El aporte teórico de Carlos Rafael Rodríguez al pensamiento económico latinoamericano
Dr. C. Ernesto Molina Molina
Miembro de Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba. Doctor en Ciencias Económicas. Profesor Titular de Economía Política, Historia del Pensamiento Económico y Teoría Económica, Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García. Presidente de la Sociedad Científica de Pensamiento Económico de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba, e-mail: emolina@isri.minrex.gob.cu
Recibido: 15 de enero de 2019 Aprobado: 20 de febrero de 2019
RESUMEN El aporte científico de Carlos Rafael Rodríguez al pensamiento económico debe ser analizado en el contexto de lo que hoy pudiéramos llamar la Economía Política del Sur: y esto es así porque el subdesarrollo genera sus propias categorías, lo cual puede explicar mucho de la originalidad del análisis marxista latinoamericano.
Celso Furtado fue uno de esos autores reformistas más respetados por Carlos Rafael Rodríguez. Ambos autores, partiendo de visiones teóricas diferentes: uno marxista, el otro estructuralista, coincidieron, sin embargo, en una idea esencial para realizar el diagnóstico de los problemas del subdesarrollo en América Lati- na: la distinción entre los conceptos de crecimiento y desarrollo.
Carlos Rafael Rodríguez valoró positivamente los estudios y publicaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. Si bien se trataba de auto- res reformistas, al menos reflejaban intereses distintos a los de Estados Unidos, al plantearse transformaciones que aspiraban a un desarrollo con independencia para América Latina. Al mismo tiempo, les alertaba que los caminos reformistas conducirían, más tarde o más temprano, al camino socialista.
Palabras clave subdesarrollo, crecimiento, desarrollo, reforma, revolución.
ABSTRACT The scientific contribution of Carlos Rafael Rodríguez to the economic thought must be analyzed in the context of what we could today call the Political Economy of the South: and this is so because underdevelopment generates its own categories, which can explain much of the originality of the Latin American Marxist analysis.
Celso Furtado was one of those reformist authors most respected by Carlos Ra- fael Rodríguez. Both authors, starting from different theoretical views, one Mar- xist, the other, structuralist, nevertheless agreed on an essential idea to make the diagnosis of the problems of underdevelopment in Latin America: the distinction between the concepts of growth and development.
Carlos Rafael Rodríguez positively evaluated the studies and publications of ECLAC. Although they were reformist authors, at least they reflected interests that were different to those of the United States when considering transforma- tions that aspired to a development with independence for Latin America. At the same time, he warned them that the reformist paths would lead, sooner or later, to the socialist path.
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Key words underdevelopment, growth, development, reform, revolution.
El aporte científico de Carlos Rafael Rodríguez al pensamiento económico debe ser analizado en el contexto de lo que hoy pudiéramos llamar la Eco- nomía Política del Sur: y esto es así porque el sub- desarrollo genera sus propias categorías, lo cual puede explicar mucho de la originalidad del análisis marxista latinoamericano. En nuestra región hemos contado con figuras muy capaces de desentrañar los problemas de nuestras realidades del llamado “Sur”, sin recurrir al mimetismo marxista tradicional que, por regla general, acostumbra adoptar –y cuando mejor, adaptar– los enfoques económicos de los supuestos continuadores de los clásicos durante el periodo del llamado socialismo real.
Carlos Rafael Rodríguez devino uno de los revo- lucionarios más sobresalientes de la Cuba contem- poránea. Se puso al servicio de la construcción del socialismo en nuestra patria y enriqueció la doc- trina teórica del desarrollo de los países del Tercer Mundo, por lo que el estudio de su obra constituye un imperativo para cualquier especialista contempo- ráneo que aspire a sistematizar los conocimientos económicos del mundo actual.
Autores muy latinoamericanos como Celso Fur- tado y Carlos Rafael Rodríguez, lograron distinguir entre crecimiento y desarrollo económico en sus estudios sobre el subdesarrollo de nuestras nacio- nes de América Latina.
A Carlos Rafael le corresponde el mérito de haber sido quizás uno de los primeros, si no el primero, en distinguir entre crecimiento y desarrollo, cuando en la década de los años cincuenta del siglo XX ya expresaba:
“No todo aumento de la productividad, del con- sumo, del ingreso y del ahorro nacionales constituye desarrollo. Algunos economistas nor- teamericanos han utilizado términos distintos [...] para diferenciar estos procesos, pero no siempre establecen la distinción en el punto necesario. La economía cubana de los primeros años de la República creció, ciertamente, en el sentido que crece un niño teratológico, pero no se desarrolló [...]. No hay desarrollo sin cierto nivel de indus- trialización; no puede haber desarrollo econó-
mico sin un crecimiento simultáneo –y dentro de ciertos niveles– de las diversas ramas producti- vas” (Rodríguez, 1983: 42).
Hasta nuestros días la literatura económica e instituciones internacionales como el Banco Mun- dial y el Fondo Monetario Internacional siguen identificando crecimiento con desarrollo cuando la economía experimenta un incremento del Producto Nacional Bruto y del ingreso nacional. Esto había sucedido en Cuba durante la Primera Guerra Mun- dial y posterior a ella, debido principalmente al pro- ceso inversionista de capital norteamericano en el sector azucarero. En este sentido es que Carlos Rafael aclara:
“Y cuando Julián Alienes habla de la ‘fase azuca- rera’ del desarrollo de la economía cubana, pre- cisamente el periodo de expansión azucarera fue el periodo en que se realizó la mayor deformación estructural económica de nuestro país y es, en realidad, un periodo de ‘antidesarrollo,’ hablando en términos estrictos” (Rodríguez, 1983: 57).
Carlos Rafael toma partido por la diversificación del sector externo mediante una mayor industrializa- ción de la economía cubana:
“Si otra fuera la estructura no estaríamos hoy determinados económicamente casi por una sola gran variable estratégica: la producción para exportar. Tendríamos un juego diversificado de variables estratégicas, lo que nos haría menos vulnerables a las oscilaciones del consumo y el precio del azúcar en el mercado mundial. [...] Este cambio tiene un solo nombre: industrializar más la economía cubana” (Rodríguez, 1983: 39).
Para una pequeña economía abierta es lógico que el comercio exterior desempeñe un papel deci- sivo en la economía interna. Esto explica que nues- tro autor defienda la tesis de estimularlo, a través de las posibles ampliaciones de los renglones exporta- bles y el poder de compra que estas exportaciones generan.
Una economía no diversificada necesariamente promueve –tras un incremento en los ingresos– una alta propensión a importar:
“A partir de los años cuarenta la balanza comer- cial con Estados Unidos se fue haciendo más deficitaria, pese a lo que pudiera pensarse. Cuba le compró a Estados Unidos más de lo que Esta- dos Unidos le compraba a nuestro país, con el
agravante además de que mientras los produc- tos cubanos, el azúcar, el tabaco y el café, se mantuvieron en el mismo nivel de precios, y en muchos casos descendieron de precios, con lo cual le enviamos más volumen de mercancías a Norteamérica por el mismo precio, por la misma cantidad de dólares; en cambio, la economía nor- teamericana inflacionada, como se sabe, aumen- taba los precios de los productos industriales que nos enviaba, de modo que nosotros fuimos reci- biendo menos y menos cantidad de mercancías por la misma cantidad de dólares” (Rodríguez, 1983: 145).
Cuando la estructura económica interna de una nación es diversificada sobre la base de un alto valor agregado, su sector externo es también diver- sificado y cumple una función positiva a lo interno de la nación.
La crisis de la economía cubana en la década de los años cincuenta resultó ser –en el plano sub- jetivo– un problema cardinal para la ciencia econó- mica. Los economistas cubanos debatieron este problema ampliamente, tratando de realizar un diag- nóstico que conllevara una solución: en unos refor- mista, en otros, como Carlos Rafael, revolucionaria. Este debate giró alrededor del concepto de crisis estructural, muy difundido en ese momento.
Carlos Rafael Rodríguez tempranamente advierte las diferencias entre las crisis de estructura (cuando los altibajos de los niveles económicos están refe- ridos a la conformación estructural de la economía cubana) y las crisis de coyuntural (cuando su raíz se encuentra en la quiebra de algunos “factores estra- tégicos” que determinan la fase crítica del ciclo). Y precisa que en países subdesarrollados la mayor parte de las crisis son reflejas, exportadas del cen- tro hacia la periferia y, además, agravadas por la propia estructura (Rodríguez, 1983: 36-37).
Sin embargo, a pesar de que existen diferencias entre las crisis estructurales y las crisis cíclicas de superproducción, ambas se relacionan estrecha- mente, pues de un modo u otro constituyen formas de solución a las desproporciones de la economía capitalista.
En el primer caso esas formas de solución se refieren a un largo plazo, porque el desajuste de las proporciones que conforman la estructura eco- nómica, motivado por el desarrollo de las fuerzas productivas, no puede ser corregido por las crisis cíclicas. Como consecuencia, el necesario proceso
de reestructuración abarcará, primero, la estructura técnica-productiva y, posteriormente, la económica en su totalidad; llegando incluso a requerir modifica- ciones en las funciones asignadas a los países en la división internacional capitalista del trabajo, más aún cuando se trata de países monoproductores urgidos de diversificación productiva.
En dependencia del carácter de las medidas que se implementen podrá reconocerse o no la posibi- lidad del desarrollo (reformismo o revolución). El desarrollo, por supuesto, solo se encuentra aso- ciado a transformaciones estructurales intensas y profundas, que constituyan soluciones definitivas a la crisis estructural. En cambio, las medidas anticí- clicas, típicamente keynesianas, que por la época estaban en boga, solo conllevarían periodos de cre- cimiento económico, más bien favorables al meca- nismo de dominación imperialista, sin constituirse en factores de desarrollo.
El término estanflación (crisis con inflación) se hizo notorio internacionalmente en la década de los años setenta y, sin embargo, de cierta manera Carlos Rafael reflejó este fenómeno en la economía cubana ya en la década de los años cincuenta. Pre- cisamente, la coyuntura de los principales países capitalistas con los que Cuba realizaba su intercam- bio comercial y financiero se encontraban en una fase ascendente y, por tanto, había aumentado el consumo de nuestro principal renglón exportable. El hecho de que la rama azucarera de la produc- ción mundial se adentrara en una crisis cíclica de la superproducción relativa, determinó la crisis cubana y, por consiguiente, los problemas de la estructura económica agravados por la inflación (Rodríguez, 1983: 38).
Carlos Rafael aclara que el problema era más profundo que una simple “crisis de estructura del comercio exterior”, como argumentara Raúl Lorenzo, o una insuficiencia de la estructura económica, como considerara Julián Alienes, asociada su causa al estancamiento de la industria azucarera, supera- ble a partir de 1933:
“Porque la estructura económica fue de tal manera deformada, porque se mantuvo forzosa- mente estático el nivel industrial no azucarero, tenemos hoy esa estructura del comercio exte- rior a que se refiere Raúl Lorenzo” (Rodríguez, 1983: 39).
En cierto sentido, pudiera afirmarse que la Histo- ria Económica de Cuba resultó como un “laboratorio”
para proyectarse en el diagnóstico de la economía Latinoamericana. Esto le permitió a Carlos Rafael adentrarse en el análisis de la dependencia de la economía latinoamericana, de las necesidades de la reproducción del capital yanqui en los años anteriores y posteriores al triunfo de la Revolución Cubana.
Antes de la Segunda Guerra Mundial la produc- ción industrial en América Latina era inferior en valor a la exportación de materia prima y productos semielaborados. Sin embargo, al terminar la guerra ya la producción industrial en América Latina, en su conjunto, se equiparaba con cualquiera de las otras dos ramas. Esa industrialización inicial permi- tió un mayor intercambio comercial entre los países latinoamericanos.
Mientras duró la Segunda Guerra Mundial, se logró un nivel de capitalización interior como nunca antes. Los países de Latinoamérica tuvieron balan- ces de pago ampliamente favorables. El ahorro forzoso se debió a la imposibilidad de realizar las compras habituales de equipos duraderos (radios, automóviles, aparatos mecánicos, entre otros) en los países beligerantes y, en cambio, se pudieron exportar productos básicos (trigo, carnes, azúcar, café, nitrato, petróleo, estaño, entre otros) a altos precios y en volumen extraordinario. Ese saldo de dólares disponibles en América Latina pudo apro- vecharse para el financiamiento de numerosas empresas.
En ese contexto histórico es que Carlos Rafael publica en 1948su artículo “América Latina y el Plan Clayton”. A pesar de que las ideas keynesianas eran predominantes en esa época en las universidades de los países capitalistas desarrollados, la política del gobierno de Estados Unidos hacia América Latina fomentaba el camino del “libre cambio” y no del “proteccionismo” como el ideal para lograr el “desarrollo” de nuestras naciones subdesarrolladas.
William I. Clayton presentó la “Carta Clayton” en la Conferencia Interamericana Sobre Problemas de la Guerra y de la Paz, que se celebró en Chapulte- pec en febrero de 1945. La mencionada Carta era el “[...] instrumento con el cual se pretendía organizar las relaciones económicas de toda América” (Rodrí- guez, 1983: 15).
Por una parte, míster Clayton no podía desco- nocer el auge alcanzado por las Teorías del Creci-
miento Económico al término de la Segunda Guerra Mundial, teorías que defendían un papel activo de los Estados nacionales para proteger y fomentar el desarrollo.
Carlos Rafael cita extensamente al keynesiano Alvin Hansen en relación con esas necesarias “bue- nas relaciones” que debían llevar adelante las gran- des potencias del capitalismo financiero y los países no desarrollados:
“Hay –escribió Hansen– una nueva perspectiva en el mundo actual. Hoy, en todo el mundo se acepta que el desarrollo, la diversificación y la industrialización, deben ser emprendidos en las áreas retrasadas. Hemos llegado a darnos cuenta de que el futuro comercio mundial no puede con- tinuar desarrollándose en los términos simplistas de intercambios de materias primas por produc- tos industriales terminados [...]. Proyectos de desarrollo en gran escala, la industrialización en el grado que sea económicamente factible y la diversificación de la agricultura, el desarrollo y el mejoramiento de los recursos humanos mediante la mejoría de la salud, la nutrición y la educación, la promoción de un más alto estándar de vida, la elevación de la productividad y el aumento del poder adquisitivo, esas son las nuevas metas económicas” (Rodríguez, 1983: 15-16).
Era como si al fin el Norte se fuera a encargar de fomentar el desarrollo en el Sur. Y mister Clayton hizo gala en su discurso del 27 de febrero de 1945, en la Conferencia de Chapultepec, de esas ideas “promotoras” del desarrollo en América Latina, por parte de Estados Unidos.
Por eso es tan importante distinguir entre la polí- tica real y la que se declara públicamente. Carlos Rafael deja bien claro esta diferencia al explicar cómo Clayton pronunciaba frases que:
“[...] eran solo la superficie. En el fondo, a través de su discurso y de las proposiciones concretas que recibieron el nombre de la Carta Clayton, estaba presente el interés imperialista de contro- lar el comercio de América Latina y de eliminar los positivos intentos de diversificación industrial realizados hasta entonces, barriendo con las débiles industrias del sur mediante la invasión de mercancías yanquis” (Rodríguez, 1983: 16).
Precisamente, entre las proposiciones concretas que Clayton plantea, Carlos Rafael cita la siguiente:
“Abrigamos la intención de trabajar activamente para lograr que se celebren convenios internacio- nales que supriman las preferencias comerciales y que reduzcan los aranceles y otras barreras al comercio” (Rodríguez, 1983: 17).
Y no se trataba solamente de la apertura indis- criminada al comercio de las poderosas industrias norteamericanas en los mercados nacionales de Nuestra América, Carlos Rafael alerta cómo la dele- gación de Estados Unidos proponía, en el artículo tres de la Carta, llevar adelante también la liberali- zación monetaria y financiera:
“Encontrar una base de medidas prácticas y efectivas para disminuir las barreras de toda índole que se oponen al flujo del comercio inter- nacional y para promover la acción cooperativa que deberá tomarse en otros terrenos, particular- mente la estabilización de la moneda y las inver- siones internacionales” (Rodríguez, 1983: 17).
Vale la pena regresar al estudio de este artículo clásico de Carlos Rafael Rodríguez, escrito once años antes del triunfo revolucionario en Cuba. Entre los escenarios futuros que el autor prevé para Amé- rica Latina, de llevarse adelante el Plan Clayton, señala los siguientes:
“La apertura de los mercados latinoamericanos a Estados Unidos, bajo las condiciones del Plan Clayton antes estudiadas, producirá la quiebra de una parte de la burguesía industrial más joven, la disminución del empleo hasta el grado del empo- brecimiento de la mano de obra y la interrupción del camino independiente de América Latina.
Si el Plan Clayton se lleva adelante, los países del Sur regresarán a sus economías primarias de exportación de materia prima y semielaborada.
El intento de prohibir la fiscalización de las inver- siones, de impedir que se limiten las ganancias con impuestos, de exigir “protección” a los inver- sionistas, muestra a las claras que se contempla a América Latina como un centro de exacción. A la vez se intenta perpetuar el carácter semico- lonial y dependiente a la mayoría de las nacio- nes del Sur. Otro objetivo que pretenden con esa política es el de lograr ‘inversiones rentables’ para sus excesos de capital” (Rodríguez, 1983: 23-24).
Es importante reiterar aquí que el opuesto real al neoliberalismo no es el keynesianismo. Las políti- cas keynesianas han sido tan funcionales al capita-
lismo como lo son hoy las políticas neoliberales. El opuesto real al neoliberalismo es el socialismo. En las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, cuando Carlos Rafael realizaba estos aná- lisis, predominaban las políticas keynesianas en los países capitalistas desarrollados, entre elEstados Unidos, si bien se intentaba imponer, y de hecho se imponía, la política del libre cambio en nuestras tierras de América.
Carlos Rafael Rodríguez pudo realizar también el análisis crítico de las políticas neoliberales imple- mentadas en América Latina a fines de la décadas los años setenta y en los años ochenta del siglo XX.
El inicio del modelo neoliberal en América Latina se caracterizó por las dictaduras militares del Cono Sur latinoamericano, el Plan Cóndor y la Doctrina de la Seguridad Nacional. Lo común en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay fue un ajuste económico severo y ortodoxo que iba encaminado a la estabilización de la economía, retomar el cre- cimiento económico, reinsertar a estos países en el mercado globalizado y reprimir y disciplinar a la clase obrera.
El recetario de las políticas neoliberales que se instrumentaron en América Latina se puede resumir así:
Ajustes estructurales y apertura indiscriminada.
Desregulación del mercado de trabajo y Estado “mínimo”.
Privatización y respeto a la propiedad industrial.
Libertad comercial y financiera.
La mano invisible del mercado conduce al desa- rrollo.
El modelo se extendió a todo el continente por la “vía democrática”, o sea, ocurrió el milagro del “fin de las dictaduras” y el “retorno a la democracia” de los países latinoamericanos. El neoliberalismo se generalizó en Latinoamérica de la mano del mer- cado y no de la mano de los militares, al menos no de manera abierta.
En todo el periodo neoliberal, los países latinoa- mericanos y caribeños recurrieron al endeudamiento externo para tratar de cubrir los déficits externos y hacer los arreglos financieros que se requerían para cumplir los compromisos internacionales.
El Estado neoliberal, por su propia esencia monopolista, tiende a exportar la inflación de sus precios hacia su sistema neocolonial. Muchos paí- ses de América Latina importan alimentos de los países imperialistas, el carácter deformado de sus economías y el lugar que ocupan en la división internacional del trabajo condicionan que importen esa inflación y agraven su situación ya difícil.
El desarrollo de la deuda externa ha permitido un nuevo grado de supeditación de los Estados nacio- nales en todo el mundo al capital global. La estrate- gia del capital global fue cobrar la deuda a cualquier costo. No se aceptó la propuesta de crear un Club de Deudores, algo que cuestionaba el poder del capital global acreedor.
Todos estos problemas fueron analizados por Carlos Rafael Rodríguez a la luz de concepciones en debate de autores tan reconocidos en América Latina como Raúl Prebisch, Theotonio Dos Santos, André Gunder Frank, todos críticos de las políticas neoliberales, mientras en Estados Unidos y otras partes del mundo se declaraban a favor de las polí- ticas neoliberales defendidas por autores como Mil- ton Friedman y los llamados “Chicago Boys”.
Aun cuando Carlos Rafael criticó el enfoque key- nesiano para abordar el desarrollo de nuestros paí- ses “periféricos”, valoró positivamente el papel que esta doctrina asignaba al Estado como agente eco- nómico, algo que también estaba presente en las concepciones de la Comisión Económica para Amé- rica Latina y el Caribe. En este sentido valoró alta- mente el aporte de Raúl Prebisch cuando enfrentó la teoría del deterioro de los términos de intercambio a la teoría neoclásica de las ventajas comparativas, según la cual los países periféricos también obte- nían considerables ventajas del comercio mundial.
Carlos Rafael Rodríguez valoró positivamente los estudios y publicaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. Si bien se trataba de autores reformistas, al menos reflejaban intereses distintos a los de Estados Unidos, al plantearse trans- formaciones que aspiraban a un desarrollo con inde- pendencia para América Latina. Al mismo tiempo, les alertaba que los caminos reformistas conducirían, más tarde o más temprano, al camino socialista.
Celso Furtado fue uno de esos autores reformis- tas más respetados por Carlos Rafael Rodríguez.
Ambos autores, partiendo de visiones teóricas dife- rentes: uno marxista, el otro estructuralista, coincidie- ron, sin embargo, en una idea esencial para realizar el diagnóstico de los problemas del subdesarrollo en América Latina: la distinción entre los conceptos de crecimiento y desarrollo. El análisis comparativo de ambas concepciones tiene gran trascendencia para esta segunda década del siglo XXi, cuando se debaten para América latina los caminos reformis- tas o los revolucionarios: cuyos diagnósticos pue- den coincidir, no así el camino estratégico para el desarrollo.
Aun cuando Celso Furtado no reconoce el carác- ter explotador del sistema del capital, es muy cierto que la categoría “excedente económico” (no equiva- lente a la categoría “plusvalía”) ha estado presente en su análisis económico.
Para que pueda ocurrir un proceso de acumula- ción, según Furtado, inicialmente tiene que existir un excedente, o sea, recursos que no sean vitales para la reproducción de la colectividad. Pero, ade- más, esos recursos para que no sean consumidos por el conjunto de la población, tienen que ser apro- piados por los grupos dominantes.
“En efecto: si los recursos adicionales son utili- zados inmediatamente para la satisfacción de necesidades que los miembros de la colectividad consideran esenciales, no tendría sentido hablar de horizonte de opciones. Estas surgen porque los sistemas de dominación social limitan la satis- facción de necesidades básicas que la población considera todavía no completamente satisfechas. Es la estratificación social lo que permite la emer- gencia del excedente, es decir, de recursos con usos alternativos, abriendo el camino a la acu- mulación” (Furtado, 1987: 63).
Aparentemente tal pareciera que el proceso de acumulación es trasladar al futuro el uso final de recursos que están listos para consumirse. Pero solo pueden acumularse recursos si algunos gru- pos se apropian el excedente y, por tanto, limitan el consumo del resto de la población. Son la estratifi- cación social y los sistemas de dominación social los que determinan la distribución del producto social. Según este criterio el proceso de acumu- lación responde esencialmente a las iniciativas de los grupos sociales por apropiarse el excedente, los que son capaces de modificar el sistema eco- nómico en beneficio propio y para conseguir sus propios fines.
Es decir, que si el control del proceso de acumu- lación constituye para la clase burguesa la conser- vación de los privilegios que disfrutan producto de la apropiación del excedente social, el progreso téc- nico entonces va a encontrar todas las facilidades disponibles para desarrollarse por constituir este la forma más eficaz de preservar esos privilegios obte- nidos e incluso incrementarlos.
Furtado denunció como en el capitalismo preva- lecía la creatividad dirigida al desarrollo de las téc- nicas (la racionalidad instrumental) por encima de cualquier otra forma de creación humana. Consti- tuyó una grave preocupación para este autor expli- car por qué no constituía prioridad en la sociedad capitalista el desarrollo de la creación dirigida a promover valores en la sociedad, de perfeccionar la personalidad humana.
Furtado explica por qué la investigación científica en los marcos del capitalismo quedó subordinada a la invención técnica (a la racionalidad instrumen- tal), y esta a su vez se subordina a la acumulación, ya que es mediante ese proceso que se ponen en práctica en el sistema de producción en sentido general tales innovaciones. Además, plantea que el progreso técnico se dirige a la creación de métodos productivos más eficaces y a la creación de nuevos productos. Es por eso que el proceso de acumula- ción se sostiene en la innovación, que permite dis- tinguir entre los consumidores creando mercancías sofisticadas que solo pueden adquirir unos pocos, y en la difusión que lleva a la “homogeneización” de determinadas formas de consumo:
“Por lo tanto, existe en las sociedades surgidas del capitalismo industrial una relación estructu- ral entre el grado de acumulación alcanzado, el grado de compilación de las técnicas productivas y el nivel de diversificación de las pautas de con- sumo de los individuos y de la colectividad” (Fur- tado, 1979: 45).
Es decir, que el proceso de acumulación no solo tiene sentido con la implantación en el sistema de producción de métodos más eficaces, sino también constituye un elemento fundamental para la repro- ducción del sistema la diversificación de los patrones de consumo de la población, la creación de nuevas necesidades humanas insatisfechas, la disminución del tiempo de vida de las mercancías por la propia intensidad de la innovación, el incentivo al consumo con la creación constante de nuevos productos y la invención de nuevos estilos de vida, entre otros.
Ciertamente el capitalismo encontró en esos mecanismos métodos muy eficaces con los que logró impulsar sostenidamente el proceso de acu- mulación e impidió su declinación. Con la invención de nuevos productos se lograba la discriminación entre consumidores, acentuándose las desigualda- des sociales y manteniendo la estratificación de la sociedad, mientras que con la difusión de los pro- ductos que anteriormente solo eran para privilegia- dos, aparecía la ilusión de que estaba ocurriendo un proceso de ascenso social y disminución de las desigualdades sociales debido al acceso a produc- tos que no podían adquirirse anteriormente.
Furtado señala que las estructuras sociales per- manecieron intactas, porque lo que ocurrió fue una ampliación de los mercados y con esto la diversifica- ción del consumo de la población, pero sin modificar la estructura de apropiación del excedente ya que tanto la innovación como las necesidades insatisfe- chas de la población resultaron infinitas.
Ahora bien, si el proceso de acumulación solo se limita a la difusión de técnicas conocidas, el desa- rrollo se confunde con la acumulación. Con toda razón afirma Furtado que la acumulación es condi- ción necesaria, pero no suficiente, para el desarrollo de las fuerzas productivas. Su análisis radica en que luego de la formación y apropiación del excedente, surgen diversos horizontes de opciones para la colectividad. Estos recursos pueden ser destinados a diferentes actividades, de ahí la importancia que tiene la utilización del excedente para el proceso de desarrollo.
En las sociedades antiguas parte de los recursos excedentes apropiados por las clases dominantes se destinaban a la construcción de obras monu- mentales que significaran la autoridad y el poder de las clases superiores, logrando así legitimar el sistema de dominación social. Es decir, no todos los recursos acumulados se dirigen a conseguir el desarrollo de las fuerzas productivas como tal, sino que también pueden destinarse para mantener la estratificación social que existe.
El excedente puede asumir diversas formas: por un lado, el excedente puede ser destinado al per- feccionamiento de las capacidades de los hombres para actuar en el proceso de producción o a la acu- mulación en medios de producción, es decir, para el desarrollo de las fuerzas productivas, mientras que por otra parte el excedente puede tener como des- tino la estratificación social, o sea, ser utilizado para mantener o ampliar las desigualdades sociales.
Furtado concibe dos ejes esenciales del proceso de acumulación: la acumulación destinada al desa- rrollo de las fuerzas productivas, o sea, destinada a incrementar la capacidad del sistema de produc- ción tanto en infraestructura física como en capaci- dad humana para operarl, y la acumulación que se realiza fuera del sistema de producción y que está vinculada con el consumo no esencial, cuyo fin es reproducir las desigualdades sociales.
Este tipo de acumulación no resulta imprescin- dible para la reproducción del sistema, según Fur- tado, por el contrario, limita los recursos que son enviados hacia la acumulación dentro del sistema productivo y, por tanto, atrofia el desarrollo de las fuerzas productivas.
Esta concepción de Celso Furtado es suma- mente valiosa dentro de su teoría del desarrollo. Ciertamente existe una contradicción entre la acu- mulación en el sistema productivo como base del aumento del nivel de vida del conjunto de la pobla- ción y la parte de la acumulación que se destina a incrementar las desigualdades sociales fuera del sistema productivo.
No es despreciable el aporte de Furtado al aná- lisis de cómo se utiliza el excedente económico por el capital. Marx habla de los gastos de representa- ción, de las contradicciones entre la acumulación y el consumo, pero hay cosas que dice Furtado que son atendibles y que tienen que ver con el poder político y no solo con el poder económico. Eso hay que destacarlo.
Furtado pudo percatarse de que existían relacio- nes complejas entre los fines y los medios, plan- teando que la técnica no es independiente de los fines, ya que la acción del hombre solo es cohe- rente si persigue objetivos basados en sistemas de valores. Es decir, que quienes controlan los medios pueden manipular los fines según sus propios inte- reses, por lo que resulta necesario vincular a los agentes creativos en las estructuras sociales para poder comprender la actividad creadora y los objeti- vos que persiguen lograr.
La denuncia de la falsa neutralidad de las técni- cas puso de relieve una característica oculta, pero determinante, del proceso de desarrollo: la defini- ción de sus objetivos, la creación de valores sustan- tivos (Furtado, 2001). De esta forma Furtado pone de manifiesto el carácter ideológico de las tecnolo- gías y de la propagación, en definitiva, de estilos de vida únicos:
“La reflexión sobre el desarrollo económico se ha concentrado en el estudio del proceso acu- mulativo a nivel de las fuerzas productivas. Pero por detrás de los indicadores cuantitativos que preocupan al economista se desdobla el vasto proceso histórico de difusión de la civilización industrial: la adopción por todos los pueblos de la tierra de lo que se ha venido en llamar patro- nes de modernidad, es decir, la forma de vivir generada por la industrialización en los países más industrializados. De ahí que el papel de la creatividad en el desarrollo haya perdido nitidez, así como toda relación entre la acumulación y los valores que presiden la vida social. Esa simplifi- cación oculta la existencia de modos de desarro- llo hegemónicos que monopolizan la inventiva a nivel de los fines en beneficio de ciertos países” (Furtado, 1987).
En conclusión, cuando el crecimiento económico viene acompañado de desempleo, subempleo, bajos salarios, poco beneficio para la población rural, aun- que ocurra un incremento de la clase media, esto no es desarrollo. Cuando el proyecto social da prioridad a la efectiva mejoría de las condiciones de vida de la población, el crecimiento sufre una metamorfosis y se convierte en desarrollo. Esta metamorfosis no se da espontáneamente. Esto es fruto de la reali- zación de un proyecto, expresión de una voluntad política, que forme a una sociedad apta para asumir un papel dinámico en ese proceso.
Hay cierta semejanza en este enfoque de Celso Furtado y la teoría del desarrollo y el subdesarro- llo de Carlos Rafael Rodríguez. Por tanto, se hace necesario dejar establecidas las diferencias entre ambos enfoques.
Los críticos neoliberales del desarrollo cepalino contrapusieron el ejemplo de los nuevos países industriales asiáticos –que se desarrollaron indus- trialmente con vistas principalmente a exportar– en lugar de seguir el modelo de la industrialización por sustitución de importaciones. Y, sin embargo, no se puede acceder al desarrollo sin una concepción que no priorice el mercado interno con vistas a elevar el nivel de vida general de la población nacional. Esto no excluye tener presente que, para elevar la capa- cidad de importación, hay que elevar la capacidad de exportación.
En el discurso pronunciado por Carlos Rafael Rodríguez en el Décimo Tercer Periodo de Sesio- nes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, manifestó cómo los caminos reformistas conducirían, más tarde o más temprano, al camino socialista:
“Adviértase que no estamos postulando inexo- rablemente una concepción socialista del desa- rrollo. Quienes hagan una verdadera revolución en América Latina encontrarán que su proceso los conducirá de modo inevitable hacia transfor- maciones cada vez más profundas. Pero para obtener un simple desarrollo con independencia, como el que se postula por Comisión Económica para América Latina y el Caribe, será necesa- rio acometerlo mediante un proceso de autén- tica revolución popular. No hay otra alternativa” (Rodríguez, 1983: 283).
Los argumentos que esgrime en este discurso Carlos Rafael Rodríguez para correlacionar los cambios reformistas positivos con los cambios revo- lucionarios imprescindibles son los siguientes:
“Quienes emprendan la reforma evolutiva de los niveles de ingreso se encontrarán con la resis- tencia organizada de los sectores sociales privi- legiados de América Latina y de sus protectores militares. Deberá, además, afectar inevitable- mente a los inversionistas norteamericanos. Por ello, tendrán que afrontar, más tarde o más tem- prano, este dilema: o se decide a realizar las transformaciones por las vías revolucionarias, o se sufrirá la misma derrota que todos los pro- cesos reformistas experimentaron en las últimas décadas latinoamericanas.
Por otra parte, la redistribución de ingresos es en realidad un prerrequisito para el desarrollo, más que una consecuencia de este. Porque solo con una brusca inversión de la pirámide social que ponga en manos de las hambreadas masas de los campesinos y del proletariado con escasos salarios un mayor poder adquisitivo, la demanda empezará a convertirse, en América Latina, en un factor dinámico para el desarrollo industrial, al crearse con ello el mercado interior que ahora no tenemos.
El mismo sentido adquiere la Reforma Agraria. Tiene una doble significación económica. De una parte, permitirá con el incremento de la produc- tividad por área de tierra, aumentar la base agrí- cola para la exportación, la transformación y el
consumo interno, y por la otra, convertirá a los campesinos hoy miserables en consumidores potenciales.
La única reforma agraria posible es la que liquide de una sola vez el latifundismo nativo y extran- jero, recupere para el Estado grandes extensio- nes improductivas y entregue a los campesinos la tierra que laboran.
Nos atrevemos a prevenir contra soluciones que supongan la utilización de tecnologías de poca productividad y retrasadas y que se destinen pri- mordialmente a crear empleo, pues ellas podrían originar, a largo plazo, peligrosos retrasos tec- nológicos en las economías latinoamericanas” (Rodríguez, 1983: 283-285).
Las ideas bolivarianas y martianas siguen siendo hoy la mejor fortaleza para negociar con el Norte. Carlos Rafael lo expresó así:
“Si América Latina quiere negociar con éxito, ten- drá que hacerse una potencia negociadora. [...] El día en que América Latina unida deje de ser un instrumento dócil de la política internacional de Estados Unidos, recupere su independencia y hable en pie de igualdad con las potencias eco- nómicas con las que tiene que negociar el porve- nir del comercio externo; el día en que América Latina unida planifique ese porvenir como un conjunto coordinado, aunque manteniendo las diferencias y contradicciones que para ser rea- listas debemos prever como inevitables; ese día América Latina no tendrá que presentarse, como ha tenido que hacerlo hasta ahora, en calidad de solicitante humilde y desesperado, sino que lo hará con la voz entera de un continente al que habrá que escuchar. Pero para que esta unidad sea eficaz, tendrá que ser una verdadera alianza de pueblos dispuestos a hacer su revolución interna y a conquistar con una firme lucha sus derechos en la economía internacional contem- poránea” (Rodríguez, 1983: 289).
Hasta hace menos de medio siglo era obvio que la toma del poder debía hacerse a través de las armas, pasando luego a la confiscación y la ins- tauración de un Estado –legítimo representante de su pueblo– que planificara la economía. Este fue el caso de la Revolución Cubana. Últimamente todo empieza a verse desde otro prisma. La izquierda ha
decidido disputar el poder a través de elecciones democráticas y enrumbar la economía sin violentar demasiado las reglas del mercado. Ello tiene mucho que ver con la necesidad de evitar la guerra y garan- tizar a América Latina y el Caribe como una zona de paz.
Esta ruta implica emprender las transforma- ciones revolucionarias contando con una mayoría política. En otras palabras, construir una hegemo- nía política que permita un proceso ininterrumpido de reformas políticas y económicas para contribuir a que las condiciones objetivas y subjetivas de la economía y la sociedad maduren hacia situaciones más favorables para transformaciones mayores.
Las fuerzas imperialistas y oligárquicas (con sus aliados internos) pretenden derrocar los gobiernos de izquierda legítimos y han endurecido sus luchas usando desde el boicot o huelga empresarial, dis- torsionamiento del mercado, hasta el acapara- miento para producir desabastecimiento, agiotismo, fuga de capitales, mercado negro, subfacturación o sobrefacturación en el comercio internacional, medidas económicas para manipular el mercado. Todo esto lo está soportando el pueblo venezolano ahora.
Utilizan también la generación de rumores con- tra las políticas de gobierno, la manipulación de las tasas de interés para generar desestabilización, alianza con gobiernos extranjeros para castigar al
gobierno establecido, campañas mediáticas para deslegitimar al gobierno y a sus políticas, acusación de populismo, comunismo o terrorismo.
Si solo nos ocupamos de resistir ante la agresión cotidiana del enemigo y no desarrollamos una estra- tegia de desarrollo, en este caso, de Venezuela, Bolivia, Ecuador y, por supuesto, Cuba, el enemigo nos gana la pelea.
La Revolución Bolivariana apenas ha ganado algunas cuotas de poder económico y político. El sujeto revolucionario bolivariano tiene ante sí una tarea compleja y difícil: mantener unidas a las fuer- zas armadas y a las clases medias en defensa de la revolución, con las masas trabajadoras mayorita- rias –frente al enemigo fascista interno y externo – y avanzar por el camino integracionista de los pueblos Latinoamericanos y caribeños.
Furtado, C. (1978). Prefacio a una nueva economía política. 2da ed. México: Edfitorial Siglo XXI.
Furtado, C. (1987). Breve introducción al desarrollo. Un enfoque interdisciplinario. México: Fondo de Cultura Económica.
Furtado, C. (2001). El capitalismo global. México: Fondo de Cul- tura Económica.
Molina, E. (2007). El Pensamiento económico en la Nación Cu- bana. La Habana: Casa Editorial RUTH-Editorial de Cien- cias Sociales.
Rodríguez, C. R. (1983). Letra con filo. Tomo 2. La Habana: Edi- torial de Ciencias Sociales.
Carlos Rafael Rodríguez