La concepción de la diplomacia de Orestes Ferrara a través de sus textos.

Orestes Ferrara´s conception of diplomacy through his texts.

MSc. Dariana Hernández Pérez

Máster en Historia Contemporánea, mención Relaciones Internacionales Profesora Auxiliar del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, La Habana. daryh015@gmail.com 0000-0002-0536-9048

 

MSc. Humberto Sainz Cano.

Máster en Historia Contemporánea, mención Relaciones Internacionales. Profesor Auxiliar del Colegio Universitario San Gerónimo de la Habana, La Habana. humberto@sangeronimo.ohc.cu, 0000-0003-2316-0253

 

Recibido: 25 de marzo de 2022

Aprobado: 3 de junio de 2022

 

RESUMEN Orestes Ferrara es miembro de una lista de hombres que integraron el cuerpo diplomático cubano en la primera mitad del siglo XX. Con una personalidad conservadora y a la vez irreverente, en él se conjugan la aventura y la política. El presente trabajo pretende evaluar su concepción de la diplomacia como arte de la negociación y el equilibrio de intereses, y a la vez contribuir a la reconstrucción histórica del cuerpo diplomático y consular cubano en el periodo neocolonial, temática de poca presencia en nuestra historiografía.

Palabras Clave: Orestes Ferrara, diplomacia, ideas políticas, Cuba república

 

 

ABSTRACT Orestes Ferrara is a member of a list of personalities who made up the Cuban diplomatic corps in the first half of the 20th century. A man where adventure and politics come together, in a conservative and at the same time irreverent personality. Therefore, this paper aims to evaluate his conception of diplomacy as an art of negotiation and balance of interests, and at the same time contribute to the historical reconstruction of the Cuban diplomatic and consular corps in the neocolonial period, a subject not sufficiently addressed by our historiography.

Keywords: Orestes Ferrara, diplomacy, political ideas, Cuba republic

 

 

INTRODUCCIÓN

No son pocos los escritos dedicados a Orestes Ferrara que abarcan desde la crónica, el anecdotario, así como los intentos de caracterizar tan polémica figura. Con una personalidad que se inserta en nuestra historia nacional, donde transita de cómplice a actor en más de un episodio de la historia republicana, su figura nos permite vislumbrar las luces y sombras de la Cuba de aquellos años.

Entre los cronistas e investigadores que se han dado cita para el estudio de esta personalidad, destacan, Ciro Bianchi, quien nos relata los duelos de Ferrara a lo largo de su vida; Félix Julio Alfonso López, quien nos acerca a las diversas interpretaciones de la que era objeto el insigne diplomático; y Alessandro Senatore que en el año 2019 publicó una biografía, por Ediciones Boloña.

Para la mayoría, hombre de mucho ingenio y gran polemista, desarrolló una prolongada carrera política al intervenir en momentos cruciales, y con grupos políticos bien recordados en Cuba, para bien y para mal. Fue así destacado, y a la vez odiado, por su especial apoyo a la dictadura de Gerardo Machado. También sobresalió por su labor parlamentaria, su ejecutoria como miembro del gobierno de los liberales, así como por su poder y éxito en el orden económico y social.

Con gran crédito en su quehacer como Catedrático de la Universidad de La Habana y como miembro de la Academia de la Historia, al representar a Cuba ante la Sociedad de Naciones y como embajador en Brasil, Washington y Roma, adquirió gran dominio de la vida diplomática y de las relaciones internacionales. Se dice, además, que fue un gran animador de la cultura en Cuba.1 Terminó su vida política con el cargo de delegado y representante permanente ante la UNESCO.2

Su trayectoria histórica, desde sus inicios como participante en la guerra de independencia de 1895 hasta su separación de la vida política, es bien contradictoria.3 La historia escrita suscribe que, en la expedición de 1897, llegó a Cuba un joven napolitano de 21 años, de ideas garibaldinas, estudiante de Derecho, nombrado Orestes Ferrara y Marino. En estas tierras combatiría a las órdenes de los mayores generales Calixto García, José Miguel Gómez y el Generalísimo Máximo Gómez, quien lo sentó a su mesa en más de una ocasión. De esas experiencias saldría el libro de sus memorias “Mis relaciones con Máximo Gómez”.

Su paso por el mambisado y su participación en la conformación de los partidos políticos, principalmente el liberal, quedó plasmado en sus memorias “Una mirada sobre tres siglos”, donde se lee: “(…) abracé desde los primeros día la causa del Partido Liberal (…)” (Ferrara, 1975: 153), lo que demuestra que para Ferrara, son los Liberales los portadores de la libertad, siendo esta fuerza política, y no otra, quien le tributa, además de sus conocimientos, su ascenso vertiginoso en la política de la época.

Por tratarse de una de las figuras más polémicas de la república, el presente texto abordará su concepción de la diplomacia, a través del análisis de dos de sus principales obras, que contienen mensajes que evidencian su pensamiento liberal en el contexto de las grandes contradicciones de la época.

Con este trabajo se pretende contribuir a la reconstrucción de la historia de la diplomacia cubana en el periodo neocolonial, temática de poca presencia en nuestra historiografía.

DESARROLLO

En el año 1933 salió a la luz pública bajo el sello editorial Hermes, su obra “Tentativas de Intervención Europea en América 1896-1898”. Estructurada en nueve capítulos, la motivación principal que sigue el autor para iniciar dicha investigación, expuesta en la introducción, parte de la lectura de un libro de William Steed, antiguo corresponsal del Times de Londres, donde narra el encuentro que sostuvo en 1898 con el embajador de Austria en Roma, y el asombro que le produjo el grado de agresividad contra Estados Unidos que advirtiera en las palabras del diplomático, quien se caracterizaba por su ecuanimidad y su vasta experiencia en estas lides.

1

Siendo Ferrara un conocedor de la política europea de finales del siglo XIX y un experimentado político y diplomático, advirtió en las palabras del embajador, más que un estado de ánimo particular, el descontento por la derrota de algún propósito de la cancillería austriaca, lo que le hizo cuestionarse hasta qué punto este país no había quedado indiferente frente al conflicto hispano-cubano-norteamericano de 1898.

Con el objetivo de cultivar la historia política y diplomática, y siendo él mismo un veterano de la Guerra de Independencia cubana, inició así una exhaustiva investigación sobre lo que ocurrió entre bastidores en los años que precedieron a la guerra de 1898, logrando exponer, según su criterio, todas las tentativas que se llevaron a cabo en Europa, para detener a los Estados Unidos en su intento de “ayudar a Cuba a alcanzar su independencia” (Ferrara, 1933: 12).

Nótese en las palabras de Ferrara la línea de pensamiento seguida por varios representantes del liberalismo cubano, entre los que se encuentra Cosme de la Torriente,4 de despojar la entrada de Estados Unidos en la guerra hispano-cubana, de toda intención que no sea la de ayudar de forma desinteresada a Cuba a alcanzar su independencia. Cualquier proyecto europeo para evitar este resultado, es analizado desde una posición crítica y altamente cuestionable.

En este sentido, Ferrara afirma, refiriéndose a la posición de los Estados Unidos con respecto a la guerra en Cuba, que ya para el año 1896:

“Los Estados Unidos se habían formado una corriente muy favorable a los cubanos. El interés secular de los Estados Unidos por Cuba, las inversiones cuantiosas hechas en ella, acoplados con los principios de solidaridad americana, y el deseo de ver triunfar a sus mismas puertas las ideas democráticas sobre el sistema colonial, que por tradición histórica les repugnaba, llevó a los americanos del Norte, a considerar la cuestión de Cuba como algo que les concernía directamente, en el doble campo de los intereses materiales y de los ideales (…)” (Ferrara, 1933: 20).

La principal fuente documental utilizada para la realización de la obra fue la ubicada en los archivos italianos, franceses, españoles y norteamericanos, si bien de los dos primeros solo recibió los resúmenes entregados por los respectivos Ministerios de Estados. Así mismo, consultó los documentos publicados por el Ministerio de Estado alemán, y de los guardianes de los archivos imperiales rusos recibió solo la lista de los documentos sobre el asunto de su interés, lo que le permitió, contrastando las fechas y las personas a los que iban dirigidos, corroborar los datos que ya poseía.

En esta obra, Ferrara analiza las relaciones internacionales de finales del siglo XIX, exponiendo la intención de las potencias europeas del momento, de revivir, bajo una nueva concepción, la Santa Alianza de principios de la centuria decimonónica, partiendo de la oposición de intereses que, tanto en política nacional como internacional, existían entre los continentes europeo y americano.5

En este sentido, el autor expone como en el periodo de la Santa Alianza, se entrecruzaron los intereses políticos y económicos en la Europa en guerra y como los pueblos también se solidarizaron en oposición a los príncipes, por encima de las fronteras. Según sus apreciaciones, los espíritus liberales, a principios del siglo XIX, se sienten unidos en la desgracia, y a finales de la centuria también se unen en la victoria, a pesar de las alianzas de las cancillerías.

Precisamente, la acción de las cancillerías, moviéndose según los criterios de la época que él calificaría como de la “virtuosidad diplomática”, centran las páginas de este libro, donde se pone de manifiesto el choque que se produce, en no pocas ocasiones, entre la política diseñada por los ministerios de estados de los distintos países europeos, que consideran responde mejor a los intereses de la nación, y la que de forma independiente seguían los monarcas, quienes a veces se comprometían en sostener soluciones inadecuadas, complicando el proceso negociador.

El punto de partida es el inicio de la mediación de Estados Unidos en el conflicto hispano-cubano, que se hizo patente a través de una nota con fecha 4 de abril de 1896, dirigida por el Secretario de Estado norteamericano, Mr. Richard Olney, al gobierno de España, donde se planteaba que:

“(…) Para este fin los Estados Unidos ofrecen y usarán sus buenos oficios en el tiempo y manera que se considere más prudente. Su mediación, creemos, no debe rechazarse por nadie, porque nadie puede desconocer o desconfiar de sus intenciones. No puede España, porque nuestro respeto por su soberanía (…) se ha mantenido durante muchos años (…) No pueden los insurrectos porque cualquier cosa a que asintiese este gobierno y que no satisficiese las justas demandas y aspiraciones del pueblo de Cuba, produciría la indignación de todo nuestro pueblo” (Ferrara, 1933: 23).

El gobierno de España rechazó dicho ofrecimiento, y ante la gravedad del asunto y la posibilidad de que la intención del gobierno de los Estados Unidos se acrecentara con el cambio presidencial del 4 de marzo 1897, se decidió a preparar un plan por el cual, contra el propósito intervencionista norteamericano, se crearía un propósito intervencionista europeo (Ferrara, 1933: 24).

Para llevarlo a vías de hecho era necesario lograr el concierto de las seis grandes potencias europeas, a saber, Italia, Alemania, Francia, Rusia, Austria e Inglaterra, y solo una de ellas debía centralizar la acción del acercamiento a Estados Unidos, siendo Rusia la más indicada para desempeñar este rol, por las buenas relaciones existentes entre ambos países. Iniciaba así el despliegue de los instrumentos diplomáticos, y en la medida en que Ferrara va narrando los acontecimientos, nos va entregando valiosas lecciones de cómo debe ejercer sus funciones un buen diplomático.

Así, al referirse al exceso de confianza manifestado por el Ministro de Estado español, Carlos Manuel O´Donnell y Álvarez de Abreu, Duque de Tetuán, durante el proceso de conformación de la coalición europea, expone:

“(…) Con ello comete el mayor error en que puede incurrir un diplomático. Crear los hechos siguiendo su propio deseo, es una grave equivocación, (…), pero lo es mucho más en un diplomático, cuyos movimientos necesitan de un cuidado especial, porque cada palabra constituye una obligación, y porque la larga cadena de los pequeños acontecimientos que forman el caso político, debe ser prevista desde el primer eslabón” (Ferrara, 1933: 30).

No todo salió como se esperaba. A medida que se acercaba el momento de llevar a vías de hecho el plan ideado para obtener el concurso de Europa en defensa de los intereses de España en Cuba, el entusiasmo inicial demostrado por los representantes de las grandes potencias disminuyó, pasando de la reserva a la indiferencia. En este punto Ferrara, a falta de un documento que evidencie los verdaderos motivos de este viraje en la conducta de los gobiernos, brinda las que a su juicio serían las razones:

“(…) Y puede, por fin argüirse que las exageradas peticiones españolas, conocidas ya, convenciesen a aquellos diplomáticos que sus países iban a comprometerse gravemente, en el campo moral y político, respaldando una provocación (…)” (Ferrara, 1933: 59).

Sin embargo, más adelante en el texto hace un análisis de la imposibilidad de éxito de los deseos de España, a pesar de las alianzas ofrecidas y la actuación del Ministro de Estado, basado en la situación en que se encontraban las grandes potencias y sus intereses, y el lugar que ocupaba el continente americano dentro del tablero general europeo, planteando que la Doctrina Monroe la había sustraído “del juego continuo de conquistas proporcionadas, de esferas de influencia bien distribuidas o de compensaciones necesarias, al tiempo en que dos nuevos continentes servían activa y abundantemente los intereses de las potencias: Asia y África” (Ferrara, 1933: 90).

En cuanto al papel que ocupa la diplomacia en la política de un país, nos lega una importante reflexión que puede traspolarse a la realidad cubana de aquel momento:

“(…) Ciertamente la diplomacia es la última rama de la administración pública que se resiente de los cambios de regímenes y de la transformación de las ideas (…) Por ello los regímenes nuevos casi constantemente conservan los hombres del pasado en estos cargos. La diplomacia no es sólo idea y técnica; es hábito, psicología especial, tradición y también olfato, agudeza espontánea casi femenina, espíritu vivo y seguro al mismo tiempo” (Ferrara, 1933: 34).

Y más adelante asevera: “El representante diplomático ocupa un puesto de vanguardia, en él reside el honor de la nación, y si en los momentos normales debe saber ser un hombre de salón y de gabinete, en las horas difíciles debe despreciarlo todo, aún la vida, por la dignidad de su país” (Ferrara, 1933: 77).

Ferrara dedica los capítulos finales a los “buenos oficios” del gobierno de Estados Unidos, en su interés de mediar en el conflicto que se desarrollaba entre Cuba y España. La primera comunicación, como ya se ha dicho, tuvo lugar en 1896, y la segunda, el 18 de septiembre de 1897, a través de una entrevista concedida por el Ministro de Estado español al nuevo embajador de Estados Unidos, General S. L. Woodford. En esta, el embajador asevera que el único interés de Estados Unidos es asegurar la paz, ante la aparente imposibilidad de España de restablecer el orden en la Isla, y afirma que “su gobierno no pretendía anexionarse la Isla de Cuba, ni ambicionaba las responsabilidades de un protectorado” (Ferrara, 1933: 97).

Al ser rechazada la oferta nuevamente, España reinició las gestiones para formar una coalición europea que frenara a Estados Unidos en su intento de intervenir en el conflicto antillano, sin embargo, ya para el año 1898 era una realidad el fracaso de toda política llevada a cabo con estos fines. El 19 de abril toda esperanza de establecer un concierto europeo desapareció, el 20, el presidente McKinley aprobó la Resolución Conjunta y envió a la península el ultimátum que dio lugar a la guerra hispano-cubana-norteamericana. Todos conocemos que sucedió después.

Y termina Ferrara preguntándose cuál hubiese sido el curso de la historia en caso de haber sufrido la Doctrina Monroe el golpe demoledor de la coalición europea, y responde, “los cubanos todavía colonos, o libres, de todos modos” (Ferrara, 1933: 176), para luego desechar toda conjetura del pasado y centrarse en los hechos que determinan los nuevos rumbos de la humanidad: “que los Estados Unidos del Norte de América, surgieran en una nueva era, como un gran poder universal y que Cuba se emancipara de España” (Ferrara, 1933: 176).

Por su parte, “Una Mirada sobre tres siglos. Memorias”, obra a la que dedicó los últimos años de su vida, relata los duelos, reflexiones y desafíos políticos y diplomáticos que enfrentó en la Cuba que hizo suya. Destaca por su narrativa amena y el protagonismo es perenne, dadas las características de este tipo de fuente de información y su autor.

En esta obra Ferrara, además ofrecer un acercamiento a sus orígenes, reflexiona sobre el decursar republicano de Cuba en el siglo XX. Para aquel entonces, la mayor de las Antillas se insertaba en el concierto de las naciones libres e iniciaba la búsqueda de su personalidad internacional. Para lograrlo, debía hacer efectivo el reconocimiento mutuo entre los Estados a partir del establecimiento de las relaciones diplomáticas y consulares, para lo cual se creó el Servicio Diplomático y Consular cubano.

Un activo miembro de este cuerpo fue Orestes Ferrara, para quien la diplomacia era el arte de la negociación, en la cual se conjugaba su visión del mundo desde la modernidad y la impronta del pensamiento ilustrado, el liberalismo, así como el realismo político en la arena internacional. En esta concepción y en su accionar diplomático, están presentes las ideas de Montesquieu y Maquiavelo, donde la Virtud y el Poder se encuentran en una balanza. Los hombres cultos gobiernan, más no la plebe.

En su criterio, “(…) La Diplomacia requiere orden mental, buen gusto para las formas y, sobre todo, un dominio de sí mismo para enfrentarse continuamente a circunstancias inesperadas. Son pocos los hombres que tienen estas cualidades. La Diplomacia limpia el espíritu, como ya he dicho, cuando no existen deficiencias de naturaleza, carácter y capacidad (…)” (Ferrara, 1975: 186).

Para Ferrara, la diplomacia era un vehículo de diálogo, conocimiento e interacción entre los pueblos. Asimismo, Civilización y Progreso eran sinónimo de Prosperidad y Bienestar; la violencia era la ruptura del pacto entre gobernantes y gobernados; en tanto la anarquía significaba el terror y la barbarie, que a su juicio provocaría el declive de las naciones. Por tanto, la institucionalidad es expresión rectora de la funcionalidad nacional, de la estabilidad social, de los hábitos y buenas costumbres. Ello deriva en posiciones conservadoras, desde la élite cubana, con una visión occidental y eurocentrista.

Según su criterio, en la política puede haber espacio para la reforma, más no para el cambio, mucho menos si el mismo es expresión de radicalismo político. La Revolución es solo el proceso por el cual se transitó a la obtención de la independencia, de la soberanía, pero que no tiene cabida en la república creada. Es por ello, que, en su valoración de la Guerrita de agosto de 19066, la califica de revolución ciudadana contra el flagelo reeleccionista, sin desconocer que la misma provocó una fuerte baja de moralidad política, al ocasionar la Segunda intervención estadounidense.

En su papel de protagonista de la historia, Ferrara asume “humildemente” ser el escudero de la institucionalidad, del orden establecido, de ahí su deseo constante de una Cuba cívica y constitucional, ajena a la deformidad y al caudillismo.

Su presencia como representante de Cuba a nivel internacional comenzó desde los inicios de la república, al ser miembro de la Comisión de Cuba en la Exposición de París, y en su función de Secretario de la Comisión Cubana en la Segunda Conferencia de la Paz que se celebró en la Haya, en 1907, compartió con figuras como Antonio Sánchez Bustamante y Gonzalo de Quesada.

La realidad de Cuba en la arena internacional resultó una preocupación constante para Orestes Ferrara. Acontecimientos complejos por su naturaleza fueron merecedores de su atención y solicitud por parte de la dirección del gobierno, para su compresión en los Estados Unidos de América. Tal fue el caso de la insurrección de los Independientes de Color en 1912, cuya radicalización ponía en entredicho, para la gran nación del Norte, la estabilidad de la Cuba republicana.

Frente al Secretario de Estado Philandex Chase Knox7, argumentaba que una posible intervención de Estados Unidos en Cuba, radicalizaría más el movimiento y empañaría la imagen de Estados Unidos en el hemisferio, dada la sensibilidad del conflicto, e implicaría para Cuba una burla a nivel internacional, pues significaría que no podría considerarse libre e independiente.

Mediante el análisis de las distintas variables del contexto político internacional e interno, articula una defensa según sus cánones, sin obviar el componente racial, de la integridad nacional, en favor del status quo y la no intervención en los asuntos internos: (...) Yo ofrecí todo: lo que se podía hacer y lo que no podía hacerse. Mi objetivo único y urgente era el demorar lo más posible todo acto militar, por parte de los Estados Unidos en nuestro territorio (…) (Ferrara, 1975: 212).

Su victoria política con el siempre vigilante vecino del Norte lo ubicaría en el horizonte de los líderes del Partido Liberal, quienes consideraron que era el hombre indicado para desempeñarse en las labores diplomáticas. En este ámbito, el intento de establecer el equilibrio entre los principios y los intereses de la nación, su expresión constitucional y manifestación gubernamental, implicó la génesis de sus “logros” y desaciertos.

La intervención militar como recurso de expresión de fuerza fue su punto de conflicto, y el más criticable en sus análisis políticos, en tanto representaba un peligro para la independencia de Cuba y su soberanía. Hizo manifiesta su inconformidad con la existencia de la Enmienda Platt y su necesaria desaparición, pero a la vez criticó, desde su mentalidad europea, a la Patria que hizo suya, la inmadurez política que padecía.

Afirmó que en Cuba se confundía la resistencia cívica con la rebeldía. Concordó con que el juego político era necesario, pero sin violar las reglas, ya que estas definen la madurez de un pueblo, de una civilización. La condición en que se encontraba Cuba, según Ferrara, con la existencia de la Enmienda Platt, implicaba que la defensa de la soberanía y la independencia fuera conservada a toda costa8.

Dentro de sus logros estuvo la solución política a la imprevista visita que realizara Gerardo Machado a Estados Unidos. Como desacierto, se considera su actuación en la Sexta Conferencia Panamericana en 1928, mientras se desempeñaba como Embajador de Cuba en Estados Unidos. Dicho cónclave significaría la caída de su figura a nivel nacional.

Uno de los puntos que suscitó mayor conflicto en la magna cita fue la fuerte crítica de varias naciones latinoamericanas al intervencionismo estadounidense en el hemisferio. Los constantes señalamientos pusieron a la delegación cubana, en su condición de anfitriona, en situación delicada ante su vecino del norte. La solución del pragmático diplomático se circunscribió a un discurso moderado, donde el supuesto equilibrio hizo aguas, al afirmar que la intervención significaba para Cuba internacionalismo y solidaridad. Semejante posicionamiento implicó la sumisión de la legación cubana a los Estados Unidos de América.

Ferrara fue un ferviente defensor del Panamericanismo, al considerar que creaba un bloque político internacional símbolo de progreso. Semejante sistema no estaba exento de contradicciones en las reflexiones del diplomático. Si bien reconocía que era expresión de la división hemisférica, de corte geoestratégico, exponente en cierta medida de la Doctrina Monroe, era visto a su vez desde la igualdad de las naciones, siempre y cuando velaran por el mantenimiento y respeto de las instituciones democráticas.

2

Su estancia en Estados Unidos en condición de embajador, le permitió valorar en cierta medida el “check and balance” de la división de poderes de dicha nación, al reconocer la incidencia de los lobbies en el poder legislativo, sobre todo los azucareros contrarios a Cuba, ajenos a los intereses recíprocos. Sin embargo, con ingenuidad aparente no percibió la comunión de intereses que existía entre el poder ejecutivo y el legislativo, al concederle cierta pureza en la toma de decisiones.

Su ascenso en el entorno diplomático se consumó en 1926, al formar parte de la delegación cubana en la Sociedad de las Naciones; organización necesaria, según su criterio, para el mantenimiento de la paz: “(…) En la Sociedad de las Naciones se respira el espíritu de Ginebra. El deseo de conservar la paz era general, podría decirse que un imperativo categórico de la diplomacia (…)” (Ferrara, 1975: 350). En sus reflexiones alertó sobre los cercanos tambores de guerra y la debilidad de los acuerdos de paz establecidos terminada la Primera Guerra Mundial.

Por su desempeño, lealtad y deseo constante de asesorar, fue nombrado Secretario de Estado por Gerardo Machado. Su designación implicaría darle una solución viable a la crisis política cubana, generada por la prórroga de poderes: “(…) nos pusimos de acuerdo en que por amor a Cuba debía cesar el tipo personal de gobierno inaugurado por Machado y la revolución terrorista (…)9” (Ferrara, 1975: 356).

Machadista10 era un epíteto que lo acompañaría el resto de su vida política, a lo que se añadirían los Estados Unidos en el control de daños. Su enfrentamiento a la mediación estadounidense sería un duelo del cual no escaparía ileso.

La llegada de Sumner Welles, enviado especial del presidente Franklin D. Roosevelt, fue vista por el experimentado diplomático como una intromisión en los asuntos internos cubanos:

“Comunique usted a ese gobierno que si el señor Welles se presenta como representante especial del jefe de Estado, volverá a los Estados Unidos en el mismo barco que lo traiga. Si, en cambio, trae credenciales de embajador, como lo exigen todos los protocolos del mundo, será recibido con toda corrección11” (Ferrara, 1975: 386).

El duelo entre ambos era el reflejo de realidades incuestionables en material política: Cuba era una pieza clave en el área de influencia estadounidense y Ferrara representaba la fractura irreversible de una clase política que zozobra en un entorno que la supera.

Las cartas que ambos tenían, diferían, irreconciliables en el juego de ganar-ganar por el que apostaba el diplomático italocubano. Su pensamiento estuvo regido por dos ejes fundamentales: la prudencia y el equilibrio. Un diplomático no debe promover rompimientos, sino evitarlos, de ahí sus fuertes críticas al embajador estadounidense y las consecuencias de su actuar en la Cuba de aquellos años.

El desenlace del régimen Machadista no sería nunca aceptado por Ferrara, independientemente de sus esfuerzos por el mantenimiento inmutable de la funcionalidad democrática. El derrocamiento de Machado y la agudización de la crisis política por la cual atravesó Cuba, son definidas por el exsecretario de Estado como un periodo vergonzoso: (…) Yo estimo que no existe cubano consciente que luego no se haya avergonzado de aquella época, que va, del 32 al 40 (…) (Ferrara, 1975: 420). A lo que añade posteriormente: En Cuba, yo era el que más creía en la necesidad de que el General Machado dejara el poder; pero al desearlo buscaba una fórmula de armonía; porque las victorias absolutas y totales, siempre desorganizan los Estados (..) (Ferrara, 1975: 425).

La incorporación de nuevos actores en la vida política, como el ejército, liderado por Batista, fue vista con agrado, pues para él representaba el regreso del orden que iba desapareciendo. La cuestión, no está en los principios, sino en el orden y el respeto recíproco que deben los hombres entre sí, en la normalidad de la vida colectiva (…) (Ferrara, 1975: 498).

En su concepción del saber hacer de la política debían existir dos partidos. Liberales y Conservadores. Catalogó de “época dorada” al periodo en que estos dos concursaron por la presidencia y restantes poderes de la república, como expresión del juego democrático: “En definitiva caímos de presidentes capaces a presidentes incapaces; a la supresión del mejor sistema que Cuba había tenido, o sea el de la mayoría y minoría (…) (Ferrara, 1975: 515).

Por tanto, en su criterio, el orden es una categoría superior, vital para el funcionamiento de las sociedades y la civilización. Ello explica su enaltecimiento a Batista, al considerarlo una personalidad de primera clase, pues en un país anarquizado es necesaria la fuerza y este lo representaba con prudencia. No obstante, lo critica, en defensa de la patria que hizo suya, por el proyecto del Canal Vía Cuba, pues destruiría la unidad económica y moral de la nación (Ferrara, 1975).

La vida diplomática de Ferrara no acabó con el derrocamiento de Machado. Muestra de ello es su posterior designación como Embajador de Asuntos Económicos en toda Europa y posteriormente Embajador de Asuntos Culturales, y delegado de la Unesco. En este último cargo, se mantuvo hasta que se formalizó su destitución el 11 de enero de 1959.

Con respecto a este suceso, le incomodó la forma y el irrespeto, sentimientos expuestos en su respuesta a Roberto Agramonte, Ministro de Estado del nuevo gobierno:

Era (…) el último miembro del Ejército Libertador que abandonaba un cargo diplomático, merecía, por lo menos un saludo final, una palabra gentil (…)12 (Ferrara, 1975: 510).

CONCLUSIONES

La vida y desempeño de Orestes Ferrara en el entorno diplomático, cual objeto de estudio, mantiene su vigencia y muestra vacíos pendientes a cubrir por nuestra historiografía. Un hombre donde la aventura y la política se conjugan, en una personalidad conservadora y a la vez irreverente. Amante del buen gusto, de los placeres aristocráticos y el disfrute de socializar con las grandes figuras de la época que le tocó vivir.

Este modesto acercamiento, desde sus obras, nos alerta sobre la necesidad de reconstruir la historia de nuestra diplomacia en la República y abre un espacio en sus futuros estudios a partir de la evaluación del pensamiento político de sus actores e instituciones.

Orestes Ferrara se une a una lista de personalidades como Gonzalo de Quesada, Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, Cosme de la Torriente, Manuel Márquez Sterling, José Antonio Ramos, Fernando Ortiz, entre muchos otros, que integraron el cuerpo diplomático y consular cubano de la época, con el afán de lograr, a pesar de sus limitaciones, el respeto a la independencia y la soberanía nacional, no exenta de luces y sombras.

notas

1 Ver la introducción muy apologética que le hace Carlos Márquez Sterling al texto “Una mirada sobre tres siglos. Memorias” publicado en España en 1975.

2 En el Centro de Documentación del MINREX existe el documento de su solicitud al Gobierno Revolucionario de poner su cargo a su disposición.

3 Nació en Nápoles el 8 de julio de 1876 y muere en Estados Unidos el 16 de febrero de 1972.

4 Cosme de la Torriente y Peraza fue un militar, político, abogado y estadista cubano. Representante del liberalismo cubano, fue presidente de la Liga de las Naciones entre 1923 y 1924 y Secretario de Estado de 1934 a 1935.

5 Hay que tener en cuenta que, en 1823, el presidente James Monroe había proclamado la Doctrina Monroe, donde quedaba expuesto que los derechos y los intereses del gobierno de Estados Unidos estaban ligados al continente americano, que, alcanzadas ya su libertad e independencia, no podía ser considerado como terreno de una futura colonización por parte de ninguna de las potencias europeas, sin que fuera considerado como peligroso para el mantenimiento de la paz y la seguridad de Estados Unidos.

6 Guerrita de agosto de 1906, fue un conflicto entre facciones políticas, motivado por la reelección del presidente Tomás Estrada Palma, afiliado al Partido Moderado y el consecuente levantamiento armado de los miembros del Partido Liberal liderados por José Miguel Gómez. Este hecho culminó con la Segunda ocupación militar de Estados Unidos en Cuba.

7 Fue un abogado y político estadounidense republicano, que se desempeñó como senador por el estado de Pensilvania y de 1909 a 1913 Secretario de Estado durante la presidencia de William Howard Taft.

8 El historiador cubano, Jorge Renato Guitart, en su obra Cosme de la Torriente, los albores de una época en Cuba, comenta sobre la Doctrina de la Virtud Doméstica. Sus autores y representantes del pensamiento liberal burgués, se esforzaron en divulgar esta teoría política para hacer frente a posibles desajustes institucionales que pudieran justificar la intervención militar según lo disponía la Enmienda Platt.

9 En conversación con Cosme de la Torriente sobre la situación política en la Cuba de aquellos años.

10 Al respecto, afirmó: Yo no fui nunca Machadista, porque no había ido a buscar la muerte a Cuba para someterme a un hombre, y lo que era peor aún, a un nombre. (Ferrara, 1975: 419).

11 Conversación de Ferrara con Oscar Cintas, embajador de Cuba en Washington.

12 Su incomodidad radica en que no recibe una respuesta específica ante su solicitud de salida del cargo.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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