El centenario del nacimiento de la URSS a la luz del concepto de progreso y naciones oprimidas
The centennial of the birth of the USSR in light of the concept of progress and oppressed nations
MSc. Alessandro Pagani
Doctorando en Teoría Critica en el Instituto de Estudios Críticos (México). Magister en Ciencias Históricas por la Universidad de los Estudios de Milán (Italia). alessandro.pagani76@icloud.com 0000-0001-6776-752X
Recibido: 19 de enero de 2022
Aprobado: 2 de marzo de 2022
RESUMEN Este año -justo el 31 de diciembre- habrá una importante celebración para todo el movimiento obrero internacional: la fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Es por ello que el artículo explica la necesidad de cargar de contenidos sociales el concepto de progreso, desde una visión de lucha de clase y en un horizonte que vislumbre a las naciones oprimidas como sujetos históricos. Por ello urge estudiar la posibilidad de transformar las relaciones internacionales, tomando en consideración la historia de los pueblos trabajadores, mediante la asimilación de la teoría marxista y en contraposición a la modernidad de tinte fascista que nos rodea.
Palabras claves: progreso, naciones oprimidas, naciones opresoras, pueblo trabajador, geopolítica, URSS, marxismo-leninismo, arcaica modernidad fascista, historicidad
ABSTRACT This year - just on December 31 - there will be an important celebration for the entire international labor movement: the founding of the Union of Soviet Socialist Republics (USSR). That is why the article explains the need to load the concept of progress with social content, from a vision of class struggle and on a horizon that glimpses the oppressed nation as historical subjects. For this reason, it is urgent to study the possibility of transforming international relations, taking into account the history of working peoples, thought the assimilation of Marxist theory and in opposition to the fascist modernity that surround us.
Keywords: progress, oppressed nations, oppressor nations, working people, geopolitics, USSR, Marxism-Leninism, archaic fascist modernity, historicity
INTRODUCCIÓN
En la historia de los pueblos existen acontecimientos tan importantes que suelen ser utilizados para educar a las nuevas generaciones y enfrentarlas a conceptos como el de progreso en las relaciones internacionales, repensándolas desde historicidades alternas a las impuestas por un marco conceptual occidentalista y eurocéntrico.
En la historia de estos mismos pueblos encontramos, también, ciertas épocas que toda la humanidad, o por lo menos, una parte muy considerable de ella recuerda y conmemora con mucho respeto, pues ayudan a acercarse a experiencias como la iniciativa revolucionaria, que define el mismo concepto de progreso hacia la justicia social y propone al sujeto histórico que la delineará. Entre estos eventos históricos de alta trascendencia se encuentran las revoluciones sociales y políticas. Al transformar en forma radical la vida de este o aquel pueblo, al revolucionar toda la estructura económica y social del país, logran influenciar en el devenir general de la historia de la sociedad humana. En la misma forma que un temblor, cuyas olas sísmicas suelen expandirse lejos de su epicentro, los cambios sociales ejercitan sus propias influencias, aunque su centro se encuentre relativamente y geográficamente distante de este o aquel país. Ejemplo son las revoluciones burguesas en Inglaterra en el siglo XVII que perturbaron toda Europa occidental, mientras los exultantes llamados de la Revolución Francesa y los jacobinos en el siglo XVIII pusieron en movimiento no solo a los pueblos de Europa, sino que inspiraron también a los pueblos del continente americano y fortalecieron el ya activo movimiento revolucionario en la primera independencia del yugo imperial en Haití (James, 2003). No es una casualidad, por cierto, que Karl Marx se refiriera a que las revoluciones son las locomotoras de la historia.1
La historia de la Revolución de Octubre y de la Unión Soviética enriquecerá en este sentido, porque está llena de eventos trascendentales, no solo para la historia del movimiento obrero internacional, sino, sobre todo, para los pueblos trabajadores y para reincorporar conceptos importantes como naciones oprimidas contra naciones opresoras, cuestionándose la distorsionada definición de progreso tan utilizada en las academias y en los medios de comunicación hoy día, ya que esta sigue siendo formulada mecánica y dogmáticamente, es decir a través de incorporaciones conceptuales no vigentes para la realidad sociopolítica contemporánea; y que continúan proponiendo un discurso de progreso coherente con el mito de la modernidad exclusivamente burguesa-capitalista y con sus sabidas consecuencias. Por ello este articulo intentará un acercamiento y un análisis histórico sobre temas como, a cien años de la creación de la URSS, ¿Cuál es la vigencia y actualidad del marxismo en las relaciones internacionales hoy? ¿Es cierto que el fascismo neoliberal como marco conceptual y revanchismo de las burguesías imperialistas, como debilitamiento del concepto de Estado-nación y de todas sus instituciones políticas y simbólicas es también un intento por parte de Occidente para restablecer una neocolonización de regiones vitales para su modelo económico y social en sus arcaicas técnicas fascistas de sobresalir de su crisis orgánica de la modernidad? ¿Se puede reducir la construcción de un mundo multipolar a una cuestión únicamente lingüística, cultural o étnica, siempre desde una perspectiva geopolítica o a sus usos históricos en el siglo XX? Puesto en positivo, la problemática planteada por resolver seria así, ¿mediante qué estrategia interpretativa y ajuste teórico categorial es posible reivindicar la plena pertinencia o actualidad del marxismo en las relaciones internacionales frente a los usos políticos del concepto de progreso y frente a las diferentes historicidades de las naciones oprimidas?
Para no ir tan lejos en la historia, dirigiremos nuestra mirada a la primera revolución rusa en 1905. Durante casi 35 años, desde que fue aplastada en sangre la revuelta de la Comuna de París, el capitalismo se ocultó detrás de la falsa ideología de un supuesto y mal llamado desarrollo pacífico y de una tranquilidad casi nunca ininterrumpida por los graves trastornos sociales en la lucha entre capital y trabajo (Spriano, 1958: 52). Parecía como que las tradiciones revolucionarias hubieran desaparecido sin dejar huella alguna en la memoria del pueblo ruso. Fue justo en ese entonces que los pioneros de las actuales tesis huntingtonianas, que ya proponían en términos muy similares la actual teoría sobre un supuesto fin de la historia o fin de las ideologías, tuvieron que rendirse a la realidad que se presentaba frente a sus ojos, cuando en la Rusia zarista explotó una tremenda revolución popular y social (Rogger, 1992: 219). Las burguesías de todo el mundo confiaban que la Revolución de Octubre fuese aplastada rápidamente; para ello, ofrecieron al zarismo y a las fuerzas de la reacción y contrarrevolucionarias sus propios servicios y ayudas financieras y militares (Lami, 2007: 35). Sin embargo, luego de años de guerra civil, el 31 de diciembre de 1922 se formaba por voluntad de sus pueblos y en sus multietnicidades el primer Estado de los soviets, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Así que, al ilustrar las transformaciones que se dieron en ese momento en las relaciones de fuerza en el escenario mundial, veremos, en primer lugar, que el zarismo ya no representaba el bastión de la reacción en Europa occidental como sí lo fue durante casi todo el siglo XIX; pues, el imperialismo en general se había vuelto el gendarme del mundo y junto al zarismo aplastaba la Revolución en Rusia y en otros países. Los paladines del orden burgués-capitalista se apresuraron a ponerse bajo la dirección de los patrones de ese nuevo orden mundial, afirmando que en la retrasada Rusia nadie se podía permitir indicar el camino a los pueblos y trabajadores de las potencias capitalistas occidentales, al capitalismo industrial avanzado. Sin embargo, cada día, de la Revolución llegaban noticias sobre la lucha política llena de abnegación revolucionaria del proletariado ruso y sus naciones oprimidas, sobre el compromiso en la lucha de las masas trabajadoras, sus rápidas mutaciones y su avance hacia nuevas formas de lucha, como la huelga general política y la insurrección armada (Rapone, 2011: 366). El proletariado en todo el mundo se levantó en alto y percibió con mucha admiración y esperanza la primera Revolución rusa (Gramsci, 1967: 129). Quedaba claro que el centro propulsor del movimiento revolucionario mundial se había mudado a Rusia, la patria del marxismo-leninismo, en la tierra de los bolcheviques.
La gran Revolución de Octubre, en 1917, representó un cambio radical en las estructuras sociales y económicas de toda la sociedad y fue la base para la fundación de la Unión Soviética en 1922. En breve tiempo el nuevo orden estatal soviético depuró al país de toda la basura medieval y de aquella aun presente servidumbre (el zarismo, las propiedades de los terratenientes, las castas y los privilegios de la nobleza, la opresión nacional y la discriminación hacia las mujeres). Fue creado un nuevo ordenamiento social que no permitía la existencia de la explotación del hombre por el hombre, ni el sometimiento de un pueblo sobre otro. Fue en ese entonces que se empezó a abordar el concepto de lucha de las naciones oprimidas contra las naciones opresoras, dentro y fuera de este u otro país. En fin, posterior al triunfo de la Revolución de Octubre surgió en las relaciones internacionales y en el mundo un nuevo tipo de Estado-nación: el Estado soviético, con él se concretó con claridad la principal ley objetiva del desarrollo social: quien crea todos los valores materiales y culturales es quien debe dirigir el Estado. La Revolución de Octubre y por ende, su Estado, por primera vez en la historia de la humanidad eliminaba por completo la dictadura de la burguesía coherentemente con las leyes generales del marxismo adaptadas por Lenin y los bolcheviques a la realidad socio política especifica y las rapaces leyes del capitalismo, según las cuales gran parte de la humanidad vendría alejada de sus propias historicidades y transformada en pueblos subalternos explotados por parte de un pequeño puño de potencias imperialistas.
En la Unión Soviética se dio un duro golpe a las problemáticas ya descritas. Los antiguos pueblos coloniales habían logrado alcanzar bajo todos los aspectos y puntos de vista el nivel más alto de lucha hacia cambios sociales y políticos estructurales, transformándose así de subalternos a sujetos históricos. No solo la Revolución de Octubre y la URSS hicieron posible un nuevo tipo de relaciones internacionales y de política exterior, sino que llevaron las teorías marxistas y el leninismo a niveles nunca alcanzados respecto a cuestiones importantes como la autodeterminación de los pueblos, el derecho a la resistencia, el reconocimiento de la soberanía de nacionalidades pequeñas y grandes, la condena a la guerra como medio para resolver las controversias y haciendo del movimiento de los partisanos por la paz su propia bandera, hacia un mundo multipolar y multiétnico, en su eterno progreso hacia las conquistas de la ciencia y del arte, en contra a el occidentalismo como movimiento reaccionario y colonizador de las principales potencias imperialistas occidentales.
DESARROLLO
Las deformaciones burguesas del concepto de progreso
Luego de la llegada del reformismo en el país de los soviets en la década de los años 90 del siglo pasado (Gossweiller, 2002), a través de una reproposición de una falsa ideología (Gramsci, 1971), con el objetivo de revisar y falsificar la historia y alienar a los pueblos trabajadores y a las naciones oprimidas de las conquistas políticas y sociales que se dieron en la construcción y transición hacia el socialismo en la URSS, los intelectuales orgánicos del sistema tardo capitalista (o neoliberal) han pasado a la deformación de los eventos y a la consecuente falsificación de la historia de la Revolución de Octubre, sobre la Unión Soviética y sobre el concepto de progreso.
Negando las leyes objetivas del progreso social, los ideólogos burgueses intentan convencer a los lectores de sus libros, ensayos y publicaciones académicas que progreso es básicamente un concepto subjetivo y que en esto es posible, por ende, incluir cualquier contenido de su propio agrado. Otros proponen sustituir el mismo concepto de progreso social por lo de “cambios sociales”, con el pretexto de que, mientras el primero genera no pocas discusiones sobre lo que se debería comprender con la palabra “progreso”, el segundo concepto, contrariamente, no exige muchas explicaciones profundas.
Así veremos cómo, hoy día, no pocos académicos proponen el fin de la historia (Fukuyama, 1992), o de las ideologías (Bell, 2000), es decir, la imposibilidad de concebir un nuevo sistema de relaciones internacionales que se aleje del sistema económico y político que nació en Breton Woods en 1943, donde se establece el dominio del dólar como moneda que controla los intercambios comerciales a nivel internacional, determinando hasta hoy día las relaciones internacionales entre pueblos y naciones. En un intento por actualizar el concepto de modernidad (Touraine, 1994), la propuesta lograda por los intelectuales orgánicos empeñados en ello, no deferirá a aquella vieja forma medieval de la escuela filosófica de Tommaso d’Aquino, que algunos toman como inspiración sumidos por los dogmas de la religión católica, y otros por el protestantismo, pero todos los intelectuales (académicos y periodistas) al servicios del fascismo neoliberal coinciden cuando afirman que no se puede construir un nuevo orden mundial basado sobre el multilateralismo en las relaciones internacionales, ya que, están alineados al proyecto por un nuevo orden mundial unipolar bajo la dirección de Estados Unidos, de la misma manera que, en la Edad Media y en la periférica Europa se decía que, sobre la Tierra era imposible instaurar un orden mundial, político y social, ya que esto solo era factible en el cielo y con la ayuda de la gracia divina (Galilei, 2006).
Finalmente, al no poder encontrar ninguna solución al problema, los ideólogos neoliberales proponen renunciar totalmente al concepto de progreso social. Reconocer el carácter objetivo de progreso significaría aceptar como inevitable la sustitución del sistema neoliberal con un nuevo orden mundial multipolar y con justicia social. La inevitabilidad de la transición a un nuevo orden mundial en las relaciones internacionales y a la necesidad de encontrar nuevas formas para retomar el camino de progreso social, ahí donde este ha llegado al más alto grado social,2 obliga a los ideólogos del imperialismo estadounidense a perderse en delirios terminológicos para validar la completa negación del concepto de progreso.
El concepto marxista de progreso
El marxismo ha dado el único criterio válido de evaluación de progreso social. En primer lugar, porque exige una metodología histórica y filosófica sobre las cuestiones de progreso: ¿respecto a qué? ¿Relativamente a qué? Por lo tanto, es necesario ante todo ubicar históricamente este concepto, y hacer un análisis filosófico, pero inicialmente desde una perspectiva de las condiciones históricas en que se desarrolla el mismo.
Es necesario enfrentar todos los conceptos sobre el tema desde la perspectiva de la clase más avanzada y progresista y una vez que se ha dado esta premisa, será necesario también analizar e investigar profundamente, repensar desde una perspectiva Oriente-Oriente el concepto de clase y naciones oprimidas.
Dicho esto, el actual concepto de progreso en las relaciones internacionales se presenta con un carácter contradictorio. Aunque es cierto que se desarrollan nuevas técnicas en la ciencia, el concepto de progreso va hacia la dominación continuada de la clase dominante neoliberal a nivel internacional.
Tanto en la antigua Unión Soviética, como en la actualidad, si hablamos de Cuba, China, Vietnam y Corea del Norte, las naciones oprimidas se han vuelto pueblos que trabajan y que dirigen, construyen, mediante su genio masivo, esa nueva idea y concepción de nuevo orden mundial multipolar y multiétnico, ya que “el proletariado es la clase más avanzada de todos los oprimidos, el punto focal y el centro de la aspiraciones de cada oprimido para liberarse de su sufrimiento” (Lenin, 1968: 281).
Así, se hace imposible pensar en un mundo multipolar y multiétnico basado sobre el progreso social, sin repensar el concepto marxista y leninista de proletariado con aquel de naciones oprimidas y naciones opresoras: el progreso no puede caminar hacia adelante sin favorecer también el progreso de aquellos pueblos-naciones que aun hoy día se encuentran bajo el yugo de un sistema neoliberal y de unos estados-naciones occidentalistas por definición (Said, 2013).
Hasta la cuestión del desarrollo de las fuerzas productivas se resuelve con una impostación clasista y antioccidentalista (antieurocéntrica). Por ejemplo, la reforma agraria de Stolypin en Rusia al comienzo del siglo XX tenía sin duda alguna el objetivo de desarrollar las fuerzas productivas en los campos, con el objetivo de abrir el camino al capitalismo en Rusia (Rogger, 1992: 148). ¿Pero, cuál era el precio que tenía que pagar el proletariado ruso y las naciones oprimidas por el zarismo? Por cierto, el precio tan alto a pagar era la destrucción y la ruina, la completa liquidación de millones de compañías agrícolas y campesinas, todo en nombre de la conservación y el desarrollo del latifundio. El derrocamiento de la dictadura de los latifundistas feudales con la Revolución de Octubre y sucesivamente en la década de los años 30 del siglo pasado con la creación de los primeros planes quinquenales, permitió (como ha demostrado la historia) alcanzar en los campos un desarrollo productivo incomparablemente más rápido, más concreto y sobre todo realizando prácticamente el objetivo de progreso social y la eliminación de la nación opresora zarista en favor de los pueblos y naciones oprimidas.
Lo mismo podríamos decir -acercándonos siempre más a nuestros días- con la así llamada (o mal llamada) “revolución técnica” o fordista en una serie de países occidentales, en particular en Estados Unidos. En la base de esta “revolución” encontramos, por cierto, la sangrienta guerra sucia que los imperialistas estadounidenses desencadenaron en Indochina y contra el pueblo de Vietnam. Se desarrollaba básicamente la tecnología militar y este modus operandi en favor de los intereses de los señores de la guerra norteamericanos se trasladó en el tiempo, volviéndose arte de la guerra en las agresiones imperialistas y neocoloniales de Estados Unidos y la OTAN hoy día3. Aquí “la tecnología” parece que se ha vuelto metafóricamente hablando “como un par de zapatos mágicos calzados en los pies de la muñeca mecánica de la humanidad. Luego que el resorte ha sido cargado por intereses comerciales, los pueblos solo pueden bailar dando vueltas al ritmo que los mismos zapatos han establecido” (Liang-Xiangsui, 2001: 43).
El marxismo siempre ha dado la justa evaluación del lugar y de la función de las fuerzas productivas en la historia de la sociedad y en la transición de una formación social a otra. Lenin, al igual que Marx, consideraba el desarrollo de las fuerzas productivas como el “más alto criterio de progreso social” (Lenin, 1968: 220). Pero el marxismo no se ha limitado únicamente a reconocer en general la función del desarrollo de las fuerzas productivas, sino que siempre ha tomado en cuenta las repercusiones sociales, con el fin de descubrir en el desarrollo de las fuerzas productivas la forma propia del antagonismo de clase y por ello, del antagonismo entre naciones opresoras y naciones oprimidas, entre periferia y centro imperialista: ¿en favor de quién, de cuál clase? En esto está la diferencia sustancial de principio entre el marxismo y la ideología burguesa neoliberal en las relaciones internacionales.
No se puede considerar progreso social a un desarrollo de las fuerzas productivas que provoque calamidades, enfermedades, miseria y pobreza, pandemias, explotación y opresión de los pueblos trabajadores o la destrucción de nuestros ecosistemas. El verdadero progreso social es aquel que no se acompaña con el empobrecimiento y la explotación de las poblaciones, a través de la explotación de las naciones oprimidas mediante nuevos métodos de control neocoloniales, a través de guerras de saqueo que provocan nuevas migraciones de proletarios hacia el centro imperialista en Occidente (Estados Unidos y la Unión Europea). El verdadero progreso social no debe ser contradictorio, no puede ser unilateral, ni aumentar las ganancias y los privilegios de un puño de naciones y Estados en contra de los intereses de la mayoría de los pueblos trabajadores y naciones.
Iniciativa revolucionaria
A la luz de la teoría científica del progreso social es llamativo el flujo correcto de la función y el significado de la Revolución de Octubre y de la experiencia histórica de la URSS a cien años de su fundación. Esto se expresa ante todo en el impulso y en la iniciativa manifestada por parte del proletariado y todas las naciones oprimidas en el Estado multiétnico soviético.
Evaluar hoy los acontecimientos de una manera científica podría ser posible solo si comprendemos la época, las condiciones y la situación en la que se ha venido desarrollando la Revolución de Octubre y la transición hacia el socialismo en los años sucesivos a la creación de la Unión Soviética.
En ese período el imperialismo representaba el sistema dominante en las relaciones internacionales. Aceleró el implementarse del sistema económico capitalista y desarrolló también las fuerzas productivas de la sociedad hacia sus propios intereses coloniales. La tecnología daba un fuerte paso adelante mientras los descubrimientos científicos garantizaban un mayor desarrollo. Es cierto que por un lado surgían fábricas, cuyas producciones satisfacían la demanda interior de los países del capitalismo industrial avanzado, también es verdad que el imperialismo había provocado la explosión de todas las contradicciones del sistema capitalista. Si por un lado esto no había reestructurado del todo la economía según su propio modelo explotador -a lado del sistema capitalista monopolístico también existían sistemas económicos precapitalistas- el imperialismo las tenía sometidas financieramente y había transformado una serie de Estados-naciones, o continentes enteros, en colonias o en pueblos-naciones subalternos a los intereses de los imperios neocoloniales.
La Primera y Segunda guerra mundial presentaron la opresión imperialista aún más insoportable, evidenciando la necesidad de un re-pensar desde los pueblos-naciones el concepto político y social de progreso.
En estos contextos se dieron la Revolución de Octubre y el nacimiento de la Unión Soviética (entre la primera y segunda guerra mundial) y al final del segundo conflicto mundial, el triunfo de la Revolución china de Mao Tse Tung y la fundación de la República Popular China; el comienzo de las luchas de liberación nacional en toda África, Oriente Medio, Asia y América Latina; el triunfo de la guerra popular en Vietnam y en Corea del Norte, y por último el triunfo el Primero de enero de 1959 de la Revolución Cubana, con la toma del cielo por asalto del pueblo trabajador, con su líder indiscutible como guía, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
A través de estos cambios revolucionarios, se priorizó la importancia estratégica de la iniciativa revolucionaria de los pueblos-naciones en la historia y se confirmó la verdad acerca de la definición marxista y leninista de progreso social hacia las naciones y pueblos oprimidos.
Aumenta el poder contrahegemónico de los pueblos-naciones sobre la política
Uno de los índices más importantes de progreso social siempre ha sido la participación de los trabajadores y los pueblos-naciones en la política y en la dirección del Estado. Toda la historia de la humanidad, desde que fue dividida en clases, es -parafraseando el mismo Marx- la historia de los creadores de todos los bienes para volverse patrones de su destino (Marx-Engels, 1948). Bajo la influencia de la lucha de las masas, las clases dominantes luego de largos y sangrientos conflictos fueron obligadas a renunciar a sus propios privilegios. Sin embargo, donde existe un sistema capitalista, y esto vale hasta para aquellas mal llamadas democracias avanzadas occidentalistas, existen por cierto democracias con soberanías limitadas (Mirone, 1999). Y estos modus vivendi influencian no solo la vida de los proletarios y las naciones oprimidas en este mismo centro imperialista occidental, sino que también desencadenan no pocos conflictos en las relaciones internacionales. Adonde reina el sistema neoliberal la política exterior es privilegio de un bloque histórico conformado por la burguesía imperialista y la gran industria tecnológica-militar y farmacéutica (Big Pharma). Los trabajadores y las ex naciones oprimidas de la URSS, en su momento, y los pueblos de China, Cuba, Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua, Vietnam, Rusia e Irán se han vuelto naciones rebeldes que resisten y luchan en contra de los privilegios de unas cuantas potencias occidentales que, a través de unas viejas y ya refutadas prosas occidentalistas y eurocéntricas (Guha, 2002), están permitiendo a todos sus pueblos decidir sobre las cuestiones de política internacional, que tocan los intereses generales de todos los ciudadanos. Al igual que en los tiempos de la Unión Soviética, el proletariado mundial y todos los trabajadores invadían siempre más el campo de la política de las clases dominantes; ahora se está creando en el imaginario colectivo de los pueblos-naciones la certeza de que hay vida después del neoliberalismo y esto podrá ser posible mediante la construcción de un nuevo orden mundial multilateral y multiétnico, que garantice no solo el progreso social, sino también la paz y la solidaridad entre pueblos y repúblicas hermanas, y el fin de las guerras imperialistas o neocoloniales.
La derrota del colonialismo
Un pueblo trabajador oprimido por una nación opresora, dentro o fuera de un territorio, nunca podrá ser libre. No existe progreso social si existen naciones imperialistas que explotan y saquean la fuerza de trabajo de otros pueblos a través de guerras y migraciones. La Revolución de Octubre y la Unión Soviética, que había liberado del yugo capitalista e imperialista a los obreros y a los campesinos pobres rusos, hizo posible en el devenir de la historia, la liberación de otros pueblos coloniales y subalternos que formaban la mayoría de las poblaciones en las regiones orientales (Losurdo, 2014).
Hablamos de la primera ley soviética, el Decreto sobre la paz, la cual proclamaba el derecho erga omnes y ex tunc de todos los pueblos oprimidos a su propia autodeterminación. Luego de algunos días, los trabajadores, que habían perdido casi todas sus esperanzas de que pudiera terminar el primer conflicto mundial, escucharon las propuestas de paz del gobierno soviético; el 2 de noviembre de 1917 fue publicada la Declaración de los derechos de los pueblos de Rusia que proclamaba los principios fundamentales de la política nacional: igualdad y soberanía de los pueblos, derecho a la libre autodeterminación hasta a la separación y la constitución de Estados independientes mediante referéndum popular. El gobierno soviético revocó todos los privilegios y las restricciones nacionales y nacional-religiosas y favoreció el libre desarrollo de las minorías nacionales y de cualquier grupo étnico que poblaba la gran (geográficamente hablando) región eurasiática.
En noviembre de 1917 el gobierno soviético solucionó las reivindicaciones de los trabajadores musulmanes de Rusia y de todo Oriente. La protesta ilustraba clara y contundentemente los principios fundamentales de la política nacional formulados en la Declaración de los derechos de los pueblos de Rusia y hacía un llamado a los pueblos oprimidos a “organizar libremente su propia vida nacional. La apelación terminaba con las siguientes palabras: “Sobre nuestras banderas llevamos la liberación a los pueblos oprimidos del mundo” (Tiskov, 2012: 12).
Como en ese entonces en la URSS, la República Popular de China, Cuba, Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua, Vietnam, la Federación de Rusia y la República Islámica de Irán, y Siria aunque encontrándose a la vez en situaciones materiales extremamente difíciles, se prestan ayudas financieras, médicas y humanitarias entre ellos, y hacia otros pueblos hermanos, dependientes de las naciones opresoras occidentales, y adentro y afuera de sus fronteras, estableciendo así nuevos paradigmas en las relaciones internacionales. El proyecto hacia un nuevo orden mundial multipolar no divide los pueblos en grandes y pequeños: en aquellos que se sienten con el privilegio de considerarse naciones “elegidas” y aquellas que por lo contrario deben someterse a la voluntad de los nuevos señores de la guerra como objetos de derecho. El ejemplo histórico de la política nacional soviética está sobre todo en lograr alcanzar una igualdad verdadera en las relaciones entre pueblos-naciones. Al prestar ayuda a los pueblos ex coloniales, al conceder fraternamente medios, experiencias y cuadros preparados pese las dificultades de la guerra, de la reconstrucción y los obstáculos contrapuestos por las potencias occidentales, el poder de los soviets lograba elevar estos pueblos oprimidos a niveles de progreso social nunca alcanzados en la historia de la humanidad.
La influencia de la política soviética sobre las naciones oprimidas se reflejaba, por cierto, en el hecho que estos mismos pueblos-naciones veían no solo lo que se estaba realizando en el país de los soviet, sino, sobre todo, cuál era la estrategia revolucionaria para poder alcanzar la liberación nacional. El poder soviético no solo había liberado los pueblos oprimidos ayudándolos a conseguir lograr con rapidez el progreso social, sino que defendía sus conquistas políticas y sociales. La derrota del fascismo en la gran guerra patria del pueblo soviético debilitó aún más los planes neocoloniales de los señores de la guerra y favoreció la lucha de liberación de todos los pueblos oprimidos contra los invasores extranjeros. En cada región del planeta hubo un desarrollo sustancial del movimiento de liberación nacional, cuyos focos se fundieron y se expandieron en una revolución antiimperialista, sacando del poder a tiranos e imperios coloniales. Bajo la presión de todas las fuerzas revolucionarias ardía en llama todo el Tricontinente (Asia, África y América Latina) y los pueblos se convertían en sujetos de la historia, al tomar el cielo por asalto. Aquí solo algunos ejemplos: el triunfo de la Revolución Popular en China, la Revolución cubana y la triunfadora lucha de liberación del pueblo de Vietnam y de Corea del Norte.
CONCLUSIONES
Lenin escribía que es posible pensar sobre la portada internacional de la gran Revolución de Octubre en dos sentidos: en un sentido más largo “de su influencia sobre todos los países”, de la aceleración de la historia, en un sentido más estricto, tomando en cuenta “el alcance internacional y la ineluctabilidad histórica de la repetición a escala mundial de lo que ha pasado en Rusia” […] (Lenin, 1968: 3). Obviamente no se trata de copiar mecánicamente el modelo soviético, sino de repensar en manera dialéctica, desde nuestras historicidades (Dube, 2001: 40) esa combinación propulsora y creadora de progreso social en los tiempos de la URSS, hacia un mundo multipolar y multiétnico. Cada pueblo trabajador, como ya ha demostrado la historia de las revoluciones y del movimiento de liberación nacional, ha llevado y seguirá llevando sus contribuciones y sus peculiaridades, pero la dirección, la vía general de desarrollo y progreso nacional siempre la encontraremos en aquellas mismas reglas generales y que hallamos en el ejemplo de la Revolución de Octubre y la URSS. Concluyamos este artículo de investigación destacando una vez más algunas de estas leyes generales sobre el desarrollo social y que ejercitan una hegemonía directa sobre el progreso social de la humanidad.
Separados en clases subalternas, los pueblos oprimidos siempre han luchado para una sociedad libre de las contradicciones, de las calamidades de las guerras de saqueo y de la explotación. El factor más grande de aceleración de la lucha hacia el progreso social fue la posibilidad que se abrió frente a todos los pueblos oprimidos gracias a la victoria de la Revolución de Octubre en 1917 y el nacimiento -justo hace cien años- de la URSS, de la posibilidad de poder lograr alcanzar un desarrollo pacífico en las relaciones internacionales y terminar con la guerra de saqueo.
El imperialismo, como escribía Lenin, llevó consigo la ineluctabilidad de las guerras de conquista, al igual que la misma crisis orgánica de modernidad burguesa-capitalista, para hacer retroceder las manos de la historia, los estancamientos económicos que a menudo sustituyen periodos efímeros de prosperidad, el desempleo utilizado como ejército de reserva del capital de las naciones opresoras en contra de los pueblos naciones oprimidos, la pandemia y el uso en la distribución de las vacunas como chantajes políticos y económicos para someter, sujetar y endeudar a los pueblos y naciones que hoy día se rebelan contra el proyecto de un nuevo orden mundial imperial, unipolar con estrellas y rayas. Es justo aquí que encontramos el factor más importante que acelerará el progreso social y, por ende, la posibilidad abierta frente a todos los pueblos-naciones de la victoria de un desarrollo multipolar, pacífico y multiétnico en las relaciones internacionales para poder terminar así con conflictos bélicos, enfermedades, pandemias, crisis migratorias y miseria. Ya que el socialismo es paz acompañada con progreso social, de la experiencia soviética, comprendemos como a cien años de la fundación de la Unión Soviética podríamos concluir en palabras del mismo Lenin pronunciadas en 1905: “[…] detrás de nuestras miradas sigue la historia, a cada paso sigue la realidad” (Lenin, 1968: 65).
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Touraine, A. (1994). Crítica de la modernidad. Ciudad de México: Fondo de cultura económica.
1 La analogía de Karl Marx, al calificar los procesos históricos como “locomotoras de la historia”, es por demás clara: las revoluciones son procesos que por su fuerza progresiva arrastran a la sociedad hacia delante, a niveles nuevos, nunca alcanzados.
2 El autor se refiere no solo a las experiencias pasadas con la Unión Soviética, sino también a los ejemplos actuales que llegan desde Cuba, Venezuela, Nicaragua, Vietnam, Corea del Norte y por supuesto, desde la República Popular China.
3 Es el caso por cierto de la agresión militar de la OTAN contra la antigua Yugoslavia, en la agresión contra Belgrado, ciudad medalla de oro al valor militar en la guerra patriótica contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial (imperialista); la vemos concretizarse también en Iraq, en Fallujah, en Libia, Siria, Afganistán. Lo vemos también en los asesinatos contra científicos o líderes militares de la República islámica de Irán, como fue el caso -solo para mencionar uno- del general iraní Qassem Soleimani en enero de 2020 por parte de drones de Estados Unidos y la entidad sionista de Israel.