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Towards a renewed arms race in outer space
Dra. C. Magda Bauta Solés
Doctora en Ciencia Política. Profesora Titular en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García y en la Universidad de La Habana, e-mail: magdabauta@isri.minrex.gob.cu. ORCID iD: 0000-0003-3599-6197
Diosdado de Jesús Hernández Morera
Estudiante de Quinto Año de la Licenciatura en Relaciones Internacionales. Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, e-mail: diosdado@isri.minrex.gob.cu. ORCID iD: 0000-0002-6352-1079
Recibido: 25 de mayo de 2020 Aprobado: 15 de junio de 2020
ABSTRACT Since its inception, the adoption of the space path by humanity was mainly due to strategic reasons and was derived from the arms race in which the United States and the Union of Soviet Socialist Republics (USSR) were immersed during the Cold War. The end of bipolarity and the restriction of the space program of Russia, the successor of the USSR in the international system, accentuated the conception of the domain of space within the American hegemonic design. However, in recent years, the incipient leading role of other actors in this area has contrasted with the unilateral doctrine of the United States and it has increased the geopolitical struggle regarding this domain. Along with this, the increase of space debris, the incorporation of private space actors, the production of modern weapons systems and an unprecedented scientific-techni- cal development, have extended into space, the dynamics of international correlation of forces in formation.
INTRODUCCIÓN
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética se configuraron como los dos polos de poder en un enfrentamiento de dimensiones glo- bales, pero sin una confrontación directa entre ellos,
a fin de obtener la supremacía unilateral en el sis- tema internacional. En ese contexto y como parte de la carrera armamentista desarrollada por ambas superpotencias, surgió la actividad espacial, en tanto el espacio ultraterrestre devino un escenario más de pugna por el poder.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las dos superpotencias tuvieron acceso a las investigacio- nes realizadas por Alemania en materia militar. Este país había desarrollado durante la contienda el pri- mer misil balístico de la historia: el cohete V2, capaz de realizar un vuelo suborbital.1 Fue esa tecnología la que sirvió de base para que la Unión Soviética fabricara un misil balístico intercontinental (ICBM): el R-7, que permitió la puesta en órbita el 4 de octu- bre de 1957 del primer satélite artificial: el Sputnik I.
Por consiguiente, la era espacial se inició cuando la evolución de los vehículos propulsados por motores-cohete, basados en los misiles, hizo posi- ble alcanzar la capacidad de impulsión necesaria para inyectar un objeto en órbita terrestre (Ramírez Sineiro, 1985). Estos vectores son fiel expresión de la íntima correspondencia existente entre la compe- titiva actividad espacial y la carrera de armamen- tos sostenida por las dos superpotencias durante la Guerra Fría. Pronto esta área se convirtió en un elemento central de la seguridad nacional de ambos polos de poder y sus misiones se adecuaron a fun- ciones estratégicas como el reconocimiento sate- lital, alerta temprana de lanzamiento de misiles, mando, control y comunicaciones, entre otras.
Algunos prototipos de armas espaciales desarro- llados durante la Guerra Fría demuestran la exten- sión de la carrera de armamentos a este ámbito. En
1 “Los vuelos suborbitales son vuelos donde el apogeo de un objeto espacial llega al espacio, pero no alcanza la velo- cidad para entrar en órbita y no circunvala la Tierra en su totalidad” (A/AC.105/1039/Add.6, 2016, p. 3).
este sentido, destacan el proyecto antisatélite (ASAT) estadounidense Bold Orion y la Operación Dominic. El primero consistió en una prueba realizada en 1959 contra el satélite Explorer VI, mediante un misil lanzado desde un bombardero B-47; mientras que el segundo incluyó ensayos nucleares exoatmosféri- cos a través de los misiles Thor, que inhabilitaron los satélites que orbitaban en la trayectoria de la deto- nación. El más sobresaliente de los proyectos de Estados Unidos fue la Iniciativa de Defensa Estra- tégica (IDE) en 1983 durante el gobierno de Ronald Reagan, con la que reafirmó la aspiración de con- vertir al espacio en un nuevo campo de batalla a través de un sistema de “defensa”2 antimisil basado en el uso del rayo láser o de partículas (Rodríguez Hernández, 2013). Si bien no llegó a concretarse, el concepto que preconizó constituiría la base para futuros planes del gobierno.
Por su parte, la Unión Soviética desarrolló los FOBS (Fractional Orbital Bombardment System), un sistema de bombardeo que colocaría cabezas nucleares a una altura de 160 km en el espacio sin completar una órbita, y las haría descender sobre sus blancos. Resaltó, además, el sistema coorbital Istrebitel Sputnikov, compuesto por un interceptor que, después de ser lanzado al espacio, manio- braba para situarse en la órbita sobre la que se localizaba el objetivo hasta alcanzarlo y destruirlo mediante cargas explosivas.
El fin de la bipolaridad conllevó a una restricción del programa espacial de Rusia, la sucesora de la Unión Soviética en el sistema internacional. Estados Unidos, por su parte, comenzó a utilizar sus activos en el espacio para dirigir las acciones bélicas en la Tierra. Así, mientras en la Guerra del Golfo el uso de sus capacidades espaciales para el combate repre- sentó un 7,7 %, en la Guerra de Afganistán aumentó a un 60,4 % y, en la Guerra de Iraq, hasta un 68 % (Johnson-Freese, 2007).
Las dinámicas de la transición intersistémica, así como los más recientes desarrollos científi- co-técnicos asociados al espacio, han conllevado a un repunte de la exploración y uso de esta zona
2 La Iniciativa de Defensa Estratégica incorporaba platafor- mas terrestres, misiles, sistemas de guiado y armas de rayos láser y desde el espacio se proyectaban intercepto- res, sensores y sistemas satelitales de vigilancia. El tipo de arma que se propuso desarrollar, sus objetivos políticos y las implicaciones estratégico-militares de sus componentes, distaban mucho de un programa de “defensa” (Rodríguez Hernández, 2013).
por varios países. La emergencia de actores como China, el reposicionamiento del programa espacial ruso y el acceso por un número mayor de Estados a tecnologías espaciales con fines militares, con- trastan con el diseño hegemónico estadounidense y acrecientan la pugna geopolítica respecto de un dominio que ha devenido parte integral del desarro- llo de las sociedades y componente estratégico de las agendas de seguridad y defensa de las grandes potencias.
Así, el desarrollo de armamentos para ser empleados desde, hacia o a través de esta área, la incorporación de actores privados espaciales, la competencia por el acceso a los recursos de los cuerpos celestes, junto al aumento de los desechos en el espacio, lo convierten en un escenario más congestionado y disputado. A la par, la seguridad internacional deviene más vulnerable en medio de un complejo proceso de repolarización.
El espacio ultraterrestre representa un ámbito peculiar, sobre todo por sus propiedades físicas y sus límites aún pendientes por definir. Los criterios en torno a su demarcación son diversos, sin embargo, se reconocen dos enfoques: el espacial y el fun- cional. Las teorías espaciales parten de una altitud física basada sobre criterios científicos para diferen- ciar esta zona del espacio aéreo, mientras que las teorías funcionales restan importancia a la altitud y
se enfocan en la definición de las actividades espa- ciales (Lachs, 1977; Romero Puentes, 2017).
A pesar de la noción infinita que se tiene del espacio, solo ciertas órbitas están adecuadas para acoger satélites alrededor de la Tierra, entre ellas, la órbita geoestacionaria (GEO). Esta admite un número limitado de satélites simultáneamente, los que permanecen fijos con respecto al Ecuador y se mueven en sincronía con la Tierra. Por tanto, es privilegiada para actividades como las comunicacio- nes y la teleobservación y, además, potencialmente competitiva entre los actores espaciales.
Aunque el espacio ultraterrestre se nos presenta como una esfera remota de la actividad humana, según Klein “está conectado al poder nacional y las operaciones que en él tienen lugar son interdepen- dientes de otros ambientes operativos” (Klein, 2006: 4). En este sentido teoriza sobre el mando del espacio:
El mando del espacio comprende la habilidad de un país para asegurar el acceso y el uso de las líneas espaciales y apoyar los instrumentos del poder nacional, tales como la diplomacia, la economía, la información y los medios militares. Incluye la habilidad de prevenir o negar el acceso y el uso de las líneas espaciales al enemigo, o minimizar las consecuencias más severas que un adversario pueda proporcionar (Klein, 2006: 60).
Esta visión de la actividad espacial es coherente con el realismo político, el que define al sistema internacional como un escenario en el que los Esta- dos se encuentran constantemente en una especie de competencia por la seguridad (Rodríguez Her- nández, 2017). La concepción de que quien domine el espacio ejerce un poder integral sobre la Tierra, ha determinado que “el acceso seguro” a esta área represente paulatinamente una prioridad de mayor envergadura para los Estados, debido, sobre todo, a la integración de los activos espaciales tanto en el ámbito civil como militar, lo que denota su doble uso. Así lo demuestran los satélites meteorológicos para el enfrentamiento a los fenómenos naturales; los satélites de telecomunicaciones para telefo- nía, internet, mercados financieros y la transmisión directa de radio y televisión; los satélites de recono- cimiento y vigilancia para la gestión de los recursos ambientales, tareas de monitoreo, prevención de riesgos, y los satélites de navegación y posiciona- miento para los estudios de geodesia, cartografía y las tareas de rescate, por solo citar algunos ejem- plos. A la vez, muchas de estas estructuras pueden utilizarse para fines militares como la ubicación de objetivos, intercepción de comunicaciones enemi- gas, guiado de municiones, operaciones tácticas remotas, espionaje y vigilancia de lanzamientos de misiles. En consecuencia, la percepción de ame- naza de las potencias en esta área ha servido como pretexto para militarizar sus acciones, al partir de la base de una seguridad espacial definida en térmi- nos de seguridad nacional.
De lo expuesto se deriva que la dimensión estra- tégica de la actividad espacial yace en su capacidad de influir en los centros de gravedad económico y militar y, por tanto, en la distribución del poder en el escenario internacional.
Desde el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos ha intentado mantener un proyecto hegemónico que le permita el control efectivo del espacio como vía para afianzar un dominio integral sobre la Tierra. Por su parte, las potencias emergentes conciben como necesario un consolidado programa espa- cial que fortalezca su defensa. Estas relaciones entre las potencias espaciales que ascienden y el cuestionado hegemón, generan una contradicción estructural y una pugna geopolítica, exacerbada por la mayor integración de los activos espaciales en el funcionamiento de las sociedades y en la conduc- ción de las actividades militares terrestres.
Cualquier intento de Estados Unidos por maxi- mizar sus intereses de seguridad y negar el acceso al espacio de sus potenciales adversarios, conlleva a que estos adopten contramedidas tanto por la vía diplomática como armamentista. El acceso a las tecnologías espaciales con fines militares por varios Estados introduce factores de crisis en las relacio- nes internacionales, en tanto invalidan políticamente el diseño hegemónico espacial estadounidense.
La extensión de la competencia geopolítica al dominio espacial ha acentuado el desarrollo y pro- ducción de armamentos espaciales. Esas armas incluyen los sistemas antisatélite basados en el uso de la energía cinética, con interceptores que des- criben una trayectoria directa de la Tierra al obje- tivo, a diferencia de los utilizados en la Guerra Fría, que empleaban cargas explosivas y maniobraban en órbita antes de impactar al objeto espacial. La mayoría de estas armas se derivan de los sistemas de misiles antibalísticos (ABM), que son diseña- dos para realizar intercepciones exoatmosféricas, y cuyas operaciones de apoyo tienen lugar en el ambiente espacial, tanto para la alerta temprana tras el lanzamiento de misiles balísticos, localiza- ción, seguimiento, como para la discriminación del objetivo. Estos sistemas, que también pueden ser
emplazados en órbitas, han cobrado auge desde la retirada de Estados Unidos del Tratado sobre Misi- les Antibalísticos (Tratado ABM) en 2002.
Otro ejemplo lo constituyen los sistemas de gue- rra electrónica a través de la interferencia y usur- pación de las transmisiones de las señales de radiofrecuencia hacia o desde los satélites, además de las armas de energía dirigida mediante láseres o partículas desde y hacia el espacio. A lo anterior se han sumado los dispositivos coorbitales, que se acercan a los objetos espaciales para interferir con ellos o destruirlos, y el uso de los sistemas infor- máticos para desplegar ataques cibernéticos contra los activos espaciales y la infraestructura terrestre conexa.
China realizó un ensayo de sistemas antisaté- lite el 11 de enero de 2007 que destruyó su satélite Fengyun-1C y generó la mayor cantidad de basura espacial registrada (Chapman, 2016). Con ello, demostraba que había adquirido tales capacidades, en medio de la escalada de la rivalidad estratégica con Estados Unidos. Esto dio paso a una cadena de acción-reacción que se materializó con el derribo por Estados Unidos de su propio satélite USA-193 el 21 de febrero de 2008, mediante un interceptor SM-3 de su sistema de misiles antibalísticos Aegis; por lo que, en vez de utilizar su programa de sis- temas antisatélite, decidió emplear un misil antiba- lístico con un software modificado. Esto denotó el doble uso de los sistemas de misiles antibalísticos.
Las capacidades antisatélite desplegadas por China y Estados Unidos en 2007 y 2008, respectivamente, conllevaron a un incremento de las tensiones en el ámbito de la actividad espacial, a la vez que cata- lizaron los programas de otros países con fines militares.
Rusia ratificaba en la doctrina militar de 2010 su interés por un tratado internacional sobre la prohi- bición del emplazamiento de armas en el espacio (The Government of Russian Federation, 2010), des- pués de que en la Estrategia de Seguridad Nacio- nal (ESN) de 2009 reconociera como amenaza las políticas de los países dedicadas a la militarización de esta área y la interferencia con los sistemas de control espaciales rusos.
Por su parte, Estados Unidos emitía en 2011 la Estrategia Espacial de Seguridad Nacional, donde reconocía los retos derivados de un dominio cada vez más congestionado y competitivo. A la vez, ponderaba el derecho de legítima defensa. Para- lelo a esta política, y como parte de una estrategia bidireccional, continuó el despliegue de sistemas de misiles antibalísticos en Japón, que en 2008 contaba con interceptores exoatmosféricos SM-3 del sistema Aegis, y concretó el Sistema Nacional de Defensa Antimisil (SNDA) en Europa junto a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 2016, después de alegar amenazas provenien- tes de los programas de misiles de Corea del Norte e Irán. Todo esto condujo al desarrollo de intercep-
tores, radares y sensores espaciales asociados a estas infraestructuras, tales como el Space-Based Infrared System (SBIRS) para la alerta temprana y satélites espías que han saturado la órbita geoesta- cionaria (Marín, 2019).
El emplazamiento de sistemas de misiles antiba- lísticos en Europa y Asia Pacífico se ha encontrado con la oposición de Rusia y China. En la doctrina militar de 2014, Rusia define como tarea resistir los intentos de otros Estados de lograr superiori- dad militar a través del emplazamiento de sistemas estratégicos de defensa antimisil y la colocación de armas en el espacio (The Government of Russian Federation, 2014). Esos preceptos fueron también recogidos en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2015. En consecuencia, Rusia ha trabajado en el desarrollo de sus sistemas de misiles antibalísti- cos. En este sentido, destaca el A-235 PL-19 Nudol, equipado con un interceptor exoatmosférico lanzado desde plataformas móviles, que fue probado en siete ocasiones entre 2015 y 2018 desde el Cosmódromo de Plesetsk y que Estados Unidos ha clasificado como un sistema antisatélite (CSIS, 2019). China también ha efectuado ensayos de los interceptores cinéticos exoatmosféricos de la serie Dong Nengen 2010, 2013, 2014 y 2018, capaces de alcanzar obje- tivos en órbita geoestacionaria, y lanzó en 2015 sus primeros satélites de alerta temprana (Secure World Foundation, 2019).3
Este escenario ha conducido a la reorganización de las estructuras militares vinculadas con la polí- tica espacial. En 2011 Rusia creó una nueva rama: las Fuerzas de Defensa Aeroespacial (ADF). En 2015, unió la Fuerza Aérea y la Fuerzas de Defensa Aeroespacial en un nuevo servicio: las Fuerzas Aeroespaciales, con la misión de monitorear obje- tos en el espacio, identificar potenciales amenazas, mantener los sistemas de alerta temprana junto a la defensa antimisil, dirigir lanzamientos y controlar satélites. China también reorganizó el Ejército Popu- lar de Liberación en 2015 para crear una Fuerza de Apoyo Estratégico encargada de las capacida-
3 Rusia emitió en 2013 la “Política básica nacional espacial de la Federación Rusa hasta 2030 y Períodos Subsiguien-
des de comando, control, inteligencia, navegación, comunicación, vigilancia y lanzamiento de satélites (CSIS, 2018).
Por otra parte, el ensayo del sistema antisatélite chino de 2007 conllevó a que la India realizara una revisión de sus actividades espaciales. En junio de 2008, creó una “célula espacial” bajo los mandos de los Servicios Integrados de Defensa, con el fin de incluir este dominio en el conjunto de las fuer- zas armadas (Yagües Palazón, 2017). Igualmente, el documento Technology Perspective and Capa- bility Road Map en 2010 comprendía la iniciativa de desarrollar sistemas antisatélite dirigidos a la destrucción electrónica o física de satélites (Indian Ministry of Defence, 2010), lo que se aceleró tras el primer ensayo de su ICBM: el Agni-V, en 2012. La India, además, ha desarrollado programas de siste- mas de misiles antibalísticos, centrados en desple- gar un sistema defensivo compuesto por el Prithvi Defence Vehicle (PDV) y el Advanced Air Defence (AAD).
La Unión Europea también publicó en 2016 la Estrategia Espacial para Europa (ESA), con el obje- tivo de reforzar las sinergias entre las actividades espaciales civiles y de seguridad. Dentro de esta línea, la Estrategia Espacial para Europa ha comen- zado a cooperar con la Agencia Europea de Defensa e invertir en el desarrollo de tecnología de doble uso como los sistemas de navegación Galileo y EGNOS (European Geostationary Navigation Overlay Ser- vice), el programa de observación terrestre Coper- nicus y los sistemas de lanzamiento Ariane.4
Israel, en alianza con Estados Unidos, ha traba- jado en el desarrollo de sistemas de misiles anti- balísticos exoatmosféricos como el Arrow-3 con capacidades antisatélite. Asimismo, Estados Uni- dos ha buscado fortalecer las alianzas en el ámbito espacial con Australia. La cooperación militar se puso de manifiesto en abril de 2010 después de que le permitiera el acceso a la constelación de satélites de comunicaciones militares MUOS (Mobile User Objective System), que tiene por finalidad facilitar el despliegue de tropas en el Océano Pacífico y en el Índico. Además, en 2014 acordaron la cons- trucción de un escudo de defensa contra misiles de
tes” en la que reconoce a las actividades espaciales como
factores determinantes de su nivel de desarrollo e influencia en el mundo, y en la que pondera la protección de los inte- reses nacionales, incluido el derecho a la legítima defensa. El Libro Blanco de Defensa de China sobre las actividades espaciales de 2016 también define el objetivo de convertir a China en una potencia espacial en todos los sentidos.
4 También destaca el sistema de imágenes espacial basado en el espacio para vigilancia, reconocimiento y observación (MUSIS) que incluye a Francia, Italia, Bélgica, Alemania, Grecia y España y les permite compartir imágenes de saté- lites militares a través de un segmento terrestre de usuario genérico común (Salzenstein, 2018).
largo alcance, con infraestructuras emplazadas en el espacio (Yagües Palazón, 2017).
En Asia Pacífico, los actores espaciales se han incrementado considerablemente. Corea del Sur enmendó en 2014 la Ley de Promoción del Desa- rrollo Espacial de 2005, para enlazar el programa espacial a los requerimientos de seguridad nacio- nal. Japón, a pesar de su Constitución pacifista, aprobó en 2008 la Ley Básica del Espacio, cuyas disposiciones le permiten hacer uso de medidas no agresivas en la misma línea interpretativa que adop- taron Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Para ello esgrimió como amenaza el programa de misiles balísticos norcoreano y las crecientes capacidades espaciales chinas (Institute for Defense Studies & Analyses, 2017)
Con la llegada de Donald Trump al poder en
2017 se ha dado un nuevo acento a la concepción del espacio como un dominio operativo. El protago- nismo de otros Estados en este ámbito llevó a que la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017 enfa- tizara la libertad de acción en el espacio, al tiempo que instituía como prioridades la integración de los sectores espaciales mediante el restablecimiento del Consejo Nacional del Espacio5 (United States. White House, 2017). En el propio año 2017, Estados Unidos realizó pruebas exitosas del sistema antimisil GMD, diseñado para impactar ICBMs en su tránsito por el espacio, mediante el GBI (Ground-based Intercep- tor) que incorpora el EKV (Exo-atmospheric kill vehi- cle). En la Estrategia de Defensa Nacional de 2018 se reconoce esta área como un dominio de guerra (United States. Department of Defense, 2018b), mientras que en la Estrategia Espacial Nacional de ese año se afirma que cualquier interferencia dañina o ataque sobre la arquitectura espacial será respon- dida en un tiempo, lugar, forma y dominio de su elec- ción (United States. White House, 2018).
En consecuencia, en 2018 Estados Unidos lanzó
satélites para tres programas espaciales de la Fuerza Aérea (USAF): SBIRS, AEHF (Sistema avanzado de frecuencia extremadamente alta) para comunicacio- nes militares y GPS (Space Foundation, 2019). Más del 50 % del presupuesto espacial fue destinado ese año al Departamento de Defensa. Además, se ha dispuesto a fortalecer el Counter-Commu-
5 El Consejo Nacional del Espacio fue creado en 1989 por George H. W. Bush, disuelto en 1993 y reactivado en 2017. Es presidido por el Vicepresidente de Estados Unidos y fun- ciona como una oficina de desarrollo de políticas espaciales civiles, comerciales y de seguridad nacional.
nications System (CCS), un sistema electrónico terrestre transportable que proporciona capacidad de bloqueo de enlace ascendente contra satélites de comunicaciones. A través de su programa Navi- gation Warfare, es capaz también de bloquear las señales civiles de los servicios mundiales de nave- gación por satélite (Secure World Foundation, 2019).
A la par, Estados Unidos ha incrementado las acusaciones hacia el programa espacial chino, al señalar el desarrollo de sistemas antisatélite cinéti- cos y de energía dirigida, y capacidades de destruc- ción coorbitales, en las que incluye tecnologías de inspección y reparación de satélites y de monitoreo de la basura espacial (United States. Department of Defense, 2018a). Estas críticas fueron expues- tas por el Departamento de Defensa en 2018 en el “Informe Anual sobre los desarrollos militares y de seguridad que involucran a la República Popular China” y en el documento Challenges to Security in Space, de la Agencia de Inteligencia de Defensa en 2019. Como respuesta, el Libro Blanco Chino de Defensa Nacional de 2019 afirmó que Estados Unidos ha provocado e intensificado la competencia entre los países y ha minado la estabilidad global. A la vez, reconoció al espacio como un dominio crítico en la competencia estratégica internacional (The State Council Information Office of People´s Repu- blic of China, 2019).
Estados Unidos también ha acusado a Rusia de tener una amplia estructura terrestre para ataques contra activos espaciales, que incluye sistemas de guerra electrónica como el Krashuka-4 Jammer, armas láseres terrestres como el Peresvet y redes de ataques cibernéticos (United States. Defense Intelligence Agency, 2019).
Por otra parte, Trump ordenó al Departamento de Defensa y al Pentágono en 2018 el inicio del proceso para crear una fuerza espacial como sexta rama de las fuerzas armadas. En febrero de 2019, emitió la Directiva de Política Espacial 4, donde ordenó al Secretario de Defensa presentar una propuesta al respecto, y en agosto, lanzó un nuevo USSPACE- COM.6 Con la aprobación por el Senado de la Ley de Autorización de Defensa Nacional en diciembre, se acordó un presupuesto de $738 000 millones y se transformó el Comando Espacial de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, creado en 1982, en la US Space Force (The Guardian, 2019).7
Asimismo, la nueva Revisión de la Defensa de Misiles, presentada en enero de 2019, incluyó el despliegue de sensores satelitales y el desarro- llo de un nuevo sistema de capa de defensa de misiles con base en el espacio, después de que Trump propusiera revisar el concepto original de la Iniciativa de Defensa Estratégica sobre el empla- zamiento de sistemas de interceptores en órbita. En la misma señaló que Rusia está desarrollando un conjunto de capacidades del sistema antisaté- lite, incluidos misiles lanzados desde tierra (al refe- rirse al PL-19 Nudol) y armas de energía dirigida, y continúa lanzando satélites experimentales que realizan sofisticadas actividades en órbita para avanzar en las capacidades espaciales ofensivas (United States. Department of Defense, 2019). En respuesta, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia realizó una declaración el 18 de enero de 2019 en la que afirmó que los planes de Estados
6 El Comando Espacial (USSPACECOM) había sido creado en 1985 y fusionado en 2002 con el Comando Estratégico después de la reestructuración de los comandos tras las acciones del 11 de septiembre de 2001.
7 En 2019 Estados Unidos también anunció la salida del Trata- do de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), des- pués de sendas acusaciones entre este país y Rusia sobre violaciones del acuerdo.
Unidos de militarizar el espacio conducirán inevi- tablemente a una carrera armamentista en órbita (Russia Today, 2019b).
En este contexto, en marzo de 2019, la India realizó de manera exitosa un ensayo del sistema antisatélite contra el satélite propio Microsat-R 270, mediante el interceptor cinético PDV Mark II. Con ello se convirtió en el cuarto país en probar estas capacidades. Anteriormente, la segunda edición de su Doctrina Conjunta para la Fuerzas Armadas de 2017 había reconocido al espacio como un medio de guerra y había catalogado a los satélites como centros de gravedad, dado su apoyo a las opera- ciones terrestres (India. Integrated Defence Staff, 2017). Asimismo, en julio de 2019, el presidente fran- cés Emmanuel Macron anunció la formación de un comando militar espacial, con el objetivo de fortale- cer la defensa activa en esta área y renovar los saté- lites de observación y comunicación Syracus. Ello, junto a radares terrestres y una red de nanosatélites patrulleros con cargas, incluidos láseres de poten- cia, le permitirán tejer una red de vigilancia contra armas del sistema antisatélite, con un plazo de creación hasta 2030 (Jiménez, 2019). Además, en noviembre de 2019, en una reunión de Ministros de Asuntos Exteriores de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Bruselas, esta organización reconoció al espacio como un dominio operativo y como parte esencial de los planes de disuasión y defensa de la alianza (RussiaToday, 2019a).
De manera paralela al desarrollo de las capaci- dades militares, se ha incrementado la competencia en la producción y perfeccionamiento de los activos espaciales y en la exploración de los cuerpos celes- tes. China, India y Japón tienen planes de desa- rrollar sus propios sistemas de posicionamiento: el Beidou, el Indian Regional Navigation Satellite Sys- tem, y el Quazi-Zenith Satellite System, respectiva- mente. China planea desarrollar su propia estación espacial: la Tiangonp, que actualmente funciona como laboratorio espacial. Por su parte, Rusia se ha abocado a lograr el desarrollo de la primera serie de cohetes fabricados tras la desintegración de la Unión Soviética: los Angara.
En enero de 2019, China hizo historia al aterrizar la sonda robótica Chang´e4 en el lado inexplorado de la Luna, a la vez que está desarrollando los cohe- tes CZ-9 capaces de sostener mayores cargas que Saturno-V, el vehículo que transportó las misiones tripuladas Apollo en la década de los años sesenta. Todo ello ha creado una alarma en Estados Unidos.
En una reunión del Consejo Nacional del Espacio en diciembre de 2019, su presidente, Mike Pence, aseveró que la Luna sigue siendo un objetivo estra- tégico vital para esta nación.
Asimismo, Donald Trump emitió el 6 de abril de 2020 una orden ejecutiva en la que estableció que: “los estadounidenses deberían tener derecho a par- ticipar en la explotación comercial, extracción y uso de los recursos espaciales. El espacio exterior es un dominio legal y físicamente único de la actividad humana y Estados Unidos no lo ve como un bien común” (United States. White House, 2020: 1). De igual forma consideró al Acuerdo de la Luna adop- tado en la Organización de las Naciones Unidas en 1979 como inefectivo e innecesario para tales activi- dades, sobre todo porque ninguna potencia espacial lo ha ratificado. En respuesta, Rusia emitió un comu- nicado el 7 de abril donde condenó los intentos de privatizar el espacio por Estados Unidos y tachó de agresivos los planes estadounidenses.
El panorama de la seguridad espacial en los últimos años se sitúa en un proceso paralelo a la reconfiguración del orden mundial heredado de la Guerra Fría. Las doctrinas espaciales de los Esta- dos demuestran el interés en el desarrollo y per-
privados que secundan las estrategias militares de los Estados.
Los actores no estatales en la carrera armamentista espacial
Los Estados han sido históricamente los actores espaciales principales. Sin embargo, en los últimos años, el sector privado ha comenzado a adquirir un papel notable dentro de la intricada madeja de formas de relacionamiento global que se configu- ran. El espacio ultraterrestre no ha escapado de estas dinámicas. Estos actores no solo comienzan a fungir como grupos de presión en el marco esta- tal, sino que han alcanzado la capacidad de acce- der al espacio, operar como factores de poder en la toma de decisiones e integrar las estrategias de seguridad espacial de un número considerable de Estados. Todo esto ocurre de manera paralela a la conformación de un nuevo modelo de seguridad más poroso, diverso y ramificado.
Las principales expresiones de la privatización8 en el ámbito espacial son la comercialización9 de las aplicaciones por satélite, la provisión de servicios tecnológicos y de lanzamiento espacial, el desarro-
feccionamiento de las estructuras militares en esta
área, lo que provoca una mayor inclinación hacia una carrera armamentista espacial. Esa carrera tiene la peculiaridad de ser cualitativa y cuantitativa- mente superior a la sostenida por Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría, a la que se añaden la propagación de desechos espaciales, la saturación de las órbitas y la aparición de actores
8 Por privatización de las actividades espaciales se entiende la transición de la propiedad y operación parcial o completa de un servicio o tecnología espacial de un gobierno u orga- nización intergubernamental al sector privado.
9 La comercialización de las actividades espaciales se entien- de como el uso de equipamiento enviado al o a través del espacio ultraterrestre para proporcionar bienes o servicios de valor comercial, ya sea llevado a cabo por una corpora- ción privada, intergubernamental o por un Estado.
llo del turismo en esta área10 y los planes de explo- ración y explotación de cuerpos celestes, incluida la minería.11 En este sentido, grandes corporaciones como SpaceX, Blue Origin, Moon Express, Kymetal, Planetary Resources, Stratolaunch, Virgin Galactic, entre otras, se han abocado a una carrera por lide- rar la industria espacial privada.
De manera particular, una tendencia notable es la unión entre las actividades comerciales y militares, a través de la contratación de operadores comercia- les privados por el sector militar. Estos se involucran cada vez más en actividades como las comunica- ciones satelitales, teledetección y operaciones de lanzamiento de satélites, dada su constante inno- vación y la posibilidad que brindan de estructurar una red amplia en función de la seguridad nacional bajo el amparo de una política comercial. Ello, a la vez, le permite a la empresa privada gozar de una mayor libertad de acción gracias a la protección que reciben de los Estados.
Así, por ejemplo, en el despliegue del Sistema Nacional de Defensa Antimisil de Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Europa, las compañías privadas de telecomunica- ciones instalaron los sistemas de detección y elabo- raron los sensores espaciales para la vigilancia de misiles, los aparatos de rayos láser que determinan su trayectoria exacta y la tecnología espacial que complementa el Sistema Nacional de Defensa Anti- misil. El Pentágono también vendió contratos a con- sorcios empresariales que obtuvieron dividendos con el despliegue del Sistema Nacional de Defensa Antimisil, tales como la corporación Lockheed Mar- tin, especializada en tecnologías aeroespaciales y de defensa. Además, la compañía de aviación Boe- ing ha estado involucrada en los planes militares,
10 Se entiende como turismo espacial el desarrollo de vuelos, generalmente suborbitales, financiados y operados por enti- dades privadas para fines recreativos y que les reporta una determinada ganancia.
11 En 2015, Estados Unidos adoptó la US SpaceResource Ex- ploration and Utilization Act, que establece que las agen- cias federales deben facilitar la explotación comercial de los recursos espaciales por ciudadanos de Estados Unidos, libres de interferencias perjudiciales y sujetas a autorización y supervisión por el gobierno federal (Institute for Defense Studies and Analyses, 2017). Luxemburgo también aprobó la “Loi du 20 juillet 2017 sur l’exploration et l’utilisation des ressources de l’espace” que establece que los recursos del espacio son susceptibles de apropiación y, además, puede otorgar a los operadores privados la tarea de extracción de estos recursos (Space Security Index, 2018).
puesto que sus aviones 747 fueron dotados con láseres de alta energía para el derribo de cohetes enemigos y objetos en órbitas bajas (Space Secu- rity Index, 2018)
Varias políticas espaciales nacionales han alen- tado las asociaciones con los actores privados. Esto se reflejó en la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos de 2017, en la que se aboga por disminuir la regulación de la actividad espacial comercial y fomentar las alianzas con el sector pri- vado para mejorar la arquitectura espacial, sobre todo después del retiro del transbordador en 2011, que ha llevado a la NASA a depender de la cápsula Soyuz rusa para transportar a sus astronautas. A fin de paliar esta situación se ha vinculado con la compañía SpaceX en proyectos de transporte espa- cial mediante la cápsula Crew Dragon (Moltz, 2019). Esta empresa realizó en 2018, 21 de los 31 lanza- mientos de Estados Unidos a través de sus propios lanzadores: el Falcon 9 y el Falcon Heavy (Marín, 2018). El 30 de mayo de 2020, SpaceX logró el lan- zamiento de su cápsula desde el Centro Espacial Kennedy de la NASA en Florida, la que se acopló con la Estación Espacial Internacional un día des- pués. Ello marcó un hito en la historia de la actividad espacial, al representar el primer vuelo tripulado de una entidad privada en asociación con el Estado.
En 2015, SpaceX también se convirtió en pro- veedor comercial para lanzar cargas militares de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Su presidenta, Gwynne Shottwell, declaró en 2018 que no des- cartaría la opción de poner armas en órbita ante una solicitud del gobierno (Sputnik News, 2018). La Fuerza Aérea de Estados Unidos también está trabajando con la Organización Internacional de Satélites de Telecomunicaciones (INTELSAT) para beneficiarse del seguimiento satelital, la telemetría y las tecnologías de comando disponibles comer- cialmente para su uso en satélites gubernamentales (Space Security Index, 2018). Igualmente, en 2017,
Estados Unidos lanzó una Fuerza de Tarea sobre Comunicación Satelital Militar y Redes Tácticas, que incluyó la recomendación de aprovechar y utilizar los sistemas de satélites de comunicaciones comer- ciales existentes. Asimismo, el ejército del Reino Unido está invirtiendo en un programa comercial de la compañía Surrey Satellite Technology sobre el uso de constelaciones en órbitas bajas para la reco- pilación de inteligencia táctica.
Prueba de la reciente influencia que ha tenido el sector privado comercial sobre las políticas guber- namentales fue la adopción en 2017 de varios cam- bios en la categoría XV (naves espaciales y artículos relacionados) de la Lista de Municiones de Estados Unidos que es controlada por las Regulaciones del Tráfico Internacional de Armas (ITAR). Como resul- tado se eliminaron algunas tecnologías espaciales de los controles de exportación, incluida la mayoría de las capacidades de vuelo espacial tripulado y de detección remota.12 Con anterioridad, en 1999, los satélites y sus componentes habían quedado suje- tos a las Regulaciones del Tráfico Internacional de Armas. Sin embargo, la industria privada espacial ha argumentado que la regulación de estos productos ha erosionado la competitividad de Estados Unidos; por tanto, la mayoría de los satélites de comunica- ción comerciales ya no se consideran artículos de defensa sujetos a estos controles (Space Security Index, 2018).
12 En abril de 2018 la Cámara de Representantes aprobó la American Space Commerce Free Enterprise Act, que decla- ra a la Oficina de Comercio Espacial en el Departamento de Comercio como la única autoridad para regir las actividades espaciales no gubernamentales, con la responsabilidad de las licencias de teledetección, autorización y supervisión de actividades espaciales no cubiertas previamente, funciones que deberían recaer en el Departamento de Estado y no en esta institución comercial con una postura laxa hacia la regulación (Haskins, 2018).
La alianza público-privada ha conducido a que las potencias espaciales den un notable impulso al sector privado y adopten una agresiva política comercial. De manera paralela, empresas privadas y organismos militares han comenzado a financiar la fabricación de objetos espaciales. Esa asociación encubre el desarrollo de nuevas infraestructuras que secundan las estrategias militares de los Esta- dos. En consecuencia, estos han decidido adoptar legislaciones nacionales permisivas hacia el sec- tor privado. Por otra parte, los actores no estatales devienen cada vez más autónomos, interactúan con el sistema normativo y generan una revisión de las regulaciones para favorecer sus actividades, a la vez que conciben el libre acceso al espacio como cues- tión fundamental en sus estrategias empresariales.
El espacio ultraterrestre es un ámbito atípico desde el punto de vista físico. Sus límites indefini- dos y su integración tanto en la esfera civil como militar, lo dotan también de una dimensión estraté- gica. Desde sus inicios, la investigación, desarrollo y producción de tecnologías espaciales denotaron su doble uso y convirtieron a la actividad espacial en una vertiente de la carrera armamentista entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
En los últimos años se ha evidenciado un incre- mento de la espiral armamentista en torno al espa- cio. El acceso por un número mayor de Estados a tecnologías susceptibles de ser empleadas como armas espaciales, la proliferación de desechos en esta área, la dependencia de las sociedades hacia los servicios satelitales, junto a la emergencia y repo- sicionamiento de potencias como China y Rusia que contrastan con la doctrina espacial estadounidense, lo han convertido en un dominio más competitivo y congestionado. A la par se ha configurado como un escenario más de la pugna geopolítica dentro de la correlación internacional de fuerzas en formación.
El sector privado ha irrumpido dentro de las diná- micas de la actividad espacial. Estos nuevos actores devienen más autónomos en las actividades espa- ciales, se muestran reticentes a la regulación, par- ticipan en el desarrollo y producción de tecnologías de doble uso y, a la vez, secundan las estrategias espaciales militares de los Estados bajo el amparo de una política comercial, en tanto algunos países han decidido subcontratar o privatizar sus activida- des estratégicas en esta área. De manera paralela,
la actividad espacial se ha dotado de un nuevo para- digma de competitividad.
El ingente desarrollo científico-técnico aconte- cido en los últimos tiempos ha planteado un grupo de desafíos para la exploración y uso pacíficos del espacio. El carácter estratégico de la actividad espacial dentro de la transición intersistémica le añade un valor peculiar a una zona que es redimen- sionada constantemente. La carrera de armamentos trasladada a este dominio es una muestra de que la seguridad internacional se torna cada vez más porosa y vulnerable. Las implicaciones de un even- tual conflicto en este ámbito apuntalan la necesidad de repensar los parámetros legales que rigen las actividades espaciales y exigen contemplar al espa- cio como un escenario más en el que se reproducen las formas de relacionamiento global.
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