Experiencias internacionalistas en la política exterior de la Revolución Cubana

Internationalist experiences in the foreign policy of the Cuban Revolution

Lic. Jean Cruz

Maestrando en Estudios Sociales Latinoamericanos por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Miembro del Centro de Estudios y Formación Marxista Héctor P. Agosti (CEFMA), Argentina. jeancruzdlc@gmail.com

0000-0002-7169-9379

 

Recibido: 18 de enero de 2022

Aprobado: 2 de marzo de 2022

 

RESUMEN El presente artículo analiza, desde una perspectiva socio-histórica, dos modalidades de colaboración que caracterizaron las experiencias antiimperialistas e internacionalistas de Revolución Cubana: la militar y la médica. El trabajo recupera los debates y las reflexiones en torno a los procesos y las ideas que permitieron consolidar el proyecto socialista, latinoamericanista, antiimperialista e internacionalista. Para ello, se consideran las continuidades respecto a la tradición martiana que venía gestándose desde el siglo XIX, y la tradición marxista retomada tras el triunfo de la Revolución.

Palabras clave: Revolución cubana, internacionalismo, política exterior, pensamiento marxista y martiano, colaboración médica

 

 

ABSTRACT This article analyzes, from a socio-historical perspective, two forms of collaboration that characterized the anti-imperialist and internationalist experiences of the Cuban Revolution: the military and the medical. The work recovers the debates and reflections around the processes and ideas that allowed the consolidation of the socialist, Latin American, anti-imperialist and internationalist project. For this, the continuities with respect to the Marti tradition that had been developing since the 19th century, and the Marxist tradition resumed after the triumph of the Revolution, are considered.

Keywords: Cuban revolution, internationalism, foreign policy, Marxist and Marti thought, medical collaboration

 

“Fidel es un hombre que interpreta a la Revolución en sí mismo. Como dirección, orientación, fisonomía. Es evidente que para el conjunto del pueblo cubano, al margen de sus cualidades, de su eficacia como dirigente, es ya un símbolo que adquiere un valor fuera de lo humano, fuera de lo cotidiano. Cuando se oye la palabra Fidel en la boca de un niño, de un adulto, además del valor directo, tiene una serie de resonancias como en la música de armónica que toca las fibras de la sensibilidad, de la conciencia. Yo creo que Fidel es el escultor de la Revolución Cubana”.

Julio Cortázar

 

INTRODUCCIÓN

El socialismo en Cuba, específicamente para las y los cubanos, no se trató de la búsqueda caprichosa de una “modernidad” nueva y foránea, sino de la superación histórica de las condiciones coloniales primero (respecto a España), y neocoloniales-imperiales después (respecto a Estados Unidos), es decir, el socialismo en Cuba permitió la construcción -sin calcos, sin copias como dijera Mariátegui- de un modelo superador, el cual tiene como baluarte la justicia social y la dignidad humana.

Fue la Generación del Centenario la que motivó a Fidel Castro y sus compañeros asaltantes del Moncada, a los fundadores del Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario, a los expedicionarios del Granma y a los heroicos combatientes de la Sierra y el Llano a luchar por una definitiva y “segunda independencia”, tal como lo añoró José Martí.

Sometidos a la brutal dictadura machadista y posteriormente batistiana, los revolucionarios cubanos entendían, no sin polémicas sobre las bases filosóficas e ideológicas a construir, que la única manera de hacer andar la historia cubana y, por ende, insertarla en la historia latinoamericana y universal, era asumiendo las interpretaciones más profundas y avanzadas de aquella época: el legado martiano y la tradición marxista.

Cabe preguntarnos, ¿cómo pudieron confluir el pensamiento marxista y el pensamiento martiano en una revolución latinoamericana?

Según el ensayista y poeta cubano Cintio Vitier (1999), la mayor originalidad de la Revolución Cubana fue poner al servicio del pueblo la herencia de Céspedes, de Maceo, de Gómez y de Martí con la interpretación popular del ideario marxista-leninista -especialmente con las enseñanzas de la Revolución de octubre de 1917-. Esto nos aproxima a una explicación de por qué no fueron arrasados en el pueblo cubano los valores ideológicos del socialismo tras el derrumbe del bloque soviético.

No es producto de la divinidad el hecho de que después del triunfo de la Revolución Cubana, el pensamiento martiano e incluso bolivariano, sea “redescubierto y revalorado” tal como expresó Roberto Fernández Retamar (2005). Tampoco es una contingencia que José Martí sea considerado en 1953 por Fidel Castro como el autor intelectual del ataque al Cuartel Moncada, ni que Ernesto Che Guevara en 1967 haya encabezado su relevante Mensaje a la Tricontinental con una cita del apóstol cubano: “Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz”, o que el actual mandatario de Cuba Miguel Díaz-Canel a 167 años del natalicio de José Martí haya manifestado:

Martí es inseparable de la Revolución Cubana […] Ustedes verán que hablo constantemente de Martí y de Fidel, pero no soy el único. El Maestro y su mejor discípulo marcaron las coordenadas de nuestro destino […] Si algo explica nuestros 61 años de resistencia es en primer lugar la unidad, que fue la gran bandera de lucha de Martí y la obra triunfante de Fidel (Díaz-Canel, 2020).

Las y los revolucionarios cubanos, con Fidel Castro como líder del movimiento, lograron enlazar el legado martiano con el marxismo-leninismo sin contradicción o conflicto alguno. Más de una vez, Haydée Santamaría dio testimonio de cómo se sentían naturalmente martianos y marxistas (Vitier, 1999). Cabe destacar, que es precisamente ese proceso de integración cultural, político e ideológico que permitió resolver las tareas pendientes de emancipación social y nacional por la que se venía luchando desde el siglo XIX en Cuba. No por nada, Fidel manifestó que la Revolución Cubana:

Se inspiró en las ideas martianas y en las ideas marxista-leninistas; es una síntesis de ambas, y sigue siendo esa síntesis […] Claro, la interpretación del marxismo-leninismo no nos la inculcó nadie, sino que los mismos revolucionarios cubanos hicimos nuestra interpretación del marxismo-leninismo, interpretación que no está exenta de errores ni mucho menos… Es decir que en nuestro país se interpretaron, de manera creadora, las ideas del marxismo-leninismo y las sumamos a ese tesoro inmenso que es el pensamiento martiano; creo que eso explica la fortaleza ideológica de nuestra Revolución y el espíritu de nuestro pueblo (Castro, 1991).

Fue en aquel memorable discurso histórico pronunciado por Fidel Castro, el 16 de abril de 1961, con motivo del entierro de las víctimas del bombardeo a los principales aeropuertos militares de la isla, perpetrados por aviones norteamericanos y mercenarios contrarrevolucionarios, que el líder antillano proclamó ante el mundo el carácter socialista y democrático de la naciente Revolución Cubana, declaración hecha proféticamente, puesto que, al día siguiente, el 17 de abril, 1 500 cubanos contrarrevolucionarios entrenados y armados por la CIA desembarcaban en Playa Girón (Bahía de cochinos). Bastaron 72 horas para que las milicias obreras y campesinas dirigidas personalmente por Fidel Castro (2015) cumplieran su juramento de “defender hasta la última gota de sangre” la revolución “de los humildes, por los humildes y para los humildes” exponiendo a los pueblos del mundo, ni más ni menos, que la primera gran derrota del imperialismo norteamericano en tierras latinoamericanas.

No hubo en la historia de América Latina ningún proceso revolucionario que haya logrado tener la proyección internacional que tuvo la Revolución Cubana, la cual llevó a un país pequeño territorial, poblacional y económicamente, a tener un enorme compromiso e influencia en las grandes escenas de los conflictos mundiales, especialmente, en lo que Alfred Sauvy llamó “Tercer Mundo”. La Revolución era motor y combustible de una historia que convocaba voluntades y utopías. Esos fervores excedían el campo político que azuzaba por contigüidad y peso específico, compromisos, subjetividades y rupturas en el arte, la cultura, las formas de mirar el mundo y de relocalizar nuestro continente en dicha historia (Funes, 2014).

En 1959, Cuba se convirtió en un Estado soberano e independiente, el vendaval revolucionario trajo consigo nacionalizaciones, expropiaciones, reforma agraria y un fuerte antimperialismo arraigado de épocas anteriores. “La Revolución Cubana como expresión de un movimiento de transformación radical tanto de las estructuras sociales como de las estructuras del poder político” (Ansaldi, Giordano y Soler, 2008: 12); permitió desarrollar orgánicamente un proyecto socialista, latinoamericanista, antimperialista, internacionalista y revolucionario. En palabras del sociólogo Marco Antonio Gandásegui (2019), la Revolución Cubana “desató un proceso que sacudió a la totalidad de América Latina. No hubo nación en la que no se haya experimentado la rebeldía de los jóvenes contra las instituciones anquilosadas de las oligarquías, conducidas, estas, por fuerzas extranjeras” (202-203).

El poema llamado “Caliban” de Brathwaite, traducido por Fernández Retamar (2005), constata dicha continuidad revolucionaria en Cuba: Era el dos de diciembre de mil novecientos cincuenta y seis. / Era el primero de agosto de mil ochocientos treinta y ocho. / Era el doce de octubre de mil cuatrocientos noventa y dos. // ¿Cuántos estampidos, cuántas revoluciones? (33).

Testigo de la “fraternidad internacional” sobre la unión voluntaria y fraternal de naciones como apuntó Lenin (1965) en la Carta a los obreros y campesinos de Ucrania a propósito de las victorias sobre Denikin, fueron las palabras de agradecimiento de Nelson Mandela en su histórico discurso pronunciado el 26 de Julio de 1991 en La Habana; allí expresaba el significado del internacionalismo y de la solidaridad cubana recibida en África:

El pueblo cubano ocupa un lugar especial en el corazón de los pueblos de África. Los internacionalistas cubanos hicieron una contribución a la independencia, la libertad y la justicia en África que no tiene paralelo por los principios y el desinterés que la caracterizan (…) Hemos venido aquí con gran humildad. Hemos venido aquí con gran emoción. Hemos venido aquí conscientes de la gran deuda que hay con el pueblo de Cuba. ¿Qué otro país puede mostrar una historia de mayor desinterés de la que ha exhibido Cuba en sus relaciones con África? (…) Yo me encontraba en prisión cuando por primera vez me enteré de la ayuda masiva de las fuerzas internacionalistas cubanas. En la historia de África no existe ningún otro caso de un pueblo que se haya alzado en defensa de uno de nosotros (Salim Lamraní, 2011: 9).

Cuba socialista, ese “sol del mundo moral” como la describió poéticamente Cintio Vitier, nunca dudó en ofrecer su mano solidaria y combativa a los pueblos africanos, escribiendo así, una de las causas más bonitas de la humanidad: el fin del apartheid en Sudáfrica.

Bien vale parafrasear al poeta chileno Gonzalo Rojas y enunciar hoy lo que alguna vez sus versos embelesaban al plantear que: no cabe ninguna duda que Fidel y su pueblo heroico pusieron a Cuba en el mundo, lo saben las conciencias, las ideas y el tiempo.

DESARROLLO

Experiencias antiimperialistas e internacionalistas

Atentos a los propósitos analíticos respecto a la esencia marxista y martiana que emanan de la Revolución Cubana, resulta necesario comprender dos aspectos esenciales que se unen en larga duración en la historia de Cuba, específicamente en la sociedad cubana: 1) La tradición solidaria, humanista, revolucionaria y anticolonial y 2) La actual vigencia del pensamiento marxista y el legado martiano en los programas de la Revolución Cubana y su política exterior.

Si algunos principios necesitan ser abordados para analizar la autonomía y el compromiso de la política exterior cubana en el escenario internacional, ellos deberían ser: el antimperialismo, el internacionalismo y la solidaridad. “Ser internacionalistas es saldar nuestra propia deuda con la humanidad. Quien no sea capaz de luchar por otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo” expresó Fidel Castro (1988), guiado por el apotegma martiano de que “Patria es humanidad”. Surge así la idea de que Cuba con su internacionalismo saldó una “deuda con la humanidad” que había resultado de la transferencia y explotación de esclavos africanos en América.

El internacionalismo es un componente esencial del modelo socialista cubano, fruto tanto de las hermosas y turbulentas contiendas que libraron grandes hombres y mujeres en nuestras sufridas tierras latinoamericanas (siglo XIX) como de las enseñanzas del movimiento obrero internacional (siglo XX).

Testigo de nuestro internacionalismo -ese que Martí vio correr por la brava sangre Caribe de “Tamanaco y Paramaconi”- son las gloriosas epopeyas arraigadas en la historia latinoamericana, son los primeros gritos anticoloniales e independentistas de próceres en la “Patria Grande”, aquellos que entendieron que la solidaridad entre los pueblos es necesidad imperiosa para lograr la verdadera integración latinoamericana. Esta, tenía que ser planificada y pensada desde nuestra América.

En consonancia con lo anterior, Carlos Manuel Perfecto del Carmen de Céspedes y López del Castillo, padre de la patria cubana, manifestó el 10 de octubre de 1868 en “El Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba” (2007) cómo quería que fuese Cuba, afirmando: “Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos” (15). Tampoco es casual que José Martí (1980) haya denunciado el naciente imperialismo en el “Norte revuelto y brutal” y echado su suerte con los pobres de la tierra, ya que con ellos “había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”; que Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista hayan enfatizado que “los trabajadores no tienen patria” instando a ¡Proletarios de todos los países, uníos!”; que Lenin en la política nacional y el internacionalismo proletario (1974) advierta que el internacionalismo exige la subordinación de los intereses de la lucha proletaria en un país a los intereses de esta lucha a escala mundial; y que Fidel Castro (1988) reúna estos corolarios de experiencias independentistas y revolucionarias al decir: “El internacionalismo es la esencia más hermosa del marxismo-leninismo y sus ideales de solidaridad y fraternidad entre los pueblos. Sin el internacionalismo la Revolución Cubana ni siquiera existiría”.

El internacionalismo es esa vertiente de la política exterior cubana que presentó diversas motivaciones y exhibió distintos matices, pero se ha mantenido como una constante revolucionaria a lo largo del tiempo (Zanetti, 2013). Posicionaremos así, los principios constitucionales del internacionalismo, el antimperialismo, la solidaridad y la fraternidad como punto de unión del pensamiento martiano y el ideario marxista, permitiéndonos distinguir en clave socio-histórica, dos modalidades de colaboración que caracterizaron las experiencias internacionales de la Revolución Cuban; estas son: la militar y la médica.

La primera modalidad del internacionalismo cubano fue la guerrillera y tercermundista que fue acentuada por la solidaridad antimperialista tricontinental, etapa que se inicia en 1963 con la ayuda civil y militar a Argelia -por entonces representada por su primer presidente Ahmed Ben Bella- así como también, la asistencia técnica de los comités de apoyo a los movimientos de liberación en las colonias portuguesas en África, como es el caso de Guinea-Bissau, Congo, Mozambique y Etiopía. Cabe destacar que Cuba con su misión internacionalista a Argelia emprendería posteriormente el envío regular de brigadas médicas hacia otros países.

Entre el 3 y el 15 de enero de 1966, la Revolución reafirmaba su carácter antimperialista e internacionalista celebrando en La Habana la Primera Conferencia Tricontinental, encuentro que congregó por primera vez 512 representantes de 82 países de América Latina, Asia y África. “Los condenados de la tierra del siglo XX convertían así la capital cubana en el espacio de todos los posibles emancipadores, el lugar donde organizar solidaridades concretas, el sitio en el que anticipar colectivamente un futuro sin colonialismo y sin imperialismo” (Boumama, 2019: 21).

Tales fueron los efectos universales de dicha conferencia histórica, que se creó la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL) como uno de los acuerdos de la conferencia, seguido posteriormente de la célebre revista Tricontinental.

La trascendencia internacionalista de la época sería preanunciada por el dirigente popular y antimperialista marroquí, Mehdi Ben Barka, por aquel entonces presidente del Comité Internacional Preparatorio de la Primera Conferencia Tricontinental. En su visita a Cuba, antes de ser secuestrado y posteriormente asesinado por los servicios de inteligencia franceses, Ben Barka expresaba:

La reunión de organizaciones antimperialistas en La Habana es un acontecimiento histórico porque reunirá en una acción de concertación y solidaridad a las dos grandes corrientes contemporáneas de la revolución mundial, la del Octubre socialista y la lucha de liberación nacional en los países del Tercer Mundo; porque se celebrará en Cuba, donde tienen lugar ambas revoluciones; porque tendrá como escenario a América Latina, centro de la lucha contra el neocolonialismo, la nueva cara del colonialismo (Estrada, 2007: 17).

De esta manera, la OSPAAAL fue concebida como una organización internacional de carácter solidario y antimperialista que unió a los tres continentes en pos de la unidad revolucionaria. El memorable Mensaje a la Tricontinental escrito por Ernesto Che Guevara antes de ser asesinado en Bolivia, pone en manifiesto el élan revolucionario e internacionalista de la época, allí indicó: “Y si todos fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes fueran más sólidos y certeros, para que la ayuda de todo tipo a los pueblos en lucha fuera aún más efectiva, ¡qué grande sería el futuro, y qué cercano!” (Estrada, 2007:35).

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El éxito de las organizaciones y conferencias realizadas en La Habana ayudó a consolidar los procesos de integración e intercambio tricontinental, a su vez, permitió unir a los movimientos revolucionarios de América Latina en torno a una guía para la acción, un ideal y una esperanza. Por tomar un ejemplo, en 1967 se reunían en La Habana la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) con representantes de distintos movimientos y organizaciones que compartían la tesis de la Revolución Cubana, una propuesta encarada por Salvador Allende (por entonces senador en Chile). La resolución general de la OLAS llevaba como título el notable pensamiento integracionista y latinoamericanista de Simón Bolívar: “Para nosotros la Patria es América”. En palabras del sociólogo y filósofo Michael Löwy (1982), el significado y la importancia socio-histórica de ese congreso se encontró:

En primer lugar, en su tentativa de coordinación continental, por primera vez desde Bolívar, del proceso revolucionario latinoamericano, y, en segundo lugar, en la inequívoca y franca proclamación de unidad de contenido democrático y socialista de la revolución latinoamericana […] La OLAS también tomó una posición a favor de la guerrilla como el método de lucha más eficaz en la mayoría de los países del continente (50).

Este primer periodo de colaboración militar cubana culminaría el 23 de marzo de 1988 con el resultado crucial de la batalla de Cuito Cuanavale, denominada por Mandela como la “Stalingrado africana”. Recordemos que más de 300 mil hombres y mujeres pertenecientes a las fuerzas armadas cubanas combatieron y trabajaron en Angola durante 15 años, periodo que duraron los ataques de los ejércitos racistas de Sudáfrica.

La epopeya cubana en Angola culminaría con la llamada Operación Carlota donde junto al legítimo gobierno del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), la Organización para la Liberación de África Occidental (SWAPO) e integrantes del Congreso Nacional Africano (ANC), se frenó y derrotó las siguientes tropas beligerantes organizadas, armadas y financiadas por Estados Unidos: las tropas de Zaire (hoy, República Democrática del Congo), el ejército sudafricano y los ejércitos mercenarios angoleños (UNITA, FNLA, FLEC).

Cuito Cuanavale, considerado por muchos como el “Waterloo” del apartheid, sellaría épicamente el gran triunfo tercermundista gracias al noble internacionalismo de la Revolución Cubana. Los resultados de la batalla mantendrían la independencia de Angola, sentaría las bases para el reconocimiento de la vecina Namibia y terminaría con el grotesco apartheid en África no sin una cuota de heroísmo y sacrificio por parte de los internacionalistas cubanos, donde 2 107 combatientes perdieron la vida luchando contra el régimen racista de Sudáfrica. Al respecto, conviene traer aquellas palabras de José Martí cuando advirtió que jamás “son inútiles la verdad y la ternura”.

Posteriormente, en 1995 durante la Conferencia de Solidaridad Cubana-Sudafricana, Nelson Mandela expondría ante el mundo que los internacionalistas cubanos “vinieron a nuestra región como doctores, maestros, soldados, expertos agrícolas, pero nunca como colonizadores. Compartieron las mismas trincheras en la lucha contra el colonialismo, subdesarrollo y el apartheid. Jamás olvidaremos este incomparable ejemplo de desinteresado internacionalismo” (Boron, 2017: 59).

La segunda modalidad internacionalista de la Revolución Cubana fue la de la colaboración civil, principalmente en materia de salud. Esta sostiene desde 1982 dos vertientes esenciales: la colaboración gratuita y la compensada. La primera se ofrece a los países pobres y subdesarrollados y la segunda a las naciones que poseen una situación económica estable y favorable (Colaboración internacional, 1982).

Si bien en 1960 Cuba envía su primera brigada emergente a Chile compuesta por 25 profesionales de la salud para socorrer a los damnificados de un terremoto en la ciudad sureña de Valdivia, se considera que es a partir de 1963 que Cuba consolida y regulariza las misiones médicas hacia otros países. Como indicamos anteriormente, el primer país en recibir los “ejércitos de batas blancas” -tal como llamaba Fidel a las brigadas médicas- fue Argelia, país recientemente independiente que contaba solo con 200 médicos, los cuales debían a atender a cuatro millones de personas. Estas misiones se extienden hasta la actualidad, con la actuación del Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias “Henry Reeve” para combatir la pandemia de la Covid-19 en Europa, América Latina y el Caribe, África y Medio Oriente.

Sobre dicha labor humanista, el historiador italiano Piero Gleijeses, investigador de la solidaridad internacionalista cubana, declaró en una entrevista que le hiciese el diario Granma que: “No existe otro ejemplo en la era moderna en el que un país pequeño y subdesarrollado haya cambiado el curso de la historia en una región distante. El internacionalismo de los cubanos es una lección política y moral plenamente vigente” (De la Hoz, 2015). No es equívoco aquel dicho popular haitiano, el cual sostiene que “después de Dios están los médicos cubanos”.

Una verdadera proeza humanitaria y solidaria del proyecto socialista cubano, que evidencia, en lenguaje gramsciano, la formación -y el sostenimiento- en el campo ideológico-cultural de “una voluntad colectiva nacional-popular” en la “estructura social del país” (Gramsci, 1986: 16). Producto de ello, son los valores y principios internacionalistas practicados habitualmente “con hechos, no con bellas palabras” tal como supo enunciar Fidel.

En lo que respecta a las misiones internacionalistas de Cuba, el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos (2009) justificó que América Latina, el Caribe, África y Asia, que juntas reúnen al 85% de la población mundial, no podían divorciar su historia en el último medio siglo de la huella de solidaridad internacionalista protagonizada por Cuba en los ámbitos político, militar, social y humanitario. No se equivoca entonces, el filósofo marxista Néstor Kohan (2016) al preguntarse: “Si hoy Karl Marx anduviera por nuestros barrios, ¿no caminaría al lado nuestro repitiendo con José Martí “Patria es humanidad” y llevando en el hombro, también él, su bandera de Bolívar?” (140).

En tiempos de pandemia, cuando las grandes potencias se disputan el negocio ultra millonario de la vacuna contra la Covid-19, Cuba presenta cinco vacunas esperanzadoras para combatir el coronavirus: Soberana 01, Soberana 02, Soberana Plus (elaboradas por Instituto Finlay de Vacunas), así como la Mambisa y la Abdala (creadas por el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de La Habana). Tres de estas vacunas desarrolladas por laboratorios estatales de la Isla; la Abdala, la Soberana 02 y la Soberana Plus han sido recientemente certificadas y recomendadas para el Uso de emergencia por el Cecmed (una autoridad reconocida por la OMS), siendo así las primeras vacunas de América Latina y el Caribe.

Al respecto, el doctor en Ciencias Biológicas y director de Ciencia e Innovación de BioCubaFarma, Rolando Pérez Rodríguez, recalcó que: “A partir del segundo semestre vamos a poder inmunizar a toda la población, y también aportar dosis a los países que lo requieran” (Bermejo, 2021). Vacunas que también formarán parte del recién creado “Banco de Vacunas para la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos”.

Ahora bien, podemos evidenciar que el internacionalismo y la solidaridad como baluarte de la política exterior cubana, posibilitaron -desde el triunfo de la revolución- amparar tres factores estratégicos:

1) Soberanía efectiva respecto al control político autónomo de Cuba sobre sus propios destinos, es decir, la superación de las contradicciones que caracterizaron a la Cuba colonial primero y luego a la Cuba dependiente de los Estados Unidos.

2) Resguardo económico a través de la cooperación/colaboración internacional sobre relaciones honestas, igualitarias y fraternales con otras naciones del llamado “Tercer Mundo”. En este punto, conviene subrayar la importancia de los programas de colaboración médica internacional (“Misión Milagro”, “Barrio Adentro”, “Más médicos”), los cuales permitieron la integración y el intercambio de Cuba con los demás pueblos del mundo, en especial, con África, América Latina y el Caribe.

En Cuba, la cooperación con otras naciones, permitió amortiguar y sobrellevar una economía de guerra impuesta (a causa del bloqueo económico) por Estados Unidos desde 1960 y exacerbada en 1991 -tras el colapso y posterior derrumbe del socialismo soviético- hasta la actualidad. Ni en esas condiciones económicas, ni en su “Período Especial”, Cuba suspendió el internacionalismo y su corazón fraternal, el más vivo ejemplo es la atención médica a las víctimas de Chernóbil (1990-2016).

La actual situación económica se materializa en brutales embargos comerciales, económicos y financieros, tales como: el Memorando Baker (1989), la ley Torricelli (1992), la ley Helms Burton (1996) y el recrudecimiento sistemático de 240 nuevas medidas durante la administración de Donald Trump (2017-2021).

3) La Revolución Cubana sirvió como faro e inspiración -tanto en el plano regional como intercontinental- a distintos gobiernos y movimientos políticos del “Tercer Mundo”, brindándoles, a través del deber internacionalista, condiciones emancipadoras, independentistas y esperanzadoras, especialmente en África, donde muchas naciones pudieron librarse del colonialismo y la esclavitud.

Respecto al élan revolucionario y el deber internacionalista que infunde la Revolución Cubana en el mundo, uno de los más trascendentales documentos en nuestra América es la “Segunda Declaración de La Habana” (1962), que sostiene que: Frente a la acusación de que Cuba quiere exportar su revolución, respondemos: Las revoluciones no se exportan, las hacen los pueblos. Lo que Cuba puede dar a los pueblos y ha dado ya es su ejemplo. Y ¿qué enseña la Revolución Cubana? Que la revolución es posible, que los pueblos pueden hacerla, que en el mundo contemporáneo no hay fuerzas capaces de impedir el movimiento de liberación de los pueblos […] Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de doscientos millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo entero (Castro, 2019: 14).

Teniendo en cuenta las estadísticas oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS), del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se demuestra que Cuba ha enviado 420 mil profesionales de la salud a 164 países en los últimos sesenta años. Según el director de la Unidad Central de Cooperación Médica (UCCM) Jorge Bustillo, “el personal de la Mayor de las Antillas ha atendido a mil 988 millones de personas en el mundo, casi un tercio de la humanidad” (MINSAP, 2021).

Son miles los niños y las niñas que en el plano internacional mueren todos los años debido a las pésimas condiciones materiales y espirituales a las que son sometidos, según los informes de UNICEF (2015 y 2016), ninguno es cubano. Abandono en materia social que es respaldado por las nuevas formas de acumulación por desposesión de las cuales advirtió David Harvey (2004).

No obstante, ante los excelentes resultados de la colaboración médica cubana, los medios de comunicación hegemónicos conducidos por las grandes potencias y gobiernos neoliberales, promueven un discurso totalmente tergiversado y distinto al del acontecimiento real, estableciéndose así, un proceso de semantización en los procesos de producción discursiva (Verón, 1971: 8) para deslegitimar y condenar cualquier ayuda médica cubana, operaciones mediáticas que se mantienen en pie desde la labor de las brigadas “Conrado Benítez” en la primera Campaña Nacional de Alfabetización durante 1961 donde participaron cinco argentinos (José Murillo, Elisa Vigo, Angélica Iglesias, Tatiana Viola y Berta Rosenvorzel), hasta la actualidad.

CONCLUSIONES

Con más de un siglo de luchas, Cuba ha proyectado su identidad mambisa, caribeña, africana, latinoamericana e incluso adoptó a Caliban como símbolo. “La Revolución Cubana obviamente consistió en un cambio capital en la historia del marxismo latinoamericano y en la propia historia de América Latina” (Löwy, 1982: 46). Ahora bien, cabe preguntarnos como investigadores de las Ciencias Sociales y las Humanidades, si después del triunfo de la Revolución Cubana, y, por ende, después de la primera derrota en América Latina del imperialismo norteamericano en 1961, nuestro continente: ¿Estará pisando “una revolución y viviendo una hora americana” tal como lo planteó aquel emblemático “manifiesto liminar” elaborado en 1918 por la juventud argentina de Córdoba? ¿Podemos afirmar en las academias, en los diarios, en las redes sociales o en acaloradas discusiones que fracasó el proyecto de país construido y defendido en medio de la más extensa guerra económica, comercial y financiera de toda la historia de la humanidad? ¿Cómo puede llamarse fracaso a la resistencia y supervivencia de un pueblo avasallado por el más poderoso imperio que haya existido sobre la faz de la tierra, un pueblo condenado a morir de hambre, enfermedades o soledad? ¿Es un fracaso que las y los cubanos, unidos en torno a un ideal, hayan encarado y enfrentado invasiones mercenarias, agresiones armadas y mediáticas, actos terroristas, y hasta amenazas de holocausto nuclear? Una revolución socialista que en pleno siglo XXI se autocritica, se rectifica, se profundiza, se desempolva o se actualiza, ¿no es acaso una revolución con muchas revoluciones en su seno? En palabras del actual embajador de Cuba en la Argentina y quien fuera corresponsal del Granma en la URSS (1990-1991), Pedro Pablo Prada (2014), el socialismo cubano: permanece en pie por las mismas razones que espantaron a [Lester] Mallory: sigue siendo antidogmático y libertario, democrático y humanista, creyente y ateo, mudo y musical, imperfecto y perfectible; y para colmo de males, exhibe resultados, sobre todo en el área del desarrollo social. Resultados que son incapaces de presentar no solo otros países subdesarrollados, sino hasta países desarrollados capitalistas, incluido Estados Unidos. Por eso el pueblo lo apoya […] (210).

En las condiciones actuales, frente a un acontecimiento histórico universal como es la pandemia de la Covid-19 producida por el virus SARS-CoV-2, la cual pone a prueba todos los sistemas sanitarios del mundo y con ello los sistemas de valores de las sociedades contemporáneas, Cuba pudo demostrar la fortaleza de su sistema sanitario. Un sistema de salud público, gratuito y de calidad, con una de las tasas de médicos por habitantes más altas del mundo: 9 médicos por cada 1000 habitantes, lo cual permite la cobertura gratuita del 100% de la población y un sistema sanitario reconocido a escala internacional por su concepción preventiva antes que curativa, el cual involucra sin discriminación, a todos los sectores de la sociedad, eliminando el paroxismo del “sálvese quien pueda” muy característico en los mitos del mercado.

¿Puede un país que día tras día hace realidad aquel estremecedor llamado del líder histórico de la Revolución Cubana “médicos y no bombas” participar, patrocinar o ejercer terrorismo? Ni la inclusión en listas negras, ni medidas, ni bloqueos, ni agresiones, ni guerra mediática podrán silenciar la obra de la Revolución Cubana que continuará su paso triunfal, no sin esfuerzos, no sin una enorme cuota de heroicidad del pueblo cubano que, decidido a no renunciar a la obra de la revolución, defiende orgullosamente la labor de sus médicos por el mundo. Ética revolucionaria, humanismo, solidaridad, fraternidad, internacionalismo, los fundamentos del pensamiento martiano que con la dirección de Fidel se materializaron en el pueblo cubano, y del que un ejemplo sin par es la colaboración médica cubana y la asistencia a los pueblos del mundo.

“Más que médicos, serán celosos guardianes de lo más preciado del ser humano; apóstoles y creadores de un mundo más humano” tal como expresó Fidel Castro (1999). De ello podrán dar fe, los millones de personas en el mundo que han sido beneficiados por la eticidad y el paradigma moral de los galenos cubanos, colaboración médica internacional que permitió no solo salvar vidas en los lugares más inhóspitos y desposeídos del mundo, sino también en grandes ciudades donde la ortodoxia neoliberal privó de asistencia sanitaria a los pueblos.

En palabras del poeta cubano José Lezama Lima (1977): “Lo imposible al actuar sobre lo posible, engendra un potens, que es lo posible en la infinidad. Ahora se ha adquirido esa posibilidad, ese potens por el cubano” (p.838).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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