NOTAS



Unilateralismo y multilateralismo. La coyuntura internacional Intervenciones en el panel del Espacio Balcón Latinoamericano en la Casa del ALBA Cultural de La Habana


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Estados Unidos y el unilateralismo

The United States and the Unilateralism

Dr. C. Jorge Hernández Martínez

Doctor en Ciencias Históricas. Sociólogo y politólogo. Profesor e Investigador Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU). e-mail: jhernandster@gmail.com. ORCID iD: 0000-0001-7264-6984


El unilateralismo es una práctica generalizada en el sistema internacional, asociada al ejercicio de la política exterior de un Estado que impone su volun- tad e intereses a contrapelo de otros, y subestima, ignora e incluso viola reglas o normas jurídicas esta- blecidas en ese sistema, afectando consensos y tra- tados fijados por la diplomacia, con una frecuente injerencia en otros países.

En la bibliografía especializada se le suele consi- derar como una predisposición a actuar en solitario para canalizar objetivos y resolver problemas de la política exterior de una nación. En rigor, el unilate- ralismo atenta, en muchos casos, contra la sobe- ranía y la integridad territorial de otros Estados. Es una acción que se apoya en las capacidades de un país –políticas, militares, económicas, tecnológicas e ideológicas–, apelando a argumentaciones gene- ralmente relacionadas con los intereses nacionales, y sobre todo, con la defensa, real o artificial, de la seguridad nacional.

El unilateralismo es una expresión de poder polí- tico, una de las herramientas del sistema de domina- ción imperialista, que se propaga y profundiza en el siglo xx, con particular acento luego de la Segunda Guerra Mundial. Presupone el uso de la fuerza, en alguna de sus dimensiones, no solo la militar, que caracteriza al quehacer actual de los Estados que representan al imperialismo contemporáneo, cuyas proyecciones geopolíticas conllevan, por definición, la ampliación de sus posicionamientos territoria- les y financieros a través de actos intervencionis- tas directos e indirectos, burdos y sutiles, abiertos o encubiertos, que garanticen su control y dominio. Aunque en ocasiones se cuenta en los países que son objeto de tales acciones con la anuencia de sus gobiernos, subordinados a las políticas imperialis- tas, predomina el unilateralismo.


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Quién mejor ha tipificado y típica ese compor- tamiento en las relaciones internacionales es el

imperialismo norteamericano. Sin embargo, dadas las particularidades históricas del desarrollo capita- lista en Estados Unidos, desde la etapa colonial ini- cial, la Revolución de Independencia y la formación de la nación, la conducta unilateral aparece desde temprano en su proceso de expansión continental, como rasgo de la proyección geopolítica que ante- cede a la configuración del imperialismo en ese país. El despojo de los territorios de la población india, nativa, originaria, y de México, como parte del corrimiento de la frontera hacia el Oeste y el Sur, y la ulterior prolongación hacia Centroamérica y el Caribe, son las primeras manifestaciones de ello.

De alguna manera, el unilateralismo es un coro- lario ideológico, con implicaciones prácticas, de las codificaciones culturales fijadas por los valores y mitos de tradiciones fundacionales que nutren la política exterior de Estados Unidos, como las del Destino Manifiesto y el Excepcionalismo Norteame- ricano, a las que se suman las de la Doctrina Mon- roe, en su aplicación hacia América Latina, como vecino inmediato. Se trata de un unilateralismo que adquiere legitimidad y articulación por partida triple, al sustentarse en: (1) su utilidad simbólica para el consenso en su política interna; (2) los intereses y beneficios económicos; y (3) las razones que justifi- can la protección de su seguridad nacional.

La habitual distinción entre unilateralismo y mul- tilateralismo no resulta muy funcional para la com- prensión de la política exterior norteamericana, en la medida en que en su historia, la mayoría de las veces, no es esa antinomia la que le ha caracteri- zado, sino más bien una conjugación entre ambas tendencias, como tampoco lo ha sido la contrapo- sición entre el aislacionismo y el internacionalismo, como conductas polarizadas en la conducta mun- dial de Estados Unidos, atribuyéndose el unilate- ralismo a lo segundo. En realidad, los esfuerzos de este tipo, orientados a clasificar y separar patrones



de política exterior, en buena medida esquemati- zan o simplifican las tendencias reales que guían la actuación internacional de los Estados, que son esencialmente entidades clasistas. Por tanto, sus imperativos están determinados por los intereses de las clases dominantes en cada caso y, en tal sentido, las direcciones de esa política responden a adecuaciones temporales, a situaciones concretas, calibradas según una lógica de costos y beneficios, en función del poder y la dominación. Y cuando se trata de estados imperialistas, como Estados Uni- dos, esa lógica responde siempre, en última instan- cia, a la burguesía monopólica, al capital financiero, y en las condiciones contemporáneas, a las estruc- turas del Capitalismo Monopolista de Estado, al Complejo Militar-Industrial, a los aparatos ideoló- gicos creados por las estructuras del poder impe- rialista. Desde este punto de vista, los cambios de dirección u orientación como, por ejemplo, a favor de acciones unilaterales o multilaterales, no supo- nen mutaciones en sus bases y principios. Respon- den a reacomodos pragmáticos, en cada coyuntura o etapa.

De ahí que Estados Unidos no sea, pongamos por caso, ni aislacionista en sentido puro –enten- dido esto como la postura de promover los intereses nacionales mediante una “renuncia al mundo”, es decir, rechazando cualquier actividad de vinculación internacional o manifestándose como indiferentes antes eventos mundiales relevantes–, ya que lo ha combinado con prácticas internacionalistas cons- tantes, como lo documentan sus involucramientos con invasiones, establecimiento de bases militares, instituciones educacionales y culturales, negocios y medios de comunicación. Como tampoco han sido unilaterales en términos absolutos, toda vez que han utilizado, alternativa o complementariamente, esquemas multilaterales de cooperación, concerta- ción, integración, coaliciones y alianzas, de acuerdo con las posibilidades y los intereses, incluidas las relaciones con países considerados como enemi- gos, portadores de tendencias antinorteamericanas. Tales flexibilizaciones y combinaciones se advierten recurrentemente en la historia de la política exterior norteamericana.

Sobre esa base, esa pauta es palpable desde los tiempos del capitalismo premonopolista o de libre competencia en Estados Unidos, en el siglos xviii y la mayor parte del siglo xix, si bien es a partir de la transición hacia la etapa imperialista, desde finales de este último y comienzos del siglo xx que su fun-

cionalidad se hace más evidente, intensificándose a lo largo de la Guerra Fría, en la segunda posguerra. Podrían recordarse numerosos ejemplos que ilus- tran tanto el uso exclusivo del unilateralismo como su alternancia, coexistencia e incluso, amalgama, con acciones multilaterales. Así sucedería durante la Guerra Fría en el ámbito de sus relaciones con Europa Occidental, la Unión Soviética y los países socialistas o con las regiones del llamado Tercer Mundo. En la literatura de historia y teoría de las relaciones internacionales abundan los análisis que muestran esas interrelaciones. Entre los textos cuba- nos sobresalen los trabajos de Roberto González Gómez y de Leyde Ernesto Rodríguez Hernández.

Con una aproximación más específica, algunos autores como Robert Kagan, señalan que el unilate- ralismo implica una forma singular de interrelaciona- miento en el escenario mundial, al que consideran anárquico, en el sentido hobbesiano, en el que los derechos y prácticas internacionales han dejado de merecer confianza. Consideran al poderío militar que pueda llegar a tener un Estado como lo más importante. La fuerza es su principal instrumento de política exterior. Se apela a su uso sin esperar los efectos de una gestión diplomática previa. Se emplea la coerción más que la persuasión.

Según esta perspectiva, se prefiere la aplicación de sanciones punitivas, en lugar de priorizarse la búsqueda de la cooperación en las instituciones internacionales para alcanzar objetivos comunes. El unilateralismo responde esencialmente a la razón de Estado, la raison d´ Etat, en la medida en que es el Estado quien opera, en los países imperialistas, como el centro del poder político, dada su condi- ción de gobierno permanente. Esta característica se registra de manera especial en un país como Esta- dos Unidos, en tanto líder del sistema mundial de relaciones capitalistas, en el que el Estado, y no las administraciones de turno, que son gobiernos pasa- jeros o temporales, es la entidad que determina la conveniencia del unilateralismo ante situaciones específicas.

Más allá de esta precisión, son varios los factores que condicionan los comportamientos unilaterales por parte de los Estados, los que se definen dentro de los contextos particulares que fijan las caracte- rísticas de los sistemas políticos correspondientes. Esta consideración es fundamental, toda vez que esos sistemas son muy diferentes, en casos, por ejemplo, como los de Estados Unidos y los países de Europa o Asia.

Entre tales factores, existe coincidencia en la bibliografía revisada, en cuanto a los más importan- tes. Un autor como John Ikenberry identifica entre estos factores la tendencia calificable de anárquica y asimétrica existente en el sistema internacional, las desigualdades de los países que lo integran como sujetos o actores, la posición dominante de los estados imperialistas y sus políticas unilatera- listas, el elevado grado de ilegitimidad de no pocas instituciones multilaterales y de las normas que de ellas emanan, el ámbito temporal y espacial en el que se adopta el comportamiento unilateral, la des- coordinación entre las instituciones internas de un país, que son competentes para adoptar las deci- siones de su política exterior, y la ausencia de una cultura política internacional en la población de muchos países.

Ahora bien, cuando se aborda el unilateralismo en el caso de Estados Unidos se aprecian diferentes maneras de enfocarlo conceptualmente. En general, claro está, se asumen o comparten las considera- ciones planteadas al inicio, que denotan lo esencial de esa tendencia. Queda claro que el unilateralismo encuentra asideros teóricos en la corriente del rea- lismo político, en la medida que este paradigma descansa en una visión Estado-céntrica, enfatiza el papel del conflicto, la seguridad y el poder en el sistema internacional, pretendiendo ver el mundo tal cual es y no como se quisiera que fuese. Pero son diversas las miradas al respecto. Quizás la que de modo más preciso y gráfico distingue entre las dife- rentes expresiones del unilateralismo sea la clasifi- cación que expone Walter Russell Mead, según la cual existen tres variantes o modalidades: el neowil- soniano, el jacksoniano y el hamiltoniano.

Si se pasa revista, siquiera brevemente, a estas clasificaciones, se pueden resumir los rasgos de cada una de ellas, cuyas denominaciones remiten al legado de conocidas figuras que ocuparon la presi- dencia de Estados Unidos, como Woodrow Wilson, Andrew Jackson y Alexander Hamilton:


Para una comprensión más profunda y detallada de las concepciones sobre el unilateralismo en que se ha apoyado la política exterior norteamericana resulta útil la revisión de los numerosos informes ela- borados por los principales centros de pensamiento o think tanks que han nutrido con diagnósticos y recomendaciones a las instancias gubernamentales en diferentes etapas, principalmente los de afiliación conservadora como el American Enterprise Institute, la Heritage Foundation, el Center for Strategic and International Studies, el Project por the New Ame- rican Century, si bien otros de orientación liberal o con enfoques de establishment como la Brookings Institution, la Rand Corporation, el Atlantic Coun- cil o el Council on Foreign Relations, también han influenciado la proyección internacional de Estados Unidos.

En su proyección internacional, la Administración Trump ha tenido una orientación general que con- trasta con la pauta que caracterizó al doble gobierno de Obama, adoptando acciones que recuerdan el clima de la Guerra Fría, basadas en un enfoque unilateralista, de línea dura, belicista, que se apoya

en un incremento del presupuesto militar y en una retórica agresiva ante los países o situaciones que se consideran hostiles a los intereses norteamerica- nos. Deja atrás el esquema de Obama, que atendía al multilateralismo y la diplomacia, pero preserva la apuesta por acciones encaminadas al llamado cam- bio de régimen, a la superación de los denomina- dos estados fallidos, viabilizadas, de ser posible, en los mecanismos de la seducción, la influencia, en la recreación de la confianza y el liderazgo del imperio, como medios de lograr que se olvide el pasado.

El soporte de esta proyección es de neta natura- leza geopolítica, marcada por gran unilateralismo, si bien en sus relaciones con otros países acude al bilateralismo. Para un país imperialista como Esta- dos Unidos no podría ser de otra manera. Ese es el enfoque más funcional a la hora de enfrentar lo que considera como retos estratégicos y problemas en el mapa internacional, con el propósito de ajustar su poder al nuevo orden mundial.

En realidad lo que parece estar en despliegue actualmente en la política exterior norteamericana es un proceso como el que se definió con anterio- ridad, en apariencia contradictorio, que responde al conflicto entre dos visiones ideológicas en pugna, que intentan definir el proyecto de dominación impe- rialista: por un lado, la que se identifica como la del unipolarismo multilateral, asociada al enfoque apli- cado por Obama, sostenido esencialmente por las empresas transnacionales, las redes financieras y el tradicional establishment liberal, y por otro, la que se caracteriza como la del unipolarismo uni- lateral estadounidense, impulsada por Trump, que refleja tendencias nacionalistas, proteccionistas e industrialistas, en parte cercanas al establishment neoconservador, promovido por W. Bush, pero con matices ideológicos de un enfoque afincado en la derecha más tradicional. Esta sería una hipótesis sobre las contradicciones ideológicas y el modo en que se expresan las distintas fracciones en disputa al interior de Estados Unidos, relacionadas, por ejem- plo, con la guerra comercial en curso y al retorno a un enfoque de keynesianismo militar.

La filosofía “trumpista” en este ámbito refleja una mezcla ideológica ecléctica, confusa, difusa, que entrelaza en política exterior concepciones del rea- lismo político o real politik, con otras que responden a un conservadurismo pragmático internaciona- lista, al estilo de la derecha tradicional, identificada convencionalmente con el Partido Republicano, o el “viejo” establishment. En esa combinación también

se advierten elementos de neoconservadurismo. Todo se esto se troquela en torno a los temas de la seguridad nacional, abordados en estrecha ligazón con los valores del ideario tradicional, que colocan en el centro la defensa de la identidad, la patria y los intereses nacionales. En este sentido se pone de manifiesto, una vez más, el activo papel de los factores ideológicos y, entre estos, los valores y las percepciones de amenaza a la nación, que se esgrimen como estandartes de la agresiva política exterior que promueve Trump, buscando ser con- secuente con sus consignas, America First y Make America Great Again, apoyadas en mitos como el Excepcionalismo Norteamericano y el Destino Manifiesto.

Resultan de interés, entre otras fuentes, los documentos Estrategia de Seguridad Nacional y Estrategia de Defensa Nacional, divulgados respec- tivamente en diciembre de 2017 y enero de 2018, así como diversos discursos de Trump, como los referi- dos al Estado de la Unión, pronunciados en enero de 2018 y febrero de 2019, al terminar su primer y su segundo año de mandato, si bien cuando se con- trasta su retórica con la política real que promueve se refleja inconsistencia e incoherencia en buena parte de los casos. No obstante, el unilateralismo sobresale como elemento constante.

Trump se proyecta siempre con la intención de elevar la autoestima de los norteamericanos, sobre la base de su experiencia en los medios de comu- nicación, manipulando la conciencia colectiva. Ha explotado con habilidad el tema de la identidad, retomando la idea del antiamericanismo, utilizada para bloquear reformas progresistas, tildándolas de contrarias a los supuestos valores estadouni- denses, funcionales para estigmatizar cualquier crítica externa a las políticas gubernamentales. En esos esfuerzos utiliza elementos de índole ideoló- gica, implantados en la cultura nacional, como el nativismo, el populismo y la xenofobia, conjugando la política exterior con la política doméstica. Así ha insistido en la importancia de reconocer, ante todo, “los errores del pasado, para colocar a Estados Unidos en el lugar que merece”, ha enfatizado la necesidad de “fortalecer y crear fronteras”, “proteger la patria” e incluir un plan económico internacional que defienda también sus intereses. “Una nación sin fronteras no es una nación –ha expresado–. Una nación que no protege la prosperidad en el país no puede proteger sus intereses en el extranjero” y “una nación que no está preparada para ganar una

guerra es una nación que no es capaz de preve- nir una guerra”. Ha hablado de la conveniencia de “desarrollar nuevas formas de enfrentar a aquellos que usan los nuevos dominios, como el ciberespa- cio y las redes sociales, para atacar” al país y a su sociedad. Esos desempeños se conciben con un formato de unilateralismo.

En la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017 se identifican cuatro pilares, definidos a partir de los ejes ideológicos que nutren las visiones internacio- nales de Estados Unidos: proteger la patria, promo- ver la prosperidad de la nación, preservar la paz con el empleo de la fuerza e impulsar la influencia estadounidense. El documento afirma que el país se enfrenta a unos “poderes revisionistas” que intentan poner al mundo en conflicto con los valores estadou- nidenses, entre los que identifica a China y su papel en el Mar del Sur de China, y a Rusia, mencionando los casos Ucrania y Georgia. En este caso también se pone de relieve la proyección unilateralista.

En su discurso sobre el Estado de la Unión, pro- nunciado el 30 de enero de 2018, calificó a ambos países como Estados “rivales” de Estados Unidos. El tema del terrorismo, que durante los pasados pre- sidentes había sido el eje de la discusión en materia de seguridad, particularmente luego de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, pasó a un segundo plano. En esa alocución Trump recabó del Congreso el apoyo a su propuesta de modernizar y recons- truir el arsenal nuclear del país, ubicando a países como la República Islámica de Irán y la República Popular Democrática de Corea como países vincu- lados al terrorismo, y, por otro lado, a la República de Cuba y la República Bolivariana de Venezuela como Estados comunistas o socialistas sobre los cuales también Estados Unidos deberían presionar para modificar sus gobiernos. Según la opinión de muchos analistas fue en esencia un regreso al dis- curso del periodo más tensional de la Guerra Fría.

Vale la pena recordar, sin embargo, que a pesar de que se recuerde al gobierno de Obama con su énfasis en las políticas del “poder inteligente” (smart power), de que inició el proceso de mejoramiento de

relaciones con Cuba, en verdad auspició también instrumentos de “poder duro” (hard power), combi- nados con los del “poder blando” (soft power), apos- tando al funcional papel de las Fuerzas Armadas a favor de los intereses norteamericanos y aplicó, entre otras cosas, una amplia política migratoria basada en las deportaciones. Como recurso legitimador de esa amplia gama de acciones en el campo de la política exterior, algunas de ellas con implicaciones domésticas, Obama hizo un constante uso de los instrumentos ideológicos, acudiendo con frecuen- cia a consideraciones morales, combinadas con los intereses nacionales, los valores y las percepciones sobre los que consideraba como enemigos de la identidad y la seguridad nacional. En este sentido, cuando se compara con el ideario “trumpista”, se advierten puntos de contacto, vasos comunicantes, por lo que puede considerarse que la novedad de los soportes ideológicos de Trump es más bien relativa. En resumen, la política exterior norteamericana evidencia en la actualidad más continuidades que cambios, a pesar de que en ocasiones las apa- riencias de determinada retórica demagógica, de declaraciones grandilocuentes, pomposas o espec- taculares, parezcan indicar antinomias entre libera- les y conservadores, rupturas o cambios esenciales entre demócratas y republicanos o entre liderazgos personales. En el fondo opera la razón de Estado, la lógica del imperialismo. En el caso de Trump su desempeño latinoamericano se ha beneficiado de la cosecha de Obama, muy funcional para los inte- reses del imperialismo, quién consiguió lo que no logró W. Bush con sus apelaciones a la línea dura, en el sentido de propiciar el cambio de rumbo en los procesos progresistas, emancipadores, antimperia- listas y revolucionarios en la región, cuyo punto de inflexión se ubica con el golpe de Estado de nuevo rostro, el 28 de junio de 2009, en Honduras, a partir del cual se desarrollaron, refinaron y aplicaron los métodos subversivos de carácter judicial, legislativo, mediático, junto a los tradicionales de guerra eco- nómica, cultural, psicológica, presión diplomática y

militar.