notas
La ética de la proyección “nuestra americana” de la Revolución Cubana: una de las muchas lecciones que recibí de Fidel Castro
The ethics of the "Our American" projection of the Cuban revolution:
one of the many lessons I received from Fidel Castro
Dr. Cs. Luis Suárez Salazar.
Doctor en Ciencias Sociológicas y Doctor en Ciencias. Profesor Titular e Integrante del Comité Académico de la Maestría del Instituto Superior de Relaciones Internacionales «Raúl Roa García» y de la Sección de Literatura Histórico-Social de la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
luissuarez@cubarte.cult.cu 0000-0003-4516-3367
Recibido: 13 de noviembre de 2021
Aprobado: 7 de diciembre de 2021
INTRODUCCIÓN
Este escrito es solo una parte del testimonio titulado “Lo que aprendí de Fidel” (como lo identifica nuestro pueblo) que publiqué en ocasión del quinto aniversario de su paso definitivo a la inmortalidad (Suárez, 2021).
Por consiguiente, en las páginas que siguen solo se referirán aquellos aspectos relativos a los conceptos estratégicos, éticos y políticos que guiaron sus decisiones y acciones; tanto en lo atinente a las diferenciadas interrelaciones oficiales con los gobiernos de Perú, Chile y Colombia, así como como con los partidos y las organizaciones políticas o político militares de esos países durante los primeros 17 años (1970-1984) en que estuve implicado en diferentes tareas vinculadas a la proyección nuestra americana de la Revolución Cubana (Suárez, 2019).
Como se verá más adelante, todas estas tareas las cumplí bajo la dirección directa de uno de los más emblemáticos dirigentes políticos y estatales de nuestro país: mi jefe, compañero, amigo, maestro y «segundo padre»: el comandante Manuel Piñeiro Losada (Suárez, 2020).
Las primeras tareas que cumplí dirigidas personalmente por Fidel.
De modo que, cuando aún no había cumplido 19 años, comencé a comprender en toda su profundidad lo que antes había indicado el Canciller de la Dignidad, Raúl Roa García, acerca de que Fidel podía «oír la hierba crecer» y «ver lo que estaba pasando al doblar de la esquina» (cit. en Hidalgo, 2021).
Eso ocurrió después del golpe de Estado que se produjo en Perú el 3 de octubre de 1968, encabezado por el general Juan Velazco Alvarado. Pocas horas después de ese acontecimiento, los integrantes del Viceministerio Técnico del Ministerio del Interior (en lo adelante, VMT) que, de una forma u otra, estábamos implicados en tareas vinculadas a ese país recibimos, a través de Piñeiro, las orientaciones de Fidel acerca de la importancia de que realizáramos una valoración desprejuiciada de las diferencias que existían entre ese movimiento político-militar y los brutales golpes de Estado que, apoyados por los Estados Unidos, se habían producido en los años previos en otros países de América Latina y/o del llamado Caribe insular.
La capacidad de Fidel de «viajar al futuro, regresar y explicarlo» (Buteflika, 2001, cit. en Hidalgo, 2021), se fue poniendo en evidencia cuando, pocos meses después, el antes mencionado gobierno militar peruano comenzó a radicalizar su política interna —incluida la promulgación de una avanzada Ley de Reforma Agraria— y a adoptar posiciones cada vez más independientes en su política exterior. En particular, en sus interrelaciones con los sucesivos gobiernos de Estados Unidos y con las dictaduras militares proimperialistas entonces instaladas en diversos países suramericanos, incluidas las de Argentina, Bolivia y Brasil.
Fue en ese contexto que, en algunos discursos posteriores, Fidel resaltó la emergencia de sectores nacionalistas en las Fuerzas Armadas de algunos países latinoamericanos. Por consiguiente, afirmó que esos militares, al igual que los cristianos identificados con la Teología de la Liberación, debían ser incluidos en el amplio frente de las multiformes luchas populares, democráticas, antiimperialistas e incluso por el socialismo que entonces se estaban desplegando en diversos países nuestros americanos (Castro, F. 1970).
Sobre la base de esa comprensión y de su profundo pensamiento solidario y humanista fue que Fidel le propuso —y el gobierno peruano aceptó— el envío expedito por vía aérea de una voluminosa ayuda en medicamentos y alimentos para contribuir a mitigar el devastador impacto que provocó el destructivo terremoto ocurrido en ese país el 31 de mayo de 1970. Para movilizar la solidaridad del pueblo cubano, Fidel donó su propia sangre y, siguiendo su ejemplo, en pocos días, se lograron obtener más de 105 mil donaciones voluntarias destinadas al pueblo peruano.
Cuando eso ocurrió me encontraba en Perú, a donde había llegado el 3 de junio en el vuelo portador de la segunda carga de ayuda humanitaria para incorporarme a la pequeña delegación oficial cubana que había viajado a ese país un par de días antes. Esta fue encabezada por el entonces ministro de Salud Pública, Eleodoro Martínez Junco, e integrada por el oficial del VMT Jorge Luis Joa.
Algunos días después y luego de intercambiar criterios con él, elaboré un informe sintético sobre la complicada situación económica, social y política que se había creado en Perú. En este incluí las contradicciones que se estaban presentando en el que —siguiendo lo planteado por Fidel— ya había comenzado a denominar Gobierno Militar Revolucionario y en los altos mandos de las Fuerzas Armadas peruanas.
Para mi sorpresa, en el próximo vuelo de Cubana de Aviación portador de otra carga de ayuda humanitaria, recibí la instrucción de Piñeiro de que regresara a La Habana tres días después. Cuando llegué al Aeropuerto Internacional «José Martí», él me esperaba en la parte baja de la escalerilla del avión. Justo después del saludo me indicó que, antes de llegar al pequeño salón de protocolo que entonces existía en esa terminal aérea, fuera ordenando mis ideas porque Fidel quería que le explicara y ampliara los fundamentos del informe que había enviado una semana antes.
Ese fue el inolvidable momento de mi vida en que, por primera vez, tuve el privilegio de estrechar las manos y conversar durante más de una hora con el Comandante en Jefe; quien, antes de expresar criterio alguno (como después comprendí que era su método) me realizó incontables, detalladas y sucesivas preguntas —que denominé mayéuticas— sobre mis observaciones y conocimientos de la situación peruana.1
Al parecer satisfecho con mis respuestas, de inmediato me entregó algunas instrucciones sobre las tareas que, junto a Piñeiro y otros compañeros de la ya entonces llamada Dirección General de Liberación Nacional del Ministerio del Interior (en lo adelante, DGLN), debía cumplir lo más rápido posible. Acto seguido, nos despidió con su proverbial sencillez y afectuosidad.
A partir de ese momento, comencé a trabajar en el que unos días antes y sobre la base de sus amplios conocimientos de la Historia de las luchas por la que José Martí había denominado «primera independencia» de Nuestra América, Fidel bautizó como «Centro Operativo Ayacucho» en honor a la batalla comandada por Antonio José de Sucre, ocurrida en esa zona de Perú el 9 de diciembre de 1824, que había dado al traste con la dominación colonial española en Suramérica.
A pesar de que aún no tenía 21 años y apenas llevaba tres trabajando como Oficial Analista en la Sección de Información del VMT, durante el cumplimiento de esas tareas varias veces tuve la posibilidad de expresar mis opiniones —no siempre coincidentes con las de otros compañeros más experimentados— en las reuniones a las que Fidel convocaba a Piñeiro para analizar la situación y adoptar nuevas decisiones dirigidas a incrementar las interrelaciones entre los liderazgos políticos de ambos países; en particular, con los principales representantes de los que denominábamos «sectores radicales» de sus Fuerzas Armadas.
Sobre la base de su orientación de no inmiscuirnos en las contradicciones existentes dentro de ellas y, en lo posible, contribuir a limarlas, estas registraron un salto de calidad luego de que el gobierno peruano aceptó la propuesta de construir, con una brigada de trabajadores cubanos, seis hospitales debidamente equipados en las zonas andinas más afectadas por el evento telúrico antes referido.
Con esa acción solidaria y con la «escala técnica» que realizó Fidel en Perú el 4 de diciembre de 1971, luego de visitar Chile entre el 10 de noviembre y el 3 de diciembre, así como fruto de las acciones proactivas emprendidas por el grupo de compañeros cubanos que, bajo la dirección del capitán de la DGLN Fernando Ravelo, se trasladaron a Perú, se fueron sentando las bases para el desarrollo de las interacciones oficiosas entre ambos países que condujeron al restablecimiento de las relaciones diplomáticas en julio de 1972.
La ética con la que Fidel mantuvo sus vínculos con Salvador Allende
Meses antes, y en cumplimiento de las orientaciones de Piñeiro, comencé a asistir a varios eventos no gubernamentales de alcance continental que se desarrollaron en Chile durante el gobierno de la Unidad Popular (UP), presidido por Salvador Allende, entre fines de 1970 y el criminal golpe de Estado fascista del 11 de septiembre de 1973.
Entre ellos, el X Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) y el Encuentro Latinoamericano de cristianos por el Socialismo, ambos efectuados en 1972. Y, ya en mi carácter de jefe del Grupo de Información de la Sección Especial sobre Chile de la DGLN, en el V Congreso de la Organización Continental Latinoamericana de Estudiantes (OCLAE) efectuado en Santiago de Chile entre el 13 y el 19 de mayo de 1973.
Por consiguiente, en las semanas previas fui convocado a la reunión que, en medio de sus importantísimas responsabilidades y dando muestra de la relevancia que le atribuía a la labor de las organizaciones juveniles y estudiantiles cubanas, Fidel sostuvo con los encargados de esa tarea por el Buró Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y con los presidentes de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y de la OCLAE para informarse de todos los detalles de la situación de esa organización.
Según las notas que todavía conservo en mis archivos personales, fue en esa ocasión que Fidel propuso que la consigna que guiara el evento fuera: «La unidad antiimperialista: táctica y estrategia de la victoria».
En mi apreciación, ese lema también enviaba un mensaje alto y claro a todas las organizaciones y partidos integrantes de la UP —en especial, al Partido Socialista (PS)—, así como a los dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que, a pesar de las reiteradas recomendaciones de Fidel, habían adoptado posiciones muy críticas y, en algunos casos, confrontativas hacia algunas de las más importantes decisiones que en los meses previos había tomado Allende.
Aunque, en mi criterio, Fidel compartía algunas de esas críticas, sobre la base de sus acrisoladas posturas éticas, siempre mantuvo un escrupuloso respeto hacia esas decisiones del mandatario chileno.
A esto volveré más adelante; pero ahora creo pertinente recordar que, cuando se realizó el Congreso de la OCLAE, ya era evidente que, como había anticipado Fidel en el discurso que pronunció al final de su antes mencionada visita oficial a Chile (Castro, F, 1971), se habían creado las condiciones para producir un golpe de Estado fascista en ese país, impulsado por la maquinaria de la política exterior, defensa y seguridad imperial de Estados Unidos.
En consecuencia, todos los integrantes de la Sección de la DGLN que atendíamos ese país, ya fuera en la embajada de Cuba, desde La Habana, o durante nuestras visitas periódicas a Chile habíamos recibido, a través de Ulises Estrada o de Piñeiro, la orientación de recomendarle cuidadosa y respetuosamente a nuestros interlocutores de la izquierda chilena que aceleraran su preparación para enfrentar la asonada fascista que ya se vislumbraba.
Según me explicó Ulises —quien ya había sido nombrado Ministro Consejero de la Misión Diplomática en Chile— durante la visita que realicé a ese país dos semanas antes del golpe, él y su antecesor, Juan Carretero, habían recibido instrucciones directas de Fidel de que las armas que se habían enviado y preservado en la embajada cubana, tanto para su autodefensa como para los partidos de la UP que las solicitaran y eventualmente para el MIR, no podían entregarse sin una autorización expresa de Allende.
Y no fue hasta pocos días antes del golpe que él autorizó que se les entregaran solo al Partido Comunista de Chile (PCCh); pero, cuando ya estaba en marcha la operación de entrega, la dirección de ese partido comunicó que aún no había creado las condiciones necesarias para recibirlas y resguardarlas (Estrada, 2015).
En esos momentos Fidel estaba realizando su histórica visita a Vietnam —incluidas las zonas liberadas del todavía denominado Vietnam del Sur— y desde allá llamó a Ulises para indicarle que la principal misión que tenía el personal de la embajada era defender a toda costa el espacio que ocupaba, jurídicamente perteneciente a nuestro país, salvo que Allende autorizara a la Unidad de Tropas Especiales del MININT que se encontraba en Chile a incorporase a la resistencia del pueblo chileno.
Como ya se sabe, Allende, a través de su hija Beatriz, prohibió expresamente que algún compañero cubano fuera a defender el Palacio de la Moneda donde, tal como había prometido en algunos de sus discursos, se inmoló, junto a otros de sus compañeros más cercanos.
Esa actitud, consecuente con los compromisos que había adquirido con el pueblo chileno, fue resaltada por Fidel en el discurso que pronunció en el acto conmemorativo del XIII aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y, a su vez, en el homenaje póstumo del pueblo cubano a Salvador Allende y de solidaridad con el pueblo chileno, efectuado el 28 de septiembre de 1973 en la Plaza de la Revolución José Martí.
Durante esa alocución, Fidel se comprometió a brindarle a los diversos partidos y organizaciones populares de ese país toda la ayuda que fuera necesaria para el derrocamiento del gobierno fascista (Castro, F, 1973); lo que se cumplió de manera irrestricta hasta que este fue derrotado en el plebiscito de 1988 y un año después resultó electo como presidente el demócrata cristiano Patricio Aylwin.
A pesar de que ya han comenzado a divulgarse en ese país, aún están por difundirse en Cuba todos los componentes de las acciones solidarias con el pueblo chileno emprendidas bajo la dirección de Fidel. Entre ellas la formación, a partir de 1975, de decenas de militantes en academias militares y en el Instituto Técnico Militar de nuestro país que previamente habían sido seleccionados por los Partidos Comunista y Socialista de Chile.
Asimismo, la entrega en alta mar de 80 toneladas de armas y explosivos solicitadas por las estructuras militares del primero de esos partidos unos años después de que, en septiembre de 1980, su dirección decidió emprender la que denominó «Política de Rebelión Popular de Masa», cuyo cambio más sobresaliente, en comparación con las políticas adoptadas en los años anteriores, fue «aceptar todas las formas de lucha», incluida «la violencia aguda» (Rojas, 2021).
Al papel que desempeñaron los militantes del PC y del PS de Chile formados militarmente en Cuba en la victoria de la Revolución Sandinista, el 19 de julio de 1979, se volverá después.
Las capacidades de Fidel para lograr el consenso entre los participantes en la segunda CPPCL
Pero, mucho antes de que eso ocurriera, fui incorporado a la Sección del entonces recién fundado Departamento América del Comité Central del PCC (DA) encargada de atender Colombia, Ecuador y Venezuela. Cuando todavía no estaba totalmente preparado para asumir la nueva tarea, me tuve que implicar en la atención de la delegación del Partido Comunista de Venezuela (PCV) que asistió a la reunión preparatoria de la Segunda Conferencia de Partidos Comunistas Latinoamericanos (CPPCL) que se efectuó en Cuba a inicios de 1975.2 Como ya me había sucedido en el primer viaje que hice a Venezuela, durante esa reunión tuve que volver a lidiar con las rémoras que subsistían de las fuertes contradicciones que, en la segunda mitad de la década de 1960, se habían presentado entre las máximas direcciones de nuestros correspondientes partidos comunistas (Castro, F. 1966).
Al igual que me había ocurrido en la primera misión oficial que, bajo su dirección, cumplí en Perú en abril de 1969, en el contexto de la antes mencionada reunión preparatoria de la CPPCL pude apreciar la manera firme y, a su vez, equilibrada con que Carlos Rafael Rodríguez condujo esa reunión y se empeñó, de manera exitosa, en la solución de las discrepancias que seguían existiendo con algunos de los PC de varios países latinoamericanos.
Sin embargo, las mayores enseñanzas provinieron de la manera magistral en que Fidel, sobre la base de su convicción de que «la unidad antimperialista era la táctica y estrategia de la victoria» y de la necesidad de combinar con tal fin «todas las formas de lucha», condujo la Segunda CPPCL y fue forjando los consensos necesarios para lograr la aprobación unánime de la Declaración Final del evento (CPCCL, 1975).
En esta se refrendaron los conceptos que él, previamente, había expresado acerca de la mejor manera de abordar las discrepancias que seguían existiendo en las filas del llamado Movimiento Comunista y Obrero Internacional —entonces signadas por el conflicto chino-soviético y por el impacto del «eurocomunismo» y de su variante de factura azteca— y de que los PC abordaran de manera edificante las contradicciones que algunos tenían con las organizaciones revolucionarias latinoamericanas que vindicaban y practicaban, como forma principal, la lucha armada en sus variantes urbana o rural.
En el momento en que se realizó esa conferencia, esos eran los casos destacados del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua (FSLN) y de las Fuerzas Populares de Liberación «Farabundo Martí» (FPL), fundadas en 1970 como una escisión del PC de El Salvador, encabezada por el exsecretario general de ese partido, Cayetano Carpio, conocido como comandante Marcial. Asimismo, las que existían entre el Partido Comunista de Colombia (PC de C) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de ese país.
Las decisiones de Fidel con relación a nuestras relaciones con el ELN de Colombia
Pocas semanas después de terminado ese evento, Piñeiro me nombró jefe del equipo que atendía Colombia. En ese entonces ya se habían restablecido las relaciones diplomáticas con Panamá (agosto de 1974), Venezuela (diciembre de 1974) y Colombia (a mediados de 1975), presididos por el general Omar Torrijos, por el líder del Partido Acción Democrática Carlos Andrés Pérez, y por Alfonso López Michelsen, líder del Partido Liberal, respectivamente.
En ese contexto, y sin estar suficientemente preparado, una de las primeras tareas que asumí fue explicarle al jefe del ELN, Fabio Vázquez Castaño —quien, desde 1974, estaba en Cuba— , la decisión de suspender los entrenamientos militares que se ofrecían en diferentes lugares del país a cerca de dos decenas de sus militantes, en razón de la ética que guiaba nuestras relaciones con los gobiernos latinoamericanos de cualquier tendencia política que decidieran desligarse de la multifacética política de agresiones y aislamiento de Estados Unidos contra nuestro país.
Para explicarle los fundamentos de esa decisión le referí el discurso que había pronunciado Fidel el 26 de julio de 1964, en el que había proclamado ese y otros principios de la política exterior cubana (Castro, F. 1964).
Después de esa conversación le preparé un informe a Piñeiro en el que incluí algunas de las preguntas que Fabio me realizó y que no pude responderle. Me orientó que le preparara un informe a Fidel en el que se incluyeran esas preguntas. Y, después de recibir sus indicaciones y de culminado el Congreso del PCC, Piñeiro se reunió con Fabio para trasladarle las respuestas correspondientes.
En su esencia, estas indicaban que la máxima dirección de nuestro partido estaba en disposición de contribuir a que el ELN pudiera recibir la ayuda en el entrenamiento militar que se le había estado ofreciendo en Cuba a través de otros gobiernos o movimientos de liberación del Medio Oriente, como eran los casos de Argelia y/o de algunas de las fuerzas integrantes de la Organización para la Liberación de Palestina. Asimismo, que se les ofrecería el apoyo necesario para que regresaran a su país sus compañeras y compañeros después que terminaran sus correspondientes entrenamientos.
Sin embargo, estos no pudieron hacerlo a causa de la profunda crisis político-militar que, desde 1974, estaba afectando a esa organización. Como me informaron los representantes del ELN en una reunión cuasi clandestina efectuada en Praga a inicios de 1976, durante el análisis crítico de las causas de esa crisis, Fabio había sido destituido de la Jefatura y sustituido por una dirección colectiva encabezada por el exsacerdote católico Manuel Pérez (Vargas, 2006: 231-241).
Pese a que coincidíamos con algunas de las fuertes críticas que se le realizaron a Fabio por parte de sus compañeros, y en razón de su trayectoria política y militar, cumpliendo las orientaciones de Fidel, le seguimos ofreciendo todas las atenciones necesarias para que, si así lo decidía, regresara a Colombia o pudiera reinsertarse de manera decorosa en la vida económica, social y política cubana. Así lo hizo hasta su muerte en diciembre del 2000.
Por consiguiente, lo estuve atendiendo de manera más o menos sistemática, según las circunstancias, hasta que en los primeros meses de 1984 fui sustituido en mis responsabilidades al frente del equipo del DA que atendía Colombia y, a propuesta de Piñeiro y del entonces secretario de Relaciones Internacionales, Jesús Montané Oropesa, fui nombrado por el Secretariado del CC del PCC como director del Centro de Estudios sobre América (CEA).
Como las y los lectores sabrán comprender, resulta imposible en este testimonio referir todas las tareas que tuve que emprender vinculadas a Colombia durante los ocho años previos. Pero creo conveniente resaltar que Fidel no había olvidado las experiencias que vivió en la capital de Colombia inmediatamente antes y durante «El Bogotazo», para referir la desorganizada y criminalmente reprimida sublevación popular que se produjo tras el asesinato, el 9 de abril de 1948, del carismático líder popular Jorge Eliécer Gaitán (Alape, 1983).
De eso me fui percatando en las diferentes reuniones para analizar la cambiante situación colombiana a las que Fidel convocaba a Piñeiro. También en el acompañamiento de las delegaciones de ese país invitadas por la dirección de nuestro Partido que el Comandante en Jefe decidía atender personalmente.
Se fue consolidando así mi criterio de que esa práctica de que los funcionarios que atendíamos a esas delegaciones participáramos en las reuniones que él sostenía con ellas, formaba parte intrínseca de sus desburocratizados y sistemáticos métodos de dirección y trabajo.
Sobre todo, porque muchas veces él aprovechaba esas ocasiones para evaluar y conocer, sin intermediarios, los conocimientos y las opiniones de cada uno de los funcionarios del DA implicados en las tareas que él consideraba más importantes para el despliegue de las políticas de nuestro partido y gobierno hacia diversos países de América Latina y el Caribe. Incluso, más de una vez, me sucedió que, además de responder las preguntas que Fidel me formulaba, al terminar las entrevistas se me acercaba para indagar mi opinión respecto a lo que él había planteado.
Lo que aprendí de las interrelaciones de Fidel con Gabriel García Márquez
Esas y otras prácticas de Fidel fueron una de las tantas enseñanzas que recibí de él durante el tiempo que estuve cumpliendo diversas tareas vinculadas a Colombia. Después de atender a la delegación del PC de ese país que fue invitada al primer Congreso de nuestro partido, una de mis primeras tareas fue recibir y acompañar a Gabriel García Márquez —también conocido como Gabo— durante la visita que realizó a nuestro país a mediados de 1976.
Luego de recibirlo en el aeropuerto, alojarlo en el Hotel Nacional y hablar con él, le informé a Piñeiro los diversos objetivos de su visita a nuestro país. Como algunos de estos tenían una clara connotación política vinculada a la situación entonces existente en Colombia, de inmediato me indicó que le comunicara la intención de reunirse con él en las primeras horas de la tarde del día siguiente.
Así lo hice; pero cuando fui a buscarlo a la hora acordada, no lo encontré porque, según Gabo me dijo después. con su fino humor, no exento de ironía, Fidel «lo había secuestrado», no tanto para hablar sobre la situación política colombiana —que era lo que yo había hecho—, sino sobre su obra literaria; de la cual —creo que él se había percatado— yo no tenía suficientes conocimientos.
Esto me dejó otra lección: para seguir atendiéndolo y para sus futuros encuentros con Fidel, con Carlos Rafael, con otros dirigentes de la Revolución o con los escritores y artistas cubanos que Gabo nos había pedido visitar, lo primero que tenía que hacer era releerme Cien años de soledad y leerme el Otoño del Patriarca que él había publicado antes de regresar a Colombia en 1975.
Ese aprendizaje me fue de enorme utilidad para mis relaciones con otros escritores y artistas colombianos y de otros países del continente y, en especial, en las muchas visitas que posteriormente realizó Gabo a La Habana.
En estas, tanto antes como después de obtener el Premio Nobel de Literatura en 1982, tuve el privilegio de participar —en ocasiones en compañía de mi colega y esposa, Tania García Lorenzo— en buena parte de las conversaciones sobre lo divino y lo humano (incluida la literatura y algunas recetas de cocina colombianas) que Gabo y su esposa Mercedes sostenían con Fidel, a veces hasta altas horas de la noche o las primeras de la madrugada.
Antes y después de lo narrado, sobre la base de sus propias convicciones políticas, Gabo utilizó su prestigio para, por iniciativa propia, coordinadas o a solicitud de Fidel, emprender diversas gestiones y acciones dirigidas a respaldar la multifacética proyección internacional de la Revolución Cubana.
Aunque estuve vinculado a algunas de ellas, no puedo ni debo relatarlas todas; pero sí puedo referir las que tuvieron connotaciones públicas o luego fueron divulgadas por algunos de sus protagonistas.
Entre ellas, la visita que Gabo realizó a Angola a comienzos de 1977 y luego de la cual escribió su artículo «Operación Carlota», que fue el nombre que la máxima dirección política-estatal de nuestro país le puso a la decisiva colaboración político-militar que nuestro pueblo le ofreció al gobierno de Angola, presidido por Agostinho Neto, para derrotar las primeras agresiones contra la recién lograda independencia de ese país.
Por indicaciones del entonces segundo secretario del CC del PCC y ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Raúl Castro, acompañé a Gabo en esa visita. Cuando regresamos a La Habana, a través de Piñeiro, le hicimos llegar a él y a Fidel la primera versión de su artículo. Unas pocas horas después nos convocó a la conversación que sostuvo con Gabo.
En ella, después de realizar algunas precisiones, reconoció que era un artículo muy bueno para dar a conocer en el mundo la gesta solidaria del pueblo cubano con la independencia de los pueblos africanos, así como con sus luchas contra el apartheid, los Estados Unidos y sus aliados europeos y africanos.
La ética de las decisiones de Fidel que condujeron a la derrota de la dictadura de Somoza
A ello se sumó todo el apoyo que, antes y después de ese viaje, García Márquez le había ofreció a nuestra embajada en Colombia, incluidas las informaciones que nos suministraba sobre algunas organizaciones revolucionarias que actuaban desde la clandestinidad con las que, en cumplimiento del principio de no injerencia en los asuntos internos de ese país, no debíamos mantener relaciones directas.
Entre ellas, el Movimiento 19 de Abril (M-19). Este había ganado notoriedad después de que en enero de 1974 había sustraído la espada y el bastón de mando de Simón Bolívar que estaban atesorados en la Quinta de Bolívar, ubicada en el centro de Bogotá.
Cuatro años más tarde, Gabo se implicó de manera directa en la coordinación con el gobierno de Panamá de la complicada operación político-militar que, en 1978, había emprendido el M-19 para, entre otros propósitos internos, hacerle llegar al FSLN una parte de los aproximadamente 5.000 fusiles que tenían programado sustraer a fines se ese año de unos almacenes de las Fuerzas Armadas Colombianas —conocido como el Cantón Norte— ubicado en Bogotá (Villamizar, 2002: 391-394).
Aunque todos los detalles de esa operación y la participación que iba a tener en ella el gobierno panameño, encabezado por el general Omar Torrijos, solo pude conocerlos pocos meses después, las decisiones de darle protección en Cuba, de manera discreta, al matrimonio colombiano y a sus dos hijos desde cuya vivienda se había construido el túnel para extraer las armas antes mencionadas, fueron adoptadas por Fidel a comienzos de 1979.
Esa decisión se enmarcó en su previsión estratégica del papel negativo que iba a desempeñar el gobierno colombiano, presidido entre 1980 y 1982 por el liberal Julio César Turbay Ayala en los órganos del Sistema Interamericano que, a solicitud de la administración de James Carter (1977–1981), se estaban activando para tratar de impedir o mediatizar la potente insurrección del pueblo nicaragüense contra la dictadura de Anastasio Somoza, encabezada por el FSLN.
En las investigaciones que luego emprendí sobre esos trascendentales acontecimientos pude comprender la meticulosidad de orfebre y la escrupulosa ética con la que el Comandante en Jefe había contribuido a la reunificación de esa organización político-militar, así como diseñado e implementado «la ruta crítica» que condujo a la organización en Cuba de una «brigada de apoyo» al FSLN, integrada por revolucionarios nicaragüenses, salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, chilenos y uruguayos que estaban recibiendo o que previamente habían recibido entrenamiento militar en nuestro país.
Según Fidel difundió casi 30 años después, a esa brigada se incorporaron «51 oficiales del Partido Comunista de Chile, 20 del Partido Socialista de ese país y ocho del Partido Comunista Uruguayo», formados en academias militares cubanas, así como «diez médicas y dos médicos militares chilenos formados en Cuba» (Castro, F., 2008: 128).
No obstante, sobre la base del absoluto respeto a las direcciones de esos partidos, solo fueron integrados a esa fuerza con la autorización previa de las máximas direcciones de sus respectivas organizaciones políticas. Y, a su vez, quedaron comprometidos a subordinarse a las decisiones que fuera adoptando la dirección del FSLN (Rojas, 2015).
De manera convergente y atendiendo a una solicitud realizada por el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, de enviarles medios de defensa antiaérea al gobierno costarricense para que pudiera defenderse ante los eventuales ataques de la aviación somocista, Fidel llegó a un acuerdo con el presidente de ese país, Rodrigo Carazo Odio (1978–1982): la mitad de las toneladas de armas que se les enviarían desde Cuba serían entregadas a las fuerzas sandinistas que operaban en el sur de Nicaragua; lo que incrementó exponencialmente su poder de fuego.
Como también había previsto, la brigada internacionalista antes referida, asesorada por el ahora general retirado de las Tropas Especiales del MININT, Alejandro Ronda, desempeñó un papel decisivo en las acciones militares que condujeron a la derrota de las cada vez más desmoralizadas tropas élites de la Guardia Nacional somocista desplegadas en esa zona y, con ello, aceleraron la victoria, el 19 de julio de 1979, de la Revolución Sandinista.
Acorde con los propósitos de este testimonio, me parece necesario resaltar la cristalina ética con la que Fidel condujo sus relaciones con los gobiernos de Panamá —por donde inicialmente se trasladaron buena parte de los 208 oficiales y combatientes internacionalistas latinoamericanos que salieron de Cuba—, Venezuela y Costa Rica, así como con los inexpertos mandos político-militares del Frente Sur del FSLN, encabezados por el comandante Edén Pastora.
Según ha relatado Ronda, Fidel le había instruido respetar las decisiones que estos adoptaran; pero, un día antes de la victoria de las fuerzas sandinistas, le orientó que le indicara a los Jefes de sus tropas que combatían en el Frente Sur que atacaran de inmediato a las desmoralizadas fuerzas élites de la Guardia Nacional y se prepararan «para hacer prisioneros, tratarlos con el máximo de consideración humana y política [y], evitar cualquier tipo de excesos» (Ronda, en Rojas, 2021).
Las decisiones que Fidel fue adoptando sobre nuestras relaciones con el gobierno de Turbay Ayala
Estimulados por esa victoria y tratando de aplicar en las condiciones de su país algunas de las experiencias de lucha del FSLN, el 27 de febrero de 1980 un comando del M-19 ocupó la embajada dominicana en Bogotá en momentos en que se estaba realizando una concurrida recepción para festejar el 136 aniversario de su independencia del dominio colonial español. Como nuestro país no tenía relaciones diplomáticas con el gobierno dominicano, nuestro embajador, Fernando Ravelo, no asistió a esa recepción.
De inmediato, el comando del M-19 dio a conocer sus ambiciosas demandas —la excarcelación de todos los presos políticos y la entrega de algunos millones de dólares— a cambio de la liberación de los 13 Embajadores y del Nuncio Apostólico que permanecieron como rehenes.
Comoquiera que el presidente colombiano Turbay Ayala no estuvo dispuesto a aceptarlas, comenzaron a desarrollarse frente a la embajada dominicana prolongadas y cada vez más escabrosas negociaciones entre la negociadora del M-19 y los representantes del gobierno colombiano. Según las informaciones que recibíamos, sus fuerzas militares estaban elaborando diversos planes para ocupar violentamente las instalaciones de esa embajada.
En esas condiciones, Fidel autorizó a Ravelo a que ofreciera sus buenos oficios para contribuir a solucionar el impasse que se había creado. Condición imprescindible era que ambas partes los aceptaran.
Mucho más porque, a fines de 1979, en un claro contubernio con el gobierno de Estados Unidos presidido por James Carter (1977-1981), así como con otros gobiernos latinoamericanos y de otras partes del mundo, Turbay Ayala, violando los acuerdos previamente establecidos con las autoridades gubernamentales de nuestro país, se había empeñado en obstruir su legítima aspiración de ocupar, en representación del Movimiento de Países No Alineados —entonces presidido por Cuba— , uno de los dos escaños rotativos de la representación de América Latina y el Caribe en el Consejo de Seguridad de la ONU.
A causa del impacto negativo que tuvo en esa pretensión la sorpresiva intervención de tropas soviéticas en Afganistán y su imposibilidad ética de condenarla, ni de apoyarla, Fidel tomó la decisión de proponerle al Grupo Latinoamericano de la ONU (GRULA) que ese escaño fuera ocupado por el gobierno de México.
Esa propuesta fue inmediatamente aceptada ante el hastío que había provocado la indecorosa actitud del gobierno colombiano que violaba de manera flagrante y sistemática los procedimientos establecidos en todos los grupos regionales de la ONU (Mora, 2015: 165-167).
No obstante, cuando poco más de dos meses después de la ocupación de la embajada dominicana, con el concurso de Ravelo, se logró finalmente que el gobierno colombiano y el M-19 arribaran a un acuerdo, Fidel autorizó el envío de un avión de Cubana de Aviación para trasladar a nuestro país, en calidad de asilados políticos, a todas y todos los integrantes del Comando de esa organización, al igual que a los embajadores que permanecieron como rehenes hasta su llegada a Cuba.
Las primeras decisiones adoptadas por Fidel en nuestras relaciones con el M-19
Tres meses después, el 22 de julio, viajaron a La Habana, procedentes de Nicaragua —en donde habían participado en los actos por el primer aniversario de la Revolución Sandinista—, Jaime Bateman y otros dos altos dirigentes de esa organización que habían logrado fugarse de la cárcel donde estaban sometidos al que en Colombia se llamó «el Consejo de Guerra del Siglo», por la cantidad de dirigentes y militantes de diversas organizaciones populares y revolucionarias detenidos y muchas veces torturados durante los dos primeros años del gobierno de Turbay Ayala.
En esa ocasión, Bateman nos solicitó que le ofreciéramos entrenamiento militar a los integrantes del antes referido comando y a otros dirigentes y militantes del M-19. Asimismo, que lo ayudáramos a establecer relaciones oficiales con las máximas direcciones del FSLN —que no los habían recibido durante su visita a Nicaragua— y de las organizaciones revolucionarias salvadoreñas con las que no habían logrado reunirse en Managua, así como de otros países de América Latina que en aquellos momentos estuvieran en La Habana para participar, al igual que él, en la celebración del 27 aniversario del Asalto al Cuartel Moncada.
En razón del cada vez más acentuado deterioro de las relaciones con el gobierno colombiano, Fidel aprobó esas solicitudes y, por primera vez, se reunió con Bateman. En esa ocasión les hizo algunos relatos sobre la antes mencionada operación solidaria con el FSLN.
Luego de cumplir los principales propósitos de su visita a Cuba, Bateman regresó a Managua donde, a nuestra solicitud, esta vez fue atendido por el jefe y vicejefe de la Dirección de Relaciones Internacionales del FSLN.
Tiempo después de esa reunión, Bateman nuevamente visitó nuestro país. Pocos días después partió para Panamá, donde hacía poco más de dos años y gracias a la ayuda de García Márquez, había establecido estrechas relaciones con Torrijos.
Fue después de esa visita que Bateman comenzó a implementar los planes dirigidos a darle una estructura militar a las llamadas «guerrillas móviles» que, con mayores o menores éxitos, se habían formado en diferentes zonas rurales del sur de ese país.
Para avanzar en esos planes, a fines de 1980 comenzó a urgir el regreso a Colombia de todos los dirigentes y militantes de su organización que estaban recibiendo entrenamiento militar en Cuba. En cuanto los terminaron, la Dirección General de Operaciones Especiales del MININT (DGOE) organizó su salida de nuestro país.
Según pudimos conocer, su plan era que ellos y otros militantes de su organización que estaban en Panamá, emprendieran sendos desembarcos navales en dos puntos diferentes de Colombia en algún momento del primer trimestre de 1981. De inmediato le enviamos a Fidel un informe donde le indicamos que esas expediciones iban a salir desde Panamá.
Sin dudas, esto le generó una gran preocupación porque, según me dijo Piñeiro, le preguntó si teníamos posibilidades de comunicarnos con Bateman de manera expedita. De inmediato comenzamos a buscar las mejores vías para cumplir esa orientación, pero sin esperar el resultado de nuestras gestiones, Fidel comenzó a buscar otras vías, incluido García Márquez, que en esos momentos estaba en Cuba.
En la conversación que sostuvo con él —en la que participé, junto a Piñeiro—, Fidel le pidió que le hiciera llegar a la máxima dirección del M-19, lo más rápido que le resultara posible, su criterio acerca de que los desembarcos navales eran una de las más difíciles operaciones militares que pudieran emprender para cumplir los propósitos de esa organización.
Y que, en caso de que no se convencieran, les pidiera que demoraran los desembarcos hasta su regreso del viaje que tenía previsto realizar a fines de febrero con vistas a participar en el XXVI Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética.
A causa de que ni nosotros ni Gabo encontramos vías apropiadas para hacerle llegar ese mensaje a Bateman, el primer grupo de 48 combatientes del M-19 salió de Panamá el 5 de febrero y desembarcó en el noroccidente de Colombia. Por su parte, el segundo grupo de 86 combatientes salió de Panamá 20 días después y desembarcó en el suroccidente de ese país.
Como había previsto Fidel, de inmediato ambos grupos fueron perseguidos y diezmados por las fuerzas militares colombianas; las cuales, en el caso del último grupo, contaron con la cooperación de las Fuerzas Armadas ecuatorianas.
Fue en ese contexto que, luego de obtener mediante tortura la confesión de uno de los integrantes de la expedición, el 23 de marzo de 1981, en una alocución radial y televisiva, Turbay Ayala anunció su decisión de «suspender» las relaciones diplomáticas con nuestro gobierno y lo acusó de haber organizado y armado esos desembarcos. De inmediato, García Márquez solicitó asilo político en la embajada de México, ya que circulaban informaciones de que las fuerzas represivas colombianas lo buscaban para encarcelarlo.
Comoquiera que ya había retornado a Cuba, Fidel redactó una concisa declaración del Gobierno Revolucionario en la que se reconoció que algunos de los integrantes de la expedición del M-19 se habían entrenado en nuestro país; pero afirmó que nuestras autoridades no habían tenido nada que ver con el avituallamiento ni la organización de esos desembarcos.
Acto seguido, expresó la disposición de nuestras autoridades estatales de sostener conversaciones con el gobierno colombiano para encontrar una solución político-diplomática a todos los conflictos que, desde fines de 1979, habían venido afectando el desenvolvimiento de nuestras relaciones bilaterales.
De la manera cuidadosa y precisa en que Fidel redactó la nota antes referida, obtuve una nueva lección político-ética: nunca debíamos decir mentiras, ni siquiera para tratar con nuestros enemigos y adversarios; pero tampoco podíamos decir aquellas verdades que pudieran afectar a otras fuerzas políticas o a gobiernos amigos, como era el caso, en esos momentos, del M-19, del gobierno panameño y, en específico, de su máximo líder, el general Torrijos; quien murió el 31 de julio de ese año en un sospechoso accidente aéreo que algunos de sus más cercanos compañeros consideran fue un magnicidio organizado por la CIA (Martínez, 1987).
Las sugerencias de Fidel dirigidas a lograr la colaboración del M-19 con las FARC
Nunca supe si Torrijos tuvo tiempo de agradecerle a Fidel su decisión de no implicarlo en uno de los errores político-militares más costosos en vidas, armamentos y recursos económicos que hasta entonces había cometido el M-19 (Villamizar, 2002: 391-394).
Sin embargo, esos desatinos no fueron obstáculos para que nuestro partido continuara manteniendo sus estrechas relaciones con esa organización político-militar. Entre otras razones, porque hasta su salida del gobierno en agosto de 1982, Turbay Ayala mantuvo todos sus contubernios con Estados Unidos y, por consiguiente, nunca aceptó sostener las conversaciones que nuestro gobierno le había ofrecido.
Por consiguiente, en los primeros días de agosto de 1981, se autorizó una nueva visita a Cuba de otros dirigentes del M-19, incluido Jaime Bateman, quien, producto de los rigores de su intensa vida guerrillera, tuvo que someterse a una nueva operación quirúrgica en nuestro país.
En esa ocasión, Fidel nuevamente fue a visitarlo en la Casa de Protocolo donde estaba alojado y, luego de conocer su estado de salud, de escuchar el análisis que ellos habían realizado sobre los errores cometidos en los desembarcos, así como sobre la situación en que se encontraban la organización y los compañeros que seguían encarcelados en Colombia, le preguntó algunos detalles de otra operación que, según le habíamos informado con anticipación, Bateman estaba organizando desde Panamá.
Esta consistía en hacer llegar por vía aérea o marítima a Colombia mil fusiles automáticos con abundantes municiones que se encontraban en un barco averiado que estaba en las costas de Panamá en el Océano Atlántico, pues las organizaciones político-militares salvadoreñas que las habían adquirido no tenían condiciones para internarlas en su país.
En ese momento, Fidel le preguntó a Bateman sobre la posibilidad de que parte de esas armas se le pudieran hacer llegar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), políticamente subordinas al PC de C. No solo como una demostración de su voluntad unitaria, sino también para fortalecer otros frentes de lucha guerrillera. Bateman respondió de manera positiva a esa sugerencia; pero indicó que ellos aún no habían podido lograr un acuerdo político con la dirección de esa organización.
Sin embargo, cuando una parte de dicho armamento fue introducido en Colombia por vías marítimas y trasladado mediante el intrépido secuestro ejecutado por un comando de esa organización de un avión comercial a una de las zonas donde operaban las fuerzas guerrilleras del M-19, Bateman nos informó que, cumpliendo su compromiso con Fidel, una parte del mismo —que aún permanecía en Panamá— iba a ser destinado a las FARC.
En las semanas posteriores nos comunicó que, a pesar de haber definido con la dirección de esa organización el lugar de Colombia en que se las iban a entregar por medios marítimos, no acudieron a recibirlo, por lo que el barco que las transportaba tuvo que regresar a Panamá. Y, en un segundo intento, tuvo que ser hundido por los combatientes del M-19 encargados de esa operación porque había sido interceptado en alta mar por una poderosa unidad de la Marina de Guerra colombiana (Villamizar, 2002: 391-394).
El «tablero de ajedrez» en el que se desplegaban las luchas en Colombia
Cabe destacar que el tema de la necesaria coordinación entre ambas organizaciones guerrilleras también había sido abordado de manera cuidadosa por Fidel en la reunión que había sostenido con la delegación del PC de C invitada al Segundo Congreso del PCC, efectuado entre el 17 y el 20 de diciembre de 1980.
Esta había sido encabezada por su Secretario General, Gilberto Vieira, e incluyó a otros dos integrantes de su máxima dirección; uno de los cuales era el portador de diversas solicitudes de ayuda dirigidas a fortalecer las estructuras de mando de las FARC.3
Estas eran tan modestas que Fidel les indicó que, si nuestro país se iba a buscar un nuevo conflicto con el gobierno de Turbay Ayala —adicional al que, como ya se vio, se había presentado en la ONU—, la selección que ellos iban a realizar de los que vendrían a recibir preparación militar en Cuba podía ser mayor que la que estaban solicitando.
Asimismo, desde su mirada estratégica, les exteriorizó su criterio de que las multiformes y, en muchas ocasiones, desarticuladas luchas que se estaban desplegando en Colombia debían incorporarse al «tablero de ajedrez» de las que de manera simultánea se estaban desarrollando en otros países de Centroamérica y el Caribe; tanto por la privilegiada ubicación geopolítica de su país, como por el importante papel que siempre había desempeñado en la política de Estados Unidos hacia América Latina.
De esos planteamientos de Fidel obtuve otra lección: en el futuro mi campo de análisis no podía quedar restringido a la situación interna y a la política exterior colombiana. Para entenderla en toda su profundidad estaba obligado a estudiar, desde la que ahora se denomina «geopolítica crítica», el diseño y la implementación de las diversas estrategias de la maquinaria de la política exterior, defensa y seguridad imperial de Estados Unidos, así como de sus aparatos económicos e ideológico-culturales hacia otros países del sur del continente americano y, en particular, hacia la que ellos denominaban «Cuenca del Caribe».
Esa enseñanza alumbró todas las tareas que en los años posteriores desarrolló el equipo del DA encargado de Colombia y, años más tarde, algunas de las investigaciones que emprendí durante los 12 años que fui director del CEA.
El carácter de esas investigaciones próximamente los publicaré en otro relato; pero ahora quiero resaltar, sin orden de prelación, otras lecciones que recibí de Fidel entre 1981 y mediados de 1984.
Fidel jamás le decía a ninguna organización revolucionaria lo que debía hacer
En el ínterin, en agosto de 1982, asumió la presidencia de Colombia el candidato del Partido Conservador, Belisario Betancur; quien, durante su campaña electoral había proclamado su intención de «resolver los problemas objetivos y subjetivos» que, en su consideración, determinaban las ancestrales, superpuestas y muchas veces sádicas violencias delincuenciales y políticas entonces (como ahora) existentes en su país.
Con tal fin, uno de sus primeros pasos fue proponerle al Congreso la aprobación de una Ley de Amnistía amplia e incondicional para todos los presos políticos; ya que, durante la campaña electoral, esa había sido una de las principales demandas de diferentes fuerzas sociales, políticas e intelectuales; incluidos importantes sectores del Partido Liberal y de la pequeña y heterogénea coalición de organizaciones de izquierda que se había formado para disputar la presidencia de la República, al igual que de la «propaganda armada» del M-19.
Como una nueva expresión de sus desencuentros, las FARC habían iniciado una «tregua unilateral» que a Fidel le había parecido inadecuada para las complejas circunstancias políticas que estaba viviendo Colombia y en razón de la política agresiva contra las revoluciones sandinista, granadina y cubana que había comenzado a implementar Estados Unidos desde que Ronald Reagan había asumido la presidencia el 20 de enero de 1981.
Como pude conocer en la visita que unos meses antes había realizado a Colombia, el 18 de noviembre de 1982, Belisario Betancur firmó la antes referida Ley de Amnistía. Esta propició la libertad de un numeroso grupo de dirigentes y militantes de varias organizaciones guerrilleras colombianas: la Auto Defensa Obrera —de inspiración trotskista—, el ELN, el Ejército Popular de Liberación —influido por el maoísmo—, las FARC y el M-19.
En razón de las estrechas relaciones que, a diferencia de las otras, teníamos con esa última organización y, a su solicitud, Fidel autorizó que de inmediato viajaran a Cuba todos los integrantes de su Consejo Superior y de su Dirección Nacional que estuvieran en condiciones de hacerlo y que, los que así quisieran, vinieran acompañados por sus familias para que descansaran y, si fuera necesario, ofrecerles atención médica. Casi todos viajaron, luego de una reunión que días antes habían sostenido en Panamá, incluido Jaime Bateman, su esposa y sus dos hijas.
Luego de que estos descansaron y de recibir informaciones sobre algunas de las discusiones que habían adoptado en Panamá y en Cuba —entre ellas, si continuaban o no sus acciones militares y, en caso de hacerlo, como se aprobó, cuáles eran las estrategias y tácticas político-militares que iban a utilizar para formar su ejército de liberación nacional y social— , Fidel decidió reunirse en una de sus oficinas del Consejo de Estado y de Ministros con los principales dirigente del M-19 que permanecieron en nuestro país.
Si me memoria no me falla, se había quedado al frente de ellos el prestigioso dirigente de esa organización, Carlos Pizarro León Gómez. En cualquier caso, a partir del intercambio de criterios y de las preguntas formuladas, Fidel, apoyado en una maqueta situada en el salón en el que estábamos reunidos y en su prodigiosa memoria, les hizo una extensa y detallada exposición de la estrategia y las tácticas que, bajo su dirección, se habían empleado durante la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista y, dentro de ella, los pormenores de la contraofensiva estratégica del Ejército Rebelde desplegada entre agosto y fines de diciembre de 1958 (Castro, F, 2010).
Conociendo los errores que al respecto cometían las diferentes fuerzas guerrilleras colombianas, en esa explicación Fidel se detuvo en el tratamiento humano de los oficiales y soldados heridos o capturados por las columnas del Ejército Rebelde y la importancia que esa práctica ética había tenido en el desmoronamiento de la moral combativa de las Fuerzas Armadas batistianas.
En mi comprensión, ese era uno de los métodos de Fidel: explicar las experiencias de la lucha insurreccional en nuestro país con vistas a influir en las opiniones o posiciones de las organizaciones revolucionarias; pero, salvo que ellos le preguntaran, siempre evitaba decirles lo que tenían o debían hacer en las circunstancias concretas de sus correspondientes países.
A su vez, Fidel siempre estaba dispuesto a nutrir su pensamiento de las experiencias de las luchas en otros países y, cuando consideraba que estas eran pertinentes, trasladárselas a otros movimientos populares o revolucionarios latinoamericanos. Todas ellas las había sintetizado en los «tres ingredientes decisivos para alcanzar el triunfo revolucionario: la unidad, las masas y las armas» (Piñeiro, 1999: 216).
Sobre la base de esos conceptos, en la reunión antes indicada, Fidel aprobó la solicitud de la dirección del M-19 para que vinieran a recibir un curso político-militar en nuestro país cerca de 100 dirigentes y militantes de esa organización.
De manera simultánea y sobre la base de la mencionada reunión que él había sostenido tres años antes con el secretario general del PC de C, también autorizó el entrenamiento del primer y, a la postre, único grupo de 15 combatientes de las FARC en las diversas especialidades militares que ellos habían solicitado.
Otros conceptos de Fidel sobre la ética de las fuerzas revolucionarias
Lo antes dicho no fue obstáculo para que el Comandante en Jefe apoyara la continuidad de las gestiones que había realizado García Márquez para lograr una reunión discreta entre Belisario Betancur y el jefe del M-19, Jaime Bateman, en ocasión de la VII Cumbre del Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) que se realizó en Nueva Delhi a inicios de marzo de 1983.
Aunque, con nuestro apoyo, Bateman ya tenía organizado todo el trayecto de su viaje clandestino, aduciendo problemas de salud, Belisario no acudió a esa Cumbre en la que se aprobó el ingreso de su país al MNOAL. No obstante, ese paso marcó un cambio positivo en las posiciones vacilantes que habían mantenido los representantes del gobierno de Turbay Ayala en la VI Cumbre de ese movimiento realizada en La Habana en septiembre de 1979; lo que no pasó inadvertido para Fidel.
Mucho menos porque Belisario y el recién electo presidente mexicano, Miguel de la Madrid (1982–1988), orientaron a sus cancilleres a convocar a sus homólogos de Panamá y Venezuela a la reunión en la que, en enero de 1983, se fundó el llamado Grupo de Contadora —en referencia a la isla panameña en la que se realizó esa reunión—, orientado a la búsqueda de soluciones políticas negociadas a los conflictos militares en El Salvador, Guatemala y Nicaragua.
En este último caso, a causa de la «guerra sucia» de Estados Unidos contra la Revolución Sandinista, desplegada por la administración de Ronald Reagan, y del voluminoso apoyo económico, político y militar que esta les ofrecía a los gobiernos de los dos países antes mencionados.
En ese contexto, colocado en «el tablero de ajedrez» de la Cuenca del Caribe, Piñeiro nos orientó a los funcionarios del DA vinculados a las problemáticas de esa región que estudiáramos las amenazas y oportunidades que pudiera implicar la acción de ese grupo intergubernamental para los intereses de la Revolución Sandinista y para los movimientos revolucionarios de El Salvador y Guatemala; ya unificados en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y en la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca.
Con tal fin y conociendo que aún estaba apesadumbrado por la muerte de Jaime Bateman en un accidente aéreo el 28 de abril de 1983, Piñeiro me orientó que, junto al jefe de la Sección de Centroamérica del DA, Ramiro Abreu, y a otros compañeros, asistiera como observador oficioso a la segunda reunión de Cancilleres del Grupo de Contadora que se efectuó en Ciudad de Panamá en septiembre de 1983.
Fue en esa ocasión que un alto funcionario de la cancillería colombiana me indicó la coherencia que él apreciaba entre la participación de su gobierno en esa reunión y el afán del presidente Belisario Betancur en encontrar una solución negociada al sangriento conflicto interno existente en su país.
Sin embargo, me agregó, que las negociaciones al respecto seguían estancadas a causa de la que denominó «intransigencia» del M-19, las FARC y demás organizaciones guerrilleras.
En ese contexto, me deslizó la idea de que Cuba pudiera utilizar sus buenos oficios para modificar la actitud de esas organizaciones. Luego de responderle que él sobrevaloraba nuestro papel en el conflicto social y político interno colombiano, le indiqué que, para lo que me estaba sugiriendo, era imprescindible que su gobierno al más alto nivel les hiciera una solicitud oficial a las autoridades cubanas.
Al llegar a La Habana le informé a Piñeiro los detalles de esa conversación. Luego de expresarme su coincidencia con las respuestas que yo había ofrecido, me orientó que preparara un informe para Fidel y que, además, fuera explorando con los compañeros de la dirección del M-19 que aún estaban entrenándose en Cuba si para ellos sería aceptable que desempeñáramos un papel similar al que el entonces embajador de Cuba, Fernando Ravelo, había asumido ante la ocupación de la embajada dominicana en Bogotá.
A ellos no les pareció viable por las grandes dudas que tenían sobre la voluntad negociadora del gobierno colombiano; pero quedaron comprometidos con consultar la propuesta con los integrantes del Comando Superior que estaban en Colombia. Por tanto, esa posibilidad quedó en suspenso. Mucho más porque el gobierno colombiano nunca la planteó oficialmente.
Sin embargo, a solicitud de Fidel, unas semanas después, Belisario Betancur desempeñó un positivo papel, junto a la Cruz Roja Internacional, para la evacuación de más de 700 trabajadores civiles cubanos y de los cadáveres de 24 constructores que habían caído defendiendo sus vidas durante la criminal y abusiva agresión de Estados Unidos contra la pequeña isla de Granada. Esta —como denunció Fidel— se había pretendido justificar con las 17 mentiras que, emulando los métodos del nazismo, había difundido Ronald Reagan (Castro, F, 1983: 243-250).
En los días posteriores, un comando del ELN secuestró a uno de los hermanos de Belisario Betancur. En cuanto conoció esa noticia, Fidel le envió un mensaje indicándole que estaba conmovido «por la noticia del secuestro de su hermano Jaime» y que consideraba «absolutamente injustificable, desde todo punto de vista, el acto realizado contra su hermano y contra usted, que como presidente ha dado inequívocas pruebas de interés por la paz dentro y fuera de Colombia y de nobles sentimientos humanitarios».(Castro, F., 2008: 145) Y, en otra muestra de sus arraigados valores humanos y políticos, agregó:
Como revolucionario siempre he creído que la ética es un principio irrenunciable, sin la cual incluso la más justa y limpia de las causas políticas puede ser irreversiblemente dañada y mancillada. No es ética, ni es política, ni es justa bajo ningún concepto, a nuestro juicio, esta acción contra ningún allegado suyo. Dañarlo físicamente o privarle de la vida, sería un crimen que no pueden cometer jamás quienes verdaderamente actúen en nombre de ideas revolucionarias. (Castro, F., 2008: 145).
De inmediato, la Oficina de Información y Prensa de la Presidencia de la República de Colombia divulgó ese mensaje. Sin embargo, pocos días después se publicó otra declaración del ELN reiterando sus demandas. Al conocerla, Fidel le envió otro mensaje a Belisario Betancur en el que, entre otras ideas, le expresó sus sospechas de «que fuerzas de otro tipo y con otras motivaciones, bien en forma directa o indirecta, mediante la infiltración en alguna organización que se considere revolucionaria, estén influyendo en los hechos» (Castro, F., 2008: 146). Y añadió:
Puede haber detrás de estos acontecimientos una gran provocación contra su política de paz, dentro y fuera de Colombia, y la independencia y dignidad asumidas bajo su Presidencia por la política internacional de su país, de la cual son ejemplos el ingreso al Movimiento de los No Alineados, su participación destacada en el Grupo de Contadora a favor de la paz en Centroamérica, su actitud y gestiones a raíz de la invasión a Granada.
Por el carácter realmente reaccionario y negativo de tal acción, tanto para Colombia como para el movimiento progresista y revolucionario de América Latina y el Caribe, cualesquiera que sean sus responsables, considero conveniente que esta posibilidad sea también denunciada o advertida.
Nosotros, por nuestra parte, a través de todos los canales, estamos haciendo y haremos lo que esté a nuestro alcance, por la integridad y vida de su hermano.
Ese segundo mensaje sí llegó a la Dirección Nacional del ELN porque el 6 de diciembre de 1983 esta rechazó la acción, ordenó la liberación de Jaime Betancur y los integrantes de la estructura urbana que lo habían secuestrado fueron expulsados de esa organización, con la cual, desde 1976, no teníamos relaciones directas.
Las primeras contribuciones de Fidel a la paz en Colombia
Casi cuatro meses después, cuando ya estaba propuesto para que asumiera la dirección del CEA, viajé a Colombia como parte de una delegación de académicos y escritores cubanos que asistió al Congreso de la Unidad Latinoamericana, efectuado en Medellín, a comienzos de abril de 1984. Esta fue encabezada por el Poeta Nacional y entonces presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Nicolás Guillén.
Comoquiera que, en razón de su salud, él no podía trasladarse a Bogotá y Belisario (que tenía interés en saludarlo) en esos momentos no podía viajar a la costa Atlántica de su país, que era donde ya estábamos, fui mandatado por Guillén, junto a otro compañero de la delegación que, al igual que yo, tenía previsto viajar a Bogotá, así como con la principal organizadora de ese evento, Luz Elena Zabala, a la cita que ella había convenido con el presidente colombiano.
Luego de recibir el saludo y el regalo que le había enviado Guillén, de manera bilateral Belisario me formalizó verbalmente la solicitud de que las autoridades cubanas lo ayudaran a establecer negociaciones con el M-19. Después de aclarar algunos detalles de lo que me estaba solicitando, quedé en canalizar su pedido tan pronto regresara a La Habana y hacerle llegar una respuesta lo más rápidamente posible. En función de ello quedó establecido un mecanismo expedito para obtener la visa para mi eventual regreso y/o el de algún otro compañero a Colombia.
Como antes de llegar a La Habana tenía que hacer un tránsito de dos días en Panamá, comencé a valorar el asunto con los compañeros de la dirección del M-19 que estaban en ese país y le envié un mensaje cifrado a Piñeiro a través de uno de los dos representantes del DA en la embajada cubana, Alberto Cabrera.
Cuando llegué a La Habana acudimos a la reunión a la que nos convocó Fidel. En esta me orientó los inamovibles principios que, como respuesta a su demanda, debía trasladarle de manera personal al presidente Belisario Betancur: Cuba nunca ha actuado ni actuará como negociador de nada que tenga que ver con los asuntos internos de otros gobiernos o de ninguna organización popular o revolucionaria. Por tanto, no participaría, ni mediaría en las negociaciones y solo las propiciaría cuando todas las partes implicadas así lo solicitasen. De modo que, si Belisario aceptaba esos conceptos, yo debía trasladárselos a la dirección del M-19.
Con esas indicaciones, rápidamente regresé a Colombia. Antes de llegar a Bogotá y cumpliendo indicaciones de Fidel, fui a hablar con García Márquez en su casa en Cartagena, quien de inmediato se puso en contacto con uno de los operadores políticos de Belisario Betancur.
Este viajó a Cartagena y después de nuestra conversación concertó el día y la hora en que me iba a recibir el mandatario colombiano. Para que no hubiera ninguna dificultad viajamos en el mismo vuelo. Y, cuando Belisario aceptó las condiciones planteadas por Fidel, le indiqué que me iba a poner en contacto con los compañeros de la máxima dirección del M-19 para trasladarle su solicitud.
Cuando pude organizar un encuentro con el integrante de su Consejo Superior, Antonio Navarro Wolf, y este estuvo de acuerdo, volví a reunirme con el presidente colombiano. Esta vez, me presentó a su ministro de Gobierno, Jaime Castro, quien quedó encargado de garantizar todas las condiciones de seguridad para emprender las negociaciones que había exigido el antes mencionado dirigente del M-19.
Cuando todo eso quedó establecido, y con el concurso de Jaime Castro tuve una nueva reunión con Belisario, él me planteó su gran interés por conocer en persona y conversar con Fidel. Acto seguido sugirió la posibilidad de que ambos se encontraran en un Cayo bajo control colombiano (Quita Sueño), cuya jurisdicción entonces estaba en litigio con Nicaragua.
En cuanto regresé a La Habana, junto con Piñeiro, fuimos a ver a Fidel para informarle cómo, sobre la base de sus instrucciones, habían quedado organizados los contactos entre los dirigentes del M-19 y el Gobierno colombiano. Asimismo, para consultarle la posibilidad de un encuentro personal con Belisario.
Aunque ya en ese momento había sido nombrado director del CEA, Fidel me orientó que regresara a Colombia de inmediato y le llevara a Belisario una carta que redactó, leyó y firmó en presencia mía y de Piñeiro. Asimismo, dio instrucciones para que me entregaran un presente que, en su nombre, debía entregarle al presidente colombiano.
Como me entregó su carta en un sobre sellado, no pude sacarle una fotocopia. Sin embargo, aún conservo en mi memoria los aspectos centrales de esa misiva: le expresaba a Belisario que él también tenía mucho interés en conocerlo y en conversar con él, pero que, en su criterio, no se podía iniciar ninguna amistad lastimando las sensibilidades de otros de sus amigos, como era el caso del presidente nicaragüense Daniel Ortega.
Para valorar la posibilidad de que esa conversación entre Fidel y Belisario se pudiera realizar en otro momento y lugar mutuamente aceptable, en esa ocasión me acompañó el jefe de la Sección de Colombia, Ecuador y Venezuela del DA, Jorge Luis Joa, con el fin de que pudiera darles continuidad a todas las tareas que previamente yo había venido cumpliendo en Colombia.
Después de trasladarle al presidente colombiano la respuesta de Fidel y de que este nos expresara su comprensión de la misma, quedaron establecidas las formas de contacto para continuar valorando la posibilidad de que ambos pudieran conocerse personalmente y sostener las conversaciones en que estaban interesados.
Inmediatamente después, junto con Joa, sostuve diversos contactos con altos funcionarios del gobierno colombiano que yo había conocido en mis viajes previos y ambos sostuvimos diversas conversaciones con los dirigentes del M-19 y de otras organizaciones políticas colombianas, incluidos los vinculados a algunos sectores de los partidos tradicionales y de la llamada «izquierda legal» de ese país.
Entre ellas, la máxima dirección del PC de C, que en aquel momento estaba apoyando las negociaciones de las FARC con representantes de Belisario Betancur. Estas concluyeron, a fines de 1984, en los llamados Acuerdos de La Uribe que, según supe después, sin abandonar las armas, les permitieron fundar la organización legal denominada Unión Patriótica.
Como una muestra más de sus desencuentros, en el mismo momento que se estaba dando a conocer la fundación de esa organización, el 6 de noviembre de 1985, un comando del M-19 ocupó el Palacio de Justicia para exigirle a Belisario la culminación de las negociaciones que había autorizado poco más de un año antes.
Según las investigaciones posteriores, los altos mandos de las Fuerzas Armadas tenían conocimientos previos de esa operación y de inmediato emprendieron una sangrienta respuesta militar para recuperar esa edificación. En esta asesinaron a algunos civiles que nada tenían que ver con el M-19, a todos los miembros del comando de esa organización que no habían caído en combate y a buena parte de sus rehenes, incluidos algunos magistrados de la Corte Suprema de Justicia que se habían destacado en la defensa de la legalidad democrática de ese país.
Ese solapado golpe de Estado cercenó toda posibilidad de que pudieran arribar a feliz término las negociaciones con el M-19 y con otras organizaciones guerrilleras. Sobre todo, porque en los años posteriores, de manera escalonada, comenzó a producirse una matanza de más 4.000 dirigentes y militantes de la Unión Patriótica y de algunos de los principales dirigentes del PC de C; entre ellos al dirigente de ese partido y senador Manuel Cepeda Vargas con quien había mantenido estrechas relaciones desde el primer viaje que había realizado a ese país en los primeros meses de 1976.
En esas condiciones, la dirección de nuestro partido mantuvo su multiforme solidaridad con esas y otras organizaciones políticas legales de la izquierda y con el M-19. Este, junto a otras organizaciones guerrilleras (como el llamado Comando Quintín Lame, al EPL y algunas fuerzas que se habían escindido del ELN), finalmente pudieron concluir sus negociaciones de paz con el gobierno del presidente liberal Virgilio Barco (1986–1990), a quien yo había conocido en una de mis visitas a Colombia.
Aunque nunca he podido confirmar esa información, el desarrollo de esas negociaciones previamente las había consultado con Fidel el entonces jefe del M-19, Carlos Pizarro, en una visita que había realizado a La Habana en 1988. Conociendo su ética, puedo suponer que el Comandante en Jefe no se inmiscuyó en las decisiones que había adoptado esa organización político-militar, ni mucho menos en los ulteriores desarrollos de esas negociaciones.
En cualquier caso, como resultado de estas, las organizaciones antes mencionadas entregaron sus armas y se convocó a elecciones para conformar una Asamblea Constituyente dirigida a reformar la reaccionaria Constitución de ese país.
Fue en esas circunstancias que regresé a Colombia para cumplir las tareas que estaba desarrollando en la organización del XXVIII Congreso de Asociación Latinoamericana de Sociologia (ALAS), efectuado en La Habana en mayo de 1991. La realización de ese evento previamente había sido autorizada por Fidel.
En esa ocasión pude reencontrarme con el exministro Jaime Castro y con varios dirigentes del M-19 que había conocido en Cuba o en Colombia, incluido Navarro Wolf. Este me informó los resultados de todas las indagaciones que habían realizado con vistas a esclarecer las circunstancias que había rodeado el asesinato de Carlos Pizarro el 26 de abril de 1990 cuando viajaba en un avión civil y se había convertido en el líder de la llamada Alianza Democrática M-19 y en el candidato de las fuerzas de izquierda y progresistas que gozaba de un mayor apoyo popular en los meses previos a las elecciones presidenciales que se realizaron en mayo de ese año.
En estas resultó electo el candidato del Partido Liberal, César Gaviria Trujillo; quien fue el mandatario colombiano que finalmente decidió restablecer las relaciones diplomáticas con Cuba.
A modo de conclusión: la última vez que conversé con Fidel
Todo eso ocurrió cuando ya llevaba cerca de siete años dirigiendo el CEA y su revista semestral Cuadernos de Nuestra América. En estos y en los cinco años posteriores fui adquiriendo nuevos conocimientos sobre la realidad del continente americano y, en conjunto con sus demás investigadores, amplié el horizonte geográfico de mis relaciones académicas y políticas en otros países del espacio geográfico, humano y cultural de la que José Martí había denominado Nuestra América, al igual que con algunas instituciones académicas y fundaciones canadienses, estadounidenses y europeas.
En todas esas nuevas tareas traté de aplicar, en las condiciones de un centro de estudios e investigación social, todo lo que previamente había aprendido de Piñeiro, de Carlos Rafael y del Comandante en Jefe. Con tal fin comencé a sistematizar y ampliar los conocimientos que había adquirido sobre Chile, Colombia, Perú y Venezuela durante el tiempo que estuve atendiendo esos países entre 1968 y 1984. Asimismo, sobre la historia y el pasado presente de las siempre asimétricas y multifacéticas relaciones de Estados Unidos con América Latina y el Caribe. También de la multifacética política de nuestro país hacia esa región.
De manera convergente, tuve la posibilidad de participar en algunos de los eventos internacionales realizados en Cuba o en otros países, así como en las visitas oficiales que Fidel realizó a Ecuador, Venezuela y Brasil, entre 1988 y 1990. En estas últimas, fui incorporado al llamado «grupo de apoyo» integrado por diversos compañeros y compañeras del DA, así como de algunas organizaciones sociales, de masas, profesionales, científicas y culturales de nuestro país.
Todos, de manera simultánea, aprovechábamos la ocasión para reunirnos con nuestras correspondientes contrapartes, al igual que, acorde con las instrucciones que recibíamos, para contribuir a convocarlos u organizar las diversas actividades que, luego de cumplir sus compromisos oficiales, Fidel solía desplegar con los plurales actores sociales, políticos e ideológico-culturales no gubernamentales de los países que visitaba.
En esas ocasiones, pude observar su inagotable capacidad de trabajo y cómo, sin abandonar las líneas principales de su cosmovisión y de su pensamiento político estratégico, ajustaba sus argumentos a la situación concreta existente en cada país.
Sin emplear ninguno de los manoseados conceptos y categorías del mal denominado «marxismo-leninismo», pero sin desdeñarlos, atemperaba su prolijo lenguaje al que empleaban sus plurales interlocutores, incluidos algunos que no compartían sus puntos de vista. Frente a estos, con un gran respeto, Fidel se esmeraba en ofrecerles todos los elementos históricos y factuales en que se fundamentaban sus criterios del pasado-presente o sus anticipaciones del porvenir.
Las lectoras y los lectores interesados en conocer las nuevas enseñanzas que durante esos 12 años pude captar de las potencias creadoras y anti dogmáticas de su pensamiento, así como de sus utopías para Cuba y para el mundo pueden acudir a la versión más amplia de este testimonio referenciado en las primeras líneas de este escrito, así como de otros previamente publicados; pero para terminarlo creo necesario recordar que, en el último evento internacional en el que participé en mi carácter de director del CEA, fue en la Cumbre Mundial para el Desarrollo Social, efectuada en 1995 en Copenhague, Dinamarca.
A este acudió Fidel y, tal como ya había hecho en la Cumbre sobre el Medio Ambiente realizada en Brasil en 1992, pronunció un breve pero estremecedor discurso. Horas después, a través del entonces Ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Robaina, nos convocó a que nos reuniéramos con él en el hotel donde estaba alojado todas y todos los representantes cubanos que habíamos participado en los diversos foros de las ONG de diversos países del mundo que se habían efectuado de manera paralela.
En cuanto nos saludó con la sencillez y afectuosidad acostumbradas, así como en contraste con las incomprensiones que tenían algunos altos funcionarios políticos y estatales cubanos hacia nuestro trabajo, de manera jocosa Fidel nos expresó que «nos envidiaba», porque él hubiera querido estar en los eventos en que nosotros habíamos participado, en vez de estar escuchando la catilinaria de discursos — muchos de ellos insulsos, aburridos o demagógicos— que se habían pronunciado en la Cumbre oficial.
Luego de preguntarnos los detalles y acuerdos de los eventos en los que habíamos participado, así como de escuchar nuestras respuestas, dio las instrucciones necesarias para que pudiéramos asistir sin ninguna dificultad a la actividad de solidaridad con Cuba que estaban organizando los compañeros del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), en coordinación con sus contrapartes danesas. Algunos de sus integrantes nos habían ofrecido alojamiento y alimentación solidaria en sus viviendas.
Antes de despedirnos, Fidel nos invitó a que nos tomáramos una fotografía como testimonio de su reconocimiento a las diversas tareas que habíamos cumplido. Después nos hicieron llegar una copia de esa instantánea que —junto a otras anteriores— conservo como un grato e imperecedero recuerdo de la última vez que tuve la posibilidad de estrechar las manos y conversar con el ahora definitivamente inmortalizado líder histórico de la Revolución Cubana.
La Habana, 11 de enero de 2022
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1 Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), mayéutico o mayéutica, es el «Método socrático con que el maestro, mediante preguntas, va haciendo que el discípulo descubra nociones que en él estaban latentes».
2 La primera Conferencia de Partidos Comunistas de América Latina y el Caribe se había efectuado en Cuba en diciembre de 1964. Las y los interesados en los principales resultados de esa reunión pueden consultar «Comunicado sobre la conferencia de los Partidos Comunistas de América Latina», en José Bell Lara, Delia Luisa López y Tania Caram (compiladores). Documentos de la Revolución Cubana 1965. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2013, pp. 133–136.
3 Las precisiones que aparecen en este párrafo me las aportó el combatiente de las FARC Ovidio Salinas; quien había viajado a Cuba para recibir instrucciones de la máxima dirección de su partido.