La economía internacional en el contexto de la pandemia de la COVID-19, algunas reflexiones.
The international economy in the context of the COVID-19 pandemic, some reflections.
MSc. Juan Miguel González Peña
Máster en Relaciones Económicas Internacionales. Profesor auxiliar. Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, La Habana. isri-vri04@isri.minrex.gob.cu. 0000-0002-7774-8581
Recibido: 29 de marzo de 2022
Aprobado: 5 de junio de 2022
RESUMEN El trabajo aborda, sintéticamente, algunos de los principales antecedentes e impactos para la economía internacional derivados de la pandemia de la COVID 19, y en especial para las economías en desarrollo. Reflexiona, en este contexto, sobre los efectos de la globalización, las críticas a este proceso y las tendencias más recientes sobre la desglobalización. Analiza también algunas de las perspectivas que presenta el contexto económico internacional, en particular a la luz del reciente conflicto en Ucrania.
Palabras claves: economía internacional, globalización, desglobalización, pandemia COVID-19, comercio internacional
ABSTRACT This paper synthetically addresses some of the main antecedents and impacts for the international economy derived from the COVID 19 pandemic, especially for developing economies. It reflects, in this context, on the effects of globalization, the criticisms of this process and the most recent trends on de-globalization. It also analyzes some of the perspectives presented by the international economy, particularly in the light of the recent conflict in Ukraine.
Keywords: international economy, globalization, de-globalization, COVID-19 pandemic, international economy, international trade
INTRODUCCIÓN
La economía internacional, tras la crisis financiera de 2008, atravesó una década de débil crecimiento e inestable recuperación. Los flujos del comercio global, en particular de bienes, mostraron un menor dinamismo respecto a décadas precedentes, acompañado de un proceso de creciente financiarización y un cambio en la correlación de fuerzas de los principales polos económicos a nivel global, entre otras importantes tendencias. En este contexto, la irrupción de la pandemia de la COVID-19, a inicios de 2020, un suceso no anticipado, con alcance global y sin precedentes recientes, implicó negativos impactos en múltiples áreas de la economía internacional, constituyendo la más importante emergencia de salud pública mundial en décadas y la mayor crisis económica desde la Gran Depresión de 1930 (FMI, 2020).
Los impactos multidimensionales causados por la pandemia se distribuyeron de manera muy desigual, tanto al interior como entre los países. Ha sido manifiesto la mayor capacidad de las economías más desarrolladas, frente a aquellas llamadas “en desarrollo”, para poder enfrentar mejor los elevados costos socio económicos originados por la pandemia, movilizar suficientes recursos y desplegar una adecuada trayectoria de recuperación frente a esta. Por otra parte, la disrupción de los flujos de producción, comercio, transportación y empleo a nivel global, y las medidas aplicadas para contener la pandemia, contribuyeron a recontextualizar cuestionamientos precedentes sobre el proceso globalizador de las últimas décadas.
En el último lustro, se observó un aumento en la aplicación de políticas económicas externas de corte nacionalistas, aislacionistas y proteccionistas, principalmente por parte de países más desarrollados. Se trazaron acciones dirigidas a socavar la institucionalidad del orden multilateral e internacional vigente, en particular en lo asociado al comercio, así como impulsar procesos dirigidos a modificar los patrones alcanzados en las últimas décadas a nivel global de muy alta interdependencia e interconexión. Esto tuvo como contexto la mayor competencia, polarización y una mayor conflictividad geopolítica y geoeconómica entre las principales economías. Estas tendencias son expresión de la transformación, aún en evolución, del orden económico internacional vigente; la reconfiguración de los principales bloques económicos a nivel global y la pugna entre sus principales economías; en un contexto de relativa erosión y declive del rol hegemónico de los EE.UU.
Los estimados económicos de inicios de 2022 para el conjunto de la economía internacional han sido rápidamente superados, a la luz de las complejas consecuencias geopolíticas y geoeconómicas que entraña el conflicto en Ucrania. Se prevé un escenario de débil, frágil y desigual recuperación, en particular para los países más directamente afectados. A largo plazo, se avizoran cambios estructurales del orden económico internacional vigente; la reconfiguración del equilibrio de fuerzas y de los principales actores del sistema internacional.
El presente trabajo tiene como objetivo abordar sintéticamente algunos de los principales impactos de la pandemia de la COVID 19 para la economía internacional y en particular para las economías en vías de desarrollo; examinar, en ese contexto, el debate sobre los efectos de la globalización y las tendencias más recientes sobre la desglobalización; así como analizar las perspectivas que presenta la economía internacional en el 2022, en particular a la luz del reciente conflicto en Ucrania.
DESARROLLO
Tras la crisis financiera de 2008, la recuperación global recorrió a lo largo de la siguiente década una senda de débil crecimiento, inestabilidad y bajo dinamismo, a pesar de la aplicación por muchos gobiernos de paquetes de política económica y medidas de estímulo dirigidas a alcanzar los niveles precedentes de comercio y crecimiento. Se consolidó un estancamiento económico secular de los principales países desarrollados, manifiesto como tendencia desde principios de la década de los noventa. El inicio de la pandemia tuvo como antesala cifras promedio de crecimiento de apenas un 2,0% en estas economías (FMI, 2021). Solo los llamados países emergentes, liderados por China y algunos otros pocos en desarrollo, mostraron en ese período tasas de crecimiento más dinámicas. Esto indicó un agotamiento del patrón de acumulación y crecimiento a nivel global de las últimas décadas, signado por la extensión del modelo globalizador neoliberal.
La pandemia de la COVID-19 provocó la mayor crisis económica desde la Gran Depresión de 1930. Desde su inicio, en los primeros meses de 2020, su impacto a nivel global fue profundo y multidimensional, en particular en el ámbito económico y social, poniendo de manifiesto grandes desigualdades y vulnerabilidades estructurales prexistentes. Las consecuencias globales en materia de crecimiento económico, contracción del volumen del comercio mundial de bienes y servicios, disrupción de las cadenas logísticas y de suministros e incremento de la pobreza mundial fueron abruptas y sin precedentes.
En materia de desarrollo, entendiendo este desde una perspectiva multidimensional y no lineal, numerosos países perdieron logros alcanzados con mucha dificultad en las últimas décadas. En tal sentido, ha sido notable el retroceso en áreas como la erradicación de la pobreza, originando que 124 millones de personas caigan nuevamente en la pobreza extrema (UNCTAD, 2021). Varios de los objetivos y metas acordadas en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la Organización de las Naciones Unidas no podrán cumplirse para fines de esta década, profundizando una tendencia ya presente antes de la pandemia.
Los diferentes componentes de la economía internacional fueron impactados por la pandemia mediante diversos canales de transmisión, entre estos:
En respuesta a la pandemia, ha sido manifiesta la desigualdad entre los países desarrollados y aquellos en desarrollo en cuanto a su capacidad para responder y aplicar estímulos, recursos y paquetes de medidas dirigidos a contener el impacto económico sobre sus economías, y en consecuencia, poder trazar una estrategia gradual de recuperación. En tal sentido, en 2020, las economías más desarrolladas movilizaron el 12,7% del PIB en gastos adicionales y créditos fiscales y el 11,3% del PIB en préstamos, capital y garantías, mientras las llamadas economías emergentes sólo 3,6% y el 2,5%, respectivamente (CEPAL, 2021).
Para los países en desarrollo, altamente dependientes de los mercados externos y del comercio internacional, el impacto de la pandemia ha sido particularmente profundo y desproporcionado. Estos enfrentaron la crisis, en su gran mayoría, con problemas macroeconómicos y estructurales de larga data no resueltos, tal como los bajos niveles de innovación tecnológica y productividad, una base productiva y exportadora concentrada en pocos productos y/o servicios, un limitado espacio fiscal, elevados niveles de desigualdad y de endeudamiento y una gran vulnerabilidad a la volatilidad de los mercados internacionales, en especial de los precios de materias primas, productos energéticos y alimentos. Estas deformaciones estructurales, de conjunto con una cooperación internacional limitada e insuficiente, contribuyó a la menor capacidad de estos países en pos de afrontar los efectos de la pandemia, movilizar recursos adecuados y suficientes, y desarrollar una trayectoria de recuperación que respondiera a sus necesidades específicas.
El efecto combinado de la caída de importantes fuentes de ingreso y la contracción de la actividad económica y comercial a nivel internacional, consecuencia de las medidas aplicadas en respuesta a la pandemia, contribuyó a reducir, aún más, el espacio fiscal necesario en muchos países en desarrollo para poder movilizar recursos. Esto dificultó también su capacidad para mantener niveles suficientes de reservas de divisas, un amortiguador clave para hacer frente a las vulnerabilidades financieras y los choques externos.
Los países en situaciones especiales, como los pequeños estados insulares en desarrollo, sufrieron de manera sobredimensionada la caída del comercio internacional y la contracción de sus principales fuentes de ingresos, en particular de servicios como el turismo, la disminución de las remesas, o la interrupción del transporte y las cadenas de suministro. En esto incidió su mayor vulnerabilidad y exposición a la disminución y volatilidad de los flujos de comercio y finanzas internacionales, así como una participación poco ventajosa en las cadenas globales de valor, coherente con un patrón deformado de inserción en la división internacional del trabajo.
Por otra parte, las iniciativas de cooperación internacional han sido insuficientes para cubrir los montos de financiación requeridos y las necesidades de apoyo demandado por los países en desarrollo. Esto ha sido evidente, entre otros factores, por las grandes desigualdades en el acceso y distribución a nivel global de las vacunas contra la COVID-19, siendo así que la proporción de población totalmente vacunada en aquellos países de ingresos altos ha sido de aproximadamente el 73%, pero inferior al 7% en los de ingresos bajos, 23 países aún no vacunaron al 10 por ciento de su población, 73 aún no lograron una cobertura del 40 por ciento y se proyecta que muchos más no alcanzarán el objetivo del 70 por ciento para mediados de 2022 (Solo el 7% de las personas en países de ingresos bajos han recibido todas las vacunas Covid-19, 2022).
Globalización y desglobalización de la economía internacional en el contexto de la pandemia de la COVID-19
Desde inicios de la década de los ochenta del pasado siglo tuvo lugar el impulso de procesos liberalizadores y desreguladores del comercio y los flujos financieros globales, bajo la denominada globalización neoliberal, con el apoyo de las principales instituciones económicas, monetarias y financieras internacionales y una mayoría de gobiernos nacionales. Como consecuencia, se alcanzó una mayor integración e interdependencia de los mercados laborales, una creciente internacionalización, fragmentación y deslocalización de los procesos productivos, la financiarización de la economía internacional y la consolidación de las empresas trasnacionales, como actores fundamentales en esta. Un factor catalizador de esto fue el desarrollo y aplicación transversal a todos los sectores de las tecnologías de la información y las comunicaciones, con grandes impactos en la automatización y digitalización de los procesos productivos y de servicios, proceso aún en evolución, en el marco de la más reciente “cuarta revolución industrial”. La globalización neoliberal transformó el patrón estructural de acumulación global y el modelo de inserción internacional de las economías, alcanzándose niveles sin precedentes de una mayor interdependencia, interconexión y transnacionalización.
Sin embargo, tras la crisis financiera global del 2008, y a lo largo de la década que antecedió a la pandemia, fue patente el estancamiento en el crecimiento económico global, de los salarios, y el incremento de la desigualdad, tanto al interior como entre los países, en contraste con el muy alto nivel de concentración y disparidad en la distribución de las ganancias, la riqueza y los ingresos de sectores minoritarios de muchos países. En dicho contexto, tuvo lugar una mayor polarización y disminución de la cohesión social, incluido en las economías más desarrolladas, propiciando el cuestionamiento de los resultados de los procesos globalizadores de las décadas anteriores y modificando el consenso de gobiernos y sectores populares en apoyo a ese fenómeno. Por otra parte, se observó también el inicio de una gradual recomposición de los principales polos del orden económico internacional, erosionando el lugar hegemónico alcanzado por los EE.UU. tras el derrumbe de la Unión Soviética, reforzando las tendencias hacia una mayor multipolaridad. Este contexto fue propicio para la emergencia de gobiernos con fuertes componentes nacionalistas, aislacionistas y proteccionistas como la Administración de Donald Jr. Trump en Estados Unidos, el inicio de guerras comerciales y la erosión del marco institucional multilateral, en particular de la Organización Mundial del Comercio.
La emergencia de nuevas tecnologías, como la producción agregada, la robotización, la inteligencia artificial, el big data; el aumento relativo de los costos salariales en muchos países en desarrollo insertados en las cadenas de valor a nivel global y las tensiones comerciales entre EE.UU. y China y el Brexit, entre otros factores, reforzaron adicionalmente las acciones dirigidas a una mayor relocalización e internalización de las producciones.
Con la irrupción de la pandemia de la COVID 19, varias de las medidas aplicadas para contener su transmisión, si bien necesarias, tuvieron como consecuencia la interrupción a nivel global de gran parte de las actividades productivas, del comercio, el transporte y otros servicios, y el consecuente mayor desempleo. Paradójicamente, la más rápida transmisión de los impactos contractivos sobre el comercio mundial y las cadenas productivas fue facilitado por el alto nivel de transnacionalización alcanzado por el conjunto de la economía internacional, la mayor vulnerabilidad ante la fragmentación de los procesos productivos, y el lugar central de las cadenas globales de valor. En este periodo, muchos países desarrollados, liderados por los EE.UU., fomentaron políticas proteccionistas, aplicaron restricciones a las exportaciones de determinados productos, y apoyaron el acaparamiento y la promoción de sus industrias nacionales, lo que contribuyó además a multiplicar el efecto contractivo a nivel global.
En este contexto, acrecentado por los efectos de la pandemia, se ha renovado el debate sobre los ejes del patrón globalizador de las últimas décadas, promoviéndose la búsqueda de una relativa mayor desconexión y reconfiguración del modelo de acumulación e inserción internacional. Diversos gobiernos como actores privados han trazado acciones dirigidas a reducir los niveles de interdependencia productiva, comercial y tecnológica, la relocalización (reshoring and nearshoring) de las producciones; la reducción de las cadenas productivas; la revitalización de los procesos de integración regionales; una disminución relativa de los niveles de apertura comercial y un mayor estímulo hacia la autosuficiencia nacional o regional.
Lo anterior ha reforzado la volatilidad e incertidumbre del entorno productivo y comercial, conformando un sistema económico internacional más influenciado por consideraciones geopolíticas, erosionado además la base institucional multilateral. Los progresivos intentos para la conformación de un nuevo orden económico internacional, más multipolar, y la mayor polarización y conflictividad entre las principales economías, ha contribuido a que diversos actores promuevan una relativa mayor desconexión de la economía internacional, así como el fortalecimiento de flujos comerciales, económicos y financieros más auto centrados y autónomos.
No obstante, estas tendencias deben ser observadas con reserva, pues el alto nivel de interdependencia alcanzado a nivel global por el capital transnacional limita significativamente la capacidad de poder revertir, de manera sustancial, los niveles de interconexión desarrollados durante la pasada ola de globalización neoliberal. Hasta la fecha, las acciones en búsqueda de una mayor autosuficiencia y relocalización han logrado solo discretos resultados. Para las empresas transnacionales, actores fundamentales de este sistema, modificar proveedores y cadenas de valor resulta muy costoso e implica grandes riesgos, así como trasladar los lugares de producción y aprovisionamiento, teniendo en cuenta que la localización y extensión de sus procesos de producción y distribución son resultado de complejos análisis y detallada planificación por estas, como parte de una estrategia a largo plazo, cuya modificación debe ser sopesado con extremo cuidado. Asimismo, polos productivos globales, como China, se constituyen en atractivo no solo por constituir plataformas competitivas de producción, sino también por ser bases logísticas y potenciales mercados, todo lo cual en su conjunto es un desincentivo para una mayor profundización de dichos mecanismos.
Más que un afianzamiento de las tendencias dirigidas a una mayor desconexión y desglobalización, estaríamos en presencia de cambios relativos en la velocidad y los niveles de los procesos de interconexión a nivel global, ahora más ralentizados, sin que esto implique necesariamente una regresión a largo plazo de los procesos globalizadores, consustanciales a la naturaleza totalizadora y planetaria del capital y al creciente impacto en estos de las nuevas tecnologías en la producción, el transporte, el comercio y las comunicaciones.
¿Hacia una trayectoria de recuperación?
Desde la segunda mitad del 2021 y principios de 2022, la economía internacional inició un gradual y frágil proceso de recuperación respecto a los niveles de producción, comercio y empleo alcanzados antes de la pandemia, avances no obstante desiguales en su distribución, tanto por regiones, como entre y al interior de los países. En contraste con los países desarrollados, las economías en desarrollo, incluido aquellas consideradas emergentes, mantuvieron ritmos de crecimiento muy bajos, inferiores a la tendencia previa a la pandemia, con la notable excepción de China. Para enero de 2022, el estimado del crecimiento mundial anual de un 4,4%, indicaba una recuperación más débil que la obtenida en el 2021, de 5.5 %, (FMI, 2022 c). “Las previsiones para Estados Unidos y la UE para el 2023 eran de un crecimiento del 3% y el 1,7% respectivamente. Lo que significa que las inyecciones de crédito y monetarias masivas realizadas durante el periodo pandémico no iban a modificar sustancialmente el rumbo de un estancamiento secular que ya mostraba la economía capitalista occidental” (Los motivos geoeconómicos de la guerra en Ucrania, 2022). Fue notable además que, durante el 2021, el comercio mundial de bienes y de servicios pudo recuperar el nivel previo antes de la pandemia de la COVID-19, alcanzando un nivel récord de 28,5 billones de dólares en 2021, lo que significó un aumento del 25% respecto a 2020 y un 13% más en comparación con 2019 (UNCTAD, 2022).
En este contexto, las previsiones de inicio de 2022 estaban condicionadas por la incierta evolución de la pandemia de la COVID-19, la continuidad de las restricciones asociadas a esta y la posible emergencia de nuevas variantes más contagiosas. Igualmente, por la inestabilidad y limitación de las cadenas globales de suministros, logísticas y de transportación; así como el impacto a nivel internacional de tendencias inflacionarias en los precios de algunos productos energéticos y agrícolas claves, factores que deben mantenerse durante el resto del año.
Sin embargo, los escenarios previstos a inicios de 2022 han sido rápidamente superados por las amplias y graves consecuencias geopolíticas y geoeconómicas del conflicto en Ucrania para el conjunto de la economía internacional. Este suceso fortaleció un entorno de recuperación internacional más débil, frágil y desigual; una mayor contracción y volatilidad del crecimiento económico; la disminución del volumen del comercio mundial de varios productos energéticos, materias primas y alimentos claves; el incremento de la incertidumbre en los mercados globales; así como el fortalecimiento de las presiones inflacionistas, ya presentes al inicio de este año.
La mayor polarización geopolítica derivada de este conflicto, por otra parte, tiende a incrementar aún más la fragmentación ya existente en la economía internacional, consolidando la conformación de bloques de países alineados a intereses geopolíticos y geoeconómicos de sus principales actores. En el ámbito del comercio, las finanzas y la tecnología, se refuerzan las tendencias a nivel internacional dirigidas a una reconfiguración a mediano y largo plazo de las cadenas de suministros, logística y de transportación.
El alto nivel de integración e interdependencia de Rusia con la economía internacional, así como el importante papel que Ucrania, y particularmente Rusia, juegan en mercados como el energético (petróleo y gas), agrícola (trigo y maíz) y de materias primas y productos básicos (fertilizantes, níquel, paladio, aluminio, entre otros), alimenta las tendencias contractivas e inflacionarias anteriormente presentes a nivel global. Por otra parte, las sanciones unilaterales aplicadas contra Rusia por EE.UU., la Unión Europea, el Reino Unido y otros actores, que intentan su aislamiento, debilitamiento económico y desconexión; impactarán negativamente sobre los niveles de crecimiento, la volatilidad de los precios, y el volumen del comercio de bienes y servicios a nivel internacional, con particular incidencia para las economías más dependientes y vulnerables de estos mercados, muchos de países en desarrollo.
La contracción del crecimiento económico de algunas economías, de conjunto con la presencia de una alta inflación, de estabilizarse en el año, preconfigura la conformación de un proceso de estanflación en varios países, fenómeno que no ha estado presente de manera amplia en la economía internacional desde los años 70 del pasado siglo. Esto anticipa una mayor complejidad en el diseño y aplicación de las políticas económicas por parte de los gobiernos nacionales y las instituciones internacionales, dirigidas a intentar contrarrestar ese fenómeno.
En el ámbito monetario financiero, las sanciones aplicadas al Banco Central de la Federación de Rusia, la congelación de sus reservas, y la desconexión de varios de sus principales bancos de la red de mensajería de pagos y transferencias SWIFT, denota el uso crecientemente politizado y selectivo de estos instrumentos, tal como ha acontecido antes con Venezuela, Irán, Afganistán, Siria, entre otros países. Esto, a mediano-largo plazo, es previsible fortalezca las tendencias dirigidas a un mayor uso de activos de reservas globales alternativos al dólar, que desplacen y sustituyan gradualmente su rol aún central en el sistema monetario financiero internacional; así como otras que busquen extender y consolidar mecanismos de pago y mensajería financiera complementarios al SWIFT, más seguros, como complemento o remplazo a los mecanismos financieros controlados por occidente, actualmente hegemónicos.
En este contexto, no son casuales los recientes anuncios de Arabia Saudita de un posible pago de su petróleo a China en yuanes (Roberts et al, 2022), del fomento del comercio entre India y Rusia en rupias y rublos, incluido del pago de armamentos (Foster, 2022); del desarrollo del comercio entre China y Rusia en yuanes y rublos; así como que la Unión Económica Euroasiática ha diseñado el mecanismo para un sistema financiero y monetario independiente, que evitaría las transacciones en dólares (Roberts et al, 2022), que se suman, en los últimos años, a la reducción de las reservas denominadas en dólares de los bancos centrales de alguno de estos países y de los activos en esta moneda en los fondos soberanos nacionales, entre otras acciones. Rusia, por otra parte, ha venido desarrollando desde hace varios años su propia alternativa nacional al SWIFT, nombrado Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros (SPFS), mientras que China ha hecho lo propio mediante su Sistema de pagos interbancarios transfronterizos (CIPS), este último más desarrollado e integrado al resto de la economía internacional, teniendo al cierre de 2021 transacciones por valor de unos 12,68 billones de dólares, con 1 280 instituciones financieras de 103 países y regiones conectadas a dicho sistema (Reuters, 2022). Tanto el SPFS como el CIPS, en proceso de interconexión, y de una mayor internacionalización y consolidación de sus servicios, buscan apoyar la mayor autonomía, resiliencia e independencia de estos países y otros involucrados frente a los mecanismos monetario financieros liderados por los EE.UU. y el bloque occidental.
Las sanciones a Rusia y la creciente politización de los mecanismos existentes en el sistema monetario financiero internacional, está generando además la potenciación de un mayor desarrollo y uso de los activos digitales y las criptomonedas por parte de gobiernos, empresas y el sector financiero y bancario privado; dirigido a la búsqueda de medios alternativos, más seguros, de atesoramiento y de cambio, y como potenciales instrumentos para asegurar una mayor independencia, a mediano y largo plazo, del dólar de los EE.UU.; tendencias que podrían ser claves en la erosión de la hegemonía estadounidense en esta esfera.
A largo plazo, el conflicto en Ucrania es indicativo de cambios transformadores del orden económico internacional vigente, el continuo declive del “nuevo orden internacional” liderado por los EE.UU.; una reconfiguración del equilibrio de poder y de la correlación de fuerzas entre los principales actores del sistema internacional, así como el establecimiento de un orden internacional, más multipolar, asimétrico, asentado en nuevas normas e instituciones. Adicionalmente, implicará muy probablemente cambios en los patrones de comercio de varios productos energéticos, materias primas y alimentos; la modificación de las cadenas globales de transporte y de suministro, y la emergencia de mecanismos alternativos de pagos globales y de activos de reserva, entre otras importantes macrotendencias.
CONCLUSIONES
Los impactos de la pandemia de la COVID-19 para la economía internacional se distribuyeron de manera muy desigual, tanto al interior como entre los países. Esta exacerbó desigualdades y problemas estructurales preexistentes a nivel global, lo que aumentó las negativas consecuencias de esta sobre el crecimiento económico, los flujos de comercio, las cadenas de producción y de suministros y los niveles de empleo, entre otros factores. Los países en desarrollo, y en particular aquellos en situaciones especiales, tal como los pequeños estados insulares en desarrollo, han sido de los más afectados. Estos han contado con limitados recursos y capacidades para enfrentar los severos impactos socio económicos de la pandemia sobre sus economías y sociedades, contenerla y poder desplegar una trayectoria de recuperación; en un contexto marcado por el insuficiente y desigual apoyo proveniente de la cooperación internacional y de las economías más desarrolladas.
En la última década, se ha producido un creciente cuestionamiento de los ejes y efectos del patrón globalizador. Diversos gobiernos y actores privados han trazado acciones dirigidas a alcanzar una relativa mayor desconexión y relocalización de las economías, la revitalización de los procesos de integración; y una mayor autosuficiencia nacional o regional. Sin embargo, esto ha tenido un muy limitado impacto y alcance, sin poder revertir, de manera significativa, el alto nivel de interdependencia e interconexión que aún mantiene el capital transnacional a nivel internacional, alcanzados durante la pasada ola de globalización neoliberal. Más que un afianzamiento de estas tendencias, pudiéramos estar en presencia de cambios relativos en la velocidad y los mecanismos de interconexión a nivel global, sin que esto implique una regresión de los procesos globalizadores en el largo plazo, consustanciales a la naturaleza planetaria del capital.
La recuperación de la economía internacional, frente a los efectos de la pandemia, ha sido también muy desigual tanto por regiones como entre y al interior de los países, mostrando hasta el inicio de 2022 una frágil e inestable reanimación en sus niveles de producción, comercio y empleo. Los estimados de inicios de 2022, más optimistas, han sido rápidamente superados a la luz de las complejas consecuencias geopolíticas y geoeconómicas que implica para el conjunto de la economía internacional el conflicto en Ucrania. Se profundiza el escenario de una débil, frágil y desigual recuperación, en particular para los países más directamente afectados y muchos de ellos en desarrollo, con una mayor contracción esperada del crecimiento económico internacional, la disrupción de los flujos de comercio, el encarecimiento de rubros energéticos, materias primas y alimentos claves, y el incremento de la incertidumbre y la volatilidad de los mercados globales, todo lo cual fortalece las presiones inflacionistas, ya presentes al inicio del año.
A largo plazo, se avizoran cambios estructurales transformadores del orden económico internacional vigente, la conformación de nuevos bloques económicos y la reconfiguración del equilibrio de fuerzas y de los principales actores del sistema internacional. Asimismo, es de esperar se consoliden tendencias dirigidas a modificar los patrones y los actores fundamentales del comercio internacional de productos energéticos, materias primas y alimentos; de las principales cadenas globales de transporte y suministro; de la búsqueda de alternativas al dólar como principal activo de reserva a nivel mundial y de mecanismos de mensajería financiera y de pagos internacionales complementarios al SWIFT; así como un mayor uso y desarrollo de los activos digitales y las criptomonedas en el marco del sistema monetario y financiero internacional.
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