimentación, vivienda y atención médica, por solo citar ejemplos. Todo ello profundizado en los últimos años como deja ver Edgardo Lander (2019):

“Durante estas décadas han avanzado a pasos agigantados los procesos de mercantilización, apropiación y sometimiento tanto de las dinámicas naturales de reproducción de la vida, como de las prácticas culturales y modos de conocer los diferentes pueblos del mundo para someterlos a la exigencia de la acumulación del capital”.

En efecto, la relación jerárquica entre los Estados, unido a los intereses expansivos de las potencias imperialistas, constituyen los factores fundamentales que condicionan la actual crisis estructural del sistema capitalista. Como parte de dicho entramado, el proceso de globalización neoliberal ha sido el encargado de la privatización y concentración de las ganancias en manos de la minoría, conduciendo a un mundo cada vez más polarizado y desigual:

“El desarrollo desigual se refiere al proceso histórico de polarización económica, social y política entre regiones, países y clases, derivado de la dinámica de acumulación capitalista centralizada, la división del trabajo, la estructura del poder y la lucha de clases en distintos ámbitos espaciales y niveles jerárquicos” (Márquez, 2009).

De esta forma, las grandes potencias continúan incrementando sus niveles de crecimiento económico a costa de la cada vez mayor contaminación y degradación del medio, lo cual compensan con pagos a los países más pobres para que reduzcan sus niveles de consumo (Lander, 2019). Esta tendencia es evidente como parte de las políticas de consumo de Estados Unidos, donde las riquezas han sido polarizadas hacia las grandes trasnacionales en detrimento de la clase trabajadora.

El aumento en la desigualdad, la persistencia de la pobreza, la caída en la esperanza de vida para el grueso de la población, la desaparición de la esperanza de un retiro cómodo: esta es la realidad de la cual Trump alardea cuando habla de “hacer a EUA grande otra vez”. Los demócratas, quienes controlaron la Casa Blanca por más de la mitad del periodo en cuestión, no ofrecen una alternativa. Ambos partidos en Washington son facciones rivales de la misma élite gobernante, y ambos defienden el capitalismo estadounidense, que constituye la causa subyacente de todos estos malestares sociales (Martin, 2019).

Lo peor de tal lamentable escenario es que el futuro de la vida en el planeta, tal y como la conocemos, se halla en manos de una pequeña minoría hegemónica. La misma que determina las pautas del desarrollo económico mundial, expresado en el enriquecimiento de esta minoría que concentra las riquezas y capitales y un cada vez mayor empobrecimiento de la mayoría no hegemónica. Esto ha conducido a patrones de desarrollo cada vez más desiguales como se evidenciara anteriormente. De ahí que la modernidad, extendiéndola hasta nuestros días, posea una marcada esencia colonial, manifiesta no solo desde el componente económico y político, sino también cultural.

La tecnificación cosificadora de la conciencia

En medio de las actuales circunstancias auspiciadas por el sistema y modo de producción capitalista, resulta necesario referir la incidencia de los medios de comunicación en función de legitimar las condiciones de vida existentes. Desde dicha perspectiva, el progreso de las sociedades capitalistas industrializadas ha implicado el surgimiento de nuevas y muy diversas maneras de comunicar. Por ejemplo, se percibe la aparición de un tipo de comunicación impersonal y unidireccional, que pretende ejercer alguna influencia sobre la audiencia.

Estos, se emplean generalmente para la publicidad y propaganda política, ya sea de manera directa o indirecta. La incidencia de los medios de comunicación en los comportamientos, se sustenta en la utilización, por parte del influenciador, de diversos recursos para imponer su criterio y voluntad sobre el destinatario o influenciado (la audiencia). Se trata de emplear mecanismos de refuerzo de determinadas actitudes, así como de cambio de comportamientos, pudiendo afectar los valores y creencias de dicha audiencia. Es importante señalar que los mecanismos empleados a fin de ejercer alguna influencia social, cultural o política, se caracterizan por la ausencia de coacción o de amenazas. Es decir, poseen la capacidad para influir en las masas de manera intensa pero prácticamente imperceptible.

De este modo, los mensajes transmitidos a través de los medios de comunicación, son importantes portadores de ideología, lo que implica que la información ideológica no solo se comunica, sino que se metacomunica, debido a que no se manifiesta claramente en los mensajes. A partir de esto, uno de los puntos centrales del estudio de la comunicación consiste en señalar que la clave para comprender cómo los mensajes controlan la conducta, se halla en su organización semántica y no en su contenido explícito. De ahí que cualquier material sea susceptible a una lectura ideológica.

Asimismo, las empresas de comunicación en las sociedades de consumo han evolucionado y paulatinamente adoptado nuevas y dinámicas formas de ofrecer contenidos personalizados dirigidos a todo tipo de público y mercados publicitarios. En este sentido “la diversificación de plataformas también ha aumentado la importancia de encontrar formas de incrementar el atractivo de la identidad de marca de los grupos de comunicación. A pesar de la proliferación de blogs y otros sitios de noticias e información, las empresas de medios de comunicación mayoritarios siguen dominando el mercado” (Castells, 2009: 121).

Desde ese punto de vista, cobra fuerza, hoy más que nunca, el llamado poder blando o inteligente. Estados Unidos, por ejemplo, ha arreciado en los últimos años la llamada guerra no convencional o guerra simbólica y de valores, con el interés de implantar su ideología en diversos países de América Latina. Tal como expresa Humberto Márquez (2009): “El pensamiento único representado por la ideología neoliberal se ha inoculado en la sociedad como sentido común, con el respaldo de medios masivos de comunicación, dominados por instancias empresariales monopólicas, plegadas al neoliberalismo”.

De este modo la ideología del libre mercado es inserta en la vida cotidiana del individuo, pasando a conformar importantes centros de opinión y reforzando determinadas actitudes y valores legitimadores del sistema. A decir de los autores de Crisis civilizatoria: impactos sobre la salud y la vida (2020), estos medios “(...) ya no informan, ahora manipulan y mienten para crear matrices de opinión que responden al interés de los grandes centros de poder”. Unido a que financian campañas electorales de candidatos dispuestos a fomentar y legitimar su ideología, hegemonía cultural y patrones consumistas.

Ello se debe, fundamentalmente, a que la modernidad impuso cánones consumistas. Estos aún se mantienen y contribuyen a constituir una mercantilización de la cultura y a la tecnificación cosificadora de la conciencia como nuevas vías de control. Significa que el avance de la técnica suscita un exceso de consumo que impulsa a que los órganos de control del poder político y económico, promuevan en los individuos modelos de consumo pseudo-liberadores. Estos terminan por convertir al sujeto en un engranaje más del constante movimiento de producción y consumo, sin el que el sistema capitalista no lograría subsistir.

De este modo las funciones más individuales son divididas y sincronizadas según patrones impersonales. De manera que el destino material de las masas comienza a depender del continuo y correcto funcionamiento de las organizaciones capitalistas privadas. Tal forma de operar el sistema productivo, hace parecer a la burocracia como la verdadera racionalidad, lo que deriva en un declive del pensamiento crítico.

Siglo XXI: crisis civilizatoria

Como consecuencia de la referida concepción de progreso, asumida y consolidada desde la modernidad hasta la actualidad, el sistema capitalista atraviesa por una fase caracterizada por la producción destructiva, superfluidad, desempleo estructural, explotación laboral, hambrunas, pandemias y agotamiento general de recursos básicos; factores que conllevan a la progresiva destrucción de la naturaleza y los equilibrios ecológicos. Ciertamente la crisis ecológica y ambiental constituye una amenaza para las condiciones que posibilitan la reproducción social de algunos de los pueblos y naciones más vulnerables de la Tierra, deviniendo en una amenaza vigente y perentoria para la supervivencia de la humanidad. Mariana Boy ilustra el asunto del siguiente modo (2020):

"Subsiste la percepción de que los asuntos ambientales solo podrán resolverse una vez que se satisfagan las necesidades sociales básicas de la población como es la alimentación, los servicios de educación, salud, vivienda y empleo dignos, más aún cuando afrontamos una crisis económica de enorme magnitud. Esta visión apunta a postergar la atención a problemas de contaminación, deforestación o cambio del clima, hasta en tanto no se superen las lamentables condiciones de pobreza en la que habitan millones de personas (…) Por otro lado, el modelo de consumo depredador y de gasto energético de los países más desarrollados, es a todas luces insostenible para el planeta y es responsable de un rápido agotamiento de los recursos naturales, por lo que tampoco puede ser un parámetro de referencia".

Este entrelazamiento de crisis económica y crisis ecológico-ambiental, pone de manifiesto el rostro más preocupante de la crisis en curso. Significa que nos encontramos frente a una verdadera crisis civilizatoria, haciéndose palpable la catástrofe simbólica y de valores de las sociedades capitalistas modernas.

Por tales motivos, en nuestros días es imposible referirse a la crisis económica y no hacerlo, al unísono, a la ecológica y viceversa. Ambas se condicionan mutuamente y coexisten como parte de un mismo entramado, de cuya conjunción resultan gravísimos efectos sociales de impacto mundial. La relación entre la crisis económica mundial y el avance de la crisis climática no es fortuita. Las raíces de ambas yacen en la naturaleza del capital y del sistema de producción capitalista; cuyos procedimientos impactan de un modo nocivo a las sociedades más empobrecidas y a los ecosistemas. Estas son las que sufre con mayor rigor el avance de la crisis climática, así como los efectos de la recesión mundial y del calentamiento global.

Así lo evidenció Fidel Castro Ruz, en el discurso pronunciado en Río de Janeiro en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo el 12 de junio de 1992, al expresar que “una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre”. Señaló además en dicha Conferencia la necesidad de que las sociedades capitalistas de consumo modifiquen sus pautas de comportamientos, responsable de la destrucción del medio ambiente mediante la desertificación y deforestación que conlleva a la extinción de especies y a sumir a las naciones vulnerables cada vez más en el subdesarrollo y la pobreza.

Ante esta realidad, las potencias mundiales responden con políticas de revitalización de la economía que dan seguimiento y continuidad a los mismos patrones de desarrollo. Es decir, aumento de la producción a gran escala, lo que implica importantes gastos de materias primas e incremento de los niveles de consumo. El problema yace en que las posibilidades reales del medio son limitadas; de modo que debe esperarse el eventual agotamiento de recursos como el petróleo, el carbón, el gas, el agua, en fin (Vega, R., 2009).

En medio de este escenario, América Latina y el Caribe avizoran más afectaciones que otras regiones. Entre otros aspectos, debido a las marcadas diferencias estructurales que presentan los países de la región, los altos niveles de desigualdad económica y social, de pobreza y la gran cantidad de población residente en el área urbana, elementos que alegan su vulnerabilidad económica, agudizada ahora por la crisis sanitaria generada por la pandemia de COVID-19, la peor recesión económica desde la Segunda Guerra Mundial. Esta no solo ha ocasionado hasta la fecha millones de fallecidos y convalecientes, sino que ha conducido a la quiebra a gran número de empresas e instancias económicas en todo el mundo, fenómeno que se evidencia principalmente en los países capitalistas, en tanto sociedades de consumo caracterizadas por la superfluidad, la corrosión y marcadas diferencias, tanto sociales, como estructurales a lo interno de cada nación.

No obstante, la pandemia no es la responsable absoluta de la crisis económica que atraviesan la mayor parte de los países capitalistas del orbe. Sus raíces más profundas datan de hace décadas y no se encuentran sino en el propio sistema capitalista y sus patrones de comportamiento. Estos, sumados a la presente situación generada por el coronavirus SARS-CoV-2, evidencian de forma cruda e irrefutable la insostenibilidad de un sistema cuya existencia depende de la reproducción de cánones consumistas. La deuda y su sostenido crecimiento, agudizado por el coronavirus en los últimos tiempos, dan testimonio irrebatible de la crisis económica y financiera de este tipo de sociedades. La reproducción de este ciclo, solo puede resultar en deformar y en última instancia quebrantar, el constante movimiento de producción y consumo del que depende la subsistencia del sistema de producción capitalista.

CONCLUSIONES

La modernidad en lugar de librar al hombre de los dogmas que lo dominaban, los sometió a nuevas formas de dominio. Desde entonces, el conocimiento se transformó en poder y la naturaleza se redujo a un objeto más a dominar. La conciencia humana quedó cosificada y alienada en el sistema capitalista, donde la ciencia, la técnica y el mercado asumen el papel de ideología.

Lo anterior ha conducido a las sociedades actuales a una gran crisis, manifiesta en diferentes direcciones y que abarca diversas áreas de la vida. Las caras que puede asumir son muchas y muy diversas. No obstante, todas devienen en un mismo resultado: una gran crisis civilizatoria. De ahí que las crisis económica, financiera, alimentaria, energética y ambiental, constituyen caras de un solo fenómeno: el sistema de producción capitalista. Como parte de él convergen, se entrelazan y se potencian y modifican mutuamente.

Las sociedades actuales se hallan ante una crisis que, si bien adquiere una connotación mundial, cuenta con un substrato común: la sobreacumulación de capacidades de producción. Como consecuencia, la contemporaneidad se halla ante el desarrollo del potencial destructivo capitalista. Entretanto, no se vislumbra una solución a corto o mediano plazo, por el contrario, científicos advierten escenarios más alarmantes cada vez, ello en virtud de que se continúa tratando el asunto como un problema concerniente solo al cambio climático y no como una inmensa crisis civilizatoria patentizada por los patrones consumistas del sistema capitalista.

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