DIPLOMACIA CUBANA

 

Bloqueo, coerción y trampas del imperio contra Cuba

Blockade, coercion and traps of the empire against Cuba

Dra. C. Magda Luisa Arias Rivera

Doctora en Ciencias Económicas. Profesora Titular. Centro de Estudios de Técnicas de Dirección (CETED), Universidad de La Habana, Cuba. maluarivera@yahoo.es, 0000-0002-9517-8842

 

Recibido: 19 de octubre de 2022

Aprobado: 15 de noviembre de 2022

RESUMEN Este trabajo ofrece una visión actualizada sobre el conflicto entre Cuba y Estados Unidos. Describe el bloqueo, la coerción y las trampas aplicadas por el imperio basado en diferentes fuentes y comparte los argumentos que son el fundamento de la resistencia del pueblo cubano.

Palabras clave: Conflicto Cuba-Estados Unidos, Bloqueo, medidas coercitivas unilaterales

ABSTRACT This work offers an updated view of the conflict between Cuba and the United States. It describes the blockade, the coercion and the traps applied by the empire based on different sources and shares the arguments that are the foundation of the resistance of the Cuban people.

Keywords: Cuba-United States conflict, Blockade, unilateral coercive measures

 

 

INTRODUCCIÓN

El conflicto entre Estados Unidos y Cuba se distingue por la existencia de un interés desmedido de la clase política en Washington por ejercer el control sobre la isla. Esa realidad condiciona el empleo sistemático de declaraciones y acciones demagógicas, engañosas, para legitimar determinadas operaciones, todo bajo la apariencia de ser fidedigno y que obedece a una irrestricta libertad de elección, cuando en realidad se trata de una distorsión deliberada de la realidad, que manipula creencias y emociones para influir en la opinión pública y en las actitudes sociales.

La coerción y las trampas marchan juntas, enfocan la atención en determinados fenómenos secundarios, mientras ocultan a la opinión pública los que son relevantes. El asunto es ganar tiempo y terreno, confundir y conquistar adeptos, mientras avanzan hacia el objetivo supremo siguiendo una lógica discursiva y mediática de desgaste, desprestigio, singularización y aislamiento del “enemigo”.

Este artículo resume y actualiza el conflicto histórico, describe algunos de los elementos perturbadores recurrentes en el mismo para profundizar en el papel de la contrarrevolución y de los “influencers”, además de contextualizar la resistencia del pueblo y el gobierno cubanos al bloqueo y a la guerra híbrida e irrestricta impuesta por la potencia imperial.

Asume en su desarrollo la perspectiva de Fernando Ortiz, uno de los más grandes investigadores sobre la realidad cubana, considerado el tercer descubridor de Cuba y sus aportes como antropólogo, etnólogo, jurista, arqueólogo, periodista, criminólogo, lingüista, musicólogo, folklorista, economista, historiador y geógrafo, cuando señaló:

“La vecindad de esta poderosa cultura es uno de los más atractivos factores de la cultura nuestra; positivos y negativos, pero innegables. ...en nosotros ha sido latente por sus invariables egoísmos, por sus frecuentes torpezas, a veces por sus maldades y a menudo por sus desprecios. Sabemos… su historia, sus hábitos sus petulancias, su sequedad fría y desdeñosa, su absorbente imperialismo. …el camino hacia una real independencia estará dado por el refuerzo constante de nuestra soberanía no sólo a partir del fortalecimiento de nuestra independencia económica, que es vital, sino la ingente necesidad de pensar con cabeza propia” (Ortiz, 1993)

Retoma elementos de investigaciones de la autora sobre historia económica y el bloqueo (Arias, 2021), e incorpora una actualización sobre la acción desestabilizadora promovida fundamentalmente desde el sur de la Florida para provocar un levantamiento popular contra el gobierno que facilite la destrucción del sistema político establecido y el control de Washington.

El artículo está organizado en tres epígrafes. En el primero, se aborda la génesis del interés estadounidense y los pasos dados para ejercer el control de la economía y la política de la isla, hasta que establecen el bloqueo para intentar rendir al pueblo y al gobierno cubano. En el segundo, se comparten evidencias sobre el empleo de artimañas para asegurar posiciones estratégicas en su guerra contra Cuba, así como el papel asignado a la contrarrevolución. En el tercero, se explica la resistencia al bloqueo y a la guerra híbrida e irrestricta de Estados Unidos, apuntando a la conducción política para superar la coyuntura actual.

La investigación emplea el método histórico lógico, el análisis y la discusión del contenido para sintetizar los elementos más relevantes aportados por investigaciones realizadas por autores nacionales e internacionales con el auxilio de fuentes hemerográficas cubanas y estadounidenses. El análisis político retrospectivo y su contextualización sirven de referentes para explicar el clima en que se desarrollan los hechos en la actualidad y para anticipar la evolución futura de los acontecimientos. Las conclusiones reflejan la necesidad de mantener actualizada la evolución de un conflicto agudizado y en desarrollo.

DESARROLLO

Estados Unidos contra Cuba

Me acosa el carapálida que carga sobre mí
Sobre mi pueblo libre, sobre mi día feliz
Me acosa con la espuela, el sable y el arnés
Caballería asesina de antes y después
Me acosa el carapálida norteño por el sur
El este y el oeste, por cada latitud
Me acosa el carapálida que ha dividido el sol
En hora de metralla y hora de dolor

Silvio Rodríguez

Desde antes del surgimiento de Estados Unidos como nación en el siglo XVIII, sus fundadores consideraron a Cuba una extensión natural que debían anexarse para garantizar su continuidad a lo largo del continente americano (Sánchez-Parodi, 2012). La prueba de su valor geoestratégico apareció una década antes de que las Trece Colonias inglesas declararan su independencia. Benjamín Franklin reconoció que, una vez conquistado el valle del Mississippi, podría "ser usado contra Cuba”. En 1805, el presidente Thomas Jefferson declaró que "en caso de guerra entre Inglaterra y España, Estados Unidos por necesidades estratégicas se apoderaría de Cuba”. En 1810, el presidente James Madison envió un agente especial a realizar actividades conspirativas, contactar elementos anexionistas y le comunicó a Londres que "la posición de Cuba da a Estados Unidos un interés tan profundo en el destino de esa isla, que aunque pudieran permanecer inactivos, no podrían ser espectadores satisfechos de su caída en poder de cualquier gobierno europeo que pudiera hacer de esa posición un punto de apoyo contra el comercio y la seguridad de Estados Unidos"1. Además, trató de comprarla en cinco ocasiones (1848, 1853, 1861, 1869 y 1897).

La anexión le permitiría sostener sus intereses y desarrollar plenamente sus potencialidades comerciales como “imperio en expansión” (Commanger, 1958).

Dicha voluntad fue sistemáticamente recogida en el discurso político y en la gestión económica. Desde entonces, la voluntad de anexarla a su territorio matiza el carácter de la relación entre los dos países y justifica la hostilidad desmedida hacia la Isla vecina.

Paulatinamente Cuba comenzó a recibir inversiones estadounidenses en actividades de alta rentabilidad y se constituyó en mercado exclusivo de sus producciones excedentes. Por eso “…la deformación estructural de la economía cubana incumbe solo al imperialismo norteamericano” (Roa, Retorno a la alborada, 1977), porque la anexión económica fue consumada primero, cuando todavía se luchaba por la independencia de España (Limia, 2015).

Con el empleo de maniobras y estratagemas, la clase política estadounidense se autoproclamó desde entonces en “protectora humanitaria” de la libertad cubana, mientras preparaba en la Casa Blanca el estatus deseable para Cuba y refinaba su presencia con el Tratado de París (diciembre de 1898), donde sus imposiciones fueron aceptadas por España. La ocupación militar entre 1899–1902 permitió a Estados Unidos el control casi absoluto de Cuba, que se reforzó jurídicamente al intervenir en la redacción de la Constitución de 1901, imponer un apéndice constitucional conocido como Enmienda Platt, que limitaba los derechos soberanos del nuevo Estado, y designar a un presidente.

Leonard Wood, el interventor estadounidense entre 1899 y 1902, le comentó al presidente Theodore Roosevelt en 1901: "Por supuesto que a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt… y lo único indicado ahora es buscar la anexión. …No puede hacer ciertos tratados sin nuestro consentimiento, ni pedir prestado más allá de ciertos límites. …Por todo lo cual, es evidente que están en lo absoluto en nuestras manos. …Con el control que tenemos sobre Cuba, un control que pronto se convertirá en posesión, en breve controlaremos el comercio de azúcar en el mundo. Creo que es una adquisición muy deseable para Estados Unidos. La Isla se norteamericanizará gradualmente y a su debido tiempo contaremos con una de las más ricas y deseables posesiones que hay en el mundo" (Rioseco, 2021).

Cuba quedó “a merced de tutores sin escrúpulos, que tendrían siempre dúctiles instrumentos y complacientes servidores en los partidos políticos, en los tribunales de justicia, en la administración pública y en la prensa” (Roa, Retorno a la alborada, 1964).

Primero avanzó imponiendo un sistema arancelario y un primer tratado de supuesta “reciprocidad” comercial. En 1903, abre el mercado cubano a los productos norteamericanos, sin competencia y en 1934, negoció un nuevo tratado que amplió el margen de preferencia arancelaria a su favor.

La acción combinada de enmiendas, tratados y ocupaciones militares fue decisiva para concentrar las inversiones norteamericanas en el azúcar 53%, la minería y los servicios públicos 27% (ferrocarriles, bienes raíces y tierras). Las empresas norteamericanas controlaron las tierras, la moneda, y el crédito para “salvaguardar sus inversiones e impedir el desarrollo y diversificación de la producción cubana competidora de la producción estadounidense” (Roa, Retorno a la alborada, 1977).

Entre 1902 y1921 las importaciones provenientes de EE.UU. aumentaron de un 45% a un 74%. En 1925 más del 40% de la superficie total de Cuba estaba controlada por latifundios azucareros norteamericanos. Todo el sistema crediticio pertenecía a las bancas de Boston y Atlanta. Más del 70% del comercio exterior de Cuba era con aquel país. En adición controlaban el petróleo, la energía y la telefonía.

Según una encuesta realizada en 1957 por la Agrupación Católica Universitaria (ACU, 1972), el 60% de los residentes en las zonas rurales –que constituían aproximadamente la mitad de la población– vivía en bohíos rústicos con techo de guano y el piso de tierra, sin servicios sanitarios ni agua corriente. El 30% carecía de cualquier tipo de iluminación nocturna. Solo el 11% consumía leche, el 4% carne, el 2% huevo, el 1% pescado. Se alimentaban casi exclusivamente de arroz, frijoles, frutos y raíces comestibles. Un 35% declaraba tener parásitos intestinales y solo el 8% recibía atención médica. El 43% de los campesinos eran analfabetos –el censo de 1953 daba para toda la isla un 22,3%- y el 44% nunca había asistido a la escuela.

Un 16% de la población económicamente activa estaba desocupada y durante el tiempo muerto (seis meses sin zafra azucarera) subía hasta 19%. En algunas zonas del oriente cubano llegó a ser de un 30%. El 62% se registró como población totalmente empleada, pero las dos terceras partes recibían una remuneración inferior a los 75 pesos mensuales y la deuda pública era de 1300 millones de pesos (Roa, Retorno a la alborada, 1977).

A partir de sus intereses, Estados Unidos impuso o mantuvo a todos los gobiernos antidemocráticos y dictatoriales del siglo XX. El historiador Emilio Roig explicó que “cada vez que uno de nuestros políticos o gobernantes ha defendido la intervención, buscado el apoyo de Washington o proclamado su incondicional adhesión a Norteamérica, es porque va a realizar o está realizando algo perjudicial a la República” (Roig, 1983)”.

Tan pronto triunfó la revolución, “la administración Eisenhower tomó la decisión explícita de derrocar al gobierno cubano… Los métodos empleados abarcaron una amplia campaña de terrorismo y la invasión directa. Cuando la invasión falló se intensificó la campaña de terrorismo, la que incluyó el estrangulamiento económico, la cuarentena cultural y la intimidación de cualquiera que tratara de romper el aislamiento de Cuba” (Chomsky, 2004).

Cuando se decidió aplicar medidas nacionalistas y de defensa de los intereses populares, comenzaron las primeras acciones de bloqueo con la cancelación de la cuota azucarera cubana en el mercado estadounidense. En abril de 1960, Lester D. Mallory, subsecretario de Estado de la administración Eisenhower dejó claro en un memorando que definió todo el curso futuro de la política de ese país hacia la isla vecina: “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro… el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”2.

Un año después, el presidente John F. Kennedy, oficializó el bloqueo al autorizar la aplicación de la Sección 620a de la Ley de Ayuda Extranjera, vigente desde septiembre de 1961, que prohibía la importación de mercancías de origen cubano. En febrero de 1962, el mandatario firmó la orden ejecutiva 3447 que estableció el bloqueo total. Para entonces, al mismo tiempo que reconocían la responsabilidad en los acontecimientos cubanos, sabían que habían perdido su capacidad de influir en los destinos políticos de Cuba, lo cual resultaba inaceptable para las élites norteñas. Una combinación de presiones económicas, unidas a acciones militares y de terror se perfiló como la nueva ruta para derrocar al gobierno revolucionario.

Paulatinamente se fueron sumando otras prohibiciones, con “una faz pública en la cual se proclamaba la no intervención y la defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos, y otra cara encubierta, de injerencia, intervención, invasiones mercenarias, promoción de subversión, sabotaje, espionaje, acciones paramilitares, intentos de magnicidio, propaganda sucia, guerra psicológica, empleo de armas químicas y bacteriológicas, presiones y chantajes contra gobiernos y organismos internacionales, aplicación extraterritorial de las leyes norteamericanas, guerra económica, intimidación a empresarios en cualquier lugar del mundo, violación de los derechos constitucionales de los ciudadanos norteamericanos y de las personas bajo la jurisdicción de los Estados Unidos” (Sánchez-Parodi, 2012). El “repertorio de herramientas subversivas” (Guerra, 2022) incluyó el terrorismo de Estado.

Durante esos años, en la misma medida que Cuba resistía, se desarrollaba y desplegaba una política exterior independiente, anticolonialista y antimperialista, Estados Unidos necesitó modificar las formas y los pretextos de su política ante la resiliencia del agredido, el fracaso del aislamiento y la exposición pública internacional de sus actos. Una sucesión de justificaciones se sucedió como sustentos del bloqueo: la alianza con la URSS, el apoyo a los movimientos anticolonialistas y de liberación nacional en África, Asia y América Latina, la adquisición de armas para su legítima defensa, el modelo democrático y de derechos humanos construido y la negativa de las autoridades cubanas de asumir como propias las reformas que condujeron al derrumbe del socialismo en la URSS y en Europa del Este, lo que impidió la debacle.

Aquel momento del llamado “fin de la guerra fría”, hizo creer a algunos que había perdido vigencia el argumento de la amenaza comunista para la seguridad nacional de Estados Unidos. La economía cubana se había contraído en un 34% y había perdido el 83% de sus fuentes de comercio exterior. Estados Unidos aprovechó para recrudecer el bloqueo. Retomaron su vieja retórica respecto a la falta de democracia y la violación de los derechos humanos en Cuba, reactivaron sus ataques político-diplomáticos, declararon públicamente el apoyo financiero y material a personas y grupos para construir una oposición “creíble” dentro de la Isla, e incrementaron las amenazas contra empresarios o empresas, incluso de terceros países, iniciando la internacionalización del bloqueo.

De esos años son las leyes para la Democracia en Cuba (Torricelli-1992) y para la Libertad y la Solidaridad cubanas (Helms-Burton-1996). Esta última ley codificó las regulaciones del bloqueo y las órdenes ejecutivas, además estableció que la eliminación de las sanciones económicas contra Cuba solo puede decidirse mediante votación en el Congreso y no por orden del presidente. Ambas tienen un profundo carácter injerencista, extraterritorial y genocida, elevaron a rango de ley federal lo que hasta entonces era una tupida red de disposiciones, órdenes y decisiones políticas; contravienen la Constitución y leyes de aquel país; y violan normas, principios, tratados y acuerdos internacionales. Proclaman abiertamente el propósito de derrocar al gobierno y el orden constitucional cubano, mediante el empleo combinado de la asfixia económica –administrada por el Buró Cuba de la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro- y de la subversión política –a cuenta del Departamento de Estado y otras agencias federales y organizaciones, incluidas las que forman parte del sistema de seguridad nacional.

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El fracaso de todas aquellas acciones, que por esos años llevaron a predecir el inminente colapso de la Revolución, generaron una nueva espiral de confrontación que volvió –como en otros momentos- a recurrir a la violencia y el terror como instrumentos: fue la etapa de la oleada migratoria, los atentados contra instalaciones turísticas y la amenaza de ataque militar directo.

El plan de la Comisión de Ayuda a una Cuba Libre3, instituida por el gobierno de George W. Bush, produjo en 2004 un nuevo basamento conceptual que rearticulaba acciones de bloqueo económico, comercial y financiero con subversión política, ideológica y cultural, ataques diplomáticos y actos controlados y dirigidos de terror armado, esta última parte, mantenida en estricto secreto. Para “acelerar un cambio democrático”, la Comisión recomendó un esfuerzo más enérgico y eficaz para apoyar a la oposición con la inclusión de medidas para limitar “la manipulación cínica por el régimen de las políticas humanitarias y menoscabar sus estrategias de supervivencia”.

La táctica utilizada tampoco rindió frutos y, con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, se puso en marcha, como parte de las ideas de seducción global impulsadas por su equipo y de la puesta en vigor de la Circular de Entrenamiento 18-01 (TC-1801) (Fazio, 2014), sobre la Guerra No-Convencional de las Fuerzas de Operaciones Especiales del Ejército de Estados Unidos. Según este documento, las Fuerzas de Operaciones Especiales están capacitadas para explotar las vulnerabilidades sicológicas, económicas y políticas de un país adversario, desarrollar y sostener las fuerzas de resistencia (o insurgencia) y cumplir objetivos estratégicos estadunidenses. Es decir, se materializa “otro tipo de guerra… Una guerra de guerrillas, subversiva, de insurgentes, de asesinatos; una guerra de emboscadas, en vez de combates; de infiltración en vez de agresión; que busca la victoria mediante la degradación y el agotamiento del enemigo en vez de enfrentarlo. Se aprovecha de los disturbios…” que en 1961 anticipara el presidente Kennedy (Martí D. , 2021).

El presidente Obama, con un rostro amable, exhibía un nuevo tipo de relación de vecindad con Cuba. Al mismo tiempo, fomentaba la subversión interna y reforzaba el bloqueo, específicamente en su vertiente financiera, con escandalosas multas a empresas y bancos internacionales con vínculos con La Habana. Durante el segundo periodo de su mandato:

“…retomó el camino que antes había trazado el presidente James Carter (1977-1981) en la política hacia la Isla y lo llevó más lejos de lo que realmente muchos imaginábamos antes de los históricos anuncios del 17 de diciembre del 2014” (Ramírez, 2016).

"Por primera vez en más de dos siglos, Estados Unidos no trata a Cuba como un Estado inferior o un enemigo, al que aplica la fuerza, sino como a un sujeto legítimo e igual en términos de derecho internacional, con el que dialoga y alcanza acuerdos" (Hernández, 2014).

La atracción sustituyó a la coerción y la amenaza. A través de la seducción y el ablandamiento, pretendieron ampliar el contacto entre los dos pueblos, acelerar la entrada del capital estadounidense, potenciar la expansión del sector privado y su papel como agentes del cambio desde dentro, reforzar a la clase media, todo, para menguar el apoyo mayoritario al modelo socialista y la capacidad de respuesta del gobierno cubano.

La llegada al poder de Donald Trump y del grupo de ultraneocons que lo seguían, incluidos los representantes de la mafia cubanoamericana, significó no solo la reversión de los limitados avances logrados entre ambos países a partir del restablecimiento de relaciones en 2014, sino el endurecimiento de la política de asfixia a la Revolución. Su amenaza de revertir la política de “normalización” se puso en marcha poco después de asumir la presidencia. A inicios de febrero de 2017 ordenó una revisión de la política hacia Cuba, paralizó la mayoría de los intercambios oficiales y de los mecanismos de cooperación bilateral establecidos. Mediante el “Memorando Presidencial de Seguridad Nacional sobre el Fortalecimiento de la Política de los Estados Unidos hacia Cuba”4, del 16 de junio de 2017, derogó la directiva titulada “Normalización de las Relaciones entre los Estados Unidos y Cuba” del 14 de octubre de 2016 (Vidal, 2017).

Numerosas medidas injustificadas y políticamente motivadas, se sucedieron. Un listado de 243 medidas golpea con precisión quirúrgica los sectores económicos y los programas sociales vitales del país, así como a los nuevos actores económicos y a las familias, impidiendo la llegada de cualquier tipo de recurso, para alcanzar la implosión del país.

Estas acciones adquirieron un carácter dramático durante la pandemia de Covid-19, impidiendo el acceso del país a respiradores y plantas de oxígeno, insumos sanitarios y para producir medicamentos (OXFAM, 2021), difamando los resultados científicos e impidiendo el reconocimiento y compra de medicamentos y vacunas producidas en Cuba. No abandonaron además las gestiones para imposibilitar o reducir la compra de combustible, alimentos y otros recursos, en un contexto de parálisis mundial de la industria turística, que financiaba dichas compras en el caso cubano (García & Fonseca, 2022).

Contrario a sus promesas de campañas, el presidente Joseph Biden mantuvo las medidas de la administración Trump y “en los 14 primeros meses de su gobierno causó daños ascendentes a 6 364 millones de dólares” (Rodríguez, 2022). Firmó la extensión, del bloqueo hasta el 14 de septiembre de 2023, mantuvo a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo y se reportaron 642 acciones directas contra bancos extranjeros por amenaza del sistema financiero estadounidense.

Para el miembro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, James McGovern, resulta “profundamente decepcionante” que el presidente Biden no haya logrado revertir las órdenes ejecutivas de Donald Trump, que aplican una estrategia obsoleta y un bloqueo que “aumenta el sufrimiento de los cubanos comunes” (O'connor, 2021).

Uso de elementos perturbadores, contrarrevolución e influencers

Me acosa el carapálida con el engaño vil
Con cuentas de colores, con trueque de uno a mil
Me acosa con su elixir de la prostitución
Me acosa con la gloria perdida de su Dios
Me acosa el carapálida con su forma de ver
Su estética, su ángulo, su estilo, su saber
Me acosa el carapálida con sintetización
Y quiere ungirme el alma con tuercas de robot

Silvio Rodríguez

Desde su surgimiento como nación, se formó y consolidó en la cultura política de Estados Unidos su visión mesiánica e imperial del mundo, en particular de su hegemonía en el hemisferio occidental y, sobre todo, su necesidad de control sobre su entorno más inmediato. Eliminar los elementos que se interpongan en el cumplimiento de dichos objetivos geopolíticos ha sido el modus operandi sistemático de ese país. Para alcanzarlos, han apelado a guerras, terror y actos de anexión; al uso de medidas coercitivas unilaterales –como son los bloqueos- y a otras herramientas como el robo, la mentira, la difamación y la manipulación para someter a sus adversarios.

Para Cuba existen antecedentes de esta conducta desde marzo de 1889, cuando el periódico The Manufacturer, publicó el artículo “¿Queremos a Cuba?” y cinco días después, el periódico The Evening Post lo reprodujo de manera parcial con el título “Una opinión proteccionista sobre la anexión de Cuba”. José Martí, respondió entonces para dejar claro que: “Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad” (Martí J., 1975).

Algo parecido ocurrió en enero de 1898 con la explosión del acorazado Maine en el puerto de La Habana. Fue el pretexto para intervenir en la guerra entre Cuba y España que utilizó, además, espías y escándalos de prensa. El dibujante del New York Journal en Cuba envió las imágenes que el director del periódico pidió, para desde allá incluir “la guerra”5. Dos meses después de aquella explosión, Estados Unidos se declaró en guerra contra España.

En el memorando Política Futura Hacia Cuba, el presidente John F. Kennedy ratificó en 1962, el propósito del Programa de Acción Encubierta contra Cuba del presidente Dwight Eisenhower (Méndez, 2017): “Nuestro objetivo final… permanece siendo el derrocamiento del régimen de Castro y su reemplazo por uno que comparta los objetivos del Mundo Libre. Nuestros objetivos inmediatos son los de debilitar al régimen; frustrar sus intenciones subversivas; reducir más su influencia en el hemisferio… Una política de contención, de erosión, de descrédito y de aislamiento del régimen… por medio del ejercicio de todas las presiones diplomáticas, económicas, sicológicas y otras que sean factibles harán que se obtengan esos objetivos inmediatos y podrían crear condiciones propicias en Cuba para ulteriores avances hacia nuestros objetivos finales”.

En el libro El arte de la inteligencia, (Dulles, 1963), el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) entre 1953 y 1961 definió: “El objetivo final de la estrategia a escala planetaria, es derrotar en el terreno de la ideas las alternativas a nuestro dominio, mediante el deslumbramiento y la persuasión, la manipulación del inconsciente, la usurpación del imaginario colectivo y la recolonización de las utopías redentoras y libertarias, para lograr un producto paradójico e inquietante: que las víctimas lleguen a comprender y compartir la lógica de sus verdugos”.

Un informe desclasificado y publicado en junio de 2001 sobre la situación a inicios de los 90, consideró una oportunidad el elevado deterioro de las condiciones de vida en Cuba. En el cuerpo del reporte reconocían como “más probable que los incidentes violentos se extiendan por la creciente frustración sobre los cortes en la electricidad, los problemas del transporte y los alimentos”6.

En 2011, Carl Meacham, director del programa de las Américas del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS- por sus siglas en inglés), reconoció que el Departamento de Estado ha entrenado a periodistas con capacidad de diseminar rápidamente la información precisa sobre acontecimientos y asuntos importantes”7.

Los alegados incidentes de salud, de origen desconocido, presentados por algunos funcionarios de la embajada de Washington en La Habana en 2016, sirvieron, como otros incidentes previos, para eliminar los limitados avances alcanzados tras el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países. Sectores interesados exigieron respuestas y acciones inmediatas contra Cuba. Una campaña consistente de acusaciones por los supuestos "ataques sónicos" se ha mantenido por varios años, aunque científicos y especialistas refutaron su existencia. William J. Burns, director de la CIA, ratificó a inicios de 2022, que la agencia estaba abordando el tema con “rigor analítico, buen oficio y compasión” (Barnes, 2022), sin presentar todavía pruebas concluyentes.

Mientras el bloqueo se endurecía a niveles extremos, en enero de 2018 se creó el Grupo Operativo de Internet para la subversión en Cuba, con la participación del gobierno, sus agencias y varias ONG. Su meta: “alterar el orden interno” (González A., 2022) aprovechando el impacto de las medidas que impedían el acceso de Cuba a tecnologías de telecomunicaciones, a los más de treinta cables internacionales de Internet cercanos a sus costas, a financiamientos para desarrollar programas propios y cooperación internacional, así como al control que ejercen sobre los servidores y bases de datos internacionales y las empresas del sector. En ese camino, sucumbieron hasta los moderados acuerdos de servicios alcanzados con Google durante el gobierno de Obama. Aprovecharon el momentum crítico generado por la combinación de los efectos de la pandemia y la crisis global en la economía y la sociedad cubana con los impulsos que el gobierno cubano daba a su estrategia de informatización de la sociedad y desarrollo de las infocomunicaciones.

Fue entonces cuando el bloqueo se transformó de estrangulamiento económico en una guerra híbrida (Echeverría, 2021) (Tirado, 2020) (Colom, 2019) (Bartolomé, 2019) que conjuga en sí misma tácticas de otros tipos de guerra como son la no convencional, asimétrica, irregular, no lineal, ciberguerra, compuesta, comunicacional, psicológica y otras. Combina acciones regulares e irregulares de amplio espectro que impactan lo físico, lo psicológico, lo perceptivo y lo virtual en función de desmoralizar y desestabilizar al oponente.

Esta nueva etapa de la guerra de Estados Unidos contra Cuba se caracteriza por la complejidad de sus formas y tiempos, la dificultad para definir el campo de batalla, la asignación de responsabilidades a unos contendientes difíciles de identificar, que combinan acciones no militares y militares, combaten a través de actores interpuestos o proxies, con un uso intenso de herramientas de comunicación articuladas en redes regionales y globales resultantes de la transnacionalización del capital, que facilitan transformar las acciones de información y de desinformación locales en globales, lo cual implica enfrentar nuevos riesgos (Echeverría, 2021).

Esta forma de guerra irrestricta (Fleming, 2017) contra Cuba no tiene límites. En ella todo vale para lograr la desestabilización. Actores de la sociedad civil, mercenarios y viejos y nuevos políticos y terroristas, cumplen tareas operativas, de carácter político, mediático, cibernético, diplomático, cultural, económico y supuestamente humanitario. Es creciente el financiamiento gubernamental a espaldas del contribuyente estadounidense. A veces, el ejecutivo de Washington es auxiliado por fundaciones filantrópicas europeas y latinoamericanas que actúan como caballos de Troya para la introducción y formación de sus agentes y programas. Para (Saunders, 2001), esta es “la manera más conveniente de transferir grandes sumas de dinero a los proyectos de la CIA sin descubrir la fuente a sus receptores”.

Conscientes de que un bastión esencial de la resistencia cubana ha sido el alcance y nivel de la educación, la ciencia y la cultura de su población, y la historia y valores acumulados por la revolución, le asignaron un papel especial a los tanques de pensamiento, fundaciones, portavoces, intelectuales, académicos, artistas y activistas que operan en el ámbito de la Cultura. El bloqueo contra Cuba hoy se acompaña por una lucha por los sentidos en el subconsciente colectivo, en desarrollo para asegurar que los pueblos piensen como a ellos les resulta funcional.

Entre los protagonistas de esta guerra están los llamados influencers de redes sociales digitales. A través de las redes crean y difunden contenidos, incluyendo de odio, y los hacen virales “con menos regulación pública y legal” (Foxman & Wolf, 2013). Una “contrarrevolución de nuevo tipo” con un discurso que descompone debates legítimos y críticas necesarias. Ese discurso incide sobre la ideología, confunde, refuerza el odio e intenta desatar el caos social. Toda una “contrainsurgencia soft” que aplica el “poder blando e inteligente” de la guerra cultural (Kohan, 2021). Su activismo se suma a la “contrarrevolución tradicional” para crear juntos el escenario, la narración y ser parte del desenlace.

Forman parte de ese reparto los artistas e intelectuales “progresistas” o “contestatarios”, que abordan temas polémicos fundamentalmente vinculados a causas sociales, por lo cual reciben la atención de universidades, fundaciones, organizaciones civiles y/o gubernamentales, ONG, y atraen en beneficio propio recursos a través de proyectos, becas, premios, la participación en eventos, congresos, conferencias y publicaciones (Capote R., 2018). Así se mantienen visibles, actualizados y aportando opiniones que inciden en las emociones y la ideología de sus seguidores (Oliva & Jiménez, 2019).

Influencers, intelectuales progresistas y el lobby cubano americano8 actúan en red, logran mayor visibilidad y alcance, cuidan su imagen y atacan juntos a quienes los critican. Su discurso construye la creencia profundamente contrarrevolucionaria de que el bloqueo de Estados Unidos no existe, que Cuba puede comerciar y relacionarse con el resto del mundo y que la suma de los males cubanos se debe a un supuesto “bloqueo interno” impuesto por el gobierno a su propio pueblo.

En la contrarrevolución también hay mercenarios, “marginados, desclasados y todo tipo de lumpen y escoria social” (González R., 2021). Su labor intenta imponer formas de terror inusuales en Cuba. Agreden física y/o moralmente a las personas e instituciones que consideren apoyan a la revolución y al socialismo, causan daño al patrimonio social y realizan acciones de sabotaje a cambio de dinero o prebendas No pocos han convertido la contrarrevolución en su modo de vida. Todos prestan sus “servicios” mientras son útiles y el imperio los descarta cuando dejan de serlo. Sus acciones se mantienen alineadas con el Manual de Gene Sharp de 1983 que define etapas con métodos precisos y ubica a los medios como actores clave (Calloni, 2016).

Es común a todo este espectro de “disidencias” cubanas –tanto la extremista y terrorista como la que se considera socialdemócrata y republicana- que nunca condenen las acciones de Washington (Kohan, 2021). Utilizan un discurso escéptico, desesperanzador, hostil, ambiguo y de descrédito sobre la vida cotidiana, las instituciones, los dirigentes y el sistema político, económico y social cubano. Secuestran las causas sociales y temas como el racismo, los derechos sexuales, los roles de género y el cuidado a animales afectivos para convertirlos en irritación y luego en fuente de protesta social. Defienden derechos relacionados con la propiedad privada y la acumulación de riqueza; manipulan la libertad de asociación, manifestación, expresión y prensa; exigen una pluralidad política excluyente, y niegan la Constitución, derechos y el voto mayoritario del pueblo por estos (Oliva & Jiménez, 2019).

De igual forma, la contrarrevolución responsabiliza al sistema político por las limitaciones e ineficacias de la economía y la desatención a algunos sectores de la población, sin considerar los efectos del bloqueo económico y del asedio político, militar y mediático estadounidense, ni la voluntad política de dignificar la vida de la población. La dimensión del ataque excede las fronteras nacionales y pudiera decirse que es simétrica a la magnitud del alcance e influencia de la revolución socialista cubana en el mundo.

A fines de 2020 se puso en marcha la operación político comunicacional que tuvo como punto culminante las manipuladas manifestaciones y disturbios en varias ciudades cubanas del 11 y 12 de julio del 2021. Fue otro intento oportunista de asestar un golpe blando (Karg, 2014). Estas “acciones legítimas de manifestarse pacíficamente, con reclamos fundados, fueron también alentadas por todo el ambiente mediático y de redes sociales, fomentado por intelectuales, artistas, periodistas que impusieron la percepción de colapso total en Cuba” (Burgos, 2022). Pedían una intervención inmediata de las tropas norteamericanas en la Isla.

El plan para intervenir incluyó una declaración del presidente Joseph Biden que calificaba a Cuba como “…un estado fallido [que] reprime a sus ciudadanos”. Su gobierno ha mantenido intacto el escenario de bloqueo recrudecido que dejó Trump, llevando algunas decisiones aún más lejos en lo concerniente a la negación de acciones humanitarias durante la pandemia, a la persecución a las vacunas cubanas y a la colaboración médica con el mundo.

Hoy la Isla está en medio de un tipo de guerra a la que también se define como “cognitiva” (Savin, 2021), donde de forma imperceptible, gradual y sutil se alteró la comprensión y la reacción de los seres humanos. La desinformación y la propaganda inciden psicológicamente en los receptores y a largo plazo causan daño, sobre todo ideológico. Con precisión se apunta hoy a los nietos y bisnietos de la Revolución. A esos jóvenes, adolescentes y niños, que crecen en medio de grandes carencias materiales, “solo hay que darles un pequeño empujoncito en la dirección correcta. Hay que darles un símbolo, una motivación y ellos se encargan de lo demás” (Capote R., 2011), opinan.

Un año después del 11 de julio de 2021 se ha tratado de mantener la agitación político-comunicacional contra Cuba. Mientras, el bloqueo permanece intacto, causando mayores estragos en un entorno internacional más complejo por el alza del precio de materias primas y las consecuencias globales de la guerra en Europa.

El nivel de racionalidad y equilibrio de la respuesta del Gobierno y el pueblo de Cuba (Hevia, 2022) les demostró, una vez más, que el modelo de actuación operacional, no funciona, que no tienen “plataforma política propia, ni discurso que convenza a nadie, ni moral, prestigio, ni verdaderos líderes”. “Son herederos de la contrarrevolución que triunfó en Cuba a partir de 1898, liderada por Estados Unidos y secundada por los sectores anexionistas de la burguesía criolla, los reformistas, aliados de la burguesía imperialista norteamericana y de los sectores políticos que, en los Estados Unidos, deseaban para Cuba un protectorado, o una neocolonia y no una república independiente” (Morales, 2012). Un artículo titulado "En Cuba, desventuras al intentar derrocar un régimen", publicado por The New York Times9, aseguró que los llamados fondos para la democracia cubana "han sido un imán para charlatanes y ladrones", y que "es más productivo lograr un acercamiento diplomático, que insistir en métodos artificiosos".

La mayoría de los cubanos saben que, de triunfar la contrarrevolución, el país volvería a una situación peor que la existente antes del triunfo revolucionario de 1959. De ahí las razones que motivan el apoyo mayoritario del pueblo.

Resistencia al bloqueo y la guerra híbrida e irrestricta

Me acosa el carapálida con la guerra sutil
Hasta que digo basta y carga sobre mí
Me acosa con su monstruo de radiactividad
Su porvenir de arena, su muerte colosal
Me acosa el carapálida que siempre me acosó
Que acosa a mis hermanos, que acosa mi razón
Me acosa el carapálida que vive de acosar
Hasta que todos juntos le demos su lugar

Silvio Rodríguez

El endurecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero y de la guerra multidimensional contra Cuba no es casual. La isla ha sobrevivido a más de 60 años de agresiones, al colapso de ideologías y sistemas políticos, pasó de una posición de aislamiento internacional a convertirse en un influyente actor mundial. Ha evidenciado capacidad de resiliencia, incluso durante dos terribles años de pandemia en los que el bloqueo se recrudeció hasta niveles de crueldad inimaginables. Mantuvo incólumes los principios y valores fundacionales de su revolución y ha sabido adaptarse a un mundo cambiante. Ha enfrentado las consecuencias de la declaración unilateral y espuria por parte de Estados Unidos del país como un Estado patrocinador del terrorismo, recuperando el retorno a La Habana de las conversaciones de paz entre el Gobierno de Colombia y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Y ha vencido en el campo de las ideas y de la defensa la multimillonaria operación de subversión político-ideológica desplegada contra la Revolución y el reinicio de los actos de terror financiados y organizados desde territorio estadounidense con absoluta impunidad.

La resistencia y victoria cubana en esta porfía ha reforzado en la clase política de Estados Unidos la percepción de riesgo a su hegemonía en el desafío moral planteado por Cuba. Mientras su poderío económico se hunde, su poder político y militar es cuestionado. El sueño del nuevo siglo americano se esfuma y la Doctrina Monroe revisitada es rechazada por una comunidad latinoamericana y caribeña que, si bien no es homogénea, puja por hallar un lugar en un mundo multipolar en construcción. Cada vez más crece la conciencia mundial de que las medidas coercitivas unilaterales son contraproducentes, conducen a actos de extraterritorialidad lesivos del derecho internacional, cierran los caminos al diálogo, la paz y a los derechos de los pueblos y no conducen a los resultados para los que se conciben. El bloqueo contra Cuba, como expresión de estas, ha sido condenado durante treinta años consecutivos por la comunidad internacional, y, si bien causa daños descomunales, está hoy desacreditado.

El bloqueo provoca fuertes impacto en la vida cotidiana. Los daños materiales durante las seis décadas de bloqueo se estiman en más de un billón 326 mil 432 millones de dólares (García & Fonseca, 2022), con severos daños a sectores sensibles como la educación, la salud, la alimentación, la industria, el turismo y otros. Someten intencionalmente al pueblo a condiciones de existencia que le pueden acarrear daños físicos, totales o parciales, para debilitar su decisión de luchar y vencer y llevarlo a claudicar de su decisión de ser soberano e independiente.

Entre 1996 y el 2021, el Congreso norteamericano aprobó unos 404 millones de dólares (Sullivan, Cuba: U.S. Policy in the 116th Congress, 2019). A la cifra anterior se añaden cerca de 945 millones de dólares (Sullivan, Cuba: U.S. Policy in the 116th Congress and Through the Trump Administration, 2021) destinados a las transmisiones de Radio y TV Martí. Sin considerar otras partidas de carácter secreto, durante los últimos 35 años los contribuyentes estadounidenses pagaron unos 1 349 millones de dólares para destruir a la Revolución Cubana. La Oficina de Responsabilidad del Gobierno de EE.UU. reconoció que las sanciones contra Cuba es el conjunto más completo, abarcador y duradero aplicado.

Para Estados Unidos, el bloqueo es el pretexto del gobierno para justificar el fallo del modelo político, económico y social que el pueblo cubano eligió libremente y ha defendido. Si fuera así, sería fácil suprimir el pretexto y dejar que el modelo, supuestamente fallido, termine por colapsar. Estados Unidos es consciente que comete un acto de genocidio. A pesar de todo el daño, las deformaciones causadas y los errores que puedan cometerse en la conducción del país, las agresiones tienen una repercusión negativa en el desarrollo y el bienestar, perjudican, sobre todo, a los más vulnerables, agravado en el complejo contexto de relaciones económicas internacionales actuales.

Cuba tiene capacidad para construir un camino propio exitoso que asegure la prosperidad y el goce pleno de los derechos de su pueblo. Pero es un camino diferente al impuesto al mundo como modelo único. La isla necesita desprenderse del bloqueo. Desea la convivencia pacífica con sus vecinos y con toda la comunidad de naciones.

Por la justeza del modelo, la actuación de sus líderes e instituciones y las posiciones de principio que Cuba asume, el país goza de prestigio internacional. Por el civismo demostrado, por la práctica de la solidaridad internacional y por defender la utopía de construir una nación soberana a solo 90 millas de su principal enemigo, personas de todo el planeta apoyan lo que Cuba representa. Reconocen la capacidad de resistencia y dignidad de un pueblo negado a vivir de rodillas y rechazan que prevalezcan la ambición, la vanidad, el engaño, y el abuso de poder de un imperio decadente y en crisis.

La guerra de Estados Unidos contra Cuba hoy, “paraliza la economía cubana y socava el sistema multilateral que EE.UU. dice liderar” (Adler, 2022). No los contienen ni las aplastantes votaciones en Naciones Unidas, ni la decisión del pueblo cubano de sobreponerse al bloqueo (Rich, 1988), ni la voluntad pública de buscar alternativas. Esperan que, a medida que la situación se deteriore, en algún momento podrán actuar.

“Estados Unidos no invadirá Cuba mientras tema que haya resistencia armada. No atacará a alguien que pueda defenderse. Eso es obvio. La idea es «liberar» al país sin costo alguno para el imperio, es decir, esperar hasta que la situación interna sea tan mala, que las tropas estadounidenses puedan invadir sin mucha oposición” (Chomsky, 2004).

La Revolución Cubana “intenta sobrevivir, resignificarse y seguir construyendo socialismo. El pueblo cubano es un ejemplo de resistencia ante dominios imperiales, la Numancia del siglo XXI. Minimizar las acciones externas y ponderar las internas como suficientes para explicar la realidad cubana es una falacia de medias verdades que constituye la base de la manipulación de la verdad. Enunciar estas guerras no las eliminan, visibilizarlas nos da fuerzas para seguir avanzando en el porvenir de esa que todavía vive, aunque algunos la quieran dar por muerta” (Burgos, 2022).

Frente al bloqueo recrudecido se contrapone la resistencia creativa, la búsqueda de alternativas a los problemas materiales, el debate ideológico y la polémica, la capacidad de análisis crítico, comprometido y revolucionario que rompa con la hegemonía del pensamiento único, la lucha contra el burocratismo, la cultura política ciudadana basada en el conocimiento y respeto de la historia que demuestra el carácter histórico de la actitud, intenciones y acciones de los círculos de poder de los Estados Unidos por apoderarse de Cuba, impedir su independencia y destruir la Revolución, y el servicio que, como en los siglos XIX y XX, prestan a esa causa cubanos mercenarios y anexionistas.

Urge prestar atención inmediata a los problemas para impedir que se acumulen y aumenten sin recibir una solución adecuada, ampliar la participación colectiva y el control popular, democratizar constantemente la gestión del Estado socialista, mantener la comunicación directa entre el pueblo y sus representantes, atender las demandas de las mayorías, reforzar la preparación de los dirigentes, construir sentido revolucionario respecto al capitalismo y la lucha de clases, fomentar la conciencia histórica y de clase haciendo que coincidan en mayor medida las prioridades personales con las del proyecto Nación para que el socialismo se mantenga como vía para la realización personal y colectiva de las mayorías, donde lo privado y lo colectivo se armonice en función del bien común y la coexistencia pacífica.

La “resistencia creativa” (Mojena, 2021) sirve para preservar la existencia de Cuba como nación libre y soberana, con el pueblo en el poder, que lucha por distribuir con equidad su riqueza. El pueblo cubano enfrenta a los que tratan de imponerle la servidumbre económica y política superada tras el triunfo revolucionario de 1959. La dirección del país reconoce la importancia de convocar a todos a trabajar por la comunidad, concentrando la actividad en los barrios (Puig, 2021), “sanar heridas, recuperar instalaciones y mejorar espacios físicos”, hacer trabajo comunitario y social sostenible y de calidad que incorpore de una manera armoniosa subjetividad, espiritualidad y sistemas productivos locales con amplia participación ciudadana y rendición de cuentas.

Para las comunidades, la “resistencia creativa” significa combinar de forma virtuosa el diagnóstico con la respuesta rápida a los problemas y necesidades, así como, contrarrestar con decisión las acciones de bloqueo y las campañas anticubanas. En ese sentido se organizan para mantener un seguimiento de la realidad de cada barrio y su contexto, defender la justicia social y la dignidad humana, resguardar la producción social de conocimiento y el pensamiento crítico, enfrentar la monopolización del discurso y la dominación simbólica, proteger la unidad, el optimismo y el trabajo mancomunado, ampliar la participación activa y comprometida de todos los actores sociales en la democracia socialista, multiplicar los espacios de diálogo, el control popular y la movilización ciudadana, oponerse a la subversión con preparación ideológica, conocimiento de la historia y el pensamiento de José Martí y Fidel Castro, aumentar la producción y la eficiencia de la empresa estatal socialista, reducir el burocratismo y los trámites, entre otras.

Las posibilidades de mejorar un sistema perfectible existen y se relacionan con las estrategias que se adopten para reducir las vulnerabilidades, asegurar bienestar y derrotar el bloqueo. El pueblo y el gobierno de Cuba, en ningún caso aceptarían la injerencia y dominación del Gobierno de EE.UU. como plantean las leyes anticubanas vigentes, porque están dispuestos a seguir avanzando en el camino escogido soberanamente.

CONCLUSIONES

La política exterior de Estados Unidos hacia Cuba a lo largo de casi tres siglos ha sido funcional a su interés de anexión y no ha logrado tal propósito debido a la capacidad de resistencia del pueblo cubano y a su vocación independentista.

El conjunto de medidas, instrumentos y acciones de Estados Unidos contra Cuba se complementan y su combinación incrementa la magnitud de la privación material, causa perjuicios morales, obstruye el normal desarrollo del país y secuestra las posibles opciones político-diplomáticas, jurídicas y económicas que pudieran constituirse en soluciones y/o oportunidades de intercambio positivo entre los dos países. Al mismo tiempo, postergan las opciones de diálogo respetuoso y en igualdad de condiciones.

Los programas subversivos aplicados por el gobierno de Estados Unidos y sus servicios de inteligencia a partir de 1959, no han logrado el propósito de destruir la Revolución. Con las medidas de bloqueo, por su diversidad, alcance y duración en el tiempo, ocasionan un daño integral al bienestar, la seguridad y la cultura de la población. Obstruyen el normal desarrollo económico, social y político de la isla. Su carácter punitivo trasciende los marcos bilaterales y daña la soberanía de terceros países y sus personas naturales y jurídicas resultan víctimas de las sanciones.

Con el propósito de defender un modelo político y de desarrollo socialista singular, Cuba concentra sus esfuerzos, en crear condiciones y ofrecer oportunidades para garantizar un alto nivel de desarrollo humano, desplegar una activa política exterior que de forma proactiva proyecte y defienda la soberanía, la independencia y el internacionalismo solidario, mantener el consenso y el apoyo popular, y formar, crear espacios de participación social y movilizar.

El empleo combinado de bloqueo, contrarrevolución, el terrorismo mediático, las noticias falsas, los actos vandálicos y las provocaciones en medio de una situación económica agravada por el bloqueo, trata de demostrar la aparente ingobernabilidad en Cuba. En contraposición y como barrera de contención está la filosofía emancipadora de la praxis política, económica y social de la Revolución Cubana inculcada por Fidel Castro y el uso constructivo de la crítica y la autocrítica.

La Revolución Cubana, como obra en construcción, se proyecta y actúa de forma proactiva. Revisa y corrige su rumbo, siempre que lo considera procedente, mantiene la defensa de los principios y valores fundacionales en el enfrentamiento decidido y firme a la maquinaria mafiosa que controla la expresión de la clase política estadounidense, enfrenta y resiste los ataques obsesivos y perversos, mientras actúa para garantizar el funcionamiento del país y atraer los recursos que permitan satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos.

La complejidad del bloqueo, el uso de la coerción y las trampas utilizadas por Estados Unidos contra Cuba tienen características que deben continuarse investigando para tener una interpretación integral de las evidencias, que superen la despolitización que se trata de imponer y permitan anticipar la evolución futura de un conflicto agudizado y en desarrollo que exige sistematización para dimensionarlo adecuadamente.

notas

1 Ver: https://www.ecured.cu/Conflicto_entre_Cuba_y_Estados_Unidos

2 Foreign Relations of The United States, 1958–1960, Cuba, Volume VI. 499. Memorandum from the Deputy Assistant Secretary of State for Inter-American Affairs (Mallory) to the Assistant Secretary of State for Inter-American Affairs (Rubottom), Washington, April 6, 1960 https://history.state.gov/historicaldocuments/frus1958-60v06/d499

3 Ver: https://georgewbush-whitehouse.archives.gov/news/releases/2004/05/text/20040506-7.es.html

4 Ver https://www.federalregister.gov/documents/2017/10/20/2017-22928/strengthening-the-policy-of-the-united-states-toward-cuba

5 Ver: http://mesaredonda.cubadebate.cu/mesa-redonda/2018/02/16/historias-poco-conocidas-sobre-la-explosion-del-maine-video/

6 Ver: http://razonesdecuba.cu/contra-cuba-la-guerra-mediatica-es-total/

7 Ver: http://razonesdecuba.cu/contra-cuba-la-guerra-mediatica-es-total/

8 El lobby cubanoamericano está integrado por diez congresistas: los republicanos Carlos Giménez, María Elvira Salazar y Nicole Malliotakis; Albio Sires, demócrata de Nueva Jersey, y los republicanos Mario Díaz-Balart, de Florida; Alex Mooney, de Virginia Occidental, y Anthony González, de Ohio.

9 Ver: https://www.nytimes.com/2014/11/10/opinion/en-cuba-desventuras-al-intentar-derrocar-un-rgimen.html?_r=0

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