Roa. Su tiempo, su filosofía política1

Roa. His time, his political philosophy

Dra. C. Zoila Fajardo Estrada

Doctora en Ciencias Filosóficas. Profesora Titular de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana. Cuba. fajardoestradazoilamaria@gmail.com 0000-0001-6124-2722

 

Recibido: 2 de mayo de 2022

Aprobado: 18 de julio de 2022

 

RESUMEN En este trabajo de análisis con base filosófica nos acercamos a la extraordinaria personalidad y quehacer del intelectual, político y diplomático cubano que fue Raúl Roa García (18/4/1907 – 8/7/1982). Es en esencia una apretada síntesis que enfoca la dimensión y motivaciones del extraordinario papel que tuvo el Canciller de la Dignidad en los escenarios que marcaron su existencia. Herencia de patriotismo, cultura y humildad marcaron sus primeros pasos hacia el acercamiento del pensamiento revolucionario de su época. La frustración del ideal martiano en la República mediatizada y el fantasma de las ideas marxistas encontraron en él, un excelente campo de cultivo que lo convirtieron en un revolucionario de acción y pensamiento, en un escritor condenado más de una vez a sufrir prisiones y deportaciones que no fueron óbice para que crecieran sus convicciones de justicia política y social y la búsqueda incesante de la verdad. El contenido del artículo ofrece la dimensión del ideal martiano y marxista que motivó el pensamiento de este brillante intelectual cubano, tan profundo como vigente y práctico en la búsqueda eterna de la verdad que él supo encontrar en la Revolución que defendió.

Palabras Claves: Roa, Filosofía, Política, cultura, martiano, marxista

Abstract In this philosophically based article we approach the extraordinary personality and work of the Cuban intellectual, politician and diplomat Raúl Roa García (18/4/1907-8/7/1982). It is essentially a brief synthesis that focuses on the dimension and motivations of the extraordinary role played by the Chancellor of Dignity in the scenarios that marked his existence. Heritage of patriotism, culture and humility marked his first steps towards the approach of the revolutionary thinking of his time. The frustration of Marti's ideal in the mediatized Republic and the ghost of Marxist ideas found in him an excellent breeding ground that turned him into a revolutionary of action and thought; a writer condemned more than once to suffer prison and deportations, that were no obstacle for his convictions of political and social justice and the incessant search for the truth. The article offers the dimension of the Martian and Marxist ideal that motivated the thought of this brilliant Cuban intellectual, as deep as current and practical in the eternal search for the truth that he knew how to find in the Revolution he defended.

Keywords: Roa, Philosophy, Politics, culture, martiano, marxist

 

 

INTRODUCCIÓN

Acercarse a Roa, en cualquier tema que tenga que ver con su vida, es una tarea que la mayoría asumimos con agrado. Su personalidad tiene ese brillo propio que logra deslumbrar a cualquiera, sea o no un trabajador intelectual por ser una figura de la dimensión de hombres como Martí, Guevara o Fidel Castro, hombres que sobrepasaron los límites del intelecto para convertirse en lideres también de la acción.

Fue de esos pensadores que tuvieron el raro privilegio de poner en práctica lo que predicaron con tesón y salir airosos a la prueba de la Historia. El trabajo que le estamos presentando articula el razonamiento filosófico en torno a esta figura de una forma muy convincente partiendo de las raíces hereditarias de nuestro personaje hasta llegar a la madurez que lo hicieron acreedor de su mejor título “El canciller de la dignidad”. Roa no pertenece al marco estrecho de una corriente, su obra tiene un caudal propio destinada a los pensadores de su época, estaba dotado de cubanía que es el factor que explica el acercamiento que tuvo su pensamiento a las capas más humildes de la sociedad. Fue su pensamiento profundo, multifacético, cultivado con vocación y el deleite, un agudo conocedor de la lengua española, lo que unido a su temperamento lo proyectan a ese rol protagónico que expresó como pocos lo hicieron, con ese sentimiento de ser cubano, inconforme, polémico y rebelde.

Como sucede con todos, la época vivida modeló el intelecto de Roa, quien enfocó su ruta a la búsqueda incansable de la verdad. Fue una época convulsa la suya, plagada de sucesos desalentadores que no doblegaron su voluntad, fue capaz de arriesgar su vida por demostrar la justeza de su pensamiento. La evolución del pensamiento revolucionario de Roa, no solo se encuentra en su obra escrita sino también en el camino emprendido junto a luchadores de la talla de Villena, Guiteras, Bisbé, Chivás, Pablo de la Torriente, por solo citar estos ejemplos unidos por un ideal común de justicia en una Cuba republicana entreguista llena de políticos demagogos y genuflexos. En el contenido filosófico de este artículo se demuestra la vinculación que existió entre el pensamiento martiano de Roa y su enriquecimiento por las ideas marxistas, coexistencia integral y armónica de estos conceptos que hicieron posible la proyección hacia la sociedad con razonamientos éticos y morales que balizaron el camino hacia una Revolución social verdadera. Pero el ideal no concluyó con el triunfo de la Revolución en 1959. Hombres como Roa no llegan nunca a coronar las cimas que se proponen. La nueva experiencia agregó el poder revolucionario que había que defender a toda costa en un nuevo teatro de operaciones, plagados esta vez de enemigos poderosos y doctrinas irreconciliables contra los que solo se podía oponer la fuerza de la moral y del verbo que nació del poder de la razón. Fidel supo aquilatar su valor intelectual que ya conocía y lo lanzó al escenario internacional donde Roa creó nuestra escuela, cuya onda expansiva aun hoy toma fuerza en el quehacer de la diplomacia cubana, una nueva escuela, irreverente al poder imperial. Al leer las páginas de este trabajo, nos damos cuenta del difícil camino que debe recorrerse y las profundas convicciones que son necesarias para lograr ponerse a la altura de los tiempos tan cambiantes como impredecibles que transcurren en la escena política contemporánea.

DESARROLLO

Roa es un intelectual de su tiempo. Su obra no puede enmarcarse como en otros pensadores dentro de una corriente u otra siguiendo los cánones establecidos que delimitan el pensar en marcos estrechos, para desde allí orientar la búsqueda de un objetivo u otro que delimite el saber en cuestión. Poseedor de una amplia erudicción, su pensamiento y decir estuvo dedicado a ser comprendido por los intelectuales de su tiempo, y al acercamiento a las capas más humildes. Al proceder directamente de un medio familiar intelectual, se interesó desde pequeño, con un sentido innato, por la cubanía, matriz de su labor profesional.

Fue un cubano de la palabra y el sentimiento, condición que le permitió los más gratos placeres y los más terribles desvelos. Sobre este tesón no solo ejerció influencia su historia familiar; su inteligencia unida a la aptitud ante el conocimiento hizo desatar su pluma, en viva correspondencia con su carácter inquieto, atrevido y poco conservador. Es por ello que al primer acercamiento a su obra nos asiste una continua contradicción entre el contenido, los argumentos expuestos y la sonrisa que se esboza ante una lectura que provoca expectativas, y un decir que se intercala más adentro en señal de aprobación, por su cercanía a los rasgos que en continuidad forman y confirman la idiosincrasia cubana. Como hombre de su época conoció de las tendencias que en el campo del análisis social se hacían eco en su tiempo, y de los pensadores que dejaron huella desde disímiles posiciones. Al indagar la mejor de las formas que propiciaría un acercamiento entre la teoría y la práctica, pudo enfocar sus más agudas críticas a la vez que vincularse y llegar a distinguir lo ideal y lo necesario para el país y la región, en consonancia con los sucesos que fueron marcando distancia entre lo apologético y lo real de la edificación de lo social. La inconformidad social es reflejada en los vaivenes de su vida. A ella se une el desconcierto teórico que lo conduce a vagar entre teorías sociales heterogéneas, al buscar dentro de ellas aquel sustrato que le permita discurrir su pensamiento en perenne dialéctica con la realidad. Es por ello que en sus escritos aparecen las más diversas reflexiones, desde el enjuiciamiento teórico que amerita la circunstancia de vivir en un período histórico movido por anhelos y modelos que contradicen las teorías más complejas de construcción de sociedades.

Tal posición lo convierte en un hereje, circunstancia que no le molesta por considerar a esta, la herejía, una condición necesaria en el establecimiento de las ineludibles convicciones que sacan de la asfixia a la cultura, en épocas en que el poder se trastoca en biológico empeño. La presencia de tal estado de poder sumerge, nos dice, al alma humana a sensaciones que mutilan su existencia y la consagran al vacío, nostalgia, impotencia y rebeldía, y a un afán de fuga y camino. Este es un síndrome que señala la impostergable necesidad de búsqueda de vías ante los imperativos que nos imputa la conciencia y la dignidad humana. Por eso es que en Roa es posible encontrar el paso de la reflexión a la concepción, en consonancia con las motivaciones prácticas que lo conducen a un compromiso entre el intelecto y la acción revolucionaria, al considerar a esta última la incitación esencial de su vida y pensamiento.

Su impaciencia ante los destinos de América y el mundo no lo desalientan. Lo conducen desde muy temprano a una visión aguda de los hechos. En condiciones tan adversas como el destierro, siembra lo que será paradigma el resto de su vida conspirativa: «Silencios hondos, concentrados, tremendos en que el pensamiento se afila, depura y esclarece en diálogo consigo mismo. Las ideas proliferan, hierven, refulgen. Se ilumina la conciencia y piafa la voluntad. Pero ni un eco de lo que por dentro acontece se percibe fuera [...]. El pensamiento en diálogo consigo mismo, forja esquemas ideales, arquitecturas perfectas, construcciones acabadas. Trabaja, silenciosamente, por el advenimiento de la utopía de mañana [...]. La vida solo cobra plenitud de sentido cuando se le arriesga. Enhiesta, solitaria, libre -suprema libertad coronada de luz-, nos espera la cima. El paisaje allí se despliega como una esperanza. Y la imaginación, desbocada, volará hacia valles verdes, ríos claros, colinas graciosas, palmeras ondeantes y playas doradas, bellezas del físico mundo en dramático contraste con los horrores del mundo moral» (Roa, 1964, 43).

Su examen detenido de la historia universal y nacional y de los acontecimientos que transcurren en los momentos en que pasa su vida, lo llevan a hondas reflexiones que le permiten delimitar sus empeños en la comprensión de los orígenes del comportamiento de las sociedades y sus individuos. El enraizamiento de la condición de hombre colectivo para las sociedades americanas, el establecimiento y dualidad del poder en su vertiente jurídica como medio para alcanzar la justicia social o como apetito o afán de poder, la libertad históricamente condicionada, entre otros temas sociales, le permiten establecer paralelos entre pueblos, continentes, siglos.

Sus meditaciones buscan en la teoría el fundamento que lo lleve a emprender la gestación y consolidación de épocas históricas. Sus obras “algo más que narraciones fieles de acontecimientos. Son razonamientos que nos permiten entender el acaecer histórico desde la voluntad colectiva e individual. Al recordar los hechos desde sus protagonistas, accede a visiones más cercanas y reales que no derrochan las leyendas que fundan las utopías sobre las que se tejen las premisas, que luego intervienen en la realización de la justicia social, categoría central de su discurso teórico”.

Desde estas posiciones que condenan su vida a la reflexión aún sin proponérselo, por múltiples avatares y tareas que sesgan su producción teórica, Roa arriba a una concepción de lo social donde, a nuestro juicio, no falta la filosofía política como plataforma estructural de su pensamiento. Aunque nunca se propuso ser un filósofo en su concepción del orden político, es posible encontrar la visión clásica de la filosofía política. Se trata de un análisis de lo social donde prima el sentido axiológico de los sistemas políticos como base cardinal. Sigue Roa no las escuelas que en su tiempo hacen moda, sirva de ejemplo, la conductivista con amplia influencia en el mundo académico, sino que evoca el quehacer de los que en todas las épocas originaron disímiles cuestionamientos sobre las vías más originales de análisis de lo social. La antigüedad clásica siembra en él el camino del razonamiento sobre el que vierte sus infatigables horas de investigación. Desde esta perspectiva es posible obtener un análisis ético que marca las pautas a partir de las que la subjetividad toma su camino en interrelación con la siempre cambiante objetividad manifiesta. Es Roa representante de una generación que, desde las abstracciones intelectuales, filosóficas, busca salidas a la situación interna exponiendo los argumentos desde una posición humanista, es decir, desde los hombres concretos y en su existencia cotidiana, con un sentido creativo que permite hacer más palpable los ideales por construir.

En la búsqueda de una concepción propia acierta Roa en la metodología marxista y martiana, muy a tono con los movimientos intelectuales que luego se abrirían paso en la historia que encuentran en determinadas figuras medulares de la región la legitimidad de su pensar.

En el método histórico y dialéctico materialista están, a nuestro juicio, los ejes cardinales que le permiten establecer los puntos centrales de sus axiomas. No resulta raro, pues el contenido ético signa la teoría de estos clásicos y le permite trascender en el tiempo. Como sus maestros y a través de ellos, este pensador descubre la matriz que convertida en concepción accede a un constante diálogo consigo mismo y con la realidad desde las categorías que centran su debate.

En el vagar por la historia junto a Roa es posible encontrar el espíritu de las revoluciones y de los acontecimientos que en el decursar del tiempo han marcado a la civilización. Es entender la historia desde su fluir interno, como persecución de un ideal, que, al decir a lo Roa, jamás agota su contenido. La ética es el medio que como método le permite a este intelectual entender las categorías que desde la política admiten ver la sociedad desde su deber ser en consonancia con su realidad. Es la vía que para satisfacer propósitos cardinales a la vida humana se convierte en el cauce natural de desarrollo de la política.

Desde esta definición es posible acercarnos a Roa a partir de una filosofía política que atiende la reflexión de la moral otorgándole carácter exclusivo. Es decir, cada época es tratada desde los valores que encierra en su devenir histórico.

De ahí que lo ideal sea el arquetipo de construcción de lo social, surgido de las demandas que asisten a los hombres en su tránsito activo por la historia. «La idea de la justicia social [...] es la estrella polar de las doctrinas sociales. Hacia ella enderezan estas sus esfuerzos: pero este valor es un valor histórico y no intemporal. Su sentido varía con su contenido. La idea de la justicia social que contempla Platón en su Politeia no es la misma que deduce Roberto Owen del beneficio; más, no obstante, su sentido concreto y cambiante, ha iluminado siempre y continuará alumbrando, con ideal refulgencia, la vigilia febril de los afanados en darles a los hombres un ordenamiento social que garantice su vida biológica y promueva su ascenso cultural sin más limitaciones que su propia vocación y aptitudes» (Roa, 2001, 24).

De semejante tesis central en la obra de este erudito es necesario inferir la correlación entre la ética y la política que en hermandad contradictoria definen cursos y crean valores que consensualizan modelos reales de vida de los hombres. La sociedad es entendida desde la moral, que se convierte en el medio que ha de tenerse en cuenta para la consecución de un fin determinado. Es el paradigma que aprehende de la historia: «No es posible aceptar, sin incurrir en gravísimo error y peligroso extravío, que el fin justifica los medios. Esa fue la divisa del absolutismo político y es la divisa de los movimientos totalitarios de derecha y de izquierda. Los fines y los medios han de estar en dialéctica interdependencia y responder a móviles éticos por el beneficio social que procuran y el obstáculo que representan a la servidumbre, degradación, atraso y miseria del mayor número. La moral en política depende de lo que se haga, cómo se haga y para qué se haga en una situación determinada. Está ligada, en suma, a la estrategia y la táctica» (Roa, 1959, 3). La mediación que procura el análisis ético está encaminada a establecer las dimensiones reales en las que el ideal puede ser efectivo en una calidad determinada sin comprometer el empeño. De otra manera, la conciencia social no encuentra la motivación espiritual necesaria, y el individuo banaliza sus intentos al convertir la transformación ineludible en superación existencial, que no aboga por su incorporación real como sujeto hacedor de la historia. La vida social se torna lucha infértil por un objetivo no comprendido en su verdadera extensión y para el que se necesita el concurso de todos.

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Desde la metodología articulatoria martiana y marxista puede Roa «entender el contexto universal y específico del desarrollo de esa vocación y aptitud de los pueblos. Al adoptar el método martiano visualiza la «visión histórica de la humanidad en pueblos históricos o seculares, poseedores de una cultura milenaria, y pueblos naturales de vida advenediza y posadquirida, creados para la dependencia. A uno u otro le son típicos, nos diría Roa, vínculos concretos y procesos efectivos que se derivan de la producción, circulación, consumo y distribución de bienes, de la regulación extrínseca de la conducta del hombre y de su comportamiento colectivo, de la organización de la sociedad en clases distintas, de las formas y fuentes del poder político, del progreso técnico, institucional y cultural, de la objetivación del pensamiento en usos y costumbres, en concepciones religiosas, en sistemas filosóficos, en valores ideales. Estas determinaciones alcanzan significado dialéctico, puesto que la articulación marxista y martiana debe entenderse como flexibilidad que permite incorporar las teorías en un constante fluir de un lado a otro, no como unidad mecánica, sino en continuidad, ruptura y superación entre una u otra, en dependencia de las urgencias de empleo y de comprensión de lo social que al autor se le presentan en su tiempo.

Desde esta metodología Roa se acerca a diferentes definiciones que desde corrientes de pensamiento diversas abren su diapasón de análisis hasta configurar una línea lógica que queda establecida a través de tres elementos medulares: el poder, la riqueza y la cultura. Los valores que encierran cada uno de estos aspectos en su totalidad internan los diversos momentos que singularizan las sociedades y sus hombres. Se trata del conocimiento de los hechos, problemas e ideas, y de la organización de la convivencia, nos diría, desde el punto de vista de la distribución de los bienes y valores de vida material y cultural, y sus implicaciones económicas, políticas y jurídicas 2. Para Roa la vida humana que conforma la esencia misma de las sociedades está delimitada por el complejo de relaciones, formas, intereses y valores que configuran su ser y potencian su devenir. Es el estudio de la sociedad en integración de componentes que busquen alcanzarla en su totalidad. Tal convicción persigue el objetivo de establecer distanciamiento con la fragmentación en el análisis de esta problemática que tanto daño ha hecho y hace a las ciencias.

El poder, la riqueza y la cultura representan en Roa la dialéctica sobre la que se erige la sociedad, entendida esta última no solo a partir de sus determinaciones macrofuncionales, sino desde el hombre en cualquiera de sus acepciones, como ser colectivo sumergido en su accionar grupal o estamental, o como ser individual provisto de su doble condición: ente político o económico. Se hace difícil en la obra de Roa encontrar el análisis independiente de estos tres momentos. Por considerarlos esenciales y declararlo explícitamente, además, los entiende en un tránsito dialéctico permanente, cuestión esta, que nos lleva a comprenderlos como movimiento de la política, la economía y los valores de estas acumulados en la experiencia de vida que desde la cultura nos llega.

Es pues la cultura la ilación que nos permite entender la conducta de los hombres para desde allí concebir los períodos históricos y el establecimiento de formas de accionar que responden a móviles que identifican épocas. A partir de aquí es posible llegar con Roa a sistemas de poder que reconocen a periodos históricos como el feudal, el capitalista o el socialista, entre otros, cuyos caracteres de funcionamiento y quehacer revelan la formación social que lo antecede, para desde esos valores enunciar la nueva formación en correspondencia con lo que se puede y lo que se debe lograr. En este análisis de la historia como continuidad orgánica de ideas, acciones y valores, Roa le presta especial atención, por obvias razones, a América, para desde ella mostrarnos las variantes en que se impone una cultura en perenne lucha con la autóctona.

Para estos pueblos naturales, y aquí se evoca la influencia martiana, la vida dispuesta en sus diversas manifestaciones sociales sesgó la posibilidad de un desarrollo progresivo interno. Acostumbrados a imposiciones culturales, el tránsito hacia las virtudes, entendidas estas últimas como posesión y disposición de condiciones que al interior de los individuos lo conduzcan a la tenencia del bien deseado, hace largo y difícil el camino.

Cómo conseguir entender cuál es la vía hacia la libertad o la justicia social para América, desde una cultura de la dependencia? Puede este haber sido un cuestionamiento para Roa. En su obra aparecen evidencias que muestran estas preocupaciones. Es entendida la cultura como portadora de la idea de génesis y progreso de las naciones, como elemento que conjuga las necesidades y posibilidades de transformación.

Por ello la expone con su eterna acompañante la educación: «Educarnos dice -es rotura de conciencias, abono de ideas, siembra de ejemplos, riego de luces l...], es ensanchar entendederas, enriquecer sensorios, galvanizar voluntades y troquelar caracteres» (Roa, 1959, 88). Significa romper con lo» establecido para llegar a lo nuevo por crear; no es sustituir poderíos, sino establecer el fundamento que solidifique la liberación en todos los órdenes de la coyunda extranjera; es conquistar la identidad en la diferencia, condición que solo puede lograrse si delimitamos nuestra lucha, no como un tema aislado de nuestra vida cotidiana, sino como un hecho de nuestra propia existencia, real, histórico, para socorrer el riesgo del aislamiento del ideal de la vida misma, del hombre concreto imbuido en sus propios problemas. Desde semejante concepción es posible encontrar en Roa un vínculo estrecho entre la ética y la política al reflejar los objetivos prioritarios de una u otra.

De Martí aprendió el lugar de la cultura como vía de acceso a la libertad, y del marxismo pudo entender la naturaleza del empeño. Se trata de concebir la emancipación desde la relacionalidad que encierra a los seres humanos en su devenir y existencia inmediata. Significa, pues, ver al hombre en su relación con sus homogéneos, consigo mismo, con él y la naturaleza, lo que nos lleva a entender la necesidad de la interrelación dialéctica entre ideales y modelos reales. La creación de las virtudes martianas a la que se afilia Roa es la creación de las capacidades para la comprensión de la magnitud del ideal, del empeño. Es una concepción de la sociedad que Roa traduce de la obra del maestro de la siguiente manera: «Martí anhelaba, para Cuba y para toda América, una república holgada, libre y cordial, donde la ley primera y fundamental fuese el culto a la dignidad plena del hombre, una república laica y generosa, con la mesa de pensar al lado de ganar el pan, una república sin siervos, ni mendigos, ni mordelones, ni esbirros, ni esclavos. Esclavo -puntualiza Roa de Martí- es todo aquel que trabaja para otro que tiene dominio sobre él. Con los oprimidos habrá que hacer causa común para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de los opresores. Mientras haya un pobre, a menos que no sea un perezoso o un vicioso, hay una injusticia. La patria para Martí no vale por sí misma: vale en la medida en que sea justa [...]. Nunca está hecha. Hay que hacerla y rehacerla cada día. Si crear es oficio de poetas, llevar a la vida lo creado es oficio de hombres» (Roa, 1959, 20). Este es el paradigma que interviene al interior de la obra de Roa como vínculo estrecho entre la reflexión ética y la política.

La lucha, distribución, conservación y traspaso del poder en cualquiera de sus manifestaciones económicas, políticas, culturales, debe ser entendida desde la eliminación del dominio en sus vertientes alienatorias. Es decir, la creación progresiva de virtudes garantiza el paso de la sociedad desde los límites que la condenan a una mentalidad de servidumbre, y por ende a una eterna predisposición a la explotación y saqueo, hacia una sociedad cuyo carácter distintivo esté determinado por una categoría ética que encierra multiplicidad de dimensiones valorativas: la dignidad humana. En ella descansa la fuerza única sobre la que se erige el principio de creación político. Adquiere este el carácter histórico que la época le exige. Es la fundación de una sociedad cuya base constitutiva -el poder, la riqueza y la cultura- estén determinados por la negación de los principios que erigieron la formación social que los precede, pero sin desconocer que son estos valores los que se encuentran como vicios internos que de no ser superados conducen al establecimiento de formas de poder tradicionalmente instituidas para estos lares. Es eliminar la opresión al consolidar las bases de un individuo auténtico, con la mesa de pensar al lado de la de ganar el pan. Se trata de destruir desde la creación los vicios y mentalidades que por siglos se arraigaron en el decir y hacer cubano y americano.

Roa vivió en dos tiempos históricos notables para su país y el continente americano. Antes de 1959 su vida transcurre entre la realidad y la utopía. La utopía que representa la defensa de una propuesta social no entendida ni practicada antes en América y necesaria como medio de liberación, y la realidad expresada a través de la mentalidad y la condición de subdesarrollo que en todas sus manifestaciones refrenda valores aceptados como inmanentes, íntimos en la conciencia de los sujetos.

La polémica, recurso que lo acompaña y que le permite asumir una postura alerta y antidogmática, es asumida por este pensador desde posiciones diferentes, atendiendo los disimiles frentes en los que se ve dirimida su vida. Como luchador, agitador estudiantil, intelectual y profesor universitario, mantiene una disputa aguda con la realidad, la teoría, la intelectualidad afiliada o no a sus ideas y consigo mismo. Como miembro activo del gobierno revolucionario, después de 1959 enmarca su lucha al frente que le es más cercano y eficiente. Por esto es que aún al ser un diplomático astuto y peliagudo, desde los retos al tiempo físico que tal labor demanda, es posible discernir un giro en sus escritos de antes de 1959 y las décadas de los sesenta o setenta. Aun así en estos últimos años, en los que el quehacer internacional impide de una forma explícita el desarrollo teórico de su concepción política, es posible encontrar en sus discursos elementos que nos lleven a su interpretación de los sucesos desde la convicción de una filosofía política.

Su identificación con la revolución cubana lo hace enunciarla como «una transformación cualitativa de la estructura general de vida de un pueblo» (Roa, 1986, 198). Desde esta definición aparece toda una etapa de exposición de una concepción de poder que descansa en los valores que propone crear el proceso revolucionario a partir de sus leyes fundamentales y postulados. Los principios que organizan a la nación cubana para este periodo los entiende Roa como revolucionarios. Se trata de la subversión del orden establecido, no olvidemos, ordenamiento objetivo, expresado a partir de las instituciones creadas, pero subjetivo también, atendiendo a la transformación cualitativa. La estructura de poder que se crea es la de la dictadura del proletariado, y es a partir de este paradigma marxista que este pensador explica la forma en que a través de la violencia se elimina la dictadura anterior y se establece la nueva forma de dominación que busca sustituir su carácter arbitrario para consolidar su vertiente legitimadora desde las «modalidades, características y perspectivas del proceso que regula», es decir, desde la investidura plausible que amerita tal renovación.

Aparece, pues, un Roa cuyo empeño fundamental está encaminado a la validación de los criterios que avalan un proceder de nuevo tipo. Su explicación redime su concepción de lo social, donde lo político es susceptible de ser reverenciado por los elementos morales específicos que quedan claros en sus definiciones de la década de los cincuenta. Es un poder que pretende anular los vicios establecidos como legítimos en la historia gubernamental cubana, intenta la búsqueda de modelos económicos que confirmen tal mutación. En su indagación de criterios universalmente consensuados para desde la teoría establecer los paradigmas que identifiquen el proceso revolucionario, Roa establece paralelos que transcurren desde la teoría política clásica hasta las explicaciones que patrocinan una interpretación de los sucesos que abogue por la búsqueda de la verdad en correspondencia con los reclamos que a la razón propicia la justicia social.

«La democracia no es una idea pura: la democracia apareció, por primera vez, en Grecia; no apareció en Estados Unidos [...]. Fue una democracia fundada en el predominio político, económico, social y cultural de los oligoides, es decir, de los pocos. La democracia griega era, pues, una oligarquía, un régimen social cuyo fundamento económico era la esclavitud, la cual les garantizó a Fidias, Sócrates y Platón un ocium cum dignitate a expensas de la dignidad humana. Este tipo de democracia se trasplantó luego a Roma como todos sabemos, y allí tuvo características distintas. Incluso se llegó a un compromiso entre patricios y plebeyos; pero no era la verdadera democracia, aunque se llamara democracia. La democracia reaparece luego con el Renacimiento, con aquella prodigiosa eclosión del espíritu humano que es el albor de la época moderna [...]. El viejo Aristóteles [...] en su libro ya clásico La política, se plantea la grave cuestión de la esencia real de la democracia. Según él, el ser óptico de la democracia consiste no en el hecho de que sea un régimen de mayorías, sino en que esta mayoría esté constituida por los desvalidos de la sociedad, por los pobres de la sociedad [...]. En Cuba, efectivamente, hay un proceso en marcha para establecer las bases sobre las cuales pueda florecer la democracia representativa que el gobierno revolucionario nunca ha objetado, desde el punto de vista de su esencia real [...]. La democracia cubana, la actual democracia cubana, no deriva, por supuesto, del ejercicio del sufragio. Pero ¿cómo podría derivar del sufragio si es producto de una revolución? Esto es lo que yo no he podido entender. Que no se comprenda que el orden político actual de Cuba es producto de una revolución, y no producto de unas elecciones, a menos que, y no puedo darle crédito a eso, los representantes de los gobiernos y pueblos latinoamericanos aquí reunidos le hayan puesto un hiato al proceso histórico eliminando las revoluciones, como si la mayor parte de nuestros gobiernos democráticos no fueran producto de violentas mutaciones. La mayor parte de las conquistas democráticas de nuestra América se han obtenido mediante movimientos revolucionarios» (Roa, 1986, 100).

El contenido de las transformaciones sociales, sus bases legitimadoras inquiere Roa enmarcarlo en la historia universal y su teoría política. Sus defensas a los criterios revolucionarios pueden situarse a partir de la permanente confrontación en la que se ve situada la revolución cubana. Son las circunstancias internas y externas las que lo llevan a considerar la política como conflicto en esta etapa de su vida. La concordancia de fuerzas que con sentido estratégico lo situaron en determinadas ocasiones ante alguna u otra organización, en este espacio de su vida cede su lugar a su pensamiento y muestra una aptitud beligerante ante todo aquello que comprometa el proceso llevado a cabo en Cuba a partir de 1959. Sus discursos son una constante evocación a los logros de la revolución y denuncia permanente a los atropellos que se cometen desde el exterior. Pero no abandona su idea suprema, presente en sus réplicas, de situar al lado de cada análisis político una indagación moral que lleve a quien escucha a comprender las disposiciones y acuerdos internacionales no como simples decretos de obligatorio cumplimiento, sino escritos que responden a un tiempo histórico y a una moral condicionada por el poder, la riqueza y la cultura, y las relaciones que estos criterios encierran.

Es, pues, Roa un hombre de su tiempo, y lo es en la medida en que transmite una filosofía política en la que su paradigma fundamental se sitúa en la búsqueda de la verdad; verdad política que alcanza relevancia si la situamos como criterio de acercamiento al hombre, y en específico al cubano o americano desde las condicionantes que ante sí le impone su génesis y evolución en el entramado de relaciones que configuran su ser. El encontrar formas propias de expresión de la convivencia halla resistencia desde las ya consensualmente establecidas. Es por ello que desde nuestra realidad se refiere a «la verdad [que] se ha retirado de la realidad y ha desamparado a los hombres, pero desde su ausencia les hace señas para que la busquen. No se puede volver al viejo fundamento ya quebrado, pero tampoco se dispone sin más de una nueva verdad. La verdad se hace presente como ausencia y reclamo, y hay que buscarla» (Poratti, 2006, 39).

Tal es el criterio esencial en la obra de este pensador. Hagamos como él.

Busquemos en lo nuestro, que es por propio auténtico. Es la mejor manera de recordar a Roa y bendecirlo por la obra que nos legó.

CONCLUSIONES

Acercarse a Roa, en cualquier tema que tenga que ver con su vida, es una tarea que la mayoría asumimos con agrado. Su personalidad tiene ese brillo propio que logra deslumbrar a cualquiera, sea o no un trabajador intelectual por ser una figura de la dimensión de hombres como Martí, Guevara o Fidel Castro, hombres que sobrepasaron los límites del intelecto para convertirse en lideres también de la acción.

Fue de esos pensadores que tuvieron el raro privilegio de poner en práctica lo que predicaron con tesón y salir airosos a la prueba de la Historia. Roa no pertenece al marco estrecho de una corriente, su obra tiene un caudal propio destinada a los pensadores de su época, estaba dotado de cubanía que es el factor que explica el acercamiento que tuvo su pensamiento a las capas más humildes de la sociedad. Fue su pensamiento profundo, multifacético, cultivado con vocación y el deleite, un agudo conocedor de la lengua española, lo que unido a su temperamento lo proyectan a ese rol protagónico que expresó como pocos lo hicieron, con ese sentimiento de ser cubano, inconforme, polémico y rebelde. Como sucede con todos, la época vivida modeló el intelecto de Roa, quien enfocó su ruta a la búsqueda incansable de la verdad. Fue una época convulsa la suya, plagada de sucesos desalentadores que no doblegaron su voluntad, fue capaz de arriesgar su vida por demostrar la justeza de su pensamiento.

Se demuestra la vinculación que existió entre el pensamiento martiano de Roa y su enriquecimiento por las ideas marxistas, coexistencia integral y armónica de estos conceptos que hicieron posible la proyección hacia la sociedad con razonamientos éticos y morales que balizaron el camino hacia una Revolución social verdadera. Pero el ideal no concluyó con el triunfo de la Revolución en 1959. Hombres como Roa no llegan nunca a coronar las cimas que se proponen. La nueva experiencia agregó el poder revolucionario que había que defender a toda costa en un nuevo teatro de operaciones, plagados esta vez de enemigos poderosos y doctrinas irreconciliables contra los que solo se podía oponer la fuerza de la moral y del verbo que nació del poder de la razón.

Fidel supo aquilatar su valor intelectual que ya conocía y lo lanzó al escenario de la polílica internacional donde Roa creó nuestra escuela, cuya onda expansiva aun hoy toma fuerza en el quehacer de la diplomacia cubana, una nueva escuela, irreverente al poder imperial.

notas

1 Publicado en revista Política Internacional. Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, La Habana. Edición Semestral. No 9, Enero-Junio 2007, pp. 55-66

2 Semejantes ideas aparecen en la obra de Roa Historia de las doctrinas sociales. Aunque este libro fue escrito con fines docentes al responder a la asignatura de igual nombre que Roa impartió en la década de los cuarenta en la Universidad de La Habana, está claro que expone una sistematización de su pensamiento y de su particular método de análisis.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Roa García, Raúl. (1964). Soroche psiquico de Retorno a la alborada, tomo Il. Editora del Consejo Nacional de Universidades: Universidad Central de Las Villas.

Roa García, Raúl. (2001). Historia de Ias doctrinas sociales. Ediciones La Memoria: Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana.

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Roa García, Raúl. (1986). Raúl Roa: Canciller de la Dignidad. Réplica al delegado de Estados Unidos. Editorial de Ciencias Sociales: La Habana.