The global geopolitical order and its possible paths.
Dr. C. Juan Sánchez Monroe
Doctor en Ciencias Históricas. Profesor Titular del Instituto Superior de Relaciones Internacionales, e-mail: jsmonroe@isri.minrex.gob.cu, juans.monroe@gmail.com
Recibido: 11 de enero de 2019 Aprobado: 20 de febrero de 2019
veces nos detallan, si bien señalan que debería ser algo diferente a lo conocido hasta ahora.
Parece haber consenso en que el orden geopolí-
tico mundial, resultante de la desintegración de uno de los dos bloques que formaron el anterior mundo bipolar (1945-1990), todavía es unipolar. Al iniciarse, parecía que se había concretado el objetivo histó- rico de toda geopolítica, que es el establecimiento de un hegemón universal. Pero el orden unipolar alcanzado en la década de los años noventa, resul- taba acto imperfecto debido a la supervivencia de importantes vestigios de periodos anteriores como la soberanía nacional, el Derecho Internacional y las estructuras multilaterales. No obstante sus muchos esfuerzos, el Estado hegemón ha carecido de la capacidad suficiente para cambiar esa reali- dad. Ante esto los partidarios del unipolio han pro- puesto diferentes alternativas: un orden imperial, un gobierno mundial, un mundo multilateral.
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De otra parte, los que disienten del unipolio pro- pugnan la idea del mundo multipolar, que pocas
El objetivo del presente análisis es contribuir al debate sobre el momento histórico por el que tran- sitan las relaciones internacionales, partiendo de cómo las interpreta el propio pensamiento hegemó- nico, porque solo el conocimiento cabal del adversa- rio permite crear los instrumentos adecuados para enfrentarlo.
En los últimos años es muy común encontrar comentarios, análisis y estudios relacionados con el carácter unipolar o multipolar de las relaciones inter- nacionales. La unipolaridad o la multipolaridad no son más que el ordenamiento geopolítico resultante de la interrelación entre las grandes potencias. Sin embargo, da la impresión de que muchos autores no parecen conscientes de que están tratando con categorías de la geopolítica, a la que a su vez tratan
como si fuera una simple rama de la geografía. Esto me obliga a hacer algunas precisiones antes de entrar en el tema, objeto de mi actual preocupación. En el pensamiento humano el vínculo entre la geo- grafía y la política existe desde tiempos ancestrales, pero la geopolítica como tal no aparece hasta princi- pios del siglo XX. Según afirmó Halford J. Mackinder (1861-1947), uno de sus primeros promotores, “el ini- cio del siglo XX representó el fin de la época histó- rica iniciada con los descubrimientos geográficos del siglo Xv” (Mackinder, 1951) y Lenin nos aclara que en ese momento “por primera vez, el mundo se encontró ya repartido, de modo que en adelante lo que puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de un territorio de un ‘amo’ a otro, y no el paso
de un territorio sin amo a un dueño” (Lenin, 1975).
La geopolítica es, pues, un tipo de pensamiento político que nace en la era del imperialismo. Su rasgo distintivo es que adjudica al espacio y, por tanto, al Estado, propiedades de actor animado, al que traslada los principios descubiertos por Darwin en la esfera de la biología. Esto le sirve para fun- damentar la existencia de características especia- les de los grupos humanos, que se desarrollan en determinadas regiones, dando pie así a diferentes teorías racistas y xenófobas. Nos lo confirma el general chileno Augusto Pinochet,1 uno de los más connotados geopolíticos de Latinoamérica, cuando afirma que en la obra de Rudolf Kjellen Staten Som Lifsform (El Estado con forma de vida), se señala al Estado dominado por dos influencias principales: “el medio geográfico y la raza y por tres influencias secundarias: la economía, la sociedad y el gobierno”. (Pinochet, 1967).
Otro de sus exponentes clásicos, el alemán Karl Ernst Haushofer (1869-1946), contrapuso sus méto- dos de análisis a lo que consideró “las vías secun- darias y mezquinas de la concepción materialista de la historia” (Haushofer, 2012). Y es lógico que la geopolítica represente una visión contraria a la del materialismo histórico, porque emplean meto- dologías opuestas. Mientras este último interpreta el mundo partiendo de lo universal, la primera pre-
1 Augusto José Ramón Pinochet Ugarte (25 de noviembre de 1915-10 de diciembre del 2006). General chileno que, con el respaldo de Estados Unidos, derrocó mediante un golpe militar al Presidente socialista Salvador Allende, el
11 de septiembre de 1973, estableciendo en Chile una cruenta dictadura que se extendió hasta el 11 de marzo de 1994. Es considerado uno de los principales teóricos lati- noamericanos de la geopolítica.
tende hacerlo en base a lo local. Por eso tenemos geopolíticas inglesa, francesa, alemana, estadouni- dense o rusa, con criterios muchas veces encontra- dos sobre el mismo tema. Y es que la geopolítica es una versión extrema del paradigma realista, que no se limita a la interpretación de las relaciones en términos de lucha por el poder y a defender el inte- rés nacional, sino que busca la hegemonía mundial. Por eso para el geógrafo y politólogo sueco Johan Rudolf Kjellén (1864-1922) las grandes potencias deberían ser el principal objeto de estudio de la geopolítica (Stokers, 2016). En ella no hay espacio para el protagonismo de los pequeños estados.
Por ser la cosmovisión de los poderosos, la Geopolítica se ha impuesto en las relaciones inter- nacionales desde principios del siglo hoy determina la actuación de los grandes poderes con mayor fuerza que nunca antes. Según el norteamericano Straus, quien a finales de la década de los años noventa fuera Coordinador por su país del Comité de la Organización del Tratado del Atlántico Norte para Europa Oriental y Rusia, estructura encargada de preparar a la organización nortatlántica para la era posterior a la Guerra Fría, el desarrollo del espacio geopolítico mundial se había movido de la multipo- laridad en la primera mitad del siglo, a la bipolaridad para caer al final de la centuria en la unipolaridad
Otro norteamericano, Cohen, presentó el modelo llamado de policentricidad y jerarquía, que divide al mundo en zonas geoestratégicas, cada una de estas con las correspondientes regiones geopolíti- cas. Su modelo jerárquico tiene varios niveles:
Un primer nivel representado por “las esferas geoestratégicas”, que a semejanza de las de Mackinder, se dividen en:
La marina, representada por el mundo de los estados marítimos dependientes del comer- cio.
La esfera euroasiática, que comprende al mundo continental.
El segundo nivel son las regiones geopolíticas, que integran cada una de dichas esferas geoes- tratégicas. Así, en la marítima entran cuatro regiones:
Anglo-América y Caribe.
Europa Occidental y el Magreb.
La zona no continental (Off Short) de Asia y Oceanía.
América del Sur y África Subsahariana. En la esfera euroasiática entran dos regiones geopolíticas: El Heardland Asia Oriental.
Fuera de las esferas geoestratégicas quedan tres formaciones complementarias:
Asia Sur, que es una formación independiente con su propio código geopolítico.
Medio Oriente, que es un cinturón divisorio, mejor dicho, dividido.
Europa Centro-Oriental, que es una región “puerta”, que permite la comunicación poten- cial entre Occidente y la esfera geoestratégica continental (euroasiática)
El tercer nivel está representado por los estados nacionales de las cinco grandes potencias: Esta- dos Unidos, Rusia, Japón, China y la Unión Euro- pea.
El cuarto nivel son varias potencias de segundo orden, que dominan dentro de sus respectivas regiones, pero carecen de influencia global, debido sobre todo a su limitada participación en las rela- ciones políticas y económicas extra regionales.
El quinto nivel lo integran los territorios subnacio- nales que son la “puerta” y en el futuro servirán como conductores de los vínculos entre los Esta- dos. En cuestión de estructura se trata de espa- cios como las repúblicas que integran la Federa- ción de Rusia, los Estados de Estados Unidos o las autonomías de España.
Las regiones geopolíticas se encuentran en dife- rentes niveles de desarrollo y por esto no coincide su interacción regional. Ante ello, Cohen propuso el concepto de “entropía” (del griego thrope = transfor- mación) para el análisis del balance de los víncu- los internos y externos de las regiones geopolíticas. Aquí, la entropía no se entiende como medida de incertidumbre (uncertainty) como en la informática, sino que se caracteriza por el nivel de proximidad de un sistema aislado al estado de equilibrio.
De acuerdo con el nivel de entropía se destacan cuatro categorías de regiones:
Con bajo nivel de entropía: Anglo-América y los países del Caribe, Europa Occidental y el Magreb, Asia no continental y Oceanía.
Con nivel medio de entropía: Hardland, Europa Centro-Oriental y Medio Oriente.
Con alto nivel de entropía: Asia Sur y Asia Orien- tal.
Con nivel súper alto de entropía: África Subsaha- riana y América del Sur (Cohen, 1994).
En Europa el escandinavo Johan Galtung vio el espacio unipolar dividido en siete paralelos y consi-
dera que el mundo es menos previsible y diagnos- ticable que durante la Guerra Fría. Ahora, los siete paralelos que aspiran a la hegemonía son:
Estados Unidos con claros instintos de conver- tirse en el hegemón de los hegemones.
La Unión Europea.
Rusia y otros países de la Comunidad de Esta- dos Independientes.
Turquía y aproximadamente, otros 10 países.
India.
China.
Japón.
De alguna manera, seis de esos centros son “coordinados” por el hegemón, por lo que es más profesional hablar de un mundo unipolar con siete paralelos, que de un mundo con siete centros (Gal- tung, 1994).
En Rusia, Anatoli Adamishin, quien fuera Primer Vicecanciller en de 1992 a1994, escribió: “En las condiciones de una economía y una política mun- diales determinadas por Estados Unidos es impo- sible imaginarse sin ellos el enfrentamiento exitoso a las nuevas amenazas. En la coalición con otras potencias, incluyendo Rusia, el papel dirigente de Estados Unidos es indiscutible” (Adamishin, 2003).
Es clara pues, la unanimidad existente entre los geopolíticos de que el actual mundo es unipolar y que el centro del unipolio son Estados Unidos. Pero esta unipolaridad coexiste con el sistema de Westfalia, vigente en el principio de la soberanía y con una serie de instituciones internacionales que expresan el equilibrio de otras épocas en la histo- ria de las relaciones internacionales, por lo que el pensamiento hegemónico choca con contradiccio- nes que busca superar. En el empeño aparecen tres tendencias:
Los partidarios más consecuentes de la unipo- laridad, que buscan la legalización del estatus hegemónico de “Imperio Norteamericano”.
Los partidarios de la “no polaridad”, que en lugar de una hegemonía norteamericana directa, bus- can un modelo de “gobierno mundial”.
El otro que es el “mundo multilateral”, basado en el predominio de los organismos internacionales controlados por Washington.
La única diferencia entre los últimos dos modelos es que el primero hace hincapié en la coordinación entre los países occidentales democráticos, mientras el segundo incluye también a actores no estatales.
En cualquier caso, los debates sobre cómo debe ser este mundo unipolar demuestran, en primer lugar, que este no solo existe, sino que todavía tiene formas para seguirse desarrollando y esa es una de las cuestiones que deberíamos observar muy aten- tamente en el periodo inmediato.
La concepción geopolítica opuesta a la unipola- ridad es la del mundo pluripolar o multipolar. Sobre su inevitable advenimiento se ha escrito mucho e incluso se han hecho pronósticos exactos. El 20 de noviembre de 2008, en el informe “Global Trends 2025” del National Intelligence Council de Estados Unidos se indicaba que la aparición de un “sistema multipolar global” debe esperarse en un plazo de dos décadas (Global Trends, 2025). De esto se habla en muchos documentos gubernamentales bilaterales y multilaterales, pero ninguno describe exactamente cómo será la multipolaridad. Al parecer los que más han intentado avanzar en ese camino son algunos teóricos rusos. En el 2002 el politólogo, Viaches- lav Nikonov, en un artículo titulado “Atrás, hacia el Concierto”, defiende abiertamente la idea de crear una especie de Santa Alianza mundial. “Ahora, en las condiciones de la globalización, el concierto se realizaría en una escena global, con participación como mínimo de Rusia, Estados Unidos, Europa, Japón, India, ante todo China y alguien más” (Via- cheslav, 2002).
La propuesta más acabada la hace el también ruso Alexandr Duguin (2016), quien destaca seis elementos esenciales:
El mundo multipolar sería estructurado en unos pocos centros de toma de decisiones estratégi- cas globales independientes y soberanos.
Estos centros deberían estar suficientemente equipados y ser económica y materialmente independientes.
Estos centros no deben aceptar el universalismo de los estándares, normas y valores occidenta- les y pueden ser totalmente independientes de la hegemonía espiritual de Occidente.
Debe haber más de dos polos en un mundo mul- tipolar.
El sistema de Westfalia requiere revisión, por- que no es suficiente ser un Estado-nación para defender la soberanía, que solo puede garanti- zarse mediante una combinación o coalición de Estados.
La multipolaridad no es reducible a la no polari- dad, ni al multilateralismo (Dugin, 2016).
Como ya vimos, los grandes teóricos de la geopo- lítica mundial no otorgan ningún papel protagónico a América Latina y el Caribe y solo nos ven como objeto del dominio norteamericano o de la disputa entre este y alguna que otra gran potencia. Aun así, el pensamiento geopolítico ha encontrado servido- res, particularmente en el Cono Sur, cuya mayor expresión es la obra y práctica del chileno Augusto Pinochet.
La pugna por la hegemonía regional entre las élites burguesas de Brasil y Argentina a la que se incorporaba Chile, alentó el pensamiento geopolí- tico, particularmente entre los estamentos castren- ses y extendió estas ideas a los Andes: Ecuador, Perú, Bolivia, Colombia y Venezuela. Pero come- teríamos un serio error si viéramos solo geopolí- tica en todo el pensamiento político suramericano. Como afirma Miguel Ángel Barrios: “la historia de América Latina transcurre bajo la tensa bipolaridad entre monroísmo vs bolivarismo” (Barrios, 2016) y este último para nada representa un pensamiento geopolítico, aunque como es lógico también tiene una dimensión espacial.
Bolívar no competía por el dominio del mundo, sino solo por la independencia de nuestros pueblos. En sus seguidores, particularmente en José Martí, sus proyectos se precisaron y profundizaron, espe- cialmente con el concepto sobre el equilibrio del mundo, otra idea con dimensión espacial, pero con un contenido y una función totalmente diferentes a la de la geopolítica.
La Revolución Cubana heredó el proyecto libera- dor bolivariano y martiano, y lo amplió en su dimen- sión geográfica, contribuyendo a incluir en este a todos los espacios continentales, pero no se ha limitó a ello, sino que lo enriqueció con su práctica del internacionalismo. Como bien dijo el Maestro Martínez Heredia: “¿Y qué mayor triunfo sobre la geopolítica que el ejercicio del internacionalismo?” (Martínez Heredia, 2015). Efectivamente, no es posible comprender, ni explicar el papel jugado por Cuba en África partiendo de criterios geopolíticos.
El pensamiento geopolítico es dominador y hegemonizante, propio de las grandes potencias y se contradice con la búsqueda de un mundo de igualdad, solidaridad y justicia.
La condición de pequeños estados de Cuba, el Caribe y la mayoría de los Estados latinoamerica-
nos, los convierte en presas fáciles de los proyectos geopolíticos que se conciben ante todo por Estados Unidos, pero no solo, y un futuro mundo multipo- lar podría multiplicar la presión sobre nosotros de diferentes polos de tracción y de la correspondiente competencia entre ellos.
En tales circunstancias, solo la unidad dentro de la diversidad consignada por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños podría per- mitirnos la preservación de nuestra independencia e identidad.
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