Acerca del papel de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial. En ocasión del 75 aniversario de la victoria

About the role of the Soviet Union in World War II. On the occasion of the 75th anniversary of the victory

Dr. C. Evelio Díaz Lezcano

Doctor en Ciencias Históricas. Profesor Titular, Consultante y Emérito de la Universidad de La Habana. Facultad de Filosofía e Historia, e-mail: fragoso@infomed.sld.cu. ORCID iD: 000-0001-9985-8274



Recibido: 29 de abril de 2020 Aprobado: 25 de mayo de 2020



RESUMEN A partir de un breve recuento de las extraordinarias victorias alcanzadas por la Unión Soviética en las batallas de Moscú, Stalingrado y Kursk, así como en las gran- des ofensivas de los años 1944 y 1945, que liberaron a un numeroso grupo de países y condujeron a las acciones decisivas de Berlín, se fundamenta el protagonismo de los soviéticos en el desenlace de la contienda y se refutan las interesadas falsificacio- nes y tergiversaciones de la verdad histórica.

Palabras claves Operación Barba Roja, Batallas de Moscú, Stalingrado y Kursk, Ofensivas de 1944 y 1945, la guerra en África del Norte, la guerra en Italia, la batalla de Berlín.



ABSTRACT A brief account of the extraordinary victories achieved by the Soviet Union in the battles of Moscow, Stalingrad and Kursk, as well as in the great offensives of 1944 and 1945, which liberated a large group of countries and led to the decisive actions in Berlin, is the basis for the Soviets’ leading role in the outcome of the conflict and refutes the interested falsifications and distortions of historical truth.

Key words Operation Red Beard, Battles of Moscow, Stalingrad and Kursk, Offensives of 1944 and 1945, the war in North Africa, the war in Italy, the battle of Berlin.




INTRODUCCIÓN


Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International, que permite su uso, distribución y reproducción en cualquier medio, siempre que el trabajo original se cite de la manera adecuada.

En la medida que se fue acercando el año del 75 aniversario de la victoria sobre el fascismo, en el contexto de la rusofobia desencadenada por Estados Unidos y sus aliados, debido al creciente y constructivo papel de Rusia en el escenario interna- cional y de la terrible pandemia de la COVID-19 que azota a la humanidad, se han intensificado las cam- pañas tergiversadoras y difamatorias sobre el papel desempeñado por la Unión Soviética en la derrota de la Alemania fascista y sus aliados. En estas cir- cunstancias conviene mostrar, aunque solo sea mediante unos pocos ejemplos, brevemente rese- ñados, el decisivo protagonismo de los soviéticos en la Segunda Guerra Mundial.

DESARROLLO

Cuando Hitler decidió invadir a la Unión Soviética, el 22 de junio de 1941, la Alemania fascista contro- laba directa o indirectamente los recursos de casi toda Europa, lo que consiguió en un año y nueve meses de sucesivas victorias. Esto le permitió orga- nizar una poderosa maquinaria de guerra integrada por 190 divisiones con más de 5 millones de solda- dos propios y de los países aliados, unos 400 170 tanques, 4 950 aviones y más de 50 000 cañones y otras piezas de artillería. De acuerdo con el llamado plan “Barba Roja”, estas fuerzas fueron organizadas en tres grupos de ejércitos, que tenían la misión de avanzar por el sur, el centro y el norte, en dirección a las ciudades de Kiev, Moscú y Leningrado, res-



pectivamente. Según los cálculos anunciados por Hitler al Estado Mayor del Ejército, la ocupación de las regiones occidentales del país y de estos tres centros vitales conduciría a la rendición de la Unión Soviética en ocho o diez semanas, antes de la lle- gada del invierno.

El desarrollo de los acontecimientos en los tres primeros meses de lucha pareció confirmar el plan y los cálculos de Hitler. Las tropas de Alemania y sus aliados penetraron rápida y profundamente en el territorio soviético y hacia septiembre habían ocu- pado una gran extensión de las regiones occidenta- les del país, incluyendo toda Bielorrusia y la mayor parte de Ucrania, al tiempo que ponían sitio a la nor- teña ciudad de Leningrado. Las fuerzas enemigas del centro se aproximaron peligrosamente a Moscú. Este desastroso escenario fue el resultado de la falta de preparación para enfrentar la agresión, lo que se debió a la errónea y desconcertante opinión de Stalin acerca de que Hitler no se lanzaría contra la Unión Soviética en aquel momento a menos de que fuera provocado. Por esto las tropas y la totali- dad de la técnica militar, a lo largo de toda la frontera occidental, se encontraban en régimen de tiempo de paz.

Pero a pesar de la falta de preparación y de las grandes pérdidas humanas y materiales sufridas, el Ejército Rojo y la mayoría de la población ofrecie- ron una tenaz resistencia a los invasores. Ejemplos como el de Leningrado, que nunca sería tomada por el enemigo a pesar de casi tres años de férreo bloqueo, que ocasionó más de un millón de muer- tes, o como el que protagonizaron los defensores de la fortaleza de Brest, que no cedieron su posición hasta que murió el último hombre, o el de la forta- leza de Sebastopol, que resistió más de doscientos días de masivo asedio, se repitieron a todo lo largo del frente. Esta actitud de tenaz y heroica resistencia limitó el rápido avance del adversario y posibilitó la colosal hazaña del desmontaje y traslado hacia el interior del país de una gran parte de las industrias ubicadas en las zonas occidentales. La producción militar de esas industrias tendría posteriormente una influencia decisiva en el curso de la guerra.

A mediados de septiembre, en el contexto de una gran euforia triunfalista, Hitler decidió asestar el golpe definitivo y ocupar Moscú. Seguro de su victoria, Hitler había ordenado reunir a rusos emi- grados para formar un gobierno pelele en la capital. La ofensiva alemana comenzó el dos de octubre, después de concluida exitosamente la batalla de

Kiev, pero durante dos meses las tropas comanda- das por el mariscal Fedor von Bock no lograron su objetivo, si bien avanzaron considerablemente y en algunos sitios avistaron la capital. La ofensiva fue detenida definitivamente a fines de noviembre en las cercanías de la ciudad. A principios del siguiente mes, con refuerzos de la reserva movilizados desde Siberia y otras regiones del oriente, los soviéticos, encabezados por el entonces general Gueorgui K. Zhúkov, pasaron a la contraofensiva y en pocos días ocasionaron grandes pérdidas a los alemanes y los hicieron retroceder hasta el punto de partida y un poco más atrás en algunos sectores del frente. La victoria del Ejército Rojo en la batalla de Moscú destruyó el mito de la invencibilidad alemana y los planes de guerra relámpago, al tiempo que fortale- ció el espíritu de lucha de los soviéticos y de los demás pueblos que se enfrentaban al fascismo. Por otra parte, desestimuló definitivamente la incorpora- ción del Japón militarista a la guerra contra la Unión Soviética, así como la de Turquía, cortejada cada día con mayor insistencia por Alemania.

image

Batalla de Moscú.


Los generales alemanes atribuyeron la derrota sufrida al crudo invierno ruso y a la falta de prepa- ración de las tropas germanas para tal contingen- cia, culpando al alto mando de falta de previsión. Lo mismo haría en muchas ocasiones posteriores. Cierto es que los soviéticos estaban en mejores condiciones que los alemanes para combatir en aquel adverso medio, pero lo decisivo para obtener la victoria fue la superioridad mostrada por el Ejér- cito Rojo, que supo imponerse después en cualquier escenario y época del año. El argumento del “gene- ral frío” ha sido utilizado hasta nuestros días por políticos e historiadores para restar importancia a la

extraordinaria hazaña del pueblo soviético durante la contienda.

La victoria soviética en Moscú y la entrada de Estados Unidos en el conflicto, el día 7 de diciembre de 1941, tras el ataque japonés a la base estadouni- dense de Pearl Harbor, fueron los factores determi- nantes para la formación de la alianza antifascista, liderada por estas dos potencias e Inglaterra. La alianza se formalizó a partir del 1 de enero de 1942, cuando fue firmada por las tres potencias y otros 23 países la Declaración de las Naciones Unidas, en la que los signatarios se comprometieron a coope- rar para lograr la derrota incondicional de Alemania y sus aliados. Fue a partir de este momento cuando la Unión Soviética, que ya soportaba el peso funda- mental del conflicto, comenzó a recibir la tan caca- reada y exagerada ayuda de la ley norteamericana de Préstamo y Arriendo, que aunque útil nunca repre- sentó más del 5 % del esfuerzo de guerra soviético. A pesar de la derrota sufrida en Moscú, el año 1942 fue todavía exitoso para Alemania y sus alia- dos. En el frente oriental los fascistas lograron ocupar una extensa y rica región del sur del país y hacia octubre sus tropas llegaron hasta la ciudad de Stalingrado (actual Volgogrado), desde donde el mando alemán pensaba organizar un nuevo ataque a Moscú siguiendo la cuenca del Volga. Mientras tanto, las fuerzas del mariscal Rommel avanzaban en el norte de África, pese a la resistencia de los ingleses y de las tropas estadounidenses que acu- dieron en su ayuda. Los japoneses, por su parte, continuaban expandiéndose en Asia y el Pacífico (Tailandia, Malasia, Singapur, Filipinas, Hong-Kong y las islas de Guam y Wake), aunque tuvieron que enfrentar una oposición cada vez mayor del ejército y la marina de Estados Unidos, comandadas por el

general Douglas MacArthur.

Pero al comenzar el año 1943 la situación en todos los frentes se fue modificando de forma radi- cal. Alemania y sus aliados comenzaron a retroceder en los diferentes teatros de operaciones. Esto fue determinado, en lo fundamental, por la aplastante victoria soviética en la batalla de Stalingrado, que comenzó en noviembre de 1942, cuando el mando soviético reunió una poderosa fuerza, organizada en tres grandes frentes, bajo la dirección general del ya para entonces mariscal Zhúkov, el vencedor de Moscú. Contando con tales fuerzas los soviéti- cos desencadenaron dos ofensivas sucesivas en las inmediaciones de Stalingrado, que concluyeron a principios de 1943 con la derrota de las tropas de

Alemania y las de los aliados que la acompañaron. Las tropas al mando del mariscal Von Manstein, trasladadas con urgencia por Hitler de la dirección del Cáucaso hacia Stalingrado, no pudieron influir en el curso de los acontecimientos y tuvieron que retirarse con grandes pérdidas.

La batalla de Stalingrado, una de las más grandes de la contienda mundial, cambió definitivamente el curso de la Gran Guerra Patria y de toda la guerra. En ella combatieron alrededor de dos millones de soldados, más de dos mil tanques y cerca de tres mil aviones. Los soviéticos lograron aniquilar total o parcialmente a dos ejércitos enemigos y capturaron poco más de noventa mil prisioneros, incluyendo al jefe del VI ejército germano, el mariscal Friedrich Von Paulus, ascendido por el Führer el 30 de enero de 1943, un día antes de rendirse. Los soviéticos destruyeron al enemigo una enorme cantidad de material bélico y le ocuparon unos setecientos cin- cuenta aviones, mil quinientos cincuenta carros de combate, casi quinientos coches blindados, ocho mil cañones y cerca de sesenta mil camiones. Fue un tremendo golpe del que Alemania nunca pudo reponerse material y sicológicamente. A partir de ese momento el Ejército Rojo pasó a la ofensiva en todo el frente oriental.


Batalla de Stalingrado

Aprovechando que Alemania tuvo que concentrar su atención y recursos en la batalla de Stalingrado, las tropas anglo-norteamericanas pudieron desple- gar amplias operaciones en el norte de África, desde noviembre de 1942. Con superioridad en hombres y material bélico, los aliados occidentales fueron venciendo la resistencia de las fuerzas italo-alema- nas, integradas por unos doscientos cincuenta mil efectivos, hasta vencerlas definitivamente en mayo de 1943. La batalla más importante en aquel teatro de operaciones fue la de El Alamein, en el territorio de Egipto. En ella el excéntrico mariscal inglés Ber- nard Law Montgomery, venció al llamado “Zorro del Desierto”, el mariscal Rommel, jefe del África Korps, obligándolo a retroceder. Y mientras finalizaba la guerra en el escenario africano, en el Pacífico la balanza se inclinaba progresivamente contra Japón, particularmente en el mar, donde comenzó a decli- nar su poderío frente a los ataques de la escuadra estadounidense. Esto se manifestó claramente a partir de la derrota nipona en la batalla de Guadal- canal, concluida en febrero de 1943.


image


La nueva dinámica que caracterizaba la guerra se consolidó de forma irreversible con la victoria soviética en Kursk. Hitler concedió una extraordina- ria importancia a esta batalla, pues pensaba tomar desquite por la derrota de Stalingrado y al mismo tiempo tratar de detener la crisis que atravesaban sus satélites, particularmente Mussolini, que enfren- taba una fuerte oposición interna. Así las cosas, el 5 de julio las fuerzas alemanas emprendieron una ofensiva en el llamado arco o saliente de Kursk, creado por el rápido avance soviético hacia el oeste. Sin embargo, dos semanas más tarde las fuerzas desplegadas por Alemania habían sido derrotadas. Se desarrolló en Kursk la mayor batalla de tanques de toda la guerra. Se calcula que en ella participa- ron alrededor de seis mil quinientos carros de com- bate, además de cuatro mil aviones y poco más de dos millones de soldados. Los alemanes perdieron el grueso de sus efectivos, unas treinta divisiones, y casi toda la técnica militar empleada. Así terminó la batalla del arco de Kursk, que el alto mando alemán había calificado como la última batalla por la victo- ria. A partir de ese momento, los soviéticos tomaron la iniciativa estratégica en todo el frente oriental. Los alemanes eran empujados cada vez más hacia el oeste. A finales de 1943, el Ejército Rojo y los guerri- lleros habían liberado dos tercios del territorio ocu- pado por las tropas fascistas.

Aprovechando la coyuntura favorable propiciada por la batalla de Kursk, los aliados anglo-estadou- nidenses desembarcaron siete divisiones en la isla italiana de Sicilia, ejecutándose así la “operación

Husky”, que Churchill había concebido como un pri- mer paso para organizar una ofensiva en los Bal- canes con el objetivo de evitar el seguro avance soviético en esa zona. Pero la situación en la penín- sula aconsejó pasar al territorio continental, acción que precipitó el derrumbe del régimen de Mussolini, sustituido el 25 de julio por el gobierno del mariscal Pietro Badoglio, el que presionado por los aliados y para evitar una revuelta popular, le declaró la guerra a Alemania, que había invadido la parte norte del país, debido al lento avance de los aliados. En el territorio ocupado por los alemanes se formó la lla- mada República Social, encabezada por Mussolini, liberado de su encierro por un comando hitleriano.

Hasta la actualidad muchos historiadores y líderes políticos occidentales han atribuido, evi- dentemente con fines manipuladores de la opinión pública, un peso decisivo a las exitosas operaciones de los aliados en África del Norte e Italia, en las que apenas participaron un millón de hombres, conside- rando a los dos bandos contendientes. Estos falsifi- cadores de la historia llegan a comparar las batallas del Alamein y de Sicilia con las libradas en Stalin- grado y Kursk, concediéndoles similar o superior importancia.

En realidad fueron los combates que se desarro- llaron en Stalingrado y Kursk, entre finales de 1942 y mediados del 1943, los que facilitaron las victorias de los aliados en los escenarios africano e italiano. La cruenta lucha librada en el frente oriental rete- nía más del 70 % de las fuerzas y de los recursos de los alemanes y no permitía el traslado de tropas

hacia otros teatros de operaciones. Por su enorme envergadura y significación, las victorias soviéticas en Stalingrado y Kursk, propiciaron un viraje radical en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. A partir de aquel momento, Hitler perdió para siem- pre la iniciativa estratégica, al tiempo que se debi- litó la alianza fascista y se fortaleció el espíritu de resistencia y la fe en la victoria de todos los pue- blos. Así lo reconocieron millones de personas en todo el mundo y prestigiosas personalidades como el Presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roo- sevelt, quien destacó la extraordinaria importancia de aquellas batallas, pues no se podía negar que el Ejército Rojo y el pueblo ruso habían obligado, sin duda alguna, a las fuerzas armadas de Hitler a marchar por la senda de la derrota definitiva, y se habían ganado para largo tiempo la admiración del pueblo de Estados Unidos.

El papel determinante desempeñado por la Unión Soviética y el que podría jugar en el futuro, obligó a los aliados occidentales a elaborar planes conjuntos con Stalin. Ello se puso de manifiesto en la Conferencia de Teherán, primera reunión cumbre de las tres grandes potencias de la coalición antifas- cista, celebrada del 29 de noviembre al 3 de diciem- bre de 1943, donde Inglaterra y Estados Unidos aceptaron por fin la demanda soviética de abrir un segundo frente en Europa occidental para acelerar el fin de la guerra, compromiso que habían recha- zado con anterioridad con el pretexto de las accio- nes en África y luego en Sicilia. La importancia del nuevo frente, que no se abriría hasta el 6 de junio de 1944, mediante el desembarco de Normandía, y tardó seis meses en liberar a Francia y rebasar sus fronteras, ha sido exagerada por los occidentales al extremo de considerarla la acción determinante de la Segunda Guerra Mundial en Europa.

Durante 1944, mientras ingleses, canadienses y norteamericanos se preparaban para desembarcar en el norte de Francia, el Ejército Rojo, en sucesivas ofensivas, liberó los territorios soviéticos que per- manecían ocupados (regiones de Leningrado, Bie- lorrusia y Crimea, fundamentalmente) y comenzó su penetración en Europa oriental y en los Balca- nes. En agosto se rindió Rumania, en septiembre lo hicieron Bulgaria y Finlandia, en octubre fue ocu- pada Belgrado, con la ayuda de los guerrilleros de Tito, que para entonces habían liberado casi todo el país. En Hungría los fascistas opusieron una furiosa resistencia, pero la mayor parte del país tuvo que rendirse en el mes de diciembre, al mismo tiempo

quedó liberada una parte considerable de Polonia.

En las postrimerías de 1944, la guerra en la zona europea entró en su etapa final. Era suficientemente claro que Alemania sería derrotada, pero seguía resistiendo con tenacidad. A mediados de diciembre, aprovechando una momentánea interrupción de la lucha en todos los frentes, Hitler decidió emprender una ofensiva en la zona de las Ardenas. Se proponía atravesar Bélgica hasta llegar a Amberes y arrasar esta zona, desplegando una acción similar a la que había provocado, en mayo de 1940, el desastre de Dunkerque, cuando fueron cercados y derrotados unos 400 000 soldados ingleses y franceses. Los aliados occidentales se vieron en serios apuros, acumulando numerosas bajas en efectivos y técnica militar. Por lo que acudieron a la Unión Soviética para que adelantara su ofensiva de invierno, pre- vista para el 20 de enero de 1945. A pesar del tre- mendo esfuerzo que esto representaba, los militares soviéticos lograron la anticipación en diez días de dicha ofensiva, lo que prácticamente salvó a las tro- pas anglo-estadounidenses de una derrota segura. Los falsificadores de la historia no mencionan este hecho o lo tergiversan groseramente.

La gran ofensiva desencadenada por los sovié- ticos en enero fue decisiva en el futuro curso de la contienda. El Ejército Rojo atacó sin descanso en un frente superior a los mil kilómetros, desde el Báltico hasta los Cárpatos. Muy pronto ocuparon toda Polo- nia y penetraron profundamente en Alemania y Che- coslovaquia. En ese ambiente, que preludiaba el fin victorioso sobre Alemania, se produjo la Conferencia de Yalta, en Crimea, que reunió por segunda oca- sión a los jefes de las tres grandes potencias alia- das. La conferencia se desarrolló desde el 4 hasta el 11 de febrero de 1945, y en ella se coordinaron las operaciones militares de la fase final del conflicto y se examinaron importantes problemas relacionados con la conformación del mundo en la posguerra. El hecho de que el encuentro se efectuara en el terri- torio de la Unión Soviética era un explícito reconoci- miento a su extraordinario papel en la lucha.

Después de Yalta, el objetivo para todos los alia- dos era Berlín. Los ejércitos anglo-estadouniden- ses lograron pasar el rio Rhin a finales de marzo e iniciaron su avance hacia la capital alemana. El Ejército Rojo, por su parte, tras liberar a Austria, comenzó una poderosa ofensiva sobre Berlín, en la que participaron tres frentes del ejército, ocho mil aviones y más de seis mil tanques. La resistencia de los alemanes en el oeste fue muy débil y breve,

pero se tornó desesperada en el este por el temor a los soviéticos, lo que provocó la muerte innece- saria de unos quinientos mil germanos, una buena parte de ello casi niños, y un elevado número de bajas soviéticas. Ese mismo temor se apoderó de muchos dirigentes nazis, que huyeron hacia el sur o se entregaron a los ingleses y norteamericanos, de los que esperaban un trato suave o indulgente, como efectivamente ocurriría en numerosos casos.

Desde el 20 de abril los soviéticos combatían en la capital alemana y su caída era inevitable e inmi- nente. El día 30 de abril, casi a la misma hora en que se estaba izando la bandera soviética en lo alto del Reichstag, se produjo el suicidio del Führer. Su último acto oficial, una verdadera formalidad, fue designar al almirante Karl Donitz como su sucesor en la jefatura del Estado. Donitz, desde luego, no tenía otra alternativa que rendirse.


image


En consecuencia, durante la noche del 8 al 9 de mayo, los representantes del alto mando alemán fir- maron la capitulación incondicional. Poco antes se habían rendido las tropas alemanas en el norte de Italia, así como en Holanda, Dinamarca y Checoslo- vaquia. Terminaba así la guerra en Europa.

CONCLUSIONES

El precio pagado por el pueblo soviético para librar a la humanidad del fascismo fue enorme. Apor- taron 26 millones de muertos, 2 millones de desapa- recidos y casi 20 millones de heridos, muchos con incapacidad total. A esto hay que agregar enormes pérdidas materiales, la desaparición de más de 80 000 ciudades y poblados de todo tipo y cientos de miles de kilómetros de vías férreas, carreteras y puentes, así como otras obras de infraestructura e instalaciones económicas.

A ello debe adicionarse el sufrimiento y el daño sicológico, muchas veces irreparable. Se puede ser enemigo del régimen soviético, que derrotó al zarismo y perduró por más de setenta años, y hoy se puede ser adversario del Presidente Putin y defensor de la hostil política propugnada por el occi- dente hacia Rusia, pero un mínimo de decencia y de honestidad debe conducir a reconocer esas rea- lidades e inclinar la cabeza ante la gran epopeya y el sacrificio protagonizado por el noble pueblo sovié- tico, que los rusos y muchos millones de personas en todo el mundo recuerdan cada 9 de mayo.


BIBLIOGRAFÍA

Correspondencia entre los jefes de las potencias aliadas (1957).

Moscú: Editorial Progreso.

Crouzet, M. (1968). Historia General de las Civilizaciones. La época contemporánea. La Habana: Edición Revolucionaria. Díaz Lezcano, E. (1988). Selección de lecturas de Historia Con-

temporánea. La Habana: Editorial Enspes.

Díaz Lezcano, E. (2008). Breve Historia de Europa Contempo- ránea (1914-2001). La Habana: Editorial Félix Varela.

Fernández, A. (1991). Historia Contemporánea. Documentos y Comentarios. España: Ediciones Akal S.A.,.

Fernández, A. (1995). Historia del Mundo Contemporáneo. Es- paña: Editorial Vicens Vives, S.A, España.

Hobsbawn, E. (1998). Historia del Siglo XX. Buenos Aires: Edi- torial Grijalbo.