La sinización del marxismo, las ciencias sociales y la cuestión del modelo propio.
The sinicization of Marxism, social science and the question of the own model.
Lic. Carlos Miguel Pereira Hernández
Licenciado en Relaciones Políticas Internacionales. Embajador de la República de Cuba en la República Popular China pereiracarlos1102@gmail.com 0000-0003-1471-930X
Recibido: 18 de febrero de 2022
Aprobado: 2 de marzo de 2022
RESUMEN El presente análisis se inicia con un llamado de atención a la discusión en torno a la existencia o no de un “marxismo chino”, es decir, a la sinización del marxismo, formulación esta última acuñada en la narrativa oficial y entendida como la adaptación del marxismo a las condiciones y particularidades del país y que cobra vida en la noción de socialismo con características chinas. Lo anterior resulta clave para entender, y hasta para esclarecer, cómo inciden –o pueden incidir –tanto la naturaleza, como las peculiaridades nacionales de cada país, y si ello da lugar a la existencia de modelos propios de construcción socialista. El análisis se centra en el período a partir de 1978 y hasta la fecha, lo que coincide con el inicio y desarrollo del proceso de reformas, considerado por las fuentes chinas como “fuerza motriz” para el perfeccionamiento y el desarrollo del sistema socialista en las condiciones del país asiático. Para ello, se ha considerado imprescindible aportar criterios que permitan establecer, sin ninguna duda, que el modelo vigente en el país asiático –lo que incluye las correcciones introducidas en cada etapa– se mantiene en la ruta hacia el socialismo; también constatar cómo a la narrativa política producida y reproducida por el desarrollo teórico occidental se ha ido contraponiendo otra propiamente autóctona fundamentada en los conceptos que se analizan en el presente trabajo y que reflejan el importante rol de las ciencias sociales y del debate teórico y académico como importante regularidad del proceso socialista chino.
Palabras claves: China, Reforma, Socialismo, Marxismo, Ciencias sociales
ABSTRACT The present analysis begins with a call for attention to the discussion about the existence or not of a “Chinese Marxism”, that is, the sinicization of Marxism, an officially coined formulation within the Chinese narrative and understood as the adaptation of the Marxism to the conditions and particularities of China and which comes to life in the notion of socialism with Chinese characteristics. The above-mentioned element is key to understand, and even to clarify, how both the nature and the national peculiarities of each country have bearing – or might affect – and if that gives rise to the existence of their own models of socialist construction. The analysis focuses on the period from 1978 to the present, which coincides with the beginning and development of the reform process, considered by Chinese sources as a “driving force” for the improvement and development of the socialist system within the Chinese conditions. For this, it has been considered essential to provide criteria that allow establishing, without any doubt, that the current model in the Asian country –which includes the corrections introduced at each stage– remains on the road to socialism; also to verify how the political narrative produced and reproduced by Western theoretical development has been contrasted with another Chinese-own narrative, based on the concepts that are analyzed in this article and that reflect the important role of social sciences and theoretical and academic debate as an important regularity of the Chinese socialist process.
Key words: China, Reform, Socialism, Marxism, Social science
INTRODUCCIÓN
Por razones obvias, China se ha convertido en insoslayable caso de estudio tanto para teóricos liberales, que la consideran una paradoja, como para los marxistas que la identifican como centro del debate actual sobre la vigencia del marxismo y el socialismo. Estudiar y debatir sobre lo sucedido en China en los últimos 40 años se ha convertido en un diálogo entre contendientes situados en las antípodas, y en el que no resulta fácil hallar el análisis objetivo o desprejuiciado enmarcado en los moldes de la Teoría Política tradicional.
La polémica planteada se relaciona tanto con la manera en que el socialismo ha sido concebido (o interpretado) desde sus orígenes, como las propias limitaciones de la ciencia política de origen occidental, cuyas conceptuaciones resultan insuficientes y contradictorias para intentar explicar lo acontecido en ese país en las últimas cuatro décadas.
Por su vasto tamaño y el nivel de desarrollo alcanzado, el gigante asiático ha pasado al primer plano del análisis de la transición global al socialismo, y recibido por ello una atención objetivamente crítica. Se trata de que, por ello mismo y por mérito propio, China se ha convertido en la fuerza fundamental que impulsa el establecimiento de un sistema multipolar de relaciones internacionales y de un nuevo orden económico internacional al propio tiempo que se consolida como líder mundial en la lucha contra la pandemia y para evitar el colapso climático. Es por lo anterior que la consolidación del socialismo en esa nación se hace crucial no solo para China, sino para la humanidad toda.
La praxis reformista de estas más de cuatro décadas últimas refleja tanto la compleja trayectoria que algunos autores advierten como resultado de la peculiar orientación de la cúpula política china, como los que la consideran incomprensible y contradictoria y “sin un rumbo definido” (Gilley, 2003).
La discusión académica sobre los referidos temas se ha centrado, principalmente, tanto en las razones y objetivos de la dirigencia política china para involucrarse en dichos cambios como en el efecto real que las reformas han tenido y tienen sobre la vida política nacional; también en si hay o no confusión entre los “medios” y los “fines” y, desde luego, en las razones que tendrían que darse para formular una hipótesis válida de legitimidad del modelo socialista en desarrollo.
Aunque no pretendemos realizar una valoración exhaustiva de los giros producidos en la teoría y las ciencias sociales chinas en estos años, podemos afirmar, desde el inicio, que al no existir un pensamiento monolítico o al menos totalmente consensuado respecto a los temas, el debate teórico y académico se convirtió en una importante regularidad del proceso, lo que unido a la práctica histórica de su liderazgo político de sintetizar y aprender de errores y fracasos, de explorar, experimentar y luego generalizar de manera gradual las experiencias más exitosas o ajustadas a los propósitos iniciales que se perseguían, otorgaron al proceso chino una peculiar combinación de legitimidad, credibilidad y a la vez previsibilidad.
Partiendo de las referidas premisas, el análisis realizado fue planteado en dos planos fundamentales:
El primero, corroborar sí y cómo, en el avance de la China contemporánea se entrelazan aspectos tan diversos como el uso intensivo de las palancas del mercado sobre el mecanismo económico, el desarrollo de nuevas y diversas formas de gestión y propiedad, y los procesos relacionados con la transición al socialismo que, por su propia naturaleza, han sido y siguen siendo fuente de profundas y diversas controversias a través del tiempo.
El segundo, valorar la importancia y contextualizar las teorías, corrientes de pensamiento y políticas que, surgidas a contrapelo de los intentos hegemónicos occidentales y con orígenes en la propia cultura y tradición chinas, pudieran ser consideradas aportes a la causa del socialismo y a la puesta en práctica de las ideas marxistas en contextos y realidades específicas.1
DESARROLLO
En el transcurso de su desarrollo como formación económico social, el socialismo ha conocido de desaciertos en los más de un intento –inclúyase aquí la experiencia soviética universalizada desde sus inicios como modelo económico socialista único– de modificar la economía y la sociedad heredadas del capitalismo.
A lo anterior se refiere Fernando Martínez Heredia cuando escribe: “las profundas diferencias existentes entre el socialismo elaborado en regiones del mundo desarrollado y el producido en el mundo que fue avasallado por la expansión mundial del capitalismo, han conducido durante el siglo XX a grandes desaciertos teóricos y políticos y a no menos graves desencuentros prácticos”. Esas mismas circunstancias, han determinado que el concepto de socialismo haya sido cargado de sentido desde una amplia gama de orientaciones ideológicas y políticas a lo largo de más de siglo y medio, lo que ha dificultado el trabajo con él desde una perspectiva de ciencia social (Heredia, 2014).
A lo anterior debe agregarse, en una mirada retrospectiva a la teoría de la construcción del socialismo, que los fundadores del marxismo no pretendieron diseñar un esquema de sociedad, por lo que en sus obras solo encontramos las tesis fundamentales del modelo que necesariamente sustituiría al capitalismo todavía en desarrollo. Es por ello que no hay error cuando, coincidiendo con el Che, se afirme que “algunas de las afirmaciones de Marx y Engels nunca fueron sancionadas por la práctica, sobre todo porque el lapso previsto para la gran transformación de la sociedad resultaba corto” (Guevara, 2006).
En sus reflexiones desde los manuscritos de los clásicos, el Che teoriza sobre las peculiaridades del periodo de transición y su significación para la historia del marxismo y su evolución, y arriba a conclusiones muy agudas respecto al daño infligido por el dogmatismo, el monopolio de teorías y la falta de análisis específicos para asumir el socialismo.
En particular, advirtió sobre algo que resulta relevante en el tema que nos ocupa: evitar la ausencia de creatividad en la teoría puesto que ello provocaría inestabilidad y conllevaría a una apología inútil de la existente y a la posposición de cuestionamientos y discusiones sobre problemas fundamentales a debatir en el desarrollo de la nueva sociedad, e incluso a encarar las nuevas tareas con indicaciones preestablecidas.
En igual dirección había apuntado Lenin cuando advirtió tantas veces sobre la importancia de defender el marxismo, su esencia de enseñanza revolucionaria, de liberar su vertiente revolucionaria, de hacer trascender su lado revolucionario como doctrina y su alma revolucionaria; cuando en lugar de sugerirnos dogmas, nos demostró que el marxismo nos revela el carácter científico de su análisis y su función política como “guía para la acción”.
También con su teoría del desarrollo desigual y la del “eslabón más débil” se encargó de ratificar las bases que los clásicos fundadores habían definido sobre el socialismo y enriqueció su estudio, no solo en el orden teórico sino también en el práctico. No resulta ocioso recordar que fue Lenin el que primero se refirió al “periodo de transición o periodo de construcción de la sociedad socialista”, y también a la existencia de una heterogeneidad socioeconómica y de la existencia de las relaciones monetario-mercantiles durante ese periodo.
Los persistentes intentos de los líderes soviéticos para atribuir al modelo implantado en la URSS un carácter exclusivo, hasta el punto de intentar imponerle como “modelo socialista” por antonomasia, desvirtuaron desde el inicio las discusiones sobre las alternativas de funcionamiento del socialismo. Ya tras la muerte de Lenin, la polémica desatada entre la dirección constituida del Partido bolchevique y la llamada oposición de izquierda, contribuyó a la emergencia de diferentes teorías sobre el modelo que debía regir el Socialismo y, en consecuencia, los parámetros para evaluarlo.2
La conocida advertencia de que en el periodo de transición hay dos formaciones económico-sociales en lucha y, por tanto, la interrogante de “quién vence a quién”, resulta medular para el estudio de los problemas relacionados con el socialismo actual y para entender cómo, décadas después, Deng Xiaoping retoma con fuerza la cuestión y señala que la superioridad del socialismo no podía quedarse en la teoría, sino que debía ser demostrada en su capacidad para impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas a una velocidad mayor y a una calidad cualitativamente superior.
Antes de continuar se hacen necesarias algunas precisiones. En primer lugar, y dado que no existe una definición única de socialismo, cualquier análisis sobre el tema debe partir de aceptar que las visiones sobre este son diversas y que en algunos casos pueden ser hasta contrapuestas. Debe agregarse aquí, además, que en la narrativa política china tampoco se ha intentado asumir el socialismo como un concepto específico o un hecho acabado, de ahí que la misma formulación de socialismo con características chinas se considere una teoría en construcción, reflejo a su vez de la búsqueda incesante de una vía propia de desarrollo y, eso sí, en contraposición al “modelo soviético”. Es decir, se trata de una visión propia, china; de un rompimiento con los convencionalismos, sobre la base de una nueva práctica, exploración y renovación del marxismo.3
En segundo lugar, que la construcción socialista en China ha tenido, desde sus inicios, peculiaridades propias que la distinguen de otros procesos. En lugar de proclamar la “dictadura del proletariado” como lo habían hecho antes la URSS y luego otros países de Europa del este, su dirigencia histórica optó por la construcción de un sistema democrático sui generis basado en la alianza entre campesinos, obreros, pequeña burguesía y burguesía nacionalista con el Partido Comunista de China (PCCh), a la que Mao llamó: “una dictadura contra los enemigos de la Revolución y los reaccionarios nacionales y extranjeros…” (Mao, 1969, 430 y 432).4 En el sistema se mantuvo, con peso decisivo, la pequeña y mediana producción mercantil, pues nunca llegaron a suprimirse los negocios privados, sino que se estimuló su permanencia y desarrollo dentro de límites determinados, preservándose al mismo tiempo el control absoluto del Estado sobre los sectores claves como la banca, el comercio exterior y el comercio mayorista.
Así, al concluir la etapa inicial de la construcción socialista, China contaba con una economía mixta integrada por el sector estatal (socialista), el cooperativo (con participación estatal), el privado e individual (artesanos) y el campesino (pequeños agricultores), que priorizaba el desarrollo de las ramas estatales.
En tercer lugar, bajo la impronta de su líder histórico Mao Zedong, el PCCh llamó a observar con cuidado la situación nacional, sus características propias, el grado de desarrollo económico, social, cultural y político y la fase de la construcción del socialismo, que en su caso fue definida, de manera temprana, como la “etapa primaria del socialismo”.5 Por tanto, el modelo del socialismo con características chinas es considerado un proceso en desarrollo en su larga ruta hacia la materialización de la construcción socialista.6
La sinización del marxismo
“El marxismo es el pensamiento guía fundamental en el que se sustentan nuestro partido y nuestro país y que vigoriza al primero y fortalece al segundo. Puesto que no es un dogma, sino una guía para la acción, la teoría marxista ha de desarrollarse al compás de la evaluación práctica, y su arraigo en nuestro país y en la conciencia de la gente solo es posible mediante su sinización y su adaptación a nuestra situación”, refiere la “Resolución del Comité Central del PCCh sobre los importantes éxitos y las experiencias históricas del Partido en su centenaria lucha”, anunciada al cierre de 2021.7
Al describir el proceso de simbiosis histórica, es importante destacar como importante punto de partida, el temprano reclamo de Mao de adaptar el marxismo-leninismo a la realidad concreta china. El término “sinización” del marxismo fue acuñado por primera vez en 1938, cuando en ocasión de reeditarse las “Obras Escogidas de Mao Zedong”, este cambió la frase original de “concreción del marxismo en China” por dicha formulación.
Al respecto, el reconocido académico Li Shenming, exvicepresidente de la Academia de Ciencias Sociales de China y director del Centro de Investigaciones sobre el Socialismo Mundial, afirma que con ese cambio el fundador de la Revolución china dejó clara la misión histórica del PCCh de integrar “la verdad universal del marxismo-leninismo y la situación concreta de China”. Desde su punto de vista, el término “sinización” sería el más correcto, por cuanto los principios básicos del marxismo, o la verdad universal que este encarna pertenecen al mundo, no solo a China, en tanto se tratan de verdades universales. Al respecto, considera que la referencia al “marxismo chino” a menudo lleva implícita la malinterpretación de que la actual guía teórica del PCCh nada tiene que ver con su “viejo antepasado” (el marxismo-leninismo).8
La cuestión del modelo propio adquirió dimensión de política oficial a partir de 1956, cuando en su histórico discurso sobre las “10 Relaciones”, Mao criticó públicamente la copia mecanicista de los modelos foráneos y sentó las bases para los nuevos esfuerzos que desembocarían en la formulación del modelo propio. Dejó claro entonces que el socialismo con características chinas debía ser fruto de una experiencia práctica que buscara la verdad en los hechos.
La inversión histórica planteada por Lenin respecto al papel de los sujetos plurales en la transformación de la nueva sociedad y en particular del campesinado como sujeto histórico revolucionario, unida a otras experiencias prácticas como la Nueva Política Económica (NEP, por sus siglas en ruso), son consideradas por los académicos chinos como presupuestos referenciales y puntos de partida para las conceptuaciones que han dado soporte teórico al proceso de construcción del socialismo en China.9
El estado del arte confirma que la forma de valorar el socialismo con características chinas varía según la comprensión de los diferentes autores sobre el socialismo en sí y el proceso de transición que conduce a su constitución. Hay marxistas que afirman que el proceso iniciado en 1978 ha alterado de manera irreversible las bases del socialismo chino tras asumir que muchas de las medidas adoptadas han quebrado los límites del sistema y han potenciado las fuerzas del mercado y las relaciones sociales capitalistas de producción que le son inherentes, sugiriendo que se encuentra en marcha un proceso de retorno gradual al capitalismo (Petras, 2005 y Díaz, 2013).
Otros más liberales, apegados al “racionalismo burgués”, asumen como válida la tesis de que el gigante asiático y su dirigencia política optaron por un modelo capitalista, aunque en su narrativa politizada, aseguren que las medidas adoptadas no resultan suficientes en el propósito de reimplantar el capitalismo en el país, y se muestren ansiosos ante lo que consideran una supuesta falta de democracia o creciente autoritarismo (Shambaugh, 2008; Ríos, 2012 y Villafañe, 2012).
Unos y otros confluyen en la idea de que en el caso chino concurren conceptos y condiciones históricas, políticas y culturales controversiales según las tesis ya expuestas, de ahí le endilgan la etiqueta de “capitalismo”, mientras encubren en sus reflexiones la intencionalidad de otorgar los éxitos del modelo chino a las acciones “capitalistas” implementadas y no precisamente al nuevo experimento socialista llevado a cabo en los últimos 40 años.
Martin Hart-Landsberg y Paul Burkett afirman, por ejemplo, en la introducción de su libro “China and Socialism” que “las reformas de mercado de China no han llevado a una renovación socialista sino más bien a una renovación capitalista en toda la regla” (Hart-Landsberg y Burkett, 2004), mientras que Thomas I. Palley asegura que China es “una economía de no mercado, con un significativo control estatal, un gran sector público y un sector privado sujeto a una considerable intervención y control estatal” (Palley, 2012).
Marshall Meyer, por su parte, advierte que “habiéndose apropiado del capitalismo occidental y reflejando muchas de sus características superficiales, China plantea hoy un desafío profundo y sin precedentes a ese tipo de capitalismo, que los académicos y responsables de formular políticas gubernamentales están recién comenzando a captar” (Meyer, 2011). Para Lin Wenli y Curtis J. Milhaupt, China “parece mostrarnos una nueva variedad de capitalismo, frecuentemente calificada como “capitalismo de estado”, cuya característica más propia es el rol crucial que juegan en su economía alrededor de 100 grandes empresas estatales controladas por organismos gubernamentales en sectores estratégicos (Li y Milhaupt, 2013).
Por su parte, en su conocido artículo ¿Comunistas chinos?, el español Xulio Ríos llega a cuestionarse la insistencia de los dirigentes chinos en mantener el calificativo de comunista al Partido, lo que en su opinión se trata de una simple coartada política para perpetuar su monopolio sobre el poder. Sin embargo, de manera interesante acepta que, aun si lo pretendiera, China no podría apartarse de su camino socialista, ni sacrificar la hegemonía política del PCCh, pues ambos factores resultan determinantes para prolongar “la legitimidad de un proyecto que hoy deambula por sus antípodas”. Para este autor, al reiterar su compromiso con el socialismo y el marxismo, los líderes chinos han reclamado también el derecho a adaptarlos a sus condiciones nacionales, haciendo prevalecer un criterio de utilidad presente también en la ciencia política contemporánea.10
Homar Garcés, en su análisis “El socialismo con características chinas: ¿socialismo de mercado o restauración capitalista?”, afirma que el “socialismo de mercado chino” no contraviene en apariencia los principios fundamentales del marxismo, pero existen evidencias de crecientes grados de explotación, plusvalía y desigualdad social que lo equiparan con el neoliberalismo capitalista”. Añade además que “el surgimiento de una clase privilegiada, integrada por la alta burocracia del Estado y del PCCh, a la luz de los teóricos clásicos del socialismo, constituiría una desviación de los parámetros revolucionarios tradicionales” (Garcés, 2019).
En una reciente entrevista de Studies on Marxism, la revista de la Academia de Marxismo de China, a Robert Lawrence Kuhn, considerado por la fuente “una de las pocas personas fuera de China que realmente la entiende”, este refiere 11 principios que en su opinión explican el “milagro” del desarrollo chino, entre ellos, la importancia que el PCCh otorga a las opiniones dentro y fuera de este, a la opinión pública en general, a su capacidad para admitir y corregir errores, y a su sistema de liderazgo central combinado con la gestión jerárquica de provincias, ciudades, cantones, municipios y aldeas, así como la prioridad otorgada a la educación, a la capacitación, la supervisión y la evaluación de talentos, y las habilidades organizativas del PCCh, su capacidad para generar planes de desarrollo con visión de largo plazo, metas a mediano plazo y políticas a corto plazo, además de políticas específicas de largo plazo para aquellos temas que requieren de más tiempo de solución o maduración.11
Al llegar aquí puede ya afirmarse que el socialismo con características chinas se desmarca y toma distancia de la visión del socialismo aplicado en la desaparecida Unión Soviética y los países del este europeo. También que el desarrollo de las fuerzas productivas en las condiciones del socialismo con características chinas, juntamente con propiciar la posibilidad misma del socialismo, generó también una clase capitalista que apuesta por la prevalencia, preservación y defensa del capitalismo y, por ende, provoca el inevitable surgimiento de contradicciones antagónicas en el seno de su sociedad.
Así pues, las reformas han hecho el conglomerado social chino mucho más complejo, heterogéneo y volátil, al transitar desde una estructura monolítica, rígida e igualitaria hacia una altamente dinámica y contradictoria en la que se evidencia una marcada profundización de las diferencias sociales, la fracturación de la sociedad en clases sociales y el avance de estratos de naturaleza anti sistémica. Aspectos como la creciente polarización económica y social y la legitimación del interés material como valor supremo inherente a las relaciones mercantiles, suponen para el actual liderazgo chino poderosos y cada vez más complejos desafíos.
No obstante, las reformas adoptadas en el terreno de la economía, que para muchos auguraban una expansión del capitalismo neoliberal en el inmenso territorio chino al facilitarles condiciones ventajosas y más lucrativas a las empresas que allí funcionaran, no derivó en tales resultados al mantener el estado chino el control de los elementos económicos claves.
A su vez, el papel central asumido por el PCCh en toda la línea y a todos los niveles extendió, a grados sin precedentes, los consensos dentro y fuera del propio Partido, que logró tender puentes y evitar mayores divisiones entre las diferentes corrientes o tendencias políticas, entre las regiones costeras y las del interior, entre los sectores económicos y los sociales.
El manejo reciente de la pandemia desatada por la Covid-19, en el que se ponderaron los criterios políticos por encima de los mecanismos habituales del mercado, reveló el cuidadoso manejo que la dirigencia política hizo en este tema, reflejo a su vez del proceso de reforzamiento gradual de las reformas, en particular de sus componentes político y social, lo que ha permitido orientar cuestiones estratégicas como la transformación gradual del modelo de desarrollo vigente, la redistribución de las riquezas, la reducción de la brecha en los ingresos y en el desarrollo regional, el combate contra la pobreza y la promoción de nuevos conceptos como el desarrollo científico, la sociedad socialista armoniosa, la sociedad modestamente acomodada, la economía social y la prosperidad común, entre otros, dirigidos hacia nuevos derroteros.
China: el debate sobre el socialismo chino y el determinismo económico
Para Francisco Fernández Buey, “leen a Marx al revés quienes reducen sus obras a determinismo económico”. En su análisis Marx sin ismos, este autor considera que uno de los grandes aportes a la comprensión de los procesos sociales fue identificar la influencia que ejercen los factores económicos y los modos de producción en las estructuras que asume cada sociedad. Según este autor, no fue Marx quien exaltó el papel esencial de lo económico en el mundo moderno, pues apenas se limitó a tomar nota de lo que estaba ocurriendo bajo sus ojos en el capitalismo del siglo XIX y llamó a rebelarse contra las determinaciones de lo económico (Fernández Buey, 1999).
En rigor, el marxismo no ha estado exento de distorsiones en la interpretación de la idea original, confundiendo a veces “condicionar” con “determinar completamente”, lo que explica que la variante que asumiera con mayor fuerza un determinismo económico, principalmente de influencia soviética, pusiese el foco en la propiedad de los medios de producción como explicación única y definitiva para identificar las características de una sociedad.
En igual sentido nos advierte Eric Hobsbaw, quien en su trabajo Marx y la historia, señala que “el materialismo histórico no es determinismo económico y que no todos los fenómenos no-económicos de la historia pueden derivarse de fenómenos económicos específicos” (Hobsbaw, 1986, 73-81).
Una de las consecuencias más notables del lastre que supone el determinismo económico es la carencia de elementos de análisis para comprender y explicar otros fenómenos culturales, ideológicos y simbólicos que influyen de igual forma en las estructuras sociales y el ejercicio del poder. De ahí que varios pensadores marxistas hayan tratado de saldar esta deuda desde diferentes enfoques teóricos, destacándose entre ellos los conceptos de “sociedad civil” y “hegemonía” del italiano Antonio Gramsci.
Uno de los aspectos que más tiende a confundir a los analistas occidentales sobre China es la existencia de fronteras difusas entre el Estado y la “sociedad civil”, entre lo colectivo y lo individual, temas estos que adquieren en la teoría de Gramsci especial lucidez, en tanto logra sortear la trampa de las separaciones, concluyendo que la construcción del poder (la hegemonía) pasa tanto por el Estado como por las relaciones que se establecen en la sociedad (religión, escuela, tradiciones, sistemas de valores, familia, etc.).
Aplicado al caso chino, especialmente durante las reformas, el análisis de las relaciones sociales, sistemas de valores, símbolos, educación y producciones culturales, sumado a los recursos del Estado, nos ofrece importantes pistas sobre la consolidación del proyecto nacional del gigante asiático y el reforzamiento del liderazgo del PCCh.
A la pregunta sobre los criterios que pudieran permitir determinar si un modelo específico se mantiene o no en la ruta hacia el socialismo, Barry Naughton propone un conjunto de características que deberían darse en una economía socialista, entre las que menciona el suficiente “control socializado” sobre los recursos por parte del Estado (que parte de reconocer el importante papel de la propiedad pública, de la propiedad socializada, de la capacidad regulatoria del Estado y de su capacidad de redistribución de los ingresos); la adhesión a una política que busque resultados diferentes a los generados por un mercado sin intervención alguna (una en la que no imperen de manera ciega las leyes del mercado); un adecuado desarrollo de las fuerzas productivas que beneficie a la población y eleve su calidad de vida, en condiciones de sostenibilidad ambiental; así como la participación central de la población en los procesos de toma de decisiones económicas tanto a nivel macro como micro, es decir, una democracia con fuerte protagonismo de la población (Naughton, 2017).
Samir Amin, por ejemplo, considera que en el periodo de transición hacia el socialismo debería prevalecer el sostenimiento de la propiedad colectiva de la tierra; la construcción de un moderno sistema industrial; el sostenimiento de la propiedad estatal sobre sectores claves de la economía y, sobre todo, en el sector financiero- crediticio; el mantenimiento de criterios de planificación junto a la utilización de las relaciones mercantiles; así como una manera de integración al mercado mundial, en la que se preserve la soberanía económica, se aproveche la transferencia tecnológica y se logre retener una parte importante del excedente (Amin, 2013).
Por supuesto que, en el análisis del modelo de funcionamiento económico socialista, no faltan ni las verdades a medias ni las de Perogrullo como cuando, por ejemplo, se mencionan los diferentes tipos de propiedad sin especificarlos, la gestión aunque sin proposiciones de cómo hacerla, la organización sin proposición alguna y hasta la distribución de la riqueza sin explicar cómo producirla… para concluir que el mejor modelo será aquel que cree las condiciones óptimas para lograr el tránsito hacia un estadio superior de la sociedad a partir de las condiciones de partida (Fernández Estrada, 2011).
También es cierto que hay elementos presentes en los modelos capitalistas, como el peso de las formas de propiedad, los mecanismos de regulación y las fuentes de distribución de la riqueza en tanto son distintos los principios que rigen los sistemas capitalista y socialista. Por ello mismo, a las relaciones sociales de producción, aunque esencialmente responden a las relaciones de propiedad, se le han fijado límites en China, lo que ha evitado la espontaneidad de su funcionamiento que, consecuentemente, no ha impedido la construcción socialista.
El examen de los presupuestos, así como de sus limitaciones y retos, adquiere mayor relevancia cuando lo logrado refleja una importante toma de conciencia y continúa generando en el liderazgo chino importantes consensos respecto a la necesidad de reorientar las reformas hacia nuevos derroteros cuando ello ha sido preciso. En este sentido, cabría señalar que el choque entre visiones extremas sobre el tipo de socialismo a construir en el país, lejos de haberse superado, se ha visto replicado en un amplio universo de contradicciones sociales y hasta ideológicas que subyacen dentro de la sociedad china actual y en su propia superestructura política.
A pesar de lo anterior, ha quedado demostrado que la dirigencia política china no solo ha sabido sacar las debidas lecciones y experiencias de sus tropiezos –lo que ha resultado decisivo a la hora de conceptualizar su propio modelo de socialismo–sino que ha reforzado la certeza de que el potencial socialista no podrá realizarse sin políticas económicas adecuadas y mecanismos de funcionamiento que propicien, en el grado necesario y adecuado, la elevación de la eficiencia y el progreso científico-técnico.
Lo anterior ha sentado pautas en cuanto a la recomposición del complejo entramado de creencias y prácticas asociadas a la construcción socialista sobre la base, en cada etapa, del debate abierto y consecuente de sus postulados, lo que ha permitido la elaboración de propuestas novedosas y singulares. Así, aunque las reformas han afectado por igual al sistema económico y al sistema político, el PCCh ha sabido preservar su rol dirigente y ha garantizado, al propio tiempo, la orientación política de las mismas.
Los éxitos alcanzados en las batallas recientes contra la pandemia y la superación de la pobreza muestran con claridad paralelismos importantes y los resultados reflejan, en ambos casos, la clave común: el liderazgo, las habilidades organizativas y la capacidad movilizadora del PCCh. Se trata esencialmente de que, en el ejercicio del poder, el Partido ha demostrado que su vitalidad depende de su propia capacidad de adaptación, autorregulación y gestión estricta, a lo que se añade el énfasis sistemático, durante el mandato de Xi Jinping, en la necesidad de profundizar constantemente la “auto revolución” dentro del PCCh, aunque sin olvidar su intención original, su misión histórica, el fortalecimiento de sus reglas y procedimientos estandarizados, la constante supervisión del pueblo, la capacidad para adaptarse y centrarse en la solución de problemas prácticos para hacer realidad las metas que se ha propuesto.12
En rigor, el análisis objetivo de los efectos de las reformas sobre la sociedad china demuestran que las mismas han transformado aspectos medulares del funcionamiento económico, político e institucional del país tales como las relaciones de propiedad, el papel del mercado y las relaciones monetario-mercantiles, así como su relación con el gobierno y de este último con la toma de decisiones en materia económica; el tratamiento a la inversión extranjera; la transformación de las funciones gubernamentales (incluyendo la delimitación de funciones Partido-Gobierno, Gobierno-Empresas y asociaciones públicas-privada); la profundización de las reformas en los terrenos agrícola, empresarial, tributario y financiero; las relaciones gobierno central-gobiernos locales; las relaciones campo-ciudad; el perfeccionamiento y ampliación de la democracia socialista, la promoción del Estado de derecho y el principio de gobernar con apego a las leyes; los mecanismos de supervisión y control; la defensa de la cultura y el incremento del poder blando cultural; la canalización de las demandas y preocupaciones de la población; la protección medio-ambiental; la lucha contra la corrupción y el perfeccionamiento de los sistemas de trabajo del PCCh en su papel de fuerza política gobernante.
La práctica de formular planes estratégicos y quinquenales articulados en todas las direcciones, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, ha permitido al PCCh conjugar las diferentes dimensiones de los cambios estructurales en los órdenes económico, político, institucional, social y ambiental, convirtiéndolos en guías para el cumplimiento de su visión como nación. Ello le ha permitido al Partido conducir convenientemente la orientación del desarrollo y hasta resolver los desequilibrios estructurales e institucionales con una visión estratégica y consensuada a mediano y largo plazo, orientar el desarrollo al cumplimiento de la Visión de la Nación (socialista, moderna, próspera, democrática, civilizada, armoniosa y bella), definir y utilizar los ejes estratégicos como pilares y fuerzas motrices de la estrategia de desarrollo e impulsar el desarrollo de los sectores estratégicos y del desarrollo local, así como utilizar la planificación industrial y el capital estatal para obtener economías de escala y ventajas competitivas.
No puede obviarse que el término “democracia” en el caso chino adquiere un significado más amplio y diferente del que se le confiere en el macro mundo occidental. Se trata de democracia en todo el proceso y no solo electoral: el diseño, concepción y funcionamiento del sistema de consultas políticas y de cooperación multipartidista dirigido por el PCCh demuestra que su democracia es más fuerte y concreta que la de muchos países occidentales que se auto presentan como sus paladines. El PCCh no solo demuestra que representa a la gran mayoría del pueblo, sino que por ello mismo se siente responsable de aconsejarse y asesorarse con los mejores y más brillantes de la sociedad china, sean o no miembros del PCCh.
Entender cómo funciona la democracia china presupone imprescindible adentrarse en el funcionamiento de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo chino (CCPPCh), que se ha venido consolidando a lo largo del tiempo en el ejercicio de la cooperación inter partidista y las consultas políticas bajo la dirección del PCCh. Sus miembros son en su mayoría expertos de primer nivel en sus respectivos campos, los cuales son escuchados y sus investigaciones y propuestas tenidas en cuenta.
El reajuste oportuno del sistema de Asambleas Populares y su creciente papel en defensa y promoción del Estado de derecho y de la institucionalidad, el perfeccionamiento del sistema de consultas y supervisión democrática, la ampliación de los canales de expresión de la opinión del pueblo y el perfeccionamiento de la cooperación multipartidista, los procesos de descentralización administrativa, el otorgamiento de mayores derechos de autonomía a favor de las regiones y localidades, el desarrollo de experimentos puntuales para el fomento de la democracia a nivel local, el reconocimiento de la propiedad privada y el ingreso de los empresarios privados al PCCh como vía para ampliar su base social,13 constituyen expresiones del gradual y sistemático proceso de institucionalización que se considera decisivo en la aspiración de China de convertirse en un país socialista moderno.14
La capacidad de liderazgo del PCCh se evidencia cuando, luego de la decisión de fundir la dirección política (del PCCh) y administrativa a nivel de algunas localidades e instituciones del país y a nivel de las empresas estatales más importantes, que fuera aplicada primero de manera experimental con el objetivo manifiesto de reforzar el liderazgo del Partido como fuerza dirigente de la sociedad y garantizar una instrumentación más homogénea de las reformas, fue luego revisada para separar nuevamente los máximos cargos partidistas y administrativos, bajo la política de reducir los aparatos gubernamentales y partidistas a nivel regional; sin embargo, se mantuvo vigente a nivel de las entidades gubernamentales y grandes grupos empresariales, donde el máximo directivo o titular administrativo es a su vez el secretario del comité local o de base del PCCh. En rigor, tales formas y modos de hacer han convertido al Partido no solo en rector sino además en gestor de la obra socialista a todos los niveles.
En términos políticos, el PCCh ha demostrado capacidad para implementar, de manera rápida y con éxito, políticas claves y estrategias seguras que requieren de compromiso a largo plazo. En la “nueva era”, como suelen referirse las fuentes chinas al período iniciado en el 2012, el Partido ha continuado enfrentándose con éxito a nuevos e importantes desafíos como continuar promoviendo las reformas, transformando el sistema económico, guiando el desarrollo y la transformación social, mejorando la transparencia y estableciendo nuevos mecanismos de autocorrección.
Lo anterior es importante y vale la pena subrayarlo porque con frecuencia se trata de reducir la democracia y la política a la acción de las fracciones parlamentarias, los partidos, la prensa escrita y no escrita y en general, a cualquier acción que se realice en los marcos de la “democracia “representativa”. Sobre eso nos llama la atención Gramsci al recordarnos que la política es “el arte de gobernar a los hombres, de procurarse su consenso permanente y por consiguiente el arte de fundar los grandes estados” (Acanda, 2002).
Queda así desmitificado el concepto de sociedad civil del pensamiento liberal burgués, que lo asume como algo independiente y contrapuesto al Estado en esencia, abandonando una herramienta de análisis de gran utilidad para comprender cómo los espacios supuestamente privados del individuo son en realidad un campo de batalla para la construcción de la hegemonía, la creación de consensos y la consolidación del poder. Que en el llamado Occidente aparenten ser menos claras las interrelaciones, que el aligeramiento del Estado burgués en su etapa neoliberal haya trasvasado funciones a la sociedad civil y que se haya convertido en religión oficial el endiosamiento del individuo y el rechazo a lo colectivo, no quiere decir que sus escuelas, producciones culturales y medios de comunicación funcionen como algo distinto a cajas de resonancia del poder y la dominación.
Similar análisis merece la cuestión de la legitimidad del sistema político que en el contexto chino no aparece asociada al juego electoral, sino a otros importantes factores de tipo histórico, institucionales, políticos y económicos. Las elecciones en China no serían más legitimadoras que las reformas que, sometiendo a examen constante al sistema político chino, le agrega un sistema de consultas populares institucionalizado, en el que se identifica y unifica, por un lado, la voluntad popular, y por el otro, la profesionalidad del Estado, garantizada además por el sistema meritocrático que selecciona a los más capaces y preparados.
También incide y determina en la democracia china la capacidad del PCCh de canalizar desde su posición de poder el legado de 5 000 años de civilización y cultura a favor de un proyecto nacional de liberación, rejuvenecimiento y desarrollo, que deviene a su vez en una de las claves que explican su éxito en la conducción de las reformas, su resiliencia para amortiguar el malestar social de determinadas medidas y su eficacia en mantener la hegemonía y el respaldo mayoritario en la conducción de los destinos del país.
El análisis indica que es posible establecer, por tanto, que el sistema político chino, bajo el liderazgo del PCCh, ha logrado incorporar un mecanismo de retroalimentación efectivo, que además de impulsar la innovación, incentiva la mejora y el monitoreo en tiempo real de los resultados y ayuda a identificar errores y corregirlos de manera oportuna. La presencia de varios partidos complementarios y los diversos mecanismos de contra balances vigentes como parte del sistema de cooperación multipartidista, funcionan como evaluación permanente del funcionamiento del PCCh dirigente y como recurso de captación de «sugerencias» para la toma de decisiones mediante muy diversas propuestas. De hecho, esta suerte de plataforma opera como recurso consultivo, dirección colectiva y acceso de la membresía de los otros partidos o personas sin afiliación partidista a diversos cargos de dirección, con independencia de que en las instituciones estatales y privadas haya un representante profesional del PCCh.
También se hace, como parte del proceso democrático, amplio uso de encuestas científicas para captar y comprender lo que piensa y preocupa a la gente común. Así, sin necesidad de elecciones de tipo occidental, se garantiza la retroalimentación manipulada propia de las sociedades “occidentales”.
No puede obviarse que, como parte de los procesos de designación de funcionarios públicos y cuadros partidistas, los mismos están obligados a escuchar y considerar los comentarios y recomendaciones de sus colegas, subordinados y superiores. Tampoco que al formularse una nueva política las encuestas científicas evalúan y sondean las opiniones y actitudes de la población a las que esta afectará, es decir, la capacidad de asimilación de la misma.
A lo anterior debe agregarse que no resulta aventurado incorporar la idea de que el actual liderazgo chino parece cada vez más decidido a aceptar lo que algunos autores denominan “un daño económico considerable” con tal de lograr objetivos no económicos, que en los medios chinos son destacados como pasos necesarios para detener las “tendencias antisociales” y poner freno a “los excesos capitalistas”. Resulta obvio que el país ha ganado mucho en términos de desarrollo y crecimiento económico, pero también que ha perdido mucho en términos de filosofía y valores. El consumismo, por ejemplo, ha pasado a ser, como en las sociedades occidentales, parte importante de su modus operandi, y con el mismo el culto al dinero, al individualismo, a la mentalidad frívola, apática y desinteresada.
Según la investigadora mexicana Flora Bottom, la llamada “clase media” china ha asumido hábitos parecidos a los de la clase media de cualquier otro país de economía emergente, es decir, se muestra ostentosa, competitiva, envía a sus hijos a escuelas particulares, adquiere propiedades inmobiliarias de lujo, viaja con frecuencia al extranjero y sobre todas las cosas, es altamente consumista (Bottom, 2008).
Lejos de tratar de ocultar las referidas realidades adversas, el gobierno del PCCh se ha mostrado cada vez más consciente y decidido a encararlas con el propósito de mantener su legitimación y, con ella, las riendas del poder político. Debe considerarse que en China existe una fuerte resistencia ante el empuje de estos factores, sobre todo en las universidades donde incluso un importante sector de su juventud ha ido obligando al gobierno a introducir ajustes importantes, alejando el modelo educativo, cada vez más, de los modelos profundamente competitivos de la enseñanza occidental, y tratando de recuperar los propios.
Ya en cuanto a los rasgos del modelo propio chino, Cheng Enfu, expresidente de la Academia de Marxismo de China, miembro honorario de la Academia de Ciencias Sociales del mismo país y Ding Xiaoqin, director del Centro para la Economía Política con características chinas, presentan un trabajo titulado “A Theory of China´s Miracle” que resulta relevante para el presente análisis en tanto compendia lo que debe representar el socialismo.
Y para los autores, el socialismo requiere como elemento base un nivel de desarrollo material y tecnológico capaz de propiciar la protección del medio ambiente y la promoción de la sociedad, de mejorar el nivel de satisfacción de las necesidades de la población, de avanzar en la distribución de la riqueza luchando contra la explotación y la polarización y cerrando la brecha de los ingresos, continuando el crecimiento productivo y la productividad; garantizar la prioridad de la propiedad pública en el sistema de propiedad vigente; reforzar el principio del mercado dirigido por el Estado; garantizar el rápido desarrollo con alto rendimiento y balanceado; y garantizar la apertura al exterior con cada vez mayor soberanía económica, justicia y equidad social.
Como datos adicionales habría que agregar que China ha sido pionera en el desarrollo de pequeñas y microempresas, la popularización de la educación, la reubicación de aldeas enteras, la compensación ecológica15 y la seguridad social, todo lo que se ha llevado a cabo de manera transversal, aunque según las características y las necesidades de cada zona o región del país, en una estrategia afirmativa de arriba hacia abajo.
La cultura china nunca se ha basado en verdades absolutas o principios inmutables. Incluso el propio concepto de preservar la armonía, según la concepción china, no implica tener que discernir entre lo bueno o lo malo, sino entre lo conveniente y lo necesario por el bien mayor, cuya decisión siempre ha recaído en las instituciones de gobierno, en el pasado representado en su gobierno de eruditos. Seguramente por ello el conocimiento sea una noción que le pertenece a todos y las personas deben compartirlo sin necesidad de que se les premie ni se les recompense por ello.
Lo alcanzado por China en los referidos ámbitos, muestra avances indiscutibles, aunque también importantes metas aún por conquistar. En materia de reducción de la pobreza son conocidos los grandes resultados alcanzados al proclamarse el pasado año la erradicación total de la pobreza extrema, incluso 10 años antes de lo previsto en la Agenda de Desarrollo Sostenible. También el mejoramiento de su ubicación en el Índice de Desarrollo Humano, transitando de un nivel bajo a uno alto entre 1988 y 2015. Sin embargo, en materia de distribución del ingreso, las desigualdades se mantuvieron, aunque registrando niveles inferiores año tras año. En el 2016, el coeficiente GINI fue de 0.465, inferior al 0.491 registrado en el 2008 (Naughton, 2017:14-19).16
Al cierre del 2021, según cifras de la Organización Mundial del Comercio (OMC), la tasa de dependencia de su comercio exterior (en particular de sus exportaciones) se redujo del 64 % al 31,5 %, tendencia esta que deberá consolidarse en los próximos años en la misma medida que continúe aumentando el segmento de ingresos medios de su población. Según se estima para el 2035, la llamada clase media china sumará 800 millones, lo que permitirá que la tasa continúe reduciéndose hasta un 25 %.
Para lo anterior será necesario continuar generando condiciones más inclusivas para que las personas obtengan una mejor educación y mejoren sus capacidades de desarrollo; también configurar un entorno de desarrollo que brinde oportunidades para que más personas mejoren su nivel de vida. En otras palabras, continuar enfatizando en las prioridades esenciales como la promoción de un desarrollo de alta calidad, la elevación de los ingresos de los residentes urbanos y rurales, la reducción de la brecha en la distribución de los ingresos y la prevención de la polarización de la riqueza más allá de determinados límites.
Las teorías y pensamientos que tributan al socialismo con características chinas, incluyendo las más recientes orientadas a la culminación de la modernización socialista y la gran revitalización de la nación china en las nuevas condiciones históricas, sobre la base de la construcción integral de la “sociedad modestamente acomodada” y del reforzamiento de la institucionalidad, la legalidad y el Estado de derecho socialista, reflejan cuando menos una ruta crítica para la conversión final de China en un país socialista moderno, próspero, democrático, civilizado y armonioso, para mediados del presente siglo.
El importante papel de las ciencias sociales en la construcción socialista china
La propia evolución del proceso de construcción socialista en China bajo la conducción del PCCh, en particular durante el período reformista, ha estado acompañado de un fuerte impulso del desarrollo del marxismo y de las ciencias sociales en general, como premisa básica para la construcción de un modelo propio de socialismo ajustado a las peculiaridades y condiciones nacionales.
La capacidad de elaboración teórica desarrollada por el PCCh y el papel otorgado a las ciencias sociales ha sido uno de los rasgos distintivos del proceso chino. Cada generación política ha hecho su propia contribución a lo que se ha dado en llamar el “sistema teórico del socialismo con características chinas”, lo que ha permitido sintetizar las principales experiencias de cada etapa del proceso, con especial énfasis en los nuevos conceptos y teorías surgidas al calor de las reformas, sin excluir las doctrinas precedentes, integrándolas en un cuerpo único con el objetivo estratégico de adaptar el pensamiento teórico del PCCh a las nuevas realidades y manejar adecuadamente las contradicciones y problemas surgidos en cada momento, preservando al mismo tiempo la continuidad y la orientación socialista del proceso.
Resulta particularmente importante conocer al respecto la apreciación de Li Cheng, director del Centro de Estudios Chinos John L. Thornton, del Instituto Brookings, sobre las “cuatro integralidades” que caracterizan el proceso de construcción socialista en su actual etapa, las que surgen justo en el momento en que China presta una mayor atención a la mejora de la gobernanza tras consumar el “milagro económico” y la justicia social se convierte en meta importante y el “Estado de derecho” adquiere relevancia. Para Li, la “sociedad modestamente acomodada” es un sueño compartido para las grandes mayorías, mientras que la profundización de la reforma económica es la aspiración de los empresarios chinos, sobre todo, los empresarios privados”.
Bajo Xi Jinping, la tradicional definición marxista sobre la contradicción fundamental del sistema socialista referida a la satisfacción de las necesidades crecientes de la población, fue reformulada como la contradicción entre la creciente demanda de una mejor vida del pueblo y el desarrollo desequilibrado e insuficiente (Xi, 2017). En este sentido, la actual orientación del desarrollo y los énfasis a favor de la prosperidad común parecen dirigidos a resolver esa contradicción fundamental. Al enfatizar en la “prosperidad común”, un reciente comentario publicado en un importante medio digital, China.org, llamaba a no confundir dicho término con el de igualitarismo. Señaló que en las condiciones de China implica una “abundancia compartida por todos”, tanto en términos materiales como culturales, pero no equivale a igualitarismo.17
Al consagrar la teoría de Deng Xiaoping como guía teórica junto al marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Zedong, en el XV Congreso del PCCh en 1997, esta fue presentada como un nuevo desarrollo del marxismo en las condiciones de China sobre la base de cuatro argumentos básicos: primero, porque encarnaba los principios de “emancipar el pensamiento” y “buscar la verdad en los hechos”; segundo, porque reflejaba la teoría y la práctica del socialismo científico y exponía su esencia; tercero porque lograba explicar de manera correcta y desde una perspectiva marxista la situación internacional en su conjunto, es decir el éxito o fracaso de otros países socialistas, las ganancias o pérdidas de los países más pobres en la búsqueda de las vías para su desarrollo, las tendencias del desarrollo, así como las contradicciones entre los países más avanzados; y cuarto, por constituir una nueva teoría científica guía para la construcción del socialismo chino en nuevas condiciones históricas, es decir, con la paz y el desarrollo como tendencias globales prevalecientes, el proceso de reformas y apertura en pleno apogeo y la síntesis de las experiencias históricas del socialismo tanto en China como en el mundo.
En este sentido, los teóricos chinos no solo han tratado de afincarse en la dialéctica marxista, y sobre todo leninista, sino que han buscado extenderla de manera axiológica al terreno de la política, sobre la base de ensamblar pensamiento y acción práctica en nuevas ideas, propuestas y comportamiento altamente renovadores. A medida que las reformas se profundizaron y ampliaron a nuevos ámbitos, se priorizó la creación y el perfeccionamiento de las instituciones políticas, económicas, sociales, de masas, estatales y jurídicas de la sociedad, con el objetivo de ampliar la participación activa de todos los ciudadanos en la vida política e incorporar, a su vez, nuevos mecanismos de debate, consulta política y generación de consensos, que terminarían por otorgar mayor rigor y legitimidad al proceso de toma de decisiones, reduciendo su opacidad y mejorando el control del PCCh sobre el funcionamiento de la sociedad en su conjunto.
Los reajustes más significativos se centran fundamentalmente en los aspectos económico, institucional, normativo y funcional, pues a nivel ideológico, las transformaciones implementadas han estado encaminadas a reforzar los límites político-ideológicos del sistema, en particular, la preservación de la posición dirigente del PCCh como el marco para la realización de los cambios políticos y económicos, refrendado por la Constitución y demás leyes del país, convirtiéndole en premisa inamovible. En ese proceso, sin embargo, no se ha escatimado en adaptar instituciones y conceptos occidentales a la peculiar realidad histórica y cultural china.
Partiendo de esa filosofía política, tanto la dirigencia política como teóricos y académicos han tratado de aprehender la realidad sobre la base de principios teóricos generales referidos al ser humano y la dinámica social que establecen las clases sociales y las instituciones políticas, propugnando un modo concreto de explicar el desarrollo de la sociedad y de la política, en especial a partir de lo deseable o el deber ser, mediante la elaboración de conceptuaciones y categorías propias, ajustadas a sus peculiaridades históricas y nacionales, lo que explica que muchas de las políticas implementadas a lo largo del tiempo, en particular durante el período reformista, no hayan sido enunciadas de manera explícita desde un inicio, sino que se llegase a ellas como resultado de los propios reajustes introducidos, con profundo sentido de pragmatismo, de experimentación y de riesgo calculado.18
Conceptos como el de apertura y modernización sugieren por sí mismos la autopercepción que tenían de sí mismos. En el caso chino, por ejemplo, el Rule of law (Fa zhi), traducido indistintamente como Estado de derecho o como imperio de la ley, ha sido enfocado a la búsqueda de transparencia, al control político y a la reglamentación legislativa del gobierno y de la administración pública en general y solo con el paso del tiempo, comenzó a enfatizarse en su carácter socialista y sus diferencias del tradicional referente capitalista
Desde el inicio mismo de la reforma, los académicos e investigadores chinos han tenido una participación decisiva en ese proceso de diseño de las nuevas políticas, de sus propuestas de ajustes, así como de sus postulados teóricos, desde más de un centenar de importantes centros de investigación, universidades o medios de prensa especializados, los cuales abarcan más de 260 disciplinas y subdisciplinas, en las que priman hoy los enfoques multidisciplinarios, transdisciplinarios e interdisciplinarios. Dichas instituciones se han ido convirtiendo en verdaderos tanques pensantes asociados a la toma de decisiones del PCCh y el Gobierno. Algunos incluso han fungido o fungen como asesores y miembros de grupos y comisiones de trabajo gubernamentales o partidistas, aportando sus experiencias, apreciaciones y conceptualizaciones a los procesos de diseño e instrumentación de las nuevas políticas. En este sentido, su papel ha sido determinante en el logro de un consenso nacional respecto a la necesidad de las reformas y los cambios, y sobre todo a la hora de acomodar los diferentes intereses surgidos en el país al calor de las reformas.
Un importante paso en los esfuerzos antes descrito fue la decisión de unificar, en marzo de 2018, la Escuela Central del PCCh y la Academia de Gobernanza, en el contexto de la reforma institucional a nivel de PCCh y del Estado y resultado a su vez del XIX Congreso del PCCh celebrado en 2017. Su objetivo no es otro que el de materializar la consolidación del liderazgo del PCCh, definido en los estatutos del PCCh y en el preámbulo de la Constitución desde el 2018, como rasgo esencial que define al socialismo con características chinas.19
Sin embargo, aun cuando lo logrado hasta ahora representa una importante toma de conciencia respecto a la necesidad de continuar promoviendo el desarrollo independiente de las ciencias sociales como soporte teórico esencial para continuar reorientando la reforma hacia nuevos derroteros, al propio tiempo abre también un compás de espera respecto al alcance y contenido del debate académico en el que, además de los exponentes marxistas más consecuentes, se han abierto paso también partidarios del neoliberalismo, de la socialdemocracia, y de la reducción del papel del Estado, quienes abogan por reencauzar el esfuerzo reformista hacia el desmontaje del socialismo y sus instituciones más consecuentes.
Al interior del propio debate académico, los choques entre una y otra corriente de opinión constituyen también un reflejo inmediato de las contradicciones sociales y hasta ideológicas que subyacen dentro de la sociedad china actual y de su propia superestructura política. Ese debate puede verse también al interior del gobierno en diferentes ministerios. Lo que sí está claro es la importancia de las ciencias sociales y el rol de esta, que se ha puesto de manifiesto a partir de los académicos de la Academia de Ciencias Sociales. La transformación de la realidad y la creación de nuevas relaciones sociales de producción es un proceso consciente a partir de la percepción y los diferentes enfoques desde las ciencias sociales. Estas nuevas relaciones presuponen la participación activa y consciente del sujeto. Al mismo tiempo las relaciones creadas y desarrolladas por los sujetos lo trascienden, lo que destaca la base científica del proceso.
Asimismo, el marcado interés en soslayar el obvio impacto que las transformaciones socio-económicas han tenido y tienen en el perfeccionamiento y actualización del sistema político vigente ha conducido a algunos autores a no reconocer los avances del país como resultado de las reformas por ser estos cambios incrementales y difíciles de seguir y no transformaciones espectaculares y abruptas ni dirigidas a alterar las bases del sistema político, sino a fortalecer el sistema y no a reemplazarlo.
CONCLUSIONES
Llegados aquí es posible afirmar que los factores Estado, Economía y Sociedad en el caso de estudio que nos ocupa se encuentran en estados diferenciados en la transición socialista y están constituidos por: un Estado gobernado por un Partido Comunista, una Sociedad de signo socialista y una Economía nacida, definida y conceptualizada en un concepto surgido desde la teoría política y económica china, en la que el ser humano es el centro de todo y reflejado en las diversas estrategias, es decir, la sociedad modestamente acomodada, la reducción de la pobreza, etc.
Al aceptar como válido que el modelo que un país socialista decide adoptar en un momento histórico concreto no es inamovible en el tiempo y que puede ser objeto de revisiones y experimentar los cambios que las circunstancias impongan y aconsejen dentro de los límites del sistema político vigente, y que las revisiones-reformas se han convertido en “fuerza motriz” del desarrollo del socialismo con características chinas, cualquier análisis desde una perspectiva económica o política, debería tomar en cuenta también la evaluación de la eficacia del modelo implementado para satisfacer los objetivos propuestos y no tanto ni únicamente su crítica a partir de “moldes” preestablecidos sobre la naturaleza del socialismo ni en su comparación con modelos capitalistas que no constituyen el propósito ni el objetivo de las mismas.
Los criterios aportados en el presente análisis permiten establecer que el modelo vigente en China, incluyendo las correcciones introducidas en cada etapa, se mantiene en la ruta hacia el socialismo. Resulta importante constatar cómo, frente a la narrativa política producida y reproducida por el desarrollo teórico occidental, se ha ido contraponiendo otra propiamente china, fundamentada en los conceptos que se analizan en el presente el texto y que reflejan el importante rol de las ciencias sociales y del debate teórico y académico como peculiar regularidad del proceso socialista chino.
A tenor de lo anterior, es posible afirmar que este quehacer teórico ha sido de tipo axiológico, no ha procurado elaboraciones teóricas a la usanza occidental, es decir, con el pretendido propósito de imponer su universalidad, sino más bien de reflejar su propia especificidad. Ello permite afirmar que las reformas en China han estado inspiradas más que en una teoría en una axiología, en la que ha prevalecido una concepción filosófica y política expresada en diversas formas y modos, pero cuyo objetivo central ha sido el de elaborar conceptos, definiciones y modos de hacer propios sobre la esencia de la política para proyectar su actuar como sujeto político.
El énfasis en los últimos años en la necesidad de transformar el modelo de desarrollo, convertido en premisa básica de los últimos dos planes quinquenales (los números XIII y XIV), confirma el importante papel que continúa jugando la construcción de consensos al interior de toda la sociedad y del país en general.20 En términos políticos, la emergencia de un determinado balance en la instrumentación de las reformas se ha ido convirtiendo, por tanto, en una suerte de termómetro esencial para medir hacia dónde se inclinan los resultados.
El cambio de orientación política de las reformas con marcado carácter social, asumido como estrategia central a partir del mandato de Xi Jinping, si bien tuvo su génesis en los años precedentes bajo la Cuarta Generación de líderes encabezada por Hu Jintao –que aportó enfoques y conceptos claves como el científico del desarrollo y la construcción de una sociedad armoniosa– supuso un escenario más favorable para las fuerzas partidarias del socialismo en China, aunque ratifique al mismo tiempo la complejidad y los nuevos desafíos que tiene por delante. He ahí la importancia de seguir muy cercanamente su evolución.
El proceso de ajuste ha tomado tiempo y ha debido superar no pocas dificultades. El protagonismo ganado por los partidarios de la actual dirección convive a su vez con las preocupaciones de quienes temen que las nuevas medidas encaminadas a detener la corrupción, redistribuir las riquezas y alcanzar un desarrollo más armónico y equilibrado, terminen desacelerando más allá de ciertos límites el crecimiento económico, lo que daría al traste con el ímpetu reformista. El período que resta hasta la celebración del próximo Congreso del PCCh en el segundo semestre del presente año resulta crucial para definir la capacidad actual de la dirección de consolidar esta línea y garantizar su vigencia.
Los estudios contemporáneos sobre China nos sumergen en debates profundos sobre los principios que definen la legitimidad del socialismo chino o nos compulsan a tratar de leer erróneamente la voluntad de la cúpula china, así como a intentar predecir de forma más detallada el futuro del PCCh y del socialismo con características chinas; sin embargo, tan importante como ello resulta, a nuestro entender, la posibilidad de contribuir a una revisión crítica de conceptos y teorías asociadas a cuestiones medulares de la construcción socialista china y su posible carácter universal para el análisis y su contrastación con las realidades heterodoxas o controversiales vinculadas al Sur político.
El presente análisis aporta criterios y datos que permiten establecer que el modelo de socialismo con características chinas, incluyendo las correcciones introducidas en cada etapa, se mantiene en la ruta hacia el socialismo, y que más allá de visiones contrapropuestas, el proceso de adaptación del marxismo a las condiciones nacionales (idiosincrasia, cultura) de China no solo ha dado lugar a nuevos conceptos, contenidos, métodos y criterios de medida, sino también a una nueva narrativa política propiamente china, que las fuentes autóctonas denominan como “sinización” del marxismo o marxismo con características chinas.
Desde el punto de vista metodológico y operacional, muchos de los conceptos y categorías analizadas, que tienen su propia base epistemológica, requieren ser contextualizadas y evaluadas atendiendo a las especificidades del caso chino, aunque también para considerar su pertinencia más allá de China. Tal es una tarea pendiente del marxismo contemporáneo.
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Zedong, M. (1969). Sobre la dictadura democrático popular. En Obras Escogidas de Mao Zedong, (tomo IV). Beijing: Ediciones en lenguas extranjeras.
1 A fines de 2012, en un intento por desafiar la teoría occidental, la revista Study Times, asociada a la Escuela Central del Partido Comunista chino, publicó un artículo afirmando que tanto “el milagro de China, la caída de China, como el más neutral modelo de China, reflejan los cambios en la apreciación que Occidente tiene de China”. El término “modelo chino” como tal es atribuido al economista norteamericano Joshua Cooper Reno, quien en un estudio publicado en mayo del 2004 por el Centro de Estudios de Política Exterior del Reino Unido, titulado “El Consenso de Beijing”, aseguró que China había encontrado, de manera independiente y por su propia cuenta y práctica, un modelo de desarrollo apropiado a su propia realidad, lo que desató una fuerte polémica en torno a la “confrontación de los modelos”. Más sobre el tema puede encontrarse en: Fanjul, E., 2011, El “Consenso de Beijing”: universalidad y particularidad del modelo chino, La Nueva Geografía de la Internacionalización, 47(859), marzo-abril de 2011.
2 La aplicación del concepto de modelo económico a las economías socialistas tomó auge en países como Polonia y otros de Europa del Este a partir de los debates sobre el funcionamiento de la economía socialista en el decenio 1950-1960 que, unido a los diversos intentos de reforma de la época, desataron enconadas polémicas y sus promotores execrados y acusados de intentar restaurar el capitalismo en las entonces democracias populares del este europeo. Refiriéndose a sus resultados, Julio A. Díaz Vázquez afirma que ni el “modelo socialista clásico” gestado en la URSS, ni las variantes instrumentadas en el centro y este europeo, incluyendo las experiencias yugoslavas de autogestión, resultaron ser efectivos en autocorregirse desde dentro, de ahí su colapso y desaparición (Vázquez, 2002).
3 Lo anterior explica los derroteros propios y altamente pragmáticos del socialismo chino y la incorporación activa a su quehacer teórico-práctico de conceptos y experiencias concretas desarrolladas tanto en países socialistas como capitalistas, incluyendo los desarrollados y los llamados tigres asiáticos.
4 En la teoría, la diferencia entre Marx y Lenin en la concepción sobre la revolución socialista en relación a la clase dirigente, Marx planteaba solo una revolución dirigida por los obreros, en cambio Lenin abordaba el tema desde la Alianza obrero-campesino, por lo que, sin dudas, en su formulación Mao se adhiere más al principio de Lenin, más allá de las diferencias que se dieron posteriormente con Stalin y sucesores.
5 Es decir, una fase específica que debía recorrer forzosamente un país como China en la que la construcción del socialismo se realizaba en condiciones de un nivel relativamente atrasado de sus fuerzas productivas y de una economía mercantil poco desarrollada. Dicha formulación, como se sabe, difiere del llamado “período de tránsito”, durante el cual no se ha establecido aún la base económica socialista, y también de la etapa que comienza una vez alcanzada la modernización socialista.
6 Según las fuentes chinas, ello encierra dos significados básicos: primero, que China es ya una sociedad socialista que debe persistir y de ningún modo apartarse del socialismo; segundo, que el país se encuentra en una etapa poco desarrollada, en la que debe concentrar todos sus esfuerzos en lograr un desarrollo consecuente de sus fuerzas productivas a partir de la industrialización, la promoción de las relaciones mercantiles, la socialización y la modernización de su economía. En resumen, una etapa que durará todo el tiempo que el país necesite para realizar las metas de su programa de modernización socialista.
7 Disponible en: http://ve.chineseeembassy.org/esp/sgxx/202111/tx20211118.10449676.html
8 Resumen de la presentación de Li Shenming en el XII Foro del Socialismo Mundial, celebrado vía online el 22 de diciembre del 2021. En su discurso, Li defendió la vigencia del marxismo en China y a nivel global como guía no solo en el campo de la ideología sino también en el ámbito económico. Insistió en la certeza del proceso de “sinización” del marxismo sobre la base de combinar las verdades universales del marxismo con la realidad concreta de China, por lo que no se trata de un “Marxismo chino” distinto o divorciado del marxismo real.
9 En su libro “Deng Xiaoping y la transformación de China”, Ezra Vogel destaca que durante su estancia en la URSS por espacio de poco más de un año, Deng conoció de cerca los esfuerzos que se llevaban a cabo en el primer país socialista para alcanzar la modernización, en especial la NEP instrumentada bajo Lenin y “la idea de desarrollar una economía de mercado bajo el liderazgo del Partido Comunista”, experiencia que trató de aplicar primero entre 1949 y 1952, cuando estuvo a cargo del Comité Regional del PCCh en el sureste de China y luego, a partir de 1978, como parte de la reforma y la apertura al exterior.
10 Ver también, de Romer Cornejo (1987), “Sobre los límites de la reforma política en China”, publicado en la Revista Estudios de Asia y África, XXII (3), 13 de mayo de 1987.
11 Se refiere al artículo “Los logros centenarios y la experiencia histórica del PCCh”, publicado en la revista Studies on Marxism, resultado de la entrevista a Robert Lawrence Kuhn, conocido sinólogo estadounidense, autor de la biografía a Jiang Zemin titulada “The Man who changed China: La vida y el legado de Jiang Zemin”, publicada en el 2005, primera de un líder chino vivo publicada dentro de China. Ver “Los logros centenarios y la experiencia histórica del PCCh” en Studies on Marxism, Academia de Marxismo, adscrita a la Academia de Ciencias Sociales de China, 2021/11 (010-55604027), pp.5-13 (Disponible en chino, traducido por el Autor)
12 Lo que ha resultado importante al demostrar que el PCCh no ha escatimado esfuerzos ni opciones para legitimar su papel, aunque sin imponer la conducta a seguir o dirigir por encima de la estructura estatal, lo que reduciría su base de apoyo e incluso pudiera colocarle al margen del proceso mismo.
13 Considerada en su momento la medida más radical de reforma política. Según datos obtenidos en intercambios con funcionarios partidistas chinos, el 40 % de los propietarios de empresas privadas y un 30 % de los llamados nuevos ricos o millonarios militan en el PCCh. Sin embargo, aun cuando este sector que ya supera el medio millón, con fortunas superiores al millón de dólares, está conectado de una manera u otra con el Estado y sus instituciones, ni ejerce el control del mismo ni cuenta con acceso real a la toma de decisiones políticas.
14 En la mayoría de los departamentos centrales y locales operan sistemas públicos en línea en múltiples niveles para solicitar comentarios generales y sugerencias específicas de la población sobre su trabajo y además se exige a los funcionarios públicos prestar atención a los mismos.
15 En el caso, su adhesión al camino de la industrialización intensiva trajo aparejado altos niveles de contaminación.
16 Se cita aquí como fuente al Banco Mundial disponible en https://datos.bancomundial.org/indicator/SI.POV.GINI?locations=CN
17 Según Han Wenxiu, funcionario de la Comisión Central de Asuntos financieros y económicos del CC del PCCh, citado en el artículo de China.org, se trata de una tarea ardua, complicada y de largo plazo, que deberá promoverse de manera gradual y progresiva. Es decir, “construir un pastel más grande para que pueda ser compartido de una manera más justa”.
18 A diferencia de lo ocurrido en la entonces URSS y Europa del Este, el PCCh ha sido el principal inspirador y ejecutor del programa de reformas y cambios, fijando oportunamente los marcos políticos que las transformaciones económicas no deben superar. Ha logrado mantener y consolidar su condición de gestor y rector de la estrategia adoptada fijando como meta la construcción del “socialismo con características chinas”.
19 La unificación de ambas instituciones estuvo dirigida a formar cuadros bien capacitados desde el punto de vista teórico-conceptual y político-ideológico, pero también en materia de gobernanza, gerencia y administración, capaces de asumir las cada vez más complejas y diversas tareas partidistas a tono con el pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas en la nueva era. Asimismo, materializó el interés del PCCh de consolidar su presencia a todos los niveles, sobre la base del principio de que nada es ajeno al PCCh, así como actualizar y elevar el nivel científico en la política de promoción y capacitación de los cuadros de dirección.
20 En el caso chino, el consenso no debe ser confundido con la victoria definitiva de una determinada tendencia sobre otra, sino más bien de un reacomodo de estas en función de una determinada coyuntura.